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Santiago apóstol, testigo y mártir
Mi nombre es «Jacob» en hebreo. Jacobo en griego o latín. Y varía según vuestras diferentes lenguas: Jacob, Jacobo, Jakob, Sant-Iago, Yago, Thiago, Santiago, Jacques, James, Giacomo, Diego, Jaime…
No me confundáis con Santiago el hijo de Alfeo, otro de los Doce apóstoles, al que Marcos llama “el menor”. Ni tampoco con Santiago “el hermano del Señor”, como le llama Pablo de Tarso. Éste ni siquiera fue de nuestro grupo de los Doce. Yo soy Santiago “el hermano de Juan”, “el hijo de Zebedeo”. Llamadme “Santiago, el mayor” o “Santiago, el peregrino” si preferís.
Soy judío de Galilea, nací en la orilla norte del lago. En la cercana ciudad de Cafarnaúm teníamos nuestra barca. Mi hermano Juan y yo trabajábamos en la industria pesquera de mi padre Zebedeo, asociados con otros dos hermanos: Pedro y Andrés.
Cuando aquel maestro de Nazareth nos dijo “seguidme”, lo dejamos todo… aún hoy no me explico bien por qué, pues no nos dio ninguna explicación. Pero es cierto que sentí un fuerte impulso del corazón y muchas ganas de «cambiar de aires», de rutinas, de olor a pescado… En la vida hay que saber arriesgarse algunas veces. Y en la fe, sin riesgo, aventura, y «cambios»… no hay realmente seguimiento.
Mayor fue mi sorpresa cuando Jesús me llamó por mi nombre para formar parte de un grupo especial de DOCE y entonces sí que nos dejó muy clara su finalidad:
1. Para que fuéramos su grupo de acompañamiento, algo así como sus más estrechos colaboradores “para que estuviéramos con Él” (Mc 3,14). Estar con él. Eso es ser discípulo.
2. Para que lleváramos su mensaje, nosotros seríamos los primeros anunciadores del Reino, nos llamaba “para enviarnos a anunciar, dar testimonio” (Mc 3,14). Testigos de lo que vivimos. Eso es ser discípulo.
3. Para que encarnáramos y simbolizáramos el nuevo Pueblo de Dios, como las doce tribus del antiguo Israel “para juzgar a las doce tribus de Israel” (Mt 18,38). Una nueva comunidad fraterna, siempre somos discípulos «con otros», en comunidad.
Yo fui muy importante entre los DOCE, no hay más que fijarse en las cuatro listas de apóstoles que se conservan en el NT: Yo estoy siempre en el segundo puesto (después de Pedro) o en el tercero (después de Andrés o Juan). Con PEDRO y mi hermano JUAN, fui del grupo de los TRES ÍNTIMOS de Jesús.
PEDRO, JUAN Y YO … fuimos testigos excepcionales de los momentos más importantes de Jesús. Destaco tres:
• Primer momento: la resurrección de la niña Tabita (Gacela). Allí comprendimos el PODER de Jesús sobre la muerte, y que su REINO era un reino de vida.
• Segundo momento: Testigos del destello de su divinidad en el monte Tabor, y vimos su GLORIA, en la Transfiguración: que era realmente DIOS, a pesar de su humilde aspecto.
• Tercer momento: fuimos testigos de su angustia ante la muerte, en el Huerto de los Olivos, profundamente HUMANO.
Los tres momentos juntos revelan el misterio de Jesús en su totalidad.
A mi hermano Juan y a mí Jesús nos puso un sobrenombre:«Boanerges». Nos resultó un sobrenombre extraño. Marcos hizo una traducción aproximada: «hijos del trueno». Y ¿por qué “HIJOS DEL TRUENO”? No creáis que tenía algo que ver con nuestro carácter impetuoso, apasionados, exaltado, autoritario… Jesús no se preocupaba de la psicología, miraba más adentro… y sabía que no ahorrábamos esfuerzos en la misión encomendada ni calculábamos riesgos en la aventura del Reino
Os presento tres situaciones en las que nuestro ímpetu fue tan exagerado que los Hijos del Trueno metimos la pata:
§ El exorcista desconocido (Mc 9,38-40). Mi hermano Juan increpó duramente a un desconocido, que expulsaba demonios, sin ser de los nuestros. Fue una metedura de pata. Cómo nos gusta controlar al otro, y poner etiquetas, y dividir el mundo en «nosotros», y «los otros» a los que tenemos que controlar. Cuidado con esto, que la reprensión de Jesús vale para todos los suyos.
§ El rechazo samaritano (Lc 9,52-56). Otro día fue todavía peor: mi hermano Juan y yo pedimos fuego del cielo para acabar con una aldea samaritana que se había negado a recibirnos. La agresividad, la venganza, el «te vas a enterar»… Estas cosas no construyen Reino: otra dura reprimenda de Jesús nos lo hizo ver.
§ La petición de los primeros puestos (Mc 10, 35-41). Tal vez la mayor metedura de pata fue nuestra ambición de conseguir los primeros puestos. Nos gustan lo títulos, las ventajas, el ser importantes y considerados, sentirnos por encima de los demás…. Me da vergüenza recordarlo. No habíamos entendido nada del proyecto de Jesús. El resultado fue que los otros Diez se enfadaron con nosotros. ¡Qué bien hacéis en procurar recuperar la «sinodalidad» de los comienzos y en desclericalizar la Iglesia! Servir al Reino, servir al que sufre, «rebajarse»…
Pues a pesar de nuestro arrojo, cuando Jesús fue prendido en el huerto, le dejamos completamente solo; huimos todos deprisa y fuimos a refugiarnos en el Cenáculo, cerrando las puertas a cal y canto. Jesús nos tuvo que enseñar la humildad, el servicio, la valentía de resistir a la violencia sin violencias… Aprendimos a reconocer y aceptar nuestra fragilidad, nuestra debilidad, nuestra imperfección. ¡Todo esto fue fundamental (de «fundamento») cuando nos tocó construir la comunidad cristiana…!
Esto ocurrió después, el primer día de la semana, cuando Jesús Resucitado se presentó en medio de nosotros, y sopló mientras nos decía: “recibid el Espíritu Santo, como el Padre me envió os envío yo” , y nos lanzamos a anunciar por todas partes la Buena Noticia de la Resurrección.
Herodes Agripa I, queriendo contentar a los judíos, molestos con el éxito de nuestra predicación, decidió dar un escarmiento a nuestra comunidad cristiana …y en los años 41-44, me hizo decapitar. Pero no os quedéis en mi muerte … que yo, en Jesús, también he resucitado. Venid a mi encuentro… os invito a hacer mi camino, como tantos peregrinos, a través de los siglos…
… En SANTIAGO de COMPOSTELA me encontráis, esperando vuestro abrazo, yo que soy amigo y testigo de Jesús, como vosotros y con vosotros. Y no olvidéis nunca que ser persona y ser discípulo significa siempre caminar. Porque Jesús quiso ser EL CAMINO.
Este relato, resumido y «casi» tal cual es de José Antonio González García, Profesor de N.T. en el Instituto Teológico Compostelano
Quique Martínez de la Lama-Noriega, cmf

Por eso resulta tremendamente oportuna la invitación que hoy hace Jesús a los suyos de entonces y de hoy: «Venid vosotros a solas a un lugar desierto a descansar un poco». Quiere compartir, comentar, reflexionar y orar sobre lo que han vivido los apóstoles en su primer envío. Y a nosotros hoy darnos respiro, descansarnos, abrirnos a él, comentar juntos y buscar algún sentido a todo esto que nos está pasando.
¤ Dice el Evangelio que: eran tantos los que iban y venían, muchos los vieron marcharse, Jesús vio una multitud. Uno piensa espontáneamente en nuestra propia Iglesia. Son «muchos» los que se han alejado de nosotros, por múltiples causas. También ha ocurrido durante la pandemia. Y son «muchos» los que todavía buscan.
Al situarnos delante del Evangelio de hoy es fácil que bastantes corran el riesgo de considerar que «estas indicaciones» de Jesús van especialmente dirigidas para otros: los misioneros, los catequistas, los religiosos, o aquellos pocos laicos que echan una mano en «tareas pastorales». Pero ocurre que los evangelistas, al poner por escrito las palabras de Jesús, no tenían delante una Iglesia ni un cristianismo como el nuestro, con una historia y un reparto de tareas y vocaciones muy determinado. Y cambiable, por cierto. Ellos pensaban sencillamente en los «seguidores de Jesús», en los que iban aceptando la Buena Noticia del Reino. Es decir: que los destinatarios de sus escritos eran «globalmente» los hermanos en la fe. Todos.
– SER ENVIADOS. Es decir: Compartir su proyecto de vida. A TODOS los que «están con él»… los va a enviar. No a unos sí y a otros no. No salen unos a la misión, mientras otros se quedan a hacerle compañía. Los envía de dos en dos, para que conste esta dimensión comunitaria del Evangelio, y también para que se ayuden en las inevitables dificultades que se irán encontrando por el camino. Van como «TESTIGOS» de lo que han aprendido y de cómo ellos mismos han cambiado como consecuencia de su relación con Jesús. Esta será la tarea, la misión con las gentes.
• Ezequiel había sido deportado a Babilonia, junto con todos los judíos «útiles» o aprovechables para los intereses del Imperio. Allí escuchar una llamada de Dios que le manda dirigirse a un pueblo «que tiene dura la cerviz y el corazón obstinado», un pueblo testarudo y rebelde. Ezequiel era hijo de un sacerdote del templo de Jerusalem y estaba orgulloso de pertenecer a una familia noble. El Señor se dirige a él llamándole «hijo de hombre», recordándole su humilde condición, es decir: que es alguien con defectos, debilidades, como también limitaciones psíquicas y mentales de las que ningún mortal está exento. Ezequiel tenía algo parecido a lo que hoy llamamos «trastorno bipolar», y pasaba de momentos de euforia a momentos de abatimiento, era propenso a la depresión y se encerraba, a veces, en prolongados mutismos. Hablaba bien, eso sí, y la gente corría a escucharlo.
Qué bien lo decía nuestro poeta y premio nobel Juan Ramón Jiménez:
Jesús pregunta: «¿quién ha sido?». Busca a la persona: un rostro, una palabra para dialogar. Quiere que recobre también su dignidad personal, su autoestima, y no sólo la salud. No va con Jesús la «caridad anónima».
Se ve que a Jesús no le gustan las barcas paradas, amarradas. No tiene afición a los puertos. Ni a quedarse siempre en el mismo sitio. Le interesa la otra orilla (pagana), las periferias existenciales (Papa Francisco). Y empuja a sus discípulos al mar.
Algo que podemos aprender de esta escena evangélica es que tenerle en nuestra barca, no significa que estemos seguros «a pesar de la tempestad»,
§ «Con el Reino de Dios «sucede» como le «sucede» a un hombre que echa semilla en tierra». El sembrador/hombre podría ser el mismo Jesús, tal como se presenta en otras parábolas. Pero también cualquiera de los discípulos empeñados en continuar la misión de Jesús. Lo primero que se señala es que se echa semilla «en la tierra». El hombre está hecho de tierra, de buena tierra, y ha recibido múltiples semillas. Dios nos ha sembrado, no sólo una vez, sino muchas, como hacen todos los sembradores. Las semillas nos hablan de vida. Hay muchas semillas de vida ya plantadas en mí, y otras que irán llegando y que darán fruto. Los evangelios están llenos de referencias a la vida: Jesús sana, es pan de vida, agua de vida, sacia el hambre de las multitudes, ofrece las claves de la felicidad (bienaventuranzas), multiplica los panes, rehabilita e integra en la comunidad, perdona, etc. La palabra que sale de mis labios no vuelve a mí sin producir efecto. (Isaías 55,10-11). La presencia del Reino en mí y en tantos otros.
Rana estaba en su jardín. Se le acercó, de paso, Sapo.
En el principio, Dios quiso elegir y constituir un pueblo y sellar con él un compromiso. En las culturas antiguas había dos formas de hacerlo: con un banquete y con sangre de animales. La iniciativa de Dios le llevó a fijarse en un grupo de gente que se encontraba en Egipto en estado «penoso» (esclavos, dispersos, sin identidad…) y empezó pidiéndoles que cenaran juntos, antes de emprender aquel largo Éxodo. Porque compartir la misma mesa supone empezar a crear «lazos» de amistad y comunión. Para los pueblos mediterráneos esto era y es muy significativo: a la gente que nos importa, la invitamos a comer; las personas de mayor confianza y cercanía comparten a menudo la misma mesa. Cuando queremos celebrar algo importante… comemos juntos. Y es que Dios pretendía, desde el principio, la convivencia, la unión, la cercanía, la amistad, la intimidad entre los que iban a formar su pueblo.
Jesús reformulará esa Alianza. Primero: habrá solo un mandamiento (nuevo): amarnos como él nos amó. Considerará discípulos suyos a los que hagan lo que él manda: amar como él. Y se compromete a estar con ellos todos los días hasta el fin del mundo, se compromete a darles su propia vida, a hacerlos hermanos e hijos. Y esto lo hace por medio de un gesto: compartir el pan y beber la copa. Son discípulos suyos los que comen su cuerpo y beben su copa. Y este pacto/Alianza lo sella Jesús con su propia sangre. Como signo de su fidelidad y de su amor incondicional él ofrece toda una vida (eso es la «sangre») entregada/derramada desde el amor. Y pide a sus discípulos:
Hay que reconocer que para muchos cristianos eso de la Trinidad es un “rollo”. A veces lo dicen así de claro, dando por sentado que todas esas frases del Credo Nicenoconstantinopolitano son un “rollo”, aunque se repitan en muchas Misas, porque no las entienden, y no saben qué tienen que ver son su experiencia personal de fe. ¿Tres sustancias en una esencia? ¿Tres personas en una sustancia? ¿Una naturaleza en tres personas? ¿Dos naturalezas en una sola persona? El valor que tienen nuestras definiciones y afirmaciones sobre Dios es sobre todo «sugerir», porque a Dios no podremos nunca “meterlo” dentro de una definición, por muy “ex cátedra” que sea. Estas formulaciones y otras parecidas les decían mucho a la Iglesia de Nicea o de Calcedonia… pero pueden haberse quedado vacías para nosotros después de tantos siglos y de tantos cambios. El lenguaje evoluciona muy deprisa. También nosotros tenemos no pocas dificultades para leer a Cervantes o a Santa Teresa en sus versiones originales, y sólo han pasado cinco siglos. Decía el Papa Francisco que «la misión es siempre la misma, pero el lenguaje para anunciar el Evangelio pide ser renovado con sabiduría pastoral». (Mayo 2015)

¿No ocurre algo parecido también hoy cuando se hace sentir culpable a las víctimas de algunas desgracias, o se «justifica» que estén en esa situación: «es que es un borracho, o un vago», es que ha mantenido prácticas sexuales prohibidas… y ha cogido el SIDA…. Aquí en Madrid conocemos bien la situación de La Cañada Real, un barrio construido a base de chatarra, donde vive gente en extrema pobreza… y que se ha quedado sin luz en estos tiempos de pandemia y de frío y nieve. Quienes tienen la responsabilidad de encontrar una solución les reprochan que algunos viven de las drogas, o que no han aceptado los ofrecimientos para «dejar sus casas» y trasladarse a algún pabellón… O sea: que ellos tienen la culpa de su situación. La Iglesia y algunos voluntarios son los únicos que se han acercado, han levando la voz, han ayudado lo que han podido. Menos mal.