DOMINGO IV. ADVIENTO. CICLO A

GUARDIANES DE LA ESPERANZA

La esperanza necesita cuidados: es frágil e indefensa. La gente quiere certezas y califica como mentira cualquier esperanza que después no se convierte en realidad. Si a esto, añadimos el creciente agnosticismo, indiferencia y ateísmo que se extienden por la sociedad, el resultado es que la esperanza cristiana y religiosa parece una quimera, un sueño imposible, una esperanza vana. Las lecturas de este domingo nos invitan a no desalentarnos: 1) Pide una señal; 2) La esperanza se cumple: ¡reinará por siempre! 3) Guardianes de la esperanza. 

¡Pide una señal! (Isaías)

Nuestra esperanza necesita señales, signos que, provengan de Dios y nos den seguridad. Eso fue lo que -según la primera lectura- el profeta Isaías le exigió al rey Ajab: 

“Pide una señal al Señor, tu Dios: 
en lo hondo del abismo o en lo alto del cielo”. 

Ajab se resistió diciendo: “no quiero tentar a Dios”. Entonces el profeta le comunicó que Dios mismo iba a ofrecer una señal al pueblo: ¡una joven mujer embarazada, iba a dar a luz y desde la monarquía davídica no debería temer nada. 
No deja de ser llamativo que la esperanza de un pueblo pueda encerrarse en el germen de vida que hay en el seno de una mujer.

La Esperanza se cumple: ¡reinará por siempre! (Evangelio) 

El evangelio de este domingo cuarto de Adviento nos propone ese mismo “signo” de Dios, pero ya realizado en la plenitud de los tiempos: otra joven mujer, embarazada, dará a luz a quien llamarán Emmanuel, Dios presente en medio de su Pueblo.

El “signo” implica ahora al no-padre físico, pero sí legal: a José, el esposo de María. Según la ley (Deut 22,20-21), debería denunciar el embarazo irregular de su esposa, exponerla a pública infamia y al apedreamiento. José se sabía esposo, pero no padre.
Pero… José era “justo” y su justicia lo situó más allá del ámbito legal: le fue revelado por el ángel que en su esposa se estaba realizando la profecía de Isaías, y se estaba cumpliendo la esperanza de Israel. Y José “hizo” lo que el ángel le pidió. Como María dijo él también al ángel que se le apareció en sueños: “hágase en mí, según tu Palabra. José se convirtió en el guardián de la Esperanza del mundo y de María, la causa de nuestra Esperanza.

Guardianes de la Esperanza ante el Dragón (Apocalipsis)

Todo aquello que nos trae esperanza, futuro, salvación, está siempre muy amenazado. 

Lo nuevo está siempre fuera de la norma. La verdadera justicia no consiste en defender lo que siempre se ha hecho, sino en hacer viable, lo que hasta ahora no ha sido. José se convierte en el hombre del Adviento y de la Esperanza. Hace viable lo nuevo, aunque supere todas sus expectativas y sus aparentes derechos.

Sabemos que hoy hay nuevas iniciativas de paz, de justicia, de cuidado de la creación, de defensa de los derechos humanos, de vivencia y transmisión de la fe. Estamos en un mundo en el que muchas mujeres embarazadas nos dicen que Dios da futuro a nuestro planeta y a nuestra humanidad, nuevas generaciones aportan ideas frescas, proyectos no estrenados, impulsos inéditos. Quienes solo se dejan regir por la norma, podrían hacer abortar lo nuevo que puja por ser alumbrado. Serían los nuevos Herodes, los que imposibilitan que la vida salga victoriosa. Tampoco el Dragón apocalíptico quería que naciera el Hijo de la Mujer y estaba dispuesto a devorarlo apenas fuese dado a luz.
La esperanza debe ser cuidada, defendida. José es el Guardián de la Esperanza. De él debemos aprender, cada uno en nuestro ambiente, y desde él en nuestro mundo, a sembrar esperanzas a pesar de los terribles sueños que a veces nos acosan.

José Cristo Rey García Paredes, cmf

DOMINGO III. ADVIENTO. CICLO A

EL CAMINO ACERTADO

Nos podemos confundir en la espera. Podemos emprender el camino desacertado, y situarnos -después- ante la puerta equivocada…. y llegar allá donde no hay nada que esperar. Se nos ofrecen “trayectorias políticas, o incluso religiosas, que no llevan a ninguna parte y a acumular decepción tras decepción.  Las lecturas de este tercer domingo de Adviento nos ofrecen una secuencia interesante: 1) Un horizonte idílico; 2) El camino preparado; 3) Un estilo: la esperanza paciente.

Un horizonte idílico (Isaías)

La liturgia de este tercer domingo de Adviento nos coloca, obstinadamente, ante el horizonte de la esperanza “religiosa”. El profeta Isaías en su capítulo 35 se vuelve más utópico –si cabe- que en otras ocasiones. El texto proclamado es de una belleza cautivadora. Canta la repatriación, la vuelta del destierro, la refundación del Pueblo:

El camino de Dios es el camino que lleva al monte Sión. Se ha abierto en la estepa, en el desierto. Todo en él florece. Se convierte en un camino triunfal, iluminado por la Gloria y la Belleza de Dios.

Es el camino de los rescatados, débiles, ciegos, sordos, cojos. Mudos. Se les anuncia que viene Dios en persona para resarcirlos y salvarlos. Recuperarán la fuerza para caminar, se abrirán sus oídos, se desatará su lengua para cantar,

La alegría será incesante. El gozo permanente será el compañero de todos los rostros. La pena y la aflicción se alejarán.

El camino preparado (Evangelio)

Andrei Rubliov – Juan Bautista

El evangelio de hoy nos habla de la pregunta que los discípulos de Juan Bautista -que se encontraba en la cárcel de Herodes- le formulan a Jesús:

“¿Eres tú el que ha de venir, o tenemos que esperar a otro?”.

Y Jesús, además de reconocer la grandeza de Juan, se remite a los hechos: los ciegos ven, los cojos y paralíticos caminan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan, a los pobres se les anuncia el Evangelio. ¡Se cumple la profecía de Isaías!

Se ha abierto el camino de Dios y en ese camino acontece la transformación. Seguir a Jesús es entrar en el camino de los rescatados, en el camino de la alegría, de las buenas noticias, de la terapia colectiva. Juan preparó el camino, pero él no era el camino.

Un estilo: la esperanza paciente (Santiago)

Han pasado los siglos y la situación de muchísimos seres humanos no cambia. La Iglesia clama en su liturgia eucarística: ¡Maranatha! ¡Ven, Señor Jesús!

Consciente de esto fue Santiago que en su carta nos dice: “Tened paciencia, hermanos, hasta la venida del Señor”. La paciencia es otra forma de esperanza. En ella el sufrimiento se asocia a la espera. Aunque se llegue al límite, la paciencia mantiene alta la esperanza. La paciencia es resistencia esperanzada, hasta la última posibilidad. Luis Mandoki, mexicano y director de cine en Holliwood, dijo lo siguiente:

 “A los pesimistas hay que decirles algo: no se nos olvide que ésta es una película de aventuras con final feliz, y en las películas de aventuras con final feliz al héroe siempre se le complican las cosas, más y más, hasta que triunfa”. 

Luis Mandoki

 Parece que la Venida del Señor se retrasa. Y mientras esto sucede, es fácil que nos lancemos a luchar unos contra otros, y la casa se revuelva. La venida del Señor está cerca. Esta venida se anticipa simbólica y realmente en cada Eucaristía. El Señor nos asegura las promesas idílicas. Nos indica que le sigamos por el Camino y nos invita a ser pacientes en medio de la Esperanza. 

INMACULADA CONCEPCIÓN. ADVIENTO. CICLO A

LA MUJER DEL NUEVO GÉNESIS

Hoy festejamos lo que sucedió en la unión fecunda de Joaquín y Ana: que Dios Padre dio origen a la vida de la Madre de su Hijo y preparó todo su ser para que lo engendrara en el tiempo, en la humanidad. A la concepción inmaculada de Jesús, precedió la concepción inmaculada de su Madre, la “llena de gracia” (kecharitomene). 

La presencia del mal original

Le hemos dado demasiada importancia al “pecado original” y muy poca a la “bendición original”. Dios vio lo que había creado y vio que todo era muy bello. Y “bendijo a Adán y Eva” creados a “su imagen y semejanza”. Esta es la gran bendición original.

Pero, ya en el origen se hizo presente el Mal, el Mal misterioso e inexplicable. Y el mal contaminó a nuestros primeros padres, Adán y Eva y desde ellos ha seguido contaminando a toda la humanidad. “El que esté sin pecado… que tire la primera piedra”, dijo Jesús; “todos hemos pecado”, dijo san Pablo.

  • Somos pecadores porque el Mal tiene una misteriosa influencia sobre cada uno de nosotros: en un momento u otro sucumbimos ante él.
  • Somos pecadores porque nos contagiamos unos a otros y no disponemos de un anti-virus adecuado, que nos vuelva inmunes.
  • “Pecador me concibió mi madre” (Salmo 50); siempre llega el momento en que perdemos la inocencia.
  • Y pecamos porque queremos conocer, dominar, traspasar nuestros límites… ser como Dios… Tenemos una tendencia egolátrica irreprimible. Y se manifiesta de mil formas en la humanidad y en nosotros, a lo largo de la vida. Y luchamos entre nosotros, porque todos queremos “ser más” que el otro.
  • En esta condición existencial, el ser humano rechaza vivir en Alianza con Dios… y se basta a sí mismo.

Un nuevo Génesis en la mujer-María

  • Si Jesús, el Hijo de Dios, fue el comienzo de una nueva Humanidad, de la humanidad auténtica -imagen y semejanza de Dios-, ese comienzo se vio anticipado en el origen de aquella mujer que fue escogida para ser su madre virginal.
  • Y decimos “madre virginal” porque se trataba de una maternidad que excede por doquier cualquier otra maternidad humana: no solo porque aconteció “sin varón” (“No conozco varón”), sino también porque “lo que nació de ella fue Santo… Hijo de Dios”. ¿Qué varón podría colaborar con María para engendrar al Hijo de Dios? Este misterioso acontecimiento fue posible únicamente porque el Espíritu Santo de Dios Padre y del Hijo se apoderó de ella, en su espíritu y en su cuerpo. ¡Así aconteció el “nuevo Génesis” “inmaculado”, “santo”… la nueva humanidad.
  • La “madre virginal” no solo “concibió por obra y gracia del Espíritu Santo”: la Iglesia confiesa que ella misma fue concebida por obra y gracia del Espíritu Santo, también santa, inmaculada. En ella el Espíritu inició una nueva y portentosa fecundidad, un nuevo génesis.
  • Al pronunciar el “fiat”, “la agraciada desde el principio” (kecharitomene) rejuveneció de nuevo a la humanidad y la conectó con la “Gracia original” la gracia de la Creación inmaculada y sin pecado. Tuvo razón Dante al decir que “María es más joven que el pecado”, porque “al principio no fue así”… el pecado no existía.
  • Esa ben­dita concepción de Jesús se vio anticipada, reflejada y preparada en la misma concepción de María. Dios quiso iniciar en la Madre escogida para su Hijo, “un nuevo comienzo para la humanidad”, un misterioso “Hagamos a la Mujer a nuestra imagen y semejanza”.

La Gracia original

Pensemos hoy en la “Gracia original” y en el deseo divino de que venza y sea recuperada. Hay una emocionante oración litúrgica que dice:

“Oh Dios, que amas la inocencia y se la concedes a quien la ha perdido”. 

La fiesta de la Inmaculada nos invita a rejuvenecer, a recuperar la inocencia perdida, a entrar en la nueva humanidad donde Jesús es el nuevo origen y María la primera agraciada. 
Sintámonos hoy “santos e inmaculados en su Presencia”, habitantes del primer Paraíso, un nuevo Adán, una nueva Eva. Sintámonos ya -anticipadamente- ciudadanos de la nueva Jerusalén, del cielo nuevo y la tierra nueva.
La fiesta de la Inmaculada nos invita a rejuvenecer, a recuperar la inocencia perdida, a entrar en la nueva humanidad donde Jesús es el nuevo origen y María la primera agraciada. 

Plegaria

Abbá nuestro, todo surgió bellísimo y bue­no de tus manos creadoras; pero el misterioso Maligno introdujo la deformación y el ser humano se alejó de ti. Hoy nos llamas a celebrar el nuevo origen, la victoria de tu proyecto inicial. Manifiéstanos tu belleza y bondad para que nunca más nos separemos de ti. 

José Cristo Rey García Paredes, cmf

Para contemplar
AVE MARÍA EN HEBREO (Arpa Dei)

domingo II. TIEMPO DE ADVIENTO. CICLO A

UN BAUTISMO DE ESPERANZA

Al excesivo optimismo lo llamamos “poesía”, “alucinación”, o incluso –en un sentido más positivo- utopía. La persona utópica fija su mirada en aquello que todavía no tiene lugar en nuestro mundo. Al excesivo pesimismo lo describimos como decepción, depresión, desesperación: cuando tememos un futuro desgraciado: calentamiento global, conflictos, guerras, olvido de Dios… A veces, no esperamos grandes sorpresas, ni positivas, ni negativas …Esta sensación contrasta con el mensaje que hoy nos transmite la liturgia. 

El bendito día que está por venir (Isaías)

El profeta Isaías se muestra sobremanera esperanzado y optimista en el fragmento del capítulo 11, hoy escogido. Se trata de un poema utópico que canta aquello que sucederá en aquel bendito “día” que está por venir: 

  • surgirá un “un nuevo rebrote” en el tronco o en la raíz de Jesé, un vástago, un descendiente en la casa de David;
  • sobre él se posará “el Espíritu Santo, con sus seis dones” (prudencia, sabiduría, consejo, valentía, ciencia y temor de Dios); 
  •  será un hombre justo y leal, que administrará justicia rectamente, especialmente con los desamparados.
  • Se creará un contexto de armonía y paz en el país, en la naturaleza: “el país estará lleno de la ciencia del Señor, como las aguas colman el mar” y se superarán todas las hostilidades y todo entrará en alianza (lobo y cordero, novillo y león, vaca y oso, león y buey, niño y áspid).

Jesús nos introduce en un mundo diferente (Pablo)

El apóstol Pablo nos dice también que la lectura de las Escrituras, de la Palabra de Dios, nos da tal consuelo y paciencia, que mantienen nuestra esperanza. Pero el gran motivo para seguir esperando en un mundo diferente es Jesús. 

En Jesús se cumple la promesa hecha por Dios a David, de que su reino no tendría fin. Jesús es el descendiente, el vástago de David, sobre quien posa el Espíritu con sus dones.

Jesús es aquel en quien Dios cumple sus promesas y manifiesta su fidelidad no solo hacia el pueblo judío, sino hacia todos los pueblos de la tierra

Juan Bautista invitó al pueblo a soñar (Juan Bautista)

Los sueños son viables cuando la gente comienza a creer en ellos. Quizá nada acontezca de verdad en nuestro mundo, sin nuestro consentimiento. El Dios de la Alianza no va a imponer sus dones, si antes no cuenta con nuestro beneplácito. 

Hay que alimentar los sueños. Hay personas, conscientes de aquello que puede llegar, y que dedican su vida a alimentar sueños. Decía acertadamente Cora Weis que

 “cuando soñamos solos, sólo es un sueño. Pero, cuando soñamos juntos, el sueño se puede convertir en realidad”. 

Juan Bautista fue aquel hombre providencial que invitó a su pueblo a soñar, a salir de su incredulidad y de su depresión. Lo hacía con energía, con convicción, apasionadamente.

Juan pedía a la gente preparar el camino, pues ¡el Señor viene!  Estaba convencido del poder impresionante de Dios y de la inminencia de las soluciones a los problemas que traería consigo: “reunirá el trigo en el granero…. quemará la paja”, os bautizará con Espíritu Santo y fuego.

Juan Bautista anuncia la utopía, pero ya presente, llamando a las puertas. Se aíra ante quienes no creen, no esperan, se oponen… Son los dirigentes espirituales (fariseos), religiosos (sacerdotes) y políticos (saduceos) del pueblo. Los llama “camada de víboras”, gente demasiado acostumbrada al pasado y totalmente cerrada al futuro.

Su padre Zacarías se había opuesto al proyecto de Dios, pero se convirtió a la esperanza. Así ahora, Juan Bautista llama a los opositores para que se conviertan a la esperanza. ¡Las promesas están a punto de realizarse! Pero no se sitúa en el templo de Jerusalén, sino en el desierto. Evocaba de esta manera, la necesidad de refundar al Pueblo, allí donde Dios mismo lo fundó.

Un bautismo de esperanza

La esperanza no nace de la autosugestión. No podemos hacer brotar la esperanza en nuestro espíritu. Necesitamos un bautismo de esperanza; un baño que se derrame sobre todo nuestro cuerpo y lo vitalice, lo regenere. Quien ha recibido el don de la esperanza, ve la realidad de otra manera; no se preocupa tanto; descubre la mano providente de Dios en todo lo que acontece y siempre sabe que la Gracia vencerá

La esperanza llegará a nosotros como un bautismo: al principio de agua, después de fuego y de Espíritu. La esperanza debe ser suplicada. Es fuego de Dios en nuestro corazón. Es luz de Dios en nuestro camino. Es moral de victoria en nuestras luchas. 

En este domingo segundo de Adviento, ¿por qué no disponernos a recibir el bautismo de la esperanza? 

Para contemplar:
“Dime Señor ¿a quién tengo que esperar?” (Mocedades)

DOMINGO I. ADVIENTO. CICLO A

¿HAY QUE ESPERAR A ALGUIEN?

Estamos en vela… a la espera, cuando: esperamos algo, cuando esperamos a alguien, también cuando nos tememos algo; o cuando queremos que no se nos pase un acontecimiento previsible. Vemos esta misma actitud de vigilancia, cuando esperamos a alguien en las puertas de salida de las estaciones de autobuses, o del metro, o de los aeropuertos; o cuando llega la hora de un programa que nos interesa… Así mismo esperamos grandes acontecimientos cuando se anuncian con suficiente antelación.

Quien espera, centra su atención, hace lo posible por no perder la oportunidad que se le brinda. Mantiene dentro de sí una cierta tensión. Y ésta se relaja cuando se produce el encuentro, cuando llega lo esperado.

¿Tememos la llegada de algo terrible?

Hoy podemos hablar de la espera de un ataque bélico cuya preparación no han detectado las fuerzas de seguridad, o de un terremoto que los aparatos de medición sísmica no han logrado registrar, ni anticipar. Son éstos algunos de los rasgos de la “espera”. Sin embargo, muy distinta es la “esperanza”.

Esperanza en alerta: ¡llega el Hijo del Hombre! (Mt 24) 

El problema que hoy nos acucia es cómo alentar y despertar nuestras esperanzas religiosas.

¿Hay en nosotros alguna secreta esperanza de que algo grande, extraordinario, para nosotros y la humanidad pueda acontecer? Jesús quería inculcar en sus discípulos una actitud de esperanza y de alerta ante la imprevisible llegada del Hijo del Hombre: “estad también vosotros preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del Hombre”.En el mismo Evangelio de hoy se identifica la venida del Hijo del Hombre con la llegada de nuestro Señor.En su pedagogía, Jesús utiliza imágenes que sirven para alentar la esperanza y mantener alerta: la llegada imprevista del diluvio en tiempos de Noé, el asalto imprevisible de la casa por un ladrón, cuando es de noche. 

Cuando los sueños, al fin, se hacen realidad (Is 2)

Es ésta una vieja historia. Los profetas de Israel no podían pactar con las situaciones que les tocaba vivir. Denunciaban todo aquello que no respondía al proyecto originario de Dios: las injusticias, las violencias, las exclusiones. Lo vemos en la primera lectura de este domingo. Isaías presenta una visión de Judá y Jerusalén, que nada tenía que ver con la realidad de aquel momento.

Pero le fue dado ver lo que ocurriría al final de los días: “Al final de los días estará firme el monte de la casa del Señor”. Judá y Jerusalén se convertirán en el punto focal de toda la tierra, en el lugar de encuentro, de pacificación, de justicia.

La imagen profético-apocalíptica del Hijo del Hombre –propia del profeta Daniel- va en esa misma dirección, aunque la perspectiva es mucho más universal o mundial. El Hijo del Hombre es el poder alternativo a los poderes maléficos que dirigen la historia de los pueblos.  Es el símbolo del poder humanizador, que actúa en nombre de Dios y hace llegar a la tierra la justicia salvadora de Dios.

¿Por qué esperar al Hijo del Hombre? 

Porque es Él la solución que Dios nos ofrece, cuando los otros intentos de solución fueron insuficientes y fracasaron a causa del predominio del mal. Jesús se autodefinió como “el Hijo del Hombre”. En Él se cumplió la profecía de Daniel. Él se presentó a nosotros como el liberador, el instaurador de la humanidad soñada. Nuestra salvación está más cerca

Futuro y porvenir

Llamamos “futuro” aquello que nosotros programamos, aquello que nosotros podemos generar. En cambio “el porvenir” es imprevisible: no depende de nuestros proyectos; es imprevisible y sorprendente. El nombre cristiano del porvenir es “Adviento”. Los progresistas intentan ser actores o actrices del futuro. Los profetas anuncian y esperan el porvenir, el adviento. Todo adviento despierta nuestra fe, nuestra esperanza. 

Cristo nace cada día

Jesús fue y sigue siendo el gran protagonista del Adviento. El primer adviento preparó su encarnación y nacimiento en Belén. El segundo adviento acontece en la medida en que se hace presente en nuestro mundo a cada generación humana, a cada persona que lo acoge. “Cristo nace cada día”, decía una bella canción y nos envía su Espíritu y en su Espíritu Él nos comunica su Palabra y su Vida. Quien cree en Jesús sabe que está salvado. Quien descubre el mundo en manos de Jesús, sabe que este mundo no solo transmite malas noticias, sino que está abierto a la gran noticia de la salvación. 

No estamos dejados de la mano de Dios

Nuestro mundo no está dejado de las manos de Dios. El Dios de la Alianza está en medio de nosotros. Nos pide que no temamos. El día se echa encima. El Señor viene una vez más.

El tiempo de Adviento es pedagogía de esperanza. Comenzamos “nuestro año” sonriendo, esperando más allá de cualquier expectativa. Por eso, queremos vivir en pleno día. Conscientes de que tenemos a nuestro alcance aquello que nos hace despreocuparnos del futuro y construir gozosamente nuestro presente. Como decía nuestra Rosalía de Castro:

“Es feliz el que soñando, muere. Desgraciado el que muera sin soñar”.

Rosalía de Castro

Homilía Domingo 1 de Adviento

Video-canción “Cristo nace cada día”: 

DOMINGO II ADVIENTO. UNA PALABRA DE CONSUELO

UNA PALABRA DE CONSUELO

Isaías es un profeta que vale para todos los tiempos. Su palabra no era simplemente el fruto de un rato de reflexión, sino la expresión viva de su profunda experiencia de Dios. Procuraba mirar la realidad de su tiempo, a la que estaba muy atento, con los ojos y el corazón de Dios. El profeta sabe que la historia es siempre «historia de salvación». Cuando él escribe, su pueblo está bastante perdido, desilusionado, desesperanzado, desconcertado, desanimado, – y todos los «des» que queramos añadir- por la situación política, económica y personal de todos ellos, pues se encuentran «desterrados», no tienen «tierra» bajo sus pies donde sostenerse, donde levantar sus vidas. Están de prestado, exiliados, dispersos, inseguros. La gris niebla envuelve su presente, y les impide ver su futuro. No hay futuro. 

Por su parte, los jefes del pueblo no están a la altura, preocupados -como tantas veces- por sus mezquinos intereses, y dominados por el miedo y la resignación. O «adaptados» a las circunstancias, procurando que les vaya lo mejor posible.

No es una situación muy diferente de la nuestra. No es necesario indicar los rasgos de lo que todos estamos viviendo en estos tiempos difíciles: Desánimo, soledad, tristeza, ira, miedo, desencanto… 

Pues en aquellos tiempos de Isaías -y cada vez que se repiten circunstancias semejantes- Dios tiene una palabra que decir a través de los que tienen un corazón «bien lleno de Dios». Suele servirse de oráculos, de portavoces, de mediadores… para hacerse presente. En este caso Dios lanza un deseo, una petición, casi una orden a quienes puedan y quieran escucharle: «Consolad a mi pueblo y habladle al corazón«.

Consolar significa estar con el que se siente solo, con el que sufre, con el que se encuentra en dificultades y aliviar su carga, calmar la inquietud, fortalecer su fragilidad, suavizar la angustia… de modo que pueda vivir más sosegadamente, más esperanzadamente, con más confianza. El consuelo no elimina el dolor, y tampoco lo «relativiza» (al menos no siempre) pero sí ensancha la esperanza y fortalece el coraje para afrontarlo.

En el Evangelio de hoy escuchamos: «Voz del que clama en el desierto: preparad el camino del Señor». Desierto es una palabra inquietante en nuestros días. Casi el 33% de la superficie terrestre está ocupada por desierto. Y la proporción va en vertiginoso aumento. Leo, por ejemplo, que el ritmo de deforestación en Brasil ha aumentado a unos 4.430 campos de fútbol por día y que entre agosto de 2019 y julio de 2020, 11.088 kilómetros cuadrados de selva haya sido talados en la región. Cada año cientos de miles de hectáreas de terreno cultivable se convierten en desierto. Y millones de personas, se han visto obligadas a dejar atrás sus tierras, por el desierto que avanza.

Pero existe otro desierto: no fuera, sino en medio de nosotros; no en zonas remotas del planeta, sino dentro de nuestras propios ciudades: Es el «secarral» de las relaciones humanas, la soledad, la indiferencia, el aislamiento, el anonimato. El desierto es ese lugar donde si gritas nadie te oye, si yaces en tierra acabado nadie se te acerca, si una feroz bestia te asalta nadie te defiende, si experimentas un gran gozo o una gran pena no tienes con quien compartirla. ¿Y no es esto lo que ocurre en muchas en nuestras ciudades? Nuestro agitarnos yendo y viniendo y quejándonos, ¿no es también un gritar en el desierto?

Y también hay un desierto, quizá más peligroso: el que cada uno de nosotros lleva dentro.  Justamente el corazón puede transformarse en un desierto: árido, apagado, sin afectos, sin esperanza, infecundo. ¿Por qué muchos no logran despegarse del trabajo, apagar el móvil, la radio, la tele, el WhatsApp, los auriculares…? Tienen miedo de reconocerse en ese desierto. La naturaleza,  dicen, tiene «horror del vacío», y también el hombre rehuye el vacío. Si nos examinamos honestamente, veremos cuántas cosas hacemos para evitar encontrarnos  solos, cara a cara con nosotros mismos y frente a la realidad. Cuanto más crecen los medios de comunicación y las redes sociales, más disminuye la verdadera comunicación. Tenemos la sensación de que este mundo es como un desierto sin sendas. Donde los gritos de auxilio no son acogidos, no obtienen respuesta tapados por nuestros ruidos, y engañados por los espejismos y oasis que nos ayudan a olvidarnos de todo…

Ante esa situación de desolación del pueblo de Israel, Dios toma partido de una vez para siempre. Se coloca al frente del rebaño como un pastor amoroso. Pero no se queda en simples palabras: su consuelo va acompañado de acciones. El texto nos lo describe muy bien: los montes se abajan, los valles se levantan y Dios mismo se pone al frente. Las acciones orientan y abren caminos. El consuelo nos habla al oído en el presente y nos infunde una esperanza que nos hace encarar el futuro desde la seguridad y la confianza de saber que no nos encontramos solos en medio del “desierto” de nuestros miedos y dudas.

El apóstol Pedro nos dice que los cristianos «ESPERAMOS UN CIELO NUEVO Y UNA TIERRA NUEVA DONDE HABITE LA JUSTICIA«. Pero ¿es un sueño al estilo Walt Disney? Pues no: ese sueño tiene mucho que ver con las palabras de Juan Bautista: «PREPARADLE EL CAMINO AL SEÑOR, ALLANAD SUS SENDEROS«. 

El cristiano es un eterno inconformista, y está convencido de que hay muchos obstáculos que remover. Su esperanza no es una ilusión evasiva de la realidad, ya que somos seguidores de Alguien que se dejó el pellejo en la cruz por luchar a favor de ese Mundo Nuevo. Y además contamos con la fuerza y el discernimiento del Espíritu. Cuando escuchamos hoy: «AQUÍ ESTÁ VUESTRO DIOS«, es la señal de salida para ponernos manos a la obra, empezando por nosotros mismos. Dios sale al encuentro de quien se pone a remover obstáculos: siempre podemos tender puentes a aquellos que se han alejado de nosotros por tener opiniones o criterios distintos; siempre podemos revisar nuestro consumismo desenfrenado; siempre podemos poner más ternura en las relaciones humanas; siempre podemos buscar espacios de silencio y oración para dejar que Dios nos hable al corazón y nos ayude a encontrar sendas en cualquiera de nuestros desiertos; siempre podemos ayudar a alguien a ser más feliz, a sufrir menos… y podemos porque Cristo pudo, y ser discípulo suyo es creernos que ese mundo nuevo es posible, y la lucha por él es la que da sentido a nuestro caminar. La única batalla que se pierde es aquella en la que dejamos de luchar. Nunca rendirnos ni conformarnos ni acostumbrarnos. Nunca renunciar a seguirlo intentando. Nunca perder nuestra dignidad humana y nuestra confianza en nosotros mismos y en Dios: Él es la fuerza de nuestra fuerza.

Este segundo domingo de Adviento quiere consolarnos, sacarnos de nuestra desesperanza y modorra,  de modo que no nos venzan las cosas malas que nos envuelven, para no dejar que nada ni nadie nos quite la paz del corazón y nuestros deseos de ser mejores y hacer un mundo siquiera un poquito mejor. Para eso vino Dios a la tierra, y sigue viniendo y no se cansa de venir. Hasta que todo esto sea realmente UN CIELO NUEVO  Y UNA TIERRA NUEVA donde habite la justicia. Y la paz. Y la fraternidad.

DOMINGO I ADVIENTO. PERO TÚ, SEÑOR, ERES NUESTRO PADRE

 PERO TÚ, SEÑOR, ERES NUESTRO PADRE

La primera lectura del profeta puede servirnos para describir nuestra actual situación de crisis y pecado. Andamos extraviados de los caminos de Dios:

 § Somos «duros de corazón hasta dejar de temerte«. Un corazón duro es el que no procura comprender lo que ocurre, que se enfrenta a la realidad desde sus ideas fijas, de su absoluta seguridad de que tiene la verdad y los que no están de acuerdo son enemigos. Un corazón duro es el que se «enroca», se encierra en sí mismo para que nada ni nadie le hiera. Un corazón duro no se inmuta ante los que se amontonan incontables en un puerto de nuestras Islas, ante los que se hunden en el mar queriendo alcanzar nuestras costas, ante un personal sanitario desbordado por no recibir los apoyos necesarios, ante los que tienen que quedarse en casa solos por miedo o incapacidad física, o ante el abuso y maltrato de mujeres y niños… Muchos tse quejan también hoy de que ya no tenemos temor (= respeto, reverencia a Dios). Tememos a la pobreza, a la falta de trabajo, a que quiebre nuestra empresa, al contagio de este maldito virus, a no recibir a tiempo una vacuna, a la soledad, a la falta de prestigio, a la crisis económica, a la muerte… Pero ¿quién teme a Dios? Dios se nos ha quedado muy lejos, parece que le da lo mismo lo que estamos pasando por aquí abajo, por muchos rezos y liturgias que se le dirijan. ¿Existirá un Dios? Y si existe, ¿para qué tenerlo en cuenta, si permanece tan callado? Y si, cuando nos hablan de Dios, nos invitan a la solidaridad, al cambio de estilo de vida, a la austeridad, al respeto por esta maltrecha naturaleza que favorece las plagas… Nuestra dureza de corazón hace que le ignoremos, que no le temamos en absoluto.

§ El miedo, la ira y el fracaso se extienden. Para muchos esto no tiene arreglo, no es posible la salvación. O si acaso «sálvese quien pueda». ¿Quién podrá frenar la concentración de recursos económicos y el enriquecimiento de unos pocos a costa del sufrimiento de muchos? ¿Cómo alcanzaremos la paz si sigue aumentando el comercio de armas? ¿Quién nivelará los enormes desajustes y desigualdades del mundo y en cada país? ¿Quién nos salvará de estos políticos que se empeñan en imponer sus ideologías a toda costa, y ganar adeptos/votantes, mientras la oposición se dedica al ataque, al desgaste, al «frentismo»… en vez de sentarse juntos y buscar soluciones para los problemas reales y urgentes que nos afectan?

§ «Nuestra justicia está como un paño manchado, como follaje marchito«. Sí, nuestra justicia corrompida y manchada. Todo se politiza, se judicializa. Los altos tribunales dependen en buena medida de los jueces que nombran los políticos y de las filias y fobias que cada cual tenga. O los interminables retrasos en los procesos, o leyes que favorcen sobre todo a los de siempre… Y las presiones y chantajes, y el enchufismo, y los fondos reservados.. en quienes debieran darnos ejemplo de honradez, de objetividad… En unos países peor que en otros… pero en general muy manchada.

§ «Nadie invoca tu nombre, ni se esfuerza por aferrarse a ti». Parece comprensible que nos agarremos a otras muchas cosas, para al menos distraernos de tal panorama: a nuestras compras (preblack friday, black, cibermonday, lotería, Navidad, Reyes, rebajas…), nuestras series favoritas, los culebrones de los famosillos, los realitys y concursos televisivos… Nos aferramos como podemos a nuestros amigos y familiares… Pero ¿quién se esfuerza por «agarrarse» a Dios y preguntarse por su voluntad? ¿Por intentar colaborar con él, que anda empeñado en contar con nosotros para sacar este mundo hacia delante?

Lo que Isaías propone para su tiempo (tan similar al nuestro) nos pueden servir de mucho:

        • La más pesimista de las situaciones puede convertirse, desde la fe,  en una llamada a la esperanza, a la resistencia y a la conversión/cambio de lo que no nos sirve. La desesperanza, el pesimismo y el desánimo son ausencia de Dios. Porque consideran que está todo exclusivamente en nuestras manos y no habrá salida. Pero Isaías nos recuerda que Dios siempre es fiel, y que está presente en toda circunstancia. Nos lo ha dicho también San Pablo: «Dios es fiel y nos sigue llamando a participar en la vida de su Hijo«. Aunque acechen el pecado, los fallos, los fracasos, el desánimo, la desesperanza, la tristeza… Dios es nuestro Padre. Por grandes que sean nuestras equivocaciones, por mucho que nos hayamos alejado de Él, Dios no deja de ser lo que es: nuestro PADRE. No podemos dejar de ser ARCILLA DE DIOS, Y ÉL NUESTRO ALFARERO. Y él nos quiere seguir remodelando. Nos toca a nosotros, sí, cambiar todo lo que vemos que no ha funcionado (aunque tampoco funcionaba mucho antes, pero ahora se ha hecho todo más evidente). Por eso es posible la esperanza. La esperanza no consiste en que encontremos una vacuna (que será estupendo, claro), sino en cambiar, mejorar, responder mejor a su voluntad de Padre y en el mundo que él ha soñado para todos.

•  PERO ES PRECISO VELAR

Porque Dios es «Enmanuel» y está continuamente viniendo a nosotros. Vino ayer, VIENE HOY y vendrá mañana (este es el sentido del Adviento). No estamos abandonados en nuestro mundo gris. En cualquier momento, llama a nuestra puerta. Pero si estamos dormidos, no lo escucharemos; si salimos huyendo, si andamos en otras cosas (desquiciados, deshumanizados, ideologizados, descontrolados, polarizados…), no podrá encontrarnos. Sólo quien está en vela, puede descubrirle. 

Pero ¿qué es estar en vela? Isaías nos lo ha aclarado: «Sales al encuentro de los que practican la justicia«. Está en vela quien practica la justicia (Parábola del Juicio Final del pasado domingo). Y quien no lo hace, está dormido, no se encuentra con el Dios que salva. Dormido, soñará con otros «dioses», esos que consuelan aletargando, ayudándonos a huir de la realidad y de nuestras responsabilidades. Pero nos ha recordado San Pablo: «habéis sido enriquecidos en todo… de modo que no carecéis de ningún don gratuito…». (Parábola de los Talentos). Así que tenemos mucho que hacer con la ayuda de Dios. «Dios es nuestro Padre, tu nombre de siempre es Redentor«, es decir, rescatador de esclavos y cautivos, de pozos, de prisiones, de laberintos…. El creyente es aquel que, apoyado en Dios, es capaz de vivir, resistir y salir de las mayores dificultades con esperanza.

• Y ES PRECISO ORAR

También se queda dormido quien se olvida de la oración. Pero no cualquier oración. La oración que Jesús nos enseña se llama «buscar la voluntad de Dios para nuestra vida». Ir dejando que la Palabra de Dios cale, como la lluvia que rasga el cielo y cae sobre la tierra, haciendo fecundo nuestro corazón reseco, nuestra vida estéril, nuestro mundo desesperanzado. Es la oración que nos ayudará a ver el mundo con los ojos de Dios, para ir poniendo ternura, misericordia, comprensión, alegría, esperanza, solidaridad, justicia, paz allá donde no los haya.  Es la oración que seguirá dando valentía a tantos cooperantes y comprometidos con los Derechos de los más desfavorecidos de la tierra, hasta el punto de jugarnos incluso la vida; es la oración que hará surgir corazones generosos que quieran poner toda su vida al servicio del Evangelio del Señor; es la oración que nos ayudará a poner una palabra distinta en el mundo frío y competitivo y anónimo del trabajo; una oración que nos impedirá dejarnos arrastrar por la fiebre de comprar y comprar que se nos viene encima. Por cierto que «la Navidad» no necesita que nadie la salve. Necesitamos «salvarla» los que nos sabemos creyentes y celebramos la continua presencia de Dios en nuestras vidas. Porque Dios sigue rasgando el cielo y bajando a nuestro suelo. Aunque estemos confinados o en cuarentena, o en la cama. Él viene, viene siempre. Y es la oración que permita a nuestro Alfarero irnos modelando como sólo Él sabe hacerlo, como hizo con la Sierva del Señor y con tantos otros y otras.

No podemos ser catastrofistas, ni recluimos en nuestras pequeñas cosas, porque nada se puede cambiar. El mundo está sediento de esperanzas, quizás más que nunca. Pero la esperanza no depende de nuestras manos, nuestros deseos, logros o proyectos. La esperanza auténtica sólo nos viene de quien nos mantendrá firmes hasta el final, de modo que nadie pueda acusarnos en el tribunal de Jesucristo, de que vivimos dormidos, aletargados, descomprometidos de este mundo que Dios tanto ama. Tanto… que rasgó el cielo y bajó… y no dejará de bajar cada día.