LA ORACIÓN QUE TRANSFIGURA
(Si pinchas arriba en «Domingo 2 Cuaresma Ciclo C» podrás leerlo mejor, y de paso dejar algún comentario al final de la página. Gracias por adelantado)
En el Evangelio del Miércoles de Ceniza Jesús nos invitaba: «entra en tu cuarto, cierra la puerta y ora a tu Padre que ve en lo escondido». Tradicionalmente, el tiempo de Cuaresma ha sido un tiempo fuerte de ORACIÓN. Y hoy nos encontramos al propio Jesús que se retira a un monte con tres de sus mejores amigos, para orar. Bien nos vendría hoy aprovechar para ponerle el termómetro a nuestra oración.
Muchos cristianos reconocen que les CUESTA esto de orar.
Quizá sólo aprendieron algunos «rezos» y oraciones para repetir en distintas circunstancias: el Padrenuestro, el Avemaría, el rosario, el Ángelus… O leen algún libro con meditaciones… Su momento más importante para orar seguramente sea la Eucaristía.
A la mayoría se nos da bien aquello de «pedir por»: por nuestra familia y amigos, por otros que están peor o que lo necesitan (un poco «en general»), y por uno mismo en los momentos difíciles. O sencillamente desahogamos nuestro corazón con el Señor. No es que ninguna de estas cosas esté mal o sea criticable. Para muchos cristianos ha sido más que suficiente. Aunque a veces reconocen que con este modo de orar se distraen mucho y se les va la cabeza a los asuntos pendientes, que se aburren, que hay batante rutina… Otros, en cambio, dicen que les resulta insuficiente todo esto. Y buscan, incluso en otras espiritualidades y religiones… lo que parecen no encontrar entre nosotros…
También podemos recoger algunas DIFICULTADES PRÁCTICAS:
– Dónde encontrar un sitio tranquilo y apartado que ayude al silencio y el recogimiento. En casa resulta difícil. O cuándo es el momento más apropiado, con lo superocupados y superacelerados que andamos todo el día. Y si por fin tenemos un rato libre… estamos tan cansados… que no nos apetece, o nos quedamos dormidos en el empeño. ¡Y lo que nos cuesta concentrarnos!, porque llevamos tantas cosas en la cabeza, y hay tanto desorden e incoherencia en nuestra vida, tantos asuntos pendientes… que acabamos por agobiarnos y lo dejamos «para otro día».
– Hay quienes sospechan que están hablando solos, porque no parece que Dios les diga nada, o les hace más bien poco caso, no les resuelve sus dificultades. Y se dedican a darles mil vueltas a las mismas cosas… sin llegar a ninguna parte.
– O les desanima no «sentir» lo que sentían en otros tiempos, o no sentir nada, o que los métodos que usaban para orar parece que ya no sirven.
– No pocos se plantean una importante inquietud: ¿Cómo relacionar lo que yo vivo cada día, lo que tengo que hacer cada día, con mi oración y con Dios?
Muchas preguntas y dificultades que no pretendo responder aquí. La verdad es que la oración es todo un camino, es como la subida a un monte, en el que a veces se avanza, pero otras se presentan dificultades. Es una «escalada» para la que necesitamos «guías» experimentados (que no abundan, es cierto) , que nos orienten en el cómo y el por dónde, para no quedarnos atascados. Ésta ha de ser una de las tareas principales de los pastores de la Iglesia (sean clérigos o laicos). Y todos podemos y debemos buscar orientación y ayuda… aunque cueste encontrarla. Pero lo primero de todo es echarse a andar, empezar a subir, ¡ponerse a orar!: «Oigo en mi corazón: «Buscad mi rostro.» Tu rostro buscaré, Señor, no me escondas tu rostro».
¿Qué nos enseña el Evangelio de hoy sobre la oración de Jesús?
– Que a pesar de que Jesús tenía siempre mucho que hacer y que decir (muchos enfermos que atender, mucha urgencia de dar a conocer su mensaje, de instruir a sus torpes discípulos…) siempre encuentra esos momentos. En la escena evangélica de hoy necesita «recargar» las baterías porque se acercan momentos difíciles, y también discernir lo que debe hacer.
– Su oración es «en un lugar apartado», aunque se lleva con él a tres de sus mejores amigos. Es que también ellos lo necesitan tanto o más que él. Y su corazón de Hijo es también «fraterno», ellos le acompañan en su entrega y búsqueda de la voluntad del Padre. Ora con otros. A veces le hemos visto «orar sobre la marcha», metido en sus tareas cotidianas: y agradece, pide ayuda… pero no es suficiente y con frecuencia busca un lugar apartado para estar a solas con el Padre.
– En su oración están presentes «Moisés y Elías». Es decir: Su oración tiene que ver con la Escritura, con la Biblia. Ahí es donde busca luz: El Señor es mi luz y mi salvación, el Señor es la defensa de mi vida, ¿quién me hará temblar? Las Escrituras contienen la Palabra que el Padre le dirige para su vida y su destino. Jesús no se deja atrapar por lo que le ocurre, «repasa» lo que ha vivido durante el día a la luz de la Palabra, y proyecta sus siguientes pasos…
– Con Moisés y Elías «dialoga» sobre su muerte cercana. Seguro que no es éste un tema frecuente en nuestra oración. Y eso que hay muchos momentos de «muerte» en nuestra vida, muchas noches donde parece que Dios se calla, desaparece, nos deja abandonados, fracasamos. O eso nos parece. Pues Jesús precisamente en el sufrimiento cercano, en el desconcierto, ante los momentos duros que se avecinan… ora y busca el apoyo y la luz del Padre: ¿quién me hará temblar?.
– Mientras ora, se escucha la voz del Padre: «Éste es mi hijo amado, escuchadle». Estas palabras nos revelan el contenido de la oración de Jesús: Profundizar en su condición de Hijo amado, mirar el rostro del Padre, asumir su voluntad… para vivir como Hijo en todas las circunstancias que van llegando. También en el fracaso, la derrota, el desprecio, la traición, la injusticia…
Las palabras que oye Jesús también se dirigen a los discípulos, a nosotros: que «escuchemos» a Jesús, que es para nosotros la Palabra Vida del Padre.
– Más que mirar hacia atrás, Jesús «suele mirar hacia adelante», a lo que viene, al futuro. Sin despegar los pies del presente, sabiendo que el futuro se construye desde el hoy. Es una trampa andar mirando continuamente hacia atrás, hacia lo que hicimos mal, lo que pudiéramos haber hecho, o añorando lo que ya no está. La oración es para abrir horizontes, para salir, para contar las estrellas, para ponerse en camino…
En conclusión: echar a andar de nuevo si nos hemos quedado parados, salgamos fuera y miremos hacia arriba, donde se pueden contar las estrellas y confiemos en que Dios nos tiene preparada una tierra mejor a la que nos irá guiando, a través de las mil dificultades que vayamos encontrando.

Me ha parecido oportuno, en este pórtico de la Cuaresma que dio comienzo el pasado Miércoles de Ceniza, centrar mi reflexión no en las lecturas del domingo, sino en el Mensaje del Papa para este tiempo, que toma de la Carta a los Gálatas (6, 9-10): «No nos cansemos de hacer el bien, porque, si no desfallecemos, cosecharemos los frutos a su debido tiempo. Por tanto, mientras tenemos la oportunidad, hagamos el bien a todos»
Por eso no podemos dejarnos atrapar o apagar por el «cansancio» o por la falta de resultados.
+ No nos cansemos de orar. Jesús nos enseñó que es necesario «orar siempre sin desanimarse». Necesitamos orar porque necesitamos a Dios, contar con Él, apoyarnos en Él. La fe no elimina las dificultades de la vida, pero nos permite atravesarlas unidos a Dios en Cristo, con la gran esperanza que nos ofrece el Misterio Pascual.
Siguiendo con el Sermón de las Bienaventuranzas, y después de llamarnos al perdón y al amor a los enemigos, y a ser misericordiosos como su Padre… propone Jesús una breve parábola sobre los «guías» ciegos y la necesidad del arte del discernimiento y del acompañamiento. Para saber cómo ponerlas en práctica, necesitamos orientación, apoyo, acompañamiento para no quedarnos en generalidades, vaciarlas de contenido o desanimarnos ante sus exigencias. Realmente es difícil que uno, por sí mismo, con su único y personal criterio crezca y madure en su fe, progrese en el discipulado o vaya descubriendo la voluntad de Dios sobre él. Y no es extraño atascarse, darle mil vueltas a ciertos aspectos, autoengañarse, cansarse, conformarse, confundir «lo bueno» con lo que el Señor realmente espera de mí, plantearme unas exigencias tan elevadas que acaben por agotarme, etc
Hay que revisar esa seguridad de que tenemos razón y que todo lo tenemos claro porque nos condicionan muchas voces, que serían como vigas que lo tapan y deforman todo. Por eso, hay que empezar por detectar en mí los afectos, las ideas, los prejuicios, las vendas que pueden cegar o hacer que mi juicio sea equivocado. No podemos encontrar o discernir el bien y la verdad si, por ejemplo, nos encastillamos en nuestras ideas y posturas previas, en los nuestros, en los que piensan y son como yo (la polarización tan extendida últimamente, la cerrazón, la rigidez). Así no hay discernimiento ni acompañamiento que valga, puesto que somos seres de encuentro, para tener puentes, facilitar diálogos y acuerdos, relativizar posturas cerradas…





La gente se agolpaba en torno a Jesús para oír la Palabra de Dios. Es significativo el comienzo de esta escena. Jesús comprueba que la «gente» está interesada en la Palabra de Dios, y por eso le buscan. Debía ser un número no pequeño de personas, ya que se agolpan. Reunir a la gente alrededor de la Palabra de Dios y hablarles de ella es el primer paso de Jesús en su todavía solitaria tarea misionera. Y lo mismo harán después sus discípulos, tanto los que han sido sus compañeros, como otros muchos que no lo conocieron en persona, incluido San Pablo. San Lucas subraya que todo comienza por recibir y escuchar juntos la Palabra de Dios. También hoy. Los discípulos de Jesús son/somos los que se reúnen y escuchan juntos la Palabra de Dios… porque sentimos que puede orientar nuestras vidas, darnos consuelo, proponernos retos, sacarnos de lo de siempre hacia un lugar mejor.
REMA MAR ADENTRO
Me resulta admirable, a la vez que digno de compasión el protagonista de la primera lectura de hoy. ¡Vaya historia la de Jeremías hace una barbaridad de años! Admirable e incluso me atrevo a decir que «envidiable» que el Señor se dirigiera a él de forma tan clara, con palabras tan bellas y llenas de ánimo! Aunque también le avisa de que lo va a pasar mal. ¡Vaya con los elegidos del Señor! Te elegí antes de que nacieras, te constituí profeta de las naciones… pero…. lucharán contra ti los reyes y príncipes, los sacerdotes y el pueblo. ¡Menudo plan! No podrán con él, le promete Dios, pero… lo pasará fatal y Dios seguirá insistiendo en que no renuncie, que no se canse, que siga….
El cuarto Evangelio que meditamos el pasado domingo, nos presentaba como pórtico de la tarea misionera de Jesús unas bodas, con las que nos hablaba de la Hora de Jesús, la Nueva Alianza y la necesidad de un Vino nuevo. Lucas, sin embargo (al que seguiremos el resto del año) ha elegido otra escena, en clave profética, donde la Palabra de Dios da pie a Jesús para describir las claves de su programa misionero.
Siguiendo con nuestro relato, Jesús lee: «el Espíritu de Dios está sobre mí». También el Espíritu sobrevolaba antes de que Dios comenzara la Creación. Algo nuevo y lleno de vida va a dar comienzo también ahora por medio de Jesús. Era el Espíritu el que, en forma de nube, acompañaba, guiaba y protegía al pueblo del Éxodo por el desierto y que ahora «cubre» y acompaña a Jesús al frente de un nuevo Pueblo. Ese Espíritu que había descendido sobre él en el Bautismo, a la vez que el Padre proclamaba que era el Hijo Amado. Ese mismo Espíritu que invadió a David al ser ungido por Samuel, y que permaneció con él en adelante, capacitándolo para su misión (1Sm 16, 12-13). Así es también nuestro Bautismo. Es ese Espíritu que recibimos y que hace decir a San Pablo: «hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo. Vosotros sois el cuerpo de Cristo». Esto es: la misión de la Iglesia (la de Jesús) es «corporativa», «sinodal», sin que sobre absolutamente nadie, sin que nadie quede excluido ni autoexcluido. Así lo quiere el Espíritu… desde tiempos de San Pablo. Y seguramente ahora con más razón.