Domingo 3 de Pascua Ciclo C (1 Mayo ’22)

ECHANDO LAS REDES A DESHORA


(Si pinchas arriba en «domingo 3 de Pascua» podrás leerlo mejor y dejar tus comentarios abajo. Gracias a quienes lo hagan)

         Con el desconcierto causado por la muerte del Maestro, parece que los discípulos se han olvidado de aquellas palabras suyas: «Mientras es de día tengo que hacer las obras del que me ha enviado: viene la noche y nadie podrá hacerlas. Mientras estoy en el mundo, soy la luz del mundo». Ya no está Jesús y por lo tanto es «de noche». No solo cronológicamente, sino afectivamente e incluso «laboralmente». Cuando falta la luz, cuanto falta su presencia, la actividad es inútil. Especialmente la actividad pastoral.

           Es frecuente que haya «noche» en nuestras vidas. Pueden ser tantas las causas: una crisis personal, una etapa de desencuentro, de incomprensión o de rechazo, fracasos, desengaños, enfermedades, sufrimientos de cualquier tipo, cuando el trabajo se vuelve rutinario o sin sentido, cuando nos embarga el pesimismo, la depresión, el sentimiento de soledad… 

               A veces la «noche» es social: podemos ver la polarización en lo político, el desánimo y el cansancio por la pandemia, la desesperanza por las guerras que no terminan, la inflación en los precios… Y también parece que la noche nos «pilla» a los cristianos: proyectos muy trabajados que no consiguen apenas nada, falta de respuesta en las convocatorias pastorales, cristianos que se alejan de la Iglesia por distintas razones, las reformas que no consiguen reformar…

           Todas ellas dejan una gran sensación de «vacío», de miedo, de tristeza, porque, como Pedro, seguimos saliendo a pescar «como siempre» hemos hecho, como si no hubiera pasado nada. Recuerda uno cierta canción de tiempos jóvenes, en que se decía: «porque hay muchos hombres que hablan en su nombre, pero no le dejan hablar a él; porque hay muchos hombre que se reúnen en su nombre… pero no le dejan entrar a él.» Sin la presencia y los criterios del Resucitado, los esfuerzos resultan infructuosos: «Muchachos, ¿tenéis pescado? ¡Pues no!».

              No es poco reconocer abiertamente que no tenemos pescado, que nos hemos cansado en viento y en nada (Isaías 49, 1-6). Y es significativo que es entonces cuando se presenta el Resucitado. Así ha ocurrido otras veces: sale al paso de la angustia de Magdalena, del desencanto de los caminantes de Emaús, del miedo de los discípulos encerrados en el cenáculo, de las dudas de Tomás, de la rabia de Saulo… La necesidad y el malestar abren las puertas al encuentro. Quien se siente lleno, quien obtiene resultados de sus esfuerzos… no necesita ningún Señor. Sólo los pobres, los que lloran, los que tienen hambre y sed, los que necesitan misericordia, los perseguidos, los que no tienen pescado… se encuentra en condiciones de recibir una «visita» del Señor…, que llega «pidiendo». Pues no tenemos nada que ofrecerte, sólo nuestro vacío y cansancio. 

Y entonces reciben sus instrucciones: «echad la red a la derecha y encontraréis». 
¡Pero si es de día! Todos «saben» que el tiempo de pescar es por la noche. No tiene sentido salir a echar ahora las redes… «Los discípulos no sabían que era Jesús». Sin embargo deciden hacer caso a las palabras de aquel desconocido, se abren a la sorprendente novedad/petición de echarse al mar «al amanecer»… Y las redes se llenan de peces grandes. Al verlo… sólo el discípulo a quien Jesús amaba, exclama: «¡Es el Señor!». Dos reacciones distintas ante un mismo hecho. Pero sólo el amor permite interpretar y reconocer que el resultado se ha debido al Señor. Menos mal que el bueno de Pedro se deja iluminar por el discípulo amado y se lanza al agua. Al seguir sus instrucciones han conseguido estupendos resultados… pero sobre todo han encontrado al Señor.

             Al llegar a tierra, Jesús les ha preparado pan y pescado para comer juntos. Pero quiere contar con lo que ellos mismos han conseguido. La comunión que Jesús busca con sus discípulos, precisa también que ellos «pongan algo de su trabajo», como ocurre en nuestras celebraciones eucarísticas: «… y del trabajo de los hombres, que recibimos de tu generosidad y ahora te presentamos». El Señor nos ha preparado el fuego, la mesa, el pan y el pescado… y nosotros le entregamos de nuestros peces y de nuestro trabajo. Sólo así se hace posible la comunión/Comunión.

Te doy gracias, Señor, porque estás aquí, conmigo 
aunque tantas veces no te reconozca: 
              en mi trabajo de cada día, cuando todo es luminoso y feliz… 
              pero especialmente en medio de mis noches y mis cansancios. 
Te presentas Resucitado, con la sencillez y la fuerza del Espíritu, 
pidiéndome cualquier cosa, ¡con lo vacío y necesitado que yo estoy! 
Pero es que… no hago las cosas a tu modo, no las hago contigo…
aunque pretenda hacerlas en tu nombre.

Aún me falta mucho para ser como Pedro, 
          que se lanza al agua porque te ha visto… y ya no piensa en nada más.
Me falta mucho para ser como el discípulo amado, que te descubre al  primer vistazo,
o como María Magdalena, que te busca incansable
           y pregunta a quien sea hasta que te encuentra,
o como la de aquellos siete discípulos ha habían vivido a tu lado, 
y que echaron de nuevo las redes porque tú lo dices.
Yo creo que intuyeron que podías ser tú, aunque todavía no te reconocieran
         porque uno no hace caso de un desconocido
         que le pide cosas sorprendentes y novedosas.
Pero si tú lo dices, me echaré a pescar al amanecer
       y lanzaré las redes como y donde tú quieras.

Señor: Dame ojos para «ver» tus signos e interpretarlos: 
los signos de los tiempos, 
las huellas de tu paso misterioso por mis lagos, 
y en la creación: el agua, el fuego, la luz, la paz, 
el pan, los peces y el trabajo compartidos en la Eucaristía, 
la vida ofrecida generosamente, 
el corazón liberado de puertas y candados, 
el silencio y la perseverancia de mis hermanos consagrados, 
tu llamada permanente en los más pobres, 
la Comunidad que nace del Evangelio y destila aroma de Resucitado, 
los que oyen y obedecen tu voz resucitada cuando gritas «ven y sígueme», 
los enfermos que creen contra toda esperanza, 
el perdón sanador y recreador, 
los que están dispuestos a vivir una vida distinta, con sentido, regalándose…
Y mejor aún si haces de mí un signo humilde de la Vida que tú repartes y eres.
Tú, Señor, lo sabes todo. Tú sabes que te quiero.
Y yo sé lo que de mí esperas: Que apaciente tus ovejas.

Quique Martínez de la Lama-Noriega, cmf
Imagen Superior Alexander Andrews

Domingo 2 Pascua Ciclo C (24 Abril ’22)

LA RESURRECCIÓN DE LOS APÓSTOLES


 

                El Viernes Santo, se nos murió el Señor. Fue la primera vez, su muerte real. Y siempre que se nos muere el Señor es Viernes Santo, aunque estemos en cualquier otro tiempo litúrgico. No es raro que esto nos ocurra. Resulta que hemos conocido al Señor, que hemos escuchado a menudo su Palabra, que hemos compartido la mesa eucarística, que hemos hablado con él en nuestras oraciones, que hemos procurado caminar de su mano… Y, sin saber por qué, se presentan dificultades, «se nos llevan al Señor», no sabemos dónde lo han puesto, o nos vamos nosotros mismos de su lado… ¡Y nos quedamos sin él! ¡Se nos muere! O ¡Nos lo matan!

                Las lecturas de este domingo nos ayudan a reflexionar en que el Viernes Santo no sólo se murió el Hijo de Dios: también la Comunidad de los Discípulos quedó herida de muerte. Cuando el Señor no está… no sabemos hacer otra cosa que estar a la defensiva y con añoranzas. Así nos lo narra el evangelista:

 ♠  ERA EL ANOCHECER DE AQUEL DÍA. Cuando es de noche se siente más el frío, y la soledad y el miedo. Cualquier enfermo de un hospital podría contárnoslo. Pero la noche estaba sobre todo «dentro» de los discípulos: ¡Un  desconcierto total! ¿Y qué hacemos ahora, si ya no está el Señor con nosotros? 

      Pedro se había hartado de llorar por no haber sabido mantener su palabra de fidelidad, por no haber permanecido junto al Señor aunque le costara la vida. Ante las preguntas de una desconocida criada en un patio, se había encogido y había sentido temor y se había desmarcado del Maestro. 

      Los demás discípulos también huyeron, como ovejas sin pastor. También les remordía la conciencia: aquella sencilla y última petición del Maestro en el Huerto de los Olivos: «Velad y orad conmigo»... Se quedaron dormidos, y no le acompañaron en su angustiosa oración. Y cuando vinieron a por él quedaron desconcertados: no opuso la menor resistencia, ni les permitió defenderle de los soldados. Nada: Ni un milagro. Ni una palabra de protesta, ni una maldición… ¿Por qué no hizo algo? ¡Qué decepción! 

     También nos pasa a nosotros. El Señor sabe por experiencia y nos previene de que es importante: Orar para no caer en la tentación. Tanto, que lo incluyó en el Padrenuestro, que con tanta frecuencia repetimos… Pero a menudo nos puede el cansancio, la desgana, el ritmo loco de vida que llevamos… y terminamos fallando, se nos viene la noche encima, y por dentro. Nos propusimos sinceramente permanecer fieles al Señor, dar testimonio de que somos de los suyos, jugarnos la vida si hace falta… hasta que se presenta la ocasión y… ¡no sé de qué me hablan! ¡yo no le conozco! ¡No, yo ya no…! Hemos cometido un error, una traición, un pecado… y nos venimos abajo sin remedio. O nos llegan las  las decepciones cuando esperamos esa intervención milagrosa del Señor… que no llega. Querríamos un signo suyo, ver que es poderoso, que nos resuelve nuestros problemas… Y no. Dicen varios estudios que esta pandemia ha provocado un aumento de increyentes y agnósticos. El caso es que acabamos confundidos o desencantados o desanimados tanto como aquellos Once.

♠  LOS DISCÍPULOS EN UNA CASA CON LAS PUERTAS CERRADAS. Eso de los cerrojos nos va mucho. Y lo de encerrarnos también. Cuando las cosas se ponen mal, en lugar de buscar soluciones… nos encerramos a llorar, a lamentar, a buscar culpables…; nos aislamos de todo el mundo. Y atrancamos puertas y ventanas interiores, y procuramos tragárnoslo todo nosotros solitos. ¡Que no entre nadie!. Y nos envuelve la tristeza y el miedo. No a los judíos, claro, pero sí a la sociedad y al entorno cercano: Miedo o vergüenza a que sepan que soy creyente, o que no he sido fiel, o a compartir mi fe con otros hermanos, con mi familia, con mi pareja… Nos cuesta pedir ayuda a Dios y a los otros… Fácilmente se va apagando mi relación con Dios y crece la distancia con los otros. Quedan apenas algunos recuerdos, lamentos, tristeza…

♠  Pues en tales circunstancias el Resucitado se presenta, y «SE PONE EN MEDIO», que es donde le gusta estar, y donde debe estar. Es suya la iniciativa de «aparecer» cuando andamos así. También hoy, en este domingo, en este Templo, en nuestra celebración. Y lo hace con todo el poder de su Palabra y de su Espíritu, y nos ofrece una serie de palabras para que nos calen y transformen:

– Primero: ¡Paz a vosotros! Por dos veces lo repite: ¡Paz a vosotros! Cómo sabe el Señor lo que necesitamos. A lo mejor necesitamos que nos lo diga más veces. En todo caso acojamos esta paz, deja que esta palabra alcance hasta el último rincón de tus inquietudes, de tu corazón. Sólo él puede darnos la paz. ¡Paz! Y nuestras tensiones, ansias y agobios se irán serenando y disolviendo. Siempre que oramos, es la primera palabra que el Señor nos dirige: Paz. Cuando nos reunimos en comunidad: ¡Paz! Cuando estamos desconcertados: ¡Paz! Repítelo y mastícalo en tu interior, y déjale que actúe y te transforme.

– Segundo: Alegraos. Todo tiene salida. Dios está de nuestra parte. Y, aunque tengamos que sufrir un poco en pruebas diversas, la última palabra la tiene el Señor. La oscuridad, el fracaso, la injusticia, el pecado, la muerte… no tienen la última palabra. Podemos vivirlo todo con esperanza y confianza. La alegría profunda es un signo distintivo del cristiano que se ha encontrado con el Señor. Como al vidente de Patmos (segunda lectura), él pone su mano derecha sobre mí, diciéndome: «No temas; Yo soy el Primero y el Último, el Viviente; estuve muerto, pero ya ves: vivo por los siglos de los siglos». 

– Tercero: Como el Padre me envió, yo os envío. ¡Vaya una responsabilidad!  Resulta que después de nuestros fallos, traiciones, temores… el Señor nos «corresponde» abriendo puertas y ventanas, y haciéndonos salir  de nuestros encierros y seguridades. ¿Adónde, a qué? A hacer lo mismo que él hizo. Somos enviados de la misma forma que el Padre le envió. Hay que seguir dando a conocer y haciendo presente al Dios de la vida, al Dios de los pobres, al Dios del Amor. Y ya que Jesús se tomó en serio aquel encargo de su Padre, con lágrimas y sangre, porque nosotros los hombres lo necesitábamos, hoy confía y espera de nosotros lo mismo.

– Cuarto: Recibid el Espíritu Santo. Lo celebraremos más despacio el día de Pentecostés. Pero el Espíritu no vino sólo en aquel día, ni sólo en el Bautismo o la Confirmación… Siempre que andamos mal, siempre que tenemos una misión encomendada, siempre que el Señor nos encuentra en nuestra fragilidad herida, nos regala su Espíritu Santo, que es la Fuerza que a él le permitió ser un testigo del Padre desde el día de su Bautismo, y superar la noche de la entrega y de la cruz, que le sacó del sepulcro y le mantiene vivo hasta hoy… ¡es también nuestra fuerza! 

– Por último: a quienes les perdonéis los pecados... Si el Señor se presenta a sus discípulos, si el Señor nos visita en nuestras celebraciones, si nos permite acercarnos a su mesa aunque no seamos dignos, si cuenta con nosotros para seguir haciendo presente su Evangelio y extendiendo el Reino… es porque nos lo ha perdonado todo. ¡Estás perdonado! A pesar de todo perdonado. ¡Perdonados para perdonar! Reconciliados para reconciliar. 

A lo mejor estás pensando que no sientes esa paz del Señor, que no experimentas su profunda alegría, que no estás seguro de haber sido perdonado, que no te llega la fuerza del Espíritu Santo… Pues mira a Tomás y ten paciencia. Ya llegará tu turno. Entre tanto, confía, cree, y arrímate a los que ya lo han «visto» y espera y ora…

Quique Martínez de la Lama-Noriega, cmf 
Imagen superior Duccio di Buoninsegna

Domingo de Pascua (17 Abril 2022)

PASCUA: CADA COSA EN SU SITIO


 

  •  ¿Cómo dejaron las cosas «los hombres» en aquel Triduo, que fue culmen de la vida de un Justo, el Hijo de Dios entregado a la voluntad del Padre? 

– Por una parte los poderosos, los políticos, las autoridades religiosas, los manipuladores de masas, los ricos, los que no tienen escrúpulos, los que no quieren buscarse problemas, los que prefieren servirse de Dios y no servir a Dios…llevaron a Jesús hasta la fría tumba. Como han hecho siempre que han podido.

– Por otra parte, no podemos olvidarnos del silencio cómplice de los amigos («el silencio de los buenos», que decía Martin Luther King») y sus dudas, sus miedos y cobardía… O cómo las gentes se dejaron arrastrar tan fácilmente por el espectáculo, la manipulación y la superficialidad.

El resultado fue desolador. Aquel Hombre bueno había terminado mal, ante la satisfacción de unos pocos, el profundo dolor de algunos y la indiferencia de muchos.

  •  Pero ese Dios al que el Justo Jesús había gritado:«¿por qué me has abandonado?» decidió intervenir, quiso proclamar de parte de quién estaba. Quiso poner CADA COSA EN SU SITIO y dejar claro para el resto de la historia de los hombres:

+ dónde está la verdad y en qué consiste: «Yo soy la Verdad» 
+ dónde se encuentra el futuro: «Yo soy la vida» 
+ que la justicia (injusticia, mejor) de este mundo no coincide con la suya, ni aquélla tiene la última palabra, no «gana»
+ cuál es el estilo/proyecto de vida que tiene realmente «éxito», a pesar de los traspiés y zancadillas que se ponen tantas veces en nuestra historia 
+ qué es lo absoluto y qué lo relativo 
+ qué es lo pasajero, y qué es lo que permanece 
+ quiénes son los importantes, y quiénes quedarán descalificados y fracasados

  •  Y en cuanto a nosotros mismos, esto de la Resurrección de Jesús cambia mucho las cosas… hasta las más cotidianas:

+ Quien quiere «ganar» su vida (Marcos 8, 34) 
            vivir bien,
            acumular dinero o bienes,  
            tener éxito…
está perdiendo su vida, aunque consiga cierto bienestar en esta corta vida.

+ Quien pretenda entendérselas a solas con Dios
            en sus rezos y devociones, 
            en su proyecto de vida y en sus decisiones, 
            en sus compromisos personales y apostólicos,  
sin contar con los hermanos/comunidad, con los pobres, los desgraciados, los pequeños y sufrientes…  No está siguiendo el mismo camino de Jesús, ni es ésa la voluntad del Padre,  y corre el riesgo de situarse en el bando equivocado

+ Que la amistad con Jesús, («a vosotros os llamo amigos»), el amor a los hermanos, a ejemplo del suyo («amaos como yo os he amado»), la solidaridad y compromiso con los necesitados, han recibido del Padre un certificado de validez y eternidad, más allá de la muerte, con la resurrección de Jesús.

+ Que cada palabra y cada gesto de Jesús no son simples «ideas», teorías, normas, predicaciones de un Rabino o de un Profeta entre tantos otros, sino experiencias de vida que nos revelan y hacen entender el corazón de Dios; nos muestran «el» (y no «un») Camino de felicidad.  Y ya que él «se rebajó» tanto, se puso tan abajo, se hizo tan como nosotros… nadie puede decir que no puede llegar a ser como él, incluso más que él, porque nos ofrece la ayuda de su Espíritu para que hagamos obras como las suyas y aún mayores (Jn 14, 12).

  •  Por eso PODEMOS Y DEBEMOS SER INSTRUMENTOS DE LA PAZ QUE ÉL NOS DEJA 
Y DEVOLVER 
         bien por mal, 
         perdón por heridas, 
         amor por odio, 
         luz por oscuridad, 
         sencillez contra retorcimiento, 
         sinceridad contra oscuridad, 
         fraternidad en lugar de individualismo, 
         esperanza por desilusión y vacío, 
         austeridad y compartir en vez de derroche y egoísmo, 
         denuncia y compromiso contra conformismo o indiferencia 

  •  Por eso nosotros, los que nos hemos enterado de la Victoria de Jesús en la mañana de Pascua escucharemos, aprenderemos,  meditaremos, y haremos vida nuestra, cada Palabra y cada gesto de Jesús

+ Procuraremos orar juntos, discernir juntos, orar unos por otros, 
+ seguiremos compartiendo la Mesa para demostrar que «somos de Jesús», y lo haremos en memoria suya
+ Dejaremos de creer que lo más importante es «lo mío», para aprender a pensar, sentir y hacer cada día «lo nuestro» 
+ No estaremos tan pendientes de la imagen, 
           de la opinión de los demás, 
           de caer bien, de quedar bien, 
           de amoldarnos a la mayoría… 
Para ocuparnos más del «jardín interior», y de reflejar el rostro de Jesús que habita en nosotros.

+ Compartiremos mucho más nuestro tiempo, 
         nuestro dinero, 
         nuestras cualidades y responsabilidades (¡sinodalidad!, cómo no), 
         nuestros sentimientos, 
         nuestros proyectos, 
         nuestras debilidades y necesidades.

+ No nos dará vergüenza pedir perdón, ni celebrarlo juntos, ni pensaremos jamás que no tenemos remedio, o que todo está perdido.

+ Y casi todas las noches -casi-, y siempre en los momentos difíciles, diremos sencillamente: Padre, me pongo en tus manos.

  •  Por último, ya no nos pasa como a María Magdalena: no es que «Dios no está, se me lo han llevado, no sabemos dónde lo han puesto».  Sino: que «no está aquí», donde lo habíamos dejado, donde creíamos que estaba. Sino que va siempre por delante de nosotros, abriendo caminos, llevándonos más lejos… y también más arriba y más hacia dentro. 

¡Felicidades hermanos! Tenemos un tesoro y una promesa de Dios: «Cuando aparezca Cristo, vida nuestra, entonces también vosotros apareceréis, juntamente con él, en gloria».
Qué bien. ¡¡¡Aleluya!!!

Enrique Martínez de la Lama-Noriega

Domingo 8 Ciclo C (27 Febrero ’22)

MAESTROS DE VIDA PARA DISCERNIR


(Si pinchas arriba en «Domingo 8 Ciclo C» podrás leerlo mejor, y de paso dejar algún comentario al final de la página. Gracias por adelantado)

 

           Siguiendo con el Sermón de las Bienaventuranzas, y después de llamarnos al perdón y al amor a los enemigos, y a ser misericordiosos como su Padre… propone Jesús una breve parábola sobre los «guías» ciegos y la necesidad del arte del discernimiento y del acompañamiento. Para saber cómo ponerlas en práctica, necesitamos  orientación, apoyo, acompañamiento para no quedarnos en generalidades, vaciarlas de contenido o desanimarnos ante sus exigencias. Realmente es difícil que uno, por sí mismo, con su único y personal criterio crezca y madure en su fe, progrese en el discipulado o vaya descubriendo la voluntad de Dios sobre él. Y no es extraño atascarse, darle mil vueltas a ciertos aspectos, autoengañarse, cansarse, conformarse, confundir «lo bueno» con lo que el Señor realmente espera de mí, plantearme unas exigencias tan elevadas que acaben por agotarme, etc

         Es decir: que necesitamos a alguien que nos guíe, nos muestre el camino, algún Maestro de Vida que nos ayude a «aterrizar» el Evangelio en nuestras circunstancias personales concretas… pero sin imponernos, sin tomar decisiones por nosotros, que nos respete… que no sean «guías ciegos». ¿De quién o de quiénes hablamos?

          Pues en primer lugar, claro, el Espíritu Santo. Jesús nos dice en el Evangelio de Juan que «cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad plena, porque recibirá de lo mío y os lo anunciará»(Jn 16, 13-14).  Es un Espíritu que el Padre dará a los que se lo piden (Lc 11,13) y que ya ha sido derramado en nuestros corazones, somos sus Templos.  Por tanto, podemos fácilmente pedirle ayuda en la oración: Riega la tierra en sequía, sana el corazón enfermo, lava las manchas, infunde calor de vida en el hielo, doma el espíritu indómito, guía al que tuerce el sendero. (Secuencia de Pentecostés).

              Y después podemos contar con «personas de Espíritu» que nos iluminen y saquen de nuestras dudas y callejones sin salida. No se trata de un «especialista» que nos suelta un rollo teórico y abstracto, ni nos llena la cabeza de ideas, o de normas y condiciones. Menos todavía toma decisiones que nos competen, ni nos impone ni nos manda nada. Sino que más bien nos muestra un camino práctico, experiencial, que nos va guiando hacia la gloria del Señor, sin esquivar el sacrificio, la renuncia o el sufrimiento de la cruz. El Espíritu nos conduce siempre por los caminos de la compasión, de la solidaridad, del amor, de la entrega personal, de la verdad, de la justicia, del encuentro, de la paz. 

                  Por eso explica Jesús que lo primero que tenemos que reparar y perfeccionar es nuestro modo de mirar y de juzgar. La comparación que usa es bien clara: me tengo que sacar primero la viga de mi ojo antes de pretender sacar la brizna de hierba del ojo de mi hermano. El Papa Francisco insiste a menudo en la sana costumbre de “acusarse uno mismo, en vez de (o antes) de acusar a los demás«.

Hay que revisar esa seguridad de que tenemos razón y que todo lo tenemos claro porque nos condicionan muchas voces, que serían como vigas que lo tapan y deforman todo. Por eso, hay que empezar por detectar en mí los afectos, las ideas, los prejuicios, las vendas que pueden cegar o hacer que mi juicio sea equivocado.  No podemos encontrar o discernir el bien y la verdad si, por ejemplo, nos encastillamos en nuestras ideas y posturas previas, en los nuestros, en los que piensan y son como yo (la polarización tan extendida últimamente, la cerrazón, la rigidez). Así no hay discernimiento ni acompañamiento que valga, puesto que somos seres de encuentro, para tener puentes, facilitar diálogos y acuerdos, relativizar posturas cerradas…

Como tampoco podemos buscar  la voluntad de Dios si sólo tenemos en cuenta nuestro bien particular, nuestros gustos y conveniencias, perdiendo de vista o ignorando a los otros, a los que están peor (esos «bienaventurados»…).

Por último, el Maestro presenta el criterio de los frutos. Cada árbol se reconoce por su fruto. No por los bellos ramajes, o por su tamaño, o porque adorna y queda bien. Los higos o los racimos no brotan de cualquier árbol. Si el corazón va sacando el bien, la bondad, el perdón, la solidaridad, la generosidad, la paz, la justicia, la dignidad, el respeto… querrá decir que estamos en el camino correcto. Y se notará hasta en las palabras que salgan de nuestra boca.

Concluyendo: 

+ Primero es necesaria la guía y la acción del Espíritu y el empeño de buscar en nuestra vida la voluntad de Dios. En esto no podemos quedarnos atascados: «ya soy bueno», o «no sé qué más debiera hacer». 

+ Segundo, son mas necesarios que nunca auténticos maestros de vida que nos ayuden a caminar y a seguir dando fruto incluso en la vejez, estando lozanos y frondosos (así nos ha dicho el Salmo).

+ Tercero: coger la grúa y empezar a quitar tantas vigas de en medio que nos tapan la mirada.

+ Y cuarto: Los frutos. Son lo que vale. No los discursos ni las palabras.

Quique Martínez de la Lama-Noriega, cmf  (a partir de una meditación de Diego Fares, sj) 
Imagen superior de Robert Sherer

Domingo 7 Ciclo C (20 Febrero ’22)

VENCER A LOS ENEMIGOS


(Si pinchas arriba en «Domingo 7 Ciclo C» podrás leerlo mejor, y de paso dejar algún comentario al final de la página. Gracias por adelantado)

 

Si llevas cuenta de los delitos, Señor, ¿quién podrá resistir? Pero de ti procede el perdón y así infundes respeto (Salmo 120)

 

         Dicen que el culmen del mensaje evangélico está recogido en estas palabras: «amad a vuestros enemigos…para que seáis hijos de nuestro Padre celestial». 

       La palabra «enemigo» es una palabra fuerte, y probablemente evitemos aplicarla, e incluso digamos: «Yo no tengo enemigos».  Un enemigo sería alguien que no nos quiere bien, que pretende hacernos daño, que nos lleva por sistema la contraria o desprecia nuestros puntos de vista, su presencia nos incomoda, compite con nosotros para dejarnos por debajo…

El Papa Francisco ha escrito:

«… me duele tanto comprobar cómo en algunas comunidades cristianas, y aun entre personas consagradas, consentimos diversas formas de odio, divisiones, calumnias, difamaciones, venganzas, celos, deseos de imponer las propias ideas a costa de cualquier cosa, y hasta persecuciones que parecen una implacable caza de brujas. ¿A quién vamos a evangelizar con esos comportamientos? (Evangelii Gaudium 100)

           Habrá quien tenga enemigos porque él mismo se los busca con su manera inadecuada de ser o estar (alguien antipático, borde, mentiroso, inmaduro, manipulador…).  Pero otras veces no hay una justificación: Si hasta el mismísimo Jesús tuvo enemigos declarados, porque sus valores, actitudes y opciones chocaban abiertamente con las de otros que se sentían amenazados o puestos en evidencia por él.

             Para comprender la radicalidad y el alcance de las palabras de Jesús, que pide a sus discípulos: «amad a vuestros enemigos, haced el bien y prestad sin esperar nada… y seréis hijos del Altísimo» nos vendrá bien repasar brevemente algunos con quienes tenemos que ponerlas en práctica:

 §  El otro, es decir, el que tiene distinto carácter, criterios, ideas, intenciones… O sea, el diferente. El que no tiene mis gustos, mis ideas, no comparte mis puntos de vista. Aquel con quien me resulta tan difícil un entendimiento aceptable. No los podemos aguantar. Entre nosotros hay incompatibilidad de caracteres, de mentalidad, de temperamento. Ocurren fácilmente malentendidos, incomprensiones y sufrimiento. ¿Recordáis aquello que decía Sartre: «el infierno son los otros»?

 §   El adversario, el que por la razón que sea, compite conmigo, me suele llevar la contraria, intenta ponerse por encima de mí, salirse con la suya, quiere tener siempre la razón, imponerme su manera de ver las cosas. ¡Cuántas veces alguien de casa: pareja, hijos, padres, hermano!, o un compañero de trabajo… 

 §  El pesado o inoportuno, que me hace perder el tiempo, que me repite las cosas mil veces como si no me hubiese enterado, el que tiene la habilidad de interrumpirme en el peor momento, que me cansa, me aburre, me agota.  

 §  El chismoso que va haciendo comentarios a mis espaldas, o tiene que poner verde a alguien, el que me desprestigia, el que hace correr rumores y comentarios con fundamento o sin él, es indiscreto, no sabe guardar un secreto, ni disculparme…

 §  El hipócrita que tiene varias caras, y ocultas intenciones, que disimula cuando le conviene, que no te puedes fiar de él, que no sabes si va o si viene, o lo que realmente piensa… No está muy lejos del «mentiroso».

 §   El antipático, el que me cae mal, no me gusta su forma de ser o estar, con el que no tengo casi nada en común, me cuesta mucho aguantarle, y prefiero evitarlo…

 §   Y el arrogante, el aprovechado, el celoso, el que me la ha jugado, el manipulador… 

¿Qué nos pide Jesús que hagamos con todos estos «personajes»? 

Primero cuatro peticiones generales:

– Amad a vuestros enemigos

– Haced el bien a los que os odian, 

– Bendecid (hablad bien) a los que os maldicen, 

– Orad por los que os calumnian. 

Y luego algunos comportamientos concretos:

– Al que te pegue en una mejilla, preséntale la otra; 

– Al que te quite la capa, no le impidas que se lleve la túnica. 

– A quien te pide, dale 

– Al que se lleve lo tuyo, no se lo reclames 

           Es decir, que la vieja Ley del Talión («Ojo por ojo, diente por diente») no vale. Tampoco hacerles frente,  esto es, no corresponder con sus mismas actitudes. Si ellos «disparan» y yo también disparo… entonces me he puesto a su altura, y de algún modo se puede decir que me han ganado. Y luego, encima, me sentiré mal. Yo no quería disparar. Pero en el fondo se han llevado su merecido. Total, que la enemistad y la violencia permanecen.

                 No invita Jesús a la «pasividad», a dejarse pisotear, a que se aprovechen de ti. Se trata más bien, como dice la Escritura en otros lugares, de «vencer el mal a fuerza de bien». No echar más basura a la que ya hay. Incluso ser «excesivos» en nuestro modo de tratarles «bien». Amarles para desarmarles.

Ahora bien: «amarles» no significa:

* Quitarle importancia a lo que nos ha hecho daño. Si la tiene, hay que dársela

* Tampoco significa «aquí no ha pasado nada». Porque ha pasado. Puede que el otro se corrija y cambie de actitud…o quizá no. Puede que no fuera muy consciente del daño que me hacía, y procure disculparle, como hizo Jesús en la cruz con sus asesinos («perdónales porque no saben lo que hacen»). Es el triunfo del amor en mí, por encima del dolor, la rabia o el deseo de maldecir o vengarme. 

Para que esto sea posible es necesario contar con la ayuda de Dios, con ese amor sin condiciones con que Él me ha tratado a mí, un amor que nunca me retira aunque yo me lo merezca. Quien es consciente de sus limitaciones y errores y  experimenta que Dios le trata bien a pesar de todo… deja de ser intransigente con los demás. 

* No tengo por qué tener sentimientos positivos hacia él. Los sentimientos no se pueden forzar. Surgen o no surgen. No dependen de nuestra voluntad. Si alguien me cae mal… no puedo obligarme a mí mismo a que me caiga bien, por ejemplo. Pero puedo tratarle bien, correctamente, amablemente, educadamente. No es necesario que me lo lleve a comer a casa.

* Las heridas tardan en cerrarse. Aunque yo perdone… no deja de dolerme automáticamente. Necesito darme tiempo. Quizá nunca me deje de doler. Pero tampoco es nada conveniente seguir dándole vueltas a lo que pasó, haciendo que la herida se mantenga abierta o incluso se profundice y se pudra. Eso es como «darles poder» para que nos amarguen la vida, aunque haya pasado tiempo de aquello. Es un modo absurdo de traer el presente… lo que es mejor dejar en el ayer.

          Este es el reto de Jesús: Sed perfectos como lo es nuestro Padre celestial. Una perfección que consiste y está centrada en nuestro trato con los demás, y no en esa «autoperfección» en la que tanto esfuerzo gastaban los fariseos. Una perfección que sólo es posible en la medida en que experimentamos en nosotros el amor/misericordia de Dios.

Quique  Martínez de la Lama-Noriega, cmf 
Imagen Superior «Sr. García en El País», imagen inferior «Red de Oración del Papa»

Domingo 6 Ciclo C, 13 Febrero ’22

LA FELICIDAD QUE NO TENEMOS


 

          Después del Bautismo, Jesús pronunció su primera homilía en la sinagoga de su pueblo, Nazareth. Lo meditamos hace un par de domingos. Allí ya «proclamó» que venía a traer una Buena Noticia a los pobres. Su pretensión no fue bien recibida por sus paisanos, como ya sabemos. Luego eligió o llamó a unos compañeros para que fueran «pescadores de hombres». No les dio mayores explicaciones en aquel momento: Ni cómo, ni para qué, ni nada. Sólo les anunció que «los hombres» era lo más importante, especialmente aquellos que están peor.

        Hasta el momento de comenzar su misión, Jesús pasó largos años callado o apartado de la escena pública: Observando, compartiendo la realidad cotidiana de la gente, orando, sintiendo, discerniendo, buscando.., Necesitaba encontrar un punto de partida o de «enganche» que fuera válido, importante,  necesario, para todo el que le escuchara. Tenía que ser algo positivo, ilusionante, esperanzador. No sólo para algunos fieles judíos, ni siquiera sólo para creyentes: ¡Para todos!. Y lo encontró en el profundo deseo de felicidad que todos llevamos dentro. En definitiva: su planteamiento consistiría en una propuesta, un camino, un proyecto para poder vivir una vida en plenitud, feliz.

             Muchos, muchos, pero que muchos de sus paisanos no eran felices. Ellos lo necesitaban más que nadie. A ellos decidió dedicar toda su vida hasta desvivirse. Y para ellos fueron sus primeras palabras. La tarea principal de los recién llamados «pescadores de hombres» sería «empezar a vivir así». Mostrar con el propio testimonio un nuevo modo de vivir, que les vieran felices y lo contagiasen. La raíz y la motivación de todo esto era que Dios desde el principio, cuando colocó al hombre en el paraíso, deseó y procuró que fuera feliz. La Historia de la Salvación es la peregrinación de un pueblo que, guiado por Dios, fue aprendiendo el camino de la felicidad en libertad y comunitariamente, contando con todos.

           El hombre ha sentido siempre una gran nostalgia de felicidad. También hoy. Existen indicadores que nos hablan de un «malestar», de que somos pocos felices: Hay más de 50 (nuevas) terapias enfocadas en el bienestar emocional, psicológico, mental… libros de autoayuda, un creciente consumo de psicofármacos. 2020 ha sido el de más suicidios en la historia de España: Cada día se quitan la vida 11 personas: una cada 2 horas y cuarto. Con particular incidencia en los menores de 30 años. Algo no va bien en nuestra sociedad.

            No es éste el lugar para analizar estos síntomas y sus causas. Dice Marino Pérez, catedrático de Psicología de la Universidad de Oviedo que los individuos se están centrando demasiado sobre sí mismos: “Vivimos en una sociedad muy individualista en la que ya somos considerados más como consumidores que como ciudadanos”, y los consumidores siempre tienen que estar satisfechos, siempre supervisando su propio bienestar”. Los consumistas van quedando atrapados por ese individualismo que les hace insolidarios, ciegos a las necesidades ajenas, indiferentes. El lema de esta jornada de MANOS UNIDAS va por aquí: «Nuestra indiferencia nos hace cómplices». Nuestro individualismo consumista nos hace cómplices (dura palabra). 

              Muchos se han creído que lo decisivo para ser feliz es «tener dinero», porque nos abriría todas las puertas. Por lo tanto, trabajar para tener dinero. Tener dinero para comprar cosas o alcanzar algunos planes y proyectos. Poseer cosas, acumular experiencias para adquirir una posición y ser algo/alguien en la sociedad. Como si  la felicidad consistiera en «vivir mejor». Aunque luego comprobamos que no es verdad, pero no cambiamos.

              El bienestar, la seguridad, el éxito, la satisfacción de placeres, la buena imagen, el dinero, el poder, los viajes… son todo ocasiones de girar en torno a uno mismo. Incluso llegamos a mentir, defraudar, destrozarnos unos a otros para conseguir lo que creemos «necesario», traicionando los mejores valores.  

            Procuramos satisfacer inmediatamente cualquier deseo, sin discernir si se trata de un deseo superfluo o necesario, sin esfuerzo a ser posible, sin sacrificios ni renucnias. No aceptamos los límites de la condición humana: el dolor, la enfermedad, el envejecimiento, la muerte… no queremos contar con ellos, y cuando llegan… se convierten a menudo en fuente de frustración y miedo. 

              Tampoco ponemos cuidado en nuestras relaciones personales, que se vuelven frágiles, virtuales, pasajeras, prescindibles… y entonces la soledad se vuelve inseparable compañera de muchos, que no la soportan.

          Nuestra civilización de la abundancia nos ha ofrecido medios de vida pero no razones para vivir, para trabajar, luchar, gozar, sufrir y esperar. Hay poca gente feliz. Hemos aprendido muchas cosas, pero no sabemos ser felices. O quizás nos da miedo serlo.

Y, ¿si Jesús tuviera razón?¿No tendremos que imaginar una sociedad diferente, cuyo ideal no sea el desarrollo material sin fin, un consumismo que nos están consumiendo a todos y lo consume todo… sino la satisfacción de las necesidades vitales de todos? ¿No seremos más felices cuando aprendamos a necesitar menos y a compartir más?

               Jesús pretende que todos los hombres – y de manera especial los que nos llamamos discípulos suyos-  vivamos de una manera nueva y provocativa, alternativa, modelada por valores diferentes: compasión, defensa de los últimos, servicio a los desvalidos, acogida incondicional, lucha por la dignidad de todo ser humano. 

El Papa Francisco, en su catequesis sobre el Padrenuestro, comentaba:

Hay una ausencia impresionante en el texto del Padrenuestro. Si yo os preguntara cuál es esa ausencia, ¿qué falta? Una palabra. Una palabra por la que en nuestro tiempo (quizás siempre ha sido así) todos sienten una gran estima. Cuál es esa palabra que falta en el Padre nuestro que rezamos todos los días? (…) Falta la palabra «yo»Nunca se dice «Yo».  Jesús nos enseña a rezar teniendo en nuestros labios primero el «Tú», porque la oración cristiana es diálogo: «santificado sea tu nombre, venga a nosotros tu reino, hágase tu voluntad». No mi nombre, mi reino, mi voluntad. “Yo” no, no va. Y luego pasa al «nosotros». Toda la segunda parte del Padrenuestro se declina en la primera persona plural: «Danos nuestro pan de cada día, perdónanos nuestras deudas, no nos dejes caer en la tentación, líbranos del mal». Incluso las peticiones humanas más básicas, como la de tener comida para satisfacer el hambre, son todas en plural. En la oración cristiana, nadie pide el pan para sí mismo:  dame el pan de cada día, no, danos, lo suplica para todos, para todos los pobres del mundo”. (13 Febrero 2019)

Para rezar el Padrenuestro de corazón hace falta vivir el espíritu de las bienaventuranzas. Reducir los «yo» y multiplicar los «nosotros» .

              Es decir: Que dejemos de creernos el ombligo del mundo, que renunciemos a nuestra autosuficiencia, a nuestros planteamientos tan profundamente individualistas, de estar tan preocupados por nuestras cosas, por los nuestros (que no son sino una prolongación del «yo»). No existe felicidad en primera persona. Yo me imagino al Buen Padre Dios, mirándonos y diciendo desde los cielos: ¡Ay, ay, ay pero qué torpes los hombres, malgastando su vida buscando algo que sólo conseguirán con otros, dándose, saliendo de sí mismos al encuentro de los otros. !Ay, ay, ay!, pero qué pena.

Quique Martínez de la Lama-Noriega, cmf 
Imagen superior de Anna Parini en El País. Inferior: Jorge Cocco Santángelo

Domingo 5 T. Ordinario Ciclo C (6 Febrero)

JESÚS ELIGIÓ PESCADORES


 

            La gente se agolpaba en torno a Jesús para oír la Palabra de Dios. Es significativo el comienzo de esta escena. Jesús comprueba que la «gente» está interesada en la Palabra de Dios, y por eso le buscan. Debía ser un número no pequeño de personas, ya que se agolpan. Reunir a la gente alrededor de la Palabra de Dios y hablarles de ella es el primer paso de  Jesús en su todavía solitaria tarea misionera. Y lo mismo harán después sus discípulos, tanto los que han sido sus compañeros, como otros muchos que no lo conocieron en persona, incluido San Pablo. San Lucas subraya que todo comienza por recibir y escuchar juntos la Palabra de Dios. También hoy. Los discípulos de Jesús son/somos los que se reúnen y escuchan juntos la Palabra de Dios… porque sentimos que puede orientar nuestras vidas, darnos consuelo, proponernos retos, sacarnos de lo de siempre hacia un lugar mejor.

UN PEQUEÑO FAVOR

              En este escenario, Jesús busca el mejor modo de atender a tanta gente, y agolpados no es el mejor modo. Entonces decide pedir a alguien un pequeño servicio, un favor. Entre todos los pescadores que estaban lavando sus redes, fue Pedro a quien se dirigió Jesús. No le hizo  un examen de sus virtudes, sino un examen de disponibilidad. Ya se encargará Él más adelante, cuando acepte seguirle, de ir puliendo lo que sea necesario. La generosidad y disponibilidad de Pedro, que acepta interrumpir sus tareas cotidianas, es la que permitió que Jesús pudiera predicar a gusto su Palabra. 

Antes de hacer propuestas mayores, más serias, más importantes, Jesús parece «tantearnos» pidiendo cosas más sencillas. Suponen una incomodidad, un trastorno de nuestros planes, de nuestros horarios, de «lo que tenemos que hacer». Y nuestra respuesta ante su sencilla petición… condiciona lo que pueda venir después. Quizá este primer acercamiento del Señor ocurre cuando nos piden que echemos una mano para la catequesis, o para preparar una celebración, o para atender a alguien que lo necesita, quizá un voluntariado o una experiencia misionera más prolongada, o…

             Jesús tiene claro desde el principio, que para su inmensa tarea precisa ayuda. Y empieza buscando personas que le hagan pequeños servicios, pequeñas renuncias, un simple favor… Así es como empieza a «elegirnos». Es su manera discretísima de entrar en comunicación con nosotros, haciéndonos ver la necesidad que tiene de nosotros, para poder atender a tanta gente que le necesita, para poder hablarles al corazón. Empieza pidiéndonos un poco de tiempo, nuestro buen hacer, o alguna de las cosas que tenemos. Sólo si se lo damos, sin mayores resistencias, dedicará luego su tiempo y su poder para conseguirnos cuanto no alcanzamos nosotros solos. En el caso de Pedro, al terminar Jesús su discurso, quiso recompensar su gesto y el tiempo que le había «quitado». Pedro había tenido mala suerte aquella noche: bregando y afanándose con su barca, sin conseguir nada. Le mandó Jesús remar mar adentro (literalmente, «hacia la zona profunda del mar») y ponerse a pescar.

 

REMA MAR ADENTRO

           La invitación de Jesús “rema mar adentro” fue de lo más inoportuno. Era como una vuelta de tuerca más. Con la fatiga de toda una noche, y con la desilusión de no haber conseguido nada, a pesar de ser un pescador experimentado, y cuando sus compañeros se iban retirando a descansar, un desconocido -«carpintero» para más señas-, le dice que lo intente de nuevo, y que vuelva al mar.

         Jesús suele acercarse a los hombres proponiendo extrañas exigencias, peticiones aparentemente absurdas o inoportunas. ¿Pero cómo se le ocurre que salgamos a pescar «de día»? ¡Cualquier pescador del mar de Galilea sabe que las horas de pescar son las de la noche!  Lo que aquí se nos explica es que Jesús quiere sacarnos de nuestras rutinas, de nuestras experiencias de vacío después de haber peleado tanto sin conseguir apenas nada. Busca personas dispuestas a «moverse» y a meterse al mar, a «mojarse», que no tengan miedo ni pereza para dejar la tranquila orilla donde nunca pasa nada, y desde luego, donde nunca pescaremos nada. Con el lenguaje de la psicología de hoy, podríamos decir que Jesús nos invita a salir de nuestra «zona de confort”, de nuestras cosas conocidas, para descubramos y consigamos otras mejores.

                 Pedro, que tenía un corazón enorme, debió escuchar con atención aquella predicación de Jesús en el Lago. Y comprendió que «escuchar» no era suficiente. Y decide confiar: «por tu palabra echaré las redes». De nuevo la «Palabra de Jesús» que pide «acción». Esa Palabra que puede parecernos absurda, incómoda, fuera de lugar… cuando la escuchamos en la oración, en la liturgia… Pero «por tu Palabra», porque tú lo dices y lo pides… voy a fiarme. Y llega el éxito por el que tanto nos habíamos fatigado, obtenemos más de lo que hubiéramos imaginado. No sólo unas redes llenas, sino una vida «distinta», que importa mucho más.

          El “rema mar adentro” de Jesús a Pedro tiene que convencernos de que, si deseamos ver milagros hoy, si queremos llenar la barca, deberíamos obedecer (literalmente «escuchar la Palabra») como Pedro, tener su misma confianza. Quien se arriesga a vivir y actuar según la palabra de Jesús, podrá presenciar milagros. Puede que no tengamos que dejar de hacer lo que hacemos siempre, pero sí hacerlo de otra manera. Puede que sin abandonar la propia profesión, y usando la misma barca de siempre. O puede que nos llame a algo imprevisto, sorprendente y mucho mejor.

 

PESCADORES DE HOMBRES

               Lo de «pescar hombres» era un dicho popular que significaba sacar a uno de un peligro grave. La llamada de Jesús hará descubrir a Pedro que la felicidad, la plenitud, la «barca» realmente llena no es la que acumula abundantes peces que vender en el mercado… sino «encontrar personas», rescatar del mal/mar a las personas. Son las personas las que tienen que ocupar el centro de nuestra vida y de nuestras tareas. Personas heridas, descartadas, marginadas, necesitadas, enfermas… ¡Hay tantas!

                En algunos casos la llamada del Señor será total: a dejarlo todo para estar con ellas y atenderlas. Pero lo de priorizar en nuestra vida diaria y hacer nuestra preocupación principal sean las personas, sobre todo las que sufren, las que están mal… es una llamada para todos.

          En tiempos de Sínodo está bien que subrayemos que la llamada de Jesús no es para unos pocos selectos y cualificados (Pedro y sus compañeros no lo eran), sino que la Barca de la Iglesia cumplirá su misión con la participación de todos, organizándonos mejor, poniendo la mirada en el mar (y no en la barca), echando por la borda tanto lastre que se ha ido acumulando, para poder navegar ligeros, llevados por el Viento del Espíritu, y dejando que el Jesús que viaja a bordo nos diga dónde y cuándo hemos de pescar… aunque «siempre» lo hayamos hecho de otra manera.

Quique Martínez de la Lama-Noriega, cmf 
Imagen segunda: La Llamada de Jorge Orlando Cocco Santangelo (Museo de Historia de la Iglesia)

Domingo 4 T Ordinario Ciclo c (30 Enero)

TE NOMBRÉ PROFETA DE LOS NACIONES


 

  Me resulta admirable, a la vez que digno de compasión el protagonista de la primera lectura de hoy. ¡Vaya historia la de Jeremías hace una barbaridad de años! Admirable e incluso me atrevo a decir que «envidiable» que el Señor se dirigiera a él de forma tan clara, con palabras tan bellas y llenas de ánimo! Aunque también le avisa de que lo va a pasar mal. ¡Vaya con los elegidos del Señor! Te elegí antes de que nacieras, te constituí profeta de las naciones… pero…. lucharán contra ti los reyes y príncipes, los sacerdotes y el pueblo. ¡Menudo plan! No podrán con él, le promete Dios, pero… lo pasará fatal y Dios seguirá insistiendo en que no renuncie, que no se canse, que siga….

          Y ¿qué tiene que ver lo que le pasó a aquel admirable y sufrido profeta tan lejano con lo que me pasa a mí? ¿Para qué me sirve la historia de Jeremías? La Biblia nos enseña, entre otras cosas, que cuando Dios se acerca al hombre, su Palabra pretende cambiarnos y prepararnos para la lucha/misión: cambiarnos a nosotros, así como nuestras relaciones y e incluso situaciones concretas de nuestro mundo. Y cuando Dios nos sale al encuentro, lo hace teniendo en cuenta el contexto personal, social, político y religioso, para poder plantear sus planes y propuestas. Es decir: Dios busca, elige, se acerca a personas concretas… para ofrecer caminos a su pueblo. Así lo decía Jesús: «el Espíritu de Dios está sobre mí y me ha ungido para«.

             El relato de la vocación del profeta comenzaba así: «En tiempos (en los días) del rey Josías»… Es probable que no sepamos casi nada de las circunstancias de aquel rey y de la situación del pueblo por aquel entonces. Baste decir que el pueblo lo estaba pasando mal: había muchos problemas, se habían desanimado, cada cual se buscaba la vida como podía («sálvese quien pueda«), y se consolaban y entretenían con falsas esperanzas y con cantos de sirena de sus dirigentes políticos y religiosos: pero no enfrentaban su situación con valentía. Derrotismo, comodidad, confusión y desesperanza. Ahí se presenta Dios llamando a Jeremías.

         Quizá sea bueno recordar qué entendemos por «profeta». No se trata de un tipo extraño con habilidades de adivinación sobre el futuro. No solían ser personajes de prestigio o con grandes dotes de convencimiento ni  oratoria. En nuestro caso, Jeremías debía tener problemas de dicción: era tartamudo. El profeta es, ante todo, una persona muy sensible a lo que está ocurriendo en medio de su pueblo. Y es alguien con una profunda experiencia de oración, alguien reflexivo y consciente de sus propias limitaciones y… ¡poco más!

El día en que fuimos bautizados, y nos ungieron con el «Aceite/Óleo Sagrado», el sacerdote pronunció sobre nosotros estas palabras:

Dios todopoderoso, Padre de nuestro Señor Jesucristo,

que te ha liberado del pecado y dado nueva vida por el agua y el Espíritu Santo,

te consagre con el óleo de la salvación

para que entres a formar parte de su pueblo

y seas para siempre miembro de Cristo, sacerdote, profeta y rey.

          Es decir: que todo bautizado ha recibido una llamada de Dios para que sea su profeta, su portavoz, su mensajero. Y por lo tanto podemos aplicarnos nosotros lo mismo que escuchó Jeremías: «antes de formarte en el vientre, te escogí, antes de que salieras del seno materno, te consagré, y te nombré profeta». Nada menos que Dios soñando desde toda la eternidad contigo, para encomendarte una tarea: comunicar a «alguien» lo que Él nos diga. Todo un Dios esperando tu respuesta, que acojas su Palabra, que la hagas palabra tuya, y que la anuncies, aunque tengas que ir contracorriente, y te veas viviendo de distinta manera a como vive todo el mundo… más que nada, porque el mundo no va como Dios quiere. Y seguramente tampoco como queremos muchos. No es necesario repasar nuestras circunstancias sociales, económicas, educativas, políticas, o de insistir en los grandes retos de la ecología, de los refugiados, de los descartados por el sistema…. Creo que ya los conocemos, al menos en teoría. Pero sí que me parece oportuno traer aquí unas palabras de ese gran Papa que fue Pablo VI: 

Debemos dar un tono de valentía a nuestra vida cristiana, tanto a la privada como a la pública, para no convertirnos en seres insignificantes en el plano espiritual, e incluso en cómplices del hundimiento general. ¿Acaso no buscamos, de manera ilegítima, en nuestra libertad personal,  un pretexto para dejarnos imponer por los otros el yugo de opiniones inaceptables? «Sólo son libres los seres que se mueven por sí mismos», nos dice Santo Tomás. Lo único que nos ata interiormente, de manera legítima, es la verdad. Ésta hará de nosotros hombres libres (Jn 8, 32). La actual tendencia a suprimir todo esfuerzo moral y personal no presagia un auténtico progreso verdaderamente humano. La cruz se yergue siempre ante nosotros. Y nos llama al vigor moral, a la fuerza del espíritu, al sacrificio(Jn 12, 25) que nos hace semejantes a Cristo, y puede salvarnos, tanto a nosotros como al mundo. (Pablo VI, Audiencia General 21/03/1975)

             Pues ya que todos hemos sido consagrados como profetas por nuestro bautismo, y debiéramos «vivir con valentía nuestra vida cristiana» para no ser hoy «insignificantes», o espiritualistas que viven en las nubes, y no tienen nada que aportar al mundo de hoy, e incluso «cómplices»… me propongo y os propongo brevemente, y sin entrar en detalles, algunas posibles llamadas:

 Ø Sin miedos y sin nervios. Cuando la situación política y económica es confusa, insegura, cuando las cosas no van como deseamos… no podemos entrar en agresividades, descalificaciones, burlas, insultos y desprecios de «los otros». Nos toca dar un testimonio de serenidad, diálogo, respeto, encuentro, pacificación y reflexión. Nuestra fuerza, nuestros criterios y nuestros valores… están en la Escritura, en Dios. Seamos, pues, personas de reflexión, oración y discernimiento.

 Ø  Cuando hay tanta corrupción, tanto enchufismo, tanto bulo , tanta irresponsabilidad en el ejercicio de la política, la economía y el mundo laboral… nosotros ofreceremos: Transparencia, honestidad y justicia, y nos pondremos al lado de quienes la defiendan y promuevan. Sin caer en el fácil «y tú más» o el «todos son iguales», «o los otros lo harían peor», o en fanatismos de cualquier color…

 Ø  Cuando la casa común que es este planeta Tierra está tan deteriorada, y cuando el consumismo como estilo de vida nos ha vuelto egoístas, mientras  tantos se aprietan el cinturón hasta la asfixia, a la vez que otros multiplican sus ingresos… nosotros optaremos por la austeridad, por la solidaridad, por el consumo responsable.

 Ø  Cuando hay tantas personas heridas, descartadas, des-terradas, ignoradas, abandonadas a su suerte… nosotros elegimos ser hospital de campaña, y tender puentes, y ser acogedores, y ejercitar la misericordia del buen samaritano que se detiene, que cura y venda y acompaña al que está al borde del camino. 

 Ø  En este tiempo de relaciones «líquidas» como se llaman ahora, pasajeras, poco comprometidas, poco cuidadas, bastante superficiales, pasajeras… y andamos demasiado saturados con las relaciones «virtuales», a la vez que poco atentos a las relaciones reales, presenciales y cercanas… cuidar la ternura, el diálogo, la escucha, la compañía, la presencia, los detalles, la atención a los otros… empezando por los más cercanos.

           Poniendo en práctica algunas de estas claves… probablemente nos sintamos incomprendidos, cuestionados, criticados. Podremos tener la tentación de que esto no es más que una gota de agua en la inmensidad del mar. Podremos sentirnos solos e incomprendidos, especialmente por los más cercanos, por los de «dentro», por los nuestros… ¡Pero si eso mismo le pasó a Jesús en el Evangelio de hoy! Y antes a Jeremías y a tantos otros después que él. Si el Evangelio, por medio de sus seguidores no somos levadura, sal, palabra profética, propuesta alternativa de vida… no habría servido de nada la venida de Jesús, su mensaje, ser discípulos suyos. Seríamos simplemente «una pieza de museo» de otro tiempo… perfectamente inútil y prescindible. Pero si ponemos en el centro el Amor… Todo será  distinto. Ser PROFETAS DEL AMOR. Suena bien, aunque seguramente nos duela.

Se ríen de mí porque soy diferente; me río de ellos porque son todos iguales” (Kurt Cobain)

 

Enrique Martínez de la Lama-Noriega, cmf  
Imagen Superior tomada de Hoja DABAR, Inferior de José María Morillo

Domingo 3 Ciclo C (de la Palabra de Dios)

El Espíritu de Dios «hoy» está sobre mí


Domingo de la Palabra de Dios

 

         El Papa Francisco instituyó el ‘Domingo de la Palabra de Dios’ con la intención de que se celebrara todos los años el tercer domingo del Tiempo Ordinario, como respuesta a un deseo del Pueblo de Dios trasladado de muchos modos. El hambre de la Palabra que experimenta el Pueblo de Dios no ha disminuido, como tampoco lo ha hecho el anhelo de trascendencia de la humanidad. Se trata de dejarnos transformar por el Espíritu para que emprendamos acciones que ayuden a transformar el mundo. La Palabra de Dios debería arder en nuestros corazones (Lc 24, 32) y llevarnos a vivir más cerca de nuestros prójimos y cuidando más nuestra casa común. Al mismo tiempo debería erradicar todo aquello que aleja la vida de nuestras comunidades y del mundo, sea en forma de injusticia, individualismo, indiferencia… La Palabra debería estimularnos a emprender nuevos caminos de compartir y solidaridad. (Henry Omonisaye, CMF)

 

  El cuarto Evangelio que meditamos el pasado domingo, nos presentaba como pórtico de la tarea misionera de Jesús unas bodas, con las que nos hablaba de la Hora de Jesús, la Nueva Alianza y la necesidad de un Vino nuevo. Lucas, sin embargo (al que seguiremos el resto del año) ha elegido otra escena, en clave profética, donde la Palabra de Dios da pie a Jesús para describir las claves de su programa misionero.

            En primer lugar se nos indica que «Jesús volvió a Galilea«. El lugar que escogió Jesús para desempeñar su actividad es significativo. Allí se daba en tiempos de Jesús, un doble cautiverio: el de la política del gobierno de Herodes Antipas (4 a.C.-39 d.C.) y el de la religión oficial. A causa de la explotación y de la represión política de Herodes Antipas, mucha gente quedaba marginada y sin empleo (Lc 14,21: Mt 20,3.5-6). Y la religión oficial llevada a cabo por las autoridades religiosas, en vez de fortalecer la comunidad para que pudiera acoger a los excluidos, usaba la Ley de Dios para justificar la exclusión de muchos: mujeres, niños, samaritanos, extranjeros, leprosos, posesos, publicanos, enfermos, mutilados, parapléjicos… ¡Todo lo contrario de la fraternidad que Dios soñó para todos! Así pues, la situación política y económica, así como la ideología religiosa contribuían a debilitar la comunidad local impidiendo así la manifestación del Reino de Dios. Por tanto, el contexto, la situación real de las gentes, su sufrimiento, etc… le hace optar por Galilea. Ahí es donde quiere Jesús hacer presente a Dios, donde Dios tiene algo que decir y hacer, ahí precisamente quiere lanzar su propuesta para tantos que estaban mal. Allí llega «con la fuerza del Espíritu».

           El «instrumento» del que se ha servido para discernir su misión y su mensaje es la Palabra de Dios.  Formaba parte de su espiritualidad y de su oración… y la fuerza del Espíritu le había hecho sentirse personalmente interpelado por ese pasaje de Isaías, hasta el punto de asumirlo y ponerlo en el centro de todo. Así había ido descubriendo su vocación. Por eso lo «busca» al desenrollar la Escritura, para presentarse a sí mismo y para compartirlo con la gente: es la lectura comunitaria, tan importante y habitual, tal como nos lo ha descrito también la primera lectura. Lectura que le posibilita dar su testimonio personal.

          Por eso necesitamos nosotros cuidar, conocer, meditar, escuchar personalmente y juntos la Palabra de Dios. Es imposible que la fe se mantenga fuerte, fresca, viva, sin desgaste sin acudir frecuentemente a ella, tal como hacía Jesús. No podemos ser seguidores suyos si no conocemos su Palabra, si no nos dejamos transformar por ella, si no dialogamos, si no damos ocasión a que el Espíritu nos revele la voluntad de Dios por medio de ella. 

           La Celebración de la Eucaristía es un todo con dos partes inseparables e indispensables: Palabra y Pan de Vida. Por eso sería muy conveniente acudir a las celebraciones habiendo leído y meditado personalmente las lecturas que serán  proclamadas. Quizá no las entienda, o tenga dudas. Es verdad que no es un libro fácil. Por eso el sacerdote, u otros hermanos con preparación y experiencia, como hizo Esdras podrán ayudarme y acompañarme.

          Siguiendo con nuestro relato, Jesús lee: «el Espíritu de Dios está sobre mí». También el Espíritu sobrevolaba antes de que Dios comenzara la Creación. Algo nuevo y lleno de vida va a dar comienzo también ahora por medio de Jesús. Era el Espíritu el que, en forma de nube, acompañaba, guiaba y protegía al pueblo del Éxodo por el desierto y que ahora «cubre» y acompaña a Jesús al frente de un nuevo Pueblo. Ese Espíritu que había descendido sobre él en el Bautismo, a la vez que el Padre proclamaba que era el Hijo Amado.  Ese mismo Espíritu que invadió a David al ser ungido por Samuel, y que permaneció con él en adelante, capacitándolo para su misión (1Sm 16, 12-13). Así es también nuestro Bautismo. Es ese Espíritu que recibimos y que hace decir a San Pablo: «hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo. Vosotros sois el cuerpo de Cristo». Esto es: la misión de la Iglesia (la de Jesús) es «corporativa», «sinodal», sin que sobre absolutamente nadie, sin que nadie quede excluido ni autoexcluido. Así lo quiere el Espíritu… desde tiempos de San Pablo. Y seguramente ahora con más razón.

          El mensaje de Jesús es totalmente positivo y esperanzador, viene en el nombre de Dios para dar ánimo. Por eso, su lectura se detiene y no lee lo que venía en el mensaje de Isaías: «el día del desquite de nuestro Dios«. También en esto coincide con Esdras, cuando el pueblo llora al verse denunciado por la Palabra que ha sido leída: «No hagáis duelo ni lloréis (porque el pueblo entero lloraba al escuchar las palabras de la ley)». Y es que en tiempos de desánimo, de crisis, de desesperanza… la opción de Dios es levantar, liberar, animar, empujar, despertar la esperanza… ¡No pretende que surjan sentimientos de culpa, sino deseos de cambio!

           En cuanto a sus objetivos prioritarios, a lo que va a dedicar alma, corazón y vida son éstos: pobres,  cautivos, ciegos y oprimidos. En definitiva: los sufrientes, los que «carecen de» lo que sea. El Espíritu le ha ungido/consagrado/elegido y enviado precisamente para ellos. Con obras y palabras. Y por tanto éstas han de ser las señas de identidad de los suyos«armados» con la Palabra, formando Cuerpo con Cristo, teniendo en cuenta las situaciones vitales de los destinatarios… y anteponiéndoles a cualquier otra tarea, opción o prioridad, por muy «santa y sagrada» que nos parezca.  Tenemos que ser capaces de decir con verdad que «hoy» se cumple la Escritura por medio de todos y cada uno de nosotros.

Enrique Martínez de la Lama-Noriega, cmf 
Imagen Superior José María Morillo

Domingo 2 tiempo ordinario. ciclo c

UNA BODA EXCEPCIONAL

       Curiosa retransmisión de una boda la que nos encontramos nada más comenzar el cuarto Evangelio. Si esta descripción la hubiese hecho alguno de los periodistas de la prensa del corazón, no habría durado demasiado en su puesto de trabajo. Veamos:

– No tenemos ni idea de quiénes son los que se casan. El novio, propiamente, sólo «sale» en las fotos una vez: cuando le están dando la enhorabuena por el vino bueno que ha mandado servir… a pesar de que él no ha tenido nada que ver. Y no responde nada al respecto.

– Con lo bien que se suelen preparar las bodas, ya es raro que se acabe el vino a mitad de la fiesta. Un inexplicable descuido que podría estropearlo todo.

– Sorprende que sea una de las invitadas quien se dé cuenta, y se ponga a dar instrucciones. No consta que fuera pariente de los novios. Sin embargo, es ella la que intenta resolver semejante contratiempo. Y no lo hace dirigiéndose a los novios ni a los responsables de aquel banquete, sino que acude a su Hijo, y luego da órdenes a los camareros/sirvientes, que por cierto la obedecen.

– Tampoco sabemos qué pintan allí tantas tinajas vacías (seis) tan grandes (de unos 100 litros cada una), y además especificando que son «de piedra» (no es un material muy manejable, ni frecuente para hacer vasijas de ese tamaño).

– El cuarto Evangelio sólo nos narra «7»  milagros (por usar mejor la palabra, «signos»), y éste es el primero. Lo debe considerar, por tanto, muy importante. Pero no deja de resultar desconcertante que un acontecimiento tan milagroso y espectacular como éste, sólo nos lo haya contado uno de los apóstoles, cuando dice el texto que «estaban todos allí».

Cualquiera puede caer en la cuenta de que este «signo» no encaja en el «estilo» de los milagros que conocemos de Jesús: No es una curación, ni una multiplicación de panes para gente hambrienta… Como uno de mis alumnos comentaba espontáneamente: «¿Jesús facilitando que la gente siga bebiendo en medio de una juerga? No me pega».

– Tampoco es muy comprensible la contestación que Jesús da a su Madre: Primero por llamarla «mujer» (tan inusual en su cultura, como en la nuestra), y luego por lo que le dice: «Déjame, no ha llegado mi hora. ¿A ti y a mí qué nos va en este asunto?». Otros traducen «¿qué tienes que ver tú conmigo?». 

Y esto de «la Hora» también tiene su «misterio», porque este Evangelio reserva esta expresión para hablar de la hora de la muerte de Jesús, de su Pascua. ¿A qué viene mencionarla ahora, qué tiene que ver la escasez de vino con la «Hora»?

         Todo esto ha hecho pensar a biblistas y teólogos que esta historia es algo más que un «milagro» de Jesús, y que esta boda tiene algo especial, excepcional. Buscando explicaciones a tantas preguntas, comprenden que San Juan quiere decir algo importante, al situar esta boda como pórtico de la tarea misionera de Jesús, como el primero de sus «signos» (siete en total), y que está estrechamente  relacionado con su «Hora» y con la Cena Eucarística (el Vino).

            Para responder a algunas de estas cuestiones, los profetas del Antiguo Testamento resutan de gran ayuda. Ellos nos han ido presentando el compromiso y la relación de Dios con la Humanidad a través del símbolo del matrimonio. No otra cosa significa la «Alianza». Esa misma que Jesús instaurará cuando llegue su «Hora», esa alianza nueva y eterna que se renueva en cada Eucaristía.

             Por otra parte, su Madre, como miembro del pueblo de Dios, constata una realidad y la convierte en oración: Hace tiempo que se les ha acabado el «vino». En toda la escritura el vino es símbolo del amor, de la amistad, de la alegría, del Espíritu. Israel ya no tiene nada de eso: sólo les quedan vasijas vacías (aquellos ritos religiosos que ya no dicen nada a nadie), y aquellos Mandamientos esculpidos en piedra se han quedado en eso, «en piedra»: Enormes vasijas de piedra vacías. La madre de Jesús aparece como portavoz de Israel, del pueblo fiel que aún confía en Dios, y se dirige al único que puede hacer que las cosas cambien radicalmente. Estaba ya profetizada una futura alianza nueva de amor, escrita en los corazones (Ezequiel). Para que sea posible hay que hacer lo que él os diga. El resto del Evangelio irá concretando qué es eso que hay que hacer.

¿Y todo esto qué nos dice a nosotros hoy?

            Seguramente necesitamos que María, la nueva «Mujer», la nueva Eva, La Hija de SIón, el nuevo Pueblo de Dios, nos haga caer en la cuenta de nuestro inmenso vacío, de nuestras grandes tinajas vacías de amor, de esperanza, de sentido, de fe madurada … aunque andemos (distraídos) con nuestras fiestas, con nuestras ocupaciones, con nuestras cosas de cada día… Que nos ayude a ver y actuar con esa gran parte de la humanidad que se ha quedado sin «vino»… porque unos pocos nos lo estamos bebiendo todo. 

          Y, sobre todo, necesitamos la valentía de buscar en Jesús, en lo que Él nos dijo, nos dice y nos pueda decir… el modo eficaz de cambiar radicalmente todo: Nuestra religión (todavía demasiadas normas, cumplimientos, obligaciones…), nuestras  relaciones familiares, las estructuras sociales y económicas, ¡y políticas!

                 La carta de San Pablo de hoy nos viene muy bien para todo esto que comentamos: El Espíritu, también simbolizado en la Biblia por el vino, y que hace posible la alianza nueva y eterna de Dios con sus discípulos… hace surgir los ministerios, los carismas, las capacidades necesarias para construir el mundo nuevo, para ponerse al servicio de los muchos que no tienen nada o casi nada. Nadie puede excusarse diciendo que no sabe qué hacer, o que no puede hacer nada… porque el Espíritu no deja a nadie sin algún don para construir la comunidad y el Reino. 

        Ponerse a disposición de la Comunidad, de los hermanos, es la condición y la consecuencia de celebrar la Eucaristía, sellando la Alianza Nueva y Eterna de Jesús, el Novio, que al llegar su Hora nos brindó y nos brinda a sus discípulos, el poder comprometernos en «amar como él nos amó», en ser uno, en lavarnos los pies mutuamente… Y quien bebe su Sangre (sella su alianza de bodas), tendrá vida eterna. 

Enrique Martínez de la Lama-Noriega, cmf
Imagen Superior: Bajorrelieve Religiosas de San Bruno del Monasterio de Belén
Imagen inferior: Icono copto Rania Kuhn