DOMINGO 19. TIEMPO ORDINARIO. CICLO A

LA BRISA TENUE DE DIOS Y LA MANO DE JESÚS

Nadie aquí en la tierra puede ver a Dios… porque es un Dios escondido, un Dios discreto. La liturgia de este domingo aborda este tema en tres momentos: 1) Aparición en la brisa tenue; 2) Pablo como un nuevo Elías; 3) la manifestación divina en Jesús. 

Aparición en la brisa tenue

El profeta Elías era un profeta espectacular: él solo se hizo creíble ante el pueblo de Israel, dejando en ridículo a los sacerdotes del dios Baal. Elías era un profeta que daba testimonio -con pronunciamientos claros y públicos- del verdadero Dios. Además, perseguía y hasta hacía caer a espada a quienes lo negaran. 
Después de no pocos conflictos, Elías se dirigió al monte santo, aquel en el que Dios se manifestó a Moisés. Pasó la noche en una cueva. Se le comunico que Dios iba a pasar delante de él. Creyó que Dios llegaría en el huracán violento “que descuajaba los montes y hacía trizas las peñas”, ¡pero Dios no estaba allí! Luego llegó un terremoto… después… fuego. Dios no estaba allí. Finalmente “se oyó una brisa tenue”. Al sentirla, Elías se tapó el rostro con el manto. ¡Era Dios!

Pablo como un nuevo Elías

Como el profeta Elías, san Pablo amaba apasionadamente a su pueblo. Por eso, al ver que no se convertía a Jesús sentía una gran pena y un dolor incesante. Pablo reconocía todos los valores de su pueblo (el templo, la alianza, las promesas, e incluso que el Mesías nació en él), y, sin embargo, este pueblo de Dios rechazaba a Dios.

Al final, no le queda más remedio que resignarse y esperar.

La manifestación divina en Jesús

En el evangelio nos encontramos con otro escenario. A los apóstoles les hubiera encantado ser testigos de una llegada espectacular del Reino de Dios: la multiplicación de los panes y los peces podría considerarse así. 
Pero Jesús no respondió a las expectativas de sus discípulos. Aunque la multiplicación de los panes y los peces fue espectacular, Jesús rechazó cualquier homenaje, e incluso los deseos de proclamarlo Rey. Despidió a la gente. Apremió a sus discípulos para que navegaran hacia la otra orilla. Y él, humilde y discreto, se quedó solo y subió a la montaña, pasando la noche en oración.
Durante la travesía el mar se enardeció y en medio de las olas los discípulos se sentían abandonados y en peligro de muerte. Jesús apareció sereno sobre las olas. Los discípulos creían que era un fantasma. Pedro lo reconoció y le pidió ir hacia él caminando sobre las olas; al arreciar el viento temió y comenzó a hundirse. Jesús le dio la mano y le recriminó su falta de fe. 

Conclusión

 Encontramos a Dios -como Elías- en la brisa suave. Encontramos a Jesús cuando el mar está embravecido y anhelamos una prueba de que es Él -como Pedro-. Cuando dudamos, nos hundimos. Pero la mano de Jesús nos salvará.

José Cristo Rey García Paredes, CMF

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