curar enfermos, dar de comer a necesitados. Domingo XVIII. Tiempo ordinario. Ciclo A

Signos del Reino presente: curar enfermos, dar de comer a necesitados

Primera lectura: Lectura del libro del profeta Isaías 55,1-3: Venid y comed

Salmo responsorial: Salmo 144,8-9.15-18: Abres tú la mano, Señor, y nos sacias de favores

Segunda lectura: Lectura de la carta de san Pablo a los Romanos 8,35-39: Ninguna criatura podrá apartarnos del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús

Evangelio: Lectura del santo Evangelio según san Mateo 14,13-21: Curó a muchos… comieron todos y quedaron satisfechos

 Jesús proclamó la llegada del Reino de Dios con palabras y signos que ayudaban a comprender lo que significa que Dios ya comienza a reinar en un proceso que ya ha comenzado y que culminará en su parusía.

Curar a enfermos significa que Dios no quiere el dolor y que llegará un momento en que compartiremos la resurrección de Jesús, venciendo totalmente el dolor y la muerte en un mundo en que Dios enjugará toda lágrima de sus ojos, y no habrá ya muerte ni habrá llanto, ni gritos ni fatigas, porque el  mundo viejo ha pasado. » (Apoc 21,4). Pero no es sólo un signo del futuro que nos espera sino que tiene una implicación actual, pues la lucha contra el dolor y la enfermedad  forma parte de las tareas del Evangelio. Esto justifica la dedicación de miles de personas   a esta tarea y la obligación de los cristianos de seguir realizando este “signo del Reino”.  A pesar de todo, el dolor es una realidad que nos acompaña, pero Jesús da un nuevo sentido redentor al dolor, que por eso deja de ser una realidad totalmente negativa.

En esta misma línea está el “signo de los panes”. Ya en el AT aparece el alimento gratuito a los hambrientos como signo del Reino futuro (1ª lectura) cf. también Hará Yahveh Sebaot a todos los pueblos en este monte un convite de manjares frescos, convite de buenos vinos: manjares de tuétanos, vinos depurados… consumirá a la Muerte definitivamente. Enjugará el Señor Yahveh las lágrimas de todos los rostros… (Is 25, 6-8). Comer implica, por un lado, satisfacer una necesidad existencial, pero, por otro, es un acto social en que compartimos amistad en contexto gozoso. Esto explica el frecuente uso que hace Jesús de la comida como signo del Reino que anuncia.  Por una parte, come con los pecadores para anunciar que el Reino no es reunión de autosuficientes satisfechos sino satisfacción de necesidades existenciales con personas perdonadas; por otra, instituirá como su memorial la comida eucarística; finalmente durante su ministerio dio de comer a una masa, anunciando con ello que con su obra comienza el cumplimiento del banquete anunciado y las implicaciones que este comienzo tiene para sus discípulos.

Ser discípulo de Jesús implica continuar en nuestro mundo el signo de los panes, trabajando contra la injusticia del hambre en el mundo y favoreciendo un justo reparto de bienes entre todos los hombres. Todo es obra del amor de Dios (2ª lectura): el que recibe el amor de Dios debe compartirlo con los demás trabajando por un mundo mejor. Los que trabajen por hacer de este mundo un “banquete fraternal” recibirán el premio del banquete final del Reino de Dios consumado: Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios  (Mt 5,9); Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo, porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era forastero, y me acogisteis (Mt 25,34-35).

La Eucaristía se sitúa entre nuestro trabajo por hacer de este mundo un banquete y la herencia del banquete futuro. Agradecemos el alimento gratuito, el mismo Jesús, que nos sacia, alimenta y fortalece para enjugar las lágrimas de nuestros hermanos y hacer de este mundo un banquete.

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