Domingo 6. TIEMPO ORDINARIO. CICLO B

¿Y LAS EPIDEMIAS DEL ESPÍRITU?

Dividiré esta homilía en tres partes:

  • Aislar para proteger
  • Motivo de escándalo y contagio
  • La descontaminación

¡Aislar para proteger!

La primera lectura tomada del libro del Levítico nos presenta una ley que tenía como objetivo “velar por la salud pública”: para evitar el contagio de la lepra, el sacerdote debía excluir de la comunidad al portador de tal enfermedad. Esto mismo, pero no ha en un ámbito sacral, se hace en nuestras sociedades: aislamiento para la protección.

Jesús dejó que un leproso se acercara a él y le suplicara de rodillas, con una confianza inmensa: “Si quieres, puedes limpiarme”. Jesús sintió lástima. Lo tocó con su mano diciendo: “Quiero, queda limpio”. Pero le encargó severamente que se presentase al sacerdote e hiciera su ofrenda. El leproso divulgó su curación. Ahora el que se sentía excluido era Jesús, que no podía entrar abiertamente en ningún pueblo, y se quedaba afuera.

Motivo de escándalo y contagio

En la segunda lectura, tomada de la primera carta a los Corintios, Pablo pide que la comunidad cristiana no de motivo de escándalo, ni a los griegos, ni a los judíos, ni a la Iglesia de Dios. Intentaba así evitar la contaminación del mal, el contagio espiritual.

Las células del mal espiritual se multiplican; reivindican un espacio en la persona, crean una especie de “ecología de malas hierbas”, como si de un cáncer del espíritu se tratara. Estos males del espíritu son al principio casi imperceptibles. Después se convierten en actos repetitivos que no llevan a ninguna parte y que producen desolación, dependencia, enganche, generan en nosotros estados de vértigo, de huida hacia lo mismo y lo peor. Los siete pecados o demonios capitales son los portadores de estos virus: ira, odio, envidia, lujuria, codicia, gula. Los malos gérmenes se reproducen silenciosamente en nosotros.

En las sociedades -políticas y religiosas-, en las comunidades familiares, en los grupos políticos y deportivos, las epidemias se suceden y van pervirtiendo el ambiente. El mal se camufla de bien. Y quien opone resistencia a la contaminación, parece un extraterrestre, un reprimido. La propagación del virus atenta de manera especial contra las figuras proféticas. Un profeta contaminado es el mejor propagandista de la infección.

La descontaminación

Cuando el contaminado se acerca a Jesús no recibe un diagnóstico, sino una mano que lo toca movida por un corazón lleno de misericordia. Jesús no le da importancia al mal. Es como ese experto en informática que ante el nerviosismo del inexperto, que piensa que ha perdido todo su trabajo, le dice: ¡calma! ¡está todo bajo control! y, poco después devuelve todo el trabajo que parecía perdido. Es impresionante escuchar estas palabras de Jesús: “¡Quiero! ¡Queda limpio! ¡

Ante los siete pecados capitales, que nos mantienen como rehenes, los siete sacramentos muestran su fuerza terapéutica. Son acciones de Jesús, contacto con Jesús, expresiones interpersonales de su amor. La Unción del Enfermo, la Absolución del que se siente atado por el pecado, demuestran la fuerza del Espíritu de Jesús.

Conclusión

Si el Señor es mi médico, ¿quién me hará temblar? Jesús nos pide que vayamos al sacerdote, al templo, no para que certifique nuestro mal, sino para que declare que hemos sido liberados. Sí, ¡para que declare que el Espíritu de Jesús vence a todos los malos espíritus!

¡Gracias sean dadas a nuestro Señor Jesús y a su Espíritu! 

José Cristo Rey García Paredes, CMF

DOMIMGO 5. TIEMPO ORDINARIO. CICLO B

SALIR EN MISIÓN – ENTRAR EN ORACIÓN

Dividiré esta homilía en tres partes:

  • “Vita brevis”: días sin esperanza
  • La agenda de Jesús un día cualquiera
  • El doble movimiento: centrípeto y centrífugo

“Vita brevis!”: días sin esperanza

El libro de Job, al que nos hemos acercado en la primera lectura, expresa muy bien la condición de no pocos seres humanos: “Mis días se consumen sin esperanza” “Mi vida es un soplo y mis ojos no verán más la dicha”.

Job es la figura del ser humano que no se engaña, que observa la realidad con sabiduría humana. La vida es breve y la mayor parte de ella preocupaciones y desgracias. ¿Qué relevancia puede tener lo que yo diga y realice en un mundo de más de 8000 millones de seres humanos?

La agenda de Jesús un día cualquiera

El evangelio que acabamos de proclamar ofrece una sorprendente respuesta a los problemas existenciales de Job. El evangelista Marcos nos presenta la agenda de Jesús a lo largo un día distribuido con sus diversas actividades: predicación en la Sinagoga; visita a la casa de sus amigos Simón y Andrés y curación de la suegra de Simón; al anochecer atención a muchos enfermos físicos y espirituales con una especial alusión a los demonios, a los que prohibía hablar; se supone que va a descansar muy tarde; al día siguiente madruga y se retira a un lugar alejado para orar él solo;  Simón Pedro lo busca porque hay gente que lo necesita y Jesús le dice que ¡también hay que ir a “otros lugares”. Y concluye con una misteriosa afirmación: “¡para esto he salido!”.

Esa es la respuesta al sentido de la vida: esa agenda equilibrada de religiosidad, amistad, sanación, descanso, oración e itinerancia. Jesús “pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el Diablo porque Dios estaba con Él y nosotros somos testigos de todo lo que hizo” (Hech 10, 38-39).

El doble movimiento: centrípeto y centrífugo

San Pablo reconoce en la segunda lectura que también él ha salido para evangelizar. Ese fue el encargo que Jesús resucitado le confió

Es cuestión de salir e integrarse. Siempre estamos a tiempo. Cuando nos acucie la pregunta por el sentido de la vida, busquemos la respuesta en nuestra “morada” más íntima y en el dinamismo interior que nos lleva a “salir” para oponernos al mundo del mal que nos circunda.

Oración y Misión son las claves de una vida con sentido. Ese es el equilibrio vital. Oración es entrar en la Morada. Misión es salir para anunciar el Evangelio y hacerlo presente. Se entra saliendo, se sale entrando. Misteriosa combinación de movimientos: ¡nunca dentro sin estar afuera!, ¡nunca afuera sin estar dentro! Y así el Evangelio se propaga a través de nuestras salidas y entradas. Difícil es “salir” hacia lo diverso, hacia el diálogo con los diferentes.

Conclusión

¡Dios estaba con Él! Jesús era un santuario viviente e itinerante. Jesús no es un fundamentalista de las horas de oración, pero tampoco es un fundamentalista de las horas de trabajo misionero. Vive en la serenidad de quien no se siente imprescindible y, sin embargo, pasa haciendo el bien. Jesús no quiere afianzar su poder en ningún lugar. No encuentra el sentido en “poseer”, en “asentarse”, en prolongar sus mandatos exitosos, sino en “salir”. La vida tiene sentido cuando “salimos”, cuando nos sentimos parte de una Misión que, compartida, lleva adelante los sueños de Dios sobre el mundo.

José Cristo Rey García Paredes, CMF

DOMINGO 4. TIEMPO ORDINARIO. CICLO B

PROFETAS DEL ÚNICO PROFETA

Dividiré esta homilía en tres partes:

  • ¡No quiero volver a escuchar la voz de Dios!
  • ¡Ese Jesús tan asombroso!
  • Tratar con Dios “sin preocupaciones”

¡No quiero volver a escuchar la voz de Dios!

Nos dice la primera lectura, que Moisés le recordó al pueblo aquello le pidió a Dios el día de la asamblea, ante el monte Horeb: “No quiero volver a escuchar la voz del Señor, mi Dios, ni quiero ver más ese terrible incendio. ¡No quiero morir!”

Se reconocía así que la infinita trascendencia de Dios supera todo lo que nuestros sentidos captar. Un encuentro “cara a cara” con Dios, ahora, aquí en la tierra, sería para nosotros mortal. Si no resistimos la luz directa del sol, ¿cómo vamos a resistir la luz de Dios? 

Quienes se sienten tan cerca de Dios, tal vez lo hayan sustituido por un ídolo: un “dios” sin misterio, vulgar, ritualista, que no estremece, ni emociona; que es el recurso fácil de hombres y mujeres así llamados “piadosos”; o de “hombres espirituales” que presumen saberlo casi todo de Dios y transmiten “en directo sus mensajes”. 

El Dios de nuestra revelación no es así. Nuestro Dios es el Misterio de todos los misterios. Es el Invisible por exceso de claridad, el Inaudible por exceso de Voz y de Palabra, el Inabarcable por exceso de inmensidad y Presencia. Moisés dijo en nombre de Dios: “¡Tienen razón! Suscitaré un profeta de entre tus hermanos… pondré mis palabras en su boca…. Hablará en mi nombre”.

¡Para ponerse a nuestra altura Dios suscita profetas! Pero en ellos o ellas encontramos una “abreviatura de Dios”

¡Ese Jesús tan asombroso!

El evangelio de hoy nos dice que Jesús causó “asombro” en la sinagoga de Cafarnaum porque enseñaba con autoridad y no como los escribas. Jesús no solo enseñaba, también transformaba con la fuerza milagrosa de su Espíritu. No era solo un detector de demonios, sino un exorcista que los vencía en cualquier circunstancia. Jesús fue el gran profeta prometido por Dios a Moisés. “Quien me ve a mí, ha visto al Padre”, le dijo Jesús a Felipe. Jesús es el rostro humano y accesible de Dios.

Tratar con Dios “sin preocupaciones” 

La segunda lectura, tomada de la carta de san Pablo a los Corintios, nos habla de las “pre-ocupaciones”. Los seres humanos, antes de ocuparnos en algo, no pre-ocupamos. Son tantas las ocupaciones que nos salen al paso, que vivimos pre-ocupados. San Pablo se refiere a las muchas pre-ocupaciones que nuestro mundo nos genera. Las preocupaciones nos causan una división interior: el futuro no nos deja vivir el presente.

Y san Pablo nos da al final un consejo: ¡tratar con el Señor, sin preocuparse más! Dejarlo todo en sus manos. ¡Dios proveerá!, como decía Abraham a su hijo Isaac. Dios cuida a los pajarillos y a las flores, ¿no va a cuidar entonces a sus hijos e hijas?, decía Jesús. 

Conclusión

Cuando no tomamos distancias ante la trascendencia infinita de Dios, surgen las idolatrías, las dictaduras religiosas, los cristianos que arrogantemente dicen: “es que si Dios fuera como tiene que ser…” Hay quienes suplantan a Dios en sus juicios, en sus condenas… Quien habla en nombre de Dios sin el impulso de Dios es un idólatra de sí mismo, un demonio.  Por eso, ¡cuidado con los que se sienten profetas.

Proclamemos la Palabra con temor y temblor y no con autosuficiencia. Hablemos cuando ya no podamos encerrar en el corazón el Fuego. Y entonces dejemos que el Verbo de Dios utilice nuestra boca, que el Espíritu de Dios gima en nuestro ser. ¡Sólo entonces seremos profetas del Único Profeta!

José Cristo Rey García Paredes, CMF

DOMINGO 3. TIEMPO ORDINARIO. CICLO B

LA CONVERSIÓN ES POSIBLE: JONÁS Y JESÚS

Dividiré esta homilía en tres partes:

  • El profeta rebelde realiza el milagro.
  • La misión en el espacio “no sagrado”
  • El Reino de Dios difumina la figura de este mundo

El profeta rebelde realiza el milagro

Cuando parece que Dios fracasa en sus recursos para transformar a un pueblo, Dios encuentra las soluciones más inesperadas. Nos dice la primera lectura que Jonás fue enviado a la ciudad Nínive para que hiciera penitencia y se convirtiera a Dios. Tal misión le pareció imposible y Jonás desobedeció emprendiendo un camino que lo alejaba de Nínive; se refugió en un barco que partía en dirección opuesta. Su presencia fue amenazante para todos. Tuvo que reconocer que “huía de Dios”. Fue arrojado al mar y un cetáceo lo devolvió al camino cierto de Nínive. Jonás entró en la gran ciudad. Obedeció. Y la gran conversión y milagro tuvo lugar. Dios tiene recursos para cumplir sus designios a pesar de cualquier oposición ¿Por qué no puede ocurrir hoy lo mismo?

La misión en el espacio “no sagrado”

El evangelio de hoy nos presenta a Jesús como el profeta definitivo, enviado por Dios Padre. Inicia su misión en un espacio profano, en la Galilea de los Gentiles, en la periferia de Israel. Y proclama -desde allí- la sorprendente Noticia: “El Reino de Dios está cerca. Convertíos. Creed en el Evangelio”. Inmediatamente busca “colaboradores”. No elige a sacerdotes o escribas, sino a pescadores. Éstos abandonan sus redes, su familia, y lo siguen. Comienza aquí la restauración del nuevo Israel. Los “Doce” serán el símbolo de un impresionante sueño: Hacer posible el Reino universal de Dios y ellos serán “pescadores de hombres”.

El Reino de Dios difumina la figura de este mundo

En la segunda lectura de la primera carta a los Corintios, san Pablo se sitúa en la misma tesitura que Jesús en el evangelio: “el momento es apremiante… la presentación de este mundo se termina”. Se abren nuevos caminos para todos, también para los pecados -como dice el salmo 24-. Es necesario seguirlos… y delante va Jesús que nos invita: “¡Seguidme!

La Iglesia no tiene sentido si no es la Comunidad de los que siguen, seguimos a Jesús. Todos somos continuadores y continuadores de quienes en su tiempo lo siguieron. El seguimiento de Jesús en nuestro tiempo tiene características nuevas.  Tenemos que proclamar que hay un mundo que no tiene futuro y que nos llevará a la destrucción. Pero hay ¡otra posibilidad! Convertirnos en instrumentos vivientes del sueño de Dios sobre la humanidad.

Conclusión

Aunque la figura de Jonás emerja entre nosotros con su rebeldía, ya vendrá un viento fuerte que nos lleve a nuestro lugar. Y entonces seremos la profecía que convierta a los pueblos de nuestro planeta, seremos el Jesús de Galilea y en su camino hacia Jerusalén. ¡Volvamos a Galilea! ¡Entremos en Nínive! Y no dudemos. Anunciemos que el Reino de Dios está cerca. Lo demás… en manos de Dios.

José Cristo Rey García Paredes, CMF

DOMINGO 2. TIEMPO ORDINARIO. CICLO B

UN DÍA CON JESÚS: ¿CUÁL ES MI VOCACIÓN?

Dividiré esta homilía en tres partes:

  • Dios cuenta con nosotros y nos llama.
  • La vocación nos desplaza
  • La vocación de nuestro cuerpo

Dios cuenta con nosotros y nos llama

La primera lectura nos relata la historia de Ana, -la mujer estéril que concibió un hijo al que llamó Samuel y posteriormente consagró para que sirviera al sacerdote Elí en el templo del arca de la Alianza. Y también nos relata la vocación del pequeño Samuel: por tres veces en la noche, mientras dormía, escuchó la llamada de Dios. Él creía que era el sacerdote quien lo llamaba. La tercera vez respondió a la voz: ¡Habla, Señor, que tu siervo escucha! A partir de ahí, Samuel crecía, Dios estaba con él y sus palabras se cumplían.

Cada vez que escuchamos la Palabra de Dios con docilidad, Dios nos llama. La liturgia de la Palabra es siempre vocacional, para quienes están atentos y dicen en su interior: ¡Habla, Señor, que tu siervo o tu sierva escucha!

La vocación no consiste en aquello que me apetece, gusta o ilusiona. La vocación es aquello que Dios quiere realizar por medio de mí y en mí. ¡Haz de Dios el protagonista de tu vocación y siempre te irá bien!

 La vocación nos desplaza

La vocación se encuentra cuando uno cumple la palabra de Jesús: ¡Niégate a ti mismo, ven y sígueme! Esa fue la experiencia de dos discípulos de Juan Bautista: estaban con él cuando Jesús pasó ante ellos y Juan proclamó: “este es el Cordero de Dios”, que carga con el pecado del mundo. Inmediatamente siguieron a Jesús y Jesús les preguntó: ¿Qué buscáis? Su deseo fue solamente compartir un día con Jesús. Pero aquella experiencia los transformó de tal manera que se inició a partir de aquel momento una cadena de nuevas vocaciones y entre todos y todas formaron la “casa de Jesús”, la “comunidad de Jesús. Como decía León Felipe: “Ya vendrá un viento fuerte que te lleve a tu lugar”. Aquellos discípulos encontraron “su lugar” en Jesús. La vocación siempre nos des-plaza.

Muchos encuentran su profesión… pocos encuentran su vocación. Cuando la vocación proviene de Dios, sólo cabe la respuesta del salmo 39 que hoy hemos proclamado: “Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad”.

La vocación nos integra en un Cuerpo

La segunda lectura de la primera carta de san Pablo a los Corintios nos habla de nuestro cuerpo como santuario, templo de Dios. En cambio, el filósofo Platón decía que el cuerpo es “cárcel”. Nuestro cuerpo fue purificado en el bautismo y allí fue declarado el cuerpo de un hijo o una hija de Dios, un miembro del Cuerpo de Cristo, un cuerpo sobre el que se derrama el Espíritu Santo: “Yo te bautizo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”. Y este cuerpo es alimentado con el Pan eucarístico. El ministro de la Eucaristía nos lo recuerda: “El Cuerpo de Cristo”. Respondemos “Amén”, es decir, ¡somos miembros del cuerpo de Cristo”, como explicaba san Agustín.

Conclusión

Nuestro cuerpo tiene la marca de una vocación divina, de una alianza eterna. Y no solo nuestro cuerpo individual, sino también nuestro cuerpo comunitario, porque somos Cuerpo de Cristo. Cada Eucaristía dominical nos lo recuerda en la liturgia de la Palabra (liturgia de la vocación) y la liturgia eucarística (liturgia del cuerpo de Cristo). 

José Cristo Rey García Paredes, CMF

JESUCRISTO REY DEL UNIVERSO. CICLO B

PERO ¿TÚ ERES REY?

         El Evangelio de hoy es un fragmento del juicio de Jesús ante Pilato. YA os habréis dado cuenta que que abundan en él las  preguntas y vamos a servirnos de ellas en nuestra reflexión.

          El primero en preguntar es precisamente Pilato: «¿Eres tú el rey de los judíos?» Y un poco después:  «¿Conque tú eres rey?»

          No es difícil sintonizar con la perplejidad de Pilato. Tiene delante un hombre totalmente solo, sin aparente fuerza física, sin defensores ni acompañantes, débil y del todo en sus manos. A la vez que, quienes pudieran ser sus súbditos (los judíos), son los que quieren desembarazarse de él a toda costa.

         Esta misma pregunta, sigue siendo muy actual. No pocos miran a Jesucristo o a su Padre Dios preguntándoles: ¿En qué se nota que eres Rey, o Dios?. Levantaron su corazón pidiendo a ese Rey que les ayudara a salir adelante en momentos difíciles, que resolviera urgentes problemas: cúranos, ayúdanos a encontrar trabajo, que nos salga bien este proyecto, que desatasques nuestros conflictos familiares, que nos saques de nuestras soledades, y… ¡con escasos o nulos resultados! Así que, como Pilato, y protestando un poco, le decimos: Pero, ¿tú eres rey, eres Dios, puedes hacer algo o no? ¿Por qué no lo haces? Como a Pilato, nos gustaría encontrar evidencias de que sí, que tiene poder, que es Rey, que no estamos haciendo el ridículo al decir que creemos en Él. Y esperamos, le pedimos y deseamos que nos haga alguna señal, que nos dé alguna pista, por pequeña que sea, que nos haga sentir su cercanía y presencia, que disipe tantas dudas. Y si miramos los tantos desastres que suceden: la pandemia, los terremotos y volcanes, las desigualdades, la corrupción por doquier… No parece que este supuesto Rey gobierne y ponga orden en tanto caos y dolor. Le diríamos con más razón que Pilato:  ¿Conque ¿tú eres Rey?

           Estas mismas preguntas nos las dirigen hoy a los que somos sus discípulos y seguidores, algunos que opinan que estamos anticuados, que la gente formada no cree en estas tonterías, que la fe no aporta nada a nuestra vida: «¿Conque tú eres cristiano, eh?». 

           Algunos «de casa» se agarran a las palabras de Jesús «Mi reino no es de este mundo», como intentando justificar que ese Rey y ese Reino están en «la otra vida», en el cielo o en nuestros corazones…. y frecuentemente se desentienden y conforman con los sufrimientos, injusticias y violencias de este mundo de aquí, de hoy, aunque no regateen esfuerzos en cumplir con sus obligaciones religiosas, y ser intachables en sus comportamientos morales, básicamente individualistas.

          ¡Pero hay que decir alto y fuerte que no! Esa respuesta y esas actitudes no sirven. ¿A quién le va a interesar un Rey y un Reino en el más allá, cuando nuestras urgencias, necesidades y preocupaciones están «ACÁ». con sus gozos, sufrimientos, dolores y esperanzas, como señalaba oportunamente el Concilio Vaticano II.

        Pero no hace falta recurrir al último Concilio, porque el mismo Jesús hablaba de su Reino en otros términos. Al comenzar su tarea misionera, proclamaba: «Convertíos, que el Reino está cerca», el «Reino de Dios está dentro de vosotros», «el Reino ya está en medio de vosotros». La conversión, el cambio que pedía y esperaba para que ese Reino vaya creciendo y extendiéndose «aquí y ahora» depende en buena medida de nosotros. Y consiste: en la atención prioritaria a los pobres, la lucha por la justicia, la construcción de la paz, la ayuda mutua, el servicio, la atención al desnudo, al emigrante, al enfermo…

           Por otro lado, Jesús reconoce ante Pilato que ha nacido y ha venido al mundo para ser rey y «testigo de la verdad». La verdad como «valor» en estos tiempos nuestros no está precisamente al alza. Se habla mucho que estamos en tiempos de «postverdad». La Real Academia de la Lengua Española ha introducido en este término “posverdad” con el siguiente significado: “Distorsión deliberada de una realidad, que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública en actitudes sociales”. Ya no importan los hechos, los datos, la realidad… sino el mensaje y el sentimiento provocado interesadamente. Importa que de alguna manera «encaje» conmigo, me venga bien a mis ideas previas… No me interesa saber si es verdad o no. 

          Pero «para la fe cristiana la Verdad no es algo, sino Alguien en quien permanecer; no es algo que poseer, sino Alguien a quien acoger; no es algo que elegir, sino Alguien que ha hecho una elección por nosotros, y que cada uno puede, o no, aceptar. Reconocer la Verdad es expresión y consecuencia de una relación, más que un ejercicio de reflexión» (Santiago García Mourelo). 

          Por eso decimos que Jesús es testigo de la Verdad, del Amor de Dios. Así lo explica el Papa Francisco: «La verdad es la revelación maravillosa de Dios, de su rostro de Padre, y de su amor sin límites. Esta verdad corresponde a la razón humana, pero la supera infinitamente porque es un don derramado sobre la tierra y encarnado en Cristo crucificado y resucitado».

              El Reino de Jesús/Dios «no es de este mundo» porque no llega a base de «cocinar» las encuestas a nuestro favor, ni de remover nuestras emociones y sentimientos para que lo apoyemos apasionada e irracionalmente, y menos aún por la fuerza (ni la física, ni la electoral). Ni el Reino llega a base de amenazar con «condenarse» por toda la eternidad si uno incumple ciertas obligaciones religiosas. El Reino no llega por organizar grandes eventos masivos ni por medio de campañas publicitarias. El Reino de Dios no coincide con tener un gran número de bautizados. Ni necesita abundantes recursos económicos para sacar adelante hermosos y necesarios proyectos pastorales o sociales. Así no necesariamente crece el Reino de Jesús. Incluso.. Puede que incluso retroceda. El Reino crece y avanza con «testigos de la verdad«.

            Es muy lógica la pregunta de Pilato: «¿Qué has hecho?», ¿por qué te traen a mí? ¿Acaso eres peligroso? ¡Pues claro que lo es! Jesús dejó en evidencia que Pilato no tenía gran interés por hacer justicia como era su obligación: sólo le interesa conservar el cargo, y para eso, llevarse bien con los «revoltosos judíos» para que no le causaran problemas. ¿De verdad quería saber «qué es la verdad»? Lo cierto es que no le importó condenar a un inocente, poniendo sus intereses por encima de la conciencia, de la justicia. Y los inocentes, como siempre, son los que lo pagan.

         Decía el Papa que «la verdad nos debe inquietar. Sabemos que hay cristianos que nunca se inquietan: viven siempre igual, no hay movimiento en su corazón, falta la inquietud. ¿Por qué? Porque la inquietud es la señal de que está trabajando el Espíritu Santo dentro de nosotros y la libertad es una libertad activa, suscitada por la gracia del Espíritu Santo y nos debe plantear continuamente preguntas, para que podamos ir siempre más al fondo de lo que realmente somos».

          La verdad de Jesús, o Jesús como Verdad también inquietó y dejó en evidencia a las autoridades religiosas, que sólo se apacentaban a sí mismas, y realmente no conocían al Dios al que pretendían representar y defender. Jesús tachó de «hipócritas» a los que pretendían una religión de ritos y prácticas, sin misericordia ni justicia, excluyendo y culpabilizando en el nombre de Dios.  La verdad inquieta y puede resultar incómoda y peligrosa para los que no escuchan la voz de Jesús/Dios. 

           Hay mucha mentira que tenemos que poner en evidencia. Mucha hipocresía y falsedad. Empezando por nosotros mismos: no consintamos las mentiras y engaños. No difundamos bulos ni mensajes que nos construyan puentes, que no favorezcan el encuentro y la comunión. No nos dejemos manipular o llevar por bulos y rumores.

          Y como este mundo no es plenamente el Reino de Cristo, y mucho que le falta, mientras haya una sola persona que lo pase injustamente mal, habremos de arremangarnos y meternos en líos, y hasta jugarnos la vida, porque somos de los suyos, y en su nombre pediremos que venga el Reino, claro, pero colaborando con él. Difícil y arriesgado, sí, pero sabemos que la mentira, el sufrimiento, la injusticia, el mal…no tienen la última palabra. Que Jesucristo sea nuestro único Rey y Señor, y ningún otro. Y pongamos a todos los demás «reyes y señores» con minúsculas en su sitio.

Quique Martínez de la Lama-Noriega, cmf 
Imagen superior de Nikolai Nikolaevich e inferior de Maximino Cerezo, cmf

DOMINGO 33 DEL TIEMPO ORDINARIO. CICLO B

Nadie sabe el día ni la hora


 Jornada Mundial de los pobres: «A los pobres los tenéis siempre con vosotros»

 

Y cuando llegues a la puerta de tu noche,
al acabar el camino que no tiene retorno,
sepas decir tan sólo: «gracias por haber vivido«. 
(Salvador Espriu)

              Al ir terminando este ciclo litúrgico que hemos recorrido con la pluma de San Marcos (dentro de dos domingos comenzaremos el Adviento), la Iglesia ha querido que reflexionemos sobre la caducidad de todo, sobre el final del tiempo, de la historia, de la vida personal. Nada (salvo Dios, claro) es «para siempre»: cielo y tierra pasarán. Y nosotros también pasaremos. Vivimos como si la muerte sólo les pasara a otros. Pero es importante ser conscientes de nuestra caducidad… porque eso supone una responsabilidad y cambia nuestra forma de valorar la vida. 

            Recuerdo todavía lo que me impresionó y me hizo pensar la película «Mi vida sin mí», de Isabel Coixet, (2003): Su protagonista, Ann tiene 23 años, dos hijas, un marido que pasa más tiempo en paro que trabajando, una madre que odia al mundo, un padre que lleva 10 años en la cárcel, un trabajo como limpiadora nocturna en una universidad a la que nunca podrá asistir durante el día… Vive en una caravana en el jardín de su madre, en las afueras de Vancouver. Esta existencia gris cambia completamente tras un reconocimiento médico, en el que le anuncian su muerte inminente. Desde ese día, paradójicamente, Ann observa la realidad con pupilas dilatadas, como si lo viera todo por vez primera, o como si todo se fuera a desintegrar en el instante siguiente y descubre el placer de vivir, guiada por un impulso vital: elaborar una lista de cosas que quiere hacer antes de morir.  Pero Ann ahora tratará de ver a sus padres, a su marido y a sus hijas fijándose en lo mejor de ellos, y les dejará en herencia palabras esperanzadoras, a través de unas cartas póstumas.

             Con frecuencia nos damos cuenta demasiado tarde del valor de cada instante, de que nos afanamos, nos preocupamos y hasta nos estresamos por cosas que no tienen verdadera importancia… mientras descuidamos capacidades y valores que, a la larga, satisfacen más y son los auténticamente «importantes». La vida tiene un plazo, (y pocas veces llegamos a saber «el día y la hora», como en la película mencionada), pero el final es algo fuera de toda duda. Y sería muy triste descubrir que no le hemos sacado provecho al tiempo disponible. 

              Esto no significa entrar en un ritmo frenético, y empeñarnos en bebernos la vida a grandes tragos; ni dedicarnos a buscar continuamente experiencias nuevas, o límite (drogas, sexo, alcohol, velocidad…), como queriendo pasar por todo, sin pausa, sin sentido, solo «acumulando»/consumiendo vivencias. Se trata más bien de priorizar, de discernir, de elegir aquello que realmente me enriquece y es valioso, me hace crecer como persona, me hace más humano, y vivirlo todo con sentido.

                 Con un lenguaje propio del género apocalíptico (y que por lo tanto, no hay que entender literalmente), Jesús nos ha dicho que «el cielo y la tierra pasarán. El día y la hora nadie la sabe». Y, sabiendo interpretar los signos, como el rebrotar de la higuera que anuncia el verano, hay también muchos signos en la naturaleza que nos hablan de nuestras limitaciones y caducidad y de la necesidad de aprender a vivir de otras maneras: las pandemias, el calentamiento global, las inundaciones, el volcán de La Palma, las Danas y «Filomenas». No controlamos todo (aunque nos guste creérnoslo), y todo puede cambiar en breve tiempo. En definitiva: la vida nos enseña a ir «aprendiendo la muerte«.

Basta con escucharla, verla, seguirla… como hacía Jesús.
Ella nos explica la muerte poco a poco, o de golpe, según los días.
Unas veces sin hacernos ningún daño. Otras, dislocándonos de dolor.
Unas veces subrayando nuestras pequeñas muertes cotidianas,
otras, golpeándonos con la muerte de aquellos que tanto amamos.
La muerte se aprende cuando, al peinarnos por la mañana, se nos caen los cabellos;
cuando nuestros pies pisan las hojas de los árboles caídas,
cuando perdemos el diente que nos ha dolido tanto tiempo;
cuando nos salen las primeras arrugas,
cuando podemos decir, al contar pequeños recuerdos: «hace 10, 20 ó 30 años»…
Cuando nos regalan unas flores para celebrar ese año menos antes del último.
La muerte se aprende cuando nos encontramos con quienes conservan nuestra infancia en el recuerdo,
y para quienes seguimos siempre siendo pequeños;
cuando la memoria flaquea, la enfermedad nos visita…
Cuando disminuyen las visitas a los vivos y se alargan las visitas a las tumbas.
La muerte se aprende en cada adiós definitivo de los seres queridos,
porque, aunque sepamos por la fe, que ya han llegado a su Destino,
nosotros nos quedamos con la carne abierta, protestando, herida,
porque se nos ha muerto una parte de nosotros mismos…
La vida es nuestra maestra de muerte, pero también es maestra de vida…
«Cuando veáis todas estas cosas, sabed que el señor está cerca, a la puerta».
Madeleine Delbrel,  “Morirás de muerte

            Cuesta menos dejar la vida cuando ha sido aprovechada bien y mucho, para crear vida alrededor, como hace la naturaleza, incluso vida a partir de la muerte. Cuesta menos dejar la vida cuando sabemos que hemos crecido, que hemos desarrollado nuestras mejores capacidades, cuando somos conscientes de haber amado mucho. No es necesario consumir ni experimentar cuanto más mejor, sino vivir con sentido, disfrutando los pequeños momentos, sabiendo elegir, y siendo conscientes de que «sólo tenemos toda la vida» para cuidar nuestro espíritu, nuestro yo… que es lo que perdurará por toda la eternidad. ¡Ay, si pusiéramos el mismo esfuerzo en cuidar nuestro interior, que el que ponemos en cuidar este exterior que, querámoslo o no, se va desmoronando poco a poco, y a veces muy deprisa!  

Para vivir nuestra vida «bien» nos acompañan dos esperanzas o promesas: el encuentro final o llegada del Hijo del hombre, y que sus palabras no pasan

          Saboreo, para terminar, las palabras de Narciso Yepes: «Desde que convivo con la enfermedad, pienso más en la muerte que antes. La voy sintiendo cercana y amiga; en definitiva, nada terrible. Sí, me inquieta irme sin haber tenido tiempo suficiente para cumplir la misión que Dios me haya encomendado. El día que sienta plenamente el convencimiento de que he acabado mi tarea en la tierra, el paso por esta vida habrá sido una fiesta, y el marcharme será el inicio de una fiesta nueva«. 

Hoy celebramos la Jornada Mundial de los Pobres. Me permito subrayar algunas palabras del Mensaje del Papa Francisco para hoy: 

El rostro de Dios que Jesucristo nos revela es el de un Padre para los pobres y cercano a los pobres. Toda su obra afirma que la pobreza no es fruto de la fatalidad, sino un signo concreto de su presencia entre nosotros. No lo encontramos cuando y donde quisiéramos, sino que lo reconocemos en la vida de los  pobres, en su sufrimiento e indigencia, en las condiciones a veces inhumanas en las que se ven obligados a vivir. No me canso de repetir que los pobres son verdaderos evangelizadores porque fueron los primeros en ser evangelizados y llamados a compartir la bienaventuranza del Señor y su Reino (cf. Mt 5,3)…

Parece que se está imponiendo la idea de que los pobres no sólo son responsables de su condición, sino que constituyen una carga intolerable para un sistema económico que pone en el centro los intereses de algunas categorías privilegiadas… Se asiste así a la creación de trampas siempre nuevas de indigencia y exclusión, producidas por actores económicos y financieros sin escrúpulos, carentes de sentido humanitario y de responsabilidad social.

Quique Martínez de la Lama-Noriega, CMF
Imagen de José María Morillo

DOMINGO 32 DEL TIEMPO ORDINARIO. CICLO B

UNA MIRADA DISTINTA

“ Lo que das, te lo das; lo que no das, te lo quitas” (Alejandro Jodorowsky)

         Cuando uno se sienta en cualquier sitio  -en el andén del metro, en un banco de la calle, ante la pantalla de un televisor o a la pueta de la iglesia, o cuando hojea las revistas y periódicos, las páginas web…- y presta atención a la gente, anda mirando «con otros ojos»: Si hay alguien conocido, si es guapo/a, si tiene buen cuerpo, si tiene muchos fans y seguidores en las Redes, si tendrá una buena preparación (incluso si sus títulos y estudios serán auténticos), si sabrá hacer algo realmente meritorio aparte de hacer declaraciones estruendosas para salir en los titulares, si tendrá algo que esconder, si se cuenta algún rumor morboso…

          Lo más frecuente en la mayoría de los casos es quedarse con las primeras impresiones (no pocas veces es lo que no pocos pretenden: «impresionar», dar una imagen, superficialmente, parcialmente). Nos hemos acostumbrados a ello, y enseguida sacamos conclusiones, ponemos etiquetas, juzgamos: interesante, emigrante, indiferente, este es tonto, este no es de fiar, admirable, envidiable, buena o mala gente… Lo malo es que esas primeras impresiones se impresionan tan profundamente… que nos condicionan y son difícilmente corregibles, son como una especie de gafas que nos hacen valorar en función de las «primeras impresiones».

              Bien que lo sabían algunos de los personajes que aparecen en el Evangelio de hoy y a los que Jesús critica con dureza:  Se pasean con amplios y llamativos ropajes (¡no sólo de tela!)  para diferenciarse y resaltar sobre los demás, y que les hagan reverencias o les traten de manera «distinta» (podríamos decir: que les aplaudan, que parezcan importantes y con algún tipo de autoridad, que se dirijan a ellos con títulos del tipo «excelencia», «ministro», «señoría», «alteza», a veces incluso con el «ex» por delante: ex-presidente, ex-diputado, ex-secretario, ex-pareja… y otros. También ocurre en el terreno eclesiástico, claro. No hace falta poner ejemplos. 

       Y sigue denunciando Jesús que buscan los asientos de honor, y los primeros puestos en los banquetes, en los eventos, en los palcos, en las listas electorales, en los platós, en los titulares…

             La manera de mirar de Jesús es muy diferente de las nuestras, tan superficiales. Jesús procura comprender el corazón y la vida de las personas con las que se cruza. Es la suya una mirada calmada, contemplativa, abierta a la sorpresa, que no juzga de primeras, que acaricia con ella, que da confianza, que busca lo valioso de cada cual. Va mucho más allá de lo que hoy llamamos «empatía» y «simpatía». Aquella mujer viuda (prototipo de pobreza y abandono en la sociedad judía: por mujer y por viuda), sin derechos, sin nombre, sigilosa, que se mueve ante las puertas del Templo, es «enfocada» por Jesús entre la «gente guapa», rica, sabia, importante, bien vestida, y prestigiosa (como los escribas o letrados que hemos mencionado antes)… Parece que casi sólo la ve a ella, y seguro que, mientras la miraba con ternura, en su corazón brotó alguna oración al estilo de «te doy gracias, Padre, porque hay gente así, buena, generosa… ».

         Y aprovecha la ocasión e invita a los discípulos a fijarse en ella, mirándola con «otros ojos», y se la propone como modelo. Una mujer que estaba cumpliendo generosamente con lo que ella consideraba su obligación. Quizás podría haber pensado: ¿para qué echar estos dos céntimos al rico Templo?, ¿qué son estas dos monedillas comparadas con las cantidades que echa toda esa gente importante? Podría haber considerado que ella las necesitaba más que nadie («para vivir», ha dicho Jesús). Pero ella sentía que tenía que dar ese poco/mucho, como signo de su confianza y de su entrega a Dios. 

Probablemente conocéis este relato de Rabindranath Tagore:
Iba yo pidiendo, de puerta en puerta, por el camino de la aldea, cuando tu carro de oro apareció a lo lejos, como un sueño magnífico. Y yo me preguntaba, maravillado, quién sería aquel Rey de reyes. Mis esperanzas volaron hasta el cielo, y pensé que mis días malos se habían acabado. Y me quedé aguardando limosnas espontáneas, tesoros derramados por el polvo. 
La carroza se paró a mi lado. Me miraste y bajaste sonriendo.  Sentí que la felicidad de la vida me había llegado al fin. 
Y de pronto tú me tendiste tu diestra diciéndome: “¿Puedes darme alguna cosa?”.
¡Ah, qué ocurrencia la de tu realeza! ¡Pedirle a un mendigo!  Y yo estaba confuso y no sabía qué hacer. Luego saqué despacio de mi saco un granito de trigo, y te lo di. 
Pero qué sorpresa la mía cuando al vaciar por la tarde mi saco en el suelo, encontré un granito de oro en la miseria del montón. ¡Qué amargamente lloré de no haber tenido corazón para dártelo todo!

          No, ella no sacó un granito de trigo de su saco, porque no tenía saco. Y entregó sus dos últimos céntimos. Seguramente, si aquella buena mujer hubiera podido escuchar las palabras de Jesús, se habría quedado sorprendida: «Si yo sólo he dado un par de moneditas, y porque no tengo más… ». 

          Este Evangelio me invita a abrir los ojos a la muchísima gente que hay a mi alrededor, que es como esta mujer: héroes en su vida cotidiana, generosos en el cumplimiento de lo que consideran su obligación, y sin darse la más mínima importancia: «Pero si esto es lo que tengo que hacer, no me sentiría tranquilo/a haciéndolo de otro modo.., si es lo que haría cualquiera…». Sin aplausos, con humildad, sin hacer ruido. En ningún caso buscan el reconocimiento, que los  vean. Son personas anónimas, como las dos viudas de hoy: Porque tienen muchísimos nombres, gracias a Dios. Y me hace pensar en esos actos generosos con luces y taquígrafos que a todos nos gustan, esas alabanzas que andamos buscando, ese reconocimiento (muchas veces justo) por lo bien que lo hemos hecho y que refuerza nuestra autoestima.  No es que esto sea malo, a veces es necesario… Pero en el Banco del Reino las «acciones» que más valen son aquellas que hacemos generosamente y que nadie valora, alaba, aplaude ni reconoce, o que incluso desprecian o critican… ¿Cuántas de estas cosas encontrarán los ojos de Cristo en mi vida?

              Aquella mujer agradó mucho a Jesús, porque se sintió identificado con ella: Va acercándose su final y le queda dar lo poco que le queda: las dos humildes monedas de su propia vida, para expresar su entrega absoluta a Dios y el abandono en sus manos, su amor sin condiciones y sin espera de recompensas, aunque para aquel sacrificio no tenga valor para los que no saben mirar como Dios.

          En conclusión: aprendamos la mirada de Jesús, identifiquemos y agradezcamos a Dios tantos héroes anónimos. Ojalá yo sea uno de ellos… simplemente porque doy y hago lo que tengo que hacer. Darme, entregarme. No dejarme enredar ni engañar por las falsas apariencias de tantos que se dan (y les damos) tanta importancia. Hacer lo que las dos mujeres, hacer lo que Jesús… ¡en memoria suya!  Sin que se me quede en el saco ningún granito de trigo…

Quique Martínez de la Lama-Noriega, cmf 

DOMINGO 31 DEL TIEMPO ORDINARIO. CICLO B

ESCUCHA Y AMA

¡Escucha, Israel. Escucha, pueblo de Dios, escucha bautizado!

Esto lo primero de todo: que escuches la voz de tu Dios.

Tu Dios te habla en cada celebración, cuando se proclama la Palabra, y quiere dialogar contigo.

«Escucha Israel«, «y que las palabras que yo te dirijo hoy queden grabadas en tu corazón».

Como enseñó el Sacerdote Elí al joven Samuel que «oía» aquella desconocida voz: «cuando te sientas llamado, responde: Habla Señor, que tu siervo escucha».

Y si te cuesta escuchar la voz, ora como el rey Salomón, cuando siendo aún joven le dijo Dios:  «pídeme lo que quieras que te dé». Y Salomón respondió: «Concede a tu siervo un corazón que escuche». Agradó tanto al Señor aquella petición, que le respondió: «Cumplo tu ruego y te doy un corazón sabio e inteligente».

Cada mañana, al estrenar el día, podemos recordar las palabras de Isaías: «El Señor me ha dado lengua de discípulo, y  mañana tras mañana despierta mi oído para que escuche como un discípulo. El Señor me ha abierto el oído».

En la primera plegaria del día, Laudes, a menudo repetimos: «¡Ojalá escuchéis hoy su voz! No endurezcáis vuestro corazón» (Salmo 5, 7,8).

En el último libro de la Biblia, el Apocalipsis, se nos dice: «El que tenga oídos que escuche lo que el Espíritu dice a las Iglesias» (2, 7.11.17,29). Porque el Espíritu de Dios habla también hoy a la Iglesia, invitándola a la renovación y a la fidelidad.

Y nos animan las palabras de Jesús: «en verdad, en verdad os digo: el que escucha la voz del Hijo de Dios ha pasado de la muerte a la vida» (Jn 5, 25).

Tu Dios te habla en el fondo de tu corazón/conciencia, empujándote siempre hacia el bien y el amor. Allí en tu corazón resuenan muchísimas voces. Algunas de ellas encienden tus más bajos instintos: la rabia, el rechazo al que es distinto, la comodidad, el egoísmo, la agresividad, la venganza, la búsqueda de ventajas personales por encima de los otros, el dejarte llevar por lo que hace todo el mundo, el no complicarte la vida… Pero junto a ellas también está la voz de Dios. ¿Cómo distinguir una de otras? 

«El Señor, nuestro Dios, es solamente uno». Los otros nunca deben ser tomados como dioses, porque no lo son. Al único Dios lo reconocemos porque nos saca de la tierra de la esclavitud para darnos la libertad. Los otros «dioses» nos atan, nos someten, nos manejan. A este único Dios le mueve el clamor del pobre, del necesitado, del más frágil, del que sufre, del más pequeño. Los otros «dioses», en cambio, los silencian, sólo dejan oír la voz del egoísmo. Este único Dios quiere hacer de nosotros un gran pueblo, una gran comunidad de hermanos, y solo nos ofrece una Ley importante: la Ley del amor, con ella, busca hacer de ti una persona «grande» y fraterna pues tendrás un corazón enorme lleno de amor. 

Me ha ayudado meditar este testimonio personal:

En cierta ocasión le pregunté a Dios qué deseaba decirme o pedirme. Era un momento de ardiente fervor en el que me sentía preparado para escuchar cualquier cosa. En un momento de tranquila escucha, oí interiormente las siguientes palabras: «te amo». Y me sentí desilusionado: ¡ya lo sabía!  Pero Él volvió a mí de nuevo con esas mismas palabras. Y de repente, me di cuenta con mucha claridad de que nunca había aceptado e interiorizado realmente el amor de Dios por mí.  En ese instante lleno de gracia, vi que «yo sabía» que Dios había sido paciente conmigo y me había perdonado muchas veces. Pero me asombró no haberme abierto nunca a la realidad de su amor.  Lentamente caí en la cuenta de que Dios tenía razón.  Nunca había escuchado realmente el mensaje de su amor. Cuando Dios habla, siempre habrá «algo sorprendente, distintivo y duradero». (John POWELL, Las estaciones del corazón.  Sal Terrae)

          Por eso sólo a él le darás «todo tu corazón». Porque sólo él te ha amado tanto, tanto, tanto… y su amor no te ata nunca, no te domina ni te impone, ni te maneja, sino que te hace ser más tú. Sólo te pide esto: «ama». Y entonces, toda voz que no te ayude a ser más libre, más responsable, más generoso, más dispuesto, más acogedor, más atento, más justo. menos individualista… no es la voz de Dios. 

Tu Dios te habla también en la voz de los hombres que necesitan algo de ti. Ha escrito don Santiago Agrelo, un pastor excepcional y obispo emérito de Tánger:

Aceptamos que el «amar al Señor Dios con todo el corazón» es el primer mandamiento de la ley; pero no hay razón para que pensemos que ese mandato tenga algo que ver con unos extranjeros vigilados, controlados, desplazados, deportados en nombre de nuestro bienestar; podemos amar a Dios y desentendernos de esos hijos suyos que, por no tener papeles, han dejado de ser hijos suyos. Ocuparse de ellos sería ‘buenismo’ indigno de personas razonables.

Aceptamos eso de «amar al prójimo como a uno mismo»; pero es evidente que unos extranjeros sin dinero no son «prójimo» nuestro, y mucho menos son «nosotros mismos»: gentes así son sólo una amenaza para nuestro trabajo, para nuestra identidad, para nuestra seguridad; y como una amenaza han de ser apartados de nuestra vida. Cualquier otra disposición sería mero sentimentalismo.

Puede que bosques, fronteras y pobres nada tengan que ver con el evangelio de nuestra eucaristía. Puede que consigamos amar a Cristo sin amar su cuerpo que son los pobres.  Puede que consigamos comulgar con Cristo y subvencionar a quienes añaden sufrimientos atroces a su pasión. Si así fuese, si nuestra misa nada tiene que ver con los caminos de los pobres, mucho me temo que tampoco tenga algo que ver con el camino que es Cristo Jesús.

       Jesús unió inseparablemente el amor de Dios y al prójimo en un solo mandamiento. Y el modo de comprobar que amamos a Dios como único Dios, por encima de todas las cosas es el amor al prójimo. No es posible amar a Dios… si nos desentendemos de los que él ama más: de cada hijo/hermano sin exclusión. El amor, los demás, y el mundo creado son  temas principales para revisar nuestra conciencia y crecer, procurando concretar: ¿A quién, cómo y cuándo debo expresar mejor mi amor (y mi escucha)?

        En este contexto se entiende mejor que el Papa desee una Iglesia de la escucha, a la escucha: «El tiempo de Sínodo en el que estamos nos ofrece una oportunidad para ser Iglesia de la escucha, para tomarnos una pausa de nuestros ajetreos, para frenar nuestras ansias pastorales y detenernos a escuchar. Escuchar el Espíritu en la adoración y la oración… Escuchar a los hermanos acerca de las esperanzas y las crisis de la fe en las diversas partes del mundo, las urgencias de renovación de la vida pastoral y las señales que provienen de las realidades locales». 

          Escuchar es el camino para poder amar: escuchar sin estar pensando lo que vamos a responder, escuchar sin hacer juicios, escuchar con atención las palabras, los gestos, los sentimientos, la situación vital. Escuchar dejando que me afecte lo que escucho, que me toque por dentro. Escuchar para discernir.  Escuchar para acompañar y caminar juntos (=Sínodo)  Escuchar, como María, guardando la Palabra y las palabras en el corazón. Escuchar comprendiendo y amando.

         Termino con estas palabras del Papa Francisco: «Escucha también la melodía de Dios en tu vida, y no limitarte a abrir los oídos, sino abrir el corazón. Y es que, quien canta con el corazón abierto toca el misterio de Dios, incluso sin darse cuenta. Un misterio que es, en definitiva, el amor que despliega su maravilloso, pleno y único sonido en Jesucristo«.

Que el Señor nos afine el oído y nos dirija para interpretar y cantar juntos la partitura del Amor.

Quique Martínez de la Lama-Noriega, cmf
Imagen Superior José María Morillo. Desconozco al autor de la segunda

DOMINGO 30 DEL TIEMPO ORDINARIO. CICLO B

PARA QUE UN CIEGO ECHE A ANDAR
(Domund: «Cuenta lo que has visto y oído»)

              Todo lo que los evangelistas recogieron, elaboraron y redactaron de la vida de Jesús no tiene como fin  «informarnos» de lo que pasó (como haría, por ejemplo un periodista), sino ayudarnos a leer nuestra realidad de hoy para iluminarla. Es decir: este relato tiene que ver conmigo, está pensado para mí, quiere decirme algo para mi vida, espera dialogar conmigo y ayudarme a cambiar en algo. Y debemos leerlo partiendo de nuestras circunstancias concretas.

Veamos a quién representa este ciego y cuáles serían las cegueras que nosotros necesitamos curar o ayudar a curar:

UN CIEGO TIRADO AL BORDE DEL CAMINO:

  • Bartimeo es alguien que vive «dependiendo» de los demás, sus circunstancias personales le impiden valerse por sí mismo y vive de lo que le quieran dar los otros. No tiene derechos, no puede exigir nada. 
  • Es alguien que no «ve» su futuro. Su situación no tiene salida. Nada le motiva a levantarse y «moverse» en alguna dirección. Se trata de un «descartado», tirado al borde del camino. Su «sentido de la vida» no es otro que sobrevivir lo mejor posible. ¡Tiene tantas carencias y limitaciones…! «Los demás son mejores que yo, pueden más que yo, tienen más posibilidades que yo….»
  • ¿Podríamos hablar también de la «ceguera» de la gente y de los discípulos?  Unos y otros no se dieron por enterados de aquel ciego allí tirado, no captaron su soledad y su dolor, porque «iban a lo suyo», aunque en este caso sea magnífico que estén pendientes del Maestro. Y sienten que Bartimeo más bien les estorba con sus quejidos y voces. La ceguera de no ver a los que tenemos tan cerca.
  • Por otro lado, tendríamos la «ceguera» de la fe. Muchos «no ven» al Señor Jesús, a pesar de tenerlo tan cerca, aunque les hayan hablado de él. Parece que de oídas, Bartimeo sabía algo de Jesús, lo suficiente como para atreverse a pedirle algo. Pero no puede verlo. Por eso le llama, y por dos veces pide «compasión». También  podríamos hablar de que la gente y los discípulos que acompañan y van escuchando a Jesús… no han «captado»  todavía su mensaje o no han sintonizado bien con él. Andan escasos de sensibilidad ante el pobre, escasos (todavía) de compasión.

EL CIEGO GRITABA:

Hay muchos modos de gritar, de llamar la atención:

– Hay quienes lo hacen con la «violencia oral»: gritan, hacen ruido, protestan, reclaman… Y a veces pasan de la violencia oral a la violencia de los hechos.
– Hay quienes, en cambio, optan por un estruendoso y total «silencio», ya no saben qué decir o cómo decirlo… y guardan silencio.
– El «grito» de otros consiste en no estar cuando se les espera. A ver si les echan de menos y les hacen caso.
– Algunos gritan a través de las redes sociales, con sus mensajes y sus imágenes de denuncia, y la esperanza de que otros se solidaricen con ellos, o se difunda determinada situación injusta.
– Hay por fin, quienes gritan, como Bartimeo, pidiendo ayuda a Dios. Es lo que se llama con todo sentido «oración». Reclamar, a Dios, quejarse a Dios, esperar de Dios, pedir e incluso literalmente gritarle a Dios. Quizá lo hagan en el silencio de una capilla, en la cama de un hospital, en un banco solitario del parque, haciendo botellón o durmiendo en cualquier sitio… con una  lágrima o un torrente de ellas, de rodillas, o con las manos juntas, o de pie con la cabeza agachada, o con la mirada hacia la cruz, o con la mirada perdida…

¿Qué nos enseña Marcos sobre la actitud y reacción de Jesús ante cegueras como éstas?

JESÚS SE DETUVO:

  • Jesús es alguien capaz de mirar, de oír, de darse cuenta... aún en medio de todo el jaleo que le envuelve.  Es una persona atenta, concentrada en lo importante: atento a las personas. No se deja arrastrar, es dueño de sí mismo. Eso es algo que podemos y debemos aprender, entrenar, está en nuestra mano conseguirlo.
  • En segundo lugar, «llama», se interesa, se acerca, no se informa a distancia (esa «cercanía» a la que tanto nos llama hoy el Papa). Y además dialoga: ¿qué quieres que haga por ti? No da por supuestas las cosas, no «adivina» lo que le pasa. Prefiere que aquel hombre ponga nombre a sus sufrimientos, a sus deseos, a su inquietud. Le ayuda a expresarse. Es una condición esencial para salir de su situación. No todos saben o quieren hacerlo. Jesús le hace una pregunta oportuna para que cuente, para que reconozca su dolor, su deseo, su esperanza: ¿Qué quieres que haga por ti? Es una pregunta muy misionera: preguntar… y escuchar la respuesta como interpelación personal. No le ha pedido de entrada un milagro, ni nada material: sólo «ten compasión de mí». Luego, ya en la conversación que entablan ambos, le  pide lo más necesario: recobrar la vista (¿quiere decir que antes la tuvo?).
  • Cuando Jesús le hace llamar da un «salto», a la vez que se «desprende» de su manto (sus seguridades, lo que parece protegerle…). Son signos de «CONFIANZA». Bartimeo se ha abierto a Jesús, se ha sentido «atendido», importante», acogido.
  • Marcos no cuenta que Jesús «haga» nada por el ciego. Sólo unas palabras (es la fuerza que tiene la Palabra de Dios escuchada con fe): «Anda» (curiosamente también, la invitación no es a «ver» o «mirar», sino a moverse, a dejar de estar sentado…), que se traduce en un «seguirle por el camino». La Palabra de Jesús ha servido para que el ciego«vea» que tiene que «seguir a Jesús», y ha descubierto también que en él hay «fuerza», «fe», lo que necesita para dejar el manto y el borde del camino. Jesús no le ha dado «las cosas hechas», le ha «empujado» a caminar por sí mismo. Y a ser discípulo.

CONCLUSIONES: En el contexto del DOMUND que hoy celebramos, bajo el lema «Cuenta lo que has visto y oído», podemos subrayar:

– Detectar nuestras propias cegueras (y sorderas), tal como hemos indicado antes, porque si no vemos/oímos bien…
– Ser mediadores (misioneros) y no estorbos ante tantos que están al borde tantos caminos. Lejos… o en casa. E invitar: «Ánimo, levántate, que te llama».
– Como el Maestro, ofrecer nuestra «compasión», que no es lástima ni pena… es la compasión de Jesús que «conecta» con la situación vital del que está tirado, descartado, «ciego». Hacernos cargo. Y atrevernos luego a preguntarle: «¿Qué quieres que te haga?».
– ¿Qué tenemos que contar? (Lema): Cómo el Señor nos ha hecho mirar las cosas de manera más profunda y con sentido. Las Palabras que escuchamos y que nos ayudan a ser más personas e iluminan nuestros pasos. Cómo sigo al Señor por el camino y cómo experimento su presencia en mí. No se trata de contar lo que pienso, lo que he leído, lo que dicen otros, lo que está escrito, lo que hay que hacer o ser… sino lo que yo he visto y oído: Mi experiencia de vida, la acción de Dios en mí.
– Por último: la razón, la fuente, la raíz, la fuerza, el «cómo» de la tarea misionera no es otra que la fuerza del amor de Dios. Como dice el Papa  «Hemos sido hechos para la plenitud que sólo se alcanza en el amor y cuando reconocemos su presencia de Padre en nuestra vida personal y comunitaria, no podemos dejar de anunciar y compartir lo que hemos visto y oído».

 Por eso concluyo con una plegaria de San Antonio María Claret (hoy día 24 es su/nuestra fiesta):

Fuego que siempre ardes y nunca te apagas,
amor que siempre hierves y nunca te entibias: Abrásame para que te ame.
Te amo, Jesús, con todo mi corazón, con toda mi alma, con todas mis fuerzas.
Quisiera amarte más y que todos te amen.
Quisiera amarte por mí y por todas tus criaturas
Haz, Padre, que te ame como me amas Tú y como tú quieres que yo ame.
Padre mío; de sobra sé que no te amo lo que debiera,
pero estoy seguro que llegará el día en que te amaré como deseo
porque Tú mismo me concederás este amor que te pido

por medio de María y de Jesucristo nuestro Señor. Amén

Quique Martínez de la Lama-Noriega, cmf
Imagen superior JM Morillo