¡QUÉ MAL NOS SIENTAN LOS PROFETAS!
Rara vez ocurre en la Liturgia de los domingos que las tres lecturas tengan algo en común. Hoy la tienen: las tres nos hablan del «rechazo» del mensaje de Dios, y a la vez, del rechazo de sus intermediarios.
• Ezequiel había sido deportado a Babilonia, junto con todos los judíos «útiles» o aprovechables para los intereses del Imperio. Allí escuchar una llamada de Dios que le manda dirigirse a un pueblo «que tiene dura la cerviz y el corazón obstinado», un pueblo testarudo y rebelde. Ezequiel era hijo de un sacerdote del templo de Jerusalem y estaba orgulloso de pertenecer a una familia noble. El Señor se dirige a él llamándole «hijo de hombre», recordándole su humilde condición, es decir: que es alguien con defectos, debilidades, como también limitaciones psíquicas y mentales de las que ningún mortal está exento. Ezequiel tenía algo parecido a lo que hoy llamamos «trastorno bipolar», y pasaba de momentos de euforia a momentos de abatimiento, era propenso a la depresión y se encerraba, a veces, en prolongados mutismos. Hablaba bien, eso sí, y la gente corría a escucharlo.
En cuanto a sus compatriotas deportados con él, no eran más pecadores que otros. Pero se dejaban seducir por falsas esperanzas, por quienes les ofrecían opciones fáciles, tentadoras y atractivas, pero que no conducían a la vida. Y aunque la misión de este profeta iba a fracasar, Dios le dice a Ezequiel: “Te hagan caso o no te hagan caso”… Es decir: El deseo de Dios es que no puedan reprocharle que ha callado o ha dejado abandonado a su pueblo en momentos difíciles… aunque no le hayan hecho caso.
Nos quedamos con estos dos aspectos: Un profeta frágil, una persona normal es llamada por Dios… y sus compatriotas testarudos que no le quieren hacer caso.
• Por su parte, Pablo se dirige a la comunidad de Corinto, que tantos disgustos le dio. Algunos de tendencia tradicionalista o conservadora que habían llegado a la comunidad trataban de difamarlo, poniendo en cuestión su autoridad y su ministerio. Sus adversarios llegados desde la Iglesia Madre de Jerusalem le reprochan sus modales tímidos y apocados, le lanzan venenosas insinuaciones respecto a cierta enfermedad o defecto. Pablo la llama «aguijón o espina en la carne», sin que sepamos concretar a qué se refiere, pero que le perjudicaba en su tarea pastoral. El caso es que los corintios se han puesto de parte de los visitantes/inspectores, rechazando las «novedades» que Pablo había introducido en el cristianismo. Querían que todo siguiera «como siempre», con las normas y leyes de siempre, con el culto como siempre. O sea. «Nada de cambios, ni adaptaciones, ni de tomarse libertades». Él no es nadie para hacerlo.
El Apóstol había pedido «tres veces» al Señor que le quitara aquel «aguijón». Pero sin resultados. Tendrá que asumirlo y, ayudado por la gracia de Dios, seguir adelante con su ministerio. Aquel «emisario de Satanás que le abofetea» le servirá a Pablo para no caer en el orgullo por sus éxitos misioneros, para reconocer su debilidad y, seguramente ser más comprensivo con las debilidades ajenas. Pero sobre todo para que su apostolado se centre en el Mensaje de Cristo, y no en el instrumento del mensaje que era él mismo. Cuanto más frágil sea el mensajero, más clara quedará la fuerza del Evangelio.
Destacamos también otros dos aspectos: la debilidad o fragilidad del apóstol… y el ataque y rechazo de sus propios hermanos en la fe, de «los de dentro».
• En cuanto a la experiencia de Jesús, nos la describe Marcos con palabras rotundas: desconfían y se escandalizan de él, lo desprecian sus propios parientes y vecinos, y Jesús se extraña de su falta de fe. No nos detalla el evangelista el contenido de su enseñanza, pero poco antes nos ha explicado que en la sinagoga de Cafarnaúm había sido rechazado por los que le reprochaban saltarse la sagrada Ley del Sábado, y por cuestionar la sacrosanta división entre puros/impuros. Su manera de hablar de Dios no les entraba en sus cerradas cabezas. Además: ¿quién se ha creído éste que es para poner nuestras tradiciones y enseñanzas y prácticas religiosas en cuestión? ¡Si es uno más de nuestro pueblo, si le conocemos perfectamente a él y a su familia: no puede venir de parte de Dios! Capacidad de «asombro» ninguna, es demasiado normal, ni se molestan en atenderle. Jesús no encuentra en ellos ninguna disposición a la novedad, al cambio de planteamientos que él trae. «Falta de fe» lo llama Jesús.
Podemos sacar algunas CONCLUSIONES de las tres lecturas:
– Primero: Dios tiene el gusto y la costumbre de elegir personas frágiles para que sean sus portavoces. Si el mensajero tiene limitaciones (siempre las tiene) hay que pasar por encima de ellas para prestar atención al mensaje.
– Segundo: la fragilidad, la falta de prestigio, incluso el riesgo probable de no tener éxito y no ser escuchado… no son nunca un motivo para que el profeta, el portavoz de Dios renuncie a su misión, o se calle. El bautismo nos ha hecho a todos «profetas, sacerdotes y reyes», y por lo tanto no podemos callar cuando tengamos que denunciar o defender algo en conciencia. O cuando haya que corregir a un hermano (esto no los pide expresamente el Evangelio como un deber muy serio).
– Tercero: el repetido peligro de que los principales opositores, enemigos y obstáculos a la creatividad del Espíritu sean o seamos «los de dentro», en virtud de que somos «alérgicos» a los cambios y a la novedad. Nos sentimos cómodos pensando que ya estamos en la verdad y que estamos en orden con Dios… y que no hay nada que adaptar, cambiar o renovar a fondo. El pasado y la tradición son un «escudo» contra la novedad de Dios. Y el frecuente argumento (?) de que «siempre ha sido así» o que hay que callar al que es distinto… no son realmente ningún argumento. Hay que ser fieles a la tradición, sí, pero también a los signos de los tiempos, a los hombres de hoy, a las nuevas necesidades y retos del mundo y de la Iglesia.
Qué bien lo decía nuestro poeta y premio nobel Juan Ramón Jiménez:
Lo querían matar los iguales porque era distinto.
Si veis un pájaro distinto, tiradlo;
si veis un monte distinto, caedlo;
si veis un camino distinto, cortadlo;
si veis una rosa distinta, deshojadla;
si veis un río distinto, cegadlo…
si veis un hombre distinto, matadlo.
Seguro que Jesús habría hecho suyos los últimos versos de su poema:
si te descubren los iguales,
huye a mí,
ven a mi ser, mi frente, mi corazón distinto.
Porque Dios es distinto. Y porque a su Hijo lo mataron los de dentro, los iguales. Pero en nuestra debilidad como profetas del Señor, no lo olvidemos, «nos basta su gracia» o su Espíritu que es lo mismo.
Quique Martínez de la Lama-Noriega, cmf


Jesús pregunta: «¿quién ha sido?». Busca a la persona: un rostro, una palabra para dialogar. Quiere que recobre también su dignidad personal, su autoestima, y no sólo la salud. No va con Jesús la «caridad anónima».
Se ve que a Jesús no le gustan las barcas paradas, amarradas. No tiene afición a los puertos. Ni a quedarse siempre en el mismo sitio. Le interesa la otra orilla (pagana), las periferias existenciales (Papa Francisco). Y empuja a sus discípulos al mar.
Algo que podemos aprender de esta escena evangélica es que tenerle en nuestra barca, no significa que estemos seguros «a pesar de la tempestad»,
§ «Con el Reino de Dios «sucede» como le «sucede» a un hombre que echa semilla en tierra». El sembrador/hombre podría ser el mismo Jesús, tal como se presenta en otras parábolas. Pero también cualquiera de los discípulos empeñados en continuar la misión de Jesús. Lo primero que se señala es que se echa semilla «en la tierra». El hombre está hecho de tierra, de buena tierra, y ha recibido múltiples semillas. Dios nos ha sembrado, no sólo una vez, sino muchas, como hacen todos los sembradores. Las semillas nos hablan de vida. Hay muchas semillas de vida ya plantadas en mí, y otras que irán llegando y que darán fruto. Los evangelios están llenos de referencias a la vida: Jesús sana, es pan de vida, agua de vida, sacia el hambre de las multitudes, ofrece las claves de la felicidad (bienaventuranzas), multiplica los panes, rehabilita e integra en la comunidad, perdona, etc. La palabra que sale de mis labios no vuelve a mí sin producir efecto. (Isaías 55,10-11). La presencia del Reino en mí y en tantos otros.
Rana estaba en su jardín. Se le acercó, de paso, Sapo.
En el principio, Dios quiso elegir y constituir un pueblo y sellar con él un compromiso. En las culturas antiguas había dos formas de hacerlo: con un banquete y con sangre de animales. La iniciativa de Dios le llevó a fijarse en un grupo de gente que se encontraba en Egipto en estado «penoso» (esclavos, dispersos, sin identidad…) y empezó pidiéndoles que cenaran juntos, antes de emprender aquel largo Éxodo. Porque compartir la misma mesa supone empezar a crear «lazos» de amistad y comunión. Para los pueblos mediterráneos esto era y es muy significativo: a la gente que nos importa, la invitamos a comer; las personas de mayor confianza y cercanía comparten a menudo la misma mesa. Cuando queremos celebrar algo importante… comemos juntos. Y es que Dios pretendía, desde el principio, la convivencia, la unión, la cercanía, la amistad, la intimidad entre los que iban a formar su pueblo.
Jesús reformulará esa Alianza. Primero: habrá solo un mandamiento (nuevo): amarnos como él nos amó. Considerará discípulos suyos a los que hagan lo que él manda: amar como él. Y se compromete a estar con ellos todos los días hasta el fin del mundo, se compromete a darles su propia vida, a hacerlos hermanos e hijos. Y esto lo hace por medio de un gesto: compartir el pan y beber la copa. Son discípulos suyos los que comen su cuerpo y beben su copa. Y este pacto/Alianza lo sella Jesús con su propia sangre. Como signo de su fidelidad y de su amor incondicional él ofrece toda una vida (eso es la «sangre») entregada/derramada desde el amor. Y pide a sus discípulos:
Hay que reconocer que para muchos cristianos eso de la Trinidad es un “rollo”. A veces lo dicen así de claro, dando por sentado que todas esas frases del Credo Nicenoconstantinopolitano son un “rollo”, aunque se repitan en muchas Misas, porque no las entienden, y no saben qué tienen que ver son su experiencia personal de fe. ¿Tres sustancias en una esencia? ¿Tres personas en una sustancia? ¿Una naturaleza en tres personas? ¿Dos naturalezas en una sola persona? El valor que tienen nuestras definiciones y afirmaciones sobre Dios es sobre todo «sugerir», porque a Dios no podremos nunca “meterlo” dentro de una definición, por muy “ex cátedra” que sea. Estas formulaciones y otras parecidas les decían mucho a la Iglesia de Nicea o de Calcedonia… pero pueden haberse quedado vacías para nosotros después de tantos siglos y de tantos cambios. El lenguaje evoluciona muy deprisa. También nosotros tenemos no pocas dificultades para leer a Cervantes o a Santa Teresa en sus versiones originales, y sólo han pasado cinco siglos. Decía el Papa Francisco que «la misión es siempre la misma, pero el lenguaje para anunciar el Evangelio pide ser renovado con sabiduría pastoral». (Mayo 2015)

¿No ocurre algo parecido también hoy cuando se hace sentir culpable a las víctimas de algunas desgracias, o se «justifica» que estén en esa situación: «es que es un borracho, o un vago», es que ha mantenido prácticas sexuales prohibidas… y ha cogido el SIDA…. Aquí en Madrid conocemos bien la situación de La Cañada Real, un barrio construido a base de chatarra, donde vive gente en extrema pobreza… y que se ha quedado sin luz en estos tiempos de pandemia y de frío y nieve. Quienes tienen la responsabilidad de encontrar una solución les reprochan que algunos viven de las drogas, o que no han aceptado los ofrecimientos para «dejar sus casas» y trasladarse a algún pabellón… O sea: que ellos tienen la culpa de su situación. La Iglesia y algunos voluntarios son los únicos que se han acercado, han levando la voz, han ayudado lo que han podido. Menos mal.

También lo que decimos respecto a la oración es aplicable al trato con los enfermos. A menudo nos llenamos de palabrería: «Verás cómo te curas enseguida». «Yo tengo un conocido que tuvo lo mismo que tú, y salió adelante». «Tienes que tener paciencia y hacer caso a los médicos» (como si el pobre enfermo no estuviera dispuesto a hacerles caso). «Si yo estuviera en tu lugar…» (cosa del todo imposible porque nadie puede estar en el lugar de otro). Incluso: «no te quejes tanto», «ten más paciencia», o «no es para tanto», o… 
• «Precisamente en la sinagoga, había un hombre poseído». Precisamente en la sinagoga, donde se multiplicaban los rezos, los cánticos, las predicaciones y las catequesis. Un «poseído» es alguien que no es dueño de sí mismo; desde fuera, algo se ha adueñado de él, y le impide tomar sus propias decisiones, es más, le hace daño, lo hace dependiente, lo infantiliza, lo anula. ¿Querrá sugerir San Marcos que aquel hombre simboliza a los que están «poseídos» por aquella mentalidad religiosa proclamada por escribas, fariseos y sumos sacerdotes? ¿Que es prisionero y víctima de un modo de plantear la religión que, en el nombre de Dios, anula al hombre, lo llena de obligaciones y ritos… que no le permiten ser él mismo?
Poco antes de estas llamadas, y como un eco de la predicación de Juan Bautista, proclama: «Convertíos y creed en el Evangelio». Pero es un eco y un tono diferente al del Precursor: Está encabezado por una Buena Noticia (=Evangelio) de Dios, no hay asomo de amenazas (como las de Juan o de Jonás, por ejemplo: la ciudad será destruida…). Se trata de que Dios (su Reino) está cerca y eso despierta la esperanza, las expectativas, la alegría, el consuelo de las gentes, sobre todo de los que están peor.