Domingo 12. Tiempo ordinario. Ciclo A

¡NO TENGÁIS MIEDO!

María de Paco Paso

Hay personas que dan miedo y otras que viven atenazadas por el miedo.  Esto pasa en la sociedad… esto pasa también en las comunidades cristianas. La consigna de Jesús a sus discípulos era, sin embargo: “¡No temáis! ¡No tengáis miedo!”. 

Hoy recibimos en la Liturgia un triple mensaje:

  • Quien cree, supera el miedo
  • El poder de Jesús supera el pecado de Adán
  • Por lo tanto… ¡no tengáis miedo!

Quien cree, supera el miedo

La primera lectura nos evoca la figura de un profeta valiente y sin miedo: Jeremías. Comenzó su ministerio profético siendo muy joven: su objeción a Dios era: “soy como un niño que no sabe hablar”. Superó su timidez a través de una inmensa seducción por Dios. Al principio, nadie le hacía caso; escuchaba el cuchicheo y el desprecio de la gente; después se vio acosado y condenado por las autoridades; hasta sus amigos lo acechaban para abatirlo y vengarse de él.

La vocación de Jeremías sirve de modelo a tantos jóvenes que sienten las llamadas de Dios y se ven acosados por muchos frentes: familia, amigos, sociedad. Dios no quiere que se dejen llevar por el miedo. Y si responden, les concede una energía interior capaz de superar cualquier dificultad.

Jeremías nunca se dejó doblegar. Le expulsaron del Templo, le expatriaron… pero siguió firme, porque Dios estaba con él. Lo mismo hacen hoy quienes seducidos por Dios pierden el miedo.

El poder de Jesús supera el pecado de Adán

Kiko Flores, La Virgen de los no nacidos

En la segunda lectura san Pablo nos invita a ser realistas, pero al mismo tiempo, muy esperanzados. 

Solemos ser demasiado pesimistas respecto al poder del mal. Es innegable que el misterioso pecado de los orígenes ha infectado a muchos, individuos y sociedades. Y con el pecado ha venido la muerte, que ha pasado a todos, porque “todos pecamos”. Desde Adán todos estamos infectados.

La situación cambió radicalmente cuando llegó Jesús ¡mucho más poderoso que Adán! Jesús es el antídoto contra esa infección universal. Jesús curaba a todos y se autoproclamaba así: ¡Yo soy la Vida! Por eso, donde abunda el pecado, sobreabunda la Gracia.

Jesús refundó la humanidad. Ya la humanidad está salvada, aunque todavía no lo veamos. El antivirus contra el mal está ya funcionando y de verdad que lo elimina perfectamente.

Por lo tanto… ¡no tengáis miedo! 

Para tener la valentía del profeta Jeremías, Jesús nos aconseja en el evangelio de hoy: 1) ¡No les tengáis miedo! : a quienes matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. Dios Padre está con nosotros y aun lo que parece malo acabará siendo bueno y excelente. 2) ¡Fuera el ocultismo… todo a las claras! “no hay nada encubierto que no haya de ser descubierto, ni oculto que no haya de saberse”. Un auténtico discípulo de Jesús no tiene nada que ocultar. 3) ¡Si das la cara por Mí, yo la daré por ti! Es una especie de pacto del Señor con su evangelizador. Lo que haga el Evangelizador por Jesús, lo hará Jesús por su Evangelizador.

Conclusión

El antídoto contra el miedo es la fe. Quien tiene fe, se siente libre, no teme a nada ni a nadie: el Señor es mi Pastor… aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque Tú vas conmigo. Tu vara y tu callado me defienden. Quien tiene fe sabe que está protegido por el Espíritu de Dios, el Paráclito.  “Creí y por eso hablé”, decía san Pablo. ¡No tengáis miedo… es el gran lema de la Pascua y de la Misión. 

José Cristo Rey García Paredes, CMF

DOMINGO 11. TIEMPO ORDINARIO. CICLO A

¡No porque seamos los mejores!

En este domingo, salgamos de la rutina y preguntémonos: ¿Qué es lo que me impulsa a ser cristiano? ¿Por qué pertenezco a la Iglesia de Jesús?  La liturgia de este domingo nos responde así: ¡Dios ha tenido la iniciativa! ¡Nos ha rescatado y nos ha concedido la dignidad de “aliados suyos· y “¡no, porque seamos los mejores…”
Dividiré la homilía de este domingo en tres partes:
1. Dios nos declara su amor
2. La prueba de que Dios nos ama
3. Jesús, “el compasivo”

Dios nos declara su amor

La primera lectura del libro del Éxodo nos ha hablado de la declaración de amor de Dios hacia el pequeño pueblo de Israel, esclavizado por los faraones en Egipto. Dios fijó en él sus ojos, escuchó sus lamentos y de una manera portentosa lo liberó… sin armas ni batalla: “os he llevado sobre alas de águila”. ¡Qué bella expresión!
También nosotros formamos parte del Pueblo de la Alianza: el día de nuestro bautismo fuimos ungidos con el óleo santo mientras el presbítero declaraba: “Dios todopoderoso…te consagre con el crisma de la salvación para que entréis a formar parte de su pueblo y seas para siempre miembro de Cristo, sacerdote, profeta y rey”. Por eso, hermano, hermana, reconoce tu dignidad de sacerdote, profeta y rey. En la Iglesia no eres un cualquiera… Para Dios eres más importante de lo que te imaginas.

La prueba de que Dios nos ama

Ya en el desierto, Dios le hizo a su pueblo una declaración de amor: “si escucháis mi voz y guardáis mi alianza, seréis mi propiedad personal entre todos los pueblos; seréis para mí un reino de sacerdotes y una nación santa”. La única condición: escuchar su Palabra y vivir siempre en Alianza fiel con Él.

San Pablo, en la segunda lectura, con mucho realismo nos dice, que cuando nosotros éramos pecadores, y no lo merecíamos, Cristo murió por nosotros. Y lo hizo porque Dios nos ama, a pesar de todo. Dios es fiel a su Alianza: y ésta no depende de que me porte bien o mal, sino que es un lazo permanente que mantiene a Dios comprometido conmigo para siempre.

Jesús, el compasivo

Un rasgo de Jesús -según el evangelio de san Mateo que acabamos de proclamar- era su compasión: ante la gente “extenuada, abandonada, decepcionada de sus dirigentes (¡ovejas sin pastor!) Jesús sentía conmoción en sus entrañas. Por eso, se acercaba a los necesitados de ayuda y los curaba y atendía. Más todavía: deseo prolongar visiblemente su compasión y eligió a los Doce Apóstoles, para que hicieran lo mismo que él: curar expulsar demonios, resucitar… A ellos y sus sucesores Jesús les prometió: ¡Haréis las obras que yo hago… y aun mayores! Pero añadió una cláusula importantísima: Lo habéis recibido gratis, ¡dadlo gratis!

Conclusión

Cuando la Iglesia es fiel a la Alianza de Dios con ella, es la comunidad del anillo. No ocultemos ese misterio anillo que se nos concedió en el Bautismo. Sintámonos profetas, sacerdotes y reyes, enviados de Jesús al mundo para extender por doquier la compasión. Lo que Dios ha hecho por nosotros, hagámoslo nosotros por los demás.

José Cristo Rey García Paredes, CMF

CORPUS CHRISTI. CICLO A

¡PASMO ANTE EL MISTERIO EUCARÍSTICO! EL “CORPUS CHRISTI”

Lo más importante en este día del “Corpus Christi” no son los esplendores ceremoniosos: vestiduras, custodias, procesiones, cantos, inciensos, autoridades, rituales… Lo más importante en este día es el Cuerpo y la Sangre que buscan conmovernos, hacernos entrar en un pasmo de amor. A quien esto experimente, le sobrará todo lo demás.

Jesús no fue un frío maestro, que desde fuera nos quiso enseñar su doctrina. Jesús se acerca a nosotros. Nos habla. Nos lava los pies. Nos toca para curarnos. Nos entrega su mismo Cuerpo y Sangre. La frialdad ante Jesús, es frialdad a la enésima potencia. Cualquier gesto acostumbrado ante Jesús es ofensivo. Ya lo dijo Él: es como echar las perlas a los cerdos.

¡No solo de pan! o el arte de vivir

El autor del Deuteronomio no tiene la menor dificultad en atribuir a Dios todos los sufrimientos que padecieron los Israelitas durante su camino de 40 años por el desierto. Dios era el causante del hambre, de la sed, de las amenazas a la vida.
Pero ¿con qué objetivo? “Para que aprenda que no solo de pan vive el hombre, sino de toda Palabra que sale de la boca de Dios”. Dios Padre quiere enseñar a sus hijos el arte de vivir, cómo vivir en Alianza, cómo dignificar la vida. Vivir en diálogo con Dios es la forma más sublime de vida humana. Por eso, dice el libro de los Proverbios 3,11-12:

“No desdeñes, hijo mío, la instrucción de Yahweh, no te dé fastidio su reprensión, porque Yahweh reprende a aquel que ama, como un padre al hijo querido”.

Pero, el Padre Dios no deja a su pueblo morirse de hambre y de sed. Por eso, hace surgir agua en la roca y les da pan del cielo o maná. Todo es gracia de Dios: la palabra, el agua, el pan.
Esta lectura nos hace evocar a Jesús. El fue llevado también por el Espíritu de Dios al desierto, para ser probado como “hijo querido”. Jesús fue un auténtico hijo y escuchó la voz de Dios y no quiso procurarse el pan por su propia cuenta. Vivió pendiente de la Palabra de Dios.
Nuestro hermano mayor, Jesús, nos dio una excelente lección, que podría resumirse en:

  • ¡No veas en el sufrimiento y en las dificultades un castigo, sino una pedagogía necesaria que el Abbá y el Espíritu utilizan contigo!
  • ¡No quieras solucionarte en este tiempo tus problemas! ¡Deja que venga del cielo el agua, el pan y la palabra! ¡Espera a que Dios se pronuncie!
  • Después de una corta tribulación, uno aprende a vivir de otra manera…

¡Increíble Comunión!

Pensar que es posible entrar en comunión con Cristo, con Jesús resucitado y glorificado, puede parecer ciencia-ficción. Algunas personas se lo creen tan de pié juntillas, que ni se extrañan, ni se estremecen.
Pero Pablo tuvo que interpelar a los Corintios. Supongo que en sus palabras y en su rostro se desvelaba su amor apasionado al Señor, su experiencia continuada de la Presencia.
“Comunión con la sangre de Cristo”: esa sangre que se le derramó -¡hasta la última gota!- en el Calvario, era “sangre derramada por nosotros”. Aquella sangre no se quedó en el Calvario, ni en la tierra del monte Gólgota. Aquella sangre resucita misteriosa y se hace bebida para el Camino. Beber el cáliz es entrar en comunión con el Jesús que se da totalmente, sin reservas… hasta la última gota.
“Comunión con el Cuerpo de Cristo”: el cuerpo de nuestro Señor fue siempre lugar de encuentro, fuente de energía que todo lo curaba, misterioso punto de partida de todas sus palabras. El cuerpo de Jesús -desde el talón de los pies hasta la coronilla de la cabeza- era un Cuerpo que conservaba las memorias más sublimes del ser humano y las memorias más sublimes de Dios. No hay ni puede haber “tesoro” como ese Cuerpo. Parece increíble que podamos entrar en comunión con ese Cuerpo, ya en su plenitud, en toda su luminosidad y expresividad…. invadido de vida eterna. Ese cuerpo se nos da en el pan eucarístico.
¿Puede haber momento más feliz, más extático, que el momento de la comunión? ¡No busquemos enseguida consecuencias morales o moralizantes! Dejemos por una vez, el “qué tenemos que hacer”, y disfrutemos de esta admirable Comunión.

Identificación eucarística con el ¡Hijo de hombre…!

Cuando Jesús se define como “hijo del hombre” nos está dando una clave para entender sus palabras. Jesús sabía que el título apocalíptico “hijo del hombre” le pertenecía. En ese título se hablaba de un Mesías del todo especial. ¡No una Mesías davídico solo  para Israel, sino un Mesías mundial, para todas las naciones! ¡No un Mesías capaz de abatir a todos los imperios de injusticia con el poderío de sus ejércitos o su espada, sino un Mesías “humano”, muy humano, no violento, humilde! Jesús, en lugar de decir, “yo”, o “mi”, hablaba del “hijo del hombre”.
Bastaría recordar todas las expresiones evangélicas en que Jesús se denomina así, para descubrir la imagen de un Mesías servidor, pobre, entregado, enamorado de la humanidad y en especial de los más pobres, víctima de la violencia y contradicho por las autoridades civiles y religiosas.
Por eso, seguir al Hijo del hombre no era fácil. Daba miedo. No conducía a escalar altos puestos, sino a situarse en “los últimos”. Por eso, cuando Jesús invita a comer la carne del Hijo del hombre y a beber su sangre, si queremos recibir su influjo mesiánico y tener vida, recibe excusas e incluso hay gente que se escandaliza. Comer la carne del Hijo del hombre no es -y perdóneseme la expresión “tragar”-, se trata de un proceso lento de asimilación. Beber la sangre no quiere decir, tomarla de un trago, sino ir bebiéndosela gota a gota, hasta apurar el cáliz, para identificarse con la oblación y entrega del Hijo del hombre.
Jesús sabe que todo su ser tiene vocación de Cuerpo y de Cuerpo que incorpora. Cualquiera de nosotros puede incorporarse a Jesús, si cree en Él y lo desea. Sólo haciéndonos con-corpóreos y con-sanguíneos, tendremos vida en nosotros, vida abundante. ¿Nos damos cuenta de la grandeza de la Comunión?

José Cristo Rey García Paredes, CMF.

LA SANTÍSIMA TRINIDAD. CICLO A.

LA SANTÍSIMA TRINIDAD: AMOR, GRACIA Y COMUNIÓN

“Ella comprendió entonces que Dios no es uno que se aburre, sino tres que se aman. Comprendió el misterio del amante, el amado y el amor” (Antonio Gala, Las afueras de Dios,. p. 269).

Es hoy la fiesta de nuestro Dios. No tenemos un dios solitario, ni soltero. No tenemos un dios múltiple, como los dioses del Olimpo. Nuestro Dios es Padre-Hijo-Espíritu, es Trinidad. Pero Trinidad en-amor, o Trinidad En-amorada. Por eso es Trinidad Una. – Descubrir este Misterio es para nosotros la clave del cristianismo, porque hemos sido creados “a imagen y semejanza de Dios”.

Dividiré esta homilía en tres partes:

  • Tanto amó Dios Abbá al mundo…
  • Alegraos, la Trinidad os bendice
  • El Señor, esté con vosotros

“Tanto amó Dios Abbá al mundo”

El evangelio que acabamos de proclamar pone en los labios de Jesús la más inaudita noticia que un ser humano puede escuchar: Que Dios es Amor, que ¡tanto amó Dios Padre a su creación, a nuestro planeta tierra, a la humanidad, que nos envió a su Hijo amado, al Hijo eterno de sus entrañas! Y quiso que naciera de “mujer”… en todo como nosotros, menos en el pecado.
Y esta es nuestra primera convicción de fe: ¡Dios es Amor! ¡Dios es Luz, sin tiniebla alguna! Dios es la Belleza infinita. Dios es alegre. Y ese Dios es amor, sonrisa y belleza seductora.

¡Alegraos! ¡Animaos! ¡La Trinidad os bendice!

En la segunda lectura san Pablo nos exhorta a vivir todos unidos, a llenar de alegría nuestra vida, a conseguir relaciones de paz y colaboración. Y todo ello, por una sola razón que repetimos ritualmente en muchas eucaristías:

La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo esté siempre con todos vosotros.

Gracia, Amor y Comunión son los otros nombres de la Trinidad, cuando ella se refleja en nosotros. Jesús es regalo, gracia de Dios. Abbá es Amor primordial y primero. El Espíritu es Comunión, unidad de los diferentes.

La presencia trinitaria llena a la comunidad de alegría, ánimo, paz, reconciliación. La comunidad tiene en la Santa Trinidad su fuente y su modelo.

“¡Mi Señor vaya con nosotros!”

La revelación del Dios Trinidad, Amor, Gracia y Comunión ya se vislumbraba desde el principio, Dios se comprometió con el ser humano, con su creatura, cuando la creó a su imagen y semejanza. El Creador no puede olvidarse de la hechura de sus manos y, menos todavía, de su obra maestra.
La primera lectura, tomada del libro del Éxodo nos describe a nuestro Dios como “compasivo y misericordioso”, que está siempre a nuestro lado en nuestro caminar por la historia, sea ésta personal o colectiva. Y por eso, se pregunta el autor sagrado: ¿qué pueblo de la tierra tiene un Dios como nuestro Dios? ¿un Dios tan cercano, tan preocupado por los seres humanos, tan interesado por sus creaturas?
Nuestro Dios es Aquel que siempre nos tiene presentes, como la persona enamorada tiene siempre presente a aquella que ama. Hasta se dice que nuestro Dios no es indiferente ante nuestra respuesta: si no le respondemos se pone “celoso”… porque está apasionado por nosotros. Dios quiere ser nuestro “único”. “No adoréis a nadie” cantamos con frecuencia.
El Misterio de la Trinidad nos hace superar tanto el monoteísmo, como el politeísmo. Nuestro Dios es Trinidad: Padre-Hijo y el Espíritu de los dos. Y así lo confesamos tantas veces con sublime admiración:

Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, al Dios que es, que era y que viene.

José Cristo Rey García Paredes, CMF

DOMINGO DE PENTECOSTÉS. CICLO A

¡EL ESPÍRITU SOBRE TODA CARNE!

Pentecostés es la fiesta de todos. Es la fiesta del mundo. El Espíritu se derrama sobre toda carne, como regalo de Dios Padre y de Jesús resucitado a la humanidad, a la tierra, a toda la creación. El Espíritu es enviado para renovar la faz de la tierra.
Dividiré esta breve homilía en cuatro partes:

  • 1) La fiesta del Espíritu;
  • 2) las lenguas del Espíritu;
  • 3) La revolución de Pentecostés;
  • 4) alternativas para la comunión de los diversos.

La fiesta del Espíritu

En la escena de Pentecostés se aprecia cómo el Espíritu desciende sobre los Doce, pero también… sobre las mujeres, sobre los familiares de Jesús. 
Cuando abandonando el Cenáculo, salen a las plazas, Pedro, como el gran portavoz de la comunidad, comunica a todo el mundo la gran noticia. Pero lo hace no con sus propias palabras, sino evocando las palabras del profeta Joel: 

El Espíritu se ha derramado sobre toda carne: ancianos, jóvenes, hombres y mujeres… 

La expresión “toda carne” hace referencia a la totalidad de los seres vivientes. ¡Qué maravilla! Para Pedro ¡sobre toda la creación se derrama el Espíritu y se convierte así en “santuario” del Espíritu de Dios. Ya lo había proclamado ante el Sanedrín el intrépido joven helenista Esteban: “El Altísimo no habita en casas construidas por manos de hombre” (Hech 7,48)

La presencia del Espíritu no está circunscrita a lugares o personas determinadas. El Espíritu está por doquier: en todo pueblo, en toda religión, en todo ser humano, en toda criatura. Hoy es la fiesta de la presencia del Espíritu en toda carne.  

Las lenguas del Espíritu

Pentecostés es un acontecimiento lingüístico. El único fuego se esparce en llamas. El único mensaje se expresa en todas las lenguas, en todas las culturas. El autor de los Hechos menciona a personas de 17 países que escuchan la voz del Evangelio en sus propias lenguas: 

  • partos, medos, elamitas;
  • habitantes de Mesopotamia, Judea, Capadocia, el Ponto, Asia, Frigia, Panfilia, Egipto, la parte de Libia fronteriza con Cirene,
  • forasteros romanos, judíos y prosélitos, cretenses y árabes.

El Espíritu habla todas las lenguas del mundo y en ellas se expresa. No tiene barreras que le impidan hacerse presente.

La revolución de Pentecostés

Se acabó el sueño de una iglesia meramente “judía”. Se acabó el proyecto de una iglesia dominada solo por una cultura, una lengua, un estilo. Con Pentecostés se hace realidad el sueño de una Iglesia católica. En ella, cualquier pueblo se siente “en casa”: no necesita pagar peajes culturales, ni renunciar a su lengua y lenguaje. ¡Nadie, nadie, debe ser excluido!
Hay que estar muy atento para no apagar las llamaradas del Espíritu. Así nos lo pidió Pablo: “no apaguéis el Espíritu” (1 Tes 5,19) y también…: “no entristezcáis al Espíritu Santo de Dios” (Ef 4,30).

Alternativas para la comunión de los diversos

Lo que caracteriza al Espíritu Santo es su capacidad de expresarse en lo diverso. Es como el agua que todo lo humedece. Como el fuego que todo lo enciende. Como el aire que penetra por cualquier resquicio.
El Espíritu de Dios es uno solo y es amor. Los malos espíritus son “legión” y generan división, enfrentamiento y odio.
Los caminos que el Espíritu ofrece articulan lo diverso: el Espíritu es abre-caminos. Las prohibiciones son cierra-caminos. Las prohibiciones sirven de poco, si no ofrecen caminos alternativos. Los líderes con Espíritu siempre encuentran alternativas. 

Conclusión

Hoy, Pentecostés, exclamamos: “Veni Sancte Spiritus”. Nos disponemos a acoger el gran regalo de Dios Padre y de Jesús resucitado. Y ese regalo tan personal lo comparamos al fuego, al torrente, al viento huracanado, al amor apasionado, a la capacidad creadora, a la belleza embellecedora, al toque delicado que a vida eterna sabe. “Quien al Espíritu tiene, nada le falta. Sólo el Espíritu de Dios… basta”.Pentecostés no aconteció sólo hace 2.000 años. “Todos los días es Pentecostés” (Orígenes).

José Cristo Rey García Paredes, CMF

 

VII DOMINGO DE PASCUA. DOMINGO DE LA ASCENSIÓN. CICLO A

LOS CUARENTA DÍAS Y LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR

La ascensión de Jesús al cielo no aconteció inmediatamente después de la Resurrección del Señor. El evangelista san Lucas nos transmitió una visión de conjunto de todo lo que sucedió en aquellos misteriosos cuarenta días: las sorprendentes apariciones de Jesús, individuales y colectivas y la promesa de una nueva fase en la historia de la humanidad: el Envío, la Misión del Espíritu Santo.
Dividiremos esta homilía en tres partes:
  • “Mientras comían juntos”
  • Enviados a todas las etnias
  • Conocerlo: ¡qué gracia tan inmensa!

“Mientras comían juntos”

Pero quizá lo más llamativo, con lo que inicia su relato de los Hechos, fue, que “mientras comían juntos, Jesús se les apareció y les pidió que no se alejasen de Jerusalén”.
Jesús resucitado no desapareció definitivamente de la vida de sus discípulos y discípulas. El evangelista Lucas, autor también de los Hechos de los Apóstoles, nos dice que permaneció un tiempo “dando instrucciones a los apóstoles, que había escogido, movido por el Espíritu Santo”. Y añade que se les presentó él mismo después de su pasión, dándoles numerosas pruebas de que estaba vivo, apareciéndoseles durante cuarenta días y hablándoles del reino de Dios”.
Durante los cuarenta días transcurridos entre la Resurrección de Jesús y su ascensión al cielo hubo encuentros de una extraordinaria intimidad entre Jesús resucitado y sus discípulos: Jesús les hablaba del Reino de Dios y les hacía comprender lo que hasta aquel momento había sido incapaces de entender.

No obstante, Jesús no respondió a una de sus inquietudes políticas: ¿cuándo vas a restaurar el reino de Israel? Para ellos sólo esta restauración llevaría a cumplimiento la misión de Jesús en la tierra. Sin embargo, Jesús les dijo que todavía quedaba pendiente algo muy importante: la venida y la Misión del Espíritu santo.
Dicho esto, Jesús desapareció de su vista. Entró en el Misterio de Dios Padre. El Espíritu Santo abrirá una nueva etapa: el Espíritu, derramado sobre ellos, los convertirá en testigos de Jesús para todo el mundo…. hasta los confines de la tierra.

Enviados a todas las etnias

Cuando la comunidad primera se despide de Jesús, recibe de él una misión: Jesús la llama, la consagra, la envía. Entre algunos miembros de la comunidad surgen dudas e incredulidad. Poco a poco se van superando los recelos. Jesús resucitado ha recibido de Dios Abbá todos los poderes, en el cielo y en la tierra: quienes le van a conquistar el mundo no son sus discípulos, sino Él mismo por medio de su Espíritu ¡Es el Señor de cielo y tierra!
Los discípulos, llamados por Jesús y enviados por Él, no hemos de temer. Él está con nosotros todos los días. Su ascensión le ha conferido todo el poder. Ese poder santo, recibido del Abbá, no lo ha separado ¡ni mucho menos! de nosotros.

¡Conocerlo! ¡Qué gracia tan inmensa!

El mensaje de la segunda lectura de la carta a los Efesios puede resumirse en tres palabras: esperanza, gloria y poder.

  • Esperanza: la ascensión de Jesús al cielo nos invita a abrir los ojos del corazón, a no temer, ni deprimirnos: no fracasaremos; se nos concederá el éxito más insospechado.
  • Gloria: nos ha sido concedida como herencia la Gloria: es decir una vida esplendorosa, llena de Belleza, e invadida por la Belleza infinita de Dios. 
  • Poder: Dios va a desplegar a favor nuestro todo su poder. La resurrección de Jesús fue el comienzo… pero continuará también en nosotros. 

Jesús subió al cielo. Allí tenemos también nuestra morada. Aquí en la tierra, seamos testigos de la esperanza y cómplices del Espíritu Santo que nos es enviado.

José Cristo Rey García Paredes, CMF

VI DOMINGO DE PASCUA. CICLO A

EL GRAN “PORQUÉ” DEL SEGUIMIENTO DE JESÚS 

Después de escuchar el Evangelio de este domingo podemos quedar sorprendidos, como lo quedaron sus discípulos de Jesús, cuando en la última Cena les dijo: “Os conviene que yo me vaya”. Jesús se fue tras una corta vida de treinta y tantos años y un cortísimo tiempo de ministerio profético: tres años. Jesús nos dejó. Han pasado ya muchísimos años desde que esto aconteció.Sin Jesús constituiríamos un grupo inmenso de discípulos huérfanos, sin nuestro Maestro. Pero la Promesa de Jesús fue sorprendente: ¡No os dejaré huérfanos! ¡Volveré a vosotros! Pero ¿cómo?
Dividiré esta homilía en cuatro partes:

  • “Yo sigo viviendo” -dice Jesús-.
  • “No os dejaré huérfanos” – Su gran Promesa
  • Oraron para que recibieran el Espíritu Santo
  • Y si alguien te pregunta, ¿por qué eres cristiano?

1.   “Yo sigo viviendo” -dice Jesús-

Lo primero que Jesús dijo a sus discípulos fue: “Yo no estoy acabado”. El fin de Jesús no fue su fin, sino el comienzo de su invisibilidad: “el mundo no me verá”. 
Jesús, el Hijo, encontrará su estado definitivo: ¡estar con el Padre! Porque “ir al Padre era toda su añoranza, mientras estuvo en la tierra”. Y lo que caracteriza al Padre es, sobre todo, que es Amor: “Yo estoy en mi Padre”.  Impregnado del amor del Padre, también Jesús se llevará consigo a “los suyos”: “Y vosotros estaréis en mí y yo en vosotros”.

2.   ¡No os dejaré huérfanos! Su gran promesa

La ausencia de Jesús será compensada con el don de “otro Paráclito”. Sólo 5 veces aparece este término en los escritos de Juan. “Paráclito” significa “abogado”, “consejero, “el que ayuda”. Paráclito fue Jesús para sus discípulos mientras estuvo aquí en la tierra. 
Pero, al irse, nos prometió el envío de “otro paráclito”, es decir, otro defensor, otro abogado, otro consejero. Y ese paráclito prometido es el Espíritu Santo. Por eso, no quedaremos “huérfanos”, no echaremos en falta la ausencia de Jesús.  El Espíritu Santo nos hará comprender dónde está Jesús: ¡con el Padre! Y el Espíritu Santo cuidará de nosotros. 

3.   Oraron para que recibieran el Espíritu Santo

La primera lectura nos relata hoy un hecho sorprendente. Uno de los siete diáconos griegos, elegidos por los apóstoles, Felipe se desplazó a Samaría y allí comenzó a predicar sobre Jesús. Llevó la alegría a la ciudad. Acontecían hechos milagrosos. 
A los apóstoles, que estaban en Jerusalén les pareció muy extraño que los samaritanos -a quienes consideraban herejes- se hubieran convertido a Jesús y se hubieran hecho bautizar. Pedro y Juan fueron a Samaría y llevaron a quienes habían sido bautizados algo que todavía les faltaba: que recibieran el Espíritu Santo a través de su oración y de la imposición de sus manos.  

4.   Y si alguien te pregunta: ¿por qué eres cristiano?

Muchos saben que quienes aquí estamos reunidos este domingo, somos cristianos. Muchos menos saben “cómo” estamos siendo cristianos. Pero, ¿quién de nosotros sería capaz de explicar a los demás “porqué soy cristiano”?
La segunda lectura de este domingo nos invita a ofrecer la respuesta a ese ¿porqué? Y añade: “hacedlo con delicadeza y con respeto”. La respuesta nos la ha ofrecido Jesús en su evangelio:  Jesús mismo y sus enseñanzas nos han enamorado y seducido.
Lo amamos como nuestro mejor tesoro. Y aunque haya desaparecido de nuestra vista, sabemos que nos lleva en su corazón e intercede por nosotros. Que nos está preparando una morada. Que no nos abandonará.
Existe otra gran razón para el porqué soy cristiano. Porque “somos morada del Espíritu Santo”. El Espíritu de Dios habita en nosotros y nos aconseja, nos guía, nos enseña, nos llevará a la verdad completa. Es -dicho con palabras del evangelio- nuestro Paráclito. Estamos viviendo en la era del Espíritu. Aprendamos el arte de la espiritualidad.

José Cristo Rey García Paredes, CMF

IV DOMINGO DE PASCUA. CICLO A

ICONOS VIVOS DEL BUEN PASTOR

Este es el domingo en que ponemos de relieve la continuidad que se da entre la labor “pastoral” de la Iglesia y la acción de Jesús, el buen -o el bello- Pastor. Es el domingo en que interpelamos a nuestros jóvenes para ver si tienen vocación para el ministerio pastoral, sea como presbíteros, o como miembros de una “familia carismática” femenina o masculina.
Confesamos, sin embargo, que “el Buen Pastor” es uno solo, Jesús. Sólo Él guarda y cuida de su comunidad. Somos muchos y muchas quienes en la Iglesia colaboramos en el ministerio pastoral. Todos y todas dependemos del único y buen Pastor. Él es la puerta por la que entramos. Él es máximo criterio de nuestra vida y acción.  

Jesús, puerta y pastor ante los falsos pastores

En el antiguo Israel un aprisco estaba formado por cuatro paredes de piedra sin techo y una puerta. Los ladrones y bandidos asaltaban los rebaños saltando por las paredes. ¡Nunca entraban por la puerta! Jesús los llamaba “salteadores”. ¡Solo el legítimo pastor entraba por la puerta! Y así mismo, ¡las ovejas entraban y salían por la puerta! 
Jesús se presenta en el Evangelio de hoy como el legítimo pastor y también como la puerta auténtica. Él hace que en su presencia las ovejas se sientan seguras, tranquilas. Él llama a cada una por su nombre. Ellas conocen su voz y lo siguen. Ante el falso pastor, las ovejas no reconocen su voz, tiemblan, huyen. 
La puerta no es la doctrina de los que mandan; ni las normas o las leyes de quienes las emiten. La puerta es Jesús, el Hijo de Dios, el Pan bajado del Cielo, el Hijo del Hombre, el buen Pastor que da la vida por sus ovejas. 
Jesús se mostraba, en cambio, enormemente crítico hacia los falsos pastores: que identificaba con bandidos y ladrones. ¡Los que habían convertido la casa de su Padre en “cueva de bandidos”! Los que roban, matan y destruyen. Los que no entran por la puerta que es Jesús y su doctrina.

Pastor y Guardián de vuestras vidas

La segunda lectura de la primera carta de Pedro nos presenta también a Jesús también como el pastor y guardián de nuestras vidas. Él padeció por nosotros, sus ovejas. No dio ejemplo para que sigamos sus huellas. No cometió pecado. No insultó ni amenazó. Subió a la cruz, cargado con nuestros pecados. Quedó herido, y sus heridas nos han curado. Jesús es el modelo de toda acción pastoral. Con él debemos identificarnos todos los que participamos en la acción pastoral, presbíteros o laicos, hombres o mujeres. ¿No invocamos también a María como “la divina Pastora?

Los sucesores y el “testimonio colectivo”

Habían pasado cincuenta días después de la muerte de Jesús. Era el día de Pentecostés. Pedro aparece ante la gente junto con los Once. Pide atención. Les dirige estas palabras: “Que todo Israel sepa que Jesús, a quien vosotros crucificasteis, Dios lo ha constituido Señor y Mesías”.
Cómo lo diría que “estas palabras les traspasaron el corazón” e inmediatamente les preguntaron: Hermanos, ¿qué tenemos que hacer? ¡Qué bella expresión: ¡hermanos! Pedro y los Once no suplantan al buen Pastor. Sólo siguen sus huellas.  Pedro y los Once han sabido situarse al mismo nivel de sus oyentes. Jesús es el único Señor. Por eso, la gente se dirige a ellos llamándolos “hermanos”. 
Pedro les responde con tres frases -válidas también hoy para todos nosotros: 1) cambiad de mentalidad; 2) haceos bautizar y recibiréis el don del Espíritu Santo; 3) dadlo a conocer a vuestros hijos y a todos los que el Señor llame, aunque estén lejos. Con el “dalo a conocer” Pedro implica a todos los bautizados en la acción pastoral, en el cuidado pastoral. Y como dice el precioso salmo 22: aunque camine por sendas oscuras nada temo, porque tú vas conmigo. Tu vara y tu callado me defienden.

Conclusión

Hoy no es el día del “clericalismo”. Hoy no es el día de los líderes falsos o autoreferenciales. Hoy es el día en que Jesús desea aparecerse en la acción pastoral de la Iglesia, en la que todos colaboramos, según la vocación recibida. ¡Que nadie se excluya de colaborar con Jesús en la acción pastoral! Empeñemonos todos en buscar las ovejas perdidas, en sanar a las heridas, en hacerlas entrar por la puerta. El Espíritu Santo hará posible lo que nos parece imposible.

José Cristo Rey García Paredes, CMF

III DOMINGO DE PASCUA. CICLO A

¡RECONOCER!

Los primeros tiempos de la comunidad cristiana, tras la Pascua, fueron tiempos para el reconocimiento. No era aquél únicamente un tiempo de “visiones”, sino, sobre todo, de “reconocimiento”. Tanto las discípulas de Jesús como sus discípulos necesitaban tener la certeza de que aquel que se aparecía era Jesús. Este domingo tercero de Pascua, nos invita a “reconocerlo”, a “sentirlo” de nuevo… “al partir del pan”.
Las lecturas de este domingo, tercero de Pascua, nos enseñan cómo reconocer la vida y la presencia de Jesús, en tres momentos:

  • La torpeza para reconocer y creer: los discípulos de Emaús
  • Simón Pedro, testigo e intérprete
  • La sangre de Cristo… el precio del rescate.

La torpeza para reconocer y creer: los discípulos de Emaús 

“Dos discípulos de Jesús iban caminando aquel mismo día hacia una aldea llamada Emaus”. Uno de ellos se llamaba Cleofás. Del otro discípulo, o discípula (¿la mujer de Cleofás?), nos sabemos la identidad.
Jesús resucitado les sale al encuentro. Ellos no lo reconocen. Al principio están cerrados en sí mismos, en su problema: ¡están defraudados! La fe no les llega para más. Ni siquiera creen en los indicios que podrían hacer sospechar la llegada de algo nuevo. No creen a las mujeres, ni siquiera intentan verificar el porqué de la tumba vacía. La incredulidad es impaciente. Los dos discípulos entran en una especie de vértigo y huyen, escapan.
Jesús les parece un extraño. La desconfianza impide el verdadero encuentro. Por eso, el Señor tiene que emplearse a fondo. Les explica las Escrituras y les va dando claves para el reconocimiento.
Las grandes claves que Jesús ofrece permiten entender de alguna forma el misterio del dolor y de la muerte: “¡era necesario que el Mesías padeciera para entrar en su gloria!”.
La llegada a Emaús y la oferta de hospitalidad, hace que los dos discípulos puedan reconocer a Jesús. Lo reconocen cuando Jesús se entrega sin reservas, cuando hace el mayor gesto de amor. Ese gesto de partir el pan les hizo comprender la tragedia del Calvario. Lo que parecía una tragedia había sido el gesto de amor más sublime e intenso.
En los caminos de la vida Jesús nos sale al encuentro. Está bien que no nos cerremos a quien nos visita, aunque al principio no lo reconozcamos. Si somos hospitalarios, acogedores… al final lo reconoceremos. No somos nosotros los que visitamos al Santísimo Sacramento. Es el Santísimo Sacramento el que nos visita.

Simón Pedro, testigo e intérprete

Simón Pedro cobra una gran relevancia en el tiempo de la Pascua. Se convierte en el gran testigo e intérprete de todo lo que ha acontecido en Jesús. Su testimonio y su predicación apasionada encienden por doquier llamaradas de fe.
Pedro no transmite doctrinas, teorías. No aparece como un maestro, sino como un testigo que, además de serlo, ofrece la interpretación de los hechos.

  • Testigo: Se dirige a los vecinos de Jerusalén, a judíos e israelitas. Les habla de Jesús de Nazaret. Ese hombre fue acreditado por Dios ante el pueblo con milagros, signos y prodigios. Pero a ese hombre lo mataron en una cruz quienes habían visto sus obras. No fueron capaz de “reconocerlo”, aunque lo conocieron. No lograron creer en Él, saber de quién se trataba.
  • Intérprete: Pedro les revela ahora la auténtica identidad de Jesús Lo hace sirviéndose de una ayuda externa y autorizada: el salmo 16. Es un salmo precioso, una auténtica joya. En él descubre Pedro la gran clave para entender la resurrección de Jesús. Ese salmo no se refería a David, dado que David murió y sus restos quedaron en el Sepulcro. Ese salmo se refería a Jesús.

El precio del rescate… la sangre de Cristo

De nuevo Pedro nos exhorta a poner en Dios nuestra fe y nuestra esperanza. Desde la carta, a él atribuida, nos pide que tomemos muy en serio la vida y nos conduzcamos de la forma más adaptada a la voluntad de nuestro Padre Dios.
Tomar en serio la vida quiere decir, ante todo, “hacerse consciente” de algo que ha revolucionado la historia del mundo: ¡que Dios resucitó a Jesús de entre los muertos! ¡que le dio gloria! ¡Que la historia del mundo tiene un presupuesto previo (“antes de la creación del mundo”) y un final (“al final de los tiempos”) que le quitan toda ambigüedad y todo resultado incierto! ¡Estamos en manos de Dios y el Mal nunca vencerá!
Hemos sido rescatados con el supremo valor: el precio del rescate vale más que el oro y la plata. Es la sangre, la vida derramada de Jesús.
La esperanza ha de manifestarse en nuestra vida, en nuestro rostro. No podemos vivir como seres esclavizados. Hemos sido rescatados ya.

Conclusión

Sentir la cercanía de Jesús, reconocerlo de verdad, no es una experiencia meramente intelectual: es una convulsión vital. Las experiencias de resurrección no tienen solo que ver con Jesús. También con nuestra propia resurrección. Reconoce a Jesús quien se aproxima a Él. Lo desconoce quien de Él se aleja. La proximidad produce mutuo conocimiento. La lejanía genera un mutuo desconocimiento. Los hebreos expresaban la máxima proximidad, que se produce en el matrimonio, con el verbo “conocer”. También Dios anhela que su pueblo, su esposa, lo conozca y se llene de su conocimiento.

José Cristo Rey García Paredes, CMF

II DOMINGO DE PASCUA. CICLO A

¡Bienaventurados quienes sin ver creyeron!

Pep Ribé

A los saduceos que no creían en la resurrección de los muertos Jesús les habló de “los hijos y las hijas de la Resurrección”. Nadie duda del parto que nos hace nacer. Jesús nos habla de otro parto que nos hará resucitar. Escuchemos la Palabra de este domingo que nos revela este misterio fascinante y para muchísima gente… inesperado e increíble. 

¡Paz a vosotros! ¡Bienaventurados los que creen!

Tras la muerte de Jesús en cruz lo esperado hubiera sido la dispersión de su comunidad de discípulos y discípulas. Pero llegó la inesperado: unos decían que Jesús había resucitado… Después otros lo reafirmaban… Al final, todos lo experimentaron. Las dudas iniciales se fueron disipando: primero las discípulas, después los discípulos, finalmente… hasta el incrédulo Tomás que se había separado de la comunidad.

¡No cayeron en una alucinación colectiva! Se trataba de un proceso de apariciones personalizadas y después colectivas. No acontecía a través de “visiones ópticas”, sino de “visiones bíblicas”: es decir, descubrir el sentido de las Sagradas Escrituras que ya hablaban de ello: los profetas, los salmos, la ley. Jesús resucitado les ofreció la clave, el password para entender lo que estaba escrito: “Era necesario que así sucediera”. 

Cuando el Espíritu Santo nos acompaña en la lectura de las Escrituras Santas descubrimos el misterio de la Resurrección. Tal vez necesitemos tiempo… como le ocurrió al apóstol Tomas. Tengamos paciencia, porque en nosotrs hay una persona que se dice a sí misma: “si no lo veo no lo creo”. Pero el Espíritu la transforma para que “crea y pueda desde la fe ver mucho más… lo increíble” ¡Creer para ver! Y entonces proclamaremos: “¡Creo en la resurrección de la carne” “Señor, auméntanos la fe!”. Creer en la Resurrección no es el resultado de un esfuerzo voluntarista, sino el regalo de una nueva mirada, de una nueva sensibilidad, de una “esperanza viva”.

“Hijas e hijos de la Resurrección”

Anunciación – Arcabas (1926-)

Cuando la fe en el Resucitado se asienta, la comunidad cristiana confiesa que:

  • hay Resurrección colectiva; que Jesús es la primicia, el primero, y no el único; que él ha abierto el seno y tras él iremos naciendo a la vida eterna todas sus hermanas y hermanos; 
  • la conciencia de resurrección transforma la vida aquí en la tierra, en la historia.

La perspectiva -la promesa de Resurrección- cambia totalmente los deseos: no nos jugamos todo en este “primer tiempo” de nuestra vida. Hay un “segundo tiempo” en que podemos ganarlo todo. Así vivió la primera comunidad cristiana. Tras la depresión del Calvario llegó el entusiasmo irradiante, irrefrenable, testimoniante de la Resurrección. 
Por eso, los primeros cristianos no temían a nada, eran kamikazes sin violencia y sin suicidio. Estaban dispuestos a jugarse la vida como Jesús. No hay nadie más temible que quien no teme a nada. Así los cristianos predicaron la Resurrección por todo el imperio romano.

La fe en el Dios que resucita, vale más que el oro

En estos días de Pascua damos lectura a la primera carta de Pedro. Es recomendable dedicarle un tiempo para leerla de principio a fin. Es una excelente catequesis de Pascua. Hoy hemos proclamado solo la introducción. El autor de esta carta-catequesis es un hombre lleno de entusiasmo, feliz, agradecido: es un auténtico profeta de la resurrección, un eco de la sabiduría de Jesús su Maestro. Repitamos sus palabras:

“Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo que en su gran misericordia, por la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, nos ha hecho nacer de nuevo para una esperanza viva, para una herencia incorruptible, pura, imperecedera, que os está reservada en el cielo”.
¿Se puede decir más? ¡Qué magnifico panorama de sentido! Hemos nacido de nuevo. Somos los herederos de una magnífica herencia, que no se gasta, que es imperecedera.  Todo esto que se nos concede vale más que el oro. Por eso, demos gracias, alabemos, vivamos con un gozo inefable y transfigurado.

José Cristo Rey García Paredes, cmf