iv domingo de pascua. ciclo b

¡MIRAD QUÉ AMOR!

      La segunda lectura de hoy comienza con una invitación a la sorpresa, al agradecimiento, a la emoción, a la contemplación: «Mirad qué amor nos ha tenido el Padre». En el Salmo hemos orado: «Te doy gracias porque me escuchaste  y fuiste mi salvación, yo te ensalzo». Y en el Evangelio: «Yo soy el Buen Pastor que da su vida por las ovejas; que conozco a las mías, y las mías me conocen, tengo poder para entregarla por esto me ama el Padre». Es decir: Que el Padre nos ama hasta el punto de hacernos sus hijos. El Buen Pastor nos ama hasta el punto de dar la vida por nosotros y hasta por ovejas que aún no están entre las suyas. Y el Espíritu, que es el amor de Dios derramado en nuestros corazones y que clama «Abbá, Padre». ¡TODO EL MISTERIO DE LA ENCARNACIÓN Y LA PASCUA ES UN MISTERIO DE AMOR!. Dios es amor, es el que ama y se entrega, y es el que hace posible el amor entre sus ovejas: la comunidad. Por eso me ha parecido necesario detenerme en ese amor de Dios, tal como nos ha invitado el Apóstol Juan.

        • Si Dios es Amor no significa simplemente que Dios «a veces ama», de vez en cuando. O que Dios ama a algunos (que se lo merecen y ganan), y a otros no tanto. Sino que Dios no puede dejar de amar, por muy malos que seamos los hombres. Si dejara de amarnos, ya no sería Dios. O si en ciertas circunstancias no amara, no podríamos decir que «es Amor». El amor ama, aunque no reciba respuesta (los padres lo saben muy bien desde su propia experiencia).

        • Si Dios es amor, no necesitamos cumplir ningún requisito para que Dios nos ame, me ame. De modo que, aunque seamos pecadores, Dios no se aleja de nosotros, ni se enfada. ¡Es que somos sus hijos! Si acaso, -así me lo imagino yo-, se le escapará alguna que otra lágrima de pena, mientras espera a ver Si decidimos volver. Porque amar es también tener esperanza, nunca dar algo por perdido. Como decía san Pablo a los  de Corinto: «el amor no lleva cuenta de las ofensas, todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta». Ya que, como dice un Salmo: «el Señor se acuerda de que somos barro», él nos creó frágiles, y por ser frágiles fallamos…le fallamos. Pero el amor siempre cree y espera que el otro sea mejor. Decimos: «Alguna vez se dará cuenta», «ya madurará, ya cambiará…». eSO MISMO dice el Dios-Amor. Y aunque nos creamos merecedores de castigo, nos recuerda la Primera Carta de Juan: «Si nuestra conciencia nos condena, Dios es más grande que nuestra conciencia». Y también: «el amor no consiste en que nosotros amemos a Dios, sino en que él nos amó primero a nosotros«… Todo esto lo sabemos con la cabeza, claro, pero nos cuesta acoger la bondad, el amor, la misericordia de Dios, y andamos pensando que necesitamos «merecer» su amor. Pero la lógica de Dios es que Él ama primero, sin límites y gratuitamente.

        • Si Dios es amor, significa que me necesita, que desea continuamente encontrarse conmigo para decírmelo y hacérmelo notar. No otra cosa es la oración, como dice la conocida definición de Teresa de Jesús: «Orar es estar (no habla dice nada de decir, o de hacer: estar) muchas veces tratando de amistad/amor con quien sabemos que nos ama». Tan pronto como nos recogemos en silencio y nos ponemos a la escucha del corazón, suena dentro como una voz que nos dice:«Tú eres mi Hijo amado». ¡Pues lo somos! Pero también me necesita para que su amor llegue a otros: el amor es expansivo y el Buen Pastor tiene otras ovejas lejos… a las que tiene que salir a buscar, acoger y cuidar. Y yo debo ser un «instrumento de su amor».  (Hoy precisamente celebramos en muchos lugares la Jornada de oración por las vocaciones): extender, multiplicar, compartir, testimoniar el Amor recibido de Dios.

        • Si Dios ama al hombre, significa que el hombre es tremendamente importante. Tanto amó Dios al mundo que se bajó de su cielo, para meterse en nuestra carne y experimentar en sí mismo lo que somos y sentimos. Un Amor solidario: haciéndose uno de nosotros, y pobre entre los pobres… estaba  atribuyendo al hombre, al pobre, al que «no sirve ni pinta nada» un valor infinito. Y cuando nos ponemos a amarles, nos parecemos mucho a Dios: Somos dioses. Y tanto nos amó que dio la vida por nosotros, que es un signo incomparable de amor. El amor llega hasta ese extremo: que el otro importe más incluso que mi propia vida

        • Si Dios es amortodas nuestras cosas le afectan e importan. Sufre, pelea y se alegra y triunfa conmigo. Le interesan mis pequeñas y grandes preocupaciones, y disfruta cuando las comparto con él: «Yo conozco a mis ovejas». Así es como me doy cuenta de que no se aparta de mí ni de día ni de noche: «Te doy gracias porque me escuchaste» (Salmo). Conocer es una consecuencia de amar, y amar exige conocer.

El Amor de Dios se convierte en compañía cuando sufrimos, es fortaleza para que salgamos adelante.  Por Amor se convierte en Pastor Bueno cuando necesitamos protección o guía porque atravesamos por cañadas oscuras. Y nosotros en su nombre, haremos lo mismo.  

        • Si Dios es Amor, yo no soy su siervo, ni su esclavo. No tiene celos de mi libertad, porque me la ha dado precisamente él. Me quiere libre y responsable de mi vida. Y está a mi disposición para levantarme cada vez que me caigo. O cuando el sufrimiento o el mal parecen derrotarme. Le gusta verme de pie, ni postrado ni humillado. Me ayuda a liberarme cuando me dejo enredar con otros falsos dioses y señores: Ellos sí que me enganchan, me «atan», me esclavizan. En cambio él no tiene inconveniente en arrodillarse a lavarme los pies cansados de los caminos. Arrodillarse para servir y amar sí.

        • Si Dios es Amor, quiere decir que el Amor es lo único que tiene importancia.  El 1er  mandamiento de la Antigua Alianza decía «Amarás a Dios sobre todas las cosas». Y todos los demás son derivaciones de él. Seguramente no haría falta ningún otro mandamiento. Pero cuando falta el amor… se multiplican las leyes, normas, prohibiciones… Pues después de mostrarnos hasta dónde llega el amor (entregarse, dar la vida, cuidar, proteger, acompañar…) Jesús nos dejó un solo mandato: «Amad/amaos como yo», que viene a ser lo mismo que «poner el amor al hermano por encima de todas las cosas».

      ¿Por qué digo todas estas cosas tan conocidas por todos? Uno sospecha que la «falta» de vocaciones  (cualesquiera que sean) puede deberse a un déficit de amor: y por eso se hace cada vez más urgente y necesario que se noten mucho más los gestos de amor de los pastores de la Iglesia, la preocupación real por el bien de las ovejas, por encima del propio bien y de la propia vida. Y hacer crecer la frecuente escasez de amor entre los hermanos de las comunidades cristianas (¿mirad cómo se aman?); que no parezca más relevante el cumplimiento de leyes, normas y ritos… que el esfuerzo por entregarse, por la caridad, por amar como Cristo nos amó. Y por supuesto: contemplar, profundizar, gozar, orar, meditar... el amor del Dios-Padre-Hijo-Espíritu (¿quizá habría que enseñar cómo hacerlo?). 

Termino como comenzaba: ¡MIRAD QUÉ AMOR NOS HA TENIDO DIOS! Pues eso.

Quique Martínez de la Lama-Noriega, cmf 
Imagen tomada de Javier Rojas, sj

3 DOMINGO DE PASCUA. CICLO B

“¿Por qué tenéis esas dudas en vuestro corazón?

     El texto evangélico de este domingo está nos presenta a los discípulos llenos de dudas, ante la repentina presencia de Jesús resucitado .»Pero Jesús les dijo: –¿Por qué estáis asustados? ¿Por qué tenéis estas dudas en vuestro corazón? … Les enseñó las manos y los pies. Pero como ellos no acababan de creerlo…». Parece que Jesús se asombra ante la reacción de sus amigos.

     Ante esta pregunta de Jesús, muchos hombres y mujeres de hoy desplegarían una larga lista de motivos para dudar, para no terminar de creer. La situación sanitaria que estamos pasando ha servido para que algunos profundicen, retomen, fortalezcan y renueven su fe. Pero también se han multiplicado los hermanos que se han ido llenando de dudas, o dicen estar perdiendo la fe, como consecuencia de su desconcierto ante la falta de respuesta de Dios, o por haberse alejado temporalmente de la práctica religiosa… y no saber cómo recuperarla, e incluso… si realmente la necesitan para algo.

     Ciertamente que ya pasaron los tiempos de «creer a ciegas». El haber sentado en un trono a la razón y la ciencia, y el no ser ya (si es que alguna vez lo fue) la fe algo generalizado en el ambiente social, e incluso que se mire con recelo, sospecha y hasta rechazo a quienes se dicen llamar creyentes… El haber confundido las prácticas religiosas y las tradiciones sociales con la auténtica fe… han puesto las cosas más difíciles a eso de ser creyentes.

    Escepticismo, incredulidad, la desconfianza, las dudas respecto a la «identidad» de aquel que se les aparecía, son rasgos del camino lento y fatigoso que irían conduciendo a los apóstoles hacia la fe. La realidad de la resurrección les parece demasiado bella como para ser verdad. A veces los apóstoles tuvieron la sensación de tener delante a un fantasma; otras veces, como en el lago de Tiberíades, no han «reconocido» en el Resucitado al Maestro al que habían seguido por los caminos de Palestina. O los dos de Emaús que nos menciona el Evangelio de hoy. Incluso después de su última manifestación aqntes de la Ascensión sobre un monte de Galilea –nos cuenta el evangelista Mateo– “algunos dudaron” (Mt 28, 17).

    Sus dudas, persistentes incluso después de tantas señales dadas por el Señor, prueban, ante todo, que los apóstoles no eran unos ingenuos. Y además, muestran que la fe no es un rendirse sin más ante la evidencia, que el Señor no quiere «imponerse», sino que es la respuesta libre a una llamada. Existen razones respetables para rechazarla y el hecho de que haya incrédulos prueba que Dios actúa de manera muy discreta, que respeta la libertad humana.

     Por eso, lo primero podemos afirmar que la fe no es nunca una certeza absoluta. Que lo normal es tener dudas.  Nadie, que de verdad se haya arriesgado a creer, puede decir que alguna vez no lo han sorprendido las dudas frente a las verdades que confiesa y y que han formado parte de su vida. Según vamos avanzando en la vida y vamos acumulando experiencias, aparecen unas dudas y otras. La biografía de grandes creyentes de nuestra historia así nos lo muestran. Recordemos cómo San Juan de la Cruz hablaba de la «noche oscura del alma». O cómo Madre Teresa de Calcuta confesaba haber tenido dudas terribles durante muchísimos años. O Unamuno (entre otros muchos) en permanente lucha entre el creer y el no creer, que dejar como epitafio : «Méteme Padre eterno, en tu pecho, misterioso hogar, dormiré allí, pues vengo deshecho del duro bregar. Sólo le pido a Dios que tenga piedad con el alma de este ateo».

    Las dudas no se pueden confundir con la falta de fe. La acompañan y empujan a madurar y buscar. Sólo quien duda, avanza. No pocas veces el problema está en nuestras falsas ideas y expectativas sobre Dios. Como los de Emaús es que «nosotros esperábamos, creíamos…» y resulta que la cosa ha quedado en nada.

    En segundo lugar: no todas las dudas tienen el mismo peso. Hay dudas sobre aspectos centrales y esenciales de la fe y otras que no. Por ejemplo: dudar de la resurrección del Señor, de que Él esté vivo en medio de nosotros, o de su presencia en la Eucaristía, y las verdades recogidas en el Credo son cuestiones fundamentales… Pero no es raro que el problema esté más en las explicaciones que nos dieron o el  lenguaje utilizado… que ya no nos valen. Hay cristianos que pretenden que las catequesis que recibieron en su infancia, o las explicaciones más o menos acertadas de las homilías, o de un cura o catequista en concreto… tienen que valerles para siempre y para todo. Y también decir que no pocos confunden sus dudas sobre la Iglesia, la moral o ciertas tradiciones… con la propia fe. 

     Quiero recoger apenas algunas sencillas pistas que podemos aprovechar de los relatos de san Lucas:  

– «Hablar de estas cosas». Jesús se hace presente cuando sus discípulos se están contando mutuamente sus experiencias (estas cosas), no sus ideas. Comparten, expresan, dialogan, contrastan, reflexionan e interpretan lo que les ha pasado, lo que no entienden. Buscan juntos. La fe cristiana es comunitaria. Y en estos tiempos es muy conveniente buscar alguien experimentado que nos acompañe en nuestros caminos de fe.

– La paz del Resucitado. Cuando las cosas están confusas, cuando hay miedos, cuando perdemos las referencias… la presencia del Resucitado pacifica (aunque también nos pueda dejar «inquietos»). Es un signo de que él anda por medio y nos permite identificarlo. Me gusta decir que «Dios no nos saca las castañas del fuego» (como esperaban los dos de Emaús y tantos otros), sino que «nos ayuda a no quemarnos con las castañas», a enfrentar las dificultades sin venirnos abajo. Es necesario, por tanto, dirigirnos a él para pedirle la paz, la serenidad, la luz que necesitamos…. Los Sacramentos son medios especialmente favorables para encontrar luz, fuerza y paz.

– A Jesús le gusta hacerse presente en medio de nuestras cosas cotidianas. «¿Tenéis ahí algo que comer?» Ellos le ofrecieron un trozo de pez asado». Con demasiada frecuencia nuestra oración no intenta descubrir a Jesús o invitarle a nuestras cosas de cada día: comer, trabajar, compartir, la amistad y los diálogos… La oración y la vida cotidiana andan demasiado a menudo por cauces distintos. Por eso invita a los discípulos a ir a Galilea (donde compartieron la vida): «allí me veréis». 

 – Comprender las Escrituras. Lucas insiste en que no podemos «entender» a Jesús si desconocemos las Escrituras. No se trata sólo (aunque también ayuda) de tener unos mínimos conocimientos de su lectura e interpretación (esta es tarea pendiente de buena parte de los cristianos). Sino de aprender a poner en relación lo que estamos viviendo con la Palabra escrita. Aquello que dice tan bellamente un Salmo: «Lámpara es tu Palabra, Señor, para mis pasos, luz en mi sendero».

              Muchos de nosotros tendremos que seguir creyendo a tientas, entre dudas y búsquedas  permanentes, pero sin asustarnos ni huir de ellas. Y si acaso gritaremos, como aquel padre que pedía la curación de su hijo:“¡Creo, Señor, pero aumenta mi fe!” (Mc 9,24).

Quique Martínez de la Lama-Noriega, cmf
Imagen de José María Morillo

2 domingo de pascua. ciclo b

LA COMUNIDAD QUE NECESITA TOMÁS

  El tema central de este segundo domingo de Pascua es, por encima de todo, la COMUNIDAD. El Evangelio nos ayuda a descubrir cómo es una Comunidad* que NO tiene en el centro a Jesús de Nazareth, hasta que él «aparece» y ocupa su lugar («se puso en medio») y qué consecuencias tiene para todos. ¿Y qué pasa cuando en esa Comunidad hay algún hermano que, aun deseándolo, no ha experimentado un encuentro personal con el Resucitado, y vive envueltos en dudas?

     Cuando el Resucitado no se ha puesto «en medio» de nuestra vida, vivimos con el alma cerrada, intentando defendernos como podemos de nuestros propios miedos y culpas, levantando muros protectores, desconfiando incluso de los más cercanos, guárdandonos para dentro lo que soñamos, nos duele, necesitamos, nuestras frustraciones… Cerramos puertas, ponemos cerrojos y guardamos silencio. Así estaba Tomás. 

    ¡Qué solos y qué mal estamos cuando nos falta el Resucitado, cuando no lo sentimos, cuando no lo encontramos mientras otros sí lo encuentran. No hay palabras que nos consuelen. Quizá nos digan: «tú confía en Dios, tú reza, tú pide, tú acércate a los sacramentos»… Pero sin resultados.

    Y no por ser una Comunidad Cristiana… está necesariamente en medio el Señor. Puede que haya celebraciones solemnes, y charlas y actividades… pero cuando hay luchas de poder, divisiones, o más preocupación por el orden y la ortodoxia que por la vivencia de la fe y el amor, (Segunda Lectura), o las relaciones fraternas son poco fraternas, o simplemente pocas; cuando hay poco espacio para la novedad… El Espíritu es siempre constructor de novedad, pero cuando falta el Espíritu, cuando no está el Resucitado… estamos como muertos. O cuando los pobres, los que sufren, o los que «no están» no preocupan demasiado… NO PODEMOS HABLAR DE LA COMUNIDAD DEL RESUCITADO. El evangelista hablaba de que había MIEDO.

Mucha de la actividad en nuestro mundo, mucho de nuestro activismo viene para huir de la relación, se tiene miedo de encontrarse con los demás, se tiene miedo de encontrarse de veras con los demás, se tiene miedo de sentirse responsables de los demás, se tiene miedo de compartir las propias debilidades y de hacerse interdependientes unos de otros. Y por eso se cierra uno dentro de sí. (Jean Vanier)

    Ante la desesperanza y el miedo, es fácil caer en la tentación de las nostalgias: otros curas, otros grupos, otros Papas, otros tiempos. Y encerrarnos en recuerdos o intentar olvidarnos de todo, como Pedro -nos lo cuenta otro evangelio- que se  marcha a pescar para distraerse. Aunque no pesca nada. O los de Emaús, que lo dejan todo atrás, se alejan confusos y desanimados. Se alejan de la comunidad. No es difícil, por lo tanto, comprender y sentirse identificados con este Tomás, apodado el Mellizo

     Cuando se escribe el cuarto Evangelio, en torno al año 100, han cesado las «apariciones pascuales». Y  la fe no podía depender de una experiencia como aquellas, que por otro lado, no muchos tuvieron. Aquella comunidad, inmersa en una cultura filosófica griega que exigía comprobaciones, razonamientos, pruebas y evidencias no podía simplemente invitar a «creer» porque otros lo dijeran. Eso podría más bien llamarse «credulidad», o lo que antes se llamaba «la fe del carbonero».

     Aquella situación no es muy diferente de la nuestra: No es suficiente «creer» porque nos lo digan otros o nos lo cuenten los evangelios. Pero tampoco podemos aportar pruebas concluyentes sobre aquel acontecimiento de la Resurrección de Jesús. ¿Entonces?

    Por una parte hace falta una mínima «confianza» en la veracidad de lo que la Comunidad cristiana nos cuenta (su testimonio). Y por otra parte, necesitamos una experiencia personal de que el Resucitado está vivo y afecta a mi vida. ¿Cómo es esto? 

    Si la desconfianza y la incredulidad o el rechazo son mi punto de partida… es muy improbable llegar a la fe. Algunas pocas veces ha ocurrido en nuestra historia. Por eso se vuelve indispensable más que las palabras, el testimonio de vida de los actuales seguidores de Jesús, cómo viven, transformados por la presencia del Señor Resucitado.  Las lecturas de hoy nos ofrecen claves importantes sobre cómo ha de ser la Comunidad del Resucitado

 § La cercanía a los «heridos» y crucificados de hoy, «tocar sus llagas» en los sufrientes y crucificados de hoy. Eso que el Papa llama una Iglesia «hospital de campaña», una «Iglesia samaritana», una Iglesia que se va a buscar a los descartados.

§ Una Iglesia comunidad de hermanos que comparten y reparten lo que tienen, y se aman entre sí. El libro de los Hechos de los Apóstoles lo explica suficientemente.

§ Una Iglesia «misericordiosa», que quiere, procura y sabe reconciliar y perdonar; que pone la compasión y la misericordia por encima de las leyes, y al servicio de las personas.

§ Una Iglesia instrumento de Paz  (Francisco de Asís), que sabe dialogar, acoger, comprender, acompañar, hacerse presente en los conflictos para tender puentes.

§ Una Iglesia que no se encierra en sí misma, que sale a las periferias, que pone en el centro al Señor, y no a sí misma; que huye del clericalismo para ser Pueblo de Dios, comunidad fraterna y de servicio mutuo. Una Iglesia valiente, en la que no faltan los mártires.

     Cuando alguien busque al Señor… es lo mejor (¿lo único?) que podemos ofrecerle: «esto es lo que hace el Señor con nosotros». De poco valen los documentos, los discursos, ni los catecismos, ni siquiera la lectura de la Biblia. Todo esto, si acaso, vendría después. Antes es… permitir al Señor que me transforme, que me cambie la vida, que me perdone, que me pacifique, que me comprometa al servicio de los más necesitados. Que sea de verdad «Señor mío y Dios mío».

     Y por eso la Iglesia tiene que esforzarse, mejorar, convertirse, purificarse, adaptarse y cambiar para poder ofrecer estos «caminos» de fe y responder a los retos de hoy. No hay fe sin comunidad de testigos. No hay fe sin compromiso personal de entrega. No hay fe sin encuentro personal con el Resucitado.

Quique Martínez de la Lama-Noriega, cmf
Imagen de José María Morillo

DOMINGO DE RESURRECCIÓN. CICLO B

LA EXPERIENCIA DEL RESUCITADO

      Es bien llamativo que el Resucitado elija a unas mujeres para su primera aparición. Anoche en la Vigilia, la versión de san Marcos nos hablaba de unas cuantas mujeres camino del sepulcro. Y hoy Juan nos presenta la aparición a María Magdalena. El caso es que el Resucitado no se ha presentado ni a Pilato para darle un tirón de orejas por irresponsable y corrupto. Ni mucho menos al gran César de Roma. Tampoco al todopoderoso Sanhedrín o a las autoridades del Templo, que lo habían condenado en Nombre de Dios y su sagrada Ley. Ni siquiera a aquellos Doce discípulos «varones» con los que tanto tiempo había pasado. Fue como una pequeña broma del Resucitado. 

     Las mujeres, que en aquella época de la sociedad judía, no pintaban nada, no contaban para nada, tenían  al menos dos cosas a su favorquerían a Jesús con toda su alma. Tanto, que se pusieron en camino sin preocuparse de pedir que las acompañara algún hombre para retirar la enorme piedra a la entrada del sepulcro. Y lo segundo: no tienen miedo de dar la cara, de que otros se enteren de que ellas sí le conocían, que  sí habían estado con él, y aun muerto y despreciado, siguen queriéndole. Valentía y amor.

      Después de ellas, poco a poco, los discípulos y demás apóstoles irán teniendo experiencias parecidas. Pero no penséis que la experiencia de resurrección fue de golpe y porrazo, todos a la vez, todos el mismo día. Ni tampoco creyeron todos inmediatamente. La versión de Juan dice que el discípulo amado «vio y creyó», pero de Pedro no lo dice. La tumba vacía no fue suficiente para él. 

     A lo largo de semanas, meses y hasta de años (pensad en San Pablo), los que conocieron a Jesús (y alguno que no le conoció en persona) fueron experimentando que estaba vivo, y que eso alteraba totalmente sus vidas. Ya no podían seguir como hasta ahora. Si Él estaba vivo después de haber muerto, significaba que todo su mensaje, todo su estilo, toda su vida habían sido ratificadas por el Padre que lo resucita. Nunca olvidemos que el Resucitado es un Crucificado, y que lo fue por unos hombres muy concretos y unas motivaciones muy concretas: Porque Jesús había hecho determinadas opciones, se había enfrentado con ciertas mentalidades, había denunciado muchas cosas… Y entonces, al ser resucitado, es como si el Padre estampase su firma sobre la vida y testamento vital de Jesús… ¡Por lo tanto valía la pena tomarlo en serio! Con nadie más había actuado Dios tan clara y definitivamente. Había mucho que replantear y cambiar. 

    Hace unos días, me comentaba alguien: «el Jueves Santo es el día más importante de la Semana Santa». Y mirando la religiosidad popular, parece que los Nazarenos, las coronas de espinas, el Santo Sepulcro, los latigazos y las Dolorosas se llevan la parte del león, y podrían darnos la impresión de que el Viernes es el día más significativo. Pero no. Si las cosas fueran así, estaríamos haciendo «memoria» de la enésima muerte injusta de un inocente en manos de los poderosos. Y la «memoria» es importante, claro que sí. Pero por sí misma no resuelve nada. Sacaríamos la conclusión de que ganan los de siempre, sin que Dios haga absolutamente nada al respecto.  

     Menos mal que no es así. La resurrección de Jesús significa que sólo una vida planteada, vivida y ofrecida/entregada desde el amor… tiene sentido, es más poderosa que la muerte. Y por tanto, no es indiferente cómo sea el estilo de vida personal de cada uno. Hay vidas que se «pierden», se desperdician, se condenan. Y otras que están en las manos de Dios, Señor de la Historia y de la Vida, para ser llevadas a la plenitud («Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu»).

     El sepulcro vacío y la ausencia del cadáver del Maestro… no demuestran nada. Los primeros «remisos» en creer que el Señor estaba vivo fueron los propios discípulos. Lo que les contasen las mujeres (y sobre todo ellas) u otros testigos… no era suficiente. La fe no es creer lo que otros han vivido, o nos han contado, sino tener nuestra PROPIA EXPERIENCIA PERSONAL, habernos encontrado con él, experimentar que está vivo y me salva. Este el centro de nuestra fe. 

Algunas sencillas pistas que podrían facilitar esta experiencia, atendiendo a la experiencia de los primeros discípulos:

     ♠ En primer lugar sienten a Jesús como uno de ellos cuanto están reunidos «en su nombre». Es decir, en la COMUNIDAD. Por libre no hay nada que hacer. Hay que estar entre los suyos, con los  suyos y aceptar  ser de los suyos.

     ♠ En segundo lugar, la EUCARISTÍA. Cuando hacen lo mismo que él hizo, parten el pan, beben la copa y se comprometen a vivir su mismo estilo de vida, él se les hace presente. Con el paso del tiempo, algunos podrán llegar a decir con san Pablo: «Ya no soy yo el que está vivo, sino que es Cristo quien vive en mí». Cada discípulo de Jesús se irá transformando en otro Cristo que seguirá haciendo las mismas cosas que hizo entonces.

     ♠ En tercer lugar, CUANDO ORAN, dejándose cuestionar por lo que Jesús había dicho y hecho. Cuando escuchan con el corazón, como María, y no sólo con la cabeza, para llevarlo a la vida. Cuando preguntan a las Escrituras: Señor, ¿qué tengo que hacer para entrar en el Reino? ¿cuál es tu voluntad sobre mí?. Cuando se van atreviendo a hacer suyas las oraciones que otros hicieron antes y fueron escuchados: Si quieres, puedes curarme; Señor, que vea; Señor, mi hija está muy enferma; Soy un pecador, he pecado contra el cielo y contra ti» y tantas otras.

      ♠ Y también, cuando impulsados por la misericordia, reconocen al Señor en aquellos con los que especialmente él se quiso identificarse: Quien acoge a uno de estos niños, a mí me acoge; y el que dé de comer al hambriento, de beber al sediento, el que viste al desnudo, el que hace compañía al enfermo, el que acoge a un refugiado … a él se lo hacemos. Ahí le seguimos encontrando.

    Os decía antes que la experiencia de que Cristo había resucitado fue poco a poco. Y también los apóstoles fueron cambiando, haciéndose hombres nuevos, poco a poco. Por eso la Iglesia celebra este día de Pascua durante 50 días, como diciendo: ya irás resucitando. Y aún más: el último empujón resucitador, el que abrirá nuestras puertas cerradas, nuestros corazones de piedra nos lo dará el Espíritu del Resucitado, el Espíritu Santo.

Por eso: oremos con insistencia durante todo este tiempo pascual, deseando resucitar, deseando que el Señor nos resucite (no es cosa de nuestra voluntad) y repitamos a menudo: ¡Ven, Espíritu Santo! Una de las mejores oraciones posibles.

Quique Martínez de la Lama-Noriega, cmf 
Imagen de José María Morillo y Rose Datoc 

VIDEO DOMINGO DE RAMOS

Parroquia Santa María Aranda de Duero
Este domingo hemos preparado el evangelio para niños, y al mismo tiempo os hemos contado lo que sucede en Semana Santa. Con este evangelio termina este ciclo de evangelios para niños. Que esta Semana Santa acompañemos a Jesús y el domingo nos encontremos con Jesús Vivo y Resucitado.

DOMINGO DE RAMOS. CICLO B

LA PASIÓN: UNA HISTORIA QUE SE REPITE


PASIÓN SEGÚN SAN MARCOS

    Hoy la liturgia pide que seamos muy breves en nuestro comentario a la Palabra, que es la auténtica protagonista, especialmente el relato de la Pasión, narrada este año por San Marcos.  Daré pues solamente unas pinceladas, sin entrar en matices:

       En primer lugar una invitación a tomarnos en serio las palabras de San Pablo en la segunda lectura. Es frecuente entre nosotros mirar a Jesús como alguien que tenía claro que su misión era «morir por nosotros» en la cruz, con esa muerte dolorosa que hoy hemos meditado, porque así lo habría pedido/querido su Padre Dios. Y como era Dios, «ya sabía» que a los tres días iba a resucitar victorioso de la tumba… y asunto resuelto, misión cumplida. Esta es una verdad de fe bastante incompleta.

San Pablo ha afirmado que Cristo «a pesar de su condición divina» se despojó de todos sus atributos divinos y se convirtió «en uno de tantos». Es decir: que fue como tú y como yo, y al ser «semejante a los hombres», tuvo que ir descubriendo su camino, su proyecto, la «voluntad del Padre» para él. Progresivamente tuvo que buscar, no pocas veces entre dudas y oscuridad, y tomar decisiones. Su «lucha/agonía» en Getsemaní fue muy real: «terror y angustia». Su camino no era ni fácil ni evidente. Tenía que discernir. Sintió como su proyecto del Reino había fracasado ante las autoridades religiosas, ante el Pueblo al que tan intensamente se había dedicado, ante sus propios discípulos… e incluso sintió el silencio y el abandono de Dios. Precisamente las únicas palabras que Marcos nos ha guardado de Jesús en la cruz dicen: «Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado?». Un grito desgarrador que nos revela los sentimientos profundos de su dolor hasta la cruz. 

      • En cuanto a las razones históricas de su condena y de su muerte están muy bien descritas por el evangelista: Jesús y su proyecto del Reino estorban a las autoridades religiosas, que lo tachan de blasfemo, de intentar alterar sus ideas religiosas, sus interpretaciones de las Escrituras, y sus «cargos» de poder. El Pueblo, por su parte, esperaba a alguien que les solucionara sus problemas concretos de todo tipo… Y lo aclaman a su entrada en Jerusalem y le gritan «Hosanna» (=que Dios tenga piedad y nos salve). Pero al verse decepcionados por este «Hijo de David», que llega en un humilde pollino, y en actitud pacífica… acaban prefiriendo la libertad de un criminal, que la de un justo inocente, dejándose manipular por las autoridades. Políticos, como Pilato, lo que quieren es «dar gusto a la gente» y evitarse problemas y responsabilidades. Y con respecto a sus discípulos, tienen miedo, se duermen, huyen, le traicionan, se esconden, desaparecen de escena: «ni sé ni entiendo de qué hablas».

     En resumen: las razones o causas por las que Jesús termina crucificado hay que buscarlas, en primer lugar y por encima de todo, en el rechazo de su misión y su mensaje. No conviene olvidarlo, para no «descontextualizar» ni «espiritualizar» la historia de una tremenda injusticia que dejó a todos muy desconcertados. Y porque esas luchas y enfrentamientos de Jesús han de ser ahora y siempre las nuestras, las de sus discípulos, puesto que el «panorama» no ha cambiado mucho que digamos. Sólo después, con la suficiente distancia, y ayudados por la Escritura (la Primera Lectura de hoy, por ejemplo) vendrán las interpretaciones teológicas sobre el sentido y significado de su muerte. 

      • Por eso mismo, no podemos asistir a los acontecimientos de la Semana Santa del Señor como «espectadores» de una historia que ocurrió hace dos milenios, y sobrecogernos y asombrarnos de todo lo que le pasó al Hijo de Dios… sin dejarnos afectar personalmente. Repasar y revivir la Pasión del Hijo de Dios tiene que servir para que reaccionemos y nos indignemos por tantos «hijos de Dios» que viven HOY similares circunstancias, y que también son eliminados, machacados, silenciados… por oscuros intereses de todo tipo. El «desorden» que mató a Jesús está detrás de los tejemanejes de las industrias farmacéuticas, alimentarias, del comercio de armas, de las manipulaciones políticas y económicas de todos los colores… Aquella historia del Hijo de Dios está hoy muy viva y es muy actual, y tenemos que tener mucho cuidado… para no ser sus nuevos protagonistas: nuevos Pilatos, nuevas autoridades, nuevas gentes manipuladas, nuevos discípulos cobardes, etc. etc. No es coherente que nos conmocionen las heridas, las caídas, los latigazos, y todo lo demás que tuvo que soportar Jesús… por ser quien era… y dejar en el olvido que él fue «uno de tantos» (como decía la anterior traducción litúrgica) que corren hoy su misma suerte. 

Quique Martínez de la Lama-Noriega, cmf
Imágenes de José María Morillo

DOMINGO V DE CUARESMA. CICLO B

UNA ENTREGA HASTA LA MUERTE

     Unos griegos, que probablemente se preparaban para entrar en el judaísmo, o al menos simpatizantes de los judíos, ya que están allí «para celebrar la fiesta», buscan a Jesús. Jerusalem está en sus fiestas grandes. Pero no es la fiesta lo que buscan (al menos no sólo la fiesta), o hacer negocios, o distraerse… Aun en medio del jolgorio, no dejan de ser personas inquietas, que necesitan respuestas. Representan a tantos hombres y mujeres que, de un modo u otro, buscan a Dios, aunque le pongan distintos nombres: felicidad, sentido para la vida, razones para luchar, algo que les llene el corazón, que les ayude a superar las dificultades, los sufrimientos, el fracaso, la muerte… Y son gentes de toda edad, clase y condición. Porque el hombre -todo hombre- es siempre un inquieto buscador… aunque a veces acuda a pozos equivocados, o diga que no busca nada…

     Estos griegos han oído hablar de Jesús, y deciden acercarse a uno de sus discípulos para preguntarle. Siempre es más fácil, para conocer o encontrarse con Jesús, acercarse a un discípulo. Entonces y hoy. Los griegos eligen a Felipe, que tiene nombre griego. Es más fácil que nos oriente alguien cercano, que huela a oveja, que se manche como nosotros, que tenga dudas como nosotros, que haya tenido que buscar un poco a tientas, como hacemos nosotros. No es fácil que encontremos la respuesta que necesitamos en alguien con títulos, o con cargos eclesiásticos, o en esos que enseguida abren el saco de las respuestas, sin antes haber escuchado, ni acogido, ni entendido… 

     Probablemente Felipe se sintió en aprietos, porque ese «queremos ver a Jesús» que le plantean no es un simple «dónde está, quién es». Es lógico pensar que quienes han visto a Jesús, quienes han compartido su compañía, quienes se han dejado transformar por él, quienes han hablado en la intimidad con él, quienes lo siguen… debieran (debiéramos) ser capaces de dar una respuesta adecuada: «¿Qué debemos hacer para que Jesús nos atienda, para poder conversar o estar con él?»  Yo no sé lo que les habrías respondido tú.

    Los pasos de Felipe son muy significativos. No les sienta a su lado para charlar con ellos. Ni tampoco improvisa un discurso sobre quién es Jesús, o las cosas que él les ha ido contando, cuando han estado con él. Lo primero que hace es ir a buscar a otro Apóstol. Felipe aprendió desde el principio de su propia vocación lo que significa ser Comunidad. Y por eso, evita el protagonismo y el tomar iniciativas por su cuenta. Es una buena señal de que conoce a Cristo y ha sido transformado por él. Necesita consultar a otro hermano, apoyarse en él. Y lo siguiente es ir a contárselo a Jesús. Necesitan que el propio Jesús les oriente aclare lo que deben responder. Podemos decir, entonces, que es imposible «mostrar a Jesús», orientar hacia el encuentro con él, sin haberse encontrado antes con Jesús. Dicho en plata: no podemos hablar «de» Jesús, sin antes haber hablado «con» Jesús.

     La respuesta de Jesús a Felipe y Andrés sorprende: A los griegos les gustaba mucho filosofar, razonar, discutir, argumentar. Pero Jesús no entra en ese juego. No les da «explicaciones», discursos ni razonamientos, y menos se mete en discusiones. Jesús les habla de su propia entrega hasta la muerte. Les pone su vida por delante y les «muestra» que el amor a uno mismo y el dejarse enredar y absorber por las cosas de este mundo es un camino de infecundidad, de vacío. Es como si Jesús les dijera: ¿Que quién soy yo? ¿que de qué voy? Pues soy una persona que se entrega, que se desvive, que se ofrece, que se sacrifica… hasta la muerte. Yo no me busco a mí mismo, no tengo más objetivo en mi vida que entregarme al Padre, entregándome a los hombres. Cuando ponemos por delante lo que me apetece, lo que me conviene, lo que me interesa, lo mío, mi prestigio, mi proyectos, mi éxito, etc… nos metemos en un camino sin salida.  Hay que empezar por renunciar a uno mismo: El que se ama a sí mismo se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo se guardará para la vida eterna. Ha escrito el Papa Francisco: 

«Un ser humano está hecho de tal manera que no se realiza, no se desarrolla ni puede encontrar su plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás. Ni siquiera llega a reconocer a fondo su propia verdad si no es en el encuentro con los otros: Sólo me comunico realmente conmigo mismo en la medida en que me comunico con el otro. Esto explica por qué nadie puede experimentar el valor de vivir sin rostros concretos a quienes amar. Aquí hay un secreto de la verdadera existencia humana, porque la vida subsiste donde hay vínculo, comunión, fraternidad; y es una vida más fuerte que la muerte cuando se construye sobre relaciones verdaderas y lazos de fidelidad. Por el contrario, no hay vida cuando pretendemos pertenecer sólo a nosotros mismos y vivir como islas: en estas actitudes prevalece la muerte. Desde la intimidad de cada corazón, el amor crea vínculos y amplía la existencia cuando saca a la persona de sí misma hacia el otro. Hechos para el amor, hay en cada uno de nosotros una ley de éxtasis: salir de sí mismo para hallar en otro un crecimiento de su ser. Por ello en cualquier caso el hombre tiene que llevar a cabo esta empresa: salir de sí mismo. (Papa Francisco, Fratelli Tutti 87-88).

       Así que Jesús les hace una propuesta/reto: Ponerse a su servicio, para estar donde él está: «El que quiera servirme, que me siga, y donde esté yo, allí también estará mi servidor.» ¿Y dónde está Jesús? Su casa la dejó hace tiempo. Y ya no tiene ni dónde reclinar la cabeza. Él está en los caminos de los hombres, especialmente en el de los que sufren y menos cuentan, para compartir con ellos su sufrimiento, para luchar por ellos contra las causas de su sufrimiento. Sus palabras son también  una promesa de futuro: estar con él en la gloria. Estaréis conmigo en la gloria.

     El Señor no esconde ni disimula que su respuesta es enormemente exigente: les invita a vivir de otra forma, -una forma arriesgada e incluso peligrosa-. Y nombra  al Príncipe de este mundo, con el que tiene que pelearse y echar fuera. ¿Y quién es este personaje? Pues tiene muchas caras, muchos nombres, muchos recursos y muchos servidores. Y es muy poderoso. 

+ El Príncipe de este mundo se sirve de la violencia y de los violentos, le encanta crear enfrentamientos y divisiones: entre buenos y malos; los de nuestro país y los de fuera; los de una raza y los de otra; los de un partido o sindicato , y los otros; los de una religión y los de otra… Le viene bien todo lo que haga ver al otro como enemigo y destruya la fraternidad.

+ Se le da muy bien manipular la verdad, y puede conseguir que un Justo como Jesús sea visto como blasfemo y peligroso, para que acaben con él. Le vienen muy bien los grandes medios de comunicación, las concentraciones de masas, las redes, los bulos, la falta de transparencia, etc.

Resumiendo: es todo lo que destruye al hombre y su relación fraterna con los otros hombres, impidiéndole así ser aquello para lo que Dios lo ha creado.

         Y con el Príncipe de este mundo se enfrentó Jesús, y espera que los suyos le demos también la batalla. Al llegar «su hora», Jesús pareció sucumbir y perder ante su impresionante poder. Pero el Padre estaba de su parte y le glorificó. Fue suya la victoria final. Fue elevado en lo alto como un estandarte de victoria sobre la mentira, la injusticia, la violencia, la traición, el politiqueo, la manipulación religiosa, etc. atrayéndonos a todos hacia él. Desde entonces la historia humana ha quedado alterada, transformada. Dios Padre ha revelado lo que realmente es valioso, de parte de quién está Él, dónde se encuentran la verdad y la vida, y cuál es el camino para llegar a ellas. 

    Por tanto, el mejor «argumento» que podemos ofrecer nosotros a quienes hoy nos piden: «quisiéramos ver a Jesús» es la entrega de nuestra vida y la lucha contra el Príncipe de este mundo. Para ello, aprendamos de Jesús a pedir la ayuda del Padre para esta batalla: «Padre, glorifica tu nombre», que tu nombre sea santificado, que sea tuyo el triunfo. 

     El mundo, los buscadores de Dios, necesitan también hoy que Andrés, Felipe, tú y yo, y todos los demás tengamos «algo» y Alguien que mostrar, que ofrecer. 

Quique Martínez de la Lama-Noriega, cmf
Imagen de José María Morillo

DOMINGO IV DE CUARESMA. CICLO B

NICODEMO FUE A VER A JESUS DE NOCHE

Meditación orante

    • Habla Jesús:

    Vino a verme un doctor de la ley, que ocupa un escaño en el Sanhedrín. Se llama Nicodemo. Viene hasta Betania de noche. Precisamente de noche dio comienzo la historia de la salvación del pueblo esclavo en Egipto, con una cena.

La noche era el tiempo más adecuado -según la tradición judía- para estudiar la Ley.

De noche muchos hombres y mujeres dejan su casa para distraerse, para divertirse, para encontrarse, para romper la monotonía… No siempre lo consiguen.

De noche, miles de samaritanas venden sus cuerpos junto a sus pozos vacíos, luchando por no perder del todo su dignidad. Casi nunca lo logran.

De noche, muchos padres y madres se mueven inquietos y desvelados en sus camas, preocupados por sus hijos que salieron de casa, para saber cuándo vuelven…

Pero es más dura la noche interior

Es de noche cuando se nos muere alguien que nos importa, como mi amigo Lázaro, o mi padre José.
Es de noche cuando hay que tomar decisiones difíciles en solitario, como me ocurriría en el Huerto de los Olivos.
Es de noche cuando un buen amigo, como Judas, te la juega. 
Es de noche cuando nada de lo que hacemos o proyectamos… termina de llenarnos el corazón.
De noche, miles de personas anónimas buscan una luz para sus vidas, una verdad para caminar, un sentido para vivir, una esperanza en que apoyarse. Llevan dentro la noche. Sin saberlo, buscan a Dios.

    • Como Nicodemo. Es un buscador, un corazón inquieto que no se conforma con su oscuridad. Y viene a verme de noche, como es de noche dentro de él. Brilla la blancura de su túnica mientras camino a su lado y apenas alcanzo a ver sus ojos.  Le da vergüenza que alguien se entere de que ha venido a buscarme.
Caminamos largo rato en silencio. Escucho el latido del corazón de aquel hombre justo, pero extraviado. Se esconde detrás de la noche, y sus preguntas todavía no se atreven a salir. Busco sus ojos, porque he visto lo que hay en su corazón y quiero que lo deje salir para que pueda entrarle la luz de una mañana nueva.

    • “Maestro -me dice por fin- nos han llegado voces de Galilea que hablan de ti, de los signos prodigiosos que realizas. 

Te he visto esta mañana en el Templo y he escuchado tus palabras. Sé que tú vienes de Dios. ¿Quién puede decir las cosas que tú dices, o hacer las cosas que tú haces si Dios no está con él? ¿Pero cuál es, o dónde está ese reino que tú vas anunciando?”

    • De momento no respondo a su pregunta. Prefiero hacerle una invitación:

– Nicodemo, yo te digo que el reino de Dios está en medio de nosotros, ya del todo al descubierto. Pero nadie lo puede ver si no nace de nuevo.
– ¿Cómo puede renacer el hombre siendo ya viejo?, me pregunta asombrado. Es imposible que vuelva a entrar en el vientre de su madre y nacer de nuevo.
– ¡Los razonamientos de los hombres! ¡Qué lógicos son nuestros razonamientos! Todo lo clasifican, lo ordenan, ponen reglas, sacan conclusiones para todas las ocasiones, y con ello levantan un muro donde el misterio, la sorpresa, la novedad de Dios no les cabe.

No es razonable el amor de Dios. 
No es razonable su Hijo se haya hecho hombre.
No es razonable que ame tanto a los hombres, que les entregue a su único Hijo.
No es razonable que el Hijo de Dios termine elevado en una cruz.
no es razonable que, a pesar e todo, les perdone.

    En el fondo, tiene miedo a pisar terrenos desconocidos, que no controla, no tiene ganas de atravesar sus tinieblas y se escuda con sus razonamientos… Este visitante nocturno cree que lo sabe todo sobre Dios, lo tiene “etiquetado”. Está convencido de que con sus rezos, sus prácticas religiosas, con cumplir la Ley y todos sus mandamientos, ya está todo hecho. Es lo que aprendió desde pequeño. Y por eso se ha estancado. Le falta dejarse llevar por el Espíritu, por el amor, por la novedad de Dios, que hace siempre nuevas todas las cosas, y dejarse de tantas leyes y cumplimientos.

   •  – Nicodemo, Nicodemo, no te escondas. Yo estoy lleno del Espíritu del Señor,  que es todo luz, y tengo que denunciar a Israel sus errores, todas sus deformaciones, todos sus prejuicios, todas sus culpas.
    El Espíritu me empuja a estar cerca de los pobres, de los esclavos, de los prisioneros, de los ciegos, de los enfermos… Me empuja a crear fraternidad, acoger, amar. He venido para traer la fraternidad y la amistad del Padre para ti, Nicodemo, para nuestro pueblo, para los hombres de todas las naciones…
    Le oigo murmurar: “¿Cómo puede ser eso?”. Sigue encerrado en sus seguridades, parece incapaz de abrirse a la verdad, de mirarse sinceramente, de reconocer que está buscando, que siente dentro un vacío.

    • – No te extrañes de que te haya dicho que tenéis que nacer de nuevo. Que tenéis que renovar totalmente el corazón, las ideas, el estilo de vida, vuestra relación con Dios. ¿No recuerdas lo que decía el profeta Ezequiel: 

«Os rociaré con agua pura y seréis purificados, os daré un corazón nuevo, pondré en vosotros un espíritu nuevo?»

Necesitas comprender que Dios es rico en misericordia y que quiere levantar y sacar al hombre de sus pecados, de sus violencias, de su empeño por marginar a otros hombres, de creer que se puede manejar a Dios. Que Dios no quiere otra cosa que la vida eterna para todos, que no quiere juzgar, sino salvar. Sólo quienes se empeñen en hacer las obras de las tinieblas, rechazando mis palabras y a mí mismo… quedan condenados. Porque el poder del amor es muy grande, infinito… Pero nada puede con quien se cierra al Amor. 
Por eso te digo que nadie puede entrar en el reino de Dios si no nace del Agua y del Espíritu.
¿Es que no oyes la voz del Espíritu que te sopla dentro, como el día de la creación sopló sobre Adán?
¡Claro que oyes su voz!, pero no sabes de dónde viene ni adónde va, y a ti te cuesta dejarte llevar, fiarte, abrirte a lo nuevo. No pareces un «hijo de Abraham», el peregrino de Dios. La amistad de Dios te rodea y ahora te está esperando a ti en medio de tu noche. Y quien te habla es testigo de ello.
Y Pero Nicodemo sigue repitiéndose “¿cómo puede ser?
Y se aleja a toda prisa, cada vez más envuelto en sus preguntas y sus dudas. Le grito a sus espaldas, mientras se marcha, que tanto ha amado Dios al mundo que envió a su Hijo para salvarlo…
Pero ya estaba lejos y creo que no me habrá oído. Le veo alejarse, pero queda su voz, y sus mil preguntas vacías,  que otras voces repetirán durante siglos: “¿cómo puede ser? ¿cómo puede ser?”.
Yo sé que acabará abriéndose a la luz. Perderá sus miedos y me defenderá ante los Sumos Sacerdotes y pagará de su bolsillo una tumba para mi entierro.

    •  Rezo por ti al Padre, Nicodemo, rezo por todos vosotros, hombres justos,  pero perdidos entre tantas preguntas, pidiendo que os quite el miedo a renacer, que os dé ojos de niño para comenzar de nuevo  y que os dejéis sorprender por la ternura de Dios…
Porque el que realiza la verdad se acerca a la luz,  para que se vea que sus obras están hechas según Dios.

Quique Martínez de la Lama-Noriega, cmf a partir de un texto de S. Jacomuzzi
Imagen de José María Morillo

DOMINGO I DE CUARESMA. CICLO B

NUESTROS DESIERTOS

Nuestra vida, mientras dura esta peregrinación, no puede verse libre de tentaciones; pues nuestro progreso se realiza por medio de la tentación y nadie… puede ser coronado si no ha vencido, ni puede vencer si no ha luchado, ni puede luchar si carece de enemigo y de tentaciones». (San Agustín

          Algunas personas me dicen en confianza: Cuaresma, «convertirse». Eso no va mucho conmigo: ya procuro ser buena persona, y, quitando los fallos que cualquiera tiene en su vida cotidiana, tampoco tengo «grandes pecados». No pocos lo piensan, aunque no lo digan.

           Seguramente venga bien aclarar alguna cosa. Mala estrategia habría sido, si Jesús hubiera comenzado su misión riñendo a la gente, o llamándoles, así por las buenas, «pecadores». No habría captado la atención ni la ilusión de tantos. Jesús vino a traer una buena noticia, especialmente dirigida a los que se sienten peor, a los «excluidos» por su condición de pecadores, a la gente sencilla. Y lo que les pide es «abrir las mentes», mejor «cambiar las mentes» para que puedan entender, acoger y vivir su «Buena Noticia». Algo parecido a lo que le dijo aquella noche a Nicodemo: «nacer de nuevo», cambiar de esquemas mentales, costumbres y actitudes… para abrirnos a la gran novedad del Evangelio. Los parches y barnices no valen, solo esconden. No hay que entender, por tanto, esta llamada a la conversión como un simple «hacer revisión general y pasar a confesarse». Ni se trata de insistir y remachar por enésima vez que «somos pecadores». Pues ya lo sabemos. Más bien, con palabras de San Pablo: Es la oportunidad e invitación a crecer “hasta que todos alcancemos el estado de hombre perfecto y la madurez de la plenitud de Cristo” (Ef 4,13).

         La cuaresma da comienzo con Jesús apartándose al desierto, durante un período de 40 días. En seguida nos viene a la memoria la travesía de aquel pueblo esclavo en Egipto, que fue invitado por Dios a introducirse en el desierto durante cuarenta años. O Elías, que huye al monte de Dios, en medio del desierto, cuando se encuentra deprimido, desconcertado y desesperado. Como también aquel profeta llamado Juan Bautista  que vivía retirado en el desierto… Pues, ¿qué tiene el desierto? De entrada no resulta un lugar muy atrayente.

              Nos puede ayudar el caer en la cuenta de todo lo que lo que se queda atrás en los casos que acabo de mencionar. Israel vivía para el trabajo y sin libertad. Un trabajo esclavizante, agobiante, sin sentido, y en pésimas condiciones laborales y sociales. Por otra parte, como pueblo, se encuentran divididos, buscando cada cual sobrevivir como pueda, «pasan» del hermano; y han olvidado sus raíces: sus valores, sus tradiciones, sus compromisos de siempre, lo que para ellos había sido tan importante; su trato con Dios y en su trato entre ellos (la Alianza). No es muy distinto de lo que pasa hoy a muchos.

        En cuanto a Elías: Se empeñó en luchar por una sociedad más justa, plantando cara a los poderes políticos que se aprovechaban del pueblo. Denunció las desigualdades sociales y la corrupción y al final… se vino abajo: no consiguió los resultados que pretendía. Parece que el Pueblo (tanto los de arriba como los de abajo) se conforma con la situación. El profeta invocó el poder de Dios y… ¡nada! Su oración no parece ser escuchada. Y encima se burlan de él por acudir a Dios, le desprecian, le acosan, intentan quitarle de en medio… Total, que se le desmorona todo… y huye al desierto deseando morir. Es el cansancio y la desilusión de los luchadores, de las personas limpias, con valores…

 Y respecto a Juan Bautista: La Alianza (el compromiso ético y religioso que el pueblo había hecho con Dios), se ha arrinconado.¡Qué más da lo que quiera Dios, su voluntad! No nos resuelve nuestros problemas. Y han cambiado al Dios que les dio la libertad por otros diosecillos ajenos a su realidad cotidiana, aunque conserven algunas costumbres, ritos y prácticas religiosas «vacías». Se ha impuesto un estilo de vida individualista y egoísta. Haría falta un nuevo diluvio purificador. «Convertirlo» todo y a todos a Dios. Y Juan Bautista se va al desierto, a los orígenes. Es necesario tomar distancia de lo que hay y de lo que nos pasa. Y poner en el centro de todo el Amor, esa Alianza nueva y eterna que sellará Jesús con su sangre.

       Moisés, Elías y el Bautista pensaron que era mejor arriesgarse e intentar hacer algo nuevo. Era necesario que cada cual se reencontrase a sí mismo, pero también recomponer la comunidad, el pueblo, los cimientos, lo que les ayude a superar las dificultades. Y como en el desierto no hay nada más que uno mismo y Dios, es el mejor lugar para plantearse un cambio, para descubrir las propias tentaciones y enfrentarlas. No es un lugar para quedarse: el futuro, el horizonte no pueden faltar en ese «lugar».

        Realmente el desierto no es «un lugar» sino una situación existencial. Creo que en estos momentos que vivimos el desierto ha venido a nosotros. Se nos ha echado encima. Se nos han borrado los caminos, nos aprieta el cansancio y el desánimo, nuestra situación como comunidad humana se ha deteriorado, hemos tenido que dejar atrás tantas cosas y personas y proyectos y… 

       Pero nos hace falta ahora escuchar la voz de Dios en el silencio. Identificar nuestras tentaciones. Discernir las ideas (e ideologías), rutinas, costumbres y planteamientos que nos impiden abrirnos a la novedad de Dios, a su proyecto del Reino. Entrar en nuestro cuarto. Y descubrir la fuente de Agua Viva que es Jesús y que brota desde nuestro interior.  Pero también hay que trazar caminos/futuro. El Papa Francisco nos ha ido señalando muchos de ellos. Resalto especialmente su llamada a construir la Fraternidad Humana, Todos Hermanos, desde la perspectiva del Buen Samaritano, desde la compasión y la misericordia. 

Nos harán falta más de 40 días, claro. Pero podemos recordar y aprender… que del desierto Dios es capaz de sacar la vida, de hacer un Pueblo Nuevo donde todos puedan ver nuestro amor y a nadie falte lo necesario para vivir y amar.

Quique Martínez de la Lama-Noriega, cmf
Imagen de José María Morillo

DOMINGO VI DEL TIEMPO ORDINARIO. CICLO B

EL RETO DE ACERCARSE Y TOCAR

Þ «Un leproso se acercó a Jesús». 

      Ya sabemos que en el tiempo de Jesús (y antes) ser leproso suponía ser un excluido, alguien que no tenía derechos ni podía estar donde estaba la gente; debían mantenerse fuera de las ciudades, y por supuesto fuera de «la ciudad» (Jerusalem con su Santo Templo). Un «descartado» como suel decir al Papa Francisco. Carecían de cualquier contacto humano: ni caricias, ni abrazos, ni gestos de cariño o de cercanía… Seguramente ahora que casi no podemos tocarnos, ni abrazarnos, ni darnos un beso… los comprendemos mucho mejor. Especialmente tantas personas mayores encerradas en casa, la mayoría sin acceso a las nuevas tecnologías. Pero también muchos jóvenes, para los que tan necesario es el contacto social y personal. Este virus nos ha aislado, nos ha encerrado, nos ha hecho cogerle miedo a los otros… que se convierten en una amenaza, incluso los más queridos y cercanos.

    Aquellos leprosos ninguna ayuda recibían (más allá de alguna limosna) para sobrellevar su desgracia: una inmensa soledad. Tenían que avisar de su presencia, dando voces, o con alguna campanilla, para que todos se apartaran a su paso y pudieran ponerse «a salvo». Habían dejado de ser tratados como «personas».

    También tenían vetada su relación con Dios, estaban «dejados de su mano», ya que esa  enfermedad de la piel (se llamaba «lepra» a muchas infecciones que no eran realmente lepra) se considerada un signo de la corrupción interior, del pecado, un castigo divino. Y así es como se siente este leproso que se atreve a acercarse a Jesús: sucio, necesitado de ser limpiado. La religión no quería saber nada de ellos, los mantenía al margen. Esto es lo que enseñaba la Sinagoga, la ley de Dios. Ya no se trataba sólo de un «cuidado» o prevención por riesgos de salud. Era una condena en toda regla. 

          ¿No ocurre algo parecido también hoy cuando se hace sentir culpable a las víctimas de algunas desgracias, o se «justifica» que estén en esa situación: «es que es un borracho, o un vago», es que ha mantenido prácticas sexuales prohibidas… y ha cogido el SIDA…. Aquí en Madrid conocemos bien la situación de La Cañada Real, un barrio construido a base de chatarra, donde vive gente en extrema pobreza… y que se ha quedado sin luz en estos tiempos de pandemia y de frío y nieve. Quienes tienen la responsabilidad de encontrar una solución les reprochan que algunos viven de las drogas, o que no han aceptado los ofrecimientos para «dejar sus casas» y trasladarse a algún pabellón… O sea: que ellos tienen la culpa de su situación. La Iglesia y algunos voluntarios son los únicos que se han acercado, han levando la voz, han ayudado lo que han podido. Menos mal.

    Algunas víctimas de abusos han descrito cómo les hicieron sentir avergonzadas y culpables por parte de sus maltratadores, etc.

     No es tan infrecuente hoy que, en el plano personal, social e incluso religioso, nos apartemos de ciertos individuos (¡personas e hijos de Dios!) porque nos resultan incómodos, porque no están en «orden» con la ley de Dios (o de la Iglesia), porque es arriesgado tener contacto con ellos, porque están sucios, porque nos pueden meter en problemas, por su condición sexual o por su color/nacionalidad, porque este asunto les compete a otros, porque…. Me resulta tan doloroso y sorprendente enterarme de que se están dando casos de personal sanitario y cuidadores que han recibido amenazas, insultos, daños materiales, invitaciones a «marcharse a otro sitio» y desprecio… por estar trabajando en hospitales y centros de salud. Ellos se juegan la vida por nosotros… y algunos los tratan ¡como a leprosos!

      Si nos reconocemos creyentes, estamos mostrando con ese tipo de hechos y actitudes en qué Dios creemos realmente: un Dios excluyente, marginador, que condena, que los abandona a su suerte, que no merecen su amor… Y claro, tampoco el nuestro. 

     Sin embargo, este leproso no soportaba seguir así, y por sí mismo no tenía nada que hacer. Pero intuye que Jesús sí que puede hacer algo por él… Total ¡que se salta todas las normas religiosas (la Ley) y sociales, para acercarse a él y solicitar su ayuda! No sólo eso, sino que compromete a Jesús: pues el que entra en contacto con un leproso (al margen de que pueda contagiarse), queda a su vez también «impuro». «Jesús ya no podía entrar abiertamente en ningún pueblo; se quedaba fuera, en lugares solitarios»… como antes el leproso,

     Þ  Jesús, sin embargo, no se enfada, ni le riñe, ni se aparta de él. Y lo primero que hace es extender la mano y «tocarle». Empieza por restablecer el contacto humano. Primero físico, y luego de palabra. «Quiero». 

+ Quiero que no percibas a Dios como alguien que te excluye ni te deja solo. 
+ Quiero que sepas que el Reino también es para ti. 
+ Quiero que te veas con derecho a formar parte de la comunidad humana, con tu enfermedad y tu pecado. 
+ Quiero que les conste a los sacerdotes que el proyecto y la voluntad de Dios es sanar, acoger, incorporar, incluir. 
+ Quiero que la Ley de Dios (= Dios) deje de usarse como instrumento de marginación. 
+  Quiero, al tocarte y hablar contigo, que te reconozcas como persona, y quedes sanado por dentro y por fuera. 
+ Quiero tocarte… aunque eso conlleve quedar yo «tocado», excluido, manchado, «impuro» y ya no pueda entrar abiertamente en ningún pueblo… 

     Þ Acercarse a los que están mal, a los que lo pasan mal, a los que no se valoran a sí mismos, a los que están «corrompidos» por dentro o por fuera, aun a riesgo de que nuestro prestigio, nuestra salud, nuestras ventajas… queden «tocadas»… es tarea de los discípulos de Jesús, de la Iglesia entera. Ir a los que no tienen papeles, a los que están desahuciados, a los parados de larga duración, a los que no tienen preparación para conseguir trabajo, o no tienen salud, o no viven conforme a la moral cristiana, o les faltan los «papeles», o…

      Dice Marcos que Jesús sintió «compasión», esto es, que su dolorosa situación le afectó, le tocó por dentro.  Recuerdo unas palabras del Papa Francisco :

¡Cuántos hombres y mujeres de fe han recibido luz de las personas que sufren! San Francisco de Asís, del leproso; la Beata Madre Teresa de Calcuta, de sus pobres. Han captado el misterio que se esconde en ellos. Acercándose a ellos, no les han quitado todos sus sufrimientos, ni han podido dar razón cumplida de todos los males que los aquejan. La luz de la fe no disipa todas nuestras tinieblas, sino que, como una lámpara, guía nuestros pasos en la noche, y esto basta para caminar. Al hombre que sufre, Dios no le da un razonamiento que explique todo, sino que le responde con una presencia que le acompaña, con una historia de bien que se une a toda historia de sufrimiento para abrir en ella un resquicio de luz. En Cristo, Dios mismo ha querido compartir con nosotros este camino y ofrecernos su mirada para darnos luz. Cristo es aquel que, habiendo soportado el dolor, «inició y completa nuestra fe» (Hb 12,2).

Encíclica «Lumen fidei / La Luz de la fe», § 56-57

Y en otro lugar escribió: 

«A veces sentimos la tentación de ser cristianos manteniendo una prudente distancia de las llagas del Señor. Pero Jesús quiere que toquemos la miseria humana, que toquemos la carne sufriente de los demás. Espera que renunciemos a buscar esos cobertizos personales o comunitarios que nos permiten mantenernos a distancia del nudo de la tormenta humana, para que aceptemos de verdad entrar en contacto con la existencia concreta de los otros y conozcamos la fuerza de la ternura. Cuando lo hacemos, la vida siempre se nos complica maravillosamente y vivimos la intensa experiencia de ser pueblo, la experiencia de pertenecer a un pueblo.» (Evangelii Gaudium, 270).

      Este Evangelio es una invitación a mancharnos, a conocer de primera mano el dolor y la frustración de tantos. Quizá muchos ya no se nos acerquen, o quizá sí: Pero de una manera o de otra, nos están diciendo: «Si quieres… puedes limpiarme». Tal vez no podamos realmente limpiarle, pero que cuenten con una presencia que acompaña, con una lámpara que les ayude a caminar.

Quique Martínez de la Lama-Noriega, cmf 
Imágenes de José María Morillo Agustín de la Torre