IV Domingo de Cuaresma. Ciclo B

EL AMOR: ENTRE LA SOSPECHA Y LA CONFIANZA

Nuestra relación con Dios está marcada a veces por la desconfianza, hasta el punto de decirle: no te pediré nada, no te suplicaré más. En el fondo: ya no se cree en que Dios es Amor y uno se siente decepcionado. De esto nos hablan las lecturas de este domingo cuarto de Cuaresma. Dividiré esta homilía en dos partes:
  • El alfabeto del amor
  • El gran recurso: “Tanto amó Dios al mundo, que nos entregó a su Hijo”

El alfabeto del amor

Así quería Dios reconducir a su Pueblo. Pero también, les ofreció una solución inimaginable: un rey pagano, Ciro, rey de Persia, sería el gran enviado de Dios para reconstruir el Templo, y hacer renacer el pueblo de Dios. 

Nunca desconfiemos de nuestro Dios. Se servirá de cualquier medio para mostrarnos su amor, su compasión y conducirnos hacia el buen Fin. Establezcamos una relación de absoluta confianza: aprendamos poco a poco el alfabeto de su amor que lo expresará a través de mensajeros, profetas e incluso aquellos que nos parecen ser nuestros enemigos y de quienes nada se podría esperar.

El gran recurso: “Tanto amó Dios al mundo, que nos entregó a su Hijo”

Al final, Dios nos ofreció su gran y extraordinario recurso: “Tanto nos amó, que nos envió a su propio Hijo”.

El evangelio de Juan, nos presenta el diálogo de Jesús con Nicodemo -el maestro de Israel, cuyo nombre griego significa “el pueblo vence”-. Y Jesús le dice palabras super-emocionantes: “Tanto amó Dios al mundo, al cosmos, que entregó a su Hijo único, para que no perezca ninguno de los que creen en Él, sino que tengan vida eterna”.

La frase es impresionante: quienes crean en Jesús no perecerán, tendrá vida, un nuevo y perenne amanecer. Y en el fondo de esta promesa, la frase conmovedora: “Tanto amó Dios Padre al cosmos”. Jesús no vino a nosotros para juzgarnos, condenarnos, destruirnos. Se hizo como uno de nosotros para comprendernos, concedernos el Perdón, tocar y curar nuestras heridas, hacernos felices y esperanzados, a concedernos una amnistía sin vuelta atrás. 

El evangelio de este domingo también constata que hay gente que no cree en el Regalo de Dios y la razón es: “porque sus obras son malas”. La malicia mancha nuestros ojos para que veamos desamor o indiferencia allí donde brilla el amor.

Así habló Jesús al anciano Nicodemo. Le decía que tenía que recuperar otra vez la inocencia, nacer de nuevo, para creer en el amor “sin ningún tipo de prejuicios”. Y es que las experiencias de la vida nos endurecen el corazón y nos hacen perder la ilusión.

Conclusión

¡Tanto amó Dios al mundo! Porque confía en todos nosotros…  tan diversos, tan plurales-. Confía en los de derechas e izquierdas, en los del Norte y los del Sur, en quienes se equivocan y en quienes siempre aciertan. ¡Tanto amó Dios al mundo! porque siente pasión y amor por todas sus criaturas. Y su Hijo Jesús ¡también! 

José Cristo Rey García Paredes, CMF

 

DOMINGO 3. TIEMPO DE CUARESMA. CICLO B

LA IDOLATRÍA, “SUCEDÁNEO DE LA FE”

¿Por qué son cada vez menos las personas que creen en Dios? Porque unos exigen signos, otros, sabiduría, otros éxito y dinero… Sin embargo, ¿cómo van a creer en un condenado a muerte de cruz por el imperio romano hace ya más de 20 siglos?

Dividiré esta homilía en tres partes:

  • ¡Creyentes sí, idólatras, no!
  • La idolatría mancha, la pureza de corazón ilumina
  • La ira de Jesús

¡Creyentes sí, idólatras no!

La primera lectura, tomada del capítulo 20 del libro del Éxodo, proclama este mandato: “No tendrás otros dioses frente a mí”. Pero muy pronto, el pueblo de Israel, le pidió a Aaron que le fabricase un ídolo: el becerro de oro.

También hoy nos fabricamos ídolos, pues no aguantamos la ausencia aparente de Dios. ¿Y quiénes son hoy esos ídolos que nos roban el corazón? Se resumen en tres: el poder, el sexo y el dinero, aunque aparezcan siempre camuflados. Ellos acaparan nuestra capacidad de adoración y nos esclavizan. Y tras entregarnos a ellos, después nos traicionan y abandonan. ¡No estamos en una sociedad de ateos! ¡Nos encontramos -cada vez más- en una sociedad de idólatras!

Y, aunque parezca extraño, mejor que la idolatría es el ateísmo. El auténtico ateo es un creyente… pero negativo: “cree” que Dios no existe. El auténtico ateo no dice “sé” que Dios no existe. No tiene pruebas. Si es honesto, se limita decir: “creo que Dios no existe”. Y, así mismo, el verdadero creyente no dice “sé” que Dios existe, sino “creo” que Dios existe. Y para afirmar su creencia, da un salto en el vacío para que Dios lo acoja: entra en la nube del “no-saber” Lo peor no es el ateísmo, es la idolatría, que suplanta la fe en Dios por una realidad de esta tierra y a ella le dedica su corazón, su culto. Y los nombres de esos ídolos se resumen en tres: sexo, dinero, poder.  

La idolatría mancha, la fe ilumina

Jesús nos dijo: “Bienaventurados los puros de corazón porque ellos verán a Dios”. Y también nos dice hoy en el evangelio: “Quitad esto de aquí. No convirtáis en un mercado la casa de mi Padre”. La idolatría también aparece en la casa de Dios: cuando en ella no conectamos con Dios, sino con cosas que hay que hacer, con rituales externos, con presencia física, pero ánimo y corazón ausente. Podemos formar una comunidad idolátrica, que “no ve a Dios”. El verdadero templo es Jesús mismo, el Crucificado, el Jesús pan y vino eucarístico, el Jesús Palabra de Dios. 

Y este encuentro de fe es “más precioso que el oro fino, más dulce que la miel de un panal que destila”, como nos dice hoy el salmo 18.

Adorar al Jesús crucificado no es idolatría. Jesús nos lo prometió: “cuando sea elevado en la cruz atraeré a todos hacia mí”. Jesús desde la cruz es la manifestación del verdadero Dios. A él nos podemos dirigir como el buen ladrón y pedirle: “Acuérdate de mí cuando entres en tu Reino”.

El verdadero templo y culto

En el Evangelio nos dice Jesús que su cuerpo es el verdadero templo. Cuando conectamos con Jesús resucitado por la fe, escuchamos la Palabra de Dios, participamos de su mesa, nos invade su Espíritu.

El cuerpo de Jesús no es un ídolo, sino el Misterio que se nos acerca: porque -nos dice- tuve hambre y me diste de comer, estuve enfermo y en la cárcel y me visitaste… Dios Padre también nos sale al encuentro. ¿Dónde? Jesús nos los dijo: “entra en tu cuarto, ciérrate con llave, y tu Padre que ve en lo secreto… Que no se entere tu mano derecha de lo que hace tu izquierda… Sed misericordiosos como vuestro Padre… Buscad, ante todo, el Reino de Dios… No andéis preocupados pensando qué comeremos, qué beberemos, con qué nos vestiremos…

 Conclusión

Que nuestras parroquias se conviertan en espacio de hospitalidad anti-idolátrica, en hogares de re-encuentro, de recuperación, allí donde el corazón esclavizado rompe sus cadenas, cura sus heridas y empieza de una vez a amar lo que merece nuestra fe y nuestra entrega.

José Cristo Rey García Paredes, CMF

Domingo 2. Tiempo de Cuaresma. Ciclo B

LA ENORMIDAD DE LA FE Y DEL AMOR

Este segundo domingo de Cuaresma nos invita a una especie de exageración que se puede denominar. ¡enormidad! Lo enorme supera la norma. No basta obedecer. Es necesario ir más allá. Quienes somos discípulos de Jesús e hijos de Dios Padre tenemos que estar dispuestos a pasar por la enormidad de la fe y del amor.

Dividiré esta homilía en tres partes:
Primera: Un sacrificio más allá de la noma: Abraham
Segunda: La declaración amorosa del Padre-Dios
Tercera: Desde el Tabor al Calvario

Un sacrificio más allá de la norma: Abraham

El relato del sacrificio de Isaac es muy extraño. Dios quiere probar la fe-confianza de Abraham. El filósofo Kant no podía aceptar que Dios mismo diera esta orden; se trataría de una alucinación diabólica y Abraham sería víctima de un engaño infernal. Lo mismo les ha ocurrido a tantas personas que han matado y sacrificado a otros en nombre de Dios.

Otro filósofo, Kierkegaard, sin embargo, dió otra interpretación. ¡Solo el Dios verdadero puede exigir a un ser humano, en este caso a Abraham, que sacrifique lo que más ama. Ese sacrificio es una e-normidad incomprensible y es que sólo Dios puede pedir cosas que se “salen de la norma” y la sobrepasan. La obediencia de Abraham al mandato de Dios sería éticamente terrible si no revelara una fe total, una confianza absoluta en el Todopoderoso. 

La fe de Abraham no es “normal”; no cabe en las normas de ninguna Iglesia o Sinagoga. Su Dios rompe todos los esquemas. Cuando alguien cree tan apasionadamente como Abraham no actúa de una forma “religiosamente correcta”. Para Kierkegaard encontrarse con una persona tocada por Dios es algo estremecedor. Uno está ante quien no se ha dejado llevar por sus caprichos, ni por la lógica racional; uno está ante una persona que después de mucha zozobra, soledad y luchas interiores ha quedado confundida, electrizada, derrotada por el Misterio de Dios.

La declaración amorosa del Padre-Dios 

El segundo relato -la Transfiguración- habla también del Padre y del Hijo. El Hijo no es sacrificado, sino transfigurado, convertido en objeto de inmenso amor, embellecido hasta el máximo. Las figuras y las voces de Moisés y Elías, los grandes profetas de lo divino, pierden relevancia ante él. El Padre invita a que se escuche a su Hijo, a que se le obedezca y se siga su camino. La transfiguración cesa cuando el Espíritu-Nube oculta el Misterio. Todo parece apuntar a la subida hacia otro monte, el Calvario. Allá se mostrará otra e-normidad y locura: la locura del Padre “que tanto amó al mundo que le entregó a su Hijo único” y permitió que aconteciera la “gran Desfiguración”. Y es que el grito de la gente: “crucifícale, crucifícale”, llegó a sus oídos. Y se lo entregó “para que lo crucificaran”.

Estamos tocando aquí el núcleo más incomprensible e ilógico de nuestras creencias. El cristianismo tiene mucho que ver con la “e-normidad” del sufrimiento, con el amor probado hasta la última de sus posibilidades. No hay sinagoga, no hay iglesia que pueda albergar a un creyente como Abraham, a un Dios como el Abbá de Jesús, mientras avanzan -en mudo tormento- hacia la montaña del Sacrificio.

Sólo quienes entran en la “e-normidad” de la fe, pueden revelar a Dios. Esas personas manifiestan en su desconcierto, en su alteración vital que Dios las llama  y está ahí.

Por eso, la fe “lógica” y equilibrada, sin pasión, la fe de los justos medios, de las reglas y normas, la fe que no sorprende, que no nos saca de “nuestras casillas” o de nuestra casa, o incluso de aquello que más amamos, ¿será la fe del Dios de Abraham, del Dios de Jesús?

Desde el Tabor al Calvario

La vida cristiana nos lleva del Tabor al Calvario y del Calvario al Tabor. El encuentro “místico” nos cambia los esquemas, nos vuelve “e-normes”, incapaces de ser regulados por las normas. La e-normidad tiene mucho que ver con el sacrificio, el despojo, el sentirse peregrino en todas partes. El hijo amado no tendrá privilegios: no recibirá homenajes, ni medallas de oro. Sólo será, en algunos momentos, transparencia de lo divino; y habrá que escucharle. 

La Iglesia que se aleja del monte Moria, o del monte Calvario, o del monte de la Transfiguración, no tiene enormidad, ni fuertes pasiones, ni las congojas de Abrahám. Basará su fe ortodoxa en fórmulas, pero no en procesos tormentosos de fe. La Iglesia del Tabor y del Calvario, del Monte Moria, es la Iglesia estremecida, la que no puede más, y en esa situación se siente tocada por Dios. Y fortalecida enormemente para seguir su camino,

Escuchar al Hijo es seguirle por el camino, es bajar a la llanura para acabar subiendo al Calvario y asistir a su entrega, a la locura del Amor de Dios.

Al final, se nos promete la bendición, la recuperación de lo que más amamos, porque quien pierde su vida la gana.

José Cristo Rey García Paredes, CMF

Domingo I. Cuaresma. Ciclo B

LA ALIANZA DEL ARCO-IRIS

Los pactos o alianzas entre los seres humanos suelen tener fecha de caducidad: son temporales. Las instituciones no se comprometen con sus empleados “para siempre”. Vivimos en la cultura de “fecha de caducidad”. Nada extraño que esta “caducidad” afecte también a pactos tan sagrados como el matrimonio, la profesión sacerdotal o la consagración religiosa. Este primer domingo de la Cuaresma nos proclama que los pactos de Dios con nosotros son “para siempre”.

Dividiré esta homilía en tres partes:

  • El arco iris, señal del pacto
  • Jesús, fiel en medio de la tentación
  • El bautismo, sello de la Alianza.

El arco iris, señal del pacto

La primera lectura, tomada del libro del Génesis, nos dice que Dios -después del diluvio- estableció con Noé y sus hijos -como representantes de toda la humanidad- un pacto eterno, sin fecha de caducidad. Y escogió como señal el precioso arco-iris. 

Así se comprometió el Dios-Creador: estableció alianza con la humanidad y con todos los seres vivientes de la creación. ¡Ya no habrá, nunca, un diluvio universal!

Jesús, fiel en medio de la tentación 

Nos dice el evangelio de Marcos que “el Espíritu santo empujó a Jesús al desierto”. Allí Jesús permaneció durante 40 días, como el pueblo de Israel durante 40 años. Y de la misma forma que el Maligno Satanás había tentado al pueblo de Israel, así también sometió a Jesús a sus tentaciones. 

San Marcos no detalla cuáles fueron las tentaciones. Le bastaba señalar que siempre detrás de cualquier tentación existe la perversa intención de romper la Alianza con Dios. Pero Jesús mostró siempre su soberanía… Y añade sorprendentemente el evangelista Marcos: ¡los ángeles le servían!

Poco después el rey Herodes arrestó a Juan Bautista y lo asesinó. Esa fue la señal que Jesús necesitaba para emprender su Misión desde Galilea, desde la periferia de Israel y comenzó a anunciar el cumplimiento de la Alianza: ¡Se ha cumplido el plazo, está cerca el Reino de Dios! 

El bautismo, sello de la Alianza

La segunda lectura, tomada de la primera carta de san Pedro, completa el gran mensaje de la Alianza de Dios con la humanidad:

  • Presenta a Jesús como “el inocente” que murió por los culpables para conducirnos a Dios.
  • El que murió poseía el Espíritu Santo, y fue devuelto a la vida e incluso fue a proclamar el Mensaje a los encarcelados rebeldes desde tiempos de Noé. Es decir, la alianza de Noé era también para los entonces condenados al diluvio y que murieron
  • El gran signo de la Alianza es ahora el Bautismo… en él somos liberados del diluvio, de la muerte.

La Cuaresma tiene, por eso, mucho que ver con el pacto del bautismo, con la fidelidad sin fecha de caducidad.  Dios se mantiene fiel. Ahí está el arco-iris. Y nosotros, cristianos, ¿somos también fieles cristianos? Dios nos muestra de ese modo que su Alianza con nosotros no tiene vuelta atrás. Y… por eso, algunos días sigue apareciendo sobre la tierra el Arco-iris. Dios es fiel. 

José Cristo Rey García Paredes, CMF

Domingo 6. TIEMPO ORDINARIO. CICLO B

¿Y LAS EPIDEMIAS DEL ESPÍRITU?

Dividiré esta homilía en tres partes:

  • Aislar para proteger
  • Motivo de escándalo y contagio
  • La descontaminación

¡Aislar para proteger!

La primera lectura tomada del libro del Levítico nos presenta una ley que tenía como objetivo “velar por la salud pública”: para evitar el contagio de la lepra, el sacerdote debía excluir de la comunidad al portador de tal enfermedad. Esto mismo, pero no ha en un ámbito sacral, se hace en nuestras sociedades: aislamiento para la protección.

Jesús dejó que un leproso se acercara a él y le suplicara de rodillas, con una confianza inmensa: “Si quieres, puedes limpiarme”. Jesús sintió lástima. Lo tocó con su mano diciendo: “Quiero, queda limpio”. Pero le encargó severamente que se presentase al sacerdote e hiciera su ofrenda. El leproso divulgó su curación. Ahora el que se sentía excluido era Jesús, que no podía entrar abiertamente en ningún pueblo, y se quedaba afuera.

Motivo de escándalo y contagio

En la segunda lectura, tomada de la primera carta a los Corintios, Pablo pide que la comunidad cristiana no de motivo de escándalo, ni a los griegos, ni a los judíos, ni a la Iglesia de Dios. Intentaba así evitar la contaminación del mal, el contagio espiritual.

Las células del mal espiritual se multiplican; reivindican un espacio en la persona, crean una especie de “ecología de malas hierbas”, como si de un cáncer del espíritu se tratara. Estos males del espíritu son al principio casi imperceptibles. Después se convierten en actos repetitivos que no llevan a ninguna parte y que producen desolación, dependencia, enganche, generan en nosotros estados de vértigo, de huida hacia lo mismo y lo peor. Los siete pecados o demonios capitales son los portadores de estos virus: ira, odio, envidia, lujuria, codicia, gula. Los malos gérmenes se reproducen silenciosamente en nosotros.

En las sociedades -políticas y religiosas-, en las comunidades familiares, en los grupos políticos y deportivos, las epidemias se suceden y van pervirtiendo el ambiente. El mal se camufla de bien. Y quien opone resistencia a la contaminación, parece un extraterrestre, un reprimido. La propagación del virus atenta de manera especial contra las figuras proféticas. Un profeta contaminado es el mejor propagandista de la infección.

La descontaminación

Cuando el contaminado se acerca a Jesús no recibe un diagnóstico, sino una mano que lo toca movida por un corazón lleno de misericordia. Jesús no le da importancia al mal. Es como ese experto en informática que ante el nerviosismo del inexperto, que piensa que ha perdido todo su trabajo, le dice: ¡calma! ¡está todo bajo control! y, poco después devuelve todo el trabajo que parecía perdido. Es impresionante escuchar estas palabras de Jesús: “¡Quiero! ¡Queda limpio! ¡

Ante los siete pecados capitales, que nos mantienen como rehenes, los siete sacramentos muestran su fuerza terapéutica. Son acciones de Jesús, contacto con Jesús, expresiones interpersonales de su amor. La Unción del Enfermo, la Absolución del que se siente atado por el pecado, demuestran la fuerza del Espíritu de Jesús.

Conclusión

Si el Señor es mi médico, ¿quién me hará temblar? Jesús nos pide que vayamos al sacerdote, al templo, no para que certifique nuestro mal, sino para que declare que hemos sido liberados. Sí, ¡para que declare que el Espíritu de Jesús vence a todos los malos espíritus!

¡Gracias sean dadas a nuestro Señor Jesús y a su Espíritu! 

José Cristo Rey García Paredes, CMF

DOMIMGO 5. TIEMPO ORDINARIO. CICLO B

SALIR EN MISIÓN – ENTRAR EN ORACIÓN

Dividiré esta homilía en tres partes:

  • “Vita brevis”: días sin esperanza
  • La agenda de Jesús un día cualquiera
  • El doble movimiento: centrípeto y centrífugo

“Vita brevis!”: días sin esperanza

El libro de Job, al que nos hemos acercado en la primera lectura, expresa muy bien la condición de no pocos seres humanos: “Mis días se consumen sin esperanza” “Mi vida es un soplo y mis ojos no verán más la dicha”.

Job es la figura del ser humano que no se engaña, que observa la realidad con sabiduría humana. La vida es breve y la mayor parte de ella preocupaciones y desgracias. ¿Qué relevancia puede tener lo que yo diga y realice en un mundo de más de 8000 millones de seres humanos?

La agenda de Jesús un día cualquiera

El evangelio que acabamos de proclamar ofrece una sorprendente respuesta a los problemas existenciales de Job. El evangelista Marcos nos presenta la agenda de Jesús a lo largo un día distribuido con sus diversas actividades: predicación en la Sinagoga; visita a la casa de sus amigos Simón y Andrés y curación de la suegra de Simón; al anochecer atención a muchos enfermos físicos y espirituales con una especial alusión a los demonios, a los que prohibía hablar; se supone que va a descansar muy tarde; al día siguiente madruga y se retira a un lugar alejado para orar él solo;  Simón Pedro lo busca porque hay gente que lo necesita y Jesús le dice que ¡también hay que ir a “otros lugares”. Y concluye con una misteriosa afirmación: “¡para esto he salido!”.

Esa es la respuesta al sentido de la vida: esa agenda equilibrada de religiosidad, amistad, sanación, descanso, oración e itinerancia. Jesús “pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el Diablo porque Dios estaba con Él y nosotros somos testigos de todo lo que hizo” (Hech 10, 38-39).

El doble movimiento: centrípeto y centrífugo

San Pablo reconoce en la segunda lectura que también él ha salido para evangelizar. Ese fue el encargo que Jesús resucitado le confió

Es cuestión de salir e integrarse. Siempre estamos a tiempo. Cuando nos acucie la pregunta por el sentido de la vida, busquemos la respuesta en nuestra “morada” más íntima y en el dinamismo interior que nos lleva a “salir” para oponernos al mundo del mal que nos circunda.

Oración y Misión son las claves de una vida con sentido. Ese es el equilibrio vital. Oración es entrar en la Morada. Misión es salir para anunciar el Evangelio y hacerlo presente. Se entra saliendo, se sale entrando. Misteriosa combinación de movimientos: ¡nunca dentro sin estar afuera!, ¡nunca afuera sin estar dentro! Y así el Evangelio se propaga a través de nuestras salidas y entradas. Difícil es “salir” hacia lo diverso, hacia el diálogo con los diferentes.

Conclusión

¡Dios estaba con Él! Jesús era un santuario viviente e itinerante. Jesús no es un fundamentalista de las horas de oración, pero tampoco es un fundamentalista de las horas de trabajo misionero. Vive en la serenidad de quien no se siente imprescindible y, sin embargo, pasa haciendo el bien. Jesús no quiere afianzar su poder en ningún lugar. No encuentra el sentido en “poseer”, en “asentarse”, en prolongar sus mandatos exitosos, sino en “salir”. La vida tiene sentido cuando “salimos”, cuando nos sentimos parte de una Misión que, compartida, lleva adelante los sueños de Dios sobre el mundo.

José Cristo Rey García Paredes, CMF

DOMINGO 4. TIEMPO ORDINARIO. CICLO B

PROFETAS DEL ÚNICO PROFETA

Dividiré esta homilía en tres partes:

  • ¡No quiero volver a escuchar la voz de Dios!
  • ¡Ese Jesús tan asombroso!
  • Tratar con Dios “sin preocupaciones”

¡No quiero volver a escuchar la voz de Dios!

Nos dice la primera lectura, que Moisés le recordó al pueblo aquello le pidió a Dios el día de la asamblea, ante el monte Horeb: “No quiero volver a escuchar la voz del Señor, mi Dios, ni quiero ver más ese terrible incendio. ¡No quiero morir!”

Se reconocía así que la infinita trascendencia de Dios supera todo lo que nuestros sentidos captar. Un encuentro “cara a cara” con Dios, ahora, aquí en la tierra, sería para nosotros mortal. Si no resistimos la luz directa del sol, ¿cómo vamos a resistir la luz de Dios? 

Quienes se sienten tan cerca de Dios, tal vez lo hayan sustituido por un ídolo: un “dios” sin misterio, vulgar, ritualista, que no estremece, ni emociona; que es el recurso fácil de hombres y mujeres así llamados “piadosos”; o de “hombres espirituales” que presumen saberlo casi todo de Dios y transmiten “en directo sus mensajes”. 

El Dios de nuestra revelación no es así. Nuestro Dios es el Misterio de todos los misterios. Es el Invisible por exceso de claridad, el Inaudible por exceso de Voz y de Palabra, el Inabarcable por exceso de inmensidad y Presencia. Moisés dijo en nombre de Dios: “¡Tienen razón! Suscitaré un profeta de entre tus hermanos… pondré mis palabras en su boca…. Hablará en mi nombre”.

¡Para ponerse a nuestra altura Dios suscita profetas! Pero en ellos o ellas encontramos una “abreviatura de Dios”

¡Ese Jesús tan asombroso!

El evangelio de hoy nos dice que Jesús causó “asombro” en la sinagoga de Cafarnaum porque enseñaba con autoridad y no como los escribas. Jesús no solo enseñaba, también transformaba con la fuerza milagrosa de su Espíritu. No era solo un detector de demonios, sino un exorcista que los vencía en cualquier circunstancia. Jesús fue el gran profeta prometido por Dios a Moisés. “Quien me ve a mí, ha visto al Padre”, le dijo Jesús a Felipe. Jesús es el rostro humano y accesible de Dios.

Tratar con Dios “sin preocupaciones” 

La segunda lectura, tomada de la carta de san Pablo a los Corintios, nos habla de las “pre-ocupaciones”. Los seres humanos, antes de ocuparnos en algo, no pre-ocupamos. Son tantas las ocupaciones que nos salen al paso, que vivimos pre-ocupados. San Pablo se refiere a las muchas pre-ocupaciones que nuestro mundo nos genera. Las preocupaciones nos causan una división interior: el futuro no nos deja vivir el presente.

Y san Pablo nos da al final un consejo: ¡tratar con el Señor, sin preocuparse más! Dejarlo todo en sus manos. ¡Dios proveerá!, como decía Abraham a su hijo Isaac. Dios cuida a los pajarillos y a las flores, ¿no va a cuidar entonces a sus hijos e hijas?, decía Jesús. 

Conclusión

Cuando no tomamos distancias ante la trascendencia infinita de Dios, surgen las idolatrías, las dictaduras religiosas, los cristianos que arrogantemente dicen: “es que si Dios fuera como tiene que ser…” Hay quienes suplantan a Dios en sus juicios, en sus condenas… Quien habla en nombre de Dios sin el impulso de Dios es un idólatra de sí mismo, un demonio.  Por eso, ¡cuidado con los que se sienten profetas.

Proclamemos la Palabra con temor y temblor y no con autosuficiencia. Hablemos cuando ya no podamos encerrar en el corazón el Fuego. Y entonces dejemos que el Verbo de Dios utilice nuestra boca, que el Espíritu de Dios gima en nuestro ser. ¡Sólo entonces seremos profetas del Único Profeta!

José Cristo Rey García Paredes, CMF

DOMINGO 3. TIEMPO ORDINARIO. CICLO B

LA CONVERSIÓN ES POSIBLE: JONÁS Y JESÚS

Dividiré esta homilía en tres partes:

  • El profeta rebelde realiza el milagro.
  • La misión en el espacio “no sagrado”
  • El Reino de Dios difumina la figura de este mundo

El profeta rebelde realiza el milagro

Cuando parece que Dios fracasa en sus recursos para transformar a un pueblo, Dios encuentra las soluciones más inesperadas. Nos dice la primera lectura que Jonás fue enviado a la ciudad Nínive para que hiciera penitencia y se convirtiera a Dios. Tal misión le pareció imposible y Jonás desobedeció emprendiendo un camino que lo alejaba de Nínive; se refugió en un barco que partía en dirección opuesta. Su presencia fue amenazante para todos. Tuvo que reconocer que “huía de Dios”. Fue arrojado al mar y un cetáceo lo devolvió al camino cierto de Nínive. Jonás entró en la gran ciudad. Obedeció. Y la gran conversión y milagro tuvo lugar. Dios tiene recursos para cumplir sus designios a pesar de cualquier oposición ¿Por qué no puede ocurrir hoy lo mismo?

La misión en el espacio “no sagrado”

El evangelio de hoy nos presenta a Jesús como el profeta definitivo, enviado por Dios Padre. Inicia su misión en un espacio profano, en la Galilea de los Gentiles, en la periferia de Israel. Y proclama -desde allí- la sorprendente Noticia: “El Reino de Dios está cerca. Convertíos. Creed en el Evangelio”. Inmediatamente busca “colaboradores”. No elige a sacerdotes o escribas, sino a pescadores. Éstos abandonan sus redes, su familia, y lo siguen. Comienza aquí la restauración del nuevo Israel. Los “Doce” serán el símbolo de un impresionante sueño: Hacer posible el Reino universal de Dios y ellos serán “pescadores de hombres”.

El Reino de Dios difumina la figura de este mundo

En la segunda lectura de la primera carta a los Corintios, san Pablo se sitúa en la misma tesitura que Jesús en el evangelio: “el momento es apremiante… la presentación de este mundo se termina”. Se abren nuevos caminos para todos, también para los pecados -como dice el salmo 24-. Es necesario seguirlos… y delante va Jesús que nos invita: “¡Seguidme!

La Iglesia no tiene sentido si no es la Comunidad de los que siguen, seguimos a Jesús. Todos somos continuadores y continuadores de quienes en su tiempo lo siguieron. El seguimiento de Jesús en nuestro tiempo tiene características nuevas.  Tenemos que proclamar que hay un mundo que no tiene futuro y que nos llevará a la destrucción. Pero hay ¡otra posibilidad! Convertirnos en instrumentos vivientes del sueño de Dios sobre la humanidad.

Conclusión

Aunque la figura de Jonás emerja entre nosotros con su rebeldía, ya vendrá un viento fuerte que nos lleve a nuestro lugar. Y entonces seremos la profecía que convierta a los pueblos de nuestro planeta, seremos el Jesús de Galilea y en su camino hacia Jerusalén. ¡Volvamos a Galilea! ¡Entremos en Nínive! Y no dudemos. Anunciemos que el Reino de Dios está cerca. Lo demás… en manos de Dios.

José Cristo Rey García Paredes, CMF

DOMINGO 2. TIEMPO ORDINARIO. CICLO B

UN DÍA CON JESÚS: ¿CUÁL ES MI VOCACIÓN?

Dividiré esta homilía en tres partes:

  • Dios cuenta con nosotros y nos llama.
  • La vocación nos desplaza
  • La vocación de nuestro cuerpo

Dios cuenta con nosotros y nos llama

La primera lectura nos relata la historia de Ana, -la mujer estéril que concibió un hijo al que llamó Samuel y posteriormente consagró para que sirviera al sacerdote Elí en el templo del arca de la Alianza. Y también nos relata la vocación del pequeño Samuel: por tres veces en la noche, mientras dormía, escuchó la llamada de Dios. Él creía que era el sacerdote quien lo llamaba. La tercera vez respondió a la voz: ¡Habla, Señor, que tu siervo escucha! A partir de ahí, Samuel crecía, Dios estaba con él y sus palabras se cumplían.

Cada vez que escuchamos la Palabra de Dios con docilidad, Dios nos llama. La liturgia de la Palabra es siempre vocacional, para quienes están atentos y dicen en su interior: ¡Habla, Señor, que tu siervo o tu sierva escucha!

La vocación no consiste en aquello que me apetece, gusta o ilusiona. La vocación es aquello que Dios quiere realizar por medio de mí y en mí. ¡Haz de Dios el protagonista de tu vocación y siempre te irá bien!

 La vocación nos desplaza

La vocación se encuentra cuando uno cumple la palabra de Jesús: ¡Niégate a ti mismo, ven y sígueme! Esa fue la experiencia de dos discípulos de Juan Bautista: estaban con él cuando Jesús pasó ante ellos y Juan proclamó: “este es el Cordero de Dios”, que carga con el pecado del mundo. Inmediatamente siguieron a Jesús y Jesús les preguntó: ¿Qué buscáis? Su deseo fue solamente compartir un día con Jesús. Pero aquella experiencia los transformó de tal manera que se inició a partir de aquel momento una cadena de nuevas vocaciones y entre todos y todas formaron la “casa de Jesús”, la “comunidad de Jesús. Como decía León Felipe: “Ya vendrá un viento fuerte que te lleve a tu lugar”. Aquellos discípulos encontraron “su lugar” en Jesús. La vocación siempre nos des-plaza.

Muchos encuentran su profesión… pocos encuentran su vocación. Cuando la vocación proviene de Dios, sólo cabe la respuesta del salmo 39 que hoy hemos proclamado: “Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad”.

La vocación nos integra en un Cuerpo

La segunda lectura de la primera carta de san Pablo a los Corintios nos habla de nuestro cuerpo como santuario, templo de Dios. En cambio, el filósofo Platón decía que el cuerpo es “cárcel”. Nuestro cuerpo fue purificado en el bautismo y allí fue declarado el cuerpo de un hijo o una hija de Dios, un miembro del Cuerpo de Cristo, un cuerpo sobre el que se derrama el Espíritu Santo: “Yo te bautizo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”. Y este cuerpo es alimentado con el Pan eucarístico. El ministro de la Eucaristía nos lo recuerda: “El Cuerpo de Cristo”. Respondemos “Amén”, es decir, ¡somos miembros del cuerpo de Cristo”, como explicaba san Agustín.

Conclusión

Nuestro cuerpo tiene la marca de una vocación divina, de una alianza eterna. Y no solo nuestro cuerpo individual, sino también nuestro cuerpo comunitario, porque somos Cuerpo de Cristo. Cada Eucaristía dominical nos lo recuerda en la liturgia de la Palabra (liturgia de la vocación) y la liturgia eucarística (liturgia del cuerpo de Cristo). 

José Cristo Rey García Paredes, CMF