DOMINGO 29 DEL TIEMPO ORDINARIO. CICLO B

UNA IGLESIA DE SERVIDORES Y SINODAL

Ven, Espíritu Santo. Tú que suscitas lenguas nuevas y pones en los labios palabras de vida, líbranos de convertirnos en una Iglesia de museo, hermosa pero muda, con mucho pasado y poco futuro. Ven en medio de nosotros, para que en la experiencia sinodal no nos dejemos abrumar por el desencanto, no diluyamos la profecía, no terminemos por reducirlo todo a discusiones estériles. Ven, Espíritu Santo de amor, dispón nuestros corazones a la escucha. Ven, Espíritu de santidad, renueva al santo Pueblo fiel de Dios. Ven, Espíritu creador, renueva la faz de la tierra. Amén (Papa Francisco ).

                El primer conflicto serio de la Iglesia tuvo lugar ante los propios ojos de Jesús: dos de sus discípulos contra diez, y diez contra dos . El motivo no fue una discusión teológica o el rechazo de algún dogma, sino la ambición de poder, la lucha por los primeros puestos. Fue el comienzo de una dolorosa y repetida historia de división y conflictos, a menudo desencadenados por rivalidades y envidias. Cuando alguien quiere dominar, imponerse sobre los demás, el grupo se desmorona: nacen enfrentamientos, con una violencia más o menos explícita, y muchos terminan optando por la pasividad o la indiferencia o el alejamiento de la Iglesia.

                Jesús constituyó a los Doce para que fueran signo de una nueva sociedad, en la que sea abolida toda pretensión de dominio, y se cultive una sola ambiciónla de servir a los más pobres, a los más frágiles. Tarea difícil. La mentalidad de este mundo se infiltró muy pronto en la Iglesia, con sus criterios mundanos de dominar, de afán de poseer, de enseñorearse sobre los demás, de intentar algunos imponer -incluso con malas artes-  sus criterios y opiniones. Y aparecieron los títulos y cargos, las vestiduras nobles para indicar el «rango» jerárquico y distinguirse del resto de los bautizados, los tronos, los pactos de poder, las influencias políticas…

                Jesús va de camino a Jerusalem con paso firme y decidido. Sus discípulos le siguen temerosos y apesadumbrados porque ya en dos ocasiones el Maestro les ha subrayado cuál será la meta del viaje. En los versículos inmediatamente anteriores a la lectura de hoy, les había anunciado por tercera vez lo que le espera en la Ciudad Santa: será insultado, condenado a muerte, azotado y matado (vv. 32-34). Resulta incomprensible que, después de escucharlo tan claramente,  los discípulos sigan esperando que Jesús vaya a Jerusalem para comenzar el «tiempo mesiánico», entendido como un reino de este mundo. Les preocupa más bien lo que sucederá después. Sus sueños de gloria no se detienen ni siquiera ante la muerte de Jesús. Es el deseo de poder y de reservarse los puestos de honor lo que ocupa sus mentes y sus corazones.

                Santiago y Juan, los dos hijos de Zebedeo, se presentan a Jesús y, delante de todos, sin ninguna discreción ni disimulo, y le dicen: “¡Queremos que nos concedas lo que te vamos a pedir!”. Parece que se sintieran con algún derecho, y por encima del resto del grupo para plantear semejante petición. No dicen “por favor”, sino que exigen, como reclamando un derecho. Seguramente recordaban que, después del primer anuncio de su pasión (cf. Mc 8,31), Jesús habló del día en que “venga con la gloria de su Padre y acompañado de sus santos ángeles” (Mc 8,38). El resto del discurso se les había «olvidado», no así la palabra «gloria», que Jesús había usado exclusivamente en esta ocasión. Y la conectaron con la enseñanza de los rabinos quienes, refiriéndose al Mesías, aseguraban que “se sentará en el trono de la gloria” para juzgar, y a su lado se sentarán «los justos». Santiago y Juan aspiran a tener algún poder en el cielo, estar en el selecto grupo de los justos.

                Cuando surgen entre sus discípulos pretensiones de honores, privilegios, y deseos de los primeros puestos, Jesús nunca se muestra comprensivo ni condescendiente. (cf. Mc 8,33; 9,33-36), y en este caso ha sido duro y severo: “No sabéis lo que estáis pidiendo”. Sí que sabéis que “entre los paganos los que son tenidos por gobernantes dominan a las naciones como si fueran sus dueños y los poderosos imponen su autoridad”. Los discípulos conocen cómo ejercen la autoridad los líderes políticos y religiosos, los rabinos, escribas y sacerdotes del templo: dan órdenes, reclaman privilegios, exigen ser venerados según los protocolos;  hay que arrodillarse ante ellos, besarles la mano, dirigirse a ellos con los títulos y reverencias correspondientes a la posición y prestigio de cada uno. ¿Son estas autoridades las que deben inspirar a los discípulos? Jesús les da una orden clara y contundente: “No será así entre vosotros” (v. 43). Ninguno de esos liderazgos  puede ser tomado como ejemplo. El modelo –explica– es el esclavo, el Siervo.

                El Papa Francisco ha recordado varias veces que  el Pueblo de Dios está constituido por todos los bautizados, llamados a un sacerdocio santo. Y que «todo Bautizado, cualquiera que sea su función en la Iglesia y su grado de instrucción de su fe, es un sujeto activo de evangelización y sería inadecuado pensar en un esquema de evangelización llevado adelante por actores cualificados, en el cual el resto del Pueblo fiel sería solamente receptivo de sus acciones». También el Pueblo posee un «instinto» propio para discernir los nuevos caminos que el Señor abre a la Iglesia. Por eso, el pasado día 10 de Octubre, dio comienzo en Roma el «Sínodo sobre la Sinodalidad», en el que (por primera vez en la historia de la Iglesia) quiere contar con las aportaciones de todos los bautizados. En los próximos días dará comienzo la «fase diocesana» en el reto de la Iglesia.

                Según el documento preparado por la Secretaría del Sínodo: «es una invitación para que cada diócesis se embarque en un camino de profunda renovación como inspirada por la gracia del Espíritu de Dios. Se plantea una cuestión principal: ¿Cómo se realiza hoy en la Iglesia nuestro «caminar juntos» en la sinodalidad? ¿Qué pasos nos invita a dar el Espíritu para crecer en nuestro «caminar juntos»? El Sínodo no es un parlamento, ni es un sondeo de las opiniones sino un momento eclesial, y el protagonista del Sínodo es el Espíritu Santo».

   «El objetivo es asegurar la participación del mayor numero posible, para escuchar la voz viva de todo el Pueblo de Dios».
  • «Esto no es posible si no hacemos un esfuerzo especial para llegar activamente a las personas donde se encuentran, especialmente a los que a menudo son excluidos o no participan en la vida de la Iglesia. Debe haber un claro enfoque en la participación de los pobres, marginados vulnerables y excluidos, para escuchar sus voces y experiencias».
  • «El proceso sinodal debe ser sencillo, accesible y acogedor para todos».

                 En su discurso inaugural, el Papa ofrece las tres palabras clave: comunión, participación y misión. El Concilio Vaticano II precisó que la comunión expresa la naturaleza misma de la Iglesia y, al mismo tiempo, afirmó que la Iglesia ha recibido «la misión de anunciar el reino de Cristo y de Dios e instaurarlo en todos los pueblos, y constituye en la tierra el germen y el principio de ese reino». En el cuerpo eclesial, el único punto de partida, y no puede ser otro, es el Bautismo, nuestro manantial de vida, del que deriva una idéntica dignidad de hijos de Dios, aun en la diferencia de ministerios y carismas. Por eso, todos estamos llamados a participar en la vida y misión de la Iglesia.

                El Sínodo nos ofrece una gran oportunidad para una conversión pastoral en clave misionera y también ecuménica, pero no está exento de algunos riesgos. Y cita tres de ellos:

    El formalismo. Necesitamos los instrumentos y las estructuras que favorezcan el diálogo y la interacción en el Pueblo de Dios, sobre todo entre los sacerdotes y los laicos. A veces hay cierto elitismo en el orden presbiteral que lo hace separarse de los laicos; y el sacerdote al final se vuelve el “dueño del cotarro” y no el pastor de toda una Iglesia que sigue hacia adelante. Esto requiere que transformemos ciertas visiones verticalistas, distorsionadas y parciales de la Iglesia, del ministerio presbiteral, del papel de los laicos, de las responsabilidades eclesiales, de los roles de gobierno, entre otras.
    El intelectualismo: convertir el Sínodo en una especie de grupo de estudio, con intervenciones cultas pero abstractas sobre los problemas de la Iglesia y los males del mundo; una suerte de “hablar por hablar”, alejándose de la realidad del Pueblo santo de Dios y de la vida concreta de las comunidades dispersas por el mundo.
    Y la tentación del inmovilismo. Es mejor no cambiar, puesto que «siempre se ha hecho así». Quienes se mueven en este horizonte, aun sin darse cuenta, caen en el error de no tomar en serio el tiempo en que vivimos. El riesgo es que al final se adopten soluciones viejas para problemas nuevos. 

                 Y termina invitando a que vivamos esta ocasión de encuentro, escucha y reflexión como un tiempo de gracia, que nos permita captar al menos tres oportunidades: encaminarnos estructuralmente hacia una Iglesia sinodal, donde todos se sientan en casa y puedan participar. Para ser Iglesia de la escucha del Espíritu en la adoración y la oración, y escuchar a los hermanos: sus esperanzas y las crisis de la fe en las diversas partes del mundo, las urgencias de renovación de la vida pastoral y las señales que provienen de las realidades locales. Y ser una Iglesia de la cercanía. Volvamos siempre al estilo de Dios, el estilo de Dios es cercanía, compasión y ternura, para que se establezcan mayores lazos de amistad con la sociedad y con el mundo. Una Iglesia que no se separa de la vida, sino que se hace cargo de las fragilidades y las pobrezas de nuestro tiempo, curando las heridas y sanando los corazones quebrantados con el bálsamo de Dios.

El padre Congar recordaba: «No hay que hacer otra Iglesia, pero, en cierto sentido, hay que hacer una Iglesia otra, distinta». 

Os invito a repasar lo aquí escrito, para meditar y orar, dialogar, discernir… aportar lo que nos parezca conveniente y ¡cambiar/convertirnos!. 

Quique Martínez de la Lama-Noriega, cmf
Imagen de Jose María Morillo

DOMINGO 28 DEL TIEMPO ORDINARIO. CICLO B

¿Qué tengo que hacer?  

         Desde que el hombre es hombre, ha experimentado la necesidad de ir más allá de una vida que parece terminarse con la muerte: la «vida eterna». Porque entonces: ¿Qué más da lo que uno consigue tener, o hacer en esta vida… si todo se acaba?

       Sin embargo parece que esta pregunta no inquieta hoy a la inmensa mayoría. Al menos formulada con las palabras que usa aquel hombre que se acerca a Jesús. ¡La vida eterna! Ocupados con la vida diaria, atrapados por las cosas inmediatas, por tantas que es urgente hacer y llevar al día… que no hay lugar para esta pregunta, a no ser quizás, cuando la enfermedad nos pega algún mordisco, o cuando alguien cercano se nos va de este mundo. Dicen que esta pandemia, con todas sus terribles consecuencias  ha reavivado la pregunta por la vocación religiosa entre los jóvenes…

           Algunos pensadores modernos rechazaron explícitamente hacerse planteamientos más allá de esta vida:“Queremos el cielo aquí en la tierra; el otro cielo se lo dejamos a los ángeles y gorriones”. Y no pocos han hecho suya la máxima que centraba la película «El club de los poetas muertos»: «Vive el presente».

                  Lo cierto es que Jesús aprovecha y corrige aquella pregunta: «Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?», y habla más bien de «tener un tesoro en el cielo» o de «entrar en el Reino». Es decir: que Dios (el cielo) sea tu único tesoro. El Maestro intenta reorientar aquella mirada… nada de «heredar» o «ganarse» la otra vida, sino de llenar de sentido esta vida.

            Aquel desconocido tenía su madurez, su capacidad de hacerse preguntas serias. Hay que reconocérselo. Lo que le plantea en el fondo a Jesús es:  ¿Qué tengo que hacer para ser feliz?, ¿Cómo me puedo sentir satisfecho de mí mismo? ¿Qué tengo que hacer para que mi vida valga realmente la pena? Porque a todas estas preguntas no había encontrado una salida válida. 

Las respuestas habituales que nos ofrece nuestra sociedad apuntan a:

— Estudiar para tener un buen empleo, o ser competitivo, o poder volver a tener un trabajo; ganar «suficiente» dinero, comprarse un piso, un coche, hacer algún viaje… Lo de «suficiente» dinero es algo bastante difícil de especificar, por cierto.
— También el mundo afectivo: encontrar pareja, formar una familia, y estar acompañado de buenos amigos…
— Y también esa dimensión que se fija en uno mismo: cuidar la propia salud, tener buen aspecto exterior, la imagen que presentamos a los demás, hacer lo que me gusta…
— Algunas veces se propone también aprender a ser buena persona, tener unos principios éticos, algunas prácticas religiosas…

         Todas estas cosas son buenas y necesarias…, ¡claro que sí! Pero ninguna de ellas, ni siquiera todas juntas, responden al deseo profundo de felicidad que tenemos. Ninguna de ellas, aun consiguiéndolas con mucho esfuerzo, nos garantiza la felicidad. Porque son todas tan frágiles: es frágil el empleo y la economía, es frágil la estabilidad familiar, es frágil mi salud, y son frágiles las personas en las que podemos apoyarnos y con las que caminamos cada día… porque un día pueden faltarnos.

   Aquel buen hombre -Marcos no nos ha indicado que sea «joven»- era alguien «piadoso y devoto». Buena persona, podríamos decir. Honestamente reconocía que a pesar de todo lo que tenía y hacía… quedaba dentro de su corazón una poderosa inquietud. Lo que quizá no sabía es lo peligroso que es hacerle preguntas tan directas a Jesús.

             Ya nos decía la segunda lectura que la Palabra de Dios es más tajante que espada de doble filo, que penetra hasta el fondo de la conciencia, hasta lo más recóndito del corazón, hasta los deseos más escondidos… y los pone en evidencia, los descoloca. No sólo cuando nuestra vida está «desnortada», o en pecado. También, y quizá más fuertemente, cuando parece que todo encaja perfectamente. Porque el Dios del amor, precisamente porque es amor, quiere que lleguemos más lejos, que crezcamos más, que no nos quedemos atrapados en la mediocridad, ni centrados en nosotros mismos. Y las palabras de Jesús le dan un tajo en lo más interior: penetran hasta el punto donde se dividen alma y espíritu, y juzga los deseos e intenciones del corazón (2 Lectura).

           El «Maestro Bueno» primero señala hacia los mandamientos: Allí está la voluntad del Dios Bueno. Para salvarse sería suficiente. Jesús no menciona los mandamientos referidos a la relación con Dios (los tres primeros, ¿por qué será?), sino sólo los que tienen que ver con los semejantes. Los cambia de su orden tradicional, y añade uno nuevo: «no estafarás». De cara a la vida eterna tiene prioridad el comportamiento con los hombres, tal como está formulado en estos mandamientos.

   Aquel hombre debió sentirse orgulloso de sí mismo, porque todo eso lo había vivido desde pequeño. No es tan difícil cumplirlos: La gran mayoría de los hombres (y de los creyentes), los cumplen suficientemente. Pero eso es Moisés, el Antiguo Testamento. El discípulo de Jesús, el que quiere entrar en el Reino tiene aquí un punto de partida, el comienzo de «otra cosa» mucho mejor y más plena. Y Jesús le da una vuelta de tuerca con tres imperativos: vende, dale, sígueme. Es como si dijera: «Una cosa te falta»: «¿Por qué no dejas de estar centrado en los cumplimientos, en los mandamientos, en tu esfuerzo por ser «don perfecto», en «conseguir», alcanzar, heredar, tener…? Todo eso te hace sentirte muy satisfecho de ti mismo (la verdad es que no tanto, vista su inquietud), y sobre todo te pones a ti en el centro de todo. Pero no eres libre y no tienes lleno el corazón.

             Después de una mirada de cariño le dice: «Vamos a mirar juntos a los demás, a los que sufren, a los pobres». «Vente conmigo y ponte a amar, pon a los demás en el centro de tus inquietudes y preocupaciones… y que Dios sea tu único tesoro». En definitiva esa fue la propia opción personal de Jesús y es su propuesta sincera.

                     Y el que se había puesto de rodillas delante de él… sale de la escena en silencio, con el rostro arrugado y pesaroso: ¡era muy rico! No estaba dispuesto a descentrarse de sí mismo, Dios no era su tesoro. Su tesoro era otro… que le tenía encadenado. ¿Sería eso lo que le puso triste? ¿Se sintió triste al pensar que llevaba toda la vida siendo buena gente…. al descubrir que estaba fallando… al primero de los mandamientos, estaba fallando al Dios Bueno, que no estaba «sobre todas las cosas» ¿Se fue triste al no poder sostener la mirada de cariño y complicidad que le había ofrecido el Maestro?

               El caso es que renunció a comprobar que con Jesús la vida eterna y plena empieza a gozarse ya aquí, aunque sabía de sobra que «todo eso que tenía» no le servía para sentir que su vida merecía la pena.

A mí me gusta imaginar que aquel hombre impetuoso y «corredor»…. no aguantó la tristeza que apareció con tanta fuerza en su corazón, la tristeza de ver su «verdad»…, ¡bendita tristeza! Y que acabó dejando de mirarse el ombligo, sus cosas, su perfección, sus proyectos... ¡y acabó siendo un buen discípulo de Jesús! No nos lo cuentan lo evangelistas. Pero ¡hay tantas cosas que no nos contaron!. Quizá ésta sea una de ellas. Me gusta imaginarlo así… porque… a lo mejor me pasa a mí.

Quique Martínez de la Lama-Noriega, cmf 
Imagen inferior del Blog «El Evangelio en casa» y Goyo

DOMINGO 27 DEL TIEMPO ORDINARIO. CICLO B

NO ES BUENO ESTAR SOLO…

Por todo el ámbito asola,
de tan triste, de tan sola,
todo lo que va tocando.
Así es mi voz cuando digo
de tan solo, de tan triste
mi lamento, que persiste
bajo el cielo y sobre el trigo.
¿Qué es eso que va volando?
sólo soledad sonando.
Ángel González 

             §  El 16% de vecinos del área metropolitana de una de nuestras grandes capitales sufrió «soledad relacional» en 2020. El 11,5% de los 5.000 encuestados no suele hablar con nadie: ni con vecinos, ni familiares, ni amigos. Ni el teléfono, ni las videollamada ni el contacto esporádico con los vecinos resultan suficientes para cubrir las necesidades relacionales que permiten los contactos presenciales. Quienes más sufren de esta soledad son las mujeres mayores de 75 años que viven en ciudades del extrarradio, pero también el 18% de entre 44 y 65 años. Las depresiones, los suicidios, y el empeoramiento cognitivo, son algunas de las secuelas de este drama. 

           Según un estudio de la Fundación ”la Caixa” (noviembre de 2020), una de cada cuatro personas adultas en nuestro país se siente sola o se encuentra en riesgo de aislamiento social. Y el Instituto Nacional de Estadísticas (2017), nos revela que el 10,2 % de la población española (46,07 millones), vive sola. El 25,4 % del total de hogares. Dentro de quince años, en 2033, en España habrá casi 20,3 millones de hogares y casi tres de cada diez, estarán habitados por una sola persona. No serán muy diferentes los datos en otros países. 

             § Los españoles tienden a sentirse más solos principalmente «por la noche, los fines de semana y en las situaciones de problemas personales o enfermedades». Sí, estaremos llenos de aparatitos para estar conectados con todo el mundo, pero al final, no pocos se tienen que comer su ansiedad con pipas y palomitas, antes de llamar a nadie, que «bastante tendrá con lo suyo». Pero no se trata solo de esas personas mayores que van al médico o a misa sólo por hablar con alguien. No sólo esos desempleados que ven pasar el año sin más citas que la del Inem. También gente con pareja, con trabajos de éxito, que gastan lo que sea en comprar sucedáneos de compañía. Sin embargo la verdadera compañía, la que llena el corazón ni se compra, ni se vende, ni se busca en Google, ni se soluciona con las redes sociales. Sólo se encuentra. Pero no todos, y no siempre lo consiguen. Todos ansiamos sentirnos únicos y especiales para alguien. Vivos. De manera presencial, real.

             § «No es bueno que el hombre esté solo», nos ha dicho el  Libro del Génesis. 

Hay muchos tipos de soledad: está la «soledad social», en que la persona no tiene a nadie; la «emocional», en que nos sentimos rechazados y echamos de menos, y un tercer tipo de soledad de la que a menudo no se habla es la «soledad existencial». Es decir, la sensación de no poder conectar con los demás, de sentir que nos falta propósito, y eso está muy ligado al sentido de la vida”.  (Javier Yanguas)

           Hay quienes sufren la soledad de ir perdiendo -por el inevitable paso del tiempo, o por tenerse que trasladar fuera de donde siempre vivieron, o por otros motivos-, a casi todas sus amistades, y a su propia pareja. Y eso «no es bueno». Otros viven aislados por problemas de salud, por pérdida de poder adquisitivo, por haber tenido que dejar su patria, porque se rompió su familia… Y esto tampoco «es bueno». Y otros se encuentran «solos» porque no se ven capaces, o no se dan permiso para compartir su mundo interior, sus deseos, sus sueños, sus preocupaciones, sus miedos… ni con sus «amigos» (entre comillas), ni con su familia, ni con su pareja… Es por no preocuparles, es porque no me van a entender, es porque van a pensar mal de mí, es porque… «ya saldré yo solo adelante como sea»… La pandemia del coronavirus no ha hecho sino ampliar y multiplicar la soledad de muchos.

            Ninguna de estas cosas son buenas. La Biblia nos lo ha dicho: «Adán no encontraba ninguno como él que le ayudase». Ni animales ni cosas: Sólo otro u otra como yo, es decir, otra persona con la que interaccionar, compartir, crear proyectos, compartir, crecer, madurar juntos… me puede ayudar. A veces nos hemos creído que ser independientes, ser autosuficientes, estar solos… nos hacía más libres, o más fuertes. Pero es un gran engaño. Hemos sido creados para el otro, para el encuentro, para la entrega mutua, para la comunión. Incluso el mismo Jesús, antes de empezar con su tarea misionera quiso buscarse un «grupo» de compañeros. Y por su parte, San Pablo entendió que la primera consecuencia del mensaje pascual y del amor de Jesucristo… era vivir la fe en comunidad, con otros.

           Este «signo de los tiempos» me hace sentir una llamada urgente a que todos los creyentes (aunque no sólo, claro) salgamos de nuestras «soledades» y busquemos caminos para tender puentes, para interesarnos mucho más por los otros, para acercarnos, para propiciar encuentros, para reducir soledades, para profundizar y cuidar nuestras relaciones… 

             § Otro de los temas importantes en las lecturas de este día es el Matrimonio. No pretendo ni de lejos entrar aquí en un tema tan complejo, con tantas susceptibilidades y sensibilidades y matices necesarios. Habría que explicar el vocabulario empleado en el texto, las circunstancias sociales de aquella época y la mentalidad judía y romana que están detrás de las palabras del Evangelio… y que posibilitan muy diferentes interpretaciones. Y habría que tener muy presentes las perspectivas y criterios de la «Amoris Laetitia» del Papa Francisco. 

No es una homilía el lugar para abordar todo esto. Pero voy a dar unas sencillas «puntadas» que nos puedan ayudar:

                 En tiempos de Jesús era pacíficamente admitida una Ley de divorcio, recogida en la Ley de Moisés. Aunque había distintas interpretaciones sobre los motivos que podían llevar al «varón» a «despachar» de casa a su mujer. O sea: había divorcio, y además se entendía el matrimonio como un asunto «desigual» entre el hombre y la mujer, a favor del varón, claro.

      Jesús hace dos afirmaciones relevantes. La primera de todas es que no es voluntad de Dios que el hombre esté por encima de la mujer, porque fueron creados iguales para formar juntos una nueva realidad, «una sola carne», con la expresión bíblica. De modo que los dos juntos, entregándose, amándose, uniéndose y siendo fecundos… son la imagen de Dios. 

     En segundo lugar: la Ley de Moisés había buscado un «cauce» legal para los casos en que el matrimonio no funcionaba, por culpa de la «estrechez de corazón», la terquedad de los hombres. Esa Ley mosaica intentaba defender a la mujer, concediendo al varón el «derecho» a dejarla «libre» de su matrimonio, sin que se la pudiera acusar de adulterio. De ahí se pasó a una mentalidad divorcista donde el varón podía hacer casi lo que le diera la gana con ellas. Pues bien: Jesús no entra al trapo de las discusiones rabínicas sobre los motivos para poder romper el vínculo matrimonial, ni tampoco descalifica directamente la Ley de Moisés, como esperaban los fariseos. Sino que se remonta y «recuerda» cuál era el proyecto primero de Dios: El amor para siempre.

     El proyecto de Jesús, eso que llamamos «Reino» es un ideal, una aspiración profunda del ser humano, y nos llama a aspirar a los «máximos», nos propone decisiones radicales. Podríamos recordar otras, como por ejemplo la invitación a sus discípulos a «dejarlo todo» para seguirle. Y todo es todo. O cuando pide perdonar setenta veces siete. O ponerle al cuello una piedra de molino al que escandalice y tirarlo al mar, o cortarse la mano… Así subraya lo importante, lo esencial. Dicho de otra manera: No puede ser que el punto de partida de una relación matrimonial sean los intereses egoístas de una de las partes (o de las dos). Y también que el amor para toda la vida es posible para aquellos que no son «estrechos de corazón». Podemos encontrar bellísimos testimonios de personas que son felices juntas después de vivir juntos años y años, la vida entera, a pesar de las dificultades que encontraron. Es posible y deseable.

                Este ideal no está lejos de lo que la inmensa mayoría de las parejas siente y busca en una relación de pareja. Al margen de religiones y creencias, y al margen del modo de «casarse», todos añoran un amor para siempre. Aunque nuestra cultura de hoy (como  en tiempos de Jesús) desprecie la fidelidad, el esfuerzo, el compromiso a largo plazo, y nos repita que el amor se acaba.

     Yo creo, como San Pablo, que el amor no acaba nunca. Se acaban algunas relaciones mal asentadas, mal cuidadas. Y se dan situaciones dolorosas, fragilidades, errores que no se pueden ni deben mantener a toda costa. Probablemente no hubo un auténtico y maduro amor (o amistad) desde el principio. Y a estas situaciones, la comunidad cristiana y la sociedad tienen que buscar soluciones.  Las relaciones «tóxicas» no deben prolongarse.

           Como decía Erich Fromm en un bellísimo libro, el amor es un «arte» que hay que aprender y mejorar cada día, que tiene sus técnicas y herramientas. No basta la atracción personal o sexual. Hay otros muchos elementos necesarios que conviene cuidar y cultivar. Las relaciones personales se fortalecen o se destruyen…. no de un día para otro, sino cada día, todos los días. Y a veces habrá que tener la humildad de pedir ayuda para sanar lo que está ya enfermo… pero todavía no ha muerto.

Termino con un pequeño cuento oriental:

— ¿Quién es?, preguntó la amada desde dentro.
— Soy yo, dijo el amante desde fuera
— Entonces márchate.  En esta casa no cabemos tú yo
El rechazado amante se fue al desierto, donde estuvo meditando algunos meses, considerando las palabras de la amada.  Por fin regresó y volvió a llamar a la puerta:
— ¿Quién es?
— Soy tú
Y la puerta inmediatamente se abrió

Quique Martínez de la Lama-Noriega, cmf
Imagen de José María Morillo

DOMINGO 26 DEL TIEMPO ORDINARIO. CICLO B

DIBUJANDO EL ROSTRO DE LA IGLESIA DE JESÚS

         Jesús había comenzado una especie de «cursillo intensivo» para ayudar a madurar a sus discípulos y aclarar cómo ha de ser el rostro de su Comunidad. Ya meditamos el domingo pasado los primeros «temas» de ese cursillo.  Hoy se presenta uno de los Zebedeos contando un «incidente» a propósito de alguien que andaba expulsando demonios en el nombre de Jesús y «se lo hemos querido impedir». ¡Ay qué pronto empezamos con prohibiciones, impedimentos y controles! ¿Y cuál es la razón para semejante «iniciativa»? 

              El  problema es que “no es de los nuestros”. No forma parte de nuestro grupo, dice el apóstol. Literalmente traducido: «no nos sigue a nosotros». Así que lo que les inquieta no es si “está o no con Jesús”, sino que “no está con nosotros”. Tampoco importa que “haga milagros”, “eche demonios”, “luche por la liberación de los demás”. Todo eso tiene poco valor para ellos. Lo que les importa es que “no es de nuestro equipo”, “no es de nuestro partido”, “no es de nuestra mentalidad”, “no habla nuestra lengua”, “no es de nuestro color”, “no es de nuestra clase social”, “no tiene nuestra religión”…

            El grupo de los discípulos ha ocupado el lugar de Jesús, se sienten «dueños» de él. Aquel exorcista “no es de los nuestros”. El punto de referencia no es Jesús, sino “nosotros”. No importa si hace el bien, lo que importa es que “no es de los nuestros”. La comunidad apostólica aparece intolerante y sectaria, preocupada por su expansión y por el éxito del grupo. Juan personifica la actitud natural del que se preocupa de conquistar adeptos y de reforzar el propio grupo eclesial. No parece preocuparles la salud de la gente, sino su prestigio grupal. La queja  del Zebedeo pone de manifiesto los celos del grupo ante el extraño, y deja entrever que la autoridad que Jesús les había concebido la han interpretado no en clave de servicio, sino como privilegio y esclusividad.

               El reproche de Jesús quiere corregir la mirada de los suyos para que se fijen, no tanto en «quién» tiene esa autoridad, quién hace exorcismos, quién usa su nombre… cuanto en el servicio y el bien que se realiza con ella. Lo primero y más importante no es que crezca el pequeño grupo, sino que la salvación de Dios llegue a todo ser humano, incluso por medio de personas que no pertenecen al grupo. Lo primero es liberar al ser humano de aquello que lo destruye y hace desdichado. Lo primero no es si tiene permiso, si está bautizado, si es creyente, si practica, si su vida está conforme a las prescripciones religiosas…. sino QUE HACE EL BIEN.

          Una falsa interpretación del mensaje de Jesús nos ha conducido a veces a identificar el Reino de Dios con la Iglesia. Según esta concepción, el reino de Dios se realizaría dentro de la Iglesia, y crecería y se extendería en la medida en que crece y se extiende la Iglesia. Pues no.

En su recientísimo viaje a Bratislava, decía el Papa Francisco:

La Iglesia no es una fortaleza, no es una potencia, un castillo situado en alto que mira el mundo con distancia y suficiencia, sino más bien es la comunidad que desea atraer hacia Cristo con la alegría del EvangelioEl centro de la Iglesia no es ella misma.  Salgamos de la preocupación excesiva por nosotros mismos, por nuestras estructuras, por cómo nos mira la sociedad… Adentrémonos en cambio en la vida real, la vida real de la gente. A las nuevas generaciones no les atrae una propuesta de fe que no les deje su libertad interior, no les atrae una Iglesia en la que sea necesario que todos piensen del mismo modo y obedezcan ciegamente.

            Estas cosas nos ocurren demasiado. En la tremenda polarización desatada en este tiempo, resulta que si el partido que gobierna no es de los nuestros… no hará nada bien. Siempre miente, siempre tiene ocultas intenciones, se equivoca de objetivos, es «el enemigo» que hay que derribar como sea… ¿De verdad que «el otro» no hace nada bien? ¿De verdad que no podemos encontrar puntos de encuentro y colaboración? ¿Sólo «los míos» lo harían mejor? ¿La actividad política no consiste en buscar consensos, acuerdos, unir fuerzas…?

         Y lo mismo ocurre en el ámbito religioso: si no es de nuestro grupo-movimiento-parroquia, si no es de los nuestros… mejor no arrimarse ni mezclarse. Es como si dijeran «nosotros tenemos la verdad y correcta interpretación del Evangelio». No lo dicen, pero es como si lo dijeran. Sólo nuestros curas, nuestras celebraciones, nuestros cursillos, nuestros retiros, nuestras ideas, nuestros… Recuerda uno aquello que decía Machado: «¿Tú verdad? no, la verdad;  y ven conmigo a buscarla. La tuya guárdatela». Cuando no queremos escuchar la opinión del otro y dialogar con él, es que no nos interesa la verdad, sino la seguridad que me proporciona «mi» verdad. El buscador y defensor de la verdad y el bien no le cierra la boca al que tiene otras ideas, ni lo convierte en enemigo, ni le prohíbe seguir pensando, investigando o expresándose, ni intenta controlar sus obras…

       Y el grupo de Jesús es el que tiende puentes, el que crea comunión, el que sabe apreciar el bien venga de donde venga, el que suma fuerzas, el que se alegra de la riqueza de lo diferente, sin pretender uniformar, imponer, silenciar, excluir… «Católico» significa espíritu universal, que sabe descubrir lo valioso en los otros, siempre en búsqueda de la Verdad (1ª lectura), dialogando, porque de los otros siempre hay algo que aprender.

         Otra advertencia importante de Jesús tiene que ver con el «escándalo». En la Biblia el «escándalo» no indica un mal ejemplo o un hecho indignante, sino una «trampa», algo que hace tropezar. A Jesús lo tacharon de escándalo sus adversarios, porque sus enseñanzas les descolocaban, les hacían dudar, les perturbaban. Aquí Jesús piensa en los que obstaculizan la fidelidad a él y a su palabra, hacen caer en el pecado, apartan a alguien de la fe, no le dejan «entrar en la vida».  Los “pequeños” que creen en Jesús, son los miembros más débiles de la comunidad. Y también lo que a uno mismo le hace tropezar, caer, perderse.

Con frases muy duras, propias de la cultura judía, Jesús menciona la mano, el pie, el ojo. 

  • La mano: simboliza la actividad, lo que hacemos. Si nuestras obras nos hacen tropezar, es conveniente cortar con ellas por lo sano, para no acabar en el basurero. El mal obrar, el actuar con intenciones perversas o equivocadas, nos lleva al tropiezo, nos separa del Reino.

 • El pie hace relación al camino, pues los senderos (metas) determinan a dónde vamos, como también  a quién seguimos (modelos). El «camino» es, en la cultura semita y en muchas otras, simboliza el modo de vivir. Si nuestro estilo de vida nos hace tropezar, nos aparta de los caminos de Dios… es conveniente una buena poda.

 • El ojo: Varias citas del Antiguo Testamento relacionan el ojo con un estilo de vida altanero, egoísta y aferrado a las riquezas.  El ojo es símbolo de la relación con los bienes materiales; un ojo bueno/sano no es avaro ni envidioso; un ojo malo/enfermo es el que codicia y retiene para sí, desea desordenadamente. Si nuestra relación con las riquezas o bienes nos hace tropezar, si existimos para acumular y no compartir, si nuestras ambiciones y deseos no son adecuados…  acabaremos en el «basurero», y perderemos el Reino, que es plenitud de la vida compartida.

          Es decir:  “Si tu manera de actuar (mano) te pone en peligro –te hace vivir desde y para la ambición-, cámbiala. Si vas por un camino equivocado (pie), que no lleva a la entrega y al servicio, modifica el rumbo. Si tus deseos (ojo) no van en esa misma línea de amor servicial a todos, transfórmalos”.

          Escandaliza todo aquel que, con su actuación, obstaculiza o hace más difícil la vida digna y humana de los demás. Aunque la advertencia va para todos, especialmente tiene que ver con los que tienen responsabilidades, por ejemplo, en este sistema económico tan injusto, con la mala gestión política y la corrupción, con malos ejemplos de vida… deshumanizadores. Hemos escuchado la advertencia del Apóstol Santiago: «Mirad el jornal de vuestros obreros… Habéis vivido con lujo sobre la tierra»… Y también, claro, los que tienen responsabilidades pastorales, educativas…

     En fin. Como decía Moisés: «¡Ojalá todo el pueblo del Señor recibiera el espíritu del Señor y profetizara!». ¡Ojalá que nadie del Pueblo del Señor escandalizara! ¡Ojalá que el centro de la Iglesia (y de la sociedad) fueran siempre las necesidades de los más pequeños!.

Quique Martínez de la Lama-Noriega, cmf
Imagen José María Morillo

DOMINGO 25 DEL TIEMPO ORDINARIO. CICLO B

NO ENTENDÍAN LO QUE DECÍA JESÚS

         Llama la atención el despiste generalizado de los discípulos de Jesús. Siendo personas que lo han dejado todo por estar con él, que caminan cada día con su Maestro, y con Él conviven y comparten… y sin embargo casi no se enteran de nada.

          Jesús iba «instruyendo a sus discípulos», dice Marcos. Es decir, les estaba transmitiendo algo que ellos debían retener, asimilar… y, como les pasa a veces a los estudiantes, los discípulos «no entendían aquello». Puede ser algo normal en alguien que está aprendiendo, que le cueste. Pero nunca es conveniente quedarse con las dudas: «Tenían miedo de preguntarle». ¿Por qué ese miedo? ¿Por dejar al descubierto su ignorancia? ¿Por no disgustar o entristecer a su maestro?

         Esta es la segunda vez que oyen esta advertencia de Jesús. Aún podían recordar su reacción, con no poco enfado, cuando Pedro había intentado disuadirlo de la trayectoria hacia la cruz. En este punto el Maestro reaccionaba con dureza, no estaba abierto a dialogar ni a consentir que nadie le llevase la contraria o le propusiera otras opciones.

               En este ocasión lo de «no entender» es «no querer enterarse». El destino que le espera al Hijo del hombre es incompatible con las creencias religiosas inculcadas por los rabinos, además de que no encaja con sus expectativas. ¿Cómo van a aceptar la idea de que Dios abandone a su elegido en manos de los malhechores?  Tenían a su favor no pocos ejemplos de la tradición bíblica. Por ejemplo las palabras que el amigo sabio le decía a Job: “¿Recuerdas que algún inocente haya perecido? ¿Dónde se ha visto un justo exterminado?” (Job 4,7). O lo que proclamaba el Salmista:  “Fui joven, ya soy viejo: Nunca he visto un justo abandonado” (Sal 37,25). O sea: ¿cómo comprender y aceptar que un Dios justo consienta la derrota y la muerte del Justo, del Hijo del hombre, de Jesús, el Hijo del Padre? Tendrá que ocurrir el acontecimiento Pascual para que puedan empezar a comprenderlo. 

            Para no pocos creyentes, este punto sigue siendo motivo de incomprensión y de escándalo: ¿Cómo Dios no evita que mueran los buenos, los justos, sus seguidores?¿Cómo podemos seguir afirmando que Dios es «Justo»? Así que no resulta extraño que, al escuchar por segunda vez este mismo anuncio, los discípulos no asuman el escándalo de la pasión del Mesías. Y se repliegan en sus cosas, en sus intereses, en sus pretensiones…

                Queda claro que entre los discípulos y su Maestro había una distancia que hacía imposible el auténtico discipulado, pues no se hacían cargo del camino y del destino que ellos mismos debieran seguir. No estaría de más que nos preguntemos por las distancias que tenemos nosotros con Jesús. Porque muchas de sus enseñanzas tampoco las entendemos, y entonces seguimos como siempre: con nuestras cosas, ideas, pretensiones, obsesiones y manías… muy alejadas de las de Jesús.

              Al llegar a Cafarnaúm, el Maestro les pregunta: “¿Qué estabais discutiendo por el camino?” (v. 33). Más que una pregunta es un reproche. Sabe de sobra la acalorada discusión que se traían durante el viaje. Y los discípulos callan, se sienten «pillados», avergonzados. Saben lo fuertemente que reacciona el Maestro cuando sale a relucir lo de buscar los primeros puestos.

         El tema de las jerarquías y precedencias era muy debatido entre los rabinos. Necesitaban asignar cuidadosamente los puestos de honor a quienes les correspondían. Hasta debatían sobre las diferentes categorías de santos en el cielo. Los «justos» (según la Ley), naturalmente, tenían aseguradas las posiciones de prestigio; mientras que las personas impuras, los pobres de la tierra estaban destinados a la más completa marginación.  

          Jesús «se sienta», es decir asume la posición del rabino que se dispone a impartir una lección importante. Entonces llama a sus discípulos y les pide que se acerquen, quizá porque los siente distantes, lejos de él. Finalmente pronuncia su juicio solemne sobre la verdadera grandeza: “El que quiera ser el primero, que se haga el último y el servidor de todos” (v. 35). Es la síntesis de su propuesta de vida. En la comunidad cristiana, quien ocupa el primer puesto, debe dejar a un lado toda pretensión de grandeza. La Iglesia no es un trampolín para alcanzar posiciones de prestigio, para sobresalir, para conseguir el dominio sobre los demás. 

En una de sus homilías, el Papa Francisco comentaba:

“Algunos siguen a Jesús, pero un poco, no del todo conscientemente, un poco inconscientemente. Pero buscan el poder. El caso más claro es Juan y Santiago, los hijos de Zebedeo, que pedían a Jesús la gracia de ser primer ministro y viceprimer ministro, cuando viniera el Reino. ¡Y en la Iglesia hay trepadores! Hay tantos que usan a la Iglesia para… ¡Pues si te gusta trepar, te vas al Norte y haces alpinismo: es más sano! ¡Pero no vengas a la Iglesia a trepar! Y Jesús reprocha a estos trepadores que buscan el poder”. (5 de mayo de 2014).

                No, la comunidad de Jesús es ese lugar donde cada cual, con los dones recibidos de Dios, muestra su grandeza en el servicio humilde a los hermanos. A los ojos de Dios, el más grande es quien más se parece a Cristo que se hizo servidor de todos (cf. Lc 22,27). Para inculcar mejor la lección, Jesús hace un gesto significativo (vv. 36-37): Llama a un niño, lo coloca en el medio, lo abraza y agrega: “Quien acoge a uno de estos niños en mi nombre, a mí me recibe”. Los niños son presentados por Jesús como símbolos del débil e indefenso que necesita protección y cuidado. En tiempos de Jesús, como hoy, los niños eran amados, pero no tenían relevancia social, no contaban nada desde un punto de vista legal, e incluso eran considerados impuros porque transgredían los requisitos de la ley. Queda claro el gesto de Jesús: quiere que la comunidad de sus discípulos ponga en el centro de su atención y esfuerzos a los más pobres, a los que no cuentan, los marginados, las personas impuras. Esos que el poeta uruguayo Galeano llamó «los nadies»:

Los nadies: los hijos de nadie, los dueños de nada.
Los nadies: los ningunos, los ninguneados… 
(corriendo la liebre, muriendo la vida, jodidos, rejodidos.)
Que no son, aunque sean.
Que no hablan idiomas, sino dialectos.
Que no profesan religiones, sino supersticiones.
Que no hacen arte, sino artesanía.
Que no practican cultura, sino folklore.
Que no son seres humanos, sino recursos humanos.
Que no tienen cara, sino brazos.
Que no tienen nombre, sino número.
Que no figuran en la historia universal, sino en la crónica de la prensa local.
Los nadies, que cuestan menos que las balas que los matan.
(E GALEANO, El libro de los abrazos)

En su viaje a La Habana (septiembre de 2015), explicaba el Papa:

Servir significa, en gran parte, cuidar la fragilidad. Cuidar a los frágiles de nuestras familias, de nuestra sociedad, de nuestro pueblo. Son los rostros sufrientes, desprotegidos y angustiados a los que Jesús propone mirar e invita concretamente a amar. Un amor que se plasma en acciones y decisiones. Amor que se manifiesta en las distintas tareas que como ciudadanos estamos invitados a desarrollar. Las personas de carne y hueso, con su vida, su historia y especialmente con su fragilidad, son las que estamos invitados por Jesús a defender, a cuidar, a servir. Porque ser cristiano entraña servir la dignidad de nuestros hermanos, luchar por su dignidad y vivir su dignidad. Por eso, el cristiano es invitado siempre a dejar de lado sus búsquedas, afanes, deseos de omnipotencia ante la mirada concreta a los más frágiles.

              Quedémonos hoy con estas palabras: acoger y servir a los niños de todas las edades, a los «nadies» de hoy. (También hay dentro de cada uno un «niño» que espera ser acogido). Y tachemos de nuestro diccionario personal y comunitario estas otras: mandar, mangonear, buscar el poder, el prestigio, trepar, ser primeros...

Enrique Martínez de la Lama-Noriega, cmf 
Imagen inferior de Agustín de la Torre

DOMINGO 24 DEL TIEMPO ORDINARIO. CICLO B

¿QUIEN ES JESÚS PARA MÍ?

              En el esquema literario que se ha planteado Marcos, justamente en la mitad de su Evangelio, sitúa la escena que acabamos de escuchar. Jesús ya sabe que su tarea misionera tiene «fecha de caducidad», pues va notando las distintas reacciones a su presencia y a su mensaje. Y decide hacer como un «balance general», planteando a los discípulos una pregunta: ¿Qué dice la gente de mí?  Que es algo así como si les preguntara: «¿Vosotros pensáis que la gente se está enterando de algo?».

         Yo tengo la impresión de que esta pregunta le importa menos a Jesús que la siguiente: «¿Y vosotros?». Y tengo esa impresión porque Jesús tiene una inquietud lógica: «El día que yo falte, estos serán los que me tomen el relevo. ¿Qué contarán a las gentes? ¿Qué les dirán de mí?». En definitiva: ¿Qué han comprendido de mí?

    Por una parte, cabría esperar que quienes pasan tanto tiempo con Jesús en público y en privado… se hayan enterado mejor que «la gente» de la identidad y las pretensiones de Jesús. Pero ya hemos visto que…¡no! Precisamente Pedro, en el nombre de los Doce, dejar ver que sus intereses, ideas, proyectos y pretensiones… condicionan su percepción. Suele decirse que no vemos las cosas como son, sino como somos nosotros. Y Pedro ha dado una «definición» correcta sobre Jesús, sí. Pero el contenido de la definición, lo que se esconde detrás de sus palabras… está bastante lejos de los planes de Jesús, provocando que el Maestro se enfade.

          Es decir: que los que nos consideramos «cercanos», compañeros, y discípulos de Jesús tenemos el serio peligro de no captar el auténtico proyecto, las pretensiones, la identidad de Jesús de Nazareth… y sin embargo estar convencidos de que estamos en la verdad.

            Al meditar esta escena evangélica… esta vez he sentido una llamada a dar mi respuesta personal a esta pregunta. Da un cierto pudor, pero la fe siempre ha sido un asunto de compartir, de contrastar, de vivirla con otros. Parafraseando a San Agustín: «Soy sacerdote para vosotros, y soy cristiano con vosotros». Y como cristiano, sin pretender dar lecciones, y tomando nota de la metedura de pata de Pedro… os comparto algunas cosas de las que digo y vivo:

          Lo primero de todo es la convicción de que no lo conozco bien todavía, soy siempre un aprendiz, un buscador. Si nunca se puede decir de otra persona «te conozco de sobra», ni siquiera de uno mismo, mucho menos se puede decir del Señor.  Me ha ayudado el estudio bíblico y teológico, claro. Y lo que enseña la Iglesia. Pero sobre todo me ha ayudado mi caminar cada día, mi propia experiencia personal… y los cuestionamientos y experiencias personales de los hermanos. Escuchar, confesar, acompañar, dialogar con personas muy distintas le hace a uno repensar, revisar, replantear cosas que parecían asentadas y claras.

        Recuerdo a un grupo de matrimonios con los que me reunía para tratar temas, experiencias e inquietudes  sobre la fe y la vida. No pocas veces querían saber mi opinión sobre lo que se estaba tratando, y me preguntaban. Y yo empezaba a responder… Un amigo del grupo solía darme una patada por debajo de la mesa, y me decía: No te hemos preguntado lo que «piensas» tú, o la Iglesia o lo que dice el Catecismo. Te preguntamos «¿esto cómo lo vives tú?».  «Nos ayuda más saber tu vivencia (aunque sea pobre y limitada) que las ideas».. Y… ¡a menudo me costaba responder! Uno se pone en el rol de cura y tiene salidas y respuestas para todo. Pero si uno tiene que hablar desde sí mismo… Aprendí mucho de esas«patadas» por debajo de la mesa.

          Me marcó mucho la experiencia del Apóstol San Pablo. Una frase que encontré en una de sus Cartas en los comienzos de mi formación como seminarista se me grabó muy dentro: «Ya no soy yo el que vive, sino que es Cristo quien vive en mí… y vivo de la fe en el Hijo de Dios que me amó y se entregó por mí». Sentí que había ahí una clave «para mí». Era el reto de descubrir una Presencia interior que me acompaña y que quiere ir tomando posesión de todos los aspectos de mi vida… de modo que Él pueda actuar a través de mí. Se trata de una tarea interminable, para toda la vida. Y en ese «por mí» había un ofrecimiento generoso e incondicional suyo que aguardaba mi respuesta de amor y entrega. Él había entrado en mi vida, me llamaba y me acompaña desde entonces, aunque queden ámbitos de mi vida de los que aún no ha logrado apropiarse.

          Mi trabajo pastoral y educativo me llevó a descubrir a Jesús como «el hombre de los encuentros». Esa capacidad que él tenía de acoger, sanar, reintegrar, defender, valorar, animar, comprender, salir a buscar… a tantos como se cruzaban en el camino. La vida con sentido, la vida feliz, tiene que ver con el irse «llenando el corazón de nombres» (P. Casaldáliga) … y dejando un poco de ti en el corazón de otros.

          Me he sentido no pocas veces comprendido y perdonado por él, cuando yo me hacía mil reproches y me sentía culpable de caer en las mismas cosas una y otra vez. Y eso me ha enseñado a ayudar a los demás a que no se machaquen por sus errores y pecados, a que no se juzguen con tanta dureza, a ofrecerles de su parte misericordia, y animarles a encontrar caminos nuevos, sanar heridas…. Es que lo importante no es que seamos «perfectos», sino que, con imperfecciones incluidas, nos empeñemos en el amor… que es el centro del Evangelio.

          Me encanta poder sentarme con él a la Mesa de la Acción de Gracias y sentirme de su familia, de sus discípulos, hermanarme con los que la comparten conmigo, orar con ellos, por ellos y desde ellos. Y sobre todo recordar que yo también tengo que ser pan que se parte, cuerpo/persona que se entrega, renovando en las Eucaristías ese «Cristo vive en mí» que tan grabado se me quedó.

          El Jesús que yo vivo y «digo» con mi vida es un creador de comunidad. Él no quiso recorrer su camino misionero en solitario, y dedicó mucha atención y esfuerzos a crear «grupo/comunidad» de hermanos. Este es para mí hoy un gran reto, pues nuestra cultura y nuestra vivencia del seguimiento de Jesús es a menudo demasiado solitaria, individualista, «por libre», cada uno como puede. Y me resulta muy difícil. No me falta la inquietud por buscar a quienes deseen, necesiten, busquen compartir vida y fe con otros. No sé cuáles serían hoy los caminos más adecuados para convocar, ilusionar, contagiar ganas de construir comunidades de fe y vida. Y le sigo dando vueltas, porque pocas veces lo he conseguido.

          Para más decir, el pasado viernes, con motivo de nuestro Capítulo General, el Papa Francisco nos hizo estas recomendaciones:

Que es importante pensar en una vida de oración y contemplación que nos permita hablar, como amigos, cara a cara con el Señor y contemplar el Espejo, que es Cristo, para que nos convirtamos en espejo para los demás”. Nos advirtió del enorme riesgo que supone la mundanidad espiritual y en la necesidad de guardar el sentido del humor. Que nuestra misión debe ser desde la cercanía y la proximidad. «No os olvidéis cuál es el estilo de Dios: proximidad, compasión y ternura. Así actuó Dios desde que eligió a su pueblo hasta el día de hoy. Y también nos ha pedido no ser pasivos ante los dramas que viven muchos de nuestros contemporáneos, sino que nos juguemos el tipo en la lucha por la dignidad humana, y por el respeto por los derechos fundamentales de la persona. Que seamos hombres de la esperanza que no conoce miedos, porque en nuestra fragilidad se manifiesta la fuerza de Dios.

Totalmente de acuerdo. Se ve que nos conoce bien. Y creo que estas palabras no son exclusivas para los Claretianos.

           En fin, estas son algunas de las cosas que digo sobre «Jesús». Incompletas, imperfectas, con dudas, con dolor, no siempre con coherencia,  y más veces son deseos que hechos. Pero siempre ilusionado y dispuesto a seguir aprendiendo y madurando. Ojalá que el Señor nunca me tenga que dar un tirón de orejas, como a Pedro, por pretender tenerlo claro, o encerrarle o adaptarlo a mis esquemas es intereses particulares. Y convencido de que hoy más que nunca necesitamos compartir fe, vida, oración, camino… porque Jesús no sobra en este siglo XXI. Puede que sobren palabras, inercias, modos más propios de otros tiempos…. pero no sobra Jesucristo ni sobran los testimonios personales sobre Jesús, esas«obras» de las que hablaba hoy el apóstol Santiago.

             Y os dejo una tarea (de comienzo de curso): QUE CADA UNO RESPONDA A ESTA PREGUNTA DEL MAESTRO. Le interesa, le importa. Aunque cueste. ¡Y vaya si cuesta! A mí hoy me ha costado!

Enrique Martínez de la Lama-Noriega, cmf 

DOMINGO 23 DEL TIEMPO ORDINARIO. CICLO B

¡¡¡ÁBRETE!!! ¡EFFETÁ!

«Es sordo y mudo el que no tiene oídos para oír la palabra de Dios, ni lengua para hablarla; y es necesario que los que saben hablar y oír las palabras de Dios ofrezcan al Señor a los que ha de curar». (San Beda)

          – Los evangelistas nos describen a menudo a Jesús en movimiento, caminando, recorriendo todos los lugares donde los hombres puedan necesitarle.  El caso es que hoy se ha metido por territorios paganos. Y allí le salen al paso, presentándole un sordo con dificultades para hablar. 

         Una persona sorda o con dificultades auditivas a menudo sufre el «aislamiento» de su entorno, le cuesta más enterarse de lo que pasa, le resulta más difícil dar respuestas, y encuentra mayores dificultades para aprender a hablar.

          – En los profetas la sordera y la ceguera son símbolos de la resistencia o el rechazo ante el mensaje de Dios; se refieren a la persona seducida por voces engañosas. Por tanto, a este personaje sin nombre podemos tomarlo como representante de aquellos que -dentro y fuera del pueblo de Dios- no son capaces de prestar oído/obediencia a Dios. Como también de los que están «desconectados» de los demás, y de los que no tienen «voz».

Más allá de la sordera física, existe otra sordera de la que la humanidad, más que curada, tiene que ser salvada: “es la sordera del espíritu, que levanta barreras cada vez más altas a la voz de Dios y del prójimo, especialmente al grito de socorro de los últimos y de los que sufren, y que encierra al hombre en un profundo y corrosivo egoísmo”. (Benedicto XVI, Nov 2009). 

          – Isaías anunciaba hoy que «Dios en persona» vendría a despegar los ojos del ciego, que abriría los oídos del sordo y cantaría la lengua del mudo.  Esto nos ayuda a comprender mejor la escena del Evangelio y a situarnos de modo que esta historia… nos diga algo a cada uno. Veamos: 

               • No es extraño que nos volvamos sordos a nuestra propia voz interior. Esa voz que nos «dice» que nuestro estilo de vida realmente no nos gusta, que nos hemos dejado manejar por otros, que nos estamos volviendo muy superficiales o vulgares. Esa voz del corazón/conciencia que nos reprocha habernos puesto en el centro del mundo, haciendo caso sólo a lo que nos interesa y a los que nos interesan, volviéndonos sordos a lo que pudiera complicarnos la vida. Son esos sentimientos que nos dicen cómo somos de verdad, qué nos duele y por qué, lo que debiéramos corregir o cambiar, a qué se debe que nos sintamos incómodos, violentos, malhumorados, irritables, cansados o deprimidos… 

        Se trata de una sordera «voluntaria» e interesada, para la que echamos mano de ruidos,  actividades, palabrería,  superficialidad, viviendo pendientes de las vidas ajenas, y con escaso tiempo para la reflexión. Pero así ¿qué palabras verdaderas y con sentido podremos decir? ¿Cómo vamos a relacionarnos de corazón a corazón?…  Esto nos pasa porque somos «cobardes de corazón» como decía hoy el profeta. Y por ese camino nos vamos volviendo unos «extraños» para nosotros mismos, y acabamos en «tierra extranjera».

               • También es frecuente la sordera para las ondas que nos están enviando nuestros hermanos los hombres. No nos llegan a los oídos los continuos mensajes que envían personas que viven con nosotros, incluso de nuestras propias familias. Nos están pidiendo, tal vez, una sonrisa, un rato de escucha, un detalle de cariño, un paseo juntos, una palabra de perdón o agradecimiento… 

Y menos todavía los quejidos de dolor de «los otros»:

+ La soledad de tantas personas mayores en sus casas o Residencias de Mayores.
+ De tantos emigrantes que están lejos de sus familias, tratando de salir adelante para poder enviarles como sea algo de dinero… 
+ Esos africanos que se juegan la vida en nuestras fronteras, para huir de la pobreza y de las guerras y de la escasez de recursos…
+ La frustración de tantos jóvenes que no pueden desarrollar su vocación por el mercado laboral, no pueden independizarse de sus padres, comprar una vivienda… O los parados de larga duración…
+ Y no oímos los tambores de guerra y hambre en tantos rincones de nuestro planeta: Siria, Yemen, Afganistán, Etiopía, República Democrática del Combo, Burkina Faso, Haiti, Mozambique, Libia…
+ También hay que escuchar de una vez el clamor de la Tierra,  la “hermana tierra” que clama al cielo porque es oprimida y devastada por los hombres (Laudato Si, 2, Papa Francisco).        

             • Por último está la sordera a la voluntad de Dios. No hemos aprendido mayoritariamente a leer el paso de Dios por nuestra vida y en los acontecimientos sociales, a escuchar (y entender) la Palabra de Dios, tratando de aplicarla a nuestra vida, o la voz de Dios en la Iglesia, en los pobres… Muchos no han sido formados en el discernimiento de su voluntad… También habría que contar con el miedo a responder a sus llamadas… que es como estar mudos… Así que, con toda seguridad, tenemos mucho en común con este personaje sin nombre que le llevan a Jesús.

               • Y qué hacé Jesús con aquel sordo, y por supuesto también con nosotros? ¿Cómo podrá sacarnos de nuestra sordera y nuestra dificultad para expresarnos?

+ Lo primero es apartarnos un poco de la gente. Es necesario que nos encontremos con nosotros mismos, en el silencio y la calma, para poder mirar las cosas con un poco de perspectiva. Es imposible que el Señor cure nuestra sordera mientras estemos empeñados en estar metidos hasta las cejas en el jaleo exterior y en la sordera interior. Prestar atención a la voz del corazón, donde a menudo nos habla el mismo Dios.
+ En segundo lugar quedarnos a solas con él, entrar en contacto con el Maestro y con su palabra.  No basta con el silencio o con escuchar lo que llevarnos por dentro (aunque no es poco todo eso). Necesitamos que Él nos toque la lengua, los oídos, el cuerpo entero (la Eucaristía es el espacio ideal para que ocurra todo esto). Necesitamos echar una mirada al cielo, un «suspiro» que nos abra y acoja el poder del Espíritu, de modo que las Palabras de Jesús sean transformadoras para mí. Por ejemplo, «¡ábrete!», «sé fuerte», «no temas», «mira a tu Dios que viene a ti en persona»… 
+ Luego vendrá el momento de contar a otros lo que Dios ha hecho conmigo, lo que me ha descubierto, los horizontes que me abre, las palabras que salen desde un corazón que sabe escuchar, y que son capaces de transmitir el asombro y la alegría. Entonces, como un discípulo al que el Señor espabila el oído cada mañana, y nos da una lengua de iniciados (así decía también Isaías en otro lugar) seremos enviados a atravesar todos los caminos y ciudades para salir al encuentro de tantos que aún no han descubierto ni se han asombrado de ese Señor que «todo lo ha hecho bien». Es necesario que los que saben hablar y oír las palabras de Dios ofrezcan al Señor a los que ha de curar». (San Beda)

Ábrenos los oídos, que a veces somos los sordos del Evangelio,  que no te oímos bien y por eso no contamos el bien que vas haciendo en cada uno de nosotros, cuando te dejamos espacio en nuestra vida (Mari Patxi Ayerra)

Quique Martínez de la Lama-Noriega, CMF
Imágenes de José María Morillo e Ixcis

DOMINGO 22 DEL TIEMPO ORDINARIO. CICLO B

A VUELTAS CON LAS LEYES Y TRADICIONES

“Las instituciones, las leyes, los modos de pensar
y sentir heredados del pasado ya no siempre parecen adaptarse bien
al actual estado de cosas
.” (Gaudium et Spes 7)

           Cuando Dios sacó a Israel de la esclavitud de Egipto, del sometimiento a los caprichos del poderoso y endiosado Faraón, para enseñarles a ser libres, y a convivir en fraternidad y justicia, les ofreció una «carta de la libertad», lo que se llamó los «Diez Mandamientos». Una especie de «Constitución» básica que garantizaba esa libertad y esa convivencia justa y sana, y que tenía como fin primordial el bien del pueblo. Ese era el deseo y el proyecto de Dios. 

           No hará falta decir que Dios nunca «dictó» literalmente cada una de esas normas, ni las escribió con su dedo en unas tablas de piedra… sino que Moisés y los Ancianos, con la ayuda de Dios, y con la experiencia de los conflictos vividos durante aquella larga peregrinación por el desierto… acertó a recoger en aquellas diez claves lo que ayudaba a que se hiciera posible y se cumpliese esa voluntad de Dios: un pueblo libre, responsable y unido. En ese sentido se puede decir con toda verdad que eran «diez palabras de Dios», porque el Dios de Israel es el que va hablando en la historia, en los acontecimientos… leídos desde la fe.

              Cuando las circunstancias sociales cambiaron y tuvieron que enfrentar la dura realidad de cada día… se presentaron nuevas situaciones. y muchas dudas sobre lo que era o no correcto hacer en cada caso. Las autoridades religiosas del pueblo se encargaron de concretar y aterrizar aquellas diez normas generales con otras leyes auxiliares: prohibiciones, leyes, ritos, mandatos etc. La Biblia recoge cómo fueron evolucionando y adaptándose muchos de aquellos preceptos, según lo iban requiriendo las nuevas circunstancias y la maduración cultural de Israel.

          Sin embargo, este proceso tan humano y tan necesario… se convirtió en un problema cuando todos aquellos preceptos humanos (lo que el Evangelio llama la «tradición de los mayores»)  se empezaron a poner a la misma altura que los Mandamientos, sacralizándolos y convirtiéndolos en «intocables». 

Esto trajo consigo algunas consecuencias: 

+ Quienes interpretaban y actualizaban las leyes se convirtieron en «portavoces» de Dios y de su voluntad (a pesar de que el segundo mandamiento manda: «no tomarás el nombre de Dios en vano», es decir, no te servirás de la autoridad de Dios (el Nombre) para imponer cosas que no son de Dios. 

+ Y es que en no pocas ocasiones, aquellas «adaptaciones» no eran según la mentalidad de Dios… sino conforme a otros intereses, que llegaron a dejar la auténtica voluntad de Dios en segundo plano. «Dejáis a un lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres». 

+ Y además empezó a extenderse la «mentalidad de mínimos» (lo mínimo que hay que hacer, y lo que hay que evitar para «estar en regla con Dios»), numerosas minucias para «cumplir» lo que correspondía a un buen israelita. Así la relación personal y social con Dios quedaba convertida en normas y prohibiciones… Tantas, que sólo estaban al alcance de unos pocos selectos que podían dedicarse a estudiarlas y aprenderlas, de manera que otros muchos quedaban casi «excluidos» de la buena relación con Dios.

            A Jesús le entristece y le enfada esa mentalidad rígida y que usen el Nombre de Dios y las tradiciones de los mayores para atacarle personalmente, descalificarle y excluirle. Les reprocha que cumplieran  escrupulosamente mil condiciones para participar en los ritos religiosos… pero su culto estaba vacío, pues el corazón (el centro espiritual de la persona, la conciencia, las opciones de vida) estaba muy lejos de Dios. Era un culto separado de la vida, que no tocaba la vida, simples ceremoniales aunque fueran tan solemnes… como si eso fuera lo que a Dios le importara más. Y no era eso lo importante. A Dios le importa el pobre, el huérfano, la viuda, el emigrante… la justicia, la misericordia (Segunda Lectura de hoy). Jesús les reclama contar con la propia conciencia y el estilo de vida (el corazón), como criterios de moralidad. Y no las normas externas ni los cumplimientos mínimos, ni las prácticas religiosas. 

         Intentando trasladar a nuestra realidad de hoy la escena del Evangelio… pues como Iglesia tenemos muchas tradiciones, normas, ritos, obligaciones, mandatos… Son necesarios por nuestra condición humana. Pero:

+ No se puede identificar «lo que siempre ha sido así» con la voluntad de Dios. Las leyes humanas y eclesiásticas no son «sagradas», y tienen que adaptarse continuamente, buscando siempre el bien y la dignidad del ser humano. “Las instituciones, las leyes, los modos de pensar y sentir heredados del pasado ya no siempre parecen adaptarse bien al actual estado de cosas.” (Gaudium et Spes 7, Vaticano II)

+ No se pueden confundir las «mediaciones» con lo esencial. A veces pierde uno la paciencia cuando algunos defienden y confunden como algo «fundamental e intocable, que siempre se ha hecho así» con la voluntad de Dios o la fidelidad a la Iglesia: que si se comulga en la mano o en la boca, que si hay que arrodillarse o ponerse de pie, que si estas palabras las dice solo el cura o también las pueden decir los fieles, que si comemos carne en cuaresma o la sustituimos por una buena merluza fresca, que sea más importante faltar a misa un domingo que faltarle el respeto a tu pareja o pagar en dinero negro a un trabajador… Que si no he podido comulgar porque me faltaban 10 minutos para cumplir el ayuno eucarístico, que si los seglares no son dignos para dar la comunión, que si tocar la Eucaristía con las manos (al comulgar) es una falta der respeto a Dios… Uuuuuffffff

  • Una persona de fe puede no ser fiel a todo lo que esa misma fe le reclama, y sin embargo puede sentirse cerca de Dios y creerse con más dignidad que los demás. Pero hay maneras de vivir la fe que facilitan la apertura del corazón a los hermanos, y esa será la garantía de una auténtica apertura a Dios. (Fratelli tutti, 74). Para orientar adecuadamente los actos de las  distintas virtudes morales, es necesario considerar también en qué medida estos realizan un dinamismo de apertura y unión hacia otras personas (Fratelli tutti,  91)

  •  Otra cosa que nos impide avanzar en el conocimiento de Jesús, en la pertenencia de Jesús es la rigidez: la rigidez de corazón. También la rigidez en la interpretación de la Ley. Jesús reprocha a los fariseos, los doctores de la ley por esta rigidez. Que no es la fidelidad: la fidelidad es siempre un don para Dios; la rigidez es una seguridad para mí mismo. Rigidez. Esto nos aleja de la sabiduría de Jesús; te quita la libertad. Y muchos pastores hacen crecer esta rigidez en las almas de los fieles, y esta rigidez no nos deja entrar por la puerta de Jesús». (JBergoglio. en Santa Marta, 5 de mayo de 2020).

              No se pueden confundir las tradiciones eclesiales y las normas eclesiásticas… con la voluntad de Dios. Pretenden orientar, ayudar, pero todas esas cosas no son «Dios». Y si se cambian no afectan a lo esencial de la fe cristiana. Decía el gran San Agustín: «En las cosas necesarias, la unidad; en las dudosas, la libertad; y en todas, la caridad».

+ Lo de «doctores tiene la santa madre Iglesia», o «lo que diga el padre, o el Papa o el Obispo, o el Catecismo… se queda corto para los cristianos maduros. Hay que «recuperar el corazón», como indicaba Jesús, la propia conciencia, la responsabilidad personal, sin dejarlas cómodamente en las manos de otros. Sí que nos pueden orientar/ayudar para formarnos, para discernir, para buscar la verdad, lo moralmente bueno… pero la decisión es nuestra.

+ La fe tiene que ser vivida en las circunstancias culturales de hoy, no de otra época. Y por eso conviene hacer las adaptaciones que sean necesarias. Las Tradiciones y la Memoria merecen un gran respeto, pero no pueden ser la razón para «momificar» nuestra fe, nuestro culto, nuestras creencias. Creo que el gran poeta uruguayo Eduardo Galeano lo decía muy bien:

A orillas de otro mar, un alfarero se retira en sus años últimos años. Se le nublan los ojos, las manos le tiemblan: ha llegado la hora del adiós. Entonces ocurre la ceremonia de la iniciación: el alfarero viejo ofrece al alfarero joven su pieza mejor.  Así manda la tradición entre los indios del noroeste de América: el artista que se va entrega su obra maestra al artista que se inicia. Y el alfarero joven no guarda esa vasija perfecta para contemplarla y admirarla, sino que la estrella contra el suelo, la rompe en mil pedacitos, recoge sus pedacitos y los incorpora a su arcilla.

Benditos pedacitos. Y bendita la ayuda de nuestro Alfarero, que no se va nunca del todo…. y nos ayuda a hacer las mejores vasijas para cada momento de la historia.

Quique Martínez de la Lama-Noriega, cmf 
Imagen inferior Agustín de la Torre

DOMINGO 21 DEL TIEMPO ORDINARIO. CICLO B

¿TAMBIÉN VOSOTROS QUERÉIS MARCHAROS?

              ♠ Contexto de la primera lectura. Según el parecer de los entendidos sólo dos de las tribus de Israel (Efraim y Manasés) hicieron el recorrido del desierto (éxodo), desde Egipto, tal como lo tenemos recogido en los libros sagrados. Otras tribus habrían llegado por diversos medios hasta la Tierra Prometida. A todas ellas las ha convocado Josué en el santuario de Siquem, para que tomen una decisión importante: ¿Están dispuestos a participar de su misma fe, la que han ido descubriendo y purificando por el desierto? ¿Quieren dejarse proteger por el Dios del Sinaí, dar un sentido a sus vidas desde Él, desde sus leyes y valores?

Josué es un hombre valiente, y respeta profundamente la libertad de sus hermanos: «Escoged a quien servir, a los dioses falsos o al Dios que nos ha salvado de la esclavitud, el Dios de la libertad». Y él es el primero en pronunciarse: «Yo y toda mi casa serviremos al Señor».

           ♠ Últimamente no está de moda creer. Nuestra manera de comportarnos está muy lejos de la de Josué. Por una parte nos ha entrado una especie de complejo de llamarnos cristianos. El entorno social nos está haciendo creer que ser cristiano es una cosa trasnochada, es ir contra corriente, no es moderno o progresista…  Por otra parte, un cierto número de personas han optado por vivir sin Dios, o tal vez sea mejor decir por servir a otros dioses más cómodos, inventados por nosotros mismos, dioses a la carta que tranquilizan conciencias, dioses de los que acordarse cuando haga falta. «Algo debe haber«, dicen algunos. «No necesito a Dios, son cosas del pasado«, dicen otros. Y algunos siguen creyendo, pero sin saber muy bien en qué, sin saber explicarse demasiado en qué consiste lo de «ser creyente». Y se autodefinen como «creyentes no practicantes» (dos conceptos, por cierto, incompatibles entre sí).

          ♠ Los que todavía creen. Sin embargo, hay otros que aún se mantienen. A menudo desconcertados porque los amigos, los parientes, los compañeros de trabajo ya no creen. Y lo llevan un poco a escondidas. Llegan a cansarse o desmotivarse para hacer el bien, defender el verdad y la justicia, y el amor no es criterio de sus opciones… al ver cómo los «valores» a su alrededor son otros. Y, casi sin darse cuenta, van poco a poco perdiendo su identidad cristiana.

Pero, ¿qué es eso de la fe? Se han dado definiciones muy abstractas como lo de «creer lo que no vimos», o «cumplir los mandamiento de Dios y de la Iglesia», o «practicar una serie de ritos, obligaciones y cultos». Ciertamente que estas definiciones están alejadas de la experiencia de Israel.  Si nos fijamos en las palabras de Josué en la primera lectura:»Serviremos al Señor, porque él es nuestro Dios«.  Está proclamando sobre todo un estilo de vida: Creer es servir al Señor, es escucharle y poner en práctica sus mandatos, 

            ♠ El fragmento del Evangelio de  hoy es la conclusión del discurso del Pan de Vida, que venimos meditando estos últimos domingos. Es el último de los siete discursos de Jesús, en los que ha ido explicando a modo de una larga catequesis el sentido de la Eucaristía, en la que no han faltado frases bien exigentes y de denuncia: «Vosotros estáis conmigo porque habéis llenado el estómago, no porque os interese mi mensaje», «si no coméis mi carne y no bebéis mi sangre, no tendréis la vida eterna»

Claro que Jesús no estaba hablando en este momento de «comulgar», tal como lo entendemos nosotros  ahora, aunque nos ayude a darle su auténtico sentido. En su Última Cena, antes de darles a comer su carne y sangre, les pidió: «Haced esto en memoria mía«, es decir: Convertíos vosotros mismos en pan para que otros se alimenten, haceos migas por los demás; sed capaces de derramar vuestra vida como el vino de este cáliz; sed capaces de ir hasta la muerte por poner en práctica la tarea del Padre para hacer un mundo mejor… En una palabra: sed como yo. Este es el significado y la condición para comulgar realmente, con verdad: vivir como él, totalmente para Dios y para los hombres. Hace mucho mas explícita y comprometida la opción de Josué.

          Y a esto se refería cuando hablaba de una Alianza nueva y eterna: participar en la Eucaristía cada vez es sellar una Alianza Nueva con Dios, por la cual nos comprometemos a acoger su amor, recibir su perdón y a asumir hasta la muerte el estilo de vida de Jesús, resumido en el mandamiento del amor: Amar como él… hasta la cruz.

          ♠ Aquí tenemos, por tanto, la clave de lo que es «tener fe»: haber hecho una opción de vida, por la que nos iremos configurando, identificando, haciendo nuestro el estilo de vida de Jesús: sus palabras, sus preferidos, su modo de situarse ante el poder, el dinero, la política, la injusticia, la pobreza, etc. Por tanto no se puede «creer» sin poner en práctica, sin «hacer», sin irse transformando (convirtiendo). Ciertamente que la cosa es bien difícil y exigente. Dice Jesús: «sin mí no podéis hacer nada», Por eso lo necesitamos como Pan de Vida, para tener vida en nosotros. Por eso comulgamos los que hemos querido sellar esa Alianza de Vida con él.

           Jesús no se andaba con paños calientes.  «Muchos discípulos de Jesús se echaron atrás y no volvieron a ir con él«. Les parecía demasiado exigente, se escandalizan… ¡y se van!. Está claro que habían «comprendido» lo que suponía ser discípulo. No tengo tan claro que bastantes de los que hoy se echan atrás sea por este mismo motivo. Me parece más bien que muchos ni siquiera han llegado a enterarse de lo que significa «creer», y «dejan» lo que nunca asumieron.

              Hoy Jesús nos plantea a nosotros la misma pregunta que a sus discípulos: ¿También vosotros queréis marcharos?. Nos coloca ante una alternativa: la valentía de decirle que no y ser coherentes con ese no… o hacer nuestras las palabras de Pedro: «Señor, ¿a quién vamos a acudir? En tus palabras hay vida eterna y nosotros creemos«. 

           Y Pedro fue coherente, como el resto de sus compañeros, y tantos otros después de ellos, ¡hasta derramar su sangre! No era fácil creer entonces: las arenas del circo, los leones, la cárcel, las palizas, lapidaciones… Y tampoco es fácil creer hoy, porque no es fácil vivir una vida con sentido, una vida de entrega, una vida de exigencias. Pero entonces ¿a quién iremos? ¿quién guiará nuestros pasos? ¿quién nos ofrecerá una vida que merezca la pena?

Quique Martínez de la Lama-Noriega, cmf 
Imagen de José María Morillo

DOMINGO 20 DEL TIEMPO ORDINARIO. CICLO B.

LA MUJER LUCHADORA. ASUNCIÓN

(Si pinchas arriba, en «Domingo 20») podrás leerlo mejor, y dejar abajo algún comentario, si lo deseas)

         Hace ya bastantes años cantábamos: «¿Quién será la mujer que a tantos inspiró poemas bellos de amor. Le rinden honor la música, la luz, el mármol, la palabra y el color? ¿Quién será la mujer radiante como el sol, vestida de resplandor, la luna a sus pies, el cielo en derredor y ángeles cantándole su amor…?«. ¿Quién es esta mujer con la que Dios quiso contar de manera tan especial, y a la que ha querido tener tan cerca de él, eternamente en su compañía? 

De muchas formas nos la han presentado a lo largo de la historia, Por nombrar algunas:

– la mujer dócil, callada, sufriente, quizá un poco pasiva y conformada
– la mujer Virgen junto a su esposo José, o la Madre de Jesús
– la mujer orante que guardaba la Palabra en el corazón
– la mujer concebida sin pecado
– la mujer de los milagros y de las apariciones a niños y pastores…
– la mujer coronada de estrellas, rodeada de ángeles, sobre las nubes…
– la madre de la Iglesia…

        Detrás de cada una de ellas hay un rostro, un perfil, un modo de entender a las mujeres y su presencia en la sociedad y en la Iglesia. Unas están más cercanas que otras a lo que nos dice el Nuevo Testamento, que siempre ha de ser nuestro punto y criterio de referencia para hablar de María. 

            La fiesta de hoy nos la presenta de una forma a la que estamos poco acostumbrados. La 1ª lectura nos ha hablado de una mujer vestida de sol, con la luna bajo sus pies, coronada de doce estrellas y con un niño entre los brazos, que un dragón le pretende arrebatar.

Dice la Wikipedia sobre los dragones

La palabra dragón deriva del griego drákon: «serpiente, dragón», que a su vez viene de un verbo que significa «mirar fijamente», y que se aplicaba a la mirada de las serpientes y las águilas. Por tanto el término haría alusión al poder fascinante e hipnótico de la mirada de la serpiente. Pronto se empezó a usar para referirse a aquellas criaturas que aparecen en cuentos, leyendas y mitos. La cultura occidental ha imaginado a los dragones como reptiles gigantes con alas,  inspirándose en las serpientes, cocodrilos y caimanes, y añadiendo rasgos de otros (alas, cuernos y garras) o fantásticos (aliento de fuego)

En fin: los aficionados a los videojuegos podrían hablarnos mucho de estos personajes. Así pues: el dragón da miedo, hipnotiza, envuelve con su fuego y destruye.

      Pero el autor de este escrito, con este género literario difícil para nosotros, NO está hablando de figuras mitológicas o fantásticas, sino de enemigos muy concretos y reales para la comunidad cristiana, para la sociedad, y para las personas. Dragones que pueden destruir la fe, la convivencia comunitaria, la dignidad humana… e incluso la propia vida. Para identificarlos bastaría con acudir a las circunstancias concretas históricas en las que redacta este texto, y sabremos que se refiere sobre todo al Imperio Romano que ha comenzado a perseguir a las comunidades cristianas.  Por otro lado, las Cartas de Pablo describen otros «dragones» que viven al acecho dentro de sus comunidades, y que amenazan con apagar el mensaje y la presencia viva de Cristo. Y por fin, cada cual podría poner nombre a sus propios dragones personales.

       La mujer del Apocalipsis está representando, en primer lugar, a la comunidad cristiana fiel, a la Iglesia LUCHANDO contra ese Dragón. Muchos escritos anteriores de la Escritura ya habían usado este símbolo de «la Mujer» para referirse/representar al Pueblo de Israel, la Hija de Sión. Y puede simbolizar también a cada creyente.  Es decir: aquí estás tú, aquí está la Iglesia, aquí está tu Comunidad Cristiana, con Dios entre tus manos, queriendo que reine en tu vida y en nuestro mundo, pero… hay quienes se empeñan en arrebatárnoslo. Bastante tiempo después, esta mujer será identificada con la Virgen María… pero en cuanto «Madre de la Iglesia», del Nuevo Pueblo de Dios. Precisamente es el título preferido por el Concilio Vaticano II para referirse a ella.

El Papa Pablo VI redactó un bellísimo escrito sobre el Culto a la Virgen María, y en él encontramos:

María es «una mujer fuerte que conoció la pobreza y el sufrimiento, la huida y el exilio: situaciones todas estas que no pueden escapar a la atención de quien quiere secundar con espíritu evangélico las energías liberadoras del hombre y de la sociedad» (Marialis Cultus 37, Pablo VI). 

       Es decir: que María tuvo que experimentar numerosas luchas y dificultades, muy similares a las que viven muchos hombres y mujeres de hoy, y lo hizo como mujer fuerte, luchadora, peregrina de la fe… que nos marca los caminos a los creyentes de hoy. Es una referencia imprescindible para nuestra Iglesia de hoy, en tantos lugares, y de tantos modos «perseguida», en tantos hermanos sufriente y necesitada.

        Para nosotros es muy conveniente poner nombre HOY a estos dragones que acechan a la Iglesia y su misión, a la sociedad y a nuestra fe y entrega personales. Según nuestro relato tienen mucho poder (las 7 cabezas y los 10 cuernos es lo que significan en este género literario) y capacidad y recursos para hacernos mucho daño. Por ejemplo:

+ Pueden ser las autoridades de la comunidad cristiana o de la sociedad civil, cuando no están a la altura, no cumplen con sus responsabilidades como pastores o líderes, y escandalizan, se corrompen, ocultan la verdad, «compran» a los que han de difundir u ocultar sus vergüenza,  o usan su poder para el propio beneficio
+ Puede ser ese ritmo de vida vertiginoso que no nos deja espacio para el cuidado de la vida interior, la reflexión, el silencio, la lectura, la revisión de vida, el diálogo calmado…
+ La falta de conciencia y de esfuerzo por parte de todos para frenar la destrucción del planeta, el cambio climático, y que favorece enormemente la difusión de todo tipo de enfermedades 
+ El descuido y el descarte de los más débiles de nuestra sociedad… Parece que no nos importa gran cosa (no veo yo mucha «reacción») que se nos estén estropeando millones de vacunas en la Países ricos… cuando en tantos otros apenas han podido empezar a usarlas…
+ Una crisis económica en la que no pocos practican el «sálvese quien pueda», mientras se multiplica el hambre, el paro, las diferencias entre ricos y pobres…
+ No pretendo ser exhaustivo… Cada cual puede matizar y completar la lista.

  El Evangelio, por su lado, nos ha presentado a María en clave política y de compromiso social. Reza y canta a Dios porque

dispersa a los soberbios de corazón
derriba de sus tronos (o poltronas) a los poderosos
a los ricos los echa de su lado, dejándolos sin nada
y se pone de parte de los humildes y hambrientos...

      Es la Mujer que forma parte de los que quieren cambiar la sociedad desde Dios y con Dios,  de los que no están de acuerdo con este modelo social que desde hace mucho tiempo hace aguas. Y se pone de parte de esas minorías tan numerosas y tan absolutamente ignoradas. Y se aparta de todos los que sólo van a lo suyo, y a preocuparse de los suyos: Los poderosos, los soberbios de corazón, los ricos… Porque así es y actúa «Dios mi Salvador». Es la mujer del cambio, de la revolución, la que quiere globalizar la justicia, los derechos humanos, la riqueza, la paz, el alimento, el trabajo digno para todos… La mujer que, según recibe la visita del Ángel, SALE, se pone en camino, se mueve.

       No estamos acostumbrados a este rostro de María. Pero es esta Mujer, la que ha hecho vida la Palabra de la Escritura, la que ha sido elevada (Asunción) por Dios a la gloria. En esta fiesta, Dios nos pone en clave de lucha contra los Dragones exteriores e interiores, contra esa sociedad sin Dios-Padre-Madre, que no reconoce en cada hombre a un hermano. Nos sacude para que nuestra fe sea agente de cambio, más comunitaria, más cercana a los que están peor, y mucho menos preocupada y encerrada en sí misma. Pero también es un chorro de ESPERANZA, ¡tan necesario con la que está cayendo!: La esperanza de que la victoria final (el cielo) da sentido a nuestra lucha en la tierra. La primera lectura nos ha avisado de que necesitaremos refugiarnos en el silencio y el desierto, para hacernos más fuertes, para alimentarnos del Pan y la Palabra, para orar, para revisarnos, para estar más en comunión con Dios…

       Hoy desde el cielo, Dios y la Mujer María nos invitan a mirar con otros ojos a la tierra, a la sociedad, a la Iglesia/Comunidad y a nosotros mismos de manera más comprometida, más valiente, más vital, más esperanzada… para que se haga la voluntad del Padre así en la tierra como en el cielo. Así en la Iglesia como en la Mujer Vestida de Sol.

Quique Martínez de la Lama-Noriega, cmf 
Imagen inferior de Juan Correa