V DOMINGO DE CUARESMA. CICLO A

CUANDO EL ESPÍRITU TOCA LA CARNE

¡Agua! ¡Luz! ¡Vida! Estas son las palabras que van marcando e inspirando nuestro camino cuaresmal hacia la Pascua. Hoy nos corresponde la palabra ¡Vida! Es paradójico que cuando ya nos acercamos a celebrar la Semana Santa, también semana trágica de la condenación y muerte de Jesús, el tema que Jesús nos propone sea precisamente éste: “Yo soy la Vida”. Sí, hablamos de la vida cuando nos circunda tanta, tanta muerte. ¿Qué virus maléfico lleva a la humanidad a ser tan cruel, tan vengativa, tan violenta?Se hace necesaria una gran Misión: el envío de los Misioneros y Misioneras de la Vida… a todas las naciones.

¡Os infundiré mi Espíritu y viviréis, pueblo mío!

¡Sepulcros! ¡Tierra! Con estas dos palabras define el profeta Ezequiel la situación presente y futura del pueblo de Dios. Para el profeta su pueblo es un cementerio: ¡morada de muertos y sepultados! Muerto por corrupción, desesperación, falta de futuro. Su tumba es un valle de huesos secos. El espectáculo es aterrador, porque allí están quienes habían sido elegidos para ser “pueblo de Dios”. 
Ante tal espectáculo Dios está en duelo y repite -según el profeta- este lamento: “¡pueblo mío! ¡pueblo mío!  Dios se compromete a abrir él mismo los sepulcros, hacer salir de los sepulcros, a infundir espíritu y dar vida. Y además se conjura: “Yo soy el Señor, ¡lo digo y lo hago!
La pasión amorosa de Dios por su pueblo es impresionante. Deja libre la libertad… hasta que no puede más. Cuando la libertad es empleada para la autodestrucción, Dios reivindica su poder paterno y materno y da vida a lo que está muerto.

¡La muerte ya no hiere a sus amigos!

Si Dios es así, si nuestro Padre-Madre es así, ¿qué nos podrá separar del amor de Dios? ¿La muerte? Esto se manifiesta en el relato de la resurrección de Lázaro.
Lázaro, Marta, María, eran hermanos, porque eran discípulos de Jesús y así se llamaban unos a otros. Marta y María quedaron absolutamente desoladas. Jesús amaba a Marta. A Lázaro lo llamó “nuestro amigo”.  
Jesús no les ahorró el dolor de la muerte, ni el duelo. Llegó cuatro días después. Marta salió a su encuentro y se lamentó. Y al escuchar a Jesús hizo ante Él su gran confesión de fe: ¡Eres el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo! Y, ante la declaración de Jesús “Yo soy la resurrección y la vida” Marta responde: ¡Lo creo! Y lo que parecía imposible, se hizo realidad. También Lázaro escuchó la voz del Hijo del Hombre y resucitó. Volvió la paz, la alegría, la esperanza a casa de “los hermanos”, de “los amigos”. Y es… ¡que la muerte, ya no hiere a sus amigos!

Cuando el Espíritu envuelve la carne…

Pablo nos habla en la segunda lectura de ¡carne! y ¡espíritu! Somos seres “carnales”, pero también “espirituales”.  Quien se deja conducir por el Espíritu se abre a un horizonte infinito, descubre secretas potencialidades, se siente hija o hijo de Dios. San Pablo nos dice que el Espíritu de Dios -con mayúscula- se une nuestro “espíritu” -con minúscula-. Nos dice que el Espíritu de Jesús ha sido enviado y se derrama en nuestros corazones. Y ese Espíritu de Dios nos dará vida, resucitará nuestra carne y la marcará con una misteriosa impronta de vida. Por eso confesamos: “¡Creo en la resurrección de la carne!”. Decía Nietzsche que “en el verdadero amor, el alma envuelve al cuerpo”. Nosotros decimos: “en el verdadero amor, el Espíritu envuelve nuestra carne”.

José Cristo Rey García Paredes, CMF

IV DOMINGO DE CUARESMA. CICLO A

ENTRE LA LUZ Y LA CEGUERA

Este domingo cuarto de Cuaresma nos sorprende con el tema de la LUZ. No solo Buda fue el “iluminado”. También a los bautizados nos describe la tradición de la Iglesia como “los iluminados”. ¡Hay una diferencia! Buda hizo de su vida un camino hacia la iluminación. Nosotros, los cristianos, nos sentimos ya “iluminados” al comienzo del Camino, en el mismo bautismo. Buda hizo de su vida una búsqueda incesante de la luz que lo habitaba. Nosotros, también sabemos que la Luz nos habita. Pero ¿sentimos la necesidad de identificarnos con aquel que es Nuestra Luz, Jesús? ¡No somos la luz, pero debemos ser testigos de la Luz! 

¡El candidato, la candidata … de Dios!

Arcabas

Cuando nuestra legislación nos invita a votar, ¿a quién votamos? ¿Buscamos acaso el candidato o la candidata de Dios? O ¿nos dejamos llevar por las apariencias, por nuestros juicios o prejuicios? Nuestro Dios nos ofrece sus candidatos en quienes ha sembrado carismas nuevos, nuevas energías y posibilidades. Pero hay que descubrirlos. 
En Belén, en casa de Jesé, buscaba el profeta Samuel el “candidato de Dios”. Fueron pasando uno tras otro los hijos de Jesé… y ninguno lo era. Precisamente lo sería el que faltaba, el excluido.
Hay muchas elecciones en la Iglesia, en la sociedad. Y nos preguntamos: ¿dónde están los candidatos de Dios? 

¡Ciegos, sí, ciegos junto a Jesús!

Jesús se encuentra con un ciego de nacimiento. Ha nacido “ciego”. El Dios Creador inició su obra diciendo: ¡Hágase la luz!? Pero este pobre hombre nació sin luz. Y ahí está la paradoja: ¡dado a luz… y ciego de nacimiento!
Los discípulos de Jesús le preguntan: ¿quién pecó, él o sus padres? Y Jesús no responde. Presenta una alternativa cuando proclama: “Yo soy la luz del mundo, la luz de la nueva Creación… y añade: “mientras esté en el mundo, yo soy la luz del mundo”. Y lo manifiesta al ofrecerle la al ciego. Y la gente, siempre incrédula niega la evidencia con esta pregunta: “¿No es éste el que estaba sentado y mendigando…?”: pregunta que rematan con lo siguiente: “¡No! pero se le parece”. 
Jesús es Luz que ciega, ofusca a fariseos y dirigentes de Israel. Niegan la evidencia. El ciego cree en Jesús. Los que piensan que ven, se han vuelto todavía más ciegos.
No hay cosa peor que ser dirigidos por “guías ciegos”. Y esto puede acontecer en la política y en la Iglesia. La historia del ciego se repite.
Es bueno que nosotros mismos, yo mismo, me pregunte si tengo todas las cosas claras; si no dudo de mis certezas; si no aprendo nada de los pobres, de los herejes, de los últimos. Quien se sitúa ante lo nuevo como juez implacable, quien de nadie que no sea de su línea aprende, quien lleva defendiendo la misma posición durante años… está padeciendo una terrible ceguera, aun estando muy cerca de Jesús.

La Iglesia de la Luz

Massimo Uberti

Las tinieblas se apoderan a veces de nosotros. Para que no se note utilizamos el “secreto”, las maquinaciones ocultas, las deliberaciones en las cuales se juegan asuntos muy importantes de los demás… ¡todo eso pertenece al mundo de las tinieblas! 
Quien tiene información se siente poderoso; mira a los demás con desprecio; utiliza las segundas intenciones. También el mundo de la información puede estará lleno de tinieblas.
Jesús no fue así. Pablo lo denuncia cuando dice: “hasta da vergüenza mencionar las cosas que ellos hacen a escondidas”, o “dicen a escondidas”, o “deciden a escondidas”. Donde hay mucho secreto, allí anida la corrupción. Donde no hay luz, allí se establece el Reino de las tinieblas. 
Pero quien está con Jesús, Luz del mundo, no tiene nada que ocultar. ¡Que venga la Iglesia de la Luz! ¡Que se instaure la Sociedad de la Luz!

José Cristo Rey García Paredes, CMF

III domingo de cuaresma. Ciclo A

AGUA Y SED

La sed es deseo. El agua lo colma. Somos seres sedientos. Buscamos fuentes de agua, donde saciar nuestra sed. La liturgia de este domingo nos indica dónde se encuentra el agua de la vida. Nos pide acercarnos a ella con tres actitudes: 1. Confianza: ¡no nos dejará morir de sed! 2. Extrañeza: ¡Dame de beber! 3. Gozo: ¡seremos saciados!

1.   Confianza: ¡no nos dejará morir de sed!

Los hebreos huían de Egipto. En su camino entraron en un desierto, cuya primera etapa era Mará (las aguas amargas: Ex 15,23); cuya segunda etapa   Elim (árboles y oasis: Ex 15,27) y donde cató el maná del cielo y se pudieron alimentar de codornices (Ex 16). Los hebreos llegaron a Refidim donde “no había agua potable” (Ex 17,11) y allí protestaron (Meribá) y tentaron a Dios (Masá), desconfiando de Dios. El Señor respondió a Moisés: “¡Hiere la peña… de ella saldrá agua y el pueblo beberá”! Y así sucedió. Dios no podía permitir que su Pueblo muriera de sed.

2.   Extrañeza: ¡Dame de beber!

En el evangelio de hoy Jesús mismo es el sediento. Fatigado se sienta junto al manantial de Jacob, en tierra de Samaría, tierra de herejes para los judíos; para éstos llamar “samaritano” a alguien era la forma de maldecirlo. Años antes de Jesús los judíos destruyeron el templo samaritano del monte Garizín; y en tiempos de Jesús algunos samaritanos profanaron el templo de Jerusalén durante la fiesta de la Pascua. 
En el pozo de Jacob -manantial profundo y rico en agua- acontece el encuentro entre una mujer samaritana y Jesús. “¡Dame de beber!”, le suplica Jesús. Dar agua era signo de hospitalidad. Y Jesús le adelanta cómo la recompensará: “Si conocieras el don de Dios… tú me pedirías y yo te daría agua viva”, un agua que apaga definitivamente la sed. La mujer cree en Jesús y se convierte en su mensajera. ¡Nació del agua y del Espíritu! 
En el bautismo hombres y mujeres de cualquier raza, cultura, condición, pueden encontrarse con Jesús y saciar su sed. Dios no quiere que ningún pueblo, o ser humano, muera de sed.

3.   Gozo: Seremos saciados 

En la segunda lectura, tomada de la carta a los Romanos, san Pablo nos habla del triple efecto del bautismo: la fe, que nos justifica y establece en paz con Dios; la esperanza de alcanzar la gloria de Dios; y el amor de Dios que ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado.
Fe, esperanza y amor son el agua viva que nos calma la sed. No dependen de nuestro esfuerzo, sino de las energías que el agua del bautismo nos regala e introduce en lo más íntimo de nuestro ser, en nuestro corazón. 

Conclusión

Tenemos hambre, tenemos sed… pero no es hambre de pan… no es sed de agua. ¡Son motivos para vivir, lo que nos falta! Así se sintió el pueblo de Dios en el desierto. Así se sintió aquella mujer samaritana junto al pozo. Así nos sentimos nosotros… cuando nos acercamos a Jesús. Hagámonos esta pregunta: ¿qué motivos tengo para seguir viviendo? El pueblo de Israel los encontró en el desierto. La mujer samaritana en el pozo. Nosotros… en el agua de nuestro Bautismo.
No hay que desesperarse. Todo esto es posible porque Dios ha derramado su amor sobre nosotros. Jesús y el Espíritu Santo son los mediadores de tanta, tanta Gracia. Dios Padre nos conoce. Sabe que somos pecadores, débiles. Por eso, nos envió a Jesús, por eso, derrama constantemente sobre nosotros su Espíritu. Por eso, tenemos en nosotros semilla divina: fe esperanza, caridad.

José Cristo Rey García Paredes, cmf

Para meditar: