¡No porque seamos los mejores!
En este domingo, salgamos de la rutina y preguntémonos: ¿Qué es lo que me impulsa a ser cristiano? ¿Por qué pertenezco a la Iglesia de Jesús? La liturgia de este domingo nos responde así: ¡Dios ha tenido la iniciativa! ¡Nos ha rescatado y nos ha concedido la dignidad de “aliados suyos· y “¡no, porque seamos los mejores…”
Dividiré la homilía de este domingo en tres partes:
1. Dios nos declara su amor
2. La prueba de que Dios nos ama
3. Jesús, “el compasivo”
Dios nos declara su amor
La primera lectura del libro del Éxodo nos ha hablado de la declaración de amor de Dios hacia el pequeño pueblo de Israel, esclavizado por los faraones en Egipto. Dios fijó en él sus ojos, escuchó sus lamentos y de una manera portentosa lo liberó… sin armas ni batalla: “os he llevado sobre alas de águila”. ¡Qué bella expresión!
También nosotros formamos parte del Pueblo de la Alianza: el día de nuestro bautismo fuimos ungidos con el óleo santo mientras el presbítero declaraba: “Dios todopoderoso…te consagre con el crisma de la salvación para que entréis a formar parte de su pueblo y seas para siempre miembro de Cristo, sacerdote, profeta y rey”. Por eso, hermano, hermana, reconoce tu dignidad de sacerdote, profeta y rey. En la Iglesia no eres un cualquiera… Para Dios eres más importante de lo que te imaginas.
La prueba de que Dios nos ama
Ya en el desierto, Dios le hizo a su pueblo una declaración de amor: “si escucháis mi voz y guardáis mi alianza, seréis mi propiedad personal entre todos los pueblos; seréis para mí un reino de sacerdotes y una nación santa”. La única condición: escuchar su Palabra y vivir siempre en Alianza fiel con Él.
San Pablo, en la segunda lectura, con mucho realismo nos dice, que cuando nosotros éramos pecadores, y no lo merecíamos, Cristo murió por nosotros. Y lo hizo porque Dios nos ama, a pesar de todo. Dios es fiel a su Alianza: y ésta no depende de que me porte bien o mal, sino que es un lazo permanente que mantiene a Dios comprometido conmigo para siempre.
Jesús, el compasivo
Un rasgo de Jesús -según el evangelio de san Mateo que acabamos de proclamar- era su compasión: ante la gente “extenuada, abandonada, decepcionada de sus dirigentes (¡ovejas sin pastor!) Jesús sentía conmoción en sus entrañas. Por eso, se acercaba a los necesitados de ayuda y los curaba y atendía. Más todavía: deseo prolongar visiblemente su compasión y eligió a los Doce Apóstoles, para que hicieran lo mismo que él: curar expulsar demonios, resucitar… A ellos y sus sucesores Jesús les prometió: ¡Haréis las obras que yo hago… y aun mayores! Pero añadió una cláusula importantísima: Lo habéis recibido gratis, ¡dadlo gratis!
Conclusión
Cuando la Iglesia es fiel a la Alianza de Dios con ella, es la comunidad del anillo. No ocultemos ese misterio anillo que se nos concedió en el Bautismo. Sintámonos profetas, sacerdotes y reyes, enviados de Jesús al mundo para extender por doquier la compasión. Lo que Dios ha hecho por nosotros, hagámoslo nosotros por los demás.
José Cristo Rey García Paredes, CMF