EN MEDIO DE LA TEMPESTAD
El miedo llamó a mi puerta.
La fe fue a abrir.
No había nadie. (M Luther King)
Se ve que a Jesús no le gustan las barcas paradas, amarradas. No tiene afición a los puertos. Ni a quedarse siempre en el mismo sitio. Le interesa la otra orilla (pagana), las periferias existenciales (Papa Francisco). Y empuja a sus discípulos al mar.
A nosotros se nos da bien «subirnos a la barca»:
Iniciamos un proyecto, una empresa, una relación de pareja, un camino de oración, una comunidad cristiana, unos estudios, un programa de formación en la fe…
Pero con frecuencia nos quedamos amarrados en el puerto contemplando el mar, y las gaviotas, el cielo y el horizonte… O sí, tal vez nos montamos en la barca, pero dispuestos a dar un salto a tierra firme tan pronto como se agiten un poco las olas o nos dé el viento en la cara.
Sin embargo, la palabra del Señor Jesús ha sonado hoy muy clara: ¡PASEMOS A LA OTRA ORILLA!
Nos sentimos tranquilos y seguros cuando creemos dominar la situación. Cuando conocemos la barca y la manejamos con soltura y seguridad. Y así procuramos apañarnos por nuestra cuenta, con nuestros propios recursos. Preferimos no tener que contar con nadie, no pedir ayuda. Tampoco al Señor…
Los discípulos, avezados pescadores del Lago, son los que manejan la barca. Ya han navegado muchas veces, «ya saben». Les da tranquilidad ver que hay otras barcas alrededor, haciendo lo mismo que ellos. Seguramente se sienten tranquilos porque llevan a Jesús a bordo. «No vamos solos», se dicen. Y como no le necesitan (¡qué nos va a decir él!), el Maestro se despreocupa. Y se les queda dormido. Va con ellos en la barca. Pero… como si no fuera.
El caso es que en todo mar (en todo proyecto, en todo viaje…), siempre es posible la tormenta. Y se agitaron las olas, se oscureció el sol, el viento les sacudía… ¡también por dentro! Pero como hemos dejado que el Señor se duerma… ¡ahora no nos atrevemos a despertarlo!
El Señor suele embarcarse con nosotros, porque quiere llevarnos más lejos:
Cuando te casaste en la Iglesia, él aceptó estar a bordo. Cuando te bautizaste, te confirmaste, él se subió a bordo.
Cuando comenzaste tus estudios o tu trabajo profesional… él quería viajar contigo.
Cada vez que le pides perdón y te reconoces pecador, le estás invitando a subirse de nuevo a bordo.
Cuando te reúnes con otros para construir la comunidad cristiana, él hace tiempo que está ya en cubierta.
Cada vez que te acercas a él en la oración y le dices «aquí me tienes, ¿qué quieres de mí?» Pues quiere que vayas más allá de lo que te planteas.
Cuando quieres amar y servir con él y entregarte a fondo perdido, es porque él va a bordo.
Pero si no contamos con él, si no le preguntamos nada, si no cuenta en nuestros planes… Pues se quedará dormido
Y entonces, nerviosos y asustados le damos un grito: «Maestro. ¿No te importa que perezcamos?». ¿No te importa que nos vayamos a pique?
Hasta le echamos la culpa. La barca la llevábamos nosotros, nos habíamos olvidado de él, y ahora…
¡Él tiene la culpa de que nos hayamos metido en la tormenta y de nuestro miedo! Haz algo, ¡calma la tormenta! ¿No fuiste tú quien nos mandó que fuéramos a la otra orilla? Si nos hubiéramos quedado en el muelle, seguros, sin arriesgarnos…
Para sorpresa de los discípulos, es él quien les reprocha: «Pero, vamos a ver: ¿No voy con vosotros en la barca? ¡Pues fíate! ¿Por qué no confías? ¿Es que no tienes fe?» (Lo opuesto a la fe es… el miedo).
Algo que podemos aprender de esta escena evangélica es que tenerle en nuestra barca, no significa que estemos seguros «a pesar de la tempestad»,
sino que todo marcha bien ‘en medio’ de la borrasca, que sólo se llega a la otra orilla venciendo las borrascas.
Que no podemos quedarnos donde siempre, en lo seguro, en lo ya conocido…
Como nos ha dicho hoy San Pablo: «El que vive con Cristo, es una creatura nueva. «Lo viejo» ha pasado, ha llegado lo nuevo».
Tener fe, por tanto, no significa dar por hecho que él calmará todas las tormentas. Tener fe significa confiar en que en medio de la tormenta ÉL VA CONMIGO.
Tener fe es no tener miedo a hundirse, porque Él va a bordo. Cristo murió por todos, para que los que vivimos, ya no vivamos para nosotros mismos, sino para el que murió y resucitó por nosotros.
Por eso, que no sea el miedo quien nos apremie: sino que nos apremie el amor de Cristo.
Tener fe no es esperar que él calme la tormenta (aunque algunas veces lo haga), sino ir fiados del Padre, y saber que la tormenta nos dará pericia, nos hará fuertes y podremos llegar a otro puerto al que Él nos conduce, a esa otra «orilla» que no conocemos, a esos que no son de los nuestros, a esas periferias que no le interesan a nadie… ¡Pero a él sí! y necesita (¡nosexige!) que vayamos con él.
Y al final de todas nuestras travesías tormentosas, él nos esperará «en la Otra Orilla»
A partir de un texto de Dolores Aleixandre
Quique Martínez de la Lama-Noriega, cmf
Imagenes de José María Morillo y Jorge Cocco Santangelo
Gracias padre por explicar tam bien esta lectura. Empecé a leer, y no pare de disfrutar.
Qué bonito es el Evangelio de hoy. Leyendo estas palabras de repente me he preguntado si en el mar de nuestra vida ¿es el Señor el que está dormido o somos nosotros los que estamos dormidos?.
Inmediatamente he caído. El Señor se hace el dormido «con un ojo entreabierta mirándonos a nosotros lo que hacemos». Nunca nos deja solos. Pero nosotris somos los que de verdad nos dormimos y nos olvidamos de Él…Como las cosas van bien ni nos acordamos que está con nosotros…Ah pero si hay nubes, tormentas, vientos…ahí si que vamos a pedirle cosas…Qué injustos somos con lo que nos quiere. Cambiemos la actitud y tengámosle siempre presente. Que en nuestra vida siempre le tengamos presente con buen tiempo, con sol, con el mar tranquilo…y cuando el viento sople, llueva, haya oleaje…
Que tengamos fé y nos fiemos de Él.
Esa es la fé. Fiarse en todo momento del Señor por encima de todo.
Señor te pido que estés en mi vida pase lo que pase y que por encima de todo estés siempre a mi lado. Te quiero en lo bueno y en lo malo pues estando contigo no tengo miedo a nada. Te quiero mucho.
Me alegra cuando alguien es capaz de convertir en oración personal una de mis reflexiones. Gracias por escribir y compartirla
Gracias a ti José María por leer la homilía y por tus palabras de ánimo. Siempre ayudan
Como persona mayor que soy, he cruzado en la barca de mi vida muchas tempestades y reconozco que soy una vigía bastante miope; he deseado que las cosas sean como yo quiero y, naturalmente, no siempre ha sido así. Con el tiempo he ido descubriendo que lo que fue, fue lo mejor. Él ha sido el mejor vigía y por eso creo que renunciar a mis miedos, mis egoísmos, dejando que me dirija es la mejor opción. No es nada fácil, pero como al final siempre se sale con la suya, pues eso.
Quique, me gusta mucho lo que dices al final; siempre pensé que tener fe es tener absoluta seguridad en todo, pero si tener fe es esperar y confiar eso es posible y más accesible al menos para mí. Un millón de gracias.
Muchas gracias Quique una vez más por tus siempre acertadas palabras, que nos ayudan a entender y conocer mejor a Jesús.
Un fuerte abrazo,
Gracias a ti por leerla, por dejar tus palabras. Un placer saber que «conectamos» unos con otros… se siente uno más acompañado
Quique
La lectura de Mc. 4,35-40. Corta y sencilla, encierra, para mí, una gran exigencia de compromiso en el seguimiento de Cristo.
Después de leer y releer tu reflexión, saco algunas conclusiones personales:
La fe y confianza en Jesús, van de la mano.
Recalco:
• A Jesús no le gustan las barcas amarradas.
• Le interesa “la otra orilla”.
Buscamos seguridades, tranquilidad… a veces en esas “seguridades” un día descubres situaciones que pertenecen a “la otra orilla” y como los discípulos, te das cuenta que, aunque estás en la barca, no dominas la situación. Es difícil moverte a la otra orilla porque la barca pude hundirse, sino descubrimos que Él está ahí equilibrando la embarcación.
No suelo ve a Jesús o al Padre-Madre, dormidos ante situaciones difíciles. El nos ha hecho libres, responsables y dos da la creatividad para que en cada momento busquemos cómo resolver cada situación, especialmente por medio del diálogo.
En mi vida, cuento con Jesús, pero la barca sigue amarrada, por el miedo al riesgo.
Muchas veces salgo “a la otra orilla” pero quizá no es la adecuada, o la que el Señor quiere.
Siempre creo y espero que Él va conmigo, con nosotros, porque Él ha tomado la iniciativa de ser nuestro compañero de viaje e impulsa mis deseos de entrega y servicio.
Algunas veces me da miedo preguntarle, ¿Qué quieres de mí? Porque no veo las cosas claras. Quizá tenga que contemplar la tormenta con ojos nuevos y como dice San Pablo viviendo con Él y desde Él, dejarme hacer criatura nueva.
CONCLUSIONES:
La fe, para mí, en estos momentos, la expresaría en actitudes concretas:
• Confiar en Él, en medio de la tormenta.
• Seguir a su lado, aunque le vea que duerme, porque no me abandona.
• Permanecer en su amor, porque confío que Él es fiel.
• Esperar que Él me ayude a calmar mis tormentas, ya que ellas
me van haciendo fuerte y me aportan experiencia en el seguimiento.
• Confiar que el encuentro con Él, en la oración siempre me llevará a buen puerto.
• No sentir miedo al riesgo que supone ir a la otra orilla, porque Él me estará esperando.
…
Gracias Quique
Teresa Gil
Me encanta tu larga y profunda reflexión. Seguro que también ayuda a otros. Gracias Teresa
Mil gracias Quique por esta reflexión. Me ha recordado que El siempre está conmigo dentro de mis tempestades.
Feliz domingo
Gracias a ti por tomarte la paciencia de leer… y de escribir. Un abrazo