ECHANDO LAS REDES A DESHORA
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Con el desconcierto causado por la muerte del Maestro, parece que los discípulos se han olvidado de aquellas palabras suyas: «Mientras es de día tengo que hacer las obras del que me ha enviado: viene la noche y nadie podrá hacerlas. Mientras estoy en el mundo, soy la luz del mundo». Ya no está Jesús y por lo tanto es «de noche». No solo cronológicamente, sino afectivamente e incluso «laboralmente». Cuando falta la luz, cuanto falta su presencia, la actividad es inútil. Especialmente la actividad pastoral.
Es frecuente que haya «noche» en nuestras vidas. Pueden ser tantas las causas: una crisis personal, una etapa de desencuentro, de incomprensión o de rechazo, fracasos, desengaños, enfermedades, sufrimientos de cualquier tipo, cuando el trabajo se vuelve rutinario o sin sentido, cuando nos embarga el pesimismo, la depresión, el sentimiento de soledad…
A veces la «noche» es social: podemos ver la polarización en lo político, el desánimo y el cansancio por la pandemia, la desesperanza por las guerras que no terminan, la inflación en los precios… Y también parece que la noche nos «pilla» a los cristianos: proyectos muy trabajados que no consiguen apenas nada, falta de respuesta en las convocatorias pastorales, cristianos que se alejan de la Iglesia por distintas razones, las reformas que no consiguen reformar…
Todas ellas dejan una gran sensación de «vacío», de miedo, de tristeza, porque, como Pedro, seguimos saliendo a pescar «como siempre» hemos hecho, como si no hubiera pasado nada. Recuerda uno cierta canción de tiempos jóvenes, en que se decía: «porque hay muchos hombres que hablan en su nombre, pero no le dejan hablar a él; porque hay muchos hombre que se reúnen en su nombre… pero no le dejan entrar a él.» Sin la presencia y los criterios del Resucitado, los esfuerzos resultan infructuosos: «Muchachos, ¿tenéis pescado? ¡Pues no!».
No es poco reconocer abiertamente que no tenemos pescado, que nos hemos cansado en viento y en nada (Isaías 49, 1-6). Y es significativo que es entonces cuando se presenta el Resucitado. Así ha ocurrido otras veces: sale al paso de la angustia de Magdalena, del desencanto de los caminantes de Emaús, del miedo de los discípulos encerrados en el cenáculo, de las dudas de Tomás, de la rabia de Saulo… La necesidad y el malestar abren las puertas al encuentro. Quien se siente lleno, quien obtiene resultados de sus esfuerzos… no necesita ningún Señor. Sólo los pobres, los que lloran, los que tienen hambre y sed, los que necesitan misericordia, los perseguidos, los que no tienen pescado… se encuentra en condiciones de recibir una «visita» del Señor…, que llega «pidiendo». Pues no tenemos nada que ofrecerte, sólo nuestro vacío y cansancio.
Y entonces reciben sus instrucciones: «echad la red a la derecha y encontraréis».
¡Pero si es de día! Todos «saben» que el tiempo de pescar es por la noche. No tiene sentido salir a echar ahora las redes… «Los discípulos no sabían que era Jesús». Sin embargo deciden hacer caso a las palabras de aquel desconocido, se abren a la sorprendente novedad/petición de echarse al mar «al amanecer»… Y las redes se llenan de peces grandes. Al verlo… sólo el discípulo a quien Jesús amaba, exclama: «¡Es el Señor!». Dos reacciones distintas ante un mismo hecho. Pero sólo el amor permite interpretar y reconocer que el resultado se ha debido al Señor. Menos mal que el bueno de Pedro se deja iluminar por el discípulo amado y se lanza al agua. Al seguir sus instrucciones han conseguido estupendos resultados… pero sobre todo han encontrado al Señor.
Al llegar a tierra, Jesús les ha preparado pan y pescado para comer juntos. Pero quiere contar con lo que ellos mismos han conseguido. La comunión que Jesús busca con sus discípulos, precisa también que ellos «pongan algo de su trabajo», como ocurre en nuestras celebraciones eucarísticas: «… y del trabajo de los hombres, que recibimos de tu generosidad y ahora te presentamos». El Señor nos ha preparado el fuego, la mesa, el pan y el pescado… y nosotros le entregamos de nuestros peces y de nuestro trabajo. Sólo así se hace posible la comunión/Comunión.
Te doy gracias, Señor, porque estás aquí, conmigo
aunque tantas veces no te reconozca:
en mi trabajo de cada día, cuando todo es luminoso y feliz…
pero especialmente en medio de mis noches y mis cansancios.
Te presentas Resucitado, con la sencillez y la fuerza del Espíritu,
pidiéndome cualquier cosa, ¡con lo vacío y necesitado que yo estoy!
Pero es que… no hago las cosas a tu modo, no las hago contigo…
aunque pretenda hacerlas en tu nombre.
Aún me falta mucho para ser como Pedro,
que se lanza al agua porque te ha visto… y ya no piensa en nada más.
Me falta mucho para ser como el discípulo amado, que te descubre al primer vistazo,
o como María Magdalena, que te busca incansable
y pregunta a quien sea hasta que te encuentra,
o como la de aquellos siete discípulos ha habían vivido a tu lado,
y que echaron de nuevo las redes porque tú lo dices.
Yo creo que intuyeron que podías ser tú, aunque todavía no te reconocieran
porque uno no hace caso de un desconocido
que le pide cosas sorprendentes y novedosas.
Pero si tú lo dices, me echaré a pescar al amanecer
y lanzaré las redes como y donde tú quieras.
Señor: Dame ojos para «ver» tus signos e interpretarlos:
los signos de los tiempos,
las huellas de tu paso misterioso por mis lagos,
y en la creación: el agua, el fuego, la luz, la paz,
el pan, los peces y el trabajo compartidos en la Eucaristía,
la vida ofrecida generosamente,
el corazón liberado de puertas y candados,
el silencio y la perseverancia de mis hermanos consagrados,
tu llamada permanente en los más pobres,
la Comunidad que nace del Evangelio y destila aroma de Resucitado,
los que oyen y obedecen tu voz resucitada cuando gritas «ven y sígueme»,
los enfermos que creen contra toda esperanza,
el perdón sanador y recreador,
los que están dispuestos a vivir una vida distinta, con sentido, regalándose…
Y mejor aún si haces de mí un signo humilde de la Vida que tú repartes y eres.
Tú, Señor, lo sabes todo. Tú sabes que te quiero.
Y yo sé lo que de mí esperas: Que apaciente tus ovejas.
Quique Martínez de la Lama-Noriega, cmf
Imagen Superior Alexander Andrews
ECHANDO LAS REDES A DESHORA
Después De leer el Evangelio de Juan tan emotivo, lleno de matices, de dudas, encuentros, reconocimiento del Resucitado y de encomiendas… de compartir una comida con el Señor el diálogo de Jesús con Pedro, no se podía esperar otro tipo de homilía.
Los discípulos, dentro de sus dudas y desesperanzas vuelven otra vez a su vida de rutina, a lo que saben hacer, no han descubierto otra forma nueva de actuar en el tiempo que acompañaron al Maestro. Pero muy curioso, vuelven al lugar donde tuvo lugar el primer encuentro, donde sus ojos se encontraron por primera vez con los de Jesús, donde escucharon la invitación a seguirle. Allí estaban otra vez cansados de bregar toda la noche, sin nada, la barca vacía y sus corazones desalentados, en la noche, con sentimientos de pesimismo y soledad, reflejo de mi persona, de Iglesia y de la sociedad en muchas ocasiones. Una sociedad sin Dios, ¡Así nos va! Envueltos en nostalgias y en nuestro ego, sin pensar que tenemos muchos motivos para la esperanza y la alegría, muchas cosas que compartir y celebrar. Allí en la arena oyen la misma voz pero están preocupados por la falta de éxito en su faena, que no reaccionan. La voz les desconcierta y dudan ante el mandato recibido porque consideran que no es el momento ni el lugar adecuado pero, ante la duda se lanzan movidos por una fuerza interior que todo cambia para ellos, unos desde el amor y otros movidos por la pasión, el entusiasmo. Reconocen la Señor:
• El desconocido, se hace amigo.
• El temor, se vuelve asombro y alegría.
• El ayer, se hace presente, las dudas y tristezas, no tiene lugar porque por el amor reconocen al Seño.
¡Al amanecer, Jesús lo hace todo nuevo! ¡Es el Señor! Todos van al encuentro con Jesús. Recuerdan la voz del Maestro: ¡Yo soy la luz! En estos momentos considero importante que unos a otros ayudan a reconocer al Señor.
Siguiendo, el Evangelio, Jesús siempre tiene algo preparado para ofrecernos, cuando vamos a su encuentro, pero también nos pide algo propio, algo de nosotros, para compartir. No importa si solo podemos ofrecer nuestras manos vacías, pero manos abiertas a recibir las sorpresas de cada día, porque Él es novedad de Vida, nos puede llenar de amabilidad, sencillez, espíritu de servicio, dulzura, ternura, misericordia perdón… Necesitamos encontrarnos con Él en el lago de nuestra vida y en el lago del mundo para experimentar que Él ¡es el Señor!
Muy emotivos les pequeños gestos que el Señor está preparando a la otra orilla: unas brasas, unos peces y un pan; junto a ellos, nosotros, podemos ofrecer los pequeños frutos de nuestro trabajo que Él nos ayuda a conseguir. Esto me invita a descubrir los signos en los cuales Jesucristo se presenta Resucitado, hoy, entre nosotros.
• Rostros cargados de tristeza, y miseria, desencantados…
• Rostros de niños tristes por falta de afecto, amos, alimento; llenos de dolor.
• Comunidades cristianas abiertas a la acogida, la corresponsabilidad, la solidaridad con los más desfavorecidos.
• Comunidades cristianas y personas abiertas a la escucha de la Palabra de Dios y con compromiso de ponerla en práctica en nuestra realidad social. Que mantienen el entusiasmo de remar mar adentro a pesar de que la pesca sea poco abundante.
Lo importante es echar las redes en su nombre y junto a Él. Que cada acción por el Reino tengamos claro que ¡Es el Señor! El que actúa.
En la otra orilla, Pedro reafirma su amor al Señor y Él le confía su Iglesia. A nosotros, como bautizados también nos ha confiado una pequeña parcela de la misma la cual debemos cuidar con amor.
Terminas con una preciosa oración donde expresas: gratitud, deseos de superación, apertura a lo novedoso y sorprendente de la Resurrección, deseos de reconocer las huellas del Señor y seguirlas en la realidad de nuestro mundo, pero sobre todo manifestación de amor al Señor y a la misión por su Reino…
Me adhiero a ella.
Solo pido reconocer en cada acontecimiento de mi vida: ¡Es el Señor! El que está presente.
Gracias Quique.
Jesus pregunta insistentemente si le amamos yl a respuesta por tres veces es Señor tu sabes que te quiero que no es exactamente lo mismo
Yo no me atreveria ni siquiera a contestar esto porque El conoce lo mas profundo de mi alma y solo podría decir:Señor Tu sabes que te necesito.
Gracias por la meditación de esta Lectura sobre la que siempre he pasado por encima y que termina con el Sígueme
Me imagino a los pobres apóstoles cuando muere el Señor en la cruz, como títeres sin cabeza. No sabían que hacer. Tanto tiempo a su lado, oyendo lo que decía y viendo como actuaba y que a pesar de haberles dicho en muchas ocasiones que volvería…..no entendían «nada».
Se habían quedado «solos». Me imagino un poco el haber podido palpar y estar con el Señor y de repente…crees que te quedas sin él.
Pero no es así. Hay que ver este vacío, que ya en su época les dejó a sus discípulos, como también nos pasa hoy a todos, o a muchos de nosotros. ¡Cuantas noches oscuras, cuántos vacíos, cuánta soledad en muchos momentos, cuántas veces pensamos que no nos oye, cuántas veces no tenemos una directriz en nuestra vida, cuántas veces vemos cosas sin sentido…!!!.
Hay que ver con los ojos del alma. Hay que buscar a Jesús aunque a veces esté como escondido pero nos ve. A veces nos habla…tan bajito que no le oímos.. Personalmente en mi vida he tenido vacíos, noches oscuras, silencios en mi alma…pero también desde muy pequeño he sabido que por encima de todo, hay unas manos abiertas, hay un hombro que me espera, hay un brazo que me coge, hay una silla para que me siente a su lado y le cuente todo, hay unos oídos que no se cierran, hay una cara que quiere ser besada, hay una conversación que quiere tener conmigo….Lo único que quiere es que le ofrezca lo que tengo. Sea poquito o poco,porque mucho no tengo. Aunque yo no tenga más…..Y le oigo también muy bajito: eres para mí el amor de mi vida. Como todos los que estáis. Sólo quiero que me aceptéis en vuestra vida. Que os parezcáis lo más que podáis a mí. Que os ayudéis unos a otros, que estéis pendientes de las necesidades de los demás, que aceptéis al que es distinto, que perdonéis a los que os hacen daño, que tengáis un buen corazón, que estéis con los que sufren, que no os importen las inoportinidsdes que no esperabais pues son pasajeras,que tengáis siempre el deseo de hacer feliz al que está al lado….Y tantas cosas que le oigo muy bajito aunque a veces no sepa hacerlas. Pero claro que me habla. Y a pesar de todas las cosas de la vida, buenas y malas, siempre está conmigo. Por eso no puedo fallar en quererle aunque muchas veces meta la pata.
Hay una canciones misa que dice:» mi cansancio que a otros descanse, amigo bueno que así te llamas»
Muy bonita tu reflexión de hoy Quique y qué oraciones tan bonitas al final del texto!!!
Señor en el día de hoy quiero sólo una cosa: que llenes mis vacíos que tantas veces noto. Quiero por encima de todo que tengas tus manos abiertas para que te vaya poniendo en ellas la pequeñas cosas que hago. No sólo mires la cantidad sino el amor que te tengo y ten mucha misericordia conmigo porque te quiero llevar siempre dentro de mí; pase lo que pase. Así sea.
Las horas del Señor no son nuestras horas. La lógica de las rutinas no van con Él. La luz y las sombras aparecen cuando deben ser. Esto que fueron encontrando los discípulos, que lo aprendieron en su carne y en su vida es lo que todos vamos descubriendo de una forma u otra.
Pido a Dios que me ayude a verlo cómo el discípulo amado , que me permita lanzarme al agua como Pedro y encontrarme con Él en la orilla para que me cuide y alimente.
Gracias, Quique, por enriquecer y alimentar nuestro espíritu.
Q bonita homilía. Gracias Enrique.
Nos muestras lo cerca q está el Señor de nosotros, en la pena, en la alegría, en la necesidad, en la enfermedad, siempre a nuestro lado, cuanta más necesidad, más cercanía. Sentimos su compañía cuando compartimos estamos más próximos a ti. Haz q siempre echemos las redes aunque creamos q no hay peces.