LA NOSTALGIA DEL PARAÍSO – CIELO – ASCENSIÓN DEL SEÑOR
“Hoy estarás conmigo en el Paraíso”, le dijo Jesús al buen ladrón. Ese es el sueño del ser humano: tener la oportunidad de disfrutar en algún paraíso. Porque fue en el paraíso donde nacimos… pero también desde donde fuimos expulsados.
Hoy celebramos la ascensión de Jesús al Paraíso y nos abrió sus puertas.
Dividiré esta homilía en tres partes:
- El cielo indefinible y misterioso
- Unir el cielo con la tierra
- Ascendió al cielo
El cielo indefinible y misterioso
Cuando los seres humanos soñamos nos surge el sueño y el ansia de “un paraíso”. El Jesús que le prometió al ladrón “hoy estarás conmigo en el paraíso” habló muchas veces del cielo. El cielo es el trono de Dios o la sede de su dominio y su reinado (Mt 5,34; 23,22). Incluso nos dijo que Él mismo había bajado del cielo: “Yo soy el pan que han bajado del cielo”. Del cielo bajó el Espíritu Santo, que se posó sobre Jesús -en forma de paloma- y sobre los discípulos el día de Pentecostés forma de fuego y viento impetuoso. Del cielo bajan los ángeles que anuncian y que consuelan, las voces de Dios que manifiestan el sentido de lo que acontece. El cielo es el punto de referencia cuando Jesús o sus discípulos oran: “levantan los ojos hacia el cielo”.
Unir cielo y tierra
El gran sueño de Jesús consistía en unir cielo y tierra, en interrelacionarlos, de modo que todo el cielo se hiciera presente en la tierra: “así en la tierra como en el cielo”.
¿Cómo es el cielo, cómo es el paraíso? San Pablo nos advierte que “ni el oído oyó, ni el ojo vio, ni el corazón humano puede imaginar, lo que Dios tiene reservado a los que ama” (1Cor 2,9). Cualquier ejercicio de imaginación podría convertirse incluso en una tortura, por nuestra incapacidad de imaginar lo que excede nuestras categorías de tiempo y espacio. Por eso, ¡no imaginemos lo inimaginable!, pero dejémonos caer rendidos y confiados en manos de nuestro Dios. En Él está nuestro misterioso futuro. Él nos asegura que algo hay en nosotros que nunca morirá y que tiene vida eterna.
Ascendió al cielo
Jesús ascendió al cielo: “Cristo ha entrado no en un santuario construido por hombres, sino en el mismo cielo para ponerse ante Dios, intercediendo por nosotros”, proclama hoy la segunda lectura. Jesús se ha entregado totalmente y “ha destruido el pecado con el sacrificio de sí mismo”. Jesús ha inaugurado el camino que nos lleva al cielo. Por eso siguiéndolo a Él tenemos entrada libre al cielo.
Jesús no nos abandona ni nos deja huérfanos. Desde allí nuestro buen Pastor cuida de nosotros, intercede por nosotros, nos prepara la morada. Desde el cielo, viene en cada Eucaristía, en la Palabra, en la Iglesia-su-Cuerpo, en los hermanos que se aman, en los más necesitados que requieren nuestra ayuda.
¡Qué cerca tenemos el cielo! El cielo está de nuestra parte. En él tenemos nuestra morada, nuestro estado definitivo, nuestro destino irrevocable.
Conclusión
Aunque estemos enfermos, no estamos desahuciados. Aunque suframos, no es el sufrimiento nuestro último destino. Aunque experimentemos aquí un infierno, ese infierno es sólo antesala del cielo, si volvemos a Jesús y en Él ponemos toda nuestra esperanza.
José Cristo Rey García Paredes, CMF
NUEVA JERUSALÉN, CIUDAD DEL CIELO
LETRA
[Coro]
“Nueva Jerusalén, ciudad del cielo, desciende ya a nuestro suelo,
y disipa nuestra muerte y dolor,
Maranatha, ¡ven Señor!
[Estrofa 1]
Del cielo bajas, ¡ciudad sagrada!
como esposa para su amado engalanada.
Entre nosotros Dios hace su morada,
nos transfigura una vida renovada.
[Coro]
“Nueva Jerusalén, ciudad del cielo, desciende ya a nuestro suelo,
y disipa nuestra muerte y dolor,
Maranatha, ¡ven Señor!
[Estrofa 2]
Morimos para ser al fin transformados
renacemos como imagen de Dios
con el Espíritu de Dios iluminados
en un éxtasis inmenso, fascinados
[Coro]
“Nueva Jerusalén, ciudad del cielo, desciende ya a nuestro suelo,
y disipa nuestra muerte y dolor,
Maranatha, ¡ven Señor!
[Estrofa 3]
¿Dónde está, oh muerte, tu victoria?
su aguijón se desvanece en lo etéreo,
Tu Gracia, oh Abbá, nos resucita
y tu Espíritu a vida nueva nos invita.
[Coro]
“Nueva Jerusalén, ciudad del cielo, desciende ya a nuestro suelo,
y disipa nuestra muerte y dolor,
Maranatha, ¡ven Señor!