ELLOS LO MATARON. DIOS LO RESUCITÓ
Hoy celebramos el día más importante del año litúrgico. Es el día en que resucitó la Vida. En que Jesús, que murió por nosotros, comenzó a vivir para siempre, por nosotros. Este es el quicio de nuestra fe. En torno a él todo gira y adquiere sentido.
¡Basta tumba vacía… para creer!
María Magdalena -primera agraciada con la aparición del Señor- y el discípulo amado –primer creyente en la resurrección- son los protagonistas del primer Domingo de la historia.
Con motivo de la Pascua el primer día laboral de la semana se convirtió en el “Dies Domini” o “Dies dominicus”. Y desde entonces este día está marcado por la gran experiencia de la Pascua cristiana.
No había dado tiempo a embalsamar el cuerpo de Jesús el viernes y María viene a hacerlo apenas comenzada la semana. Descubre, todavía de noche, que habían removido la piedra de entrada; más todavía, que había desaparecido el cuerpo. ¡Qué amanecer tan inquietante! ¿Qué habrá ocurrido? María comunica la noticia y busca. Corre al encuentro de los Apóstoles. Pedro y el Discípulo amado de Jesús se ponen rápidamente en camino hacia el sepulcro.. Corren juntos. El discípulo amado, más veloz, llega primero. Se asoma. Ve que el Cuerpo no está, aunque sí las vendas. No entra. Deja que Pedro entre el primero. Constatan que probablemente no ha sido un robo, pues todo está muy ordenado. El discípulo amado entró entonces en el sepulcro. Vio lo que allí había y allí faltaba, y “creyó”.
En ese momento el discípulo amado entendió las Escrituras. No fue necesario ver al Señor. Jesús resucitó en su corazón y en su fe. La tumba vacía fue para el Discípulo Amado la gran respuesta a sus preguntas. Las Escrituras le iluminaron.
Nosotros tenemos la misma experiencia. No hemos visto al Señor resucitado, pero sí la tumba vacía. No hay sepulcro en la tierra en el cual podamos encontrar el cuerpo del Señor. Pero sí podemos tener la experiencia de la Resurrección como el Discípulo Amado. Las Escrituras Santas nos devuelven a Jesús Resucitado. Comer y beber con Él en la Eucaristía nos hace sentir su Cuerpo, su Sangre, su Vida. Cada Eucaristía es momento pascual, experiencia del Resucitado.
Después Jesús se apareció a María Magdalena. Ella recibió el encargo-misión de revelar el misterio de la Resurrección a los discípulos.
¡Ellos lo mataron! ¡Dios lo resucitó! ¡Nosotros lo anunciamos!
La comunicación de la Resurrección de Jesús no resultó fácil. A nosotros tampoco hoy nos resulta fácil transmitir esta gran convicción de nuestra fe. Según la primera lectura de este domingo son tres las palabras que en esta transmisión del mensaje resulta importantes:: Ellos, Dios y Nosotros.
¡Ellos! “Lo mataron… colgándolo de la cruz”. Con estas palabras resume Simón Pedro –ante la gente que lo escucha- el martirio de Jesús. Ese fue el fin de un hombre que pasó por esta tierra “haciendo el bien y sanando a los oprimidos por el diablo”, de un hombre a quien Dios había ungido con la fuerza del Espíritu Santo, de un hombre de quien se debía decir “¡Dios estaba con Él”. Lo mataron como al más perverso de los seres humanos. La justicia del imperio, la justicia del pueblo judío, cometió la tropelía, la injusticia más monstruosa de toda la historia. Si fue posible ese “error histórico”, consideremos cuántas injusticias seguirán aconteciendo en nuestro mundo.
¡Dios! Dios Padre no se inhibió. Tampoco actuó brutalmente para restablecer la Justicia. Dios “lo resucitó al tercer día”, Dios lo constituyó juez de vivos y muertos. El Condenado por la Justicia es ahora constituido Juez del Universo. Es la gran paradoja. ¿Qué sentirán quienes le condenaron al presentarse ante el Juicio y descubrir que el Condenado es ahora el Juez? Razón tenía Jesús al decir “No juzguéis y no seréis juzgados”.
¡Nosotros! Pedro no personaliza la experiencia. Habla en nombre de un colectivo: ¡la iglesia naciente! La apenas recién nacida iglesia está formada por un grupo de mujeres y hombres “testigos”. En eso consiste su gloria: ¡no en lo que ellos han hecho o hacen, sino en aquellos que les ha sido dado contemplar, vivir! ¡Han sido testigos! De la misma manera que quienes fueron testigos de la caída de los Torres Gemelas en New York no influyeron para nada en su caída, así también los que han sido testigos de la Resurrección de Jesús, no han influido nada en el acontecimiento. Pero a ellos les cabe la tarea de comunicar su experiencia, de predicarla a todos los vientos para que los pueblos de la tierra se enteren. Pedro dice que ellos son testigos por voluntad de Dios
Cuando el futuro se refleja en nuestro rostro
La segunda lectura nos introduce más todavía en el misterio de la Resurrección. Juega con dos expresiones lingüísticas muy interesantes: el indicativo y el imperativo. El indicativo nos indica que hace Dios por nosotros. El imperativos dice qué hemos de hacer nosotros por Dios.
¿Qué hace Dios por nosotros? Pues ¡que nos ha resucitado! Dios Padre nos ha concedido participar en el acontecimiento de la resurrección de Jesús. Jesús resucitado es germen de vidas resucitadas. Junto a Jesús la muerte no tiene, ni mucho menos, la última palabra. Estar con Jesús es escuchar la Palabra de la Vida, ser bautizado en el agua de la Vida, comer el Pan de la Vida y el Vino de la Nueva y definitiva Alianza. Por eso, aunque nos aceche, aunque nos amenace la muerte, no hemos de temer: ¿dónde está muerte tu victoria? La muerte nunca nos vencerá. La muerte no hiere a los amigos de Jesús.
¿Qué hemos de hacer nosotros, puesto que Dios nos ha hecho ya anticipadamente resucitar? Vivir el futuro en el presente. Aspirar a los bienes de ese vida plena, colmada. Tener una fuerte moral de victoria. No tener miedo a nada, ni a nadie. Vivir con la dignidad de los ciudadanos de la Gloria.
A los cristianos nos ilumina el futuro. Cuando un cristiano muere, la resurrección le envuelve y… por eso… sonríe, aunque la certeza de morir le entristezca. La esperanza es una fuerza que nada ni nadie puede vencer. Si hemos resucitado con Jesús, ¡tengamos, pues, rostro de resucitados!
José Cristo Rey García Paredes, CMF