Domingo 9. CORPUS CHRISTI. CICLO B

LA FIESTA DE LA ANTI-VIOLENCIA – EL CORPUS CHRISTI

Dividiré esta homilía en cuatro partes:

  • La sangre invisible
  • Víctima de la violencia en su cuerpo
  • Cuerpo que incorpora
  • La fiesta de la No-violencia

La sangre invisible

En nuestro cuerpo la sangre es invisible. El Creador hizo de ella un río oculto para la vida, que circula por arterias, venas y capilares. La sangre se manifiesta en sus efectos: el buen color, la vitalidad corporal. La sangre es un tejido líquido que recorre el cuerpo, transportando células y todos los elementos necesarios para realizar funciones complejas e importantes para la vida: respirar, formar sustancias, defenderse de agresiones. ¡Sólo cuando se rompe -por accidente, o por acción violenta- alguno de sus conductos la sangre se manifiesta!

La sangre de Jesús se hizo visible aquel día terrible y violento de su condena a muerte. En la última Cena Jesús se atrevió a decirles a sus comensales: “Tomad y bebed todos de él, porque éste es el cáliz de mi Sangre, Sangre de la Alianza nueva y eterna que será derramada para el perdón de los pecados”. Derramando su sangre Jesús comenzó el proceso de su muerte.

Víctima de la violencia en su cuerpo

Jesús dijo también: “Nadie me quita la vida, sino que yo la doy libremente. Tengo potestad para darla y tengo potestad para recuperarla” (Jn 10,8). Jesús decidió convertirse en víctima de la violencia humana para restablecer la Alianza de la humanidad con Dios.

 Su cuerpo, privado violentamente de su alimento -la sangre- se torna también símbolo de Alianza

Cuerpo que in-corpora

Jesús quiso que su Cuerpo se extendiera. Nos in-corporó a su Cuerpo. Está continuamente incorporando a seres humanos, de modo que somos “su Cuerpo” y su cuerpo somos nosotros. Y este Cuerpo colectivo sigue siendo violentado y la sangre sigue siendo derramada. ¡Qué paradójico precio de Alianza! Pero reconozcamos que la sangre derramada es “sangre de Cristo”, que los cuerpos violentados, torturados, crucificados, son “cuerpo de Cristo”. Por eso, son sangre y cuerpo de Alianza.

Quienes violentan el cuerpo de los otros y derraman sangre son verdugos y demonios que hacen la tierra inhabitable.  

La sangre que derraman los violentos es la sangre de Cristo. Los cuerpos que abaten los violentos son el cuerpo de Cristo. 

Y no solo el terror, también la violencia doméstica y urbana, la violencia policial y militar… Y ¡no lo olvidemos! también la violencia del hambre, de la pobreza extrema, y la violencia contra la vida humana no-deseada en el aborto y contra la vida terminal en la eutanasia. Y descubrimos que… ¡hay muchas manos manchadas en sangre! ¡demasiadas!

La fiesta de la No-violencia

La fiesta del Corpus es la fiesta de la No-violencia, del respeto a la vida y a los cuerpos humanos. Es la fiesta que intenta que la sangre siga siendo vivificadora. Se adora el Cuerpo del Señor cuando se renuncia a cualquier forma de violencia, cuando no se incita a la violencia, cuando se derrama la paz y los sentimientos de hospitalidad hacia todos.

¡Solo hay un caso en que la sangre se muestra! La mujer lo sabe. Es la sangre preparada para la acogida de la semilla de vida, es la sangre de la hospitalidad, de la espera. Es la sangre del parto. ¡Qué gran símbolo para comprender el ofrecimiento del Cuerpo y de la Sangre de Jesús! No en vano, vio la tradición de la Iglesia en el costado de Jesús crucificado, traspasado por la lanza, del cual brota sangre y agua, la dimensión más femenina y materna de nuestro Señor: de esa sangre y agua brotan los sacramentos y la Iglesia. Sólo así la violencia es vencida, poco a poco. ¡Todo tipo de violencia! Porque una violencia no se vence con otra violencia. Un demonio no expulsa a otro demonio.

José Cristo Rey García Paredes, CMF

 

SANTÍSIMA TRINIDAD. CICLO B

¡CONTEMPLAD!… ESTÁ CERCA: LA SANTÍSIMA TRINIDAD

¿Dónde estaba Dios? se preguntaba el papa Benedicto XVI al visitar el campo de concentración de Auschwitz.  La pregunta más necesaria hoy no es si “¿existe Dios?”, sino más bien: ¿dónde se manifiesta? ¿dónde está Dios?

Hoy celebramos el día de la Santísima Trinidad. Es la festividad del Dios uno y trino, del Dios-Trinidad. Esta festividad nos invita a meditar sobre el misterio de Dios. Dividiré esta homilía en tres partes:

  • El Altísimo ha descendido
  • El aroma divino de Jesús
  • El Espíritu de Jesús

El Altísimo ha descendido

El pueblo de Israel se estremecía ante la voz poderosa de Dios, ante la grandeza de un Dios “único” y superior a todos los dioses, vencedor infalible de cualquier batalla.

La madre de Jesús y su esposo José tuvieron una experiencia distinta: descubrieron a Dios en lo pequeño. El niño que María engendró y que ellos acogieron en su casa era “el Hijo del Altísimo”. Él era la Palabra de Dios: al principio balbuceante. Él era “el Grande” que se asomaba en “lo más pequeño”; el “todopoderoso” que se mostraba como “todo debilidad”, la debilidad de un niño pequeño.

María y José se acostumbraron a entender de otra manera eso de “la grandeza de Dios”, a descubrir la “trascendencia” en lo más cercano e inmanente. Quizá no supieran formularlo, pero su experiencia de Dios era, ante todo, la experiencia del Hijo que tenían en sus manos y, ante su vista, que iba creciendo día a día en gracia y en estatura.

El Hijo les reveló que su Padre era Dios, a quien llamaba “Abbá”. José tuvo que sentirse confundido y excluido: Jesús era hijo del Abbá e Hijo de María. Y tal vez se preguntaría: ¿qué hago yo aquí? Estaba legitimado por ser “el esposo de María” y por introducir a Jesús en la descendencia del rey David: “Jesús, hijo de David” le llamaba la gente.

Si Jesús era el Hijo de Dios, María y José fueron descubriendo en él -progresivamente- los rasgos de Dios. En una ocasión Jesús le dijo a Felipe apóstol: ¡Quien me ha visto a mí, ha visto al Padre! Dios Padre se visibilizaba en Jesús en los días de Nazaret: María y José descubrieron admirados y absortos los rasgos de Dios en el pequeño Jesús que crecía: Jesús fue para ellos dos, el mejor libro viviente de teología.  

El aroma divino de Jesús

Jesús desprendía un “aroma especial”, “envolvente”, “seductor”. El clima que generaba a su alrededor lo llamaba “reino de Dios. Y el aroma que desprendía lo llamaba “Espíritu Santo” y sus discípulos y discípulas se sentían envueltos en ese aroma -prueba de la existencia de Dios. ¡Qué bien los expresó  san Pablo en la 2 Cor 2, 14-17:

¡Gracias sean dadas a Dios! Por medio de nosotros el aroma de su conocimiento se manifiesta en todo lugar; 15 porque somos para Dios el buen olor de Cristo”.

Llegó el día en que Jesús abandonó su casa y María quedó sola. Llegó el día en que Jesús llegó a decir: ¿Quién es mi madre?, ¿quiénes son mis hermanos? Y María comprendió la pasión inmensa de Jesús por su Padre-Dios. Y como hijo obediente, se puso totalmente a su disposición, en obediencia sin vuelta atrás. La última vez en que María llamó a Jesús “hijo”, fue cuando cumplidos los 12 años, lo encontró en el templo y allí le habló de los “asuntos de su Padre-Dios”.

El Espíritu de Jesús

Escuchando a Jesús María comprendió más plenamente quién era el Espíritu: agua que brota a borbotones de sus entrañas, de su costado. Ella había concebido a Jesús por obra del Espíritu Santo. María conocía el aroma del Espíritu. Y en Pentecostés lo compartió con la primera comunidad cristiana del Cenáculo. El Espíritu fue enviado por Dios Padre y Dios Hijo y ya permanece para siempre en nosotros. Quienes son movidos por el Espíritu “oran el Abbá nuestro”. Quienes son movidos por el Espíritu confiesan que Jesús es el Señor. No hay ateísmo en quienes “son movidos por el Espíritu Santo”, y en quienes claman con el salmo 50: No me quites, Señor, ¡tu Santo Espíritu!

Conclusión: ¿dónde está Dios?

Hoy no es día para lamentarse por la ausencia de Dios. Hoy es día para lamentarse por estar ciego ante tanta luz y belleza, por ser insensible ante tanto Amor como nos envuelve, por olvidarnos de la Fuente que mana. El poeta y pintor italiano Dante Gabriel Rossetti dijo en una ocasión: “El peor momento para el ateo es cuando debe dar gracias y no sabe a quién”.

Hoy es día para exclamar: Abbá, Jesús, Santo Espíritu, ¡gracias, gracias, gracias! y sentir que ¡Dios está aquí! 

José Cristo Rey García Paredes, CMF

PARA CONTEMPLAR: Gloria al Padre, gloria al Hijo, gloria al Espíritu Santo… ¡Al Rey de reyes!

DOMINGO DE PENTECOSTÉS. CICLO B

EL ESPÍRITU SANTO… LA RESPIRACIÓN DEL MUNDO

Dividiré esta homilía en tres partes:

  • Diagnósticos crueles
  • Mientras haya Espíritu hay aliento
  • El Pentecostés permanente

Diagnósticos crueles

Hay diagnósticos crueles -sobre el presente y el futuro de nuestro mundo-, que nos hunden en la desesperación. En ellos se toma la parte por el todo. Bastan unas averías, para que al organismo en que muchas cosas funcionan, se le anuncie el más tétrico de los futuros.

Así son muchos de los diagnósticos que hacemos sobre la sociedad, sobre la política, sobre la Iglesia, sobre nuestros grupos: ¡diagnósticos crueles en los que la parte suplanta al todo!

Nuestro mundo no es tan malo como parece: ¡está herido de muerte por el Espíritu que nos ha sido dado! -como proclama hoy la primera lectura de los Hechos de los Apóstoles- .El pesimismo como norma es una enfermedad que lleva a la creencia de que cada nueva generación es peor que la anterior. Nos vuelve insensibles ante las nuevas formas del bien. Nos hace creer que el mal que nos torna violentos, corruptos, airados, envidiosos, dependientes… ¡es invencible! Y, sin embargo,

Mientras haya Espíritu hay aliento

Mientras haya aliento hay vida. El Espíritu Santo es el aliento, la respiración del mundo. El Espíritu es “el Dios de guardia”; está en misión activa desde el día en que Jesús lo exhaló desde la Cruz, desde el día de Pentecostés en que se derramó como lenguas de fuego.

El Dios Padre que está en el cielo, el Dios Hijo que está también en el cielo, ¡no nos han dejado huérfanos! Nos han enviado conjuntamente su Espíritu, su Aliento, para que sea el Aliento del mundo.

El Espíritu llena la faz de la tierra, penetra hasta lo más íntimo del corazón de los seres humanos. El Santo Espíritu nos hace respirar, vivir, soñar, amar, crear. El Espíritu en el aprieto nos da anchura, en la enfermedad nos invita a creer en la sanación, en el caos nos vuelve creadores.

¡Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida! Esta confesión de fe no es una mera fórmula teológica. Es la fe en una experiencia permanente, histórica. Sin los ojos de la fe, la trama de la historia resulta inquietante y deprimente. Bajo la mirada del Espíritu el diagnóstico es decididamente positivo.

El Pentecostés permanente

A veces anhelamos la llegada de un nuevo Pentecostés, cuando llevamos tantos siglos de Pentecostés permanente. Y es que le damos demasiada importancia al mal. Jesús se lo quitó, aunque no pareciera políticamente correcto, cuando dijo: “pobres tendréis siempre con vosotros” (Mt 26,11). Jesús nunca nos prometió una sociedad sin pobres, un mundo sin males, un cuerpo sin enfermedades; pero sí nos prometió el Espíritu Paráclito, que estaría siempre con nosotros y haría posibles los sueños de Dios sobre la humanidad. Sí, le damos demasiada importancia al mal, y muy poco a la presencia victoriosa del bien.

Las personas negativas renuncian a la bolsa de oxígeno para ahogarse desde sus pulmones sin aliento. Son incapaces de descubrir el Espíritu que alienta en toda la creación y en toda la humanidad.

Las personas que han recibido la llamarada del Espíritu, el viento recio del Espíritu, experimentan en ellas y en los demás un florecimiento inusitado de carismas, de dones, que hacen posible lo imposible. Confían en los ritmos de Dios. Celebran el hecho de que desde hace ya muchos siglos hay en la humanidad una fuente de Agua Viva que todo lo fecunda y que hace cada vez más próximo el Paraíso.

El Santo Espíritu es la Respiración del mundo. Vivimos gracias al Espíritu. Y, cuando una persona, llena del Espíritu muere, no pierde el Espíritu, lo exhala sobre los demás.

Quieran el Abbá y Jesús concedernos en este día la gracia de “respirar como conviene” y que después de llenarse los pulmones de Espíritu, la Iglesia entera se torne más sonriente y emprenda el camino de sus más profundos sueños.

José Cristo Rey García Paredes, CMF

Domingo 6. TIEMPO ORDINARIO. CICLO B

¿Y LAS EPIDEMIAS DEL ESPÍRITU?

Dividiré esta homilía en tres partes:

  • Aislar para proteger
  • Motivo de escándalo y contagio
  • La descontaminación

¡Aislar para proteger!

La primera lectura tomada del libro del Levítico nos presenta una ley que tenía como objetivo “velar por la salud pública”: para evitar el contagio de la lepra, el sacerdote debía excluir de la comunidad al portador de tal enfermedad. Esto mismo, pero no ha en un ámbito sacral, se hace en nuestras sociedades: aislamiento para la protección.

Jesús dejó que un leproso se acercara a él y le suplicara de rodillas, con una confianza inmensa: “Si quieres, puedes limpiarme”. Jesús sintió lástima. Lo tocó con su mano diciendo: “Quiero, queda limpio”. Pero le encargó severamente que se presentase al sacerdote e hiciera su ofrenda. El leproso divulgó su curación. Ahora el que se sentía excluido era Jesús, que no podía entrar abiertamente en ningún pueblo, y se quedaba afuera.

Motivo de escándalo y contagio

En la segunda lectura, tomada de la primera carta a los Corintios, Pablo pide que la comunidad cristiana no de motivo de escándalo, ni a los griegos, ni a los judíos, ni a la Iglesia de Dios. Intentaba así evitar la contaminación del mal, el contagio espiritual.

Las células del mal espiritual se multiplican; reivindican un espacio en la persona, crean una especie de “ecología de malas hierbas”, como si de un cáncer del espíritu se tratara. Estos males del espíritu son al principio casi imperceptibles. Después se convierten en actos repetitivos que no llevan a ninguna parte y que producen desolación, dependencia, enganche, generan en nosotros estados de vértigo, de huida hacia lo mismo y lo peor. Los siete pecados o demonios capitales son los portadores de estos virus: ira, odio, envidia, lujuria, codicia, gula. Los malos gérmenes se reproducen silenciosamente en nosotros.

En las sociedades -políticas y religiosas-, en las comunidades familiares, en los grupos políticos y deportivos, las epidemias se suceden y van pervirtiendo el ambiente. El mal se camufla de bien. Y quien opone resistencia a la contaminación, parece un extraterrestre, un reprimido. La propagación del virus atenta de manera especial contra las figuras proféticas. Un profeta contaminado es el mejor propagandista de la infección.

La descontaminación

Cuando el contaminado se acerca a Jesús no recibe un diagnóstico, sino una mano que lo toca movida por un corazón lleno de misericordia. Jesús no le da importancia al mal. Es como ese experto en informática que ante el nerviosismo del inexperto, que piensa que ha perdido todo su trabajo, le dice: ¡calma! ¡está todo bajo control! y, poco después devuelve todo el trabajo que parecía perdido. Es impresionante escuchar estas palabras de Jesús: “¡Quiero! ¡Queda limpio! ¡

Ante los siete pecados capitales, que nos mantienen como rehenes, los siete sacramentos muestran su fuerza terapéutica. Son acciones de Jesús, contacto con Jesús, expresiones interpersonales de su amor. La Unción del Enfermo, la Absolución del que se siente atado por el pecado, demuestran la fuerza del Espíritu de Jesús.

Conclusión

Si el Señor es mi médico, ¿quién me hará temblar? Jesús nos pide que vayamos al sacerdote, al templo, no para que certifique nuestro mal, sino para que declare que hemos sido liberados. Sí, ¡para que declare que el Espíritu de Jesús vence a todos los malos espíritus!

¡Gracias sean dadas a nuestro Señor Jesús y a su Espíritu! 

José Cristo Rey García Paredes, CMF

DOMIMGO 5. TIEMPO ORDINARIO. CICLO B

SALIR EN MISIÓN – ENTRAR EN ORACIÓN

Dividiré esta homilía en tres partes:

  • “Vita brevis”: días sin esperanza
  • La agenda de Jesús un día cualquiera
  • El doble movimiento: centrípeto y centrífugo

“Vita brevis!”: días sin esperanza

El libro de Job, al que nos hemos acercado en la primera lectura, expresa muy bien la condición de no pocos seres humanos: “Mis días se consumen sin esperanza” “Mi vida es un soplo y mis ojos no verán más la dicha”.

Job es la figura del ser humano que no se engaña, que observa la realidad con sabiduría humana. La vida es breve y la mayor parte de ella preocupaciones y desgracias. ¿Qué relevancia puede tener lo que yo diga y realice en un mundo de más de 8000 millones de seres humanos?

La agenda de Jesús un día cualquiera

El evangelio que acabamos de proclamar ofrece una sorprendente respuesta a los problemas existenciales de Job. El evangelista Marcos nos presenta la agenda de Jesús a lo largo un día distribuido con sus diversas actividades: predicación en la Sinagoga; visita a la casa de sus amigos Simón y Andrés y curación de la suegra de Simón; al anochecer atención a muchos enfermos físicos y espirituales con una especial alusión a los demonios, a los que prohibía hablar; se supone que va a descansar muy tarde; al día siguiente madruga y se retira a un lugar alejado para orar él solo;  Simón Pedro lo busca porque hay gente que lo necesita y Jesús le dice que ¡también hay que ir a “otros lugares”. Y concluye con una misteriosa afirmación: “¡para esto he salido!”.

Esa es la respuesta al sentido de la vida: esa agenda equilibrada de religiosidad, amistad, sanación, descanso, oración e itinerancia. Jesús “pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el Diablo porque Dios estaba con Él y nosotros somos testigos de todo lo que hizo” (Hech 10, 38-39).

El doble movimiento: centrípeto y centrífugo

San Pablo reconoce en la segunda lectura que también él ha salido para evangelizar. Ese fue el encargo que Jesús resucitado le confió

Es cuestión de salir e integrarse. Siempre estamos a tiempo. Cuando nos acucie la pregunta por el sentido de la vida, busquemos la respuesta en nuestra “morada” más íntima y en el dinamismo interior que nos lleva a “salir” para oponernos al mundo del mal que nos circunda.

Oración y Misión son las claves de una vida con sentido. Ese es el equilibrio vital. Oración es entrar en la Morada. Misión es salir para anunciar el Evangelio y hacerlo presente. Se entra saliendo, se sale entrando. Misteriosa combinación de movimientos: ¡nunca dentro sin estar afuera!, ¡nunca afuera sin estar dentro! Y así el Evangelio se propaga a través de nuestras salidas y entradas. Difícil es “salir” hacia lo diverso, hacia el diálogo con los diferentes.

Conclusión

¡Dios estaba con Él! Jesús era un santuario viviente e itinerante. Jesús no es un fundamentalista de las horas de oración, pero tampoco es un fundamentalista de las horas de trabajo misionero. Vive en la serenidad de quien no se siente imprescindible y, sin embargo, pasa haciendo el bien. Jesús no quiere afianzar su poder en ningún lugar. No encuentra el sentido en “poseer”, en “asentarse”, en prolongar sus mandatos exitosos, sino en “salir”. La vida tiene sentido cuando “salimos”, cuando nos sentimos parte de una Misión que, compartida, lleva adelante los sueños de Dios sobre el mundo.

José Cristo Rey García Paredes, CMF

DOMINGO 4. TIEMPO ORDINARIO. CICLO B

PROFETAS DEL ÚNICO PROFETA

Dividiré esta homilía en tres partes:

  • ¡No quiero volver a escuchar la voz de Dios!
  • ¡Ese Jesús tan asombroso!
  • Tratar con Dios “sin preocupaciones”

¡No quiero volver a escuchar la voz de Dios!

Nos dice la primera lectura, que Moisés le recordó al pueblo aquello le pidió a Dios el día de la asamblea, ante el monte Horeb: “No quiero volver a escuchar la voz del Señor, mi Dios, ni quiero ver más ese terrible incendio. ¡No quiero morir!”

Se reconocía así que la infinita trascendencia de Dios supera todo lo que nuestros sentidos captar. Un encuentro “cara a cara” con Dios, ahora, aquí en la tierra, sería para nosotros mortal. Si no resistimos la luz directa del sol, ¿cómo vamos a resistir la luz de Dios? 

Quienes se sienten tan cerca de Dios, tal vez lo hayan sustituido por un ídolo: un “dios” sin misterio, vulgar, ritualista, que no estremece, ni emociona; que es el recurso fácil de hombres y mujeres así llamados “piadosos”; o de “hombres espirituales” que presumen saberlo casi todo de Dios y transmiten “en directo sus mensajes”. 

El Dios de nuestra revelación no es así. Nuestro Dios es el Misterio de todos los misterios. Es el Invisible por exceso de claridad, el Inaudible por exceso de Voz y de Palabra, el Inabarcable por exceso de inmensidad y Presencia. Moisés dijo en nombre de Dios: “¡Tienen razón! Suscitaré un profeta de entre tus hermanos… pondré mis palabras en su boca…. Hablará en mi nombre”.

¡Para ponerse a nuestra altura Dios suscita profetas! Pero en ellos o ellas encontramos una “abreviatura de Dios”

¡Ese Jesús tan asombroso!

El evangelio de hoy nos dice que Jesús causó “asombro” en la sinagoga de Cafarnaum porque enseñaba con autoridad y no como los escribas. Jesús no solo enseñaba, también transformaba con la fuerza milagrosa de su Espíritu. No era solo un detector de demonios, sino un exorcista que los vencía en cualquier circunstancia. Jesús fue el gran profeta prometido por Dios a Moisés. “Quien me ve a mí, ha visto al Padre”, le dijo Jesús a Felipe. Jesús es el rostro humano y accesible de Dios.

Tratar con Dios “sin preocupaciones” 

La segunda lectura, tomada de la carta de san Pablo a los Corintios, nos habla de las “pre-ocupaciones”. Los seres humanos, antes de ocuparnos en algo, no pre-ocupamos. Son tantas las ocupaciones que nos salen al paso, que vivimos pre-ocupados. San Pablo se refiere a las muchas pre-ocupaciones que nuestro mundo nos genera. Las preocupaciones nos causan una división interior: el futuro no nos deja vivir el presente.

Y san Pablo nos da al final un consejo: ¡tratar con el Señor, sin preocuparse más! Dejarlo todo en sus manos. ¡Dios proveerá!, como decía Abraham a su hijo Isaac. Dios cuida a los pajarillos y a las flores, ¿no va a cuidar entonces a sus hijos e hijas?, decía Jesús. 

Conclusión

Cuando no tomamos distancias ante la trascendencia infinita de Dios, surgen las idolatrías, las dictaduras religiosas, los cristianos que arrogantemente dicen: “es que si Dios fuera como tiene que ser…” Hay quienes suplantan a Dios en sus juicios, en sus condenas… Quien habla en nombre de Dios sin el impulso de Dios es un idólatra de sí mismo, un demonio.  Por eso, ¡cuidado con los que se sienten profetas.

Proclamemos la Palabra con temor y temblor y no con autosuficiencia. Hablemos cuando ya no podamos encerrar en el corazón el Fuego. Y entonces dejemos que el Verbo de Dios utilice nuestra boca, que el Espíritu de Dios gima en nuestro ser. ¡Sólo entonces seremos profetas del Único Profeta!

José Cristo Rey García Paredes, CMF

DOMINGO 3. TIEMPO ORDINARIO. CICLO B

LA CONVERSIÓN ES POSIBLE: JONÁS Y JESÚS

Dividiré esta homilía en tres partes:

  • El profeta rebelde realiza el milagro.
  • La misión en el espacio “no sagrado”
  • El Reino de Dios difumina la figura de este mundo

El profeta rebelde realiza el milagro

Cuando parece que Dios fracasa en sus recursos para transformar a un pueblo, Dios encuentra las soluciones más inesperadas. Nos dice la primera lectura que Jonás fue enviado a la ciudad Nínive para que hiciera penitencia y se convirtiera a Dios. Tal misión le pareció imposible y Jonás desobedeció emprendiendo un camino que lo alejaba de Nínive; se refugió en un barco que partía en dirección opuesta. Su presencia fue amenazante para todos. Tuvo que reconocer que “huía de Dios”. Fue arrojado al mar y un cetáceo lo devolvió al camino cierto de Nínive. Jonás entró en la gran ciudad. Obedeció. Y la gran conversión y milagro tuvo lugar. Dios tiene recursos para cumplir sus designios a pesar de cualquier oposición ¿Por qué no puede ocurrir hoy lo mismo?

La misión en el espacio “no sagrado”

El evangelio de hoy nos presenta a Jesús como el profeta definitivo, enviado por Dios Padre. Inicia su misión en un espacio profano, en la Galilea de los Gentiles, en la periferia de Israel. Y proclama -desde allí- la sorprendente Noticia: “El Reino de Dios está cerca. Convertíos. Creed en el Evangelio”. Inmediatamente busca “colaboradores”. No elige a sacerdotes o escribas, sino a pescadores. Éstos abandonan sus redes, su familia, y lo siguen. Comienza aquí la restauración del nuevo Israel. Los “Doce” serán el símbolo de un impresionante sueño: Hacer posible el Reino universal de Dios y ellos serán “pescadores de hombres”.

El Reino de Dios difumina la figura de este mundo

En la segunda lectura de la primera carta a los Corintios, san Pablo se sitúa en la misma tesitura que Jesús en el evangelio: “el momento es apremiante… la presentación de este mundo se termina”. Se abren nuevos caminos para todos, también para los pecados -como dice el salmo 24-. Es necesario seguirlos… y delante va Jesús que nos invita: “¡Seguidme!

La Iglesia no tiene sentido si no es la Comunidad de los que siguen, seguimos a Jesús. Todos somos continuadores y continuadores de quienes en su tiempo lo siguieron. El seguimiento de Jesús en nuestro tiempo tiene características nuevas.  Tenemos que proclamar que hay un mundo que no tiene futuro y que nos llevará a la destrucción. Pero hay ¡otra posibilidad! Convertirnos en instrumentos vivientes del sueño de Dios sobre la humanidad.

Conclusión

Aunque la figura de Jonás emerja entre nosotros con su rebeldía, ya vendrá un viento fuerte que nos lleve a nuestro lugar. Y entonces seremos la profecía que convierta a los pueblos de nuestro planeta, seremos el Jesús de Galilea y en su camino hacia Jerusalén. ¡Volvamos a Galilea! ¡Entremos en Nínive! Y no dudemos. Anunciemos que el Reino de Dios está cerca. Lo demás… en manos de Dios.

José Cristo Rey García Paredes, CMF

DOMINGO 2. TIEMPO ORDINARIO. CICLO B

UN DÍA CON JESÚS: ¿CUÁL ES MI VOCACIÓN?

Dividiré esta homilía en tres partes:

  • Dios cuenta con nosotros y nos llama.
  • La vocación nos desplaza
  • La vocación de nuestro cuerpo

Dios cuenta con nosotros y nos llama

La primera lectura nos relata la historia de Ana, -la mujer estéril que concibió un hijo al que llamó Samuel y posteriormente consagró para que sirviera al sacerdote Elí en el templo del arca de la Alianza. Y también nos relata la vocación del pequeño Samuel: por tres veces en la noche, mientras dormía, escuchó la llamada de Dios. Él creía que era el sacerdote quien lo llamaba. La tercera vez respondió a la voz: ¡Habla, Señor, que tu siervo escucha! A partir de ahí, Samuel crecía, Dios estaba con él y sus palabras se cumplían.

Cada vez que escuchamos la Palabra de Dios con docilidad, Dios nos llama. La liturgia de la Palabra es siempre vocacional, para quienes están atentos y dicen en su interior: ¡Habla, Señor, que tu siervo o tu sierva escucha!

La vocación no consiste en aquello que me apetece, gusta o ilusiona. La vocación es aquello que Dios quiere realizar por medio de mí y en mí. ¡Haz de Dios el protagonista de tu vocación y siempre te irá bien!

 La vocación nos desplaza

La vocación se encuentra cuando uno cumple la palabra de Jesús: ¡Niégate a ti mismo, ven y sígueme! Esa fue la experiencia de dos discípulos de Juan Bautista: estaban con él cuando Jesús pasó ante ellos y Juan proclamó: “este es el Cordero de Dios”, que carga con el pecado del mundo. Inmediatamente siguieron a Jesús y Jesús les preguntó: ¿Qué buscáis? Su deseo fue solamente compartir un día con Jesús. Pero aquella experiencia los transformó de tal manera que se inició a partir de aquel momento una cadena de nuevas vocaciones y entre todos y todas formaron la “casa de Jesús”, la “comunidad de Jesús. Como decía León Felipe: “Ya vendrá un viento fuerte que te lleve a tu lugar”. Aquellos discípulos encontraron “su lugar” en Jesús. La vocación siempre nos des-plaza.

Muchos encuentran su profesión… pocos encuentran su vocación. Cuando la vocación proviene de Dios, sólo cabe la respuesta del salmo 39 que hoy hemos proclamado: “Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad”.

La vocación nos integra en un Cuerpo

La segunda lectura de la primera carta de san Pablo a los Corintios nos habla de nuestro cuerpo como santuario, templo de Dios. En cambio, el filósofo Platón decía que el cuerpo es “cárcel”. Nuestro cuerpo fue purificado en el bautismo y allí fue declarado el cuerpo de un hijo o una hija de Dios, un miembro del Cuerpo de Cristo, un cuerpo sobre el que se derrama el Espíritu Santo: “Yo te bautizo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”. Y este cuerpo es alimentado con el Pan eucarístico. El ministro de la Eucaristía nos lo recuerda: “El Cuerpo de Cristo”. Respondemos “Amén”, es decir, ¡somos miembros del cuerpo de Cristo”, como explicaba san Agustín.

Conclusión

Nuestro cuerpo tiene la marca de una vocación divina, de una alianza eterna. Y no solo nuestro cuerpo individual, sino también nuestro cuerpo comunitario, porque somos Cuerpo de Cristo. Cada Eucaristía dominical nos lo recuerda en la liturgia de la Palabra (liturgia de la vocación) y la liturgia eucarística (liturgia del cuerpo de Cristo). 

José Cristo Rey García Paredes, CMF

JESUCRISTO REY DEL UNIVERSO. CICLO B

PERO ¿TÚ ERES REY?

         El Evangelio de hoy es un fragmento del juicio de Jesús ante Pilato. YA os habréis dado cuenta que que abundan en él las  preguntas y vamos a servirnos de ellas en nuestra reflexión.

          El primero en preguntar es precisamente Pilato: «¿Eres tú el rey de los judíos?» Y un poco después:  «¿Conque tú eres rey?»

          No es difícil sintonizar con la perplejidad de Pilato. Tiene delante un hombre totalmente solo, sin aparente fuerza física, sin defensores ni acompañantes, débil y del todo en sus manos. A la vez que, quienes pudieran ser sus súbditos (los judíos), son los que quieren desembarazarse de él a toda costa.

         Esta misma pregunta, sigue siendo muy actual. No pocos miran a Jesucristo o a su Padre Dios preguntándoles: ¿En qué se nota que eres Rey, o Dios?. Levantaron su corazón pidiendo a ese Rey que les ayudara a salir adelante en momentos difíciles, que resolviera urgentes problemas: cúranos, ayúdanos a encontrar trabajo, que nos salga bien este proyecto, que desatasques nuestros conflictos familiares, que nos saques de nuestras soledades, y… ¡con escasos o nulos resultados! Así que, como Pilato, y protestando un poco, le decimos: Pero, ¿tú eres rey, eres Dios, puedes hacer algo o no? ¿Por qué no lo haces? Como a Pilato, nos gustaría encontrar evidencias de que sí, que tiene poder, que es Rey, que no estamos haciendo el ridículo al decir que creemos en Él. Y esperamos, le pedimos y deseamos que nos haga alguna señal, que nos dé alguna pista, por pequeña que sea, que nos haga sentir su cercanía y presencia, que disipe tantas dudas. Y si miramos los tantos desastres que suceden: la pandemia, los terremotos y volcanes, las desigualdades, la corrupción por doquier… No parece que este supuesto Rey gobierne y ponga orden en tanto caos y dolor. Le diríamos con más razón que Pilato:  ¿Conque ¿tú eres Rey?

           Estas mismas preguntas nos las dirigen hoy a los que somos sus discípulos y seguidores, algunos que opinan que estamos anticuados, que la gente formada no cree en estas tonterías, que la fe no aporta nada a nuestra vida: «¿Conque tú eres cristiano, eh?». 

           Algunos «de casa» se agarran a las palabras de Jesús «Mi reino no es de este mundo», como intentando justificar que ese Rey y ese Reino están en «la otra vida», en el cielo o en nuestros corazones…. y frecuentemente se desentienden y conforman con los sufrimientos, injusticias y violencias de este mundo de aquí, de hoy, aunque no regateen esfuerzos en cumplir con sus obligaciones religiosas, y ser intachables en sus comportamientos morales, básicamente individualistas.

          ¡Pero hay que decir alto y fuerte que no! Esa respuesta y esas actitudes no sirven. ¿A quién le va a interesar un Rey y un Reino en el más allá, cuando nuestras urgencias, necesidades y preocupaciones están «ACÁ». con sus gozos, sufrimientos, dolores y esperanzas, como señalaba oportunamente el Concilio Vaticano II.

        Pero no hace falta recurrir al último Concilio, porque el mismo Jesús hablaba de su Reino en otros términos. Al comenzar su tarea misionera, proclamaba: «Convertíos, que el Reino está cerca», el «Reino de Dios está dentro de vosotros», «el Reino ya está en medio de vosotros». La conversión, el cambio que pedía y esperaba para que ese Reino vaya creciendo y extendiéndose «aquí y ahora» depende en buena medida de nosotros. Y consiste: en la atención prioritaria a los pobres, la lucha por la justicia, la construcción de la paz, la ayuda mutua, el servicio, la atención al desnudo, al emigrante, al enfermo…

           Por otro lado, Jesús reconoce ante Pilato que ha nacido y ha venido al mundo para ser rey y «testigo de la verdad». La verdad como «valor» en estos tiempos nuestros no está precisamente al alza. Se habla mucho que estamos en tiempos de «postverdad». La Real Academia de la Lengua Española ha introducido en este término “posverdad” con el siguiente significado: “Distorsión deliberada de una realidad, que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública en actitudes sociales”. Ya no importan los hechos, los datos, la realidad… sino el mensaje y el sentimiento provocado interesadamente. Importa que de alguna manera «encaje» conmigo, me venga bien a mis ideas previas… No me interesa saber si es verdad o no. 

          Pero «para la fe cristiana la Verdad no es algo, sino Alguien en quien permanecer; no es algo que poseer, sino Alguien a quien acoger; no es algo que elegir, sino Alguien que ha hecho una elección por nosotros, y que cada uno puede, o no, aceptar. Reconocer la Verdad es expresión y consecuencia de una relación, más que un ejercicio de reflexión» (Santiago García Mourelo). 

          Por eso decimos que Jesús es testigo de la Verdad, del Amor de Dios. Así lo explica el Papa Francisco: «La verdad es la revelación maravillosa de Dios, de su rostro de Padre, y de su amor sin límites. Esta verdad corresponde a la razón humana, pero la supera infinitamente porque es un don derramado sobre la tierra y encarnado en Cristo crucificado y resucitado».

              El Reino de Jesús/Dios «no es de este mundo» porque no llega a base de «cocinar» las encuestas a nuestro favor, ni de remover nuestras emociones y sentimientos para que lo apoyemos apasionada e irracionalmente, y menos aún por la fuerza (ni la física, ni la electoral). Ni el Reino llega a base de amenazar con «condenarse» por toda la eternidad si uno incumple ciertas obligaciones religiosas. El Reino no llega por organizar grandes eventos masivos ni por medio de campañas publicitarias. El Reino de Dios no coincide con tener un gran número de bautizados. Ni necesita abundantes recursos económicos para sacar adelante hermosos y necesarios proyectos pastorales o sociales. Así no necesariamente crece el Reino de Jesús. Incluso.. Puede que incluso retroceda. El Reino crece y avanza con «testigos de la verdad«.

            Es muy lógica la pregunta de Pilato: «¿Qué has hecho?», ¿por qué te traen a mí? ¿Acaso eres peligroso? ¡Pues claro que lo es! Jesús dejó en evidencia que Pilato no tenía gran interés por hacer justicia como era su obligación: sólo le interesa conservar el cargo, y para eso, llevarse bien con los «revoltosos judíos» para que no le causaran problemas. ¿De verdad quería saber «qué es la verdad»? Lo cierto es que no le importó condenar a un inocente, poniendo sus intereses por encima de la conciencia, de la justicia. Y los inocentes, como siempre, son los que lo pagan.

         Decía el Papa que «la verdad nos debe inquietar. Sabemos que hay cristianos que nunca se inquietan: viven siempre igual, no hay movimiento en su corazón, falta la inquietud. ¿Por qué? Porque la inquietud es la señal de que está trabajando el Espíritu Santo dentro de nosotros y la libertad es una libertad activa, suscitada por la gracia del Espíritu Santo y nos debe plantear continuamente preguntas, para que podamos ir siempre más al fondo de lo que realmente somos».

          La verdad de Jesús, o Jesús como Verdad también inquietó y dejó en evidencia a las autoridades religiosas, que sólo se apacentaban a sí mismas, y realmente no conocían al Dios al que pretendían representar y defender. Jesús tachó de «hipócritas» a los que pretendían una religión de ritos y prácticas, sin misericordia ni justicia, excluyendo y culpabilizando en el nombre de Dios.  La verdad inquieta y puede resultar incómoda y peligrosa para los que no escuchan la voz de Jesús/Dios. 

           Hay mucha mentira que tenemos que poner en evidencia. Mucha hipocresía y falsedad. Empezando por nosotros mismos: no consintamos las mentiras y engaños. No difundamos bulos ni mensajes que nos construyan puentes, que no favorezcan el encuentro y la comunión. No nos dejemos manipular o llevar por bulos y rumores.

          Y como este mundo no es plenamente el Reino de Cristo, y mucho que le falta, mientras haya una sola persona que lo pase injustamente mal, habremos de arremangarnos y meternos en líos, y hasta jugarnos la vida, porque somos de los suyos, y en su nombre pediremos que venga el Reino, claro, pero colaborando con él. Difícil y arriesgado, sí, pero sabemos que la mentira, el sufrimiento, la injusticia, el mal…no tienen la última palabra. Que Jesucristo sea nuestro único Rey y Señor, y ningún otro. Y pongamos a todos los demás «reyes y señores» con minúsculas en su sitio.

Quique Martínez de la Lama-Noriega, cmf 
Imagen superior de Nikolai Nikolaevich e inferior de Maximino Cerezo, cmf

DOMINGO 33 DEL TIEMPO ORDINARIO. CICLO B

Nadie sabe el día ni la hora


 Jornada Mundial de los pobres: «A los pobres los tenéis siempre con vosotros»

 

Y cuando llegues a la puerta de tu noche,
al acabar el camino que no tiene retorno,
sepas decir tan sólo: «gracias por haber vivido«. 
(Salvador Espriu)

              Al ir terminando este ciclo litúrgico que hemos recorrido con la pluma de San Marcos (dentro de dos domingos comenzaremos el Adviento), la Iglesia ha querido que reflexionemos sobre la caducidad de todo, sobre el final del tiempo, de la historia, de la vida personal. Nada (salvo Dios, claro) es «para siempre»: cielo y tierra pasarán. Y nosotros también pasaremos. Vivimos como si la muerte sólo les pasara a otros. Pero es importante ser conscientes de nuestra caducidad… porque eso supone una responsabilidad y cambia nuestra forma de valorar la vida. 

            Recuerdo todavía lo que me impresionó y me hizo pensar la película «Mi vida sin mí», de Isabel Coixet, (2003): Su protagonista, Ann tiene 23 años, dos hijas, un marido que pasa más tiempo en paro que trabajando, una madre que odia al mundo, un padre que lleva 10 años en la cárcel, un trabajo como limpiadora nocturna en una universidad a la que nunca podrá asistir durante el día… Vive en una caravana en el jardín de su madre, en las afueras de Vancouver. Esta existencia gris cambia completamente tras un reconocimiento médico, en el que le anuncian su muerte inminente. Desde ese día, paradójicamente, Ann observa la realidad con pupilas dilatadas, como si lo viera todo por vez primera, o como si todo se fuera a desintegrar en el instante siguiente y descubre el placer de vivir, guiada por un impulso vital: elaborar una lista de cosas que quiere hacer antes de morir.  Pero Ann ahora tratará de ver a sus padres, a su marido y a sus hijas fijándose en lo mejor de ellos, y les dejará en herencia palabras esperanzadoras, a través de unas cartas póstumas.

             Con frecuencia nos damos cuenta demasiado tarde del valor de cada instante, de que nos afanamos, nos preocupamos y hasta nos estresamos por cosas que no tienen verdadera importancia… mientras descuidamos capacidades y valores que, a la larga, satisfacen más y son los auténticamente «importantes». La vida tiene un plazo, (y pocas veces llegamos a saber «el día y la hora», como en la película mencionada), pero el final es algo fuera de toda duda. Y sería muy triste descubrir que no le hemos sacado provecho al tiempo disponible. 

              Esto no significa entrar en un ritmo frenético, y empeñarnos en bebernos la vida a grandes tragos; ni dedicarnos a buscar continuamente experiencias nuevas, o límite (drogas, sexo, alcohol, velocidad…), como queriendo pasar por todo, sin pausa, sin sentido, solo «acumulando»/consumiendo vivencias. Se trata más bien de priorizar, de discernir, de elegir aquello que realmente me enriquece y es valioso, me hace crecer como persona, me hace más humano, y vivirlo todo con sentido.

                 Con un lenguaje propio del género apocalíptico (y que por lo tanto, no hay que entender literalmente), Jesús nos ha dicho que «el cielo y la tierra pasarán. El día y la hora nadie la sabe». Y, sabiendo interpretar los signos, como el rebrotar de la higuera que anuncia el verano, hay también muchos signos en la naturaleza que nos hablan de nuestras limitaciones y caducidad y de la necesidad de aprender a vivir de otras maneras: las pandemias, el calentamiento global, las inundaciones, el volcán de La Palma, las Danas y «Filomenas». No controlamos todo (aunque nos guste creérnoslo), y todo puede cambiar en breve tiempo. En definitiva: la vida nos enseña a ir «aprendiendo la muerte«.

Basta con escucharla, verla, seguirla… como hacía Jesús.
Ella nos explica la muerte poco a poco, o de golpe, según los días.
Unas veces sin hacernos ningún daño. Otras, dislocándonos de dolor.
Unas veces subrayando nuestras pequeñas muertes cotidianas,
otras, golpeándonos con la muerte de aquellos que tanto amamos.
La muerte se aprende cuando, al peinarnos por la mañana, se nos caen los cabellos;
cuando nuestros pies pisan las hojas de los árboles caídas,
cuando perdemos el diente que nos ha dolido tanto tiempo;
cuando nos salen las primeras arrugas,
cuando podemos decir, al contar pequeños recuerdos: «hace 10, 20 ó 30 años»…
Cuando nos regalan unas flores para celebrar ese año menos antes del último.
La muerte se aprende cuando nos encontramos con quienes conservan nuestra infancia en el recuerdo,
y para quienes seguimos siempre siendo pequeños;
cuando la memoria flaquea, la enfermedad nos visita…
Cuando disminuyen las visitas a los vivos y se alargan las visitas a las tumbas.
La muerte se aprende en cada adiós definitivo de los seres queridos,
porque, aunque sepamos por la fe, que ya han llegado a su Destino,
nosotros nos quedamos con la carne abierta, protestando, herida,
porque se nos ha muerto una parte de nosotros mismos…
La vida es nuestra maestra de muerte, pero también es maestra de vida…
«Cuando veáis todas estas cosas, sabed que el señor está cerca, a la puerta».
Madeleine Delbrel,  “Morirás de muerte

            Cuesta menos dejar la vida cuando ha sido aprovechada bien y mucho, para crear vida alrededor, como hace la naturaleza, incluso vida a partir de la muerte. Cuesta menos dejar la vida cuando sabemos que hemos crecido, que hemos desarrollado nuestras mejores capacidades, cuando somos conscientes de haber amado mucho. No es necesario consumir ni experimentar cuanto más mejor, sino vivir con sentido, disfrutando los pequeños momentos, sabiendo elegir, y siendo conscientes de que «sólo tenemos toda la vida» para cuidar nuestro espíritu, nuestro yo… que es lo que perdurará por toda la eternidad. ¡Ay, si pusiéramos el mismo esfuerzo en cuidar nuestro interior, que el que ponemos en cuidar este exterior que, querámoslo o no, se va desmoronando poco a poco, y a veces muy deprisa!  

Para vivir nuestra vida «bien» nos acompañan dos esperanzas o promesas: el encuentro final o llegada del Hijo del hombre, y que sus palabras no pasan

          Saboreo, para terminar, las palabras de Narciso Yepes: «Desde que convivo con la enfermedad, pienso más en la muerte que antes. La voy sintiendo cercana y amiga; en definitiva, nada terrible. Sí, me inquieta irme sin haber tenido tiempo suficiente para cumplir la misión que Dios me haya encomendado. El día que sienta plenamente el convencimiento de que he acabado mi tarea en la tierra, el paso por esta vida habrá sido una fiesta, y el marcharme será el inicio de una fiesta nueva«. 

Hoy celebramos la Jornada Mundial de los Pobres. Me permito subrayar algunas palabras del Mensaje del Papa Francisco para hoy: 

El rostro de Dios que Jesucristo nos revela es el de un Padre para los pobres y cercano a los pobres. Toda su obra afirma que la pobreza no es fruto de la fatalidad, sino un signo concreto de su presencia entre nosotros. No lo encontramos cuando y donde quisiéramos, sino que lo reconocemos en la vida de los  pobres, en su sufrimiento e indigencia, en las condiciones a veces inhumanas en las que se ven obligados a vivir. No me canso de repetir que los pobres son verdaderos evangelizadores porque fueron los primeros en ser evangelizados y llamados a compartir la bienaventuranza del Señor y su Reino (cf. Mt 5,3)…

Parece que se está imponiendo la idea de que los pobres no sólo son responsables de su condición, sino que constituyen una carga intolerable para un sistema económico que pone en el centro los intereses de algunas categorías privilegiadas… Se asiste así a la creación de trampas siempre nuevas de indigencia y exclusión, producidas por actores económicos y financieros sin escrúpulos, carentes de sentido humanitario y de responsabilidad social.

Quique Martínez de la Lama-Noriega, CMF
Imagen de José María Morillo