SANTÍSIMA TRINIDAD. CICLO B

¡CONTEMPLAD!… ESTÁ CERCA: LA SANTÍSIMA TRINIDAD

¿Dónde estaba Dios? se preguntaba el papa Benedicto XVI al visitar el campo de concentración de Auschwitz.  La pregunta más necesaria hoy no es si “¿existe Dios?”, sino más bien: ¿dónde se manifiesta? ¿dónde está Dios?

Hoy celebramos el día de la Santísima Trinidad. Es la festividad del Dios uno y trino, del Dios-Trinidad. Esta festividad nos invita a meditar sobre el misterio de Dios. Dividiré esta homilía en tres partes:

  • El Altísimo ha descendido
  • El aroma divino de Jesús
  • El Espíritu de Jesús

El Altísimo ha descendido

El pueblo de Israel se estremecía ante la voz poderosa de Dios, ante la grandeza de un Dios “único” y superior a todos los dioses, vencedor infalible de cualquier batalla.

La madre de Jesús y su esposo José tuvieron una experiencia distinta: descubrieron a Dios en lo pequeño. El niño que María engendró y que ellos acogieron en su casa era “el Hijo del Altísimo”. Él era la Palabra de Dios: al principio balbuceante. Él era “el Grande” que se asomaba en “lo más pequeño”; el “todopoderoso” que se mostraba como “todo debilidad”, la debilidad de un niño pequeño.

María y José se acostumbraron a entender de otra manera eso de “la grandeza de Dios”, a descubrir la “trascendencia” en lo más cercano e inmanente. Quizá no supieran formularlo, pero su experiencia de Dios era, ante todo, la experiencia del Hijo que tenían en sus manos y, ante su vista, que iba creciendo día a día en gracia y en estatura.

El Hijo les reveló que su Padre era Dios, a quien llamaba “Abbá”. José tuvo que sentirse confundido y excluido: Jesús era hijo del Abbá e Hijo de María. Y tal vez se preguntaría: ¿qué hago yo aquí? Estaba legitimado por ser “el esposo de María” y por introducir a Jesús en la descendencia del rey David: “Jesús, hijo de David” le llamaba la gente.

Si Jesús era el Hijo de Dios, María y José fueron descubriendo en él -progresivamente- los rasgos de Dios. En una ocasión Jesús le dijo a Felipe apóstol: ¡Quien me ha visto a mí, ha visto al Padre! Dios Padre se visibilizaba en Jesús en los días de Nazaret: María y José descubrieron admirados y absortos los rasgos de Dios en el pequeño Jesús que crecía: Jesús fue para ellos dos, el mejor libro viviente de teología.  

El aroma divino de Jesús

Jesús desprendía un “aroma especial”, “envolvente”, “seductor”. El clima que generaba a su alrededor lo llamaba “reino de Dios. Y el aroma que desprendía lo llamaba “Espíritu Santo” y sus discípulos y discípulas se sentían envueltos en ese aroma -prueba de la existencia de Dios. ¡Qué bien los expresó  san Pablo en la 2 Cor 2, 14-17:

¡Gracias sean dadas a Dios! Por medio de nosotros el aroma de su conocimiento se manifiesta en todo lugar; 15 porque somos para Dios el buen olor de Cristo”.

Llegó el día en que Jesús abandonó su casa y María quedó sola. Llegó el día en que Jesús llegó a decir: ¿Quién es mi madre?, ¿quiénes son mis hermanos? Y María comprendió la pasión inmensa de Jesús por su Padre-Dios. Y como hijo obediente, se puso totalmente a su disposición, en obediencia sin vuelta atrás. La última vez en que María llamó a Jesús “hijo”, fue cuando cumplidos los 12 años, lo encontró en el templo y allí le habló de los “asuntos de su Padre-Dios”.

El Espíritu de Jesús

Escuchando a Jesús María comprendió más plenamente quién era el Espíritu: agua que brota a borbotones de sus entrañas, de su costado. Ella había concebido a Jesús por obra del Espíritu Santo. María conocía el aroma del Espíritu. Y en Pentecostés lo compartió con la primera comunidad cristiana del Cenáculo. El Espíritu fue enviado por Dios Padre y Dios Hijo y ya permanece para siempre en nosotros. Quienes son movidos por el Espíritu “oran el Abbá nuestro”. Quienes son movidos por el Espíritu confiesan que Jesús es el Señor. No hay ateísmo en quienes “son movidos por el Espíritu Santo”, y en quienes claman con el salmo 50: No me quites, Señor, ¡tu Santo Espíritu!

Conclusión: ¿dónde está Dios?

Hoy no es día para lamentarse por la ausencia de Dios. Hoy es día para lamentarse por estar ciego ante tanta luz y belleza, por ser insensible ante tanto Amor como nos envuelve, por olvidarnos de la Fuente que mana. El poeta y pintor italiano Dante Gabriel Rossetti dijo en una ocasión: “El peor momento para el ateo es cuando debe dar gracias y no sabe a quién”.

Hoy es día para exclamar: Abbá, Jesús, Santo Espíritu, ¡gracias, gracias, gracias! y sentir que ¡Dios está aquí! 

José Cristo Rey García Paredes, CMF

PARA CONTEMPLAR: Gloria al Padre, gloria al Hijo, gloria al Espíritu Santo… ¡Al Rey de reyes!

DOMINGO DE PENTECOSTÉS. CICLO B

EL ESPÍRITU SANTO… LA RESPIRACIÓN DEL MUNDO

Dividiré esta homilía en tres partes:

  • Diagnósticos crueles
  • Mientras haya Espíritu hay aliento
  • El Pentecostés permanente

Diagnósticos crueles

Hay diagnósticos crueles -sobre el presente y el futuro de nuestro mundo-, que nos hunden en la desesperación. En ellos se toma la parte por el todo. Bastan unas averías, para que al organismo en que muchas cosas funcionan, se le anuncie el más tétrico de los futuros.

Así son muchos de los diagnósticos que hacemos sobre la sociedad, sobre la política, sobre la Iglesia, sobre nuestros grupos: ¡diagnósticos crueles en los que la parte suplanta al todo!

Nuestro mundo no es tan malo como parece: ¡está herido de muerte por el Espíritu que nos ha sido dado! -como proclama hoy la primera lectura de los Hechos de los Apóstoles- .El pesimismo como norma es una enfermedad que lleva a la creencia de que cada nueva generación es peor que la anterior. Nos vuelve insensibles ante las nuevas formas del bien. Nos hace creer que el mal que nos torna violentos, corruptos, airados, envidiosos, dependientes… ¡es invencible! Y, sin embargo,

Mientras haya Espíritu hay aliento

Mientras haya aliento hay vida. El Espíritu Santo es el aliento, la respiración del mundo. El Espíritu es “el Dios de guardia”; está en misión activa desde el día en que Jesús lo exhaló desde la Cruz, desde el día de Pentecostés en que se derramó como lenguas de fuego.

El Dios Padre que está en el cielo, el Dios Hijo que está también en el cielo, ¡no nos han dejado huérfanos! Nos han enviado conjuntamente su Espíritu, su Aliento, para que sea el Aliento del mundo.

El Espíritu llena la faz de la tierra, penetra hasta lo más íntimo del corazón de los seres humanos. El Santo Espíritu nos hace respirar, vivir, soñar, amar, crear. El Espíritu en el aprieto nos da anchura, en la enfermedad nos invita a creer en la sanación, en el caos nos vuelve creadores.

¡Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida! Esta confesión de fe no es una mera fórmula teológica. Es la fe en una experiencia permanente, histórica. Sin los ojos de la fe, la trama de la historia resulta inquietante y deprimente. Bajo la mirada del Espíritu el diagnóstico es decididamente positivo.

El Pentecostés permanente

A veces anhelamos la llegada de un nuevo Pentecostés, cuando llevamos tantos siglos de Pentecostés permanente. Y es que le damos demasiada importancia al mal. Jesús se lo quitó, aunque no pareciera políticamente correcto, cuando dijo: “pobres tendréis siempre con vosotros” (Mt 26,11). Jesús nunca nos prometió una sociedad sin pobres, un mundo sin males, un cuerpo sin enfermedades; pero sí nos prometió el Espíritu Paráclito, que estaría siempre con nosotros y haría posibles los sueños de Dios sobre la humanidad. Sí, le damos demasiada importancia al mal, y muy poco a la presencia victoriosa del bien.

Las personas negativas renuncian a la bolsa de oxígeno para ahogarse desde sus pulmones sin aliento. Son incapaces de descubrir el Espíritu que alienta en toda la creación y en toda la humanidad.

Las personas que han recibido la llamarada del Espíritu, el viento recio del Espíritu, experimentan en ellas y en los demás un florecimiento inusitado de carismas, de dones, que hacen posible lo imposible. Confían en los ritmos de Dios. Celebran el hecho de que desde hace ya muchos siglos hay en la humanidad una fuente de Agua Viva que todo lo fecunda y que hace cada vez más próximo el Paraíso.

El Santo Espíritu es la Respiración del mundo. Vivimos gracias al Espíritu. Y, cuando una persona, llena del Espíritu muere, no pierde el Espíritu, lo exhala sobre los demás.

Quieran el Abbá y Jesús concedernos en este día la gracia de “respirar como conviene” y que después de llenarse los pulmones de Espíritu, la Iglesia entera se torne más sonriente y emprenda el camino de sus más profundos sueños.

José Cristo Rey García Paredes, CMF

ASCENSIÓN DEL SEÑOR. CICLO B

ASCENSIÓN DEL SEÑOR: MISTERIOSA AUSENCIA

Dividiré esta homilía en tres partes:

  • El hecho: subió al cielo… no quedó en la tierra
  • La ausencia: lo echamos de menos.
  • El deseo: Marana Tha

El hecho: Subió al cielo… no quedó en la tierra

Cuando celebramos la “Ascensión de Jesús en cuerpo y alma al cielo”, ¿somos conscientes de la distancia que nos separa de Él? ¡Jesús es el gran ausente! Ha dejado vacío su puesto… Nos ha dejado “huérfanos

Seamos conscientes de esa ausencia y no nos contentemos, sin más, con las re-presentaciones: nadie es capaz de cubrir su ausencia… ¡Jesús subió al cielo!

Deberíamos “echar de menos” a Jesús muchas más veces. Lo echó de menos Marta, la hermana de Lázaro, cuando le dijo a Jesús: “Si hubieras estado aquí mi hermano no habría muerto”.

Nos hemos habituado demasiado en la Iglesia a la ausencia de Jesús y no lo echamos de menos: ¡Jesús está en el cielo! Algunos grandes creyentes como san Agustín o el gran reformador protestante Calvino resaltaron mucho la ausencia de Jesús: son “otras voces” las que nos transmiten sus palabras; son los “símbolos de pan y vino, agua, u óleo, o gestos de algunas personas” los que nos transmiten su presencia. El Cuerpo de Jesús -decimos ahora- que es la Iglesia… pero su Cuerpo está en el cielo.

La ausencia: ¡lo echamos de menos!

Fray Luis de León, poeta y místico de nuestro siglo de Oro hizo del tema de la ausencia de Jesús un tema central. “Y nos dejas, Pastor santo, / en este valle de lágrimas lleno/ sin luz, sin paz, sin ti, sin esperanza/ de tristeza, de soledad, de miedo!”. Resaltaba en sus poemas la ausencia física de Jesús y la necesidad de buscarlo en la intimidad de su corazón y en la dimensión espiritual de nuestro ser.

Un poema de tiempos de santa Teresa de Jesús y de autor anónimo, ante el cual Teresa quedó extasiada decía: “No quiero contento, mi Jesús ausente,/ que todo es tormento a quien esto siente/ solo me sustente su amor y deseo, / veante mis ojos, muérame yo luego. Y luego concluye: ¿Quién te habrá ocultado bajo pan y vino? ¿Quién te ha disfrazado, oh, Dueño divino? ¡Ay que amor tan fino se encierra en mi pecho! Veante mis ojos, muérame yo luego”

No es fácil entender el “conviene que yo me vaya”, cuando Jesús nos dijo también: “¡sin mí no podéis hacer nada! Jesús, en este día, quiere provocar nuestra fe y nos pide dar un salto en el vacío. Desea ser creído, y no simplemente aceptado por las evidencias. Desea ser deseado y no simplemente aceptado como un hecho evidente.

¡Cuánta impresión producen los hombres y mujeres buscan a Jesús, que buscan a Dios! Quienes perciben ya en la tierra su presencia, su aroma (el buen olor), quienes lo descubren en sus símbolos sacramentales. Ya desde la antigüedad la vocación de monje o monja se verificaba a través de una pregunta del abad o la abadesa al candidato: “¿a qué vienes? La respuesta no podía ser otra que ésta: “¡a buscar a Dios!”, a “buscar a Jesús”. 

¡Marana Tha!

Ante la experiencia de la ausencia de Jesús solo nos queda repetir una y otra vez lo que proclamamos después de la consagración eucarística: “¡Ven, Señor Jesús!”.

Estamos en una barca que se hunde… y le gritamos: “¿No te importa que perezcamos? ¡Ven Señor!

¿Por qué te has ido?.. Y a pesar de su ausencia, ¡creemos en su presencia! ¿No es ésta la verdadera fe? Los días antes de Pentecostés nos pueden reunir en oración para buscar, para suplicar un poco más de presencia, para esperar una salvación más efectiva.

José Cristo Rey García Paredes, CMF

DOMINGO 6. TIEMPO DE PASCUA. CICLO B

AMOR A “TODOS” SIN EXCLUSIÓN

Dividiré esta homilía en tres partes:

  • Estupor de Pedro ante el amor sin fronteras
  • Dios es Amor
  • Dar la vida por los amigos

Estupor de Pedro ante el amor sin fronteras

La primera lectura nos relata cómo un grupo de paganos o gentiles -reunidos en casa de Cornelio- le pidieron a Pedro que los aceptase en la comunidad de Jesús por medio del bautismo. En principio, Pedro se negó, porque pensaba que el don de Dios estaba reservado sobre para los judíos.  Con todo, había tenido un sueño simbólico, en el cual Dios le pedía que comiese “animales” considerados por Pedro como “impuros”.  Ante la negativa de Pedro, Dios le dijo: “Pedro, lo que Dios ha hecho puro, no lo llames tú impuro”- Después el Espíritu se derramó sobre los paganos y comenzaron a hablar lenguas extrañas y proclamar las grandezas de Dios. Entonces, Pedro, lleno de estupor se preguntó: ¿Se puede negar el agua del bautismo a quienes han recibido el Espíritu Santo igual que nosotros”?

El Espíritu Santo es el Amor de Dios derramado en nuestros corazones.  Dios ama a todos y quiere que todos se salven; el Espíritu se derrama sobre toda la humanidad. Por eso, Jesús nos envió a proclamar el Evangelio y bautizar a todas las gentes.

Dios es Amor

La segunda lectura nos ofrece la más sorprendente definición de Dios: Dios es Amor, nos dice san Juan. Para conocer quién es Dios es necesario “amar”: “quien no ama no puede conocer a Dios”. Las personas que aman “mucho” conocen mejor a Dios que aquellas que no aman tanto. Y el amor consiste no tanto en que nosotros amemos a Dios, sino en que Dios nos ha amado tanto que nos ha enviado a su Hijo, como víctima por nuestros pecados.

Dios quiere que todos los hombres se salven. Y sí lo quiere hará lo posible e imposible para que así sea. Nosotros también debemos amar a todos, hasta a los enemigos. El amor cristiano no excluye a nadie, a nadie.

Dar la vida por los amigos

 Jesús en el evangelio de hoy nos muestra cuál es el amor más grande: ¡dar la vida por los amigos! Jesús nos amó tanto que dio su vida por nosotros.

La fuente del amor es la experiencia de cómo Dios nos ama, de cómo Jesús nos ha amado

Quien ama no es partidista ni universalista; si es de derechas está abierto a los de izquierdas y si es de izquierdas está abierto a los de derechas. Quien ama no busca una unidad ficticia e impuesta, porque reconoce los derechos individuales y los protege. Quien ama no se siente satisfecho con ser miembro de un grupo o comunidad o religión, con vivir en un terruño o espacio de tierra: quien ama tiende a ser global, abierto al todo, habitante del mundo, ser histórico. Quien ama no condena, sino que trata de comprender al otro y está dispuesto a pasar por el difícil trago del “perdón” y por relativizar lo que entendemos por justicia. Quien ama está dispuesto a nacer de nuevo. Quien ama se preocupa más de las víctimas que de sí mismo. Es sincero y humilde. Quien ama pide perdón y perdona. La verdad del amor se muestra en la capacidad de pedir perdón y de perdonar. El callarse y no defender la verdad es algo así como un insolente orgullo, revestido de humildad.

Conclusión

Madre Teresa de Calcuta le pedía a sus hermanas Misioneras de la Caridad que al atender a los más pobres, a todos, se les notara en los ojos la alegría.

Sí, un día descubriremos que la aventura amorosa de toda nuestra vida ha sido posible porque Dios nos visitó, porque su Espíritu fue derramado en nuestros corazones. Quizá lloremos por haber perdido grandes oportunidades de amar y por no utilizar más frecuentemente el abrillantador, el embellecedor, el reconstituyente, el configurador de nuestros amores, que es el Espíritu de Dios y su Palabra; o quizá mejor, ¡por no dejar que nuestros amores sean plasmados por el Santo Espíritu y la Palabra! Pero descubriremos que Alguien estuvo a nuestro lado y todo se convertirá en excelentes memorias, como la canción que ahora interpreta el coro “One Voices”:

José Cristo Rey García Pardes, CMF

DOMINGO 5. TIEMPO DE PASCUA. CICLO B

LAS TRES PRESENCIAS… y dar mucho fruto

“Ante el fracaso, ante la infructuosidad de nuestras iniciativas, ante el avance imperturbable de la vida, no pocos de nosotros nos preguntamos: ‘¡Tantos desvelos, tanto esfuerzo, tanta preocupación! ¿Para qué?’. En momentos de duda, la Palabra de Dios nos ofrece luz y consuelo, invitándonos a reflexionar sobre nuestra verdadera conexión con la fuente de toda vida y esperanza.”

Dividiré esta homilía en cuatro partes:

  • El celo infructuoso del neo-converso
  • Injertado en la vid, da fruto abundante
  • Las tres presencias

El Celo Infructuoso del Neo-converso

“En la primera lectura de los Hechos de los Apóstoles, nos encontramos con un ferviente Pablo de Tarso, un neo-converso que, desbordado por el entusiasmo y las nuevas ideas, suscita sospechas en la comunidad cristiana primitiva. A pesar de su pasión, Pablo no logra convertir a los judíos y se convierte en un problema más que en una solución. Aquí interviene Bernabé, que ve en Pablo un ‘instrumento elegido por Dios’. Después de un tiempo necesario para madurar y hacerse creíble, Pablo es reintegrado a la misión, transformado y más efectivo.”

Injertado en la vid, da fruto abundante

“El Evangelio nos recuerda la importancia de estar ‘injertados en la vid’. Jesús, la vid, es la fuente de vida y fructificación. Sin Él, somos como ramas secas, destinadas al fuego. Al estar conectados con Jesús, quien nos proclamó como la Resurrección y la Vida, nuestras acciones y oraciones cobran un nuevo significado, no por méritos propios, sino por nuestra unión vital con Él.”

Las tres presencias

“Las lecturas de hoy nos hablan de las tres presencias de Jesús: en la Eucaristía, en la comunidad eclesial, y en la Misión. Jesús está presente en el pan y el vino, en la Palabra proclamada, y en cada uno de nuestros hermanos, especialmente los más necesitados. Acoger a Jesús en estas tres presencias nos permite ver y actuar más allá de nuestras limitaciones, convirtiéndonos en sus sarmientos vivos y fructíferos.”

Conclusión

“Invocamos al Espíritu Santo para que nos guíe en esta ecología de la Presencia total, para vivir una espiritualidad que abarca todas las dimensiones de nuestra existencia.

Que nunca nos separemos de Ti, Señor. Que te encontremos siempre en las tres presencias a través de las cuales vienes a nosotros, y que no permitas que nos desconectemos para vivir únicamente desde nuestras propias fuerzas. Tú haces maravillas en nosotros, a través de nosotros, porque somos tu expresión corporal, tus sarmientos.”

José Cristo Rey García Paredes, CMF

DOMINGO III DE PASCUA. CICLO B

EL MAL NUNCA DERROTARÁ LA ALIANZA

Dividiré esta homilía en tres partes:

  • El pecado es “deicidio”, “crimen perfecto”
  • Cómo detectar el mal
  • El Cuerpo de Jesús, la nueva Alianza

El pecado es “deicidio”, “crimen perfecto” 

Estamos en el tiempo de la Alegría pascual. Y sin embargo, las dos primeras lecturas de este domingo nos hablan del “pecado”: la lectura de los Hechos de los Apóstoles nos lo presenta como “deicidio” (“matasteis al Autor de la Vida”) y la lectura de la carta de Juan como “mentira”. 

Estos dos textos nos indican que la Resurrección de Jesús es “apocalipsis” o “revelación”, que nos ofrece la clave para distinguir el bien del mal. 

El crimen perfecto suele ser indetectable: borra sus huellas… elimina todas las pistas. Los responsables de la muerte de Jesús realizaron el crimen perfecto: ¿A quién culpar? Basta un genérico e inofensivo “¡todos somos culpables!” para darnos por satisfechos. Es un crimen de tal forma ritualizado, que a nadie incomoda. Así entramos en un estado de ilimitada banalidad: más allá del bien y del mal.

La causa de aquel horrible crimen no desapareció: sigue presente en la humanidad y sigue creciendo. Al decir “yo pecador”, “todos somos pecadores”, estamos diciendo que también nosotros colaboramos en aquel “deicidio”, que participamos en el “¡crucifícalo! Y Jesús nos disculpó ante Dios Padre al exclamar: “¡Perdónalos, no saben lo que hacen!” Pedro, el primer apóstol sí lo sabía: “¡Matásteis al autor de la Vida!”. ¿Se puede decir algo más horrible?

El teólogo protestante Karl Barth definió el pecado con tres palabras terribles: deicidio, homicidio y suicidio. El pecado nos vuelve deicidas, homicidas y suicidas. Darse cuenta de ello es “dolor de los pecados”. Que no duela… es banalidad y mentira.

Cómo detectar el mal

Quien vive en Cristo Jesús y lo ama, se da cuenta de la monstruosidad del mal, pero está convencido de que el Mal puede ser vencido. Y se guía por este criterio: “todo aquello que puedes colocar en la cruz de Jesús es cristiano; lo que no puedes colocar en ella no es cristiano”. En la cruz de Jesús no hay soberbia, ira, gula, lujuria, avaricia, pereza

Ninguno de los siete pecados capitales tiene lugar en la cruz de Jesús: soberbia, envidia, ira, gula, lujuria, avaricia, pereza. Si Jesús en la cruz disculpa, no será entonces bueno, acusar a los hermanos; si Jesús en la cruz está desnudo, no será tan bueno preocuparse tanto de cómo uno se viste; si Jesús en la cruz quiere ser signo de reconciliación, no es cristiano evitar caminos de reconciliación… Nosotros, la Iglesia católica, deberíamos preguntarnos si todo lo que hacemos, si nuestras estructuras y modos de actuar, tendrían su marco adecuado en la cruz de Jesús….

El Cuerpo de Jesús: la nueva Alianza 

El evangelio de hoy nos muestra la bella pedagogía de Jesús ante quienes están sobresaltados por la fuerza del mal. Se les aparece y les habla con impresionante ternura: ¿Por qué estáis tan asustados? ¿Por qué tenéis esas dudas en vuestro corazón? Y les pide que se acerquen a Él: ¡Ved mis manos y mies pies! ¡Soy yo mismo! ¡Tocadme! ¡Mirad! ¡Todo…  tenía que cumplirse!

Después los invita a proclamar su resurrección en todas las naciones. 

La humanidad no está dejada de la mano de Dios. Y los discípulos de Jesús hemos de proclamarlo:

  • No demos importancia al mal: la Muerte ha sido vencida y ya no tiene aguijón; 
  • El Señor no está ausente. Como decimos en la Eucaristía: “El Señor esté con vosotros” 
  • Adoptemos un rosto de victoria y alegría. ¡Nada de amargura y tristeza!

Conclusión

Cada Eucaristía es volver Cenáculo para disfrutar de las palabras y la presencia del Señor. Cada Eucaristía es una aparición pascual. En cada Eucaristía se renueva la Alianza y Jesús nos dice una vez más: “A pesar de todo, os quiero y os quiero para siempre”.

José Cristo Rey García Paredes, CMF

DOMINGO II DE PASCUA. CICLO B

“… Y DIOS LOS MIRABA CON AGRADO”. La comunidad de la Alianza
 ¡Y Dios los miraba con agrado…! 
La Comunidad de la Alianza

¿Nos mirará con agrado nuestro Dios también a nosotros -la Iglesia del 2024? ¿Le agradará la situación de su Iglesia, de nuestras parroquias, de nuestras familias, de nuestras comunidades? Estamos en un tiempo de “sinodalidad” y las divisiones se muestran tanto que hay peligro de “cisma”, de división”. Nos culpamos unos a otros.

 Dividiré esta homilía en cuatro partes:

  • Motivos de preocupación.
  • Paz a vosotros.
  • Y también el Espíritu de la utopía
  • Resucitó mi Amor y mi Esperanza

Motivos de preocupación

Motivo de preocupación es, por ejemplo, 

  • la poca valoración que la Iglesia en las encuestas de opinión. 
  • es que quienes intentan ser educadores de la conciencia, gocen de tan poca autoridad moral en nuestra sociedad.
  • Pero motivo de mayor preocupación es la división interna de la Iglesia que ni siguiera la propuesta de la sinodalidad es capaz de erradicar

No estamos en un momento de primavera, ni de nuevas ilusiones, aunque lo esperábamos. Resurgen las tensiones, que nos ponen al límite del cisma. Estamos en un tiempo de divisiones.

¡Paz a vosotros!

Y, en medio de todo esto se nos aparece Jesús resucitado que nos dice: “¡Paz! a vosotros!”. Y nos enseña sus manos taladradas y su costado abierto, que mana sangre y agua, y se pone en medio de los enfrentados y nos repite: “¡paz a vosotros!”.

Sí. Es la “paz” lo que más necesitamos. Ante todo, la paz del corazón y luego la paz con el hermano o hermana de quien nos sentimos alejados. Y para que la paz sea más fácil, Jesús nos presenta sus llagas, su costado abierto, dado que “murió por nosotros”, “para reunirnos a los alejados y dispersados”. Jesús no discrimina a unos ante otros. Quiere la totalidad. Le interesa más que todos tengamos un solo corazón, una sola alma y todo en común, que unos cuantos tengan matrícula de honor y los demás queden suspendidos.

Jesús también se nos aparece a nosotros con el poderío de su Resurrección. 

Y también el Espíritu de la utopía

Jesús resucitado respira, tiene aliento y nos lo transmite. Es su Espíritu. Y ese aliento nos da la vida, como en la Creación el aliento de Dios a Adán. El Aliento de Jesús es su Espíritu que da vida a la comunidad cristiana, que la unifica. Y el efecto de ese gesto del Resucitado, lo expresa muy bien la primera lectura de los Hechos de los Apóstoles que nos presenta el sueño de una comunidad utópica: “Todos pensaban y sentían lo mismo”, “poseían todo en común”, “daban testimonio de la resurrección con mucho valor”, y “Dios los miraba con agrado” .

¿Puede la experiencia de la Resurrección llevarnos a una fraternidad así, tan utópica? ¿Podría el Señor Resucitado acabar con nuestros particularismos sectarios, nuestras economías no-solidarias, nuestras divisiones internas? ¿Cómo conseguir la mirada benévola de Dios?

Resucitó mi Amor y mi Esperanza

Se nos invita hoy a “amar a los hijos de Dios”. Nos dice la secuencia o el canto anterior al Evangelio: “Resucitó mi Amor y mi Esperanza”. Sí, con Jesús resucita su comunidad, su Iglesia. ¡Entremos en el programa del Amor fraterno, de tal manera que respiremos en la Iglesia, en nuestras parroquias, familias y comunidades la “atmósfera de amor”! Abramos las puertas del corazón a todos, suprimamos los controles, que se acaben los recelos, instauremos conversaciones significativas, seamos hermanos y hermanas… sin condiciones… sin diplomacias turbias.

Conclusión

¡Paz a vosotros! Que aparezca la Iglesia del rostro amable, la Iglesia de todos y no de unos cuantos. Que aparezca la Iglesia del lenguaje que todos entienden, la Iglesia del diálogo que a nadie desecha, la Iglesia que sale del cenáculo y recorre los caminos del mundo para anunciar su mensaje de Alegría -la Buena Noticia-.

José Cristo Rey García Paredes, CMF

VIERNES SANTO 2024

BAJO LA MIRADA DEL DISCÍPULOS AMADO

El cuarto evangelio nos muestra a un Jesús, lleno de energía durante su pasión y muerte. El autor del cuarto evangelio, el llamado “discípulo amado”, conocía muy bien a Jesús. Había sido su confidente, su mejor amigo. Por eso, lo que nos dice sobre la Pasión y Muerte de Jesús, merece toda nuestra atención.

Hoy, viernes santo, la madre Iglesia quiere escuchar su relato de la pasión. Entre otras cosas, porque no quiere que nos centremos en la tragedia del Calvario en sus aspectos más externos, sino más bien, quiere que nos encontremos en este día con el auténtico Jesús del Vienes Santo. El discípulo amado es el mejor testigo para hablarnos de Él. Estuvo con Jesús en la última Cena, lo siguió a casa del Sumo Sacerdote. Estuvo junto a la cruz de Jesús. Fue el último confidente del Señor y uno de los primeros en verlo resucitado.

Me llama la atención la forma de hablar de Jesús, según el relato que nos hace el cuarto Evangelista. Fijémonos en algunas de sus palabras:

  • ¡Yo soy! ¡Dejad marchar a éstos!
  •  ¡Mete la espada en la vaina! Si he hablado mal, muestra en qué, si no ¿por qué me hieres?
  • ¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros?
  • ¡Mi reino no es de este mundo!
  • ¡Todo el que es de la verdad escucha mi voz!
  • ¡No tendrías ninguna autoridad sobre mi, si no te la hubieran dado!
  •  “Mujer, ahí tienes a tu hijo… ahí tienes a tu madre”.
  • ¡Tengo sed!
  • ¡Está cumplido!

Estas palabras no son las de un hombre fracasado, ni deprimido. Jesús podría tener razones para sentirse el más fracasado del mundo, pero ¡no! tenía una energía interior admirable. En medio del sufrimiento más oscuro, tiene una energía que todo lo supera. Jesús no es una víctima. Es señor hasta el último momento. Sus verdugos, quienes lo quieren juzgar, quienes lo condenan, son ¡las víctimas de su no-violencia!

Y es que, hermanas y hermanos,

  • tiene más fuerza el amor que el odio,
  • tiene más poder una mujer capaz de dar a luz un niño, que un herodes que mata a centenares de niños,
  • tiene más poder quien enciende una luz, que quien apaga las luces de una ciudad.

Jesús, con su amor, sintiéndose amado por Dios y amando hasta el extremo, tenía en sí mismo energía suficiente para superarlo todo y para vencer amando a quienes lo mataban.

Al final ¡venció el Amor! ¡el Amor de los Amores!

¿No lo habéis visto en el rostro de las personas que aman mucho? ¡Cuánto poder tienen! ¡Nada las vence!

  • Borrad resentimientos.
  • Acabad con la crítica permanente a los que os son contrarios.
  • Perdonad sin condiciones.
  • Amad sin condiciones.
  • Sólo así seréis, seremos, hermanos de Jesús y tendréis el señorío que Él tuvo cuando se despidió de nosotros.

Gracias, Discípulo Amado de Jesús, por estas bellísimas páginas sobre el fin de Jesús, que nos dejaste. Gracias, porque cada año que las proclamamos nos parecen nuevas. Tú, que tanto amaste a Jesús, enséñanos a amarlo, a dar la vida por Él. Enséñanos el arte de la no-violencia, del no-resentimiento. Haz que hagamos del amor, como tú, nuestra “arma más poderosa”.

Viernes Santo,

circula el amor a borbotones…

lo que no es amor…. ¡ se está ahogando!

José Cristo Rey García Paredes, CMF

JUEVES SANTO 2024

“UN SOLO CUERPO” El Pan y el Cáliz”

Hace muchos años, el gran teólogo católico Hans Urs Von Balthasar escribió un famosísimo libro titulado “Mysterium paschale: la teología de los tres días”. Viernes santo, Sábado santo y Domingo de Resurrección.

En el centro el Cuerpo de Jesús

Jueves, Viernes y Sábado Santo son los días en los cuales nuestra atención se centra en el “cuerpo de Jesús”. Los pasos de la Semana Santa nos lo muestran. Hacia ese cuerpo se dirigen las miradas. Ante ese cuerpo se emocionan los corazones. Parece que carga sobre sí todo el dolor del mundo. En su rostro vislumbra la gente su propio dolor: el ya sufrido, el que ahora le acongoja, el dolor que de seguro vendrá.

Los artistas han sabido plasmar en sus imágenes de Semana Santa un cuerpo de Jesús en situación límite e incluso muerto sin que por ello parezca un cuerpo desahuciado y vencido. Año tras año, generación tras generación se repite el mismo espectáculo y surgen las mismas emociones. ¡Y todo tiene como foco… el cuerpo de Jesús!  

En el Cenáculo de Jerusalén

 Allí está reunido Jesús con sus discípulos para celebrar “la última Cena”, la “Cena de despedida”, “la cena del Adiós”, la “cena del Testamento”.

Los grandes patriarcas del Pueblo de Dios hacían de la última cena o comida con sus hijos la “cena del Testamento” (Jacob en Gen 48-49). Jesús también hace su Testamento. El cuarto evangelista inicia el relato de la Cena con estas palabras: “Amó a los suyos que estaban en el mundo y los amó hasta el final (telos)” (Jn 13, 1).

Pero también se manifiesta el mal, el diablo que actúa a través de uno de los discípulos, Judas, que lo traiciona y entrega a los judíos para que lo eliminen.

El símbolo del lavatorio de los pies

“Durante la cena Jesús vierte agua en una jofaina y comienza a lavar los pies de los discípulos y a secarlos. Culturalmente, la parte inferior del pie se consideraba una parte deshonrosa del cuerpo. El lavado de los pies de otra persona lo realizaba un esclavo o una persona de estatus inferior (1 Sam 25:41). Jesús le dio tal importancia a este gesto. Ante la negativa de Pedro, lo puso ante la alternativa de: “o te lavo y estás de mi parte, o no te lavo y estarás contra mí”.

Los cuerpos de los discípulos tienen vocación de in-corporación para formar todos “un solo cuerpo” en Jesús. Se trata de una primera comunión a través del tacto. Y Jesús añade: ¡laváos los pies unos a otros! ¡Honrad vuestros cuerpos! ¡Bendecíos mutuamente! ¡Alejáos de cualquier forma de violencia corporal!¡Haceos siervos los unos de los otros! ¡Dad la vida los unos por los otros!

El símbolo del Pan eucarístico

Franz von Stuck, Pietà, 1891

Sigue la cena de despedida… y de nuevo aparece el Cuerpo. Esta vez tiene la “sagrada forma” de pan: pero no solo de pan, sino de pan dentro de un escenario de interrelación: ¡de pan entregado! Es el pan de la comida, es el pan que Jesús parte y reparte: “Tomad, comed, ¡esto es mi cuerpo!”

No se trata sólo del pan, sino del pan partido y distribuido por las manos mismas de Jesús. Él habla de un cuerpo que rebasa sus límites, de un cuerpo que toca, que se acerca, que quiere ser tomado, comido… hasta entrar en el otro cuerpo: “vosotros en mí y yo en vosotros”. El pan-cuerpo tiene una existencia pasajera y transitiva: lo acucia la impaciencia de ser comido y desaparecer en el cuerpo de los discípulos. “Pharmacon athanasías” o “medicamento de la inmortalidad” lo llamaban los antiguos cristianos.

El cuerpo-pan vivifica al cuerpo que lo recibe: “quien come mi pan no morirá para siempre”. Quien comulga se incorpora al Cuerpo que todo lo sana, que resucita, que establece Alianza para siempre. Jesús quiere compartir su cuerpo y hacernos así sus con-corpóreos.

Estrechamente unida al cuerpo… también la sangre. Jesús transforma la escena anterior: ahora lleva en sus manos un cáliz. Derrama sobre él el vino; la entrega a cada uno de sus discípulos y les dice:  “Tomad, bebed: esta es mi sangre, sangre de la nueva y eterna Alianza, que será derramada por vosotros y por todos los hombres para el perdón de los pecados”. 

Jesús quiere compartir su sangre y hacernos sus con-sanguíneos. Para él, como hebreo, la sangre era mucho más que ese flujo líquido que recorre nuestras venas: era el símbolo de la vida, de su vida, que sólo encontraba su sentido des-viviéndose, entregándose. Por eso, también la sangre crea comunión, consanguinidad, Alianza para siempre.

El Sacerdocio fundamental

Jesús quiso que todos nosotros, sus seguidoras y seguidores formáramos el pueblo sacerdotal, o pueblo de sacerdotes. En el Bautismo somos todos consagrados sacerdotes de Dios. Pero en este día, celebramos el origen de una forma peculiar de sacerdocio: el de aquellas personas elegidas para servir y liderar al pueblo de Dios. Jesús le dijo una vez a Pedro: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas?”. Ante la respuesta afirmativa, Jesús le dijo: “Apacienta mis ovejitas”. Los pastores son muy tentados por el Maligno y pueden -como Pedro- negar al Señor, y convertirse en lobos del rebaño del Señor. Roguemos por ellos, para que no caigan en la tentación.

José Cristo Rey García Paredes, CMF