El Espíritu de Dios «hoy» está sobre mí
Domingo de la Palabra de Dios
El Papa Francisco instituyó el ‘Domingo de la Palabra de Dios’ con la intención de que se celebrara todos los años el tercer domingo del Tiempo Ordinario, como respuesta a un deseo del Pueblo de Dios trasladado de muchos modos. El hambre de la Palabra que experimenta el Pueblo de Dios no ha disminuido, como tampoco lo ha hecho el anhelo de trascendencia de la humanidad. Se trata de dejarnos transformar por el Espíritu para que emprendamos acciones que ayuden a transformar el mundo. La Palabra de Dios debería arder en nuestros corazones (Lc 24, 32) y llevarnos a vivir más cerca de nuestros prójimos y cuidando más nuestra casa común. Al mismo tiempo debería erradicar todo aquello que aleja la vida de nuestras comunidades y del mundo, sea en forma de injusticia, individualismo, indiferencia… La Palabra debería estimularnos a emprender nuevos caminos de compartir y solidaridad. (Henry Omonisaye, CMF)
El cuarto Evangelio que meditamos el pasado domingo, nos presentaba como pórtico de la tarea misionera de Jesús unas bodas, con las que nos hablaba de la Hora de Jesús, la Nueva Alianza y la necesidad de un Vino nuevo. Lucas, sin embargo (al que seguiremos el resto del año) ha elegido otra escena, en clave profética, donde la Palabra de Dios da pie a Jesús para describir las claves de su programa misionero.
En primer lugar se nos indica que «Jesús volvió a Galilea«. El lugar que escogió Jesús para desempeñar su actividad es significativo. Allí se daba en tiempos de Jesús, un doble cautiverio: el de la política del gobierno de Herodes Antipas (4 a.C.-39 d.C.) y el de la religión oficial. A causa de la explotación y de la represión política de Herodes Antipas, mucha gente quedaba marginada y sin empleo (Lc 14,21: Mt 20,3.5-6). Y la religión oficial llevada a cabo por las autoridades religiosas, en vez de fortalecer la comunidad para que pudiera acoger a los excluidos, usaba la Ley de Dios para justificar la exclusión de muchos: mujeres, niños, samaritanos, extranjeros, leprosos, posesos, publicanos, enfermos, mutilados, parapléjicos… ¡Todo lo contrario de la fraternidad que Dios soñó para todos! Así pues, la situación política y económica, así como la ideología religiosa contribuían a debilitar la comunidad local impidiendo así la manifestación del Reino de Dios. Por tanto, el contexto, la situación real de las gentes, su sufrimiento, etc… le hace optar por Galilea. Ahí es donde quiere Jesús hacer presente a Dios, donde Dios tiene algo que decir y hacer, ahí precisamente quiere lanzar su propuesta para tantos que estaban mal. Allí llega «con la fuerza del Espíritu».
El «instrumento» del que se ha servido para discernir su misión y su mensaje es la Palabra de Dios. Formaba parte de su espiritualidad y de su oración… y la fuerza del Espíritu le había hecho sentirse personalmente interpelado por ese pasaje de Isaías, hasta el punto de asumirlo y ponerlo en el centro de todo. Así había ido descubriendo su vocación. Por eso lo «busca» al desenrollar la Escritura, para presentarse a sí mismo y para compartirlo con la gente: es la lectura comunitaria, tan importante y habitual, tal como nos lo ha descrito también la primera lectura. Lectura que le posibilita dar su testimonio personal.
Por eso necesitamos nosotros cuidar, conocer, meditar, escuchar personalmente y juntos la Palabra de Dios. Es imposible que la fe se mantenga fuerte, fresca, viva, sin desgaste sin acudir frecuentemente a ella, tal como hacía Jesús. No podemos ser seguidores suyos si no conocemos su Palabra, si no nos dejamos transformar por ella, si no dialogamos, si no damos ocasión a que el Espíritu nos revele la voluntad de Dios por medio de ella.
La Celebración de la Eucaristía es un todo con dos partes inseparables e indispensables: Palabra y Pan de Vida. Por eso sería muy conveniente acudir a las celebraciones habiendo leído y meditado personalmente las lecturas que serán proclamadas. Quizá no las entienda, o tenga dudas. Es verdad que no es un libro fácil. Por eso el sacerdote, u otros hermanos con preparación y experiencia, como hizo Esdras podrán ayudarme y acompañarme.
Siguiendo con nuestro relato, Jesús lee: «el Espíritu de Dios está sobre mí». También el Espíritu sobrevolaba antes de que Dios comenzara la Creación. Algo nuevo y lleno de vida va a dar comienzo también ahora por medio de Jesús. Era el Espíritu el que, en forma de nube, acompañaba, guiaba y protegía al pueblo del Éxodo por el desierto y que ahora «cubre» y acompaña a Jesús al frente de un nuevo Pueblo. Ese Espíritu que había descendido sobre él en el Bautismo, a la vez que el Padre proclamaba que era el Hijo Amado. Ese mismo Espíritu que invadió a David al ser ungido por Samuel, y que permaneció con él en adelante, capacitándolo para su misión (1Sm 16, 12-13). Así es también nuestro Bautismo. Es ese Espíritu que recibimos y que hace decir a San Pablo: «hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo. Vosotros sois el cuerpo de Cristo». Esto es: la misión de la Iglesia (la de Jesús) es «corporativa», «sinodal», sin que sobre absolutamente nadie, sin que nadie quede excluido ni autoexcluido. Así lo quiere el Espíritu… desde tiempos de San Pablo. Y seguramente ahora con más razón.
El mensaje de Jesús es totalmente positivo y esperanzador, viene en el nombre de Dios para dar ánimo. Por eso, su lectura se detiene y no lee lo que venía en el mensaje de Isaías: «el día del desquite de nuestro Dios«. También en esto coincide con Esdras, cuando el pueblo llora al verse denunciado por la Palabra que ha sido leída: «No hagáis duelo ni lloréis (porque el pueblo entero lloraba al escuchar las palabras de la ley)». Y es que en tiempos de desánimo, de crisis, de desesperanza… la opción de Dios es levantar, liberar, animar, empujar, despertar la esperanza… ¡No pretende que surjan sentimientos de culpa, sino deseos de cambio!
En cuanto a sus objetivos prioritarios, a lo que va a dedicar alma, corazón y vida son éstos: pobres, cautivos, ciegos y oprimidos. En definitiva: los sufrientes, los que «carecen de» lo que sea. El Espíritu le ha ungido/consagrado/elegido y enviado precisamente para ellos. Con obras y palabras. Y por tanto éstas han de ser las señas de identidad de los suyos: «armados» con la Palabra, formando Cuerpo con Cristo, teniendo en cuenta las situaciones vitales de los destinatarios… y anteponiéndoles a cualquier otra tarea, opción o prioridad, por muy «santa y sagrada» que nos parezca. Tenemos que ser capaces de decir con verdad que «hoy» se cumple la Escritura por medio de todos y cada uno de nosotros.
Enrique Martínez de la Lama-Noriega, cmf
Imagen Superior José María Morillo


Todo esto ha hecho pensar a biblistas y teólogos que esta historia es algo más que un «milagro» de Jesús, y que esta boda tiene algo especial, excepcional. Buscando explicaciones a tantas preguntas, comprenden que San Juan quiere decir algo importante, al situar esta boda como pórtico de la tarea misionera de Jesús, como el primero de sus «signos» (siete en total), y que está estrechamente relacionado con su «Hora» y con la Cena Eucarística (el Vino).
Al echar el primer vistazo al Evangelio de hoy… me he quedado pensando en esto: «Y sucedió que, cuando todo el pueblo era bautizado, también Jesús fue bautizado». Me han venido a la mente las muchas «filas» que hemos podido ver en estos días, en España y también fuera: Filas para vacunarse, filas para hacerse un test o ser atendidos en el ambulatorio, filas de personas que necesitan ayudas para poder comer, las filas de parados ante las oficinas de empleo, y tantas otras. Muchas de estas filas son filas «de la vergüenza», porque sólo se ponen en ellas los más necesitados, los que no tienen otros recursos para conseguir rápidamente lo que necesitan. Y el evangelista nos sitúa a Jesús en una de estas filas, mezclado con la gente, con los pecadores, recibiendo el mismo bautismo que ellos.
Al mezclase Jesús con todos ellos, y unirse a la cola de los que se meten al agua está mostrando que su verdadera vocación es servir y entregarse a la persona herida, estar junto al pueblo necesitado de compañía, de atención, de estímulo, de consuelo, de liberación.
Esta larga, tozuda y desconcertante pandemia nos ha hecho a todos estar mucho más pendientes de las noticias: el coronavirus, las residencias de mayores, las subidas de la luz, el gas, los alimentos, la inflación, las ayudas económicas…
Me parece un reto estupendo y oportuno para los que somos discípulos de Jesús, precisamente en estos tiempos en que bastantes de nuestros políticos se enfrentan, se atacan, se desprecian, insultan… haciendo «gala» a menudo de muy malas formas y educación. Y como nosotros mismos, que nos enrocamos en nuestras posturas, criterios y valoraciones… favoreciendo un clima de desencuentro, de agresividad, de exclusión…´Pues que a lo largo de este nuevo año seamos PERSONAS DE PALABRA (el Unigénito de Dios vino lleno de gracia y de verdad) y de DIÁLOGO, de encuentro, de colaboración. Especialmente con los «distintos». Y también con el Dios-Palabra (oración), para que nos enseñe a acercarnos a los otros -como él mismo hizo- aunque nos rechacen, pero que no nos arrastren ni nos contagien: «y el mundo no la conoció»,
La Sagrada Familia, ya sabemos, está formada por María, José y el Niño. ¿Por qué la llamamos «sagrada»? La verdad es que ni José ni María eran personajes excepcionales, si no hubiera sido porque se dejaron en las manos de Dios, se pusieron a su servicio, y aceptaron vivir consagrados a la misión que Dios les encomendaba. Su misión fundamental sería crear al clima necesario para que aquel Niño tan especial creciera sano, fuera feliz y aprendiera todas esas cosas importantes que los padres transmiten a sus hijos, abriéndoles el camino de la vida y de la fe. Ni las guarderías o escuelas, ni los grupos de amigos, ni las parroquias, ni los medios de comunicación social, logran penetrar tan a fondo en la intimidad infantil como los familiares, esas personas de quienes se depende absolutamente durante los seis o nueve primeros años de vida. Esta familia de Nazareth no sería muy diferente de cualquier otra familia que fuera consciente de su vocación divina, de cualquier matrimonio que se haya tomado en serio aquellas palabras que un día se dijeron ante el altar de Dios:
Con respecto a la educación de los hijos en «valores» y en la dimensión trascendente de la persona… hay también mucha variedad. Hay padres casi del todo despreocupados de este asunto. Los hay desorientados por la diferencia de criterios dentro de la pareja, y por la distancia que perciben entre lo que ellos aprendieron… y lo que viven hoy sus hijos, no sabiendo cómo actuar. Parece que los hijos se «forman» (sí, entre comillas) más en los medios de comunicación, internet, las redes, los grupos de amigos, los estudios… La «cultura» va muy deprisa y no pocas veces se siente desbordados o perplejos. Hay padres que «delegan» en los centros de formación, en las catequesis, en las clases de religión… Y los hay también, cómo no, responsables, implicados, comprometidos, acompañando a sus hijos en el crecimiento de todos los aspectos del ser humano.
Si tenemos en cuenta los relatos de los «orígenes de Jesús», tal como nos los describen Mateo y Lucas, podemos darnos cuenta de que la Buena Noticia de la Salvación comenzó con una colección de encuentros.
• Lo primero antes de cualquier encuentro es ilusionarse, desearlo sinceramente. Prepararse. Si uno acude a regañadientes, forzado, pensando que no le apetece nada verse con… no es nada probable que la cosa resulte bien. El encuentro en sí mismo es UN REGALO. Me encanta la reacción de Isabel ante la visita: ¿Quién soy yo para que me visite…? Se siente halagada y bendecida por aquella mujer que le viene en el nombre del Señor. ¿Quién soy yo para que me visita… o para ir de visita a casa de…? Me duele pensar que no pocos en estos días no tendrán realmente con quién encontrarse.
María estaba más pendiente de lo que pudiera necesitar su prima, que de sí misma. Estupenda actitud para el encuentro verdadero: el otro es lo más importante. Que se sienta a gusto conmigo, que le eche una mano si fuera lo posible. Que se sienta acompañado y comprendido. Tengo que ser portador de alegría, de paz, serenidad, de cercanía, de amor… Y si no me salen espontáneamente de dentro… puedo pedirlos al Señor que va conmigo… En todo caso SIEMPRE HAY algo de bondad en mí y cosas buenas que ofrecer. Esas… son las que tengo que llevar a mano, en el bolsillo.
Llevamos ya varias semanas escuchando esas voces de sirena que nos llaman a preparar «estas fiestas». Y parece también que por todas partes se nos invita y casi se nos «obliga» a la alegría: las luces de colores, los papeles de regalo, los especiales de la prensa con «mil ideas para preparar la Navidad (lugares donde ir, menús que den poco trabajo, regalos para los que no saben qué regalar, moda, juguetes), artículos de broma y los «divertidos» disfraces, las cenas de empresa, las múltiples comidas, las artificiales carcajadas de Papá Noel, los villancicos (cada vez más a menudo en inglés…), la alegría del Gordo… ¡Alegría, alegría!
– En tercer lugar. EL SEÑOR SERÁ REY EN MEDIO DE TI. Él puede tomar posesión de ti. No hay ninguna zona oscura de tu vida, de tu corazón, de tu historia, a donde no pueda llegar Él para salvarte. Allí entra él con toda tu fuerza. Es cuestión de hacer silencio, quitar candados y pestillos, y dejarle que vaya pasando en tu oración, en tu Eucaristía… hasta el centro de tu Castillo Interior, a cada rincón, y acomodándolo todo a su gusto. La alegría de tener siempre contigo al Rey Huésped.


Cuando ya estaba terminando, leo todavía que el Bautista sigue diciendo: que lo escabroso se iguale… Lo escabroso es incómodo, estremece, asusta, dificulta… Puede que haya en mí algo escabroso, desagradable, algo que aleje, que moleste… Y puede que no me dé cuenta, aunque otros lo vean muy claro. Yo no lo sé, y ¡no sé si quiero saberlo! Pero conviene saberlo, aunque duela. Porque a nadie le gusta que le rechacen, resultar incómodo, que otros te vean confundido y tú no te enteres… Siempre resulta más fácil ver lo escabroso en los demás que en uno mismo. Que lo escabroso se iguale: Ser más agradable, amable, suave, coherente, crear puentes, quitar estorbos, acoger, escuchar, atender… Lo que me aleja de los demás… me aleja también de Ti.
– La esperanza abre puertas allí donde la desesperación las cierra. Invita a levantar la cabeza y mirar más arriba, más lejos, más adentro. Y mejor si miramos con otros. La esperanza nos descubre lo que puede hacerse, porque siempre se puede hacer algo, en lugar de lamentarse o protestar por lo que no depende de nosotros. Quejarse, buscar culpables, echar balones fuera, sentirse derrotados… no está en el diccionario de la esperanza.
– Además tengamos en cuenta la advertencia del Evangelio: Tened cuidado, no sea que se emboten vuestros corazones con juergas, borracheras y las inquietudes de la vida. Tened cuidado de todo lo que nos «embote», anestesie, distraiga o evada de la realidad cotidiana: pueden ser las compras sin medida ni discernimiento, pueden ser las nuevas tecnologías, las redes sociales, pueden ser las evasiones de todo tipo (evadirse significa huir): cada cual ponga nombre a las suyas. Y por lo tanto, al revés: prestar atención a las personas. Dice el Papa Francisco: «Demasiadas personas cruzan nuestras existencias mientras están desesperadas (y enumera unos cuantos grupos de éstas). Son rostros e historias que nos interpelan: no podemos permanecer indiferentes, están crucificados y esperan la resurrección. Que la fantasía del Espíritu nos ayude a no dejar nada por hacer para que sus legítimas esperanzas se hagan realidad».
Pero «para la fe cristiana la Verdad no es algo, sino Alguien en quien permanecer; no es algo que poseer, sino Alguien a quien acoger; no es algo que elegir, sino Alguien que ha hecho una elección por nosotros, y que cada uno puede, o no, aceptar. Reconocer la Verdad es expresión y consecuencia de una relación, más que un ejercicio de reflexión» (Santiago García Mourelo).