III DOMINGO DE PASCUA. CICLO A

¡RECONOCER!

Los primeros tiempos de la comunidad cristiana, tras la Pascua, fueron tiempos para el reconocimiento. No era aquél únicamente un tiempo de “visiones”, sino, sobre todo, de “reconocimiento”. Tanto las discípulas de Jesús como sus discípulos necesitaban tener la certeza de que aquel que se aparecía era Jesús. Este domingo tercero de Pascua, nos invita a “reconocerlo”, a “sentirlo” de nuevo… “al partir del pan”.
Las lecturas de este domingo, tercero de Pascua, nos enseñan cómo reconocer la vida y la presencia de Jesús, en tres momentos:

  • La torpeza para reconocer y creer: los discípulos de Emaús
  • Simón Pedro, testigo e intérprete
  • La sangre de Cristo… el precio del rescate.

La torpeza para reconocer y creer: los discípulos de Emaús 

“Dos discípulos de Jesús iban caminando aquel mismo día hacia una aldea llamada Emaus”. Uno de ellos se llamaba Cleofás. Del otro discípulo, o discípula (¿la mujer de Cleofás?), nos sabemos la identidad.
Jesús resucitado les sale al encuentro. Ellos no lo reconocen. Al principio están cerrados en sí mismos, en su problema: ¡están defraudados! La fe no les llega para más. Ni siquiera creen en los indicios que podrían hacer sospechar la llegada de algo nuevo. No creen a las mujeres, ni siquiera intentan verificar el porqué de la tumba vacía. La incredulidad es impaciente. Los dos discípulos entran en una especie de vértigo y huyen, escapan.
Jesús les parece un extraño. La desconfianza impide el verdadero encuentro. Por eso, el Señor tiene que emplearse a fondo. Les explica las Escrituras y les va dando claves para el reconocimiento.
Las grandes claves que Jesús ofrece permiten entender de alguna forma el misterio del dolor y de la muerte: “¡era necesario que el Mesías padeciera para entrar en su gloria!”.
La llegada a Emaús y la oferta de hospitalidad, hace que los dos discípulos puedan reconocer a Jesús. Lo reconocen cuando Jesús se entrega sin reservas, cuando hace el mayor gesto de amor. Ese gesto de partir el pan les hizo comprender la tragedia del Calvario. Lo que parecía una tragedia había sido el gesto de amor más sublime e intenso.
En los caminos de la vida Jesús nos sale al encuentro. Está bien que no nos cerremos a quien nos visita, aunque al principio no lo reconozcamos. Si somos hospitalarios, acogedores… al final lo reconoceremos. No somos nosotros los que visitamos al Santísimo Sacramento. Es el Santísimo Sacramento el que nos visita.

Simón Pedro, testigo e intérprete

Simón Pedro cobra una gran relevancia en el tiempo de la Pascua. Se convierte en el gran testigo e intérprete de todo lo que ha acontecido en Jesús. Su testimonio y su predicación apasionada encienden por doquier llamaradas de fe.
Pedro no transmite doctrinas, teorías. No aparece como un maestro, sino como un testigo que, además de serlo, ofrece la interpretación de los hechos.

  • Testigo: Se dirige a los vecinos de Jerusalén, a judíos e israelitas. Les habla de Jesús de Nazaret. Ese hombre fue acreditado por Dios ante el pueblo con milagros, signos y prodigios. Pero a ese hombre lo mataron en una cruz quienes habían visto sus obras. No fueron capaz de “reconocerlo”, aunque lo conocieron. No lograron creer en Él, saber de quién se trataba.
  • Intérprete: Pedro les revela ahora la auténtica identidad de Jesús Lo hace sirviéndose de una ayuda externa y autorizada: el salmo 16. Es un salmo precioso, una auténtica joya. En él descubre Pedro la gran clave para entender la resurrección de Jesús. Ese salmo no se refería a David, dado que David murió y sus restos quedaron en el Sepulcro. Ese salmo se refería a Jesús.

El precio del rescate… la sangre de Cristo

De nuevo Pedro nos exhorta a poner en Dios nuestra fe y nuestra esperanza. Desde la carta, a él atribuida, nos pide que tomemos muy en serio la vida y nos conduzcamos de la forma más adaptada a la voluntad de nuestro Padre Dios.
Tomar en serio la vida quiere decir, ante todo, “hacerse consciente” de algo que ha revolucionado la historia del mundo: ¡que Dios resucitó a Jesús de entre los muertos! ¡que le dio gloria! ¡Que la historia del mundo tiene un presupuesto previo (“antes de la creación del mundo”) y un final (“al final de los tiempos”) que le quitan toda ambigüedad y todo resultado incierto! ¡Estamos en manos de Dios y el Mal nunca vencerá!
Hemos sido rescatados con el supremo valor: el precio del rescate vale más que el oro y la plata. Es la sangre, la vida derramada de Jesús.
La esperanza ha de manifestarse en nuestra vida, en nuestro rostro. No podemos vivir como seres esclavizados. Hemos sido rescatados ya.

Conclusión

Sentir la cercanía de Jesús, reconocerlo de verdad, no es una experiencia meramente intelectual: es una convulsión vital. Las experiencias de resurrección no tienen solo que ver con Jesús. También con nuestra propia resurrección. Reconoce a Jesús quien se aproxima a Él. Lo desconoce quien de Él se aleja. La proximidad produce mutuo conocimiento. La lejanía genera un mutuo desconocimiento. Los hebreos expresaban la máxima proximidad, que se produce en el matrimonio, con el verbo “conocer”. También Dios anhela que su pueblo, su esposa, lo conozca y se llene de su conocimiento.

José Cristo Rey García Paredes, CMF

II DOMINGO DE PASCUA. CICLO A

¡Bienaventurados quienes sin ver creyeron!

Pep Ribé

A los saduceos que no creían en la resurrección de los muertos Jesús les habló de “los hijos y las hijas de la Resurrección”. Nadie duda del parto que nos hace nacer. Jesús nos habla de otro parto que nos hará resucitar. Escuchemos la Palabra de este domingo que nos revela este misterio fascinante y para muchísima gente… inesperado e increíble. 

¡Paz a vosotros! ¡Bienaventurados los que creen!

Tras la muerte de Jesús en cruz lo esperado hubiera sido la dispersión de su comunidad de discípulos y discípulas. Pero llegó la inesperado: unos decían que Jesús había resucitado… Después otros lo reafirmaban… Al final, todos lo experimentaron. Las dudas iniciales se fueron disipando: primero las discípulas, después los discípulos, finalmente… hasta el incrédulo Tomás que se había separado de la comunidad.

¡No cayeron en una alucinación colectiva! Se trataba de un proceso de apariciones personalizadas y después colectivas. No acontecía a través de “visiones ópticas”, sino de “visiones bíblicas”: es decir, descubrir el sentido de las Sagradas Escrituras que ya hablaban de ello: los profetas, los salmos, la ley. Jesús resucitado les ofreció la clave, el password para entender lo que estaba escrito: “Era necesario que así sucediera”. 

Cuando el Espíritu Santo nos acompaña en la lectura de las Escrituras Santas descubrimos el misterio de la Resurrección. Tal vez necesitemos tiempo… como le ocurrió al apóstol Tomas. Tengamos paciencia, porque en nosotrs hay una persona que se dice a sí misma: “si no lo veo no lo creo”. Pero el Espíritu la transforma para que “crea y pueda desde la fe ver mucho más… lo increíble” ¡Creer para ver! Y entonces proclamaremos: “¡Creo en la resurrección de la carne” “Señor, auméntanos la fe!”. Creer en la Resurrección no es el resultado de un esfuerzo voluntarista, sino el regalo de una nueva mirada, de una nueva sensibilidad, de una “esperanza viva”.

“Hijas e hijos de la Resurrección”

Anunciación – Arcabas (1926-)

Cuando la fe en el Resucitado se asienta, la comunidad cristiana confiesa que:

  • hay Resurrección colectiva; que Jesús es la primicia, el primero, y no el único; que él ha abierto el seno y tras él iremos naciendo a la vida eterna todas sus hermanas y hermanos; 
  • la conciencia de resurrección transforma la vida aquí en la tierra, en la historia.

La perspectiva -la promesa de Resurrección- cambia totalmente los deseos: no nos jugamos todo en este “primer tiempo” de nuestra vida. Hay un “segundo tiempo” en que podemos ganarlo todo. Así vivió la primera comunidad cristiana. Tras la depresión del Calvario llegó el entusiasmo irradiante, irrefrenable, testimoniante de la Resurrección. 
Por eso, los primeros cristianos no temían a nada, eran kamikazes sin violencia y sin suicidio. Estaban dispuestos a jugarse la vida como Jesús. No hay nadie más temible que quien no teme a nada. Así los cristianos predicaron la Resurrección por todo el imperio romano.

La fe en el Dios que resucita, vale más que el oro

En estos días de Pascua damos lectura a la primera carta de Pedro. Es recomendable dedicarle un tiempo para leerla de principio a fin. Es una excelente catequesis de Pascua. Hoy hemos proclamado solo la introducción. El autor de esta carta-catequesis es un hombre lleno de entusiasmo, feliz, agradecido: es un auténtico profeta de la resurrección, un eco de la sabiduría de Jesús su Maestro. Repitamos sus palabras:

“Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo que en su gran misericordia, por la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, nos ha hecho nacer de nuevo para una esperanza viva, para una herencia incorruptible, pura, imperecedera, que os está reservada en el cielo”.
¿Se puede decir más? ¡Qué magnifico panorama de sentido! Hemos nacido de nuevo. Somos los herederos de una magnífica herencia, que no se gasta, que es imperecedera.  Todo esto que se nos concede vale más que el oro. Por eso, demos gracias, alabemos, vivamos con un gozo inefable y transfigurado.

José Cristo Rey García Paredes, cmf

DOMINGO II DE CUARESMA. CICLO A

Vocación y Pasmo

“Que será, será” -Whatever Will Be, Will Be- fue una canción, compuesta el 1956 por Jay Livingston y Ray Evans. Sus tres estrofas formulan una preguntan por el destino de la vida humana en sus diversas fases La canción es una pregunta, llena de intriga, por el destino de cada vida humana.
También la liturgia de este domingo nos habla de nuestro destino, pero no fatalidad, sino como llamada de Dios en libertad: como vocación: 1. Dios llama a Abrahán: el camino hacia lo desconocido. 2. Dios llama al joven Timoteo: mensajero del Evangelio. 3. Tres discípulos redescubren su llamada: entre la transfiguración y el pasmo.

1.   Dios llama a Abrahán: el camino hacia lo desconocido.

Abrán adoraba a los ídolos. Un día escuchó una voz: “Sal de tu tierra y de la casa de tu padre. Te mostraré otra tierra. Serás bendición para todas las familias del mundo… te protegeré”. Seducido por este Dios, obedeció y salió sin saber a dónde iba.
Tal vez muchos de nosotros estemos ya en consonancia con la llamada. Y si no es así, estemos atentos, porque nos puede interpelar para emprender un nuevo camino “más allá, más allá”. Rechazar una llamada de Dios trae consecuencias funestas. Decía un compañero mío -y con mucha razón-, que cuando Dios llama, muestra “nuestro más profundo sueño”. Algo habrá encontrado en la persona a la que llama, porque la Biblia lo expresa así: “ha hallado gracia a sus ojos”.

2. Dios llama al joven Timoteo: mensajero del Evangelio

En su carta al joven Timoteo, hijo suyo espiritual, Pablo lo invita a “participar en los duros trabajos del Evangelio” porque contará con la fuerza que viene de Dios”.
También hoy necesita nuestro Dios evangelizadores y evangelizadoras que dediquen su vida a anunciar el Evangelio allí donde sean enviados. Esa es la buena noticia que da vida al mundo.

3. Tres discípulos redescubren su llamada: entre la transfiguración y el pasmo

Cuando Jesús subió al Tabor se llevó consigo a tres de sus discípulos: Pedro, Santiago y Juan. Quienes habían respondido sin demora a la llamada de Jesús, fueron agraciados con la transfiguración de Jesús, la voz de Dios Padre que les revelaba la identidad divina de Jesús y la presencia del Espíritu en forma de nube luminosa. El Jesús que les pidió “subir”, les pide ahora “bajar” y los remite a lo que vendrá: un Jesús “desfigurado” en la cruz. La experiencia del Tabor les ayudará a sobrellevar la tragedia del Calvario. Se muestra así la doble cara de toda vocación: fascinante y terrible.

Conclusión

Es éste el domingo de la Vocación cristiana, de la llamada a los más variados modos de ser cristiano y de servicios misioneros. Y todo surge de “una llamada”, de la palabra del Señor que es sincera y actúa lealmente (salmo 32).  Que quienes participamos en esta Eucaristía aguardemos la llamada del Señor y seamos conscientes de que él pone sus ojos en cada uno de nosotros (salmo 32).

José Cristo Rey García Paredes, cmf

DOMINGO 7. TIEMPO ORDINARIO. CICLO A

“PERO YO OS DIGO…” O EL ARTE DE AMAR

Sigue centrada la liturgia en el gran discurso inaugural de Jesús, que el Evangelio de Mateo nos transmite. Una vez más aparece Jesús, no como un revisionista, como un revolucionario que acaba con las grandes tradiciones del Pueblo. Jesús aparece como aquel que viene a dar plenitud. Jesús no viene a destruir. No es como esos políticos catastrofistas que sólo condenan lo que hicieron los anteriores a él. Jesús reconoce la obra de Dios antes de llegar él, pero también quiere hacer su gran aportación al proceso. Hoy nos habla de otros mandamientos de la Alianza a los cuales quiere dar plenitud: 1. el “ojo por ojo y diente por diente”, 2. el “amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo”; 3. … Como el Abbá.

“Ojo por ojo y diente por diente”

Puede parecernos ésta la ley de la venganza. Sin embargo, es la ley de la justicia ecuánime. La venganza está en el exceso. Los vengativos y violentos se exceden en sus reacciones: “¿me has robado un coche? ¡Pues yo le robaré el suyo, le quemaré el garaje y la casa!”. Contra excesos semejantes iba la ley del talión: ojo por ojo.
Jesús ofrece la alternativa de la no-violencia activa. “¡No hagáis frente al que os agravia!” . Jesús nos pide que encajemos los golpes. Que no empleemos las armas del otro, que son armas de violencia. Jesús nos pide que obedezcamos a quien nos obliga y nos trata como esclavos (“a quien te requiera para caminar una milla”). Jesús nos dice que atendamos a quien nos pide.
Pero no acaba todo aquí. Jesús no quiere que seamos unos resignados o unos cobardes ante el mal. Él nos propone utilizar unas armas, que nada tienen que ver con la violencia, pero sí con la dignidad, la denuncia y el respeto:

  • Si uno te abofetea en la mejilla derecha… No añade Jesús: “¡aguántate! Jesús dice: ¡actúa! ¡reacciona! ¡Preséntale la otra!
  • Si uno te pone pleito para quitarte la capa… No añade Jesús: ”¡dásela!”, sino: ¡déjate de pasividades! ¡reacciona!, “¡dale también el manto!”.
  • A quien te obligue a caminar una milla… No añade Jesús:¡obedécele!, sino ¡reacciona!, ¡acompáñale dos!
  • A quien te pide prestado… No añade Jesús: ¡rehúyelo!, sino ¡reacciona! ¡dale!

En resumen, Jesús nos pide que no hagamos frente al mal con sus mismas armas. Pero sí que utilicemos el arma de la denuncia respetuosa: “si he hecho el mal, dime en qué; pero si no, ¿porqué me hieres?”. Jesús nos pide mantener la dignidad y libertad incluso cuando nos esclavizan: ¡me obligas a una milla…. Pues yo haré dos! ¿Me robas la capa? ¡Ahí tienes también el manto. Hemos aprendido en este último tiempo el significado político de la no-violencia activa. Gandhi nos introdujo en una praxis que podía avergonzar al mundo de sus violencias. Pero ya Jesús nos introdujo en esa praxis, a la cual la Iglesia debe darle continuidad permanente.

¿Amar al cercano, odiar al extraño?

Todas las naciones se defienden de los extraños, de los extranjeros. Por eso, hay pasaportes, visados, vigilancia fronteriza. En “el otro” ven espontáneamente un peligro. El pueblo de Israel tenía también sus normas nacionalistas. Los de la propia raza y pueblo han de relacionarse como hermanos entre sí; por lo tanto, amarse y protegerse mutuamente. En cambio, con relación a los extranjeros o extraños que tener muchas precauciones: en primer lugar, por su religión y el peligro de ser contaminados de idolatría (¡por eso, nada de matrimonios con ellos!) y, en segundo lugar, porque son enemigos, o virtuales (posibilidad de hacer la guerra), o reales (porque de hecho la hacen).

¡Como el Abbá!

Jesús, sin embargo, quiere que sus discípulos y discípulas se sitúen en otra órbita: “amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen”. Ellos no son enemigos, son hijos del Abbá y, por tanto, hermanos. Jesús sabe que “el extraño” no lo es, cuando es contemplado con los ojos de Dios, que hace salir su sol sobre todos sus hijos e hijas.
Más todavía, Jesús quiere que no se niegue el saludo a nadie. Y que los considerados enemigos, sean objeto de la gracia del saludo, de la hospitalidad. En eso consiste la Gracia. En tener la iniciativa en el amor y demostrar de esa manera que nadie nos es extraño.
Cuando Jesús nos pide ser perfectos como el Abbá es perfecto, no nos está exigiendo ningún imposible. Es cierto que nunca, nunca podremos ser como Dios, pero sí,  podemos aprender de nuestro Dios el ser compasivos y misericordiosos. Quien entra en el ámbito de la Alianza con su Dios, participa de la condición santa de Dios. Quien es misericordioso es “santo como Dios es santo”. En el amor nos jugamos el ser “como Dios”, porque “Dios es Amor”.

José Cristo Rey García Paredes, cmf