El mensaje de este domingo nos habla de la confianza. Bien sabemos lo importante que es ser personas confiadas y confiables. A ello se refieren las tres lecturas que acaban de ser proclamadas: del profeta Jeremías, de san Pablo y del evangelio de san Lucas.
Dividiré esta homilía en tres partes:
La confianza y sus peligros
La esperanza en la resurrección
Las bienaventuranzas de Jesús
La confianza y sus peligros
La fascinación por el poder político, económico, cultural o incluso religioso puede llevar a un cierto “ateísmo práctico” que nos aleja de poner nuestra confianza en Dios
Depositar todo nuestro amor y esperanza en otra persona (amigo, familiar, pareja) puede llevarnos a la mayor desilusión, al mayor sufrimiento
El profeta Jeremías, en la primera lectura, nos advierte contra la confianza en las fuerzas humanas desligadas de Dios: esto conduce a la aridez y al vacío existencial. Y así comienza su texto: “Maldito quien confía en el hombre”.
La verdadera confianza, según las lecturas, debe estar puesta en Dios, quien es la fuente de fuerza, verdad y amor. “Bendito quien confía en el Señor y pone en Él toda su confianza”. Hay tantas personas que vienen al templo para orar, suplicar… para depositar en Dios, en Jesús, en María toda su confianza.
La esperanza en la resurrección
En la segunda lectura nos habla san Pablo de una confianza tal, que supera los límites de nuestra vida. Se trata de la confianza de ser resucitados por Jesús y reconocer que nuestra vida no se acaba, ¡se transforma! La idea del “mundo de la Resurrección” puede ser difícil de concebir, pero se basa en la fe en un amor eterno e inquebrantable que vence a la muerte.
Las bienaventuranzas de Jesús
El evangelista san Lucas nos presenta -en el Evangelio- una versión reducida de las bienaventuranzas de Jesús: Bienaventurados los pobres, los hambrientos, los afligidos y los perseguidos. A todos ellos Jesús les asegura que el sufrimiento que padecerán no es definitivo.
Las palabras de Jesús son transformadoras, llamando a la esperanza activa en el Reino de Dios presente y futuro.
Por el contrario, se lamenta por los ricos y saciados, cuyo bienestar temporal los aleja de la verdadera confianza en Dios.
Conclusión
La liturgia de este domingo nos exhorta a vivir una fe confiada y alegre, centrada en Dios y su Reino. La confianza excesiva en el poder o en el dinero nos llevará al fracaso y a la decepción. La fe en nuestro Dios, en cambio, nos asegura la vida y el destino… porque “el Señor protege el camino de los justos… pero el camino de los impíos acaba mal”.
Somos más importantes de lo que creemos. Cada uno de nosotros puede y debe escuchar la llamada de Dios, como centro de su vida. Sin vocación nuestra vida está des-centrada. Y sin no respondemos a nuestra vocación, nuestra vida será un fracaso. Las lecturas de este domingo quinto del tiempo ordinario nos invitan a reflexionar sobre ello
Dividiré esta homilía en tres partes:
El encuentro transformador con el Misterio
La necesidad de un cristianismo vocacional
La obediencia nos lleva a nuestra auténtica identidad
El encuentro transformador con el Misterio
La vocación auténtica es mucho más que una simple inclinación personal. Es un encuentro profundo y transformador con el Misterio divino. Lo hemos escuchado en la primera lectura del profeta Isaías.
Cuando Dios nos llama, nuestros ojos se abren, nuestros pasos encuentran dirección y nos sentimos envueltos en Su santidad. Este encuentro produce un “pasmo” – una mezcla de asombro, indignidad y alegría inmensa. Así le ocurrió al profeta que respondió a Dios con estas palabras: “Aquí estoy, envíame”
La necesidad de un cristianismo vocacional
En nuestro mundo actual, necesitamos más que nunca un “cristianismo vocacional”. Ser cristiano por vocación implica vivir desde la gratitud permanente, reconociendo nuestra indignidad y el inmenso privilegio de ser llamados por Dios. Este tipo de cristianismo nos aleja de la arrogancia y nos acerca a la humildad y al servicio.
La vocación profética, como la de Isaías o Pablo, demuestra cómo Dios interviene directamente en la historia humana. Estos llamados nos revelan la grandeza y el dramatismo de la vocación, donde Dios transforma a personas imperfectas en sus instrumentos.
Fijáos como en la segunda lectura de la primera carta a los Corintios san Pablo se atreve a decir: “Yo soy el menor de los apóstoles; no soy digno de ser llamado apóstol… e incluso se compara con un aborto. Su vocación consistió en un encuentro con Jesucristo resucitado
También a nosotros Jesús se nos manifiesta en la normalidad de la vida diaria o en momentos extraordinarios. Este encuentro no es casualidad, sino parte del plan divino.
La obediencia nos lleva a nuestra auténtica identidad
En el evangelio se nos narra la historia de la pesca milagrosa. En ella se demuestra la importancia de obedecer a la Palabra de Dios que nos llama e interpela. Gracias a su obediencia, Pedro contempló el milagro y se convirtió en “pescador de hombres”. Así le dijo a Jesús: “Maestro, hemos estado toda la noche bregando y no hemos recogido nada… Pero, por tu palabra echaré las redes. La obediencia a la palabra que nos llama nos llevará a nuestra verdadera identidad.
Conclusión
Estemos atentos a las llamadas de Dios en nuestras vidas. No solo una vez… muchas veces resonará su voz. No temamos sentirnos indignos. Es precisamente en nuestra debilidad donde Dios manifiesta su fuerza. Recordemos las palabras de María: “Haced lo que Él os diga”. En la obediencia a Jesús y en la docilidad al Espíritu Santo encontraremos la belleza y la energía de nuestra vocación.
Este domingo 4 del año litúrgico coincide con la fiesta de la Presentación de Jesús en el templo. Se trata de una fiesta importante, pero también muy sorprendente.
Dividiré esta homilía en cuatro partes:
El Mesías visita el Templo: sueño profético
Vino al Templo… y los suyos no lo recibieron.
Aquel Niño era el Sumo Sacerdote.
Y nosotros… ¿con quién nos identificamos?
El Mesías visita el templo: sueño profético
Al profeta Malaquías le fue concedida la visión: aquel día entrará el Señor, el Mesías, en su templo. Y lo hará como mensajero de la alianza. Esta entrada del Señor traerá consigo purificación y juicio, simbolizados por el fuego del fundidor que refina metales preciosos. Esto quiere decir que analizará y examinará la fidelidad del pueblo a la Alianza que Dios estableció con el pueblo de Israel en el Sinaí. En el tema de nuestra Alianza con Dios no podemos andar con medias tintas: o eres fiel o eres infiel.
El profeta Malaquías tuvo la visión de que el Señor, el Mesías, entraría en su templo como mensajero de la alianza, trayendo purificación y juicio. Esta entrada simboliza la refinación y el examen de la fidelidad del pueblo a la Alianza de Dios con Israel. En nuestra Alianza con Dios, no podemos ser mediocres: o somos fieles o infieles.
El salmo 23 nos ratifica que quien entra en el templo es el “Rey de la gloria”, el Señor fuerte y poderoso.
Vino al Templo… y los suyos no lo recibieron
Los sumos sacerdotes del templo le habían transmitido a lo magos dónde el Mesías tenía que nacer: ¡en Belén de Juda!, pues así estaba escrito. También estaba escrito qué ocurriría al entrar el Mesías en el templo -como hemos visto en la lectura del profeta Malaquías. En esta ocasión los sacerdotes no advirtieron nada, no acogieron como se merecía al Mesías-Niño. Los trataron como a una familia de pobres, que ofrecieron lo mínimo establecido.
Hubo, sin embargo, dos personas que, movidas por el Espíritu intuyeron y reconocieron el misterio que aquella pareja María y José, y aquel Niño encerraban: el laico Simeón y Ana, la anciana servidora del Templo. Simeón reconoció quién era Jesús y quién era su madre y profetizó el destino del niño y lo que le sucedería a la madre. Ana -absorta- alabó a Dios.
Aquel Niño… era el Sumo Sacerdote
La segunda lectura nos permite penetrar más en el misterio. Está tomada de la carta a los Hebreos. Nos presenta a Jesús, no ya entrando en el Templo, sino entrando en este mundo para cumplir la voluntad de Dios Padre. Más todavía: nos presenta a Jesús como el auténtico Sumo Sacerdote, misericordioso y semejante en todo a nosotros -ya desde su entrada en nuestro mundo- como el auténtico Sumo Sacerdote, misericordioso, que entiende nuestras debilidades y nos acompaña en nuestras luchas.
Y esta es la identidad de aquel que llegó al templo y no fue acogido por los sacerdotes: “Vino a los suyos y los suyos no lo recibieron”.
Conclusión: Y ¿nosotros? ¿Con quién nos identificamos?
Hoy en día, se puede estar en el Templo donde Jesús es central y permanecer distraído o ausente, sin recibirlo. Sin embargo, también hay quienes, como Simeón y Ana, lo reciben plenamente y comprenden quién es el centro del Templo y de la Iglesia. Jesús, en su papel de Sumo Sacerdote misericordioso, comprende nuestras debilidades y nos acompaña en nuestras luchas.
Nos puede parecer insensato decir a nuestros contemporáneos que hay un libro escrito por Dios, por el Espíritu de Dios. Nos puede parecer una fantasía apocalíptica afirmar que ese libro está cerrado con siete sellos y sólo una persona tiene la clave para abrirlo: y ese es Jesús. Sin embargo, ¡esa es nuestra fe! Ese libro es la Biblia, la Sagrada Escritura. De ella nos habla la liturgia de este domingo.
Dividiré esta homilía en tres partes:
Esdras, el lector del Libro
Jesús, lector e intérprete de Isaías
¿Y nosotros? El cuerpo extendido de Cristo
Esdras, el lector del Libro
Nehemías era un judío desterrado. Tenía un cargo de responsabilidad: copero del rey; vigilaba para que el rey no pudiera ser envenenado. El rey le permitió volver a su Tierra y le concedió todo lo necesario para reconstruir las murallas de Jerusalén.
Esdras, el escriba, leyó ante todo el pueblo el libro de la Ley. Quienes habían pasado 70 años en el destierro apenas conocían la lengua del hebreo antiguo. Esdras leía la ley, la comentaba y traducía al dialecto caldeo… Y no solamente el idioma, el pueblo no conocía ya los ritos y ceremonias de su religión; fue necesario restaurar la fiesta de los tabernáculos. “Esdras bendijo al Señor, Dios grandes y todo el pueblo respondió con las manos levantadas: “Amén, Amén”. Luego se inclinaron y adoraron al Señor, rostro en tierra”. “Todo el pueblo lloraba al escuchar la Palabra de la ley.
El salmo 18 lo canta así: “La ley del Señor es perfecta… es descanso del alma”.
Jesús lector e intérprete de Isaías
Jesús dijo que ese texto hablaba de él. Si el pueblo reaccionó muy bien ante Esdras, sin embargo, ante Jesús no fue así: lo expulsaron y hasta quisieron despeñarlo. El pueblo se portó muy bien con Esdras. Los conciudadanos de Nazaret… muy mal con Jesús.
El evangelio nos presenta una escena parecida, pero mucho más sublime. Ocurre en Nazaret. Jesús era ya famoso: enseñaba en las sinagogas y todos lo alababan. En Nazaret, ante su pueblo Jesús leyó e interpretó el rollo del profeta Isaías: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque Él me ha ungido, me ha enviado a evangelizar a los pobres….”.
¿Y nosotros? ¡El cuerpo extendido de Cristo!
La segunda lectura tomada de 1 Corintios, capítulo 12, nos dice que Jesús no es para nosotros un extraño. Nosotros, los bautizados, somos parte del Cuerpo de Jesús. Jesús desea extender su cuerpo y hacer de cada uno de nosotros uno de sus miembros. ¡Somos el Cuerpo de Cristo! La comunidad cristiana es un Jesús extendido en el espacio y en el tiempo. ¿Somos conscientes de este tesoro que llevamos en vasijas de barro? Comulgamos para que a través de nosotros fluya la sangre de Jesús, para que nos sintamos miembros vivos de su cuerpo. Por eso exclamamos con el salmo 18: “Señor, roca mía, Redentor mío”.
Conclusión
Santa Teresa del Niño Jesús se preguntaba: ¿qué parte del cuerpo de Cristo soy yo? Ella se identificó con “el corazón”. Cada uno de nosotros ¡somos también miembros del Cuerpo! Alimentémonos con la Palabra de Dios, del antiguo y del nuevo Testamento. En cada eucaristía está la mesa de la Palabra y la Mesa del Cuerpo. Participemos en las dos, como el Pueblo de Israel al escuchar a Esdras o como Jesús leyendo a Isaías, y como la comunidad cristiana comulgando el Cuerpo de Cristo.
En este último domingo del año litúrgico, la Iglesia nos invita a contemplar y adorar a Jesús como REY DEL UNIVERSO. Este día es una oportunidad para considerar su poder ilimitado y su influencia decisiva en la historia del mundo.
Dividiré esta homilía en cinco partes:
“Me ha sido dado todo el poder”
El poder imperial y el poder de Dios
La identidad del Hijo del Hombre
El poder de nuestro guardaespaldas
La llamada a ser Pueblo de Reyes
“Me ha sido dado todo el poder”
Jesús, poco antes de su ascensión, proclamó: “Me ha sido dado todo el poder en el cielo y en la tierra” (Mateo 28:18). Estas palabras son profundas y asombrosas; un ser humano como nosotros afirma que Dios le ha concedido todo el poder. Este poder no es simbólico ni espiritual en un sentido platónico; es un poder real que abarca toda la creación. El profeta Daniel, en su visión, describe a uno “como un hijo de hombre” que se acerca al Anciano de Días y recibe dominio, gloria y reino, para que todos los pueblos le sirvan (Daniel 7:13-14). Este dominio es eterno y no será destruido.
El Poder Imperial y el Poder de Dios
En contraste con el poder de Jesús, encontramos a Pilato, quien representa un poder imperialista que impone violencia y controla vidas. Pilato tiene la capacidad de decidir sobre la vida o muerte de muchos, pero su poder es efímero y destructivo. En cambio, Jesús posee el poder de la vida, la luz y la verdad. Aunque su apariencia es humilde, su autoridad proviene de Dios mismo. La confrontación entre Pilato y Jesús revela dos tipos de poder: uno que se basa en la opresión y otro que se fundamenta en el amor y la dignidad humana.
La Identidad del Hijo del Hombre
La imagen del “Hijo del Hombre” es central en las escrituras. En Daniel 7:13-14 se le otorga autoridad universal tras una serie de reinados opresores. Jesús adopta esta imagen para identificarse ante nosotros, mostrando que su reino no es como los reinos terrenales. Él es el rey que no busca el poder para dominar, sino para servir y liberar. Su reinado es uno de justicia, amor y paz.
El Poder de Nuestro Guardaespaldas
No debemos demonizar el poder; más bien, debemos discernir qué tipo de poder estamos dispuestos a servir. Jesús resucitado es nuestro rey invisible pero real, quien guía a la humanidad hacia la plenitud. En medio de nuestras inseguridades, Él es nuestro pastor que nos lleva hacia aguas tranquilas (Salmo 23). Cuando proclamamos el poder de nuestro Señor Resucitado, descubrimos cómo ese poder fluye a través de nosotros.
La Llamada a Ser Pueblo de Reyes
La invitación es a reconocer que al seguir a Jesús y entregarnos a su poder, nos convertimos en parte del “pueblo de reyes”. Jesús promete estar siempre con nosotros: “Estaré con vosotros todos los días” (Mateo 28:20). Nos llama a vivir en su luz y a actuar como sus representantes en el mundo.
Conclusión
En esta solemnidad, celebremos que Jesucristo es Rey del Universo. Su reino es una realidad presente que transforma nuestras vidas y nos invita a soñar con un futuro lleno de esperanza.
Al reconocer su autoridad sobre nuestras vidas, nos unimos al anuncio del Apocalipsis: “Yo soy el Alfa y la Omega… el que es, el que era y el que ha de venir” (Apocalipsis 1:8). Al soñar lo imposible con Él, llegamos a lo imprevisible. Este texto ha sido ampliado e integrado con referencias bíblicas para ofrecer una comprensión más rica del poder de Jesús como Rey del Universo. Si necesitas más ajustes o información adicional, estaré encantado de ayudarte.
FINAL DEL AÑO LITÚRGICO
Palabras de Alianza nos han ido acompañando a lo largo de este año litúrgico. Son Palabras aglutinantes, recreadoras, llenas de un simbolismo unificador.
Espero que al concluir este año litúrgico quienes hemos seguido el camino, dirigidos por las Palabras de la Alianza, veamos más clara la meta, disfrutemos del sentido, descubramos desde otra perspectiva el mundo que se nos ofrece.
Merece la pena entrar en esta Escuela de la Alianza, porque en ella encontramos:
Purificación: nos descubrimos manchados con las idolatrías que dominan nuestro mundo y nos vamos poco a poco sintiendo seducidos y seducidas por el verdadero Dios, el Abbá liberador, el Dios de las entrañables alianzas
Iluminación: la Alianza es la visión del conjunto, el todo en todo su esplendor; nos abre a la luz de todas las luces, a la conexión de todas las conexiones. La Alianza es la clave para salir de las tinieblas que nos relegan al individualismo.
Unión: la Alianza es un dinamismo que todo lo une, todo lo conecta, que genera la Totalidad, que solo ella es sagrada.
No son estas palabras vacías que se lleva el viento. La liturgia está llena de la Palabra de la Alianza. Espero haber contribuido un poco a percibir la realidad desde otra perspectiva tras escuchar y meditar las palabras de la Alianza.
FINAL DEL AÑO LITÚRGICO
Palabras de Alianza nos han ido acompañando a lo largo de este año litúrgico. Son Palabras aglutinantes, recreadoras, llenas de un simbolismo unificador.
Espero que al concluir este año litúrgico quienes hemos seguido el camino, dirigidos por las Palabras de la Alianza, veamos más clara la meta, disfrutemos del sentido, descubramos desde otra perspectiva el mundo que se nos ofrece.
Merece la pena entrar en esta Escuela de la Alianza, porque en ella encontramos:
Purificación: nos descubrimos manchados con las idolatrías que dominan nuestro mundo y nos vamos poco a poco sintiendo seducidos y seducidas por el verdadero Dios, el Abbá liberador, el Dios de las entrañables alianzas
Iluminación: la Alianza es la visión del conjunto, el todo en todo su esplendor; nos abre a la luz de todas las luces, a la conexión de todas las conexiones. La Alianza es la clave para salir de las tinieblas que nos relegan al individualismo.
Unión: la Alianza es un dinamismo que todo lo une, todo lo conecta, que genera la Totalidad, que solo ella es sagrada.
No son estas palabras vacías que se lleva el viento. La liturgia está llena de la Palabra de la Alianza. Espero haber contribuido un poco a percibir la realidad desde otra perspectiva tras escuchar y meditar las palabras de la Alianza.
El pesimismo, o el realismo nos impiden soñar. Jesús era un soñador. No podía ser peor la situación del mundo bajo la violencia de los poderosos de aquel tiempo… y sin embargo, Jesús no cesaba de anunciar bienaventuranzas.
Dividiré esta homilía en tres partes:
¡Que renazcan las utopías!
Encender los motores de la utopía
La imagen del “Hijo del Hombre”
¡Que Renazcan las Utopías!
Es admirable ver a grupos que proclaman que “otro mundo es posible” y trabajan para hacerlo realidad. Frases como “la paz es posible”, “otra democracia es posible” y “otra iglesia es posible” resuenan con fuerza en nuestra sociedad. Necesitamos urgentemente que renazcan las utopías; no podemos permitir que el realismo apague la poesía y la mística de nuestro trabajo. Trabajar solo por un salario es muy diferente a contribuir a un gran proyecto.
La pregunta crucial es: ¿es realmente posible lo que soñamos? La liturgia de este domingo nos invita a soñar el futuro y a creer en la posibilidad, porque nuestro Dios está comprometido con esta labor. Las lecturas bíblicas nos animan a pasar de la lamentación al anuncio de lo que es posible. “Nada es imposible para Dios”, le dijo el ángel Gabriel a María, y Jesús afirmó: “Todo es posible para quien cree”.
Encender los Motores de la Utopía
Las lecturas nos conectan con nuestra tradición apocalíptica, encendiendo los motores de nuestra espiritualidad. No debemos salir insensibles; debemos celebrar la venida del Hijo del Hombre. El cambio necesario no proviene de seres humanos autosuficientes, sino de la llegada del Hijo del Hombre, quien convulsiona la naturaleza, restablece la justicia y restaura la Alianza.
La llegada del Hijo del Hombre es comparable a un ejército liberador o la inauguración de una democracia tras una dictadura. Jesús se identifica con esta imagen bíblica del profeta Daniel, quien describe al Mesías como el portador de la salvación tras una serie de reinados opresores. A través de su vida, Jesús redefine esta imagen, haciéndola más humana y compasiva.
¡Todo es Posible!
Ruiz Anglada
¡Todo es posible! para quienes siguen al Hijo del Hombre, quienes verán cosas aún mayores. Aunque no sabemos cuándo vendrá el Hijo del Hombre, esta incertidumbre no debe desalentarnos. Jesús nos llama a estar vigilantes y atentos a su presencia en nuestras vidas.
Quienes sueñan que “otro mundo es posible” son como las vírgenes con aceite en sus lámparas; quienes se resignan al statu quo corren el riesgo de quedarse fuera del sueño. La Iglesia debe ser como una vigía que anuncia la llegada del Hijo del Hombre, iluminada por una fe certera. Debemos movilizarnos para reconstruir la esperanza y comunicarnos sobre cómo se hace presente el Hijo del Hombre.
Conclusión
Al soñar lo imposible, podemos llegar a lo imprevisible. La resurrección es cierta, la justicia está en camino y las oportunidades se presentan en cada paso. La invitación es a perder el miedo y entrar en comunión con Él, porque hay un futuro lleno de posibilidades.
Una iglesia ávida de dinero y desconfiada de la Providencia poco se asemeja a Jesús. Lo mismo nos sucede a cada uno de los cristianos. La avaricia es un ídolo que se oculta en lo más profundo de nuestro ser y puede volverse más activa con el tiempo. De estos nos habla la liturgia de este domingo. Dividiré mi homilía en tres partes:
El poder de la avaricia.
El ejemplo de las dos viudas pobres.
Contra avaricia ¡generosidad!
El Poder de la Avaricia
La avaricia es una fuerza poderosa que se disfraza de ahorro, austeridad y hasta mendicidad. Es una forma de idolatría que se manifiesta en la “idolatría del dinero”, donde el culto a Mamón se convierte en el centro de nuestras vidas.
Aquellos que no contribuyen al rendimiento económico son marginados, mientras que quienes pueden generar ingresos son bienvenidos. En este contexto, muchos buscan el dinero en lugar de la verdad o el Evangelio, ya que el dinero abre puertas y crea preferencias.
La avaricia nos encierra en nuestros propios intereses, dificultando la generosidad y la comunicación de nuestros bienes. Se convierte en un huésped incómodo en nuestras vidas, justificando nuestra falta de entrega con excusas intelectuales. A menudo mantenemos una relación secreta con el dinero, ocultando nuestra verdadera generosidad. Aunque podamos tener abundancia, siempre parece que seguimos necesitados.
El ejemplo de las dos viudas pobres
Las lecturas de este domingo presentan a dos viudas pobres: la viuda de Sarepta y la viuda del Templo, ambas bajo la mirada atenta de los profetas Elías y Jesús.
Elías desafía a la viuda de Sarepta a compartir su última ración de comida, y ella, confiando en Dios, decide hacerlo. Al hacerlo, expulsa la avaricia de su vida y demuestra que “quien a Dios tiene, nada le falta”.
En el Templo, Jesús observa a los escribas devorando los bienes de las viudas bajo el pretexto de largos rezos. Contrasta esto con la generosidad de una viuda que, al depositar dos monedas en el tesoro del templo, da todo lo que tiene para vivir. Jesús llama a sus discípulos a fijarse en ella como ejemplo de verdadera generosidad.
Contra avaricia ¡generosidad!
El consumismo moderno es otra forma de avaricia; quienes son avariciosos son adictos al dinero y lo que pueden obtener con él.
Jesús nos invita a “darlo todo” como la viuda para ganarlo todo. La opción preferencial por los pobres se convierte en un mero discurso si estamos dominados por la avaricia.
La avaricia es un demonio que solo puede ser exorcizado por el Espíritu Santo, quien genera en nosotros el dinamismo de la entrega generosa.
Las canciones a menudo abordan el tema del olvido, reflejando amores perdidos y desencuentros que marcan nuestras vidas. La música se convierte en un intérprete de las frustraciones amorosas que jalonan nuestra historia. Muchas de estas canciones podrían ser cantadas por Dios, quien también experimenta el desamor, la infidelidad y la indiferencia de la humanidad. De ello nos habla la liturgia de este domingo,
Dividiré esta homilía en cuatro partes:
¿Cómo desea Dios ser amado y recordado?
El canto de amor a la viña
Mandamientos interconectados
¿No puedo más?
¿Cómo desea Dios ser amado y recordado?
Hoy es crucial preguntarse: ¿cómo desea Dios ser amado y recordado? Nuestro Dios es Amor, una Pasión que no merece ser tratada con frialdad o desprecio. Él ha establecido una Alianza con la humanidad, comprometiéndose a mantenerla a lo largo de las generaciones. Sin embargo, es un Dios escondido, accesible solo a través de la fe. Existen múltiples caminos hacia Él, aunque algunos han perdido su credibilidad.
Dios merece ser alabado y conocido por nuestra generación. Es fundamental que nuestros contemporáneos comprendan quién es y cómo es nuestro Dios.
El canto de amor a la Viña
La lectura del Evangelio de este domingo se sitúa en el contexto del evangelio de Marcos, donde Jesús dialoga con un escriba sobre el mandamiento principal. Este diálogo ocurre en el Templo de Jerusalén, tras varios eventos significativos: la expulsión de los vendedores del templo y debates sobre tributos y resurrección. En este marco, el escriba pregunta a Jesús cuál es el mandamiento más importante.
Jesús evoca al Dios enamorado de su Viña, que cuida con amor, pero también se siente frustrado por la violencia y el asesinato en su casa. En este contexto, proclama el mandamiento principal: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, alma, mente y ser”. Este amor debe movilizarlo todo: cuerpo y alma, razón y emoción. Jesús nos llama a ser una viña enamorada de su Viñador.
Mandamientos Interconectados
Un aspecto notable es la conexión entre los mandamientos: “Amarás al prójimo como a ti mismo”. Este llamado nos invita a manifestar amor hacia quienes nos rodean; cada persona es una extensión del amor que debemos tener hacia nosotros mismos. Cuando nos hacemos prójimos y superamos barreras políticas o religiosas, Dios se hace presente entre nosotros.
Dios se siente amado en nuestros actos de amor y servicio mutuo. No dice “primero yo”, sino “amad”. El camino del Amor nos lleva a Él, aunque no siempre se mencione su nombre. Sin embargo, este camino puede ser arriesgado; el Maligno busca frustrar nuestras historias de amor con celos y resentimientos.
¿No puedo más?
Cuando alguien dice “no puedo amar”, olvida que todos hemos recibido amor en abundancia a través del Espíritu Santo. Cada uno ama a su manera; Jesús no pide imposibles al decir: “¡Amarás!”. Al amar fielmente, nos conectamos con el Dios de la Alianza: “ubi amor Deus ibi est” (“donde hay amor, allí está Dios”).
Conclusión
Concluyo pidiendo que seamos mediadores de esta Alianza, promoviendo una religión del Amor y la Fidelidad. Debemos ser creíbles para que mencionar a Dios no sea considerado políticamente incorrecto. Nuestro Dios es el Dios de todos.
Crear lazos de amor entre las diversas comunidades permitirá que Dios manifieste su rostro en nuestro tiempo. El verdadero amor hacia los empobrecidos será una señal clara de cuánto amamos a nuestro Dios: “Tuve hambre… tuve sed… estuve en la cárcel”.
El olvido de los necesitados y la exclusión de quienes consideramos diferentes son actitudes que llevan al olvido de Dios en nuestra sociedad. Afortunadamente, hubo un escriba que reconoció ante Jesús que “amar al prójimo como a uno mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios”.
Estamos acostumbrados en nuestras sociedades democráticas a manifestar nuestra solidaridad o nuestras protestas a través de “marchas” y “manifestaciones”. Jesús nos invita también a una marcha: ¡Él encabezará nuestra manifestación!
Dividiré esta homilía en cuatro partes:
Un camino de cambio
La “marcha de la alegría”
La marcha hacia Jerusalén y Bartimeo
Pueblo “en marcha”
Un Camino de Cambio
Las marchas y manifestaciones son fenómenos comunes en nuestras sociedades, donde miles de personas se unen para expresar sus demandas. Estas “procesiones seculares” suelen tener un recorrido simbólico y una cabecera compuesta por líderes que presentan la causa de la movilización. Los participantes, a menudo, claman, muestran gestos simbólicos o portan pancartas que reflejan sus reivindicaciones: marchas contra el hambre, la violencia, en favor de la paz y la libertad.
A lo largo de la historia, estas manifestaciones han sido cruciales para derribar dictaduras, cesar guerras y promover la aceptación social de grupos marginados. Este domingo, las lecturas de Jeremías y Marcos también abordan el tema de las marchas, revelando una conexión profunda entre ambas.
La “marcha de la alegría”
Jeremías describe una “marcha de la alegría”, un estallido festivo donde Dios lidera a un pueblo que regresa a su tierra prometida. Esta multitud incluye a ciegos, cojos y mujeres en diferentes estados, todos buscando la libertad y la vida en la casa del Padre.
La “marcha hacia Jerusalén” y Bartimeo
Por otro lado, Marcos presenta una “marcha decidida hacia Jerusalén”, encabezada por Jesús. Esta marcha es tensa; Jesús ha predicho su sufrimiento y muerte, lo que genera miedo entre sus discípulos. Sin embargo, ellos superan ese temor y lo siguen. En el camino, se une Bartimeo, un ciego que clama por compasión. Su grito es su pancarta política: reconoce a Jesús como el Hijo de David y el verdadero rey de Israel. A pesar de los intentos por silenciarlo, su clamor llega a Jesús, quien lo llama e integra en la marcha. Bartimeo recupera la vista y se une a Jesús con alegría.
Pueblo “en marcha”
Ser Iglesia implica ser un pueblo en marcha con objetivos claros. No se trata solo de rituales o manifestaciones vacías; es seguir a Jesús en su misión contemporánea. La Iglesia debe ser un agente activo en las grandes causas sociales, acercándose a las injusticias que enfrentan muchos.Es fundamental que quienes seguimos a Jesús no nos equivoquemos de marcha ni defendamos causas ajenas a su mensaje. Debemos cuestionarnos: ¿A quién seguimos? ¿Estamos alineados con el poder humanizador o con el poder opresor?
Oración final
“Jesús, hijo de David, ten compasión de mí. Cuando me veas ciego y temeroso ante los poderes del mundo, llámame para darme fuerza y seguirte con alegría. Quiero integrarme en la marcha de los redimidos y perder el miedo que me paraliza. Ten compasión de tu Iglesia al inicio de este nuevo tiempo; llámala y ponla en marcha para encabezar la gran manifestación de tu Reino que transforma todo.”
En el evangelio de este domingo 29, Jesús se refiere a sí mismo como “Hijo del Hombre” y declara: “Porque el Hijo del Hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos”.
Esta homilía se dividirá en tres partes:
Jesús se identifica con la imagen del “Hijo del Hombre”
¡Extraña identificación!
Hijo del Hombre para servir
Jesús se identifica con la imagen del “Hijo del Hombre”
Jesús utiliza frecuentemente la expresión “Hijo del Hombre” para hablar de sí mismo. Frases como: “el Hijo del Hombre no tiene donde reclinar la cabeza”, “padecerá mucho”, “será entregado”, “crucificado” y “resucitará” son ejemplos de su autodenominación. A menudo, en la Iglesia, preferimos títulos como “Cristo”, “Hijo de Dios” o “Rey”. Sin embargo, es vital recuperar la contemplación de Jesús como “Hijo del Hombre”.
¡Extraña identificación!
El concepto del “Hijo del Hombre” proviene del profeta Daniel, quien lo describe como un personaje apocalíptico que interviene en la lucha contra el mal. Este ser recibe todo el poder y derrota a los imperios opresores, inaugurando una era de libertad y paz. Jesús se identifica con esta figura, pero redefine su significado al incorporar humildad, servicio y no-violencia. Mientras que los poderes bestiales son arrogantes y tiránicos, el Hijo del Hombre elige la humildad y se identifica con los excluidos. Su misión es servir, lavar los pies y ofrecer su vida como alimento.
Hijo del Hombre para servir
El tiempo de Jesús es un tiempo dedicado al servicio. Su vida estuvo marcada por actos de entrega hacia los demás. Este servicio tiene cuatro características esenciales:
Personal: Jesús atiende a cada individuo de manera única; su servicio no es impersonal ni mecánico.
Estético: La belleza de sus gestos seduce a quienes sirve, dignificándolos y pacificándolos.
Terapéutico: El amor en el servicio cura y eleva a los abatidos, generando bienaventuranza.
Ecológico: Cada pequeño acto de servicio tiene un impacto en la red social, promoviendo vitalidad y novedad.
El servicio del Hijo del Hombre transforma el mundo, convirtiéndose en símbolos de la gloria divina que embellecen la humanidad. La ambición por ser el primero conduce a convertirse en bestia; dedicarse al servicio humilde nos acerca al camino del Hijo del Hombre. Cada persona merece nuestro servicio samaritano, embelleciendo así nuestra comunidad y contribuyendo a nuestra salvación.
Oración conclusiva
“Jesús, hijo del hombre!
Vienes del cielo… apareces misterioso junto al Anciano de días para juzgar al mundo y suplantar los poderes perversos que nos oprimen.
¡Hijo del hombre!
Nos perteneces… eres hijo de nuestra humanidad a través de María.
Has llegado a nosotros no como un dios distante, sino como hombre, representante de todos sin exclusiones.
Nos revelas tu identidad humana y nos muestras que estás entre nosotros no como el Grande, sino como quien sirve.
Tú vienes a lavarnos los pies, curar nuestras heridas y abrirnos las puertas de la Vida.