DOMINGO 6. TIEMPO ORDINARIO. CICLO C

¿EN QUIÉN PONEMOS NUESTRA CONFIANZA?

Dividiré esta homilía en tres partes:

  • La confianza y sus peligros
  • La esperanza en la resurrección
  • Las bienaventuranzas de Jesús

La confianza y sus peligros

La fascinación por el poder político, económico, cultural o incluso religioso puede llevar a un cierto “ateísmo práctico” que nos aleja de poner nuestra confianza en Dios

Depositar todo nuestro amor y esperanza en otra persona (amigo, familiar, pareja) puede llevarnos a la mayor desilusión, al mayor sufrimiento

El profeta Jeremías, en la primera lectura, nos advierte contra la confianza en las fuerzas humanas desligadas de Dios: esto conduce a la aridez y al vacío existencial. Y así comienza su texto: “Maldito quien confía en el hombre”.

La verdadera confianza, según las lecturas, debe estar puesta en Dios, quien es la fuente de fuerza, verdad y amor. “Bendito quien confía en el Señor y pone en Él toda su confianza”. Hay tantas personas que vienen al templo para orar, suplicar… para depositar en Dios, en Jesús, en María toda su confianza.

La esperanza en la resurrección

En la segunda lectura nos habla san Pablo de una confianza tal, que supera los límites de nuestra vida. Se trata de la confianza de ser resucitados por Jesús y reconocer que nuestra vida no se acaba, ¡se transforma! La idea del “mundo de la Resurrección” puede ser difícil de concebir, pero se basa en la fe en un amor eterno e inquebrantable que vence a la muerte.

Las bienaventuranzas de Jesús

El evangelista san Lucas nos presenta -en el Evangelio- una versión reducida de las bienaventuranzas de Jesús: Bienaventurados los pobres, los hambrientos, los afligidos y los perseguidos. A todos ellos Jesús les asegura que el sufrimiento que padecerán no es definitivo.

Las palabras de Jesús son transformadoras, llamando a la esperanza activa en el Reino de Dios presente y futuro.

Por el contrario, se lamenta por los ricos y saciados, cuyo bienestar temporal los aleja de la verdadera confianza en Dios.

Conclusión

La liturgia de este domingo nos exhorta a vivir una fe confiada y alegre, centrada en Dios y su Reino. La confianza excesiva en el poder o en el dinero nos llevará al fracaso y a la decepción. La fe en nuestro Dios, en cambio, nos asegura la vida y el destino… porque “el Señor protege el camino de los justos… pero el camino de los impíos acaba mal”.

José Cristo Rey García Paredes, CMF

DOMINGO 5º. TIEMPO ORDINARIO. CICLO C

HACIA UN CRISTIANISMO VOCACIONAL

Dividiré esta homilía en tres partes:

  • El encuentro transformador con el Misterio 
  • La necesidad de un cristianismo vocacional
  • La obediencia nos lleva a nuestra auténtica identidad

El encuentro transformador con el Misterio

La vocación auténtica es mucho más que una simple inclinación personal. Es un encuentro profundo y transformador con el Misterio divino. Lo hemos escuchado en la primera lectura del profeta Isaías.

Cuando Dios nos llama, nuestros ojos se abren, nuestros pasos encuentran dirección y nos sentimos envueltos en Su santidad. Este encuentro produce un “pasmo” – una mezcla de asombro, indignidad y alegría inmensa. Así le ocurrió al profeta que respondió a Dios con estas palabras: “Aquí estoy, envíame”

La necesidad de un cristianismo vocacional

En nuestro mundo actual, necesitamos más que nunca un “cristianismo vocacional”. Ser cristiano por vocación implica vivir desde la gratitud permanente, reconociendo nuestra indignidad y el inmenso privilegio de ser llamados por Dios. Este tipo de cristianismo nos aleja de la arrogancia y nos acerca a la humildad y al servicio.

La vocación profética, como la de Isaías o Pablo, demuestra cómo Dios interviene directamente en la historia humana. Estos llamados nos revelan la grandeza y el dramatismo de la vocación, donde Dios transforma a personas imperfectas en sus instrumentos.

Fijáos como en la segunda lectura de la primera carta a los Corintios san Pablo se atreve a decir:  “Yo soy el menor de los apóstoles; no soy digno de ser llamado apóstol… e incluso se compara con un aborto. Su vocación consistió en un encuentro con Jesucristo resucitado

También a nosotros Jesús se nos manifiesta en la normalidad de la vida diaria o en momentos extraordinarios. Este encuentro no es casualidad, sino parte del plan divino.

La obediencia nos lleva a nuestra auténtica identidad

En el evangelio se nos narra la historia de la pesca milagrosa. En ella se demuestra la importancia de obedecer a la Palabra de Dios que nos llama e interpela. Gracias a su obediencia, Pedro contempló el milagro y se convirtió en “pescador de hombres”. Así le dijo a Jesús: “Maestro, hemos estado toda la noche bregando y no hemos recogido nada… Pero, por tu palabra echaré las redes. La obediencia a la palabra que nos llama nos llevará a nuestra verdadera identidad.

Conclusión

Estemos atentos a las llamadas de Dios en nuestras vidas. No solo una vez… muchas veces resonará su voz. No temamos sentirnos indignos. Es precisamente en nuestra debilidad donde Dios manifiesta su fuerza. Recordemos las palabras de María: “Haced lo que Él os diga”. En la obediencia a Jesús y en la docilidad al Espíritu Santo encontraremos la belleza y la energía de nuestra vocación.

José Cristo Rey García Paredes, CMF

DOMINGO 4º. TIEMPO ORDINARIO. CICLO C

LA VISITA DEL MESÍAS: SACERDOTES Y LAICOS

Dividiré esta homilía en cuatro partes:

  • El Mesías visita el Templo: sueño profético
  • Vino al Templo… y los suyos no lo recibieron.
  • Aquel Niño era el Sumo Sacerdote.
  • Y nosotros… ¿con quién nos identificamos?

El Mesías visita el templo: sueño profético 

Al profeta Malaquías le fue concedida la visión: aquel día entrará el Señor, el Mesías, en su templo. Y lo hará como mensajero de la alianza. Esta entrada del Señor traerá consigo purificación y juicio, simbolizados por el fuego del fundidor que refina metales preciosos. Esto quiere decir que analizará y examinará la fidelidad del pueblo a la Alianza que Dios estableció con el pueblo de Israel en el Sinaí. En el tema de nuestra Alianza con Dios no podemos andar con medias tintas: o eres fiel o eres infiel.

El profeta Malaquías tuvo la visión de que el Señor, el Mesías, entraría en su templo como mensajero de la alianza, trayendo purificación y juicio. Esta entrada simboliza la refinación y el examen de la fidelidad del pueblo a la Alianza de Dios con Israel. En nuestra Alianza con Dios, no podemos ser mediocres: o somos fieles o infieles.

El salmo 23 nos ratifica que quien entra en el templo es el “Rey de la gloria”, el Señor fuerte y poderoso.

Vino al Templo… y los suyos no lo recibieron

Los sumos sacerdotes del templo le habían transmitido a lo magos dónde el Mesías tenía que nacer: ¡en Belén de Juda!, pues así estaba escrito. También estaba escrito qué ocurriría al entrar el Mesías en el templo -como hemos visto en la lectura del profeta Malaquías. En esta ocasión los sacerdotes no advirtieron nada, no acogieron como se merecía al Mesías-Niño. Los trataron como a una familia de pobres, que ofrecieron lo mínimo establecido.

Hubo, sin embargo, dos personas que, movidas por el Espíritu intuyeron y reconocieron el misterio que aquella pareja María y José, y aquel Niño encerraban: el laico Simeón y Ana, la anciana servidora del Templo. Simeón reconoció quién era Jesús y quién era su madre y profetizó el destino del niño y lo que le sucedería a la madre. Ana -absorta- alabó a Dios.

Aquel Niño… era el Sumo Sacerdote

La segunda lectura nos permite penetrar más en el misterio. Está tomada de la carta a los Hebreos. Nos presenta a Jesús, no ya entrando en el Templo, sino entrando en este mundo para cumplir la voluntad de Dios Padre. Más todavía: nos presenta a Jesús como el auténtico Sumo Sacerdote, misericordioso y semejante en todo a nosotros -ya desde su entrada en nuestro mundo- como el auténtico Sumo Sacerdote, misericordioso, que entiende nuestras debilidades y nos acompaña en nuestras luchas.

Y esta es la identidad de aquel que llegó al templo y no fue acogido por los sacerdotes: “Vino a los suyos y los suyos no lo recibieron”.

Conclusión: Y ¿nosotros? ¿Con quién nos identificamos?

Hoy en día, se puede estar en el Templo donde Jesús es central y permanecer distraído o ausente, sin recibirlo. Sin embargo, también hay quienes, como Simeón y Ana, lo reciben plenamente y comprenden quién es el centro del Templo y de la Iglesia. Jesús, en su papel de Sumo Sacerdote misericordioso, comprende nuestras debilidades y nos acompaña en nuestras luchas.

José Cristo Rey García ParEdes, CMF

DOMINGO 3º. TIEMPO ORDINARIO. CICLO C

EL LIBRO Y EL CUERPO

Dividiré esta homilía en tres partes:

  • Esdras, el lector del Libro
  • Jesús, lector e intérprete de Isaías
  • ¿Y nosotros? El cuerpo extendido de Cristo

Esdras, el lector del Libro

Nehemías era un judío desterrado. Tenía un cargo de responsabilidad: copero del rey; vigilaba para que el rey no pudiera ser envenenado. El rey le permitió volver a su Tierra y le concedió todo lo necesario para reconstruir las murallas de Jerusalén.

Esdras, el escriba, leyó ante todo el pueblo el libro de la Ley. Quienes habían pasado 70 años en el destierro apenas conocían la lengua del hebreo antiguo. Esdras leía la ley, la comentaba y traducía al dialecto caldeo… Y no solamente el idioma, el pueblo no conocía ya los ritos y ceremonias de su religión; fue necesario restaurar la fiesta de los tabernáculos. “Esdras bendijo al Señor, Dios grandes y todo el pueblo respondió con las manos levantadas: “Amén, Amén”. Luego se inclinaron y adoraron al Señor, rostro en tierra”. “Todo el pueblo lloraba al escuchar la Palabra de la ley.

El salmo 18 lo canta así: “La ley del Señor es perfecta… es descanso del alma”.

Jesús lector e intérprete de Isaías

Jesús dijo que ese texto hablaba de él. Si el pueblo reaccionó muy bien ante Esdras, sin embargo, ante Jesús no fue así: lo expulsaron y hasta quisieron despeñarlo. El pueblo se portó muy bien con Esdras. Los conciudadanos de Nazaret… muy mal con Jesús.

El evangelio nos presenta una escena parecida, pero mucho más sublime. Ocurre en Nazaret. Jesús era ya famoso: enseñaba en las sinagogas y todos lo alababan. En Nazaret, ante su pueblo Jesús leyó e interpretó el rollo del profeta Isaías: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque Él me ha ungido, me ha enviado a evangelizar a los pobres….”.

¿Y nosotros? ¡El cuerpo extendido de Cristo!

La segunda lectura tomada de 1 Corintios, capítulo 12, nos dice que Jesús no es para nosotros un extraño. Nosotros, los bautizados, somos parte del Cuerpo de Jesús. Jesús desea extender su cuerpo y hacer de cada uno de nosotros uno de sus miembros. ¡Somos el Cuerpo de Cristo! La comunidad cristiana es un Jesús extendido en el espacio y en el tiempo. ¿Somos conscientes de este tesoro que llevamos en vasijas de barro? Comulgamos para que a través de nosotros fluya la sangre de Jesús, para que nos sintamos miembros vivos de su cuerpo. Por eso exclamamos con el salmo 18: “Señor, roca mía, Redentor mío”.

Conclusión

Santa Teresa del Niño Jesús se preguntaba: ¿qué parte del cuerpo de Cristo soy yo? Ella se identificó con “el corazón”. Cada uno de nosotros ¡somos también miembros del Cuerpo! Alimentémonos con la Palabra de Dios, del antiguo y del nuevo Testamento. En cada eucaristía está la mesa de la Palabra y la Mesa del Cuerpo. Participemos en las dos, como el Pueblo de Israel al escuchar a Esdras o como Jesús leyendo a Isaías, y como la comunidad cristiana comulgando el Cuerpo de Cristo.

José Cristo Rey García Paredes, CMF

DOMINGO 2º. TIEMPO ORDINARIO. CICLO C

EL AMANECER DE UNA NUEVA VIDA

Dividiré esta homilía en tres partes:

  • El desposorio… nuevo amanecer
  • El protagonismo de Jesús en el banquete del amor
  • El regalo del Espíritu: los carismas

El desposorio… nuevo amanecer

La primera lectura -capítulo 62 del profeta Isaías- es sorprendente: nos habla de una esposa que es la ciudad de Jerusalén. La ciudad es joven. Su esposo la ama apasionadamente y es Dios mismo. Ella y su Esposo están enamorados y emprenden juntos una nueva vida. No se trata de una pareja de adultos que se reconcilia, sino de una pareja joven envuelta en el amanecer del primer amor.

La ciudad-esposa, que se ha sentido “abandonada”, “devastada”, ahora se reconocerá como “la predilecta”, como “corona fúlgida” y “diadema real”. Al final de la lectura, un centinela anuncia la llegada del Esposo como la aparición del sol, como una aurora que despierta a la ciudad, como una luz que ilumina sus murallas, como un amanecer.

El protagonismo de Jesús en el banquete del amor

El evangelio nos relata hoy la presencia de Jesús -junto con su madre (no se habla de José)- en una boda en Caná de Galilea. El evangelista Juan nos dijo previamente quién era Jesús: el “Verbo de Dios, hecho carne”. En aquella boda revela Jesús quién es Él. Su madre, María, está preocupada porque aquella celebración puede acabar en un fracaso: ¡No tienen vino! Ella sabía a quién recurrir: al gran Esposo de la Humanidad. Y como el centinela que anuncia la aurora María anuncia a los sirvientes: ¡Haced lo que Él os diga! Y la fiesta del amanecer esponsal se culminó en el gozo y la esperanza.

El regalo del Espíritu: los carismas

La lectura segunda nos habla del Espíritu Santo y de los regalos que concede a los seguidores de Jesús: san Pablo los denomina “carismas”. Es así como el Espíritu Santo se actúa y se muestra a través de cada uno de nosotros. Los carismas son “semillas” misteriosas que un día germinarán. Los carismas son “el vino nuevo” que se concede a cada uno. Haciéndolos germinar y actuar se construye la comunidad, el hogar. La humanidad está formada por gente extraordinaria, mujeres y hombres carismáticos. Con los dones del Espíritu la humanidad experimenta muchos amaneceres. Y quien concede los Carismas es el Espíritu del Amor.

Conclusión

Nuestro Dios no nos deja abandonados, ni desolados. Está siempre a nuestro lado: María la madre intercede por nosotros. El Espíritu Santo nos agracia con sus carismas: ¡descubrámoslos! ¡Hagámoslo germinar! Dijo el gran teólogo Karl Barth: “Si Jesús no se casó, fue porque su única esposa, su única novia, fue su Iglesia”. ¡Nosotros somos la Iglesia de Jesús! El salmo 95 lo expresa con esta invocación: “Cantad al Señor toda la tierra… bendecid su nombre”. Dispongámonos a un nuevo amanecer.

José Cristo Rey García Paredes, CMF

EL BAUTISMO DEL SEÑOR. CICLO C

EL BAUTISMO DEL SEÑOR

Dividiré esta homilía en tres partes:

  • El bautismo de Jesús, un nuevo comienzo.
  • Se cumplen las profecías del consuelo
  • Bautizados, y por eso misioneros.

El Bautismo de Jesús, un nuevo comienzo

El evangelio de Lucas nos relata cómo Jesús, ya adulto, se acerca al Jordán para ser bautizado por Juan. Jesús, libre de pecado, no necesitaba recibir un bautismo de conversión. Pero al hacerlo ya nos indicaba su solidaridad con todos nosotros, con toda la humanidad, necesitada de purificación. Jesús aparece solidario con toda la humanidad pecadora. Ya dijo una vez, consciente de todo esto: “quien esté sin pecado que tire la primera piedra”.

Al salir del agua, el cielo se abre, el Espíritu Santo desciende sobre Él en forma de paloma, y se escucha la voz del Padre: “Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco”. Dios Padre le manifiesta que no necesitaba purificación. Era la emergencia de una humanidad nueva.

Se cumplen las profecías del consuelo

Este evento hizo que se cumplieran las palabras del profeta Isaías: “Consolad, consolad a mi pueblo… Una voz grita: En el desierto preparadle un camino al Señor”. Jesús aparece ante Juan -la voz del desierto- para consolar al Pueblo, para ofrecerle un nuevo camino.

Bautizados y, por eso, “misioneros”

Iniciamos nuestra vida cristiana también nosotros con un bautismo. ¡Todos los aquí presentes hemos sido bautizados! San Pablo -en su carta a Tito- interpretó el bautismo de Jesús como la manifestación de la bondad de Dios y su amor a nosotros, no por las obras de justicia que hayamos hecho, sino por su gran misericordia, que nos ha salvado”.

Tras su bautismo en el Jordán Jesús inició su misión iniciando así su vida pública. Tras nuestro bautismo, ¿no deberíamos también nosotros iniciar una vida pública como mensajeros de Dios y de Jesús? El bautismo es nuestro carné de identidad para mostrar que somos familia de Dios, discípulos de Jesús, apóstoles enviados con la fuerza del Espíritu Santo.

¿Cuál es nuestro programa misionero? ¡No seamos misioneros en paro!

Conclusión

Que esta fiesta del Bautismo del Señor nos ayude a redescubrir la gracia de nuestro propio bautismo. Que podamos, como Jesús, escuchar la voz del Padre que nos dice: “Tú eres mi hijo amado”. Y que esta certeza nos impulse a vivir como verdaderos hijos de Dios, llevando su amor y su mensaje de liberación a todos los que nos rodean.

José Cristo Rey García Paredes, CMF

EPIFANÍA DEL SEÑOR. TIEMPO DE NAVIDAD. CICLO C

EPIFANÍA DEL SEÑOR: LA ESTRELLA -EL ESPÍRITU- QUE CONDUCE A JESÚS

Dividiré está homilía en tres partes:

  • Jerusalén: la ciudad iluminada
  • Jerusalén a oscuras – Belén la ciudad de la Luz.
  • Guías ciegos de Israel – los magos de la Luz

Jerusalén: la ciudad iluminada

En la primera lectura el profeta Isaías (capítulo 60) nos presenta un espectáculo impresionante: “las tinieblas cubren la tierra, la oscuridad se extiende por todos los pueblos”… y sin embargo, hay un punto luminoso en nuestro planeta: sobre la ciudad de Jerusalén comienza a irradiar un espléndido amanecer.: la luz de Dios inunda la ciudad. Jerusalén ser convierte en el centro del mundo. Los pueblos en tinieblas y sus reyes se encaminan hacia la ciudad de la Luz. Vienen en dromedarios y camellos, desde Madián, Efá y Saba, trayendo incienso y oro, los tesoros del mar y sus riquezas.

Ahí queda la profecía en suspenso. Nadie sabe cuándo eso ocurrió. 

Jerusalén a oscuras – Belén la ciudad de la Luz

El Evangelista Mateo nos dice, que la luz no está en Jerusalén -allí, en el Palacio de Herodes y en el mismo Templo, todo era oscuridad. Sin embargo, unos magos vieron en el cielo una estrella luminosa… y la siguieron. Algún sacerdote del templo les comunicó que un texto misterioso hablaba de Belén: “Y tú, Belén, tierra de Judea, no eres la última de las ciudades”.

Los magos siguieron la estrella que se paró encima de donde estaba el Niño. Los magos se “llenaron de inmensa alegría… entraron en la casa, vieron al niño con su madre María y cayendo de rodillas lo adoraron”. Uno recuerda las palabras de Jesús adulto cuando dijo: “Yo soy la Luz del mundo”. Los magos así lo reconocieron y le ofrecieron sus mejores regalos.

 Ni Herodes, ni los Sacerdotes, los acompañaron. ¡Qué falta de acogida y hospitalidad! Conocían la Ley y los Profetas, pero estaban en tinieblas. Jerusalén no era la ciudad de la Luz. Belén sí lo era para los Pastores, para los Magos. 

Guías ciegos de Israel – los Magos de la Luz 

Israel se mostraba quizá demasiado autosuficiente. 

La manifestación de Dios es extremadamente tierna e incluso extremadamente insospechada: ¡en un niño! ¡En el hijo de María! Aparece en brazos de una mujer. El varón orgulloso es excluido. La gran sacerdotisa de este evento epifánico, quien ofrece el Cuerpo del Señor, es precisamente una mujer. María forma parte del modo de revelarse Dios. La revelación acontece en su cuerpo, en sus brazos, bajo su mirada.

La celebración de la Epifanía nos conduce hacia lo nuclear de nuestra vocación cristiana: ser buscadores apasionados de Dios, más allá de todos los convencionalismos, y ser misioneros, anunciadores y mensajeros de Jesús, colaborar con la Estrella santa en la tarea de manifestar al Hijo de Dios.

José Cristo Rey García Paredes, CMF

Domingo 2º. TIEMPO DE NAVIDAD. CICLO C

PALABRA Y SABIDURÍA

Dividiré esta homilía en tres partes:

  • Jesús, ¡palabra de Dios!
  • Sabiduría de Dios
  • Acoger la Palabra

Jesús, ¡Palabra de Dios!

¿Por qué se define a Jesús con estos términos? ¿No sería mejor decir que Jesús fue un sabio, que su Palabra era poderosa, que iluminaba la vida de la gente, que daba vida allá por donde pasaba? 

Dios- Abbá no tiene palabra por sí mismo. Su Hijo es la Palabra a través de la cual Él se expresa. En el Antiguo Testamento Dios Padre habló por medio de la Ley, de los profetas, de los sabios, pero, ahora, en la plenitud de los tiempos, sólo habla a través de su Hijo. ¡Cuánto misterio se encierra en la persona de Jesús! Es bellísimo denominar a Jesús así: ¡Palabra!

La Palabra es la fuerza de la Creación: el diseño y la realización de todas y cada una de las realidades que existen. La Palabra da consistencia y existencia a todo. En Ella está la Vida y la Vida se hace viva en toda la Naturaleza e ilumina el ser.

Sin embargo, la Palabra vino al mundo y no fue bien acogida. No sigue siendo acogida. Hay personas que la rechazan, que no quieren saber nada de ella: Vino a los suyos y los suyos no la recibieron.

Si Jesús es la Palabra de Dios, fue porque en cada una de sus palabras había profecía: Dios hablaba por medio de Él. ¡Sus palabras eran eficaces, transformadoras, capaces de realizar milagros y cambiar los corazones! 

Si Jesús es la Luz, la Vida, ello se debe a una forma de actuar que lo caracterizaba: resucitaba muertos, curaba enfermos, expulsaba demonios, atacaba al reino de las tinieblas y lo vencía. Al final, sus discípulas y discípulos proclamaban que Jesús era todo eso: Sabiduría, Gracia, Palabra, Vida, Luz.

¡Sabiduría de Dios!

Hablemos, en segundo lugar, de la sabiduría. El Jesús que demostró ya desde niño hasta el final una extraordinaria sabiduría aparece al final de su vida como la manifestación de la Sabiduría de Dios. Se dice de él que ya desde niño “iba creciendo” en Sabiduría. 

No todo mandato o mandamiento es sabio. Hay mandatos que enloquecen los sistemas, deterioran a las personas. Una mala orden puede hacer mucho mal. Quienes elaboran los mandatos no siempre se dejan llevar por la justicia o por una revelación. El pueblo de Israel, sin embargo, estaba orgulloso de su sistema legislativo, de sus leyes. Este pueblo afirmaba que había sido Dios quien había revelado y entregado la Ley a Moisés, que su Dios era el Creador, que ordenó sabiamente los cielos. Dios es la sede de la Sabiduría.

Jesús habló de la Sabiduría con términos peculiares. Para él la Sabiduría no estaba en los mandatos exteriores, sino en las mociones interiores del Espíritu. No mancha al ser humano lo que viene de afuera, sino lo que surge del interior. Hay una mala ley en el corazón –cuando está poseído por malos espíritus–. Sin embargo, quien es movido por el Espíritu Santo no necesita mandatos exteriores, impositivos. El Espíritu que habita en el corazón transmite sus mandatos a la conciencia, al corazón.

Quien se deja llevar por el Espíritu recibe mandatos llenos de sabiduría. Quienes sigue a Jesús son “los hijos e hijas de la Sabiduría”. Recibir el Espíritu de Jesús es recibir el don de la Sabiduría. En Jesús se manifiesta el arte creador del Abbá, la ciencia secreta de los Misterios de Dios. Él los comunica a quien quiere. Destinatarios preferentes de su Sabiduría son los sencillos.

Acoger la Palabra

Pero a quienes acogen la Palabra les sucede algo maravilloso: se convierten automáticamente en hijos de Dios. Reciben la Intimidad de Dios en sus vidas y todo se transforma en ellos. Éste es el misterio de la Navidad de Dios en los creyentes. Éste es el mensaje de este segundo domingo de Navidad. Nace la Palabra en nosotros. Cada vez que leemos la Palabra, que acogemos la Palabra, como María, nace Jesús, el Logos, la Palabra, la Sabiduría, en nosotros. ¡Qué regalo!

José Cristo Rey García Paredes, CMF

SANTA MARÍA, MADRE DE DIOS. CICLO C

BENDICIÓN Y FE

Dividiré esta homilía en tres partes:

  • El deseo de vida y de fecundidad
  • Bendecidos por Dios.
  • La madre “bendita” de Jesús

El deseo de vida y fecundidad

¡Qué bella es la lectura del libro de los Números que acabamos de proclamar! En ella se nos habla de la bendición.

La bendición es un deseo de vida y de fecundidad. Ese deseo sólo Dios puede colmarlo. Pero nuestro Dios quiere que también nosotros podamos bendecir o quizá mejor, que nosotros podamos desear para otros la bendición de Dios.

Aún recuerdo cómo se emocionaba mi padre al leer esta lectura del primer día del año, y cómo comentaba y resaltaba cada una de sus palabras: ¡que el Señor te proteja, ilumine su rostro sobre ti, se fije en ti… te conceda la paz!

 Bendigamos, sí; ¡no maldigamos! Nuestra palabra de bendición es capaz de cambiar las cosas si la hacemos portadora de la bendición de Dios. Si así bendecimos… ¡así bendice Dios!

Bendecidos por Dios

La segunda lectura, tomada de la carta de san Pablo a los Gálatas, nos habla de la “mayor bendición” que aconteció ya: cuando llegó la plenitud de los tiempos y Dios Abbá envió a su Hijo al mundo, porque tanto amó Dios al mundo que nos entregó a su Hijo unigénito. Y su Hijo nació aquí en la tierra “de mujer”, de María. Añade san Pablo otra característica: ¡también nació “bajo la ley”! Y, por lo tanto, se sometió a todo aquello que la ley nos pide y exige. Jesús sería en todo semejante a nosotros, menos en el pecado y nosotros semejantes a Él, menos en la divinidad.

El Abbá del cielo nos envió también el Espíritu Santo, que grita y clama en nuestros corazones nuestra filiación divina: ¡Abbá!, ¡Abbá! Somos hijos, somos –por ello– herederos, coherederos con Jesús de toda la herencia de Dios. ¿Qué mayor bendición podíamos esperar?

La madre “bendita” de Jesús

María no aparece en el misterio de la Navidad como una mujer autosuficiente, ni orgullosa. El evangelio de este día primero del año nos habla de los pastores como protagonistas. Llegan presurosos al portal, después de escuchar y obedecer las palabras de los ángeles.

Contrasta con la ingenuidad y docilidad de los pastores, la actitud incrédula del viejo sacerdote del Templo, Zacarías que optó por no creer las palabras que el Ángel le transmitió … y por eso, quedó mudo.

En cambio, los pobres y marginados pastores sí creyeron. Y con una diligencia encomiable se dirigieron a Belén. Allí encuentran el misterio en la mayor simplicidad imaginable con María su madre. Ella meditaba todo lo que estaba aconteciendo en su corazón: iba como uniendo y reuniendo las piezas de lo que sucedía hasta llegar a una visión y comprensión más completa de todo.

Conclusión

Que nos conceda el Espíritu –enviado a nuestros corazones– el don de guardar como María el misterio en nuestro corazón y de meditarlo; y como a los pastores la presteza para creer y ponernos en marcha. Sólo después de ver, oír y creer, seremos capaces de comunicar el Misterio de la Navidad.

José Cristo Rey García Paredes, CMF

DOMINGO 2. TIEMPO DE NAVIDAD. CICLO C

¡QUE NAZCA LA FAMILIA!

 

Hoy es el día de la Familia de Nazaret. Nos introducimos ritualmente en la humilde casa, en el taller de trabajo de José, María y el pequeño y joven Jesús. 

Dividiré esta homilía en tres partes:

  • Honra y respeto a los padres –
  • La familia de la mutua obediencia
  • El relato de la iniciación 

Honra y respeto a los padres

El libro del Eclesiástico considera la atención a los propios padres como un deber sagrado. En ellos se extiende y se hace palpable la honra y el respeto del creyente hacia su Dios. 

En su obra “Así hablaba Zaratustra” interpelaba Nietzsche a dos jóvenes que querían tener un hijo con estas palabras: “¿Os habéis preguntado si sois dignos?”. De seguro que las dudas de José (según el Evangelio de Mateo) proceden de conocer que no era digno de compartir con María, no solo el origen de Jesús, sino incluso la convivencia con ella y él. Quiso Dios, sin embargo, que aquel que no fue padre biológico de Jesús, hiciera las veces de un padre humano, educador, esposo de la madre. Así quedó constituida, por pura gracia, la familia de Nazaret: “el que honra a su padre… cuando rece, será escuchado… al que honra a su madre el Señor lo escucha”?

Jesús convivió con sus padres durante mucho tiempo. Llama la atención que, de sus treinta y tres años de vida, la gran mayoría de ellos los compartiese en su casa de Nazaret: “hijo mío, sé constante en honrar a tu padre, no lo abandones mientras vivas”.

La familia de la mutua obediencia

La carta los Colosenses presenta la familia como un sistema de Alianza trilateral: el padre, la madre, los hijos. Considera la comunidad familiar como la comunidad de los elegidos de Dios, de los santos y amados; y como una comunidad de virtudes como la misericordia entrañable, la bondad, la humildad, la dulzura, la comprensión.

Así imaginamos la familia de Nazaret: mutua atención, mutua obediencia, diálogo, capacidad de comprensión hacia el “otro”. Una teóloga casada me dijo en una ocasión: Jesús fue un “hijo difícil”. ¡No había caído en la cuenta! Pero tenía razón. María y José lo ratificarían. ¡No es fácil educar al “Hijo de Dios! y saber tratar a una persona con tanto, tanto misterio… 

El relato de la iniciación

El relato del evangelio bien podría considerarse como un relato de iniciación. A los 12 años un niño en Israel comenzaba a entrar en el mundo de los adultos, quedaba iniciado en la aventura del varón.

El extraño relato de la pérdida del niño Jesús en el templo, se comprende mejor, cuando es contemplado desde la perspectiva antropológica de la iniciación. El niño Jesús se desprende por primera vez del mundo de la madre y del padre y pasa al mundo de la independencia. Abandona el hogar familiar para entrar en el ámbito de su pueblo, donde los maestros, los ancianos sustituyen a los padres. Jesús tenía que nacer de nuevo como hijo del pueblo.

Se pierde, o los padres lo pierden. Lo buscan y lo encuentran en el templo “sentado en medio de los maestros, escuchándolos y haciéndoles preguntas”. Jesús asombra a todos. Sus padres quedan atónitos y su madre le reprocha: “Hijo, ¿por qué nos has tratado así? Mira que tu padre y yo te buscábamos angustiados”.

Jesús les da otra respuesta asombrosa: “¿No sabíais que debía estar en los asuntos de mi Padre?”. Jesús hace referencia al otro ámbito en el cual ha de desplegar su vida. Ha de pasar al mundo del padre. Jesús, sin embargo, baja con ellos a Nazaret y sigue bajo su autoridad. Pero, a partir de aquel momento, todo fue distinto. La familia ha de reconfigurarse. Jesús ha de seguir creciendo. María, su madre y José su padre, no comprendieron y María lo meditaba en su corazón.

Conclusión

No se es familia por un documento que lo acredite. No se es familia por residir en la misma casa y dormir bajo el mismo techo. La familia es una comunidad que debe construirse día a día. En ella hay fuerzas que construyen, pero también fuerzas que destruyen. La madre, el padre y los hijos, no pocas veces también los abuelos, están llamados a mantener una realidad siempre frágil, que en cualquier momento puede saltar hecha pedazos. La familia es la comunidad de los diferentes. No se es familia por un hecho biológico, sino, sobre todo, por un lento aprendizaje de comunicación, de servicio mutuo, de colaboración, de amor.

José Cristo Rey García Paredes, CMF