DOMINGO III. ADVIENTO. CICLO A

EL CAMINO ACERTADO

Nos podemos confundir en la espera. Podemos emprender el camino desacertado, y situarnos -después- ante la puerta equivocada…. y llegar allá donde no hay nada que esperar. Se nos ofrecen “trayectorias políticas, o incluso religiosas, que no llevan a ninguna parte y a acumular decepción tras decepción.  Las lecturas de este tercer domingo de Adviento nos ofrecen una secuencia interesante: 1) Un horizonte idílico; 2) El camino preparado; 3) Un estilo: la esperanza paciente.

Un horizonte idílico (Isaías)

La liturgia de este tercer domingo de Adviento nos coloca, obstinadamente, ante el horizonte de la esperanza “religiosa”. El profeta Isaías en su capítulo 35 se vuelve más utópico –si cabe- que en otras ocasiones. El texto proclamado es de una belleza cautivadora. Canta la repatriación, la vuelta del destierro, la refundación del Pueblo:

El camino de Dios es el camino que lleva al monte Sión. Se ha abierto en la estepa, en el desierto. Todo en él florece. Se convierte en un camino triunfal, iluminado por la Gloria y la Belleza de Dios.

Es el camino de los rescatados, débiles, ciegos, sordos, cojos. Mudos. Se les anuncia que viene Dios en persona para resarcirlos y salvarlos. Recuperarán la fuerza para caminar, se abrirán sus oídos, se desatará su lengua para cantar,

La alegría será incesante. El gozo permanente será el compañero de todos los rostros. La pena y la aflicción se alejarán.

El camino preparado (Evangelio)

Andrei Rubliov – Juan Bautista

El evangelio de hoy nos habla de la pregunta que los discípulos de Juan Bautista -que se encontraba en la cárcel de Herodes- le formulan a Jesús:

“¿Eres tú el que ha de venir, o tenemos que esperar a otro?”.

Y Jesús, además de reconocer la grandeza de Juan, se remite a los hechos: los ciegos ven, los cojos y paralíticos caminan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan, a los pobres se les anuncia el Evangelio. ¡Se cumple la profecía de Isaías!

Se ha abierto el camino de Dios y en ese camino acontece la transformación. Seguir a Jesús es entrar en el camino de los rescatados, en el camino de la alegría, de las buenas noticias, de la terapia colectiva. Juan preparó el camino, pero él no era el camino.

Un estilo: la esperanza paciente (Santiago)

Han pasado los siglos y la situación de muchísimos seres humanos no cambia. La Iglesia clama en su liturgia eucarística: ¡Maranatha! ¡Ven, Señor Jesús!

Consciente de esto fue Santiago que en su carta nos dice: “Tened paciencia, hermanos, hasta la venida del Señor”. La paciencia es otra forma de esperanza. En ella el sufrimiento se asocia a la espera. Aunque se llegue al límite, la paciencia mantiene alta la esperanza. La paciencia es resistencia esperanzada, hasta la última posibilidad. Luis Mandoki, mexicano y director de cine en Holliwood, dijo lo siguiente:

 “A los pesimistas hay que decirles algo: no se nos olvide que ésta es una película de aventuras con final feliz, y en las películas de aventuras con final feliz al héroe siempre se le complican las cosas, más y más, hasta que triunfa”. 

Luis Mandoki

 Parece que la Venida del Señor se retrasa. Y mientras esto sucede, es fácil que nos lancemos a luchar unos contra otros, y la casa se revuelva. La venida del Señor está cerca. Esta venida se anticipa simbólica y realmente en cada Eucaristía. El Señor nos asegura las promesas idílicas. Nos indica que le sigamos por el Camino y nos invita a ser pacientes en medio de la Esperanza. 

INMACULADA CONCEPCIÓN. ADVIENTO. CICLO A

LA MUJER DEL NUEVO GÉNESIS

Hoy festejamos lo que sucedió en la unión fecunda de Joaquín y Ana: que Dios Padre dio origen a la vida de la Madre de su Hijo y preparó todo su ser para que lo engendrara en el tiempo, en la humanidad. A la concepción inmaculada de Jesús, precedió la concepción inmaculada de su Madre, la “llena de gracia” (kecharitomene). 

La presencia del mal original

Le hemos dado demasiada importancia al “pecado original” y muy poca a la “bendición original”. Dios vio lo que había creado y vio que todo era muy bello. Y “bendijo a Adán y Eva” creados a “su imagen y semejanza”. Esta es la gran bendición original.

Pero, ya en el origen se hizo presente el Mal, el Mal misterioso e inexplicable. Y el mal contaminó a nuestros primeros padres, Adán y Eva y desde ellos ha seguido contaminando a toda la humanidad. “El que esté sin pecado… que tire la primera piedra”, dijo Jesús; “todos hemos pecado”, dijo san Pablo.

  • Somos pecadores porque el Mal tiene una misteriosa influencia sobre cada uno de nosotros: en un momento u otro sucumbimos ante él.
  • Somos pecadores porque nos contagiamos unos a otros y no disponemos de un anti-virus adecuado, que nos vuelva inmunes.
  • “Pecador me concibió mi madre” (Salmo 50); siempre llega el momento en que perdemos la inocencia.
  • Y pecamos porque queremos conocer, dominar, traspasar nuestros límites… ser como Dios… Tenemos una tendencia egolátrica irreprimible. Y se manifiesta de mil formas en la humanidad y en nosotros, a lo largo de la vida. Y luchamos entre nosotros, porque todos queremos “ser más” que el otro.
  • En esta condición existencial, el ser humano rechaza vivir en Alianza con Dios… y se basta a sí mismo.

Un nuevo Génesis en la mujer-María

  • Si Jesús, el Hijo de Dios, fue el comienzo de una nueva Humanidad, de la humanidad auténtica -imagen y semejanza de Dios-, ese comienzo se vio anticipado en el origen de aquella mujer que fue escogida para ser su madre virginal.
  • Y decimos “madre virginal” porque se trataba de una maternidad que excede por doquier cualquier otra maternidad humana: no solo porque aconteció “sin varón” (“No conozco varón”), sino también porque “lo que nació de ella fue Santo… Hijo de Dios”. ¿Qué varón podría colaborar con María para engendrar al Hijo de Dios? Este misterioso acontecimiento fue posible únicamente porque el Espíritu Santo de Dios Padre y del Hijo se apoderó de ella, en su espíritu y en su cuerpo. ¡Así aconteció el “nuevo Génesis” “inmaculado”, “santo”… la nueva humanidad.
  • La “madre virginal” no solo “concibió por obra y gracia del Espíritu Santo”: la Iglesia confiesa que ella misma fue concebida por obra y gracia del Espíritu Santo, también santa, inmaculada. En ella el Espíritu inició una nueva y portentosa fecundidad, un nuevo génesis.
  • Al pronunciar el “fiat”, “la agraciada desde el principio” (kecharitomene) rejuveneció de nuevo a la humanidad y la conectó con la “Gracia original” la gracia de la Creación inmaculada y sin pecado. Tuvo razón Dante al decir que “María es más joven que el pecado”, porque “al principio no fue así”… el pecado no existía.
  • Esa ben­dita concepción de Jesús se vio anticipada, reflejada y preparada en la misma concepción de María. Dios quiso iniciar en la Madre escogida para su Hijo, “un nuevo comienzo para la humanidad”, un misterioso “Hagamos a la Mujer a nuestra imagen y semejanza”.

La Gracia original

Pensemos hoy en la “Gracia original” y en el deseo divino de que venza y sea recuperada. Hay una emocionante oración litúrgica que dice:

“Oh Dios, que amas la inocencia y se la concedes a quien la ha perdido”. 

La fiesta de la Inmaculada nos invita a rejuvenecer, a recuperar la inocencia perdida, a entrar en la nueva humanidad donde Jesús es el nuevo origen y María la primera agraciada. 
Sintámonos hoy “santos e inmaculados en su Presencia”, habitantes del primer Paraíso, un nuevo Adán, una nueva Eva. Sintámonos ya -anticipadamente- ciudadanos de la nueva Jerusalén, del cielo nuevo y la tierra nueva.
La fiesta de la Inmaculada nos invita a rejuvenecer, a recuperar la inocencia perdida, a entrar en la nueva humanidad donde Jesús es el nuevo origen y María la primera agraciada. 

Plegaria

Abbá nuestro, todo surgió bellísimo y bue­no de tus manos creadoras; pero el misterioso Maligno introdujo la deformación y el ser humano se alejó de ti. Hoy nos llamas a celebrar el nuevo origen, la victoria de tu proyecto inicial. Manifiéstanos tu belleza y bondad para que nunca más nos separemos de ti. 

José Cristo Rey García Paredes, cmf

Para contemplar
AVE MARÍA EN HEBREO (Arpa Dei)

domingo II. TIEMPO DE ADVIENTO. CICLO A

UN BAUTISMO DE ESPERANZA

Al excesivo optimismo lo llamamos “poesía”, “alucinación”, o incluso –en un sentido más positivo- utopía. La persona utópica fija su mirada en aquello que todavía no tiene lugar en nuestro mundo. Al excesivo pesimismo lo describimos como decepción, depresión, desesperación: cuando tememos un futuro desgraciado: calentamiento global, conflictos, guerras, olvido de Dios… A veces, no esperamos grandes sorpresas, ni positivas, ni negativas …Esta sensación contrasta con el mensaje que hoy nos transmite la liturgia. 

El bendito día que está por venir (Isaías)

El profeta Isaías se muestra sobremanera esperanzado y optimista en el fragmento del capítulo 11, hoy escogido. Se trata de un poema utópico que canta aquello que sucederá en aquel bendito “día” que está por venir: 

  • surgirá un “un nuevo rebrote” en el tronco o en la raíz de Jesé, un vástago, un descendiente en la casa de David;
  • sobre él se posará “el Espíritu Santo, con sus seis dones” (prudencia, sabiduría, consejo, valentía, ciencia y temor de Dios); 
  •  será un hombre justo y leal, que administrará justicia rectamente, especialmente con los desamparados.
  • Se creará un contexto de armonía y paz en el país, en la naturaleza: “el país estará lleno de la ciencia del Señor, como las aguas colman el mar” y se superarán todas las hostilidades y todo entrará en alianza (lobo y cordero, novillo y león, vaca y oso, león y buey, niño y áspid).

Jesús nos introduce en un mundo diferente (Pablo)

El apóstol Pablo nos dice también que la lectura de las Escrituras, de la Palabra de Dios, nos da tal consuelo y paciencia, que mantienen nuestra esperanza. Pero el gran motivo para seguir esperando en un mundo diferente es Jesús. 

En Jesús se cumple la promesa hecha por Dios a David, de que su reino no tendría fin. Jesús es el descendiente, el vástago de David, sobre quien posa el Espíritu con sus dones.

Jesús es aquel en quien Dios cumple sus promesas y manifiesta su fidelidad no solo hacia el pueblo judío, sino hacia todos los pueblos de la tierra

Juan Bautista invitó al pueblo a soñar (Juan Bautista)

Los sueños son viables cuando la gente comienza a creer en ellos. Quizá nada acontezca de verdad en nuestro mundo, sin nuestro consentimiento. El Dios de la Alianza no va a imponer sus dones, si antes no cuenta con nuestro beneplácito. 

Hay que alimentar los sueños. Hay personas, conscientes de aquello que puede llegar, y que dedican su vida a alimentar sueños. Decía acertadamente Cora Weis que

 “cuando soñamos solos, sólo es un sueño. Pero, cuando soñamos juntos, el sueño se puede convertir en realidad”. 

Juan Bautista fue aquel hombre providencial que invitó a su pueblo a soñar, a salir de su incredulidad y de su depresión. Lo hacía con energía, con convicción, apasionadamente.

Juan pedía a la gente preparar el camino, pues ¡el Señor viene!  Estaba convencido del poder impresionante de Dios y de la inminencia de las soluciones a los problemas que traería consigo: “reunirá el trigo en el granero…. quemará la paja”, os bautizará con Espíritu Santo y fuego.

Juan Bautista anuncia la utopía, pero ya presente, llamando a las puertas. Se aíra ante quienes no creen, no esperan, se oponen… Son los dirigentes espirituales (fariseos), religiosos (sacerdotes) y políticos (saduceos) del pueblo. Los llama “camada de víboras”, gente demasiado acostumbrada al pasado y totalmente cerrada al futuro.

Su padre Zacarías se había opuesto al proyecto de Dios, pero se convirtió a la esperanza. Así ahora, Juan Bautista llama a los opositores para que se conviertan a la esperanza. ¡Las promesas están a punto de realizarse! Pero no se sitúa en el templo de Jerusalén, sino en el desierto. Evocaba de esta manera, la necesidad de refundar al Pueblo, allí donde Dios mismo lo fundó.

Un bautismo de esperanza

La esperanza no nace de la autosugestión. No podemos hacer brotar la esperanza en nuestro espíritu. Necesitamos un bautismo de esperanza; un baño que se derrame sobre todo nuestro cuerpo y lo vitalice, lo regenere. Quien ha recibido el don de la esperanza, ve la realidad de otra manera; no se preocupa tanto; descubre la mano providente de Dios en todo lo que acontece y siempre sabe que la Gracia vencerá

La esperanza llegará a nosotros como un bautismo: al principio de agua, después de fuego y de Espíritu. La esperanza debe ser suplicada. Es fuego de Dios en nuestro corazón. Es luz de Dios en nuestro camino. Es moral de victoria en nuestras luchas. 

En este domingo segundo de Adviento, ¿por qué no disponernos a recibir el bautismo de la esperanza? 

Para contemplar:
“Dime Señor ¿a quién tengo que esperar?” (Mocedades)

DOMINGO I. ADVIENTO. CICLO A

¿HAY QUE ESPERAR A ALGUIEN?

Estamos en vela… a la espera, cuando: esperamos algo, cuando esperamos a alguien, también cuando nos tememos algo; o cuando queremos que no se nos pase un acontecimiento previsible. Vemos esta misma actitud de vigilancia, cuando esperamos a alguien en las puertas de salida de las estaciones de autobuses, o del metro, o de los aeropuertos; o cuando llega la hora de un programa que nos interesa… Así mismo esperamos grandes acontecimientos cuando se anuncian con suficiente antelación.

Quien espera, centra su atención, hace lo posible por no perder la oportunidad que se le brinda. Mantiene dentro de sí una cierta tensión. Y ésta se relaja cuando se produce el encuentro, cuando llega lo esperado.

¿Tememos la llegada de algo terrible?

Hoy podemos hablar de la espera de un ataque bélico cuya preparación no han detectado las fuerzas de seguridad, o de un terremoto que los aparatos de medición sísmica no han logrado registrar, ni anticipar. Son éstos algunos de los rasgos de la “espera”. Sin embargo, muy distinta es la “esperanza”.

Esperanza en alerta: ¡llega el Hijo del Hombre! (Mt 24) 

El problema que hoy nos acucia es cómo alentar y despertar nuestras esperanzas religiosas.

¿Hay en nosotros alguna secreta esperanza de que algo grande, extraordinario, para nosotros y la humanidad pueda acontecer? Jesús quería inculcar en sus discípulos una actitud de esperanza y de alerta ante la imprevisible llegada del Hijo del Hombre: “estad también vosotros preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del Hombre”.En el mismo Evangelio de hoy se identifica la venida del Hijo del Hombre con la llegada de nuestro Señor.En su pedagogía, Jesús utiliza imágenes que sirven para alentar la esperanza y mantener alerta: la llegada imprevista del diluvio en tiempos de Noé, el asalto imprevisible de la casa por un ladrón, cuando es de noche. 

Cuando los sueños, al fin, se hacen realidad (Is 2)

Es ésta una vieja historia. Los profetas de Israel no podían pactar con las situaciones que les tocaba vivir. Denunciaban todo aquello que no respondía al proyecto originario de Dios: las injusticias, las violencias, las exclusiones. Lo vemos en la primera lectura de este domingo. Isaías presenta una visión de Judá y Jerusalén, que nada tenía que ver con la realidad de aquel momento.

Pero le fue dado ver lo que ocurriría al final de los días: “Al final de los días estará firme el monte de la casa del Señor”. Judá y Jerusalén se convertirán en el punto focal de toda la tierra, en el lugar de encuentro, de pacificación, de justicia.

La imagen profético-apocalíptica del Hijo del Hombre –propia del profeta Daniel- va en esa misma dirección, aunque la perspectiva es mucho más universal o mundial. El Hijo del Hombre es el poder alternativo a los poderes maléficos que dirigen la historia de los pueblos.  Es el símbolo del poder humanizador, que actúa en nombre de Dios y hace llegar a la tierra la justicia salvadora de Dios.

¿Por qué esperar al Hijo del Hombre? 

Porque es Él la solución que Dios nos ofrece, cuando los otros intentos de solución fueron insuficientes y fracasaron a causa del predominio del mal. Jesús se autodefinió como “el Hijo del Hombre”. En Él se cumplió la profecía de Daniel. Él se presentó a nosotros como el liberador, el instaurador de la humanidad soñada. Nuestra salvación está más cerca

Futuro y porvenir

Llamamos “futuro” aquello que nosotros programamos, aquello que nosotros podemos generar. En cambio “el porvenir” es imprevisible: no depende de nuestros proyectos; es imprevisible y sorprendente. El nombre cristiano del porvenir es “Adviento”. Los progresistas intentan ser actores o actrices del futuro. Los profetas anuncian y esperan el porvenir, el adviento. Todo adviento despierta nuestra fe, nuestra esperanza. 

Cristo nace cada día

Jesús fue y sigue siendo el gran protagonista del Adviento. El primer adviento preparó su encarnación y nacimiento en Belén. El segundo adviento acontece en la medida en que se hace presente en nuestro mundo a cada generación humana, a cada persona que lo acoge. “Cristo nace cada día”, decía una bella canción y nos envía su Espíritu y en su Espíritu Él nos comunica su Palabra y su Vida. Quien cree en Jesús sabe que está salvado. Quien descubre el mundo en manos de Jesús, sabe que este mundo no solo transmite malas noticias, sino que está abierto a la gran noticia de la salvación. 

No estamos dejados de la mano de Dios

Nuestro mundo no está dejado de las manos de Dios. El Dios de la Alianza está en medio de nosotros. Nos pide que no temamos. El día se echa encima. El Señor viene una vez más.

El tiempo de Adviento es pedagogía de esperanza. Comenzamos “nuestro año” sonriendo, esperando más allá de cualquier expectativa. Por eso, queremos vivir en pleno día. Conscientes de que tenemos a nuestro alcance aquello que nos hace despreocuparnos del futuro y construir gozosamente nuestro presente. Como decía nuestra Rosalía de Castro:

“Es feliz el que soñando, muere. Desgraciado el que muera sin soñar”.

Rosalía de Castro

Homilía Domingo 1 de Adviento

Video-canción “Cristo nace cada día”: 

DOMINGO XXXIV. JESUCRISTO REY DEL UNIVERSO. CICLO C

CRISTO REY ABRE LAS PUERTAS DEL PARAÍSO

Concluye el año litúrgico. Llegamos al final de nuestro camino espiritual. Y la madre Iglesia nos pone ante nuestra mirada a Jesús, rey del universo. Las tres lecturas nos introducen en el misterio de la realeza de Jesús: hijo del rey David (segundo libro de Samuel), el rey Crucificado (evangelio de Lucas) y el rey de la Luz, por quien todo fue creado (carta a los Colosenses).

El rey David reúne a las doce tribus hermanas de Israel – El Hijo de David reúne a los Doce

La primera lectura nos habla del rey David, que reúne en un solo pueblo a las doce tribus de Israel, antes dispersas y enfrentadas. Se acercaron a verlo y le dijeron: “¡Hueso y carne tuya somos!”. Los ancianos lo ungieron como rey de Israel, como su líder y su pastor, reconociendo que era el elegido de Dios. Y Dios le prometió que siempre tendría un descendiente y que su casa permanecería para siempre.
Y así sucedió. El ángel Gabriel le anunció a María, la esposa de José, hijo de David: “el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará eternamente sobre la casa de Jacob y su Reino no tendrá fin”.

El Rey crucificado – “Acuérdate de mí en tu Reino”

La lectura del Evangelio nos presenta el tramo final de la vida de Jesús. Ante Pilato Jesús proclamó: “Yo soy Rey” (Jn 18,37) y, por eso, Pilato mandó poner en la cruz esta inscripción: “Éste es el Rey de los judíos” (Lc 23,38). Las autoridades, el pueblo, los soldados y uno de los malhechores crucificados, se reían, burlaban y hacían muecas ante su Rey. Únicamente uno de los crucificados defendió la inocencia de Jesús y se dirige a Él, como un amigo hacia otro amigo… por su nombre: “Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino” (Lc 23,42), al Paraíso. Murió mirando a Jesús, sufriendo con Él, esperando con Él.
Y la respuesta de Jesús fue: “Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso”. El “hoy” es estremecedor. Le quita al viernes santo todo su carácter trágico. Y el Paraíso era el horizonte de esperanza y de felicidad.

El Rey de la Luz

La segunda lectura de la carta a los Colosenses nos pide que demos gracias a Dios nuestro Padre, porque nos ha sacado del dominio de las tinieblas; nos ha trasladado -como al buen ladrón- al reino de su Hijo querido y por hacernos compartir la herencia del pueblo santo en la luz.
Jesús es la Luz del mundo. Nosotros somos hijos de la luz, hijos del día. Donde reina el pecado allí hay tinieblas y queda frustrada la orden del Creador que al principio ordenó: “¡Hagase la Luz!”. Cuando Jesús murió las tinieblas cubrieron la tierra. Pero cuando resucitó, ya hay un ser que todo lo ilumina, es el Hijo querido, la imagen misma de Dios invisible, la primera criatura diseñada y generada, el modelo de toda la creación. “Todo fue creado por él y para él”. 
Sin luz no hay creación. Sin Jesús-Luz del mundo nada existiría. Todo existe gracias a Él. Su reino es cósmico. Nada se libra de su luminosidad y su calor: ¡Él es la luz del mundo!
Pero también es la cabeza del Cuerpo, de la Iglesia, porque vino a reunirnos a todos como hermanos. 

Conclusión

Confesemos, como el buen ladrón, a Jesús como nuestro Rey de Luz. Integrémonos en su Cuerpo, en su Iglesia, como miembros de Cristo, vivos, activos. No tengamos miedo a que nos reconozcan como sus seguidores. Y no idolatremos a nadie, porque será nuestra perdición.  Si somos de Cristo “reinaremos con Él”. O quizá mejor, nos espera su misterioso Paraíso.

José Cristo Rey García Paredes, cmf

Para Meditar (video)

DOMINGO XXXIII. TIEMPO ORDINARIO. CICLO C

JESÚS NOS “SUEÑA. ¡VALIENTES Y NO COBARDES!

El año litúrgico concluye siempre con un tono apocalíptico. No nos resulta muy agradable. Las tres lecturas de este domingo 33 tienen este tono: el profeta Malaquías contrapone el fuego que abrasa a los perversos a la luz que ilumina a los justos; san Pablo contrapone el trabajo creador a la parálisis destructiva de los vagos; Jesús-Maestro enseña a sus discípulos a no dejarse fascinar por lo que pasa, pero ser valientes en zonas de oscuridad y muerte, porque allí encontrarán la salvación.  

¿Fuego que abrasa, o luz que ilumina? 

El escenario apocalíptico es siempre estremecedor: en él se presenta la lucha final entre el bien y el mal. 
El profeta Malaquías plantea la gran alternativa: el destino de los malvados y perversos será un “horno”, en el que serán quemados hasta que no quede de ellos ni rama, ni raíz. En cambio, el destino de los que honran el nombre de Dios será luminoso y transformador: “los iluminará un sol de justicia que lleva la salvación en sus alas”.
La luz de Dios es, para unos, horno que abrasa y destruye y, para otros, vida. ¡Ese será el destino de unos y otros!

¡La Promesa en medio de la catástrofe!

Jesús no se mostró comprensivo con quienes le ponderaban la belleza del templo de Jerusalén. Los puso alerta ante lo que iba a suceder:

Ante esa terrible profecía, los discípulos le preguntan: 

Maestro, ¿cuándo va a suceder esto?
Y ¿cuál será la señal? 

Entonces el maestro inicia su discurso apocalíptico. Y les dice:

Habrá guerras de pueblos contra pueblos, revoluciones; en diversos países, habrá grandes terremotos, epidemias y hambre, grandes señales en el cielo. 

También les predice a sus discípulos lo que les sucederá:

Falsos mesías intentarán engañarlos y seducirlos. Serán perseguidos, los llevarán a los tribunales, los encarcelarán; comparecerán ante reyes y gobernadores. Sus mismas familias (padres y hermanos) y los propios amigos los traicionarán y matarán a algunos. Y, por ser discípulos de Jesús, serán odiados por todo el mundo.

Al mismo tiempo, Jesús les pide valentía, porque Dios los protegerá y ni un cabello de la cabeza perecerá y quedarán a salvo. 

Jesús – Maestro nos indica con su discurso que no nos dejemos fascinar por el “imperio de lo efímero”. Efímero quiere decir aquello sólo dura un día, o que es pasajero: pasa el encanto de la infancia, la belleza de la juventud, la fama de la adultez.

Jesús nos revela así, que algo inimaginable nos espera. Y conectando con la profecía de Malaquías, nos anuncia que una gran Luz nos iluminará y nos hará vivir sin ningún tipo de amenazas.

¡Nada ni nadie nos paralice!

El miedo paraliza y acobarda.

Jeff Koons

Había en la comunidad de Tesalónica, cristianos a quienes la expectativa del final del mundo les llevaba a “vivir sin trabajar”, “muy ocupados en no hacer nada”. Pablo les pide tranquilidad y ganarse el pan.

Él mismo se pone como ejemplo de cristiano valiente y trabajador. La acción humana en este mundo tiene sentido, aunque a veces se vea brutalmente interrumpida.

Conclusión

La palabra “apocalipsis” significa revelación. ¡Se abre el velo de aquello que estaba oculto!

Una Luz nos llega del Porvenir.

Y esa luz no resuelve nuestras preguntas, pero sí nos indica que el final no es oscuridad, ni frío.

¡Que hay salvación! Y   esa es la clave para dar sentido a nuestra vida aquí. 

Y también Jesús nos sueña… ¡generosos! en la sexta jornada mundial de los pobres

El lema de este día es: “Jesús se hizo pobre por vosotros”.
Esta jornada tiene un doble objetivo: 1) que reflexionemos sobre nuestro estilo de vida, teniendo en cuenta todas las pobrezas que aquejan hoy a la humanidad, especialmente después de la pandemia. 2) Que tengamos en cuenta la guerra de Ucrania: esa realidad que ha aparecido en el horizonte y que empobrece de una manera radical a muchas personas: genera muchísimos pobres e indefensos: millones de mujeres, niños, ancianos obligados a desafiar el peligro de las bombas.
La colecta e este día debe ser un signo de amor. La generosidad hacia los pobres tiene su raíz en Jesús, que se hizo pobre por amor. Que ninguno de nosotros nos sintamos exceptuados de la preocupación por los pobres y por la justicia social. 
Hay una pobreza que enriquece. Dando gratuitamente se obtiene un tesoro en el cielo. Hay una pobreza que humilla y mata. La pobreza voluntaria libera y nos hace felices. Mostrémonos en este día espléndidamente “generosos”.

José Cristo Rey García Paredes, cmf

PARA CONTEMPLAR Y MEDITAR

DOMINGO XXXII. TIEMPO ORDINARIO. CICLO C

¡CLAMOR DE RESURRECCIÓN!

El ambiente de guerra e inseguridad nos hace pensar: ¿qué sentido tiene una vida tan amenazada? ¿Será verdad que somos seres-para-la muerte? En cualquier momento nos vemos amenazados de muerte por dentro -en nuestro cuerpo- o por fuera… y la certeza de morir nos entristece. Las lecturas de este domingo 32, nos invitan a contemplar la realidad desde otra perspectiva: 1.No hay fecha de caducidad para Amor. 2. Convertir el asesinato en sacrificio. 3. Y si pasa, ¿qué pasa?

¡No hay fecha de caducidad para Amor!

La lectura del Evangelio, nos presenta un escena que hoy también nos interesa muchísimo.
Los saduceos, se sirvieron ante Jesús de la casuística matrimonial para oponerse a la resurrección de los muertos. El mayor argumento contra la resurrección estaría –según ellos– en la misma Palabra de Dios (en el Pentateuco).

La ley del levirato establecía que si un hombre casado moría sin hijos, su hermano estaba obligado a tomar a la mujer viuda y darle descendencia. Esta era la única forma de escapar del reino de la muerte: ¡tener hijos!, ¡tener descendencia! Si de esto se veía privada una persona, ¿qué bendición de Dios podría tener? Por eso se establece que, al menos, no falte esta descendencia bendita.
Para darle un cierto tono irónico a la pregunta, los saduceos se refieren a siete hermanos –¡posible referencia a los siete hermanos Macabeos en cuyo relato se habla de la resurrección!–. En su respuesta Jesús no aborda el tema de los macabeos. Su respuesta es que los saduceos no conocen las Escrituras, ni siquiera el libro del Pentateuco en el que ellos se basan. ¡No conocen el poder de Dios!
Jesús afirma que después de la muerte todos nosotros, en cuanto hijos de Dios e hijos de la resurrección, no nos casaremos, viviremos como ángeles, hayamos estado casados aquí o no lo hayamos estado. En el mundo de la resurrección ya no se puede morir, como tampoco los ángeles del cielo pueden morir. Esto significa que casarse es una realidad propia del mundo de la muerte. Ése es el sentido de la ley del Levirato. Jesús relativiza mucho esta ley al privarla de su carácter salvador. Si alguien muere sin descendencia ¡no pasa nada! ¡No pasa nada si alguien no se casa! ¡Hay otra vida! Nos espera otra condición de vida para siempre.
Por otra parte, Dios es totalmente diferente a aquel que se crea nuestra imaginación. No hay muerte en Dios. El amor de Dios acompaña a una persona siempre, no acaba con la muerte. Nuestro Dios es un Dios de vivos.

Convertir el asesinato en sacrificio

La primera lectura, nos muestra que la violencia antirreligiosa existe desde hace muchísimo tiempo. Los hermanos Macabeos la experimentaron en su propia carne. Pero los hombres y mujeres que sienten la cercanía de Dios son invencibles, insuperables. Así lo demostró esta familia ejemplar, liderada por su madre. Quienes confían en Dios saben que la muerte, el asesinato, no tiene la última palabra. Por eso, convierten la muerte violenta en sacrificio, en culto a Dios y en misericordia sobre el mundo. Mueren alabando a Dios y perdonando los crímenes de los seres humanos.
Lo peor es cuando hay personas que piensan que matando hacen un favor a la justicia. Son idólatras. Sirven a ídolos de muerte que ellos mismos se han creado. Dios es Dios de la Vida, nunca, nunca de la Muerte.

Y si pasa, ¿qué pasa?

En la segunda lectura, Pablo desea a los cristianos dos cosas: consuelo eterno y hermosa esperanza. Él sabe que la comunidad cristiana, y cada miembro de ella, está amenazada por “hombres malos y perversos… personas que no son de fiar”. Éstos son instrumentos del Maligno.
La existencia cristiana es lucha. Rechaza las armas de la muerte, pero emplea las armas de la esperanza, del amor al enemigo, de la oración, de la paciencia.

Conclusión

Los seguidores de Jesús proclamamos que¡Somos-seres-para-la resurrección! Nos negamos  a creer que el Amor sea derrotado por la muerte. El Amor desea superar cualquier barrera. ¿No fue el precioso libro el Cantar de los Cantares un grito de resurrección? ¡La Muerte no anegará a Amor! El amor que Dios nos tiene, no tiene fecha de caducidad. Y Jesús se lo dijo a los saduceos que no creían: nuestro Dios no es un Dios de muertos.
Sí, estamos en manos de la Vida. Y la Vida vencerá a la Muerte.

José Cristo Rey García Paredes, cmf

PARA LA VISIÓN PERSONAL

DOMINGO XXXI. TIEMPO ORDINARIO. CICLO C

DE ZAQUEO A “ZAQUEO”: LA OTRA PERSPECTIVA DEL SACRAMENTO

No acabamos de dar con la tecla del “sacramento de la Reconciliación”. Nos cuesta mucho celebrarlo. O lo dejamos para “más tarde”, o lo abandonamos totalmente. ¿Será Dios tan exigente? ¿Llevará cuentas del mal que cometemos? No sabemos cómo actuar ante la confesión en la que somos reos y acusadores.Las lecturas de este domingo nos colocan en otra perspectiva: 1) Jesús tiene la iniciativa y se auto-invita; 2) El Creador nos ama, por eso nos ha traído a la existencia; 3) ¡Seamos la gloria de Jesús! 

Jesús toma la iniciativa y se auto-invita 

Nos cuenta el evangelio apenas proclamado, que Jesús -antes de llegar a Jerusalén- entró en la ciudad de Jericó -importante centro comercial y nudo de comunicaciones-. Atravesó la ciudad y muchísima gente se congregó en las calles para verlo pasar.  

Un rico recaudador, jefe de publicanos y pecador, deseaba verlo, pero su baja estatura se lo impedía. Su nombre “Zaqueo” que quiere decir “el hombre de la pureza”, era lo opuesto a su conducta. 

Corrió, se subió a un árbol y esperó la llegada de Jesús. Y al llegar donde él, Jesús lo miró y le dio esta orden divina: “Baja enseguida. Hoy tengo que hospedarme en tu casa”. Zaqueo se llenó de alegría; “todos los demás” comenzaron a murmurar y hablar mal de Jesús. 

Ya los dos, a solas, Zaqueo hizo su confesión y su promesa: “Daré la mitad de mis bienes a los pobres y cuatro veces más a quienes he defraudado”. ¡Tal vez se quedaría sin nada! Pero se recuperó como hombre y ciudadano. Sólo entonces su nombre: Zaqueo -el purificado- se hizo verdad.

Y Jesús concluye la escena diciendo que Él ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido. El buen Pastor recupera a su oveja perdida.

El Creador nos ama, por eso nos ha traído a la existencia

La primera lectura, tomada del libro del capítulo 11 del libro de la Sabiduría, nos habla de nuestro Creador, el Padre, el Abbá de Jesús y nuestro. Y nos dice que Él ama a todos los seres que ha creado, los ama y no los odia. Si Zaqueo era bajo de estatura, el libro de la Sabiduría nos dice que nosotros somos ante nuestro Dios como “un grano de arena en la balanza”, como “una gota de rocío mañanero que cae sobre la tierra”. Si Zaqueo era pecador, el libro de la Sabiduría nos dice que nuestro Dios no nos persigue por nuestros pecados, sino que ante ellos “cierra los ojos” y “se compadece de nosotros”; que Dios nos ama y no odia a nadie: por eso, seguimos existiendo.

El balance final nos muestra que pesa más, muchísimo más, el corazón de Dios que ese granito de arena –sucia y pecadora– que somos nosotros a veces. 

¡Seamos la gloria de Jesús! 

Y finalmente, la segunda lectura -de san Pablo a los Tesalonicenses- nos pide que seamos dignos de nuestra vocación y que Dios cumpla nuestros buenos deseos; que Jesús esté orgulloso de nosotros y no defraudemos sus expectativas. 

Conclusión

El sacramento de la Reconciliación queda a veces reducido a “decir los pecados al confesor y cumplir la penitencia”.  En cambio, nuestro mundo tan dividido busca reconciliación contra la guerra y la división. La justicia humana busca reconciliación entre los enfrentados.

Las celebraciones de la reconciliación están llenas de belleza y de fiesta. ¿Qué deberíamos nosotros hacer para que esto ocurra en nuestras celebraciones del Sacramento? Por ahora baste decir una sola cosa: que el Ministro del Sacramento se muestre como el último de la fila, tal como muestra la plegaria de la Absolución: Dios Padre misericordioso (primero), que derramó el Espíritu Santo para el perdón de los pecados (segundo), te conceda por el ministerio de la Iglesia (tercero) el perdón y la paz, y ahora yo (el último) te absuelvo, en el nombre (¡no en mi nombre!) del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Cuando el ministro es “pura transparencia”, quien se acerca al Dios-Trinidad queda convertido en un auténtico “Zaqueo de Dios”.

P. José Cristo Rey García Paredes, cmf

 

DOMINGO XXX. TIEMPO ORDINARIO. CICLO C.

JESÚS ANTE EL “EGO” PRESUMIDO Y DESPRECIATIVO

Cuando ponemos nuestro “ego” en el centro, todo lo contemplamos y juzgamos a partir de una sola perspectiva: lo que yo soy, lo que yo pienso, lo que yo hago. Y si ahora nos preguntamos: ¿Y qué piensa Jesús de los ego-céntricos, de los egó-latras? Encontramos la respuesta en el evangelio de este domingo a través de un texto muy breve: la parábola del ególatra y del auto-humillado o humilde-humillado: del fariseo que presumía de su bondad, y del publicano que se avergonzaba de su maldad.  Así comienza el evangelio de este domingo 30:

“Algunos, teniéndose por justos (es decir, por buenos), se sentían seguros de sí mismos y despreciaban a los demás (por malos)”

La encarnación de dos formas de orar

La parábola de Jesús sobre el fariseo y el publicano no es un relato de buenos y malos. Jesús, narrador genial, nos presenta a dos personas a través de su forma de orar.

La oración del fariseo

El fariseo entra en escena. Para los oyentes de Jesús los fariseos eran personas agradables, positivas. El fariseo ora en su interior, ¡no en voz alta!¡Sólo Dios podía escucharlo! Lo hacía erguido, pues así era la costumbre en Israel. Su oración se asemeja a un breve examen de conciencia, del que él mismo se autocalifica como “sobresaliente” en buena conducta. 

  • Ayunaba dos días a la semana. Ayunar quería decir no comer ni beber nada hasta la caída del sol. ¡Buen sacrificio en el clima tórrido e implacable de Palestina!
  • Ofrecía el diezmo de todo lo que ganaba a los levitas y al templo, tal como pedía la ley (Num 18,21; Deut 14,22-27).  
  • Como decía el salmo 119: el fariseo “caminaba con vida intachable en la ley del Señor… guardaba sus preceptos de todo corazón”. 

Un hombre así ¿no sería digno de admiración y respecto? 

La oración del publicano

El publicano entra en escena. Para los oyentes de Jesús era una figura negativa, desagradable. Un publicano recaudaba los impuestos que ricos y señores del país, como también las fuerzas de ocupación, los romanos, imponían a una población empobrecida. Los publicanos solían ser en esto de recaudar inexorables, explotadores y defraudadores. 

Su oración en el templo se reduce a una sola frase: “¡Oh, Dios!, ten compasión de este pecador!”. Se quedó atrás. No se atrevía a levantar los ojos al cielo. Sólo se golpeaba el pecho.

Las puntualizaciones de Jesús

El fariseo contamina su oración de acción de gracias cuando -según el relato de Jesús- se centra en su “ego”: Yo ¡no soy como los demás, ladrones, injustos, adúlteros… y mirando hacia atrás con desprecio se atreve a decir: ¡ni como ese publicano! 

El publicano tira su “ego” por los suelos. Ennoblece su oración definiéndose como un “pecador”; expresa su lejanía de Dios, quedándose atrás en el templo; no se atreve a alzar los ojos al cielo, se golpea el pecho, pidiéndole a Dios únicamente compasión. En el salmo 50 se decía: “un corazón quebrantado y humillado tú no lo desprecias”.

La puerta del Reino de Dios 

Jesús trajo consigo un nuevo sistema: el Reino de Dios. No era un reino para “egos” autosuficientes: “quien quiera venir detrás de mí, que se niegue a sí mismo”. Quienes forman parte del Reino son “los pobres en el espíritu”, como el publicano, aquellas personas que piden perdón. En cambio, qué difícil es que un autosuficiente, un ególatra entre en el Reino:

“Os aseguro que este último volvió a su casa justificado, pero no el primero”.

El término “justificado” -empleado por el evangelista- es una forma gramatical que técnicamente se denomina “pasivo teologico”: es decir, que por sí solo ya todos entenderían que el publicano fue justificado por Dios, absuelto en el tribunal divino. En cambio, el fariseo no fue absuelto por Dios. María proclamó en su Magnificat que Dios “dispersa a los soberbios de corazón y enaltece a los humildes. ¡No juzguéis y no seréis juzgados! ¡No condenéis y no seréis condenados!

José Cristo Rey García Paredes, cmf.

DOMINGO XXIX. TIEMPO ORDINARIO. CICLO C

LA AUDACIA DE LA ORACIÓN: “no sabemos orar como conviene”

Hoy, Domingo 29, nos narra Jesús una parábola muy breve. Se atreve a comparar a Dios con un juez perverso-que ni temía a Dios ni le importaban los hombres. Y a compararnos a nosotros con una pobre “viuda” que insistentemente pedía justicia. Y todo esto para enseñarnos a orar, porque no sabemos orar como conviene. 

La parábola

El juez y la viuda vivían en la misma ciudad.

Había muchas viudas en tiempos de Jesús: se casaban muy jóvenes; sus maridos morían antes que ellas; también las repudiadas en su matrimonio eran consideradas “viudas”. En aquella sociedad patriarcal, indefensas, eran objeto de muchas injusticias e incluso no les estaba permitido presentarse en persona ante un tribunal.

La mujer viuda era una víctima de injusticias y abusos. Recurrió al juez para que dictara sentencia contra su adversario.

La viuda -que Jesús diseña en esta parábola- era, no obstante, muy audaz. Ante el juez insistía una y otra vez pidiendo justicia contra su adversario.  

¿Y cuál fue la respuesta del juez? Jesús lo presenta dialogando consigo mismo (¡un monólogo!) y diciéndose lo siguiente -traducido en nuestro lenguaje-: “¡Esta mujer me saca de quicio! ¡Siempre con problemas! ¡No la aguanto! ¡Estoy harto! ¡Le haré justicia porque si no va a acabar conmigo, ¡abofeteándome! (¡el término griego aquí utilizado era propio del boxeo en aquel tiempo!). 

Y aquí concluye el breve relato. Pero Jesús continúa, sorprendiendo a todos: 

“Oid lo que dijo este juez injusto. Y Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos, que claman a él día y noche, aunque los haga esperar? Os aseguro que en un abrir y cerrar de ojos les hará justicia.”

Lc 18, 6-8

Si un juez injusto en su hartura hace justicia, el justo Juez, nuestro Dios, ¿no va a responder a sus elegidos, que le suplican día y noche? Sí, responde Jesús. Y añade: ¡en un abrir y cerrar de ojos!

¡No sabemos orar como conviene! 

Nos lo dice san Pablo en el capítulo octavo de la carta a los Romanos. Pero añade: “el Espíritu Santo viene en nuestra ayuda”; y nosotros podemos añadir: “también Jesús viene en nuestra ayuda con la parábola de la viuda y el juez”, y ¿cómo no? Cuando nos enseñó a orar con el “Padrenuestro”.

Con cuánta frecuencia los cristianos rezamos el Padrenuestro. Pero ¿sabemos bien lo que decimos? No es una oración para resolver “mis problemas”, no es una oración por “los míos” o “lo mío”. El “nosotros” está omni-presente en la oración de Jesús. La oración posibilita la conexión entre el cielo y la tierra. En esa conexión ¡todo se resuelve! La oración nos pone en contacto con el Creador del cielo y la tierra, con el Providente y Sustentador del universo, con el Dios que tanto ama al mundo…

Oraciones peligrosas

Un autor Craig Groeschel ha escrito un libro titulado “oraciones peligrosas”. Y dice que en ese tipo de oración Dios actuaría interrumpiendo nuestros planes egocéntricos y nos orientaría hacia el “Hágase tu voluntad”. Nos preocuparíamos mucho más de los demás. Renunciaríamos a controlar nuestra vida y a confiar más en Él. La oración no nos haría “perfectos”, pero sí extraordinariamente “inquietos”. 

Es el tiempo de cambiar nuestro modo de orar. Es el tiempo de buscar a Dios apasionadamente, con todas las fibras de nuestro ser. Abandonarnos a él. Es el tiempo de comenzar a orar oraciones peligrosas. Si quieres que tu vida cambie, ora audazmente. Si oras con audacia tu vida no será la misma nunca más.

Busca a Dios y sueña en grande. Rechaza el miedo a fracasar. Es el tiempo de aventurarse. De confiar. De ser temerario, de creer. Es el tiempo de orar alzando los brazos, como Moisés, y vencer. 

El gran teólogo Johan Baptist Metz se preguntaba: ¿cómo es posible que rezando tantísimas veces “¡Venga a nosotros tu Reino!” o el “pan nuestro de cada día, dánoslo” no haya llegado el Reino y el hambre siga presente en el mundo? ¡Excelente pregunta! La viuda del evangelio y Moisés nos dan la respuesta. ¡Hay que insistir! ¡Mantener elevadas nuestras manos hacia el cielo! La oración salvará al mundo.

José Cristo Rey García Paredes, cmf