VIERNES SANTO 2023

“CUERPO CRUCIFICADO”

Entramos en el misterio del Viernes Santo: un día que no es sólo pasado, sino también dramático presente en la vida individual y colectiva de la humanidad.

Hoy es “viernes santo”

El Viernes Santo fue para algunos de nuestros grandes pensadores la expresión del mayor ocultamiento de Dios en nuestra historia. Y hoy lo estamos padeciendo: lo demuestra la expansión -cada vez mayor- de la increencia y del ateísmo. En su obra “La gaya ciencia” (sección 125) el filósofo Nietzsche escribió: 

“Dicen que el loco ese día penetró en varias iglesias y entonó un requiem æternam deo. Y cuando era arrojado esgrimía reiteradamente su argumento: «¿Qué son estas iglesias, sino tumbas y monumentos fúnebres de Dios?” Dios ha muerto. Dios sigue muerto. Y nosotros lo hemos matado.

Anticipaba así lo que hoy está ocurriendo de forma masiva. Son cada vez más las personas -¡incluso miembros de familias de tradición creyente y cristiana!- que se declaran agnósticas o ateas: “no hay Dios, Dios ha muerto”. La religiosidad se diluye. Los templos se vacían.  

El “Viernes Santo” en seis escenas

La liturgia cristiana proclama en este día la Pasión según san Juan en seis escenas

  • La patrulla (Jn 18,1-12): un destacamento de tropas romanas -guiado es enviado por las autoridades judías, para arrestar a Jesús en el huerto de Getsemaní , guiado por Judas. Jesús le sale al paso y les pregunta: ¿A quién buscáis? Ellos responden: ¡A Jesús nazareno! La respuesta de Jesús les sobrecoge: “Yo soy” evocaba al Dios de la zarza incombustible que así le respondió a Moisés: “Yo soy el que soy”.
  • El interrogatorio nocturno: el avaricioso y corrupto Anás somete a Jesús a un interrogatorio nocturno, no oficial. Jesús es maltratado, negado por Pedro en el atrio. Se reúne en la mañana siguiente el Sanedrín -presidido por Caifás- y decide entregar a Jesús a los romanos para que sea ejecutado. Los judíos -por orden de los romanos- no podían ejecutar la pena capital, pero sí le pedirán que ejecute a Jesús con la crucifixión.
  • Viernes por la mañana: Los sacerdotes se dirigen a la casa de Pilato, pero no entran para no contaminarse, dado que ese día se iniciaba la Pascua al atardecer. Jesús ante Pilato se declara testigo de la Verdad, que el procurador romano trata de eludir. Los judíos rechazan la realeza de Jesús. Los gentiles lo visten como rey y lo aclaman: “ellos lo habrían hecho sin burlas”, comenta un gran experto en el evangelio de Juan, Raymond E. Brown. Pilato descubre que Jesús es el Hijo de Dios y Jesús le declara que su poder -como procurador romano- le viene de Dios. Sentado en la sede del juez, Pilato dicta sentencia de muerte. El pueblo de Dios se declara amigo del César. Y esto sucede en “esa hora fatal en la historia de Israel que es “la hora sexta”, el mediodía, el momento mismo en que se inicia el sacrificio de los corderos pascuales en el Templo” (Raymond E. Brown).
  • En la cruz: de ella pende un letrero que declara de forma solemne -en tres lenguas- y por orden de Pilato, el porqué de la muerte de Jesús ¡el rey de los judíos! Los soldados se reparten los vestidos de Jesús, pero “la túnica” de una sola pieza -como la del Sumo Sacerdote- es echada a suertes. Jesús muere como rey y también como Sacerdote.
  • La Madre y el discípulo amado: varias mujeres están junto a la cruz de Jesús y el discípulo amado. Jesús le revela a su madre una “nueva maternidad” refiriéndose al discípulo amado: “Ahí tienes a tu hijo”. Y el discípulo la acogió en su casa.
  • Jesús muere y entrega el Espíritu que se derrama sobre las mujeres y el discípulo amado. Entones Jesús es también “el Traspasado” y de su costado, herido por la lanza, brota el agua de la vida juntamente con la sangre de la entrega.

¿Qué nos dice el relato?

La crucifixión estaba pensada 

  • para humillar al reo, 
  • para privarle del honor, 
  • para hacerle caer en lo más bajo en que un ser humano puede caer. 

El cuarto evangelista nos presenta a Jesús manteniendo su honor en todo momento. 

  • Actúa como un auténtico señor que conoce la situación y la controla. 
  • Jesús soporta lo que haya que soportar, pero nunca cede ante la humillación. 
  • La máxima humillación se convierte en la exaltación del Señor. 
  • El máximo desprecio se convierte en la máxima atracción desde la cruz. 
  • Se le acusa a Jesús de hacerse igual a Dios, Hijo de Dios, rey. Por ello es condenado. Pero muriendo, Jesús entrega su vida al Abbá de la vida.
  • Jesús confía absolutamente en su Padre. Y hace de su muerte el acontecimiento más digno de su existencia, el cumplimiento que lleva a perfección su misión en la tierra: “¡Todo está cumplido!”.

Este relato nos enseña que:

  • Ante la humillación no hemos de reaccionar con violencia, sino con dignidad y firmeza. 
  • Como seres humanos y limitados que somos, habremos de atravesar zonas de sombra, de anonadamiento y tiempos de duda, de aparente sinsentido. Nuestra fe nos pide confiar siempre, en todo lugar y momento, en nuestro Abbá. Él no puede olvidarse de los hijos e hijas de sus entrañas, como no se olvidó de Jesús. Él hace que nuestras noches oscuras, nuestras experiencias de muerte, estén bajo su control, para que nuestros pequeños viernes santos se conviertan en momentos de gracia para el mundo. ¡Qué bien entendió este misterio san Pablo cuando nos dijo que estamos con-crucificados con Cristo!
  • Hay muchas zonas de viernes santo permanente en nuestro mundo: ¡ahora mismo lo estamos sufriendo! ¡Hoy es -quizá más que otras veces- Viernes Santo!. Muchas personas solidarias y compasivas emergen en este día para llevar consuelo, esperanza, cuidar, acompañar, compadecerse…. 
  • Hemos de acercarnos a quienes están pasando su “viernes santo”. Llevémosle nuestra presencia y consuelo. Iluminemos a esa persona con nuestro amor y nuestra esperanza.

¡Abbá, ¡sólo nos quedas Tú!

Abbá, en la oscuridad del viernes santo, sólo nos quedas Tú. Tú eres nuestro refugio, nuestra esperanza, nuestra victoria. Nos ponemos en tus manos. Te entregamos nuestro espíritu. Sabemos, Abbá, que contigo nunca quedaremos defraudados.

José Cristo Rey García Paredes, CMF

JUEVES SANTO 2023

“UN SOLO CUERPO” El Pan y el Cáliz”

Hace muchos años, el gran teólogo católico Hans Urs Von Balthasar escribió un famosísimo libro titulado “Mysterium paschale: la teología de los tres días”. Viernes santo, Sábado santo y Domingo de Resurrección.

En el centro el Cuerpo de Jesús

Jueves, Viernes y Sábado Santo son los días en los cuales nuestra atención se centra en el “cuerpo de Jesús”. Los pasos de la Semana Santa nos lo muestran. Hacia ese cuerpo se dirigen las miradas. Ante ese cuerpo se emocionan los corazones. Parece que carga sobre sí todo el dolor del mundo. En su rostro vislumbra la gente su propio dolor: el ya sufrido, el que ahora le acongoja, el dolor que de seguro vendrá.
Los artistas han sabido plasmar en sus imágenes de Semana Santa un cuerpo de Jesús en situación límite e incluso muerto sin que por ello parezca un cuerpo desahuciado y vencido. Año tras año, generación tras generación se repite el mismo espectáculo y surgen las mismas emociones. ¡Y todo tiene como foco… el cuerpo de Jesús!  

En el Cenáculo de Jerusalén

 Allí está reunido Jesús con sus discípulos para celebrar “la última Cena”, la “Cena de despedida”, “la cena del Adiós”, la “cena del Testamento”.
Los grandes patriarcas del Pueblo de Dios hacían de la última cena o comida con sus hijos la “cena del Testamento” (Jacob en Gen 48-49). Jesús también hace su Testamento. El cuarto evangelista inicia el relato de la Cena con estas palabras: “Amó a los suyos que estaban en el mundo y los amó hasta el final (telos)” (Jn 13, 1).
Pero también se manifiesta el mal, el diablo que actúa a través de uno de los discípulos, Judas, que lo traiciona y entrega a los judíos para que lo eliminen.

El símbolo del lavatorio de los pies

“Durante la cena Jesús vierte agua en una jofaina y comienza a lavar los pies de los discípulos y a secarlos. Culturalmente, la parte inferior del pie se consideraba una parte deshonrosa del cuerpo. El lavado de los pies de otra persona lo realizaba un esclavo o una persona de estatus inferior (1 Sam 25:41). Jesús le dio tal importancia a este gesto. Ante la negativa de Pedro, lo puso ante la alternativa de: “o te lavo y estás de mi parte, o no te lavo y estarás contra mí”.
Los cuerpos de los discípulos tienen vocación de in-corporación para formar todos “un solo cuerpo” en Jesús. Se trata de una primera comunión a través del tacto. Y Jesús añade: ¡laváos los pies unos a otros! ¡Honrad vuestros cuerpos! ¡Bendecíos mutuamente! ¡Alejáos de cualquier forma de violencia corporal!¡Haceos siervos los unos de los otros! ¡Dad la vida los unos por los otros!

El símbolo del Pan eucarístico

Franz von Stuck, Pietà, 1891

Sigue la cena de despedida… y de nuevo aparece el Cuerpo. Esta vez tiene la “sagrada forma” de pan: pero no solo de pan, sino de pan dentro de un escenario de interrelación: ¡de pan entregado! Es el pan de la comida, es el pan que Jesús parte y reparte: “Tomad, comed, ¡esto es mi cuerpo!”.
No se trata sólo del pan, sino del pan partido y distribuido por las manos mismas de Jesús. Él habla de un cuerpo que rebasa sus límites, de un cuerpo que toca, que se acerca, que quiere ser tomado, comido… hasta entrar en el otro cuerpo: “vosotros en mí y yo en vosotros”. El pan-cuerpo tiene una existencia pasajera y transitiva: lo acucia la impaciencia de ser comido y desaparecer en el cuerpo de los discípulos. “Pharmacon athanasías” o “medicamento de la inmortalidad” lo llamaban los antiguos cristianos.
El cuerpo-pan vivifica al cuerpo que lo recibe: “quien come mi pan no morirá para siempre”. Quien comulga se incorpora al Cuerpo que todo lo sana, que resucita, que establece Alianza para siempre. Jesús quiere compartir su cuerpo y hacernos así sus con-corpóreos.
Estrechamente unida al cuerpo… también la sangre. Jesús transforma la escena anterior: ahora lleva en sus manos un cáliz. Derrama sobre él el vino; la entrega a cada uno de sus discípulos y les dice:  “Tomad, bebed: esta es mi sangre, sangre de la nueva y eterna Alianza, que será derramada por vosotros y por todos los hombres para el perdón de los pecados”. 
Jesús quiere compartir su sangre y hacernos sus con-sanguíneos. Para él, como hebreo, la sangre era mucho más que ese flujo líquido que recorre nuestras venas: era el símbolo de la vida, de su vida, que sólo encontraba su sentido des-viviéndose, entregándose. Por eso, también la sangre crea comunión, consanguinidad, Alianza para siempre.

El Sacerdocio fundamental

Jesús quiso que todos nosotros, sus seguidoras y seguidores formáramos el pueblo sacerdotal, o pueblo de sacerdotes. En el Bautismo somos todos consagrados sacerdotes de Dios. Pero en este día, celebramos el origen de una forma peculiar de sacerdocio: el de aquellas personas elegidas para servir y liderar al pueblo de Dios. Jesús le dijo una vez a Pedro: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas?”. Ante la respuesta afirmativa, Jesús le dijo: “Apacienta mis ovejitas”. Los pastores son muy tentados por el Maligno y pueden -como Pedro- negar al Señor, y convertirse en lobos del rebaño del Señor. Roguemos por ellos, para que no caigan en la tentación.

José Cristo Rey García Paredes, CMF

DOMINGO DE RAMOS. CICLO A

LA TOMA DEL TEMPLO – JUEZ DE JUECES

¿Cuándo llegarán a la humanidad tiempos de paz? Cuando todavía no está resuelto un conflicto surge otro. Las guerras se suceden. No hay respiro…. Añoramos la paz, pero la paz no llega. Jesús fue el “príncipe de la Paz”… pero sucumbió a la violencia. ¿Qué celebramos hoy los cristianos  al evocar la entrada de Jesús en Jerusalén “ciudad de la Paz?

La perspectiva

La entrada de Jesús en la Ciudad Santa de Jerusalén respondió a un deseo muy especial de Jesús: representar, hacer realidad, un texto del profeta Zacarías (9,8-12):

“Yo acamparé junto a mi Casa como guardia contra quien pasa o quien viene; y no pasará junto a ellos el opresor, porque ahora vigilo con mis ojos. ¡Exulta sin freno, Sión, grita de alegría, Jerusalén! Que viene a ti tu rey, justo y victorioso, humilde y montado en un asno, en una cría de asna… Él proclamará la paz a las naciones. Su dominio alcanzará de mar a mar y desde el Río hasta los confines de la tierra. Por la sangre de tu alianza, libraré a tus cautivos de la fosa vacía, sin agua. Volved hoy mismo a la fortaleza, cautivos de la esperanza”

(Zacarías 9, 8-12)

 Esta es la profecía que Jesús hace realidad en este día de su entrada en Jerusalén como rey de la Paz. La gente lo percibe y lo aclama sin miedo: ¡Hijo de David!, ¡el que viene en el nombre del Señor!

Deberíamos imaginarnos el entusiasmo y la pasión de aquellas gentes que encontraron en Jesús la respuesta de Dios a sus penas, a sus esperanzas (¡cautivos de la esperanza!). Sin embargo, la gente no percibió la gravedad de aquello que hacían, pues el entusiasmo se había apoderado de ellos. Entraron en Jerusalén sin el menor respeto humano, proclamando la Gracia definitiva de Dios sobre la Ciudad.

Aquella entrada solemne y pacífica en Jerusalén se convirtió en el desencadenante de la peor de las acciones violentas: la condena a muerte, y muerte de cruz, del Rey de la Paz, Jesús.

La fuente de su energía

La primera lectura del profeta Isaías nos ayuda a comprender lo que movía el corazón de Jesús:

  • El deseo de alentar, confortar y consolar a los abatidos.
  • La convicción de que a la violencia no se responde con violencia.

El “misterio” de Jesús

Por eso, san Pablo interpreta el modo de actuar de Jesús en la segunda lectura (la carta a los Filipenses):

  • Jesús era de “condición divina”, pero no quiso aparecer con ese título así y se hizo uno de tantos.
  • Más aún: se hizo como nosotros no deseamos ser: esclavo, sometido, siervo, apto para ocupar el último lugar: el de los condenados a muerte.
  •  Sin embargo, Dios su Padre reaccionó y lo exaltó, “de modo que ante Jesús se arrodille toda persona en el cielo y en la tierra”.  

¡Jesús es el Hijo del hombre, juez de jueces!

Hoy la Iglesia proclama el relato de la Pasión según san Mateo. Y nos dice cuál fue la causa de su muerte. Cuando el sumo sacerdote le dijo solemnemente: «Te conjuro por el Dios vivo a que nos digas si tú eres el Mesías, el Hijo de Dios». Jesús respondió: †. «Tú lo has dicho. Y os declaro que pronto veréis al Hijo del hombre, sentado a la derecha de Dios, venir sobre las nubes del cielo».
El sumo sacerdote rasgó sus vestiduras y exclamó: «¡Ha blasfemado! ¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? Vosotros mismos habéis oído la blasfemia. ¿Qué os parece?». Y todos respondieron: “Es reo de muerte”.
Jesús se identifica con un personaje misterioso -¡el Hijo del Hombre!-, aquel de quien habló el profeta Daniel: aquel que vendría a juzgar a todas las naciones. Jesús les dice tanto al Sumo Sacerdote y al Sanedrín vendrá a juzgarlos a ellos, que Él es el Juez que viene de Dios. Esta es la clave que nos permite entender el drama de la Pasión que hoy nos es proclamado.


José Cristo Rey García Paredes, cmf

V DOMINGO DE CUARESMA. CICLO A

CUANDO EL ESPÍRITU TOCA LA CARNE

¡Agua! ¡Luz! ¡Vida! Estas son las palabras que van marcando e inspirando nuestro camino cuaresmal hacia la Pascua. Hoy nos corresponde la palabra ¡Vida! Es paradójico que cuando ya nos acercamos a celebrar la Semana Santa, también semana trágica de la condenación y muerte de Jesús, el tema que Jesús nos propone sea precisamente éste: “Yo soy la Vida”. Sí, hablamos de la vida cuando nos circunda tanta, tanta muerte. ¿Qué virus maléfico lleva a la humanidad a ser tan cruel, tan vengativa, tan violenta?Se hace necesaria una gran Misión: el envío de los Misioneros y Misioneras de la Vida… a todas las naciones.

¡Os infundiré mi Espíritu y viviréis, pueblo mío!

¡Sepulcros! ¡Tierra! Con estas dos palabras define el profeta Ezequiel la situación presente y futura del pueblo de Dios. Para el profeta su pueblo es un cementerio: ¡morada de muertos y sepultados! Muerto por corrupción, desesperación, falta de futuro. Su tumba es un valle de huesos secos. El espectáculo es aterrador, porque allí están quienes habían sido elegidos para ser “pueblo de Dios”. 
Ante tal espectáculo Dios está en duelo y repite -según el profeta- este lamento: “¡pueblo mío! ¡pueblo mío!  Dios se compromete a abrir él mismo los sepulcros, hacer salir de los sepulcros, a infundir espíritu y dar vida. Y además se conjura: “Yo soy el Señor, ¡lo digo y lo hago!
La pasión amorosa de Dios por su pueblo es impresionante. Deja libre la libertad… hasta que no puede más. Cuando la libertad es empleada para la autodestrucción, Dios reivindica su poder paterno y materno y da vida a lo que está muerto.

¡La muerte ya no hiere a sus amigos!

Si Dios es así, si nuestro Padre-Madre es así, ¿qué nos podrá separar del amor de Dios? ¿La muerte? Esto se manifiesta en el relato de la resurrección de Lázaro.
Lázaro, Marta, María, eran hermanos, porque eran discípulos de Jesús y así se llamaban unos a otros. Marta y María quedaron absolutamente desoladas. Jesús amaba a Marta. A Lázaro lo llamó “nuestro amigo”.  
Jesús no les ahorró el dolor de la muerte, ni el duelo. Llegó cuatro días después. Marta salió a su encuentro y se lamentó. Y al escuchar a Jesús hizo ante Él su gran confesión de fe: ¡Eres el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo! Y, ante la declaración de Jesús “Yo soy la resurrección y la vida” Marta responde: ¡Lo creo! Y lo que parecía imposible, se hizo realidad. También Lázaro escuchó la voz del Hijo del Hombre y resucitó. Volvió la paz, la alegría, la esperanza a casa de “los hermanos”, de “los amigos”. Y es… ¡que la muerte, ya no hiere a sus amigos!

Cuando el Espíritu envuelve la carne…

Pablo nos habla en la segunda lectura de ¡carne! y ¡espíritu! Somos seres “carnales”, pero también “espirituales”.  Quien se deja conducir por el Espíritu se abre a un horizonte infinito, descubre secretas potencialidades, se siente hija o hijo de Dios. San Pablo nos dice que el Espíritu de Dios -con mayúscula- se une nuestro “espíritu” -con minúscula-. Nos dice que el Espíritu de Jesús ha sido enviado y se derrama en nuestros corazones. Y ese Espíritu de Dios nos dará vida, resucitará nuestra carne y la marcará con una misteriosa impronta de vida. Por eso confesamos: “¡Creo en la resurrección de la carne!”. Decía Nietzsche que “en el verdadero amor, el alma envuelve al cuerpo”. Nosotros decimos: “en el verdadero amor, el Espíritu envuelve nuestra carne”.

José Cristo Rey García Paredes, CMF

IV DOMINGO DE CUARESMA. CICLO A

ENTRE LA LUZ Y LA CEGUERA

Este domingo cuarto de Cuaresma nos sorprende con el tema de la LUZ. No solo Buda fue el “iluminado”. También a los bautizados nos describe la tradición de la Iglesia como “los iluminados”. ¡Hay una diferencia! Buda hizo de su vida un camino hacia la iluminación. Nosotros, los cristianos, nos sentimos ya “iluminados” al comienzo del Camino, en el mismo bautismo. Buda hizo de su vida una búsqueda incesante de la luz que lo habitaba. Nosotros, también sabemos que la Luz nos habita. Pero ¿sentimos la necesidad de identificarnos con aquel que es Nuestra Luz, Jesús? ¡No somos la luz, pero debemos ser testigos de la Luz! 

¡El candidato, la candidata … de Dios!

Arcabas

Cuando nuestra legislación nos invita a votar, ¿a quién votamos? ¿Buscamos acaso el candidato o la candidata de Dios? O ¿nos dejamos llevar por las apariencias, por nuestros juicios o prejuicios? Nuestro Dios nos ofrece sus candidatos en quienes ha sembrado carismas nuevos, nuevas energías y posibilidades. Pero hay que descubrirlos. 
En Belén, en casa de Jesé, buscaba el profeta Samuel el “candidato de Dios”. Fueron pasando uno tras otro los hijos de Jesé… y ninguno lo era. Precisamente lo sería el que faltaba, el excluido.
Hay muchas elecciones en la Iglesia, en la sociedad. Y nos preguntamos: ¿dónde están los candidatos de Dios? 

¡Ciegos, sí, ciegos junto a Jesús!

Jesús se encuentra con un ciego de nacimiento. Ha nacido “ciego”. El Dios Creador inició su obra diciendo: ¡Hágase la luz!? Pero este pobre hombre nació sin luz. Y ahí está la paradoja: ¡dado a luz… y ciego de nacimiento!
Los discípulos de Jesús le preguntan: ¿quién pecó, él o sus padres? Y Jesús no responde. Presenta una alternativa cuando proclama: “Yo soy la luz del mundo, la luz de la nueva Creación… y añade: “mientras esté en el mundo, yo soy la luz del mundo”. Y lo manifiesta al ofrecerle la al ciego. Y la gente, siempre incrédula niega la evidencia con esta pregunta: “¿No es éste el que estaba sentado y mendigando…?”: pregunta que rematan con lo siguiente: “¡No! pero se le parece”. 
Jesús es Luz que ciega, ofusca a fariseos y dirigentes de Israel. Niegan la evidencia. El ciego cree en Jesús. Los que piensan que ven, se han vuelto todavía más ciegos.
No hay cosa peor que ser dirigidos por “guías ciegos”. Y esto puede acontecer en la política y en la Iglesia. La historia del ciego se repite.
Es bueno que nosotros mismos, yo mismo, me pregunte si tengo todas las cosas claras; si no dudo de mis certezas; si no aprendo nada de los pobres, de los herejes, de los últimos. Quien se sitúa ante lo nuevo como juez implacable, quien de nadie que no sea de su línea aprende, quien lleva defendiendo la misma posición durante años… está padeciendo una terrible ceguera, aun estando muy cerca de Jesús.

La Iglesia de la Luz

Massimo Uberti

Las tinieblas se apoderan a veces de nosotros. Para que no se note utilizamos el “secreto”, las maquinaciones ocultas, las deliberaciones en las cuales se juegan asuntos muy importantes de los demás… ¡todo eso pertenece al mundo de las tinieblas! 
Quien tiene información se siente poderoso; mira a los demás con desprecio; utiliza las segundas intenciones. También el mundo de la información puede estará lleno de tinieblas.
Jesús no fue así. Pablo lo denuncia cuando dice: “hasta da vergüenza mencionar las cosas que ellos hacen a escondidas”, o “dicen a escondidas”, o “deciden a escondidas”. Donde hay mucho secreto, allí anida la corrupción. Donde no hay luz, allí se establece el Reino de las tinieblas. 
Pero quien está con Jesús, Luz del mundo, no tiene nada que ocultar. ¡Que venga la Iglesia de la Luz! ¡Que se instaure la Sociedad de la Luz!

José Cristo Rey García Paredes, CMF

III domingo de cuaresma. Ciclo A

AGUA Y SED

La sed es deseo. El agua lo colma. Somos seres sedientos. Buscamos fuentes de agua, donde saciar nuestra sed. La liturgia de este domingo nos indica dónde se encuentra el agua de la vida. Nos pide acercarnos a ella con tres actitudes: 1. Confianza: ¡no nos dejará morir de sed! 2. Extrañeza: ¡Dame de beber! 3. Gozo: ¡seremos saciados!

1.   Confianza: ¡no nos dejará morir de sed!

Los hebreos huían de Egipto. En su camino entraron en un desierto, cuya primera etapa era Mará (las aguas amargas: Ex 15,23); cuya segunda etapa   Elim (árboles y oasis: Ex 15,27) y donde cató el maná del cielo y se pudieron alimentar de codornices (Ex 16). Los hebreos llegaron a Refidim donde “no había agua potable” (Ex 17,11) y allí protestaron (Meribá) y tentaron a Dios (Masá), desconfiando de Dios. El Señor respondió a Moisés: “¡Hiere la peña… de ella saldrá agua y el pueblo beberá”! Y así sucedió. Dios no podía permitir que su Pueblo muriera de sed.

2.   Extrañeza: ¡Dame de beber!

En el evangelio de hoy Jesús mismo es el sediento. Fatigado se sienta junto al manantial de Jacob, en tierra de Samaría, tierra de herejes para los judíos; para éstos llamar “samaritano” a alguien era la forma de maldecirlo. Años antes de Jesús los judíos destruyeron el templo samaritano del monte Garizín; y en tiempos de Jesús algunos samaritanos profanaron el templo de Jerusalén durante la fiesta de la Pascua. 
En el pozo de Jacob -manantial profundo y rico en agua- acontece el encuentro entre una mujer samaritana y Jesús. “¡Dame de beber!”, le suplica Jesús. Dar agua era signo de hospitalidad. Y Jesús le adelanta cómo la recompensará: “Si conocieras el don de Dios… tú me pedirías y yo te daría agua viva”, un agua que apaga definitivamente la sed. La mujer cree en Jesús y se convierte en su mensajera. ¡Nació del agua y del Espíritu! 
En el bautismo hombres y mujeres de cualquier raza, cultura, condición, pueden encontrarse con Jesús y saciar su sed. Dios no quiere que ningún pueblo, o ser humano, muera de sed.

3.   Gozo: Seremos saciados 

En la segunda lectura, tomada de la carta a los Romanos, san Pablo nos habla del triple efecto del bautismo: la fe, que nos justifica y establece en paz con Dios; la esperanza de alcanzar la gloria de Dios; y el amor de Dios que ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado.
Fe, esperanza y amor son el agua viva que nos calma la sed. No dependen de nuestro esfuerzo, sino de las energías que el agua del bautismo nos regala e introduce en lo más íntimo de nuestro ser, en nuestro corazón. 

Conclusión

Tenemos hambre, tenemos sed… pero no es hambre de pan… no es sed de agua. ¡Son motivos para vivir, lo que nos falta! Así se sintió el pueblo de Dios en el desierto. Así se sintió aquella mujer samaritana junto al pozo. Así nos sentimos nosotros… cuando nos acercamos a Jesús. Hagámonos esta pregunta: ¿qué motivos tengo para seguir viviendo? El pueblo de Israel los encontró en el desierto. La mujer samaritana en el pozo. Nosotros… en el agua de nuestro Bautismo.
No hay que desesperarse. Todo esto es posible porque Dios ha derramado su amor sobre nosotros. Jesús y el Espíritu Santo son los mediadores de tanta, tanta Gracia. Dios Padre nos conoce. Sabe que somos pecadores, débiles. Por eso, nos envió a Jesús, por eso, derrama constantemente sobre nosotros su Espíritu. Por eso, tenemos en nosotros semilla divina: fe esperanza, caridad.

José Cristo Rey García Paredes, cmf

Para meditar: