DOMINGO 33 DEL TIEMPO ORDINARIO. CICLO B

Nadie sabe el día ni la hora


 Jornada Mundial de los pobres: «A los pobres los tenéis siempre con vosotros»

 

Y cuando llegues a la puerta de tu noche,
al acabar el camino que no tiene retorno,
sepas decir tan sólo: «gracias por haber vivido«. 
(Salvador Espriu)

              Al ir terminando este ciclo litúrgico que hemos recorrido con la pluma de San Marcos (dentro de dos domingos comenzaremos el Adviento), la Iglesia ha querido que reflexionemos sobre la caducidad de todo, sobre el final del tiempo, de la historia, de la vida personal. Nada (salvo Dios, claro) es «para siempre»: cielo y tierra pasarán. Y nosotros también pasaremos. Vivimos como si la muerte sólo les pasara a otros. Pero es importante ser conscientes de nuestra caducidad… porque eso supone una responsabilidad y cambia nuestra forma de valorar la vida. 

            Recuerdo todavía lo que me impresionó y me hizo pensar la película «Mi vida sin mí», de Isabel Coixet, (2003): Su protagonista, Ann tiene 23 años, dos hijas, un marido que pasa más tiempo en paro que trabajando, una madre que odia al mundo, un padre que lleva 10 años en la cárcel, un trabajo como limpiadora nocturna en una universidad a la que nunca podrá asistir durante el día… Vive en una caravana en el jardín de su madre, en las afueras de Vancouver. Esta existencia gris cambia completamente tras un reconocimiento médico, en el que le anuncian su muerte inminente. Desde ese día, paradójicamente, Ann observa la realidad con pupilas dilatadas, como si lo viera todo por vez primera, o como si todo se fuera a desintegrar en el instante siguiente y descubre el placer de vivir, guiada por un impulso vital: elaborar una lista de cosas que quiere hacer antes de morir.  Pero Ann ahora tratará de ver a sus padres, a su marido y a sus hijas fijándose en lo mejor de ellos, y les dejará en herencia palabras esperanzadoras, a través de unas cartas póstumas.

             Con frecuencia nos damos cuenta demasiado tarde del valor de cada instante, de que nos afanamos, nos preocupamos y hasta nos estresamos por cosas que no tienen verdadera importancia… mientras descuidamos capacidades y valores que, a la larga, satisfacen más y son los auténticamente «importantes». La vida tiene un plazo, (y pocas veces llegamos a saber «el día y la hora», como en la película mencionada), pero el final es algo fuera de toda duda. Y sería muy triste descubrir que no le hemos sacado provecho al tiempo disponible. 

              Esto no significa entrar en un ritmo frenético, y empeñarnos en bebernos la vida a grandes tragos; ni dedicarnos a buscar continuamente experiencias nuevas, o límite (drogas, sexo, alcohol, velocidad…), como queriendo pasar por todo, sin pausa, sin sentido, solo «acumulando»/consumiendo vivencias. Se trata más bien de priorizar, de discernir, de elegir aquello que realmente me enriquece y es valioso, me hace crecer como persona, me hace más humano, y vivirlo todo con sentido.

                 Con un lenguaje propio del género apocalíptico (y que por lo tanto, no hay que entender literalmente), Jesús nos ha dicho que «el cielo y la tierra pasarán. El día y la hora nadie la sabe». Y, sabiendo interpretar los signos, como el rebrotar de la higuera que anuncia el verano, hay también muchos signos en la naturaleza que nos hablan de nuestras limitaciones y caducidad y de la necesidad de aprender a vivir de otras maneras: las pandemias, el calentamiento global, las inundaciones, el volcán de La Palma, las Danas y «Filomenas». No controlamos todo (aunque nos guste creérnoslo), y todo puede cambiar en breve tiempo. En definitiva: la vida nos enseña a ir «aprendiendo la muerte«.

Basta con escucharla, verla, seguirla… como hacía Jesús.
Ella nos explica la muerte poco a poco, o de golpe, según los días.
Unas veces sin hacernos ningún daño. Otras, dislocándonos de dolor.
Unas veces subrayando nuestras pequeñas muertes cotidianas,
otras, golpeándonos con la muerte de aquellos que tanto amamos.
La muerte se aprende cuando, al peinarnos por la mañana, se nos caen los cabellos;
cuando nuestros pies pisan las hojas de los árboles caídas,
cuando perdemos el diente que nos ha dolido tanto tiempo;
cuando nos salen las primeras arrugas,
cuando podemos decir, al contar pequeños recuerdos: «hace 10, 20 ó 30 años»…
Cuando nos regalan unas flores para celebrar ese año menos antes del último.
La muerte se aprende cuando nos encontramos con quienes conservan nuestra infancia en el recuerdo,
y para quienes seguimos siempre siendo pequeños;
cuando la memoria flaquea, la enfermedad nos visita…
Cuando disminuyen las visitas a los vivos y se alargan las visitas a las tumbas.
La muerte se aprende en cada adiós definitivo de los seres queridos,
porque, aunque sepamos por la fe, que ya han llegado a su Destino,
nosotros nos quedamos con la carne abierta, protestando, herida,
porque se nos ha muerto una parte de nosotros mismos…
La vida es nuestra maestra de muerte, pero también es maestra de vida…
«Cuando veáis todas estas cosas, sabed que el señor está cerca, a la puerta».
Madeleine Delbrel,  “Morirás de muerte

            Cuesta menos dejar la vida cuando ha sido aprovechada bien y mucho, para crear vida alrededor, como hace la naturaleza, incluso vida a partir de la muerte. Cuesta menos dejar la vida cuando sabemos que hemos crecido, que hemos desarrollado nuestras mejores capacidades, cuando somos conscientes de haber amado mucho. No es necesario consumir ni experimentar cuanto más mejor, sino vivir con sentido, disfrutando los pequeños momentos, sabiendo elegir, y siendo conscientes de que «sólo tenemos toda la vida» para cuidar nuestro espíritu, nuestro yo… que es lo que perdurará por toda la eternidad. ¡Ay, si pusiéramos el mismo esfuerzo en cuidar nuestro interior, que el que ponemos en cuidar este exterior que, querámoslo o no, se va desmoronando poco a poco, y a veces muy deprisa!  

Para vivir nuestra vida «bien» nos acompañan dos esperanzas o promesas: el encuentro final o llegada del Hijo del hombre, y que sus palabras no pasan

          Saboreo, para terminar, las palabras de Narciso Yepes: «Desde que convivo con la enfermedad, pienso más en la muerte que antes. La voy sintiendo cercana y amiga; en definitiva, nada terrible. Sí, me inquieta irme sin haber tenido tiempo suficiente para cumplir la misión que Dios me haya encomendado. El día que sienta plenamente el convencimiento de que he acabado mi tarea en la tierra, el paso por esta vida habrá sido una fiesta, y el marcharme será el inicio de una fiesta nueva«. 

Hoy celebramos la Jornada Mundial de los Pobres. Me permito subrayar algunas palabras del Mensaje del Papa Francisco para hoy: 

El rostro de Dios que Jesucristo nos revela es el de un Padre para los pobres y cercano a los pobres. Toda su obra afirma que la pobreza no es fruto de la fatalidad, sino un signo concreto de su presencia entre nosotros. No lo encontramos cuando y donde quisiéramos, sino que lo reconocemos en la vida de los  pobres, en su sufrimiento e indigencia, en las condiciones a veces inhumanas en las que se ven obligados a vivir. No me canso de repetir que los pobres son verdaderos evangelizadores porque fueron los primeros en ser evangelizados y llamados a compartir la bienaventuranza del Señor y su Reino (cf. Mt 5,3)…

Parece que se está imponiendo la idea de que los pobres no sólo son responsables de su condición, sino que constituyen una carga intolerable para un sistema económico que pone en el centro los intereses de algunas categorías privilegiadas… Se asiste así a la creación de trampas siempre nuevas de indigencia y exclusión, producidas por actores económicos y financieros sin escrúpulos, carentes de sentido humanitario y de responsabilidad social.

Quique Martínez de la Lama-Noriega, CMF
Imagen de José María Morillo

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4 comentarios

  1. DOMINGO XXXIII T. O.
    NADIE SABE EL DÍA NI LA HORA
    Me parece interesante tu reflexión, además de alentadora, aporta serenidad y seguridad, para el encuentro definitivo con el Padre.
    Partiendo de la afirmación: “La vida es nuestra maestra de muerte, pero también es maestra de la vida” ( Madelrine Delbrel) y lo que con tanta sencillez y claridad has reflexionado: cuesta menos dejar la vida cuando ha sido aprovechada mucho, para dar vida a tu alrededor. Yo completo, dando y recibiendo amor.
    Sólo tenemos toda la vida (solo una) para cuidar nuestro espíritu y nuestro yo. El cuidado del espíritu, es lo que queda como testimonio, lo exterior se desmorona.
    Consciente de que en mi vida he experimentado aspectos de vida y muerte, realice una dinámica. Puse en una columna, aspectos, vivencias, acontecimientos… de mi vida en los que he experimentado “muerte” y en otra, los que he experimentado “vida”.
    La segunda columna crecía respecto a la primera. Esto me ha ayudado a descubrir toda la vida que hay en mí y a dar gracias a los que han aportado y siguen aportando, desde su cercanía a tener esas experiencias de vida.
    Resulta difícil de asimilar el lenguaje apocalíptico de este domingo, a pesar de que no nos faltan referentes, en nuestro mundo.
    Jesús nos dice:“ Yo permaneceré, mis palabras no pasarán”
    Esta afirmación, me lleva a reavivar mi fe y mi esperanza. La fe alimenta mi esperanza de un encuentro con Cristo, distinto del que pueda tener en momentos de oración intensa. Es la sorpresa que Dios Padre me tiene reservada.
    En la vida voy creciendo en muchos aspectos como tú expresas y descubro en ese caminar personas que caminan junto a mí, que te aminan cuando estoy un poco desalentada, hundida, bloqueada por mil causas…, a pesar de que ellas también vivan esas experiencias, me ayudan a vislumbrar el horizonte y el proyecto seductor de Cristo Jesús: “Crear mundo nuevo”.
    A todos nos anima el encuentro con Jesús Eucaristía y su Palabra. Él se hace camino y compañero en el día a día.
    El mundo nuevo que Jesús desea, me llena de interrogantes:¿ Cuándo y cómo será? ¿ desde dónde?
    Nadie sabemos el día ni la hora, pero no puedo quedar parada, esperando a que llegue el momento definitivo.
    Tengo que trabajar para dejar este mundo, esta tierra, esta humanidad…un poco más confortable y habitable. Donde puedan incorporarse a nuestros esquemas y planteamientos los sencillos y los pobres, los marginados, los que no cuentan…
    Como bien dices esto exige un discernimiento para descubrir y priorizar lo que enriquece, lo valioso, lo que me hace crecer como persona, me hace más humano…
    Jesús me invita a descubrir signos de vida en la naturaleza y en las personas.
    Si vivo en esperanza, tengo que ser testigo de la VIDA y servidora del Reino.
    Dios es fiel. Él no me ha abandonado y sigue apostando por la humanidad.
    Señor, que mi vida aporte vida a los demás, aunque sea en pequeñas dosis.

  2. Cierto, se ve la vida de otra forma cuando sales de un enfermedad grave, aspiras lus olores y sabores de la tierra, de los hombres, de Dios de otra manera…
    Pero de alguna forma también te prepara para tu muerte, te acerca al Señor y recuerdas «Haz que pase de mi este Caliz, pero no se haga mi voluntad sino la tuya».
    Esto lejos de deprimirte, al menos a mi, te hace sentirte más seguro de que Dios va preparando tu camino.
    Gracias Enrique. Feliz domingo para todos.

  3. Ay Quique que bonitas tus reflexiones en un día que es la Jornada mundial de la pobreza y a la vez el evangelio de Jesús en el que nos dice que sólo el Padre sabe el día y la hora de encontrarnos con él.
    Eso me lleva a reflexionar y meditar qué estoy haciendo con mi vida. ¿La estoy aprovechando?. ¿Está el Señor contento conmigo?. ¿Me preocupo de mi interior más o por desgracia menos que por mi exterior?. ¿Veo en los demás el rostro del Señor?.¿Tengo presente a los necesitados y de qué manera?…
    Tantas y tantas preguntas que me tengo a mí mismo que contestar…
    Cuando me hago todas estas y otras preguntas muy difíciles de darle respuestas por mi mismo me sale una oración anónima según tengo entendido que dice así: «No me mueve mi Dios para quererte el cielo que me tienes prometido ni me mueve el infierno tan temido para dejar por eso de ofenderte…Es preciosa. ¿Y por que lo digo aquí?. Simplemente por la razón por la que vivo y que lo que quiero es no ofender a Jesús ni por acción mi por omisión a la vez que me pongo en sus manos para que me llame cuando él quiera. Pero lo más importante es que lo que hago por él sea por amor y no por miedo al castigo…
    El día mundial de los pobres es sobre todo el de los necesitados fisicamente si bien en nuestra comunidad cristiana y en la humanidad por ser todos hermanos hay también otros «pobres». Hay pobres de soledad, de cariño, de abrazos, de detalles, de consejos, de charlas, de ejemplos, de acompañamiento…
    Señor en el día de hoy te pido varias cosas. Ver la «pobreza» en toda su extensión en mis hermanos. También te pido que me ayudes a no fallarte y que durante la vida haga el bien solo por amor a ti y nunca por miedo al castigo. Y por último te pido que no sé el día ni la hora pero sí se que al final de mi vida quiero estar contigo. Así sea.

  4. Carmen Díaz Bautista

    «Ay muerte! Muerta seas, muerta e malandante». Así lloraba El Arcipreste de Hita la ausencia de su amiga trotaconventos. Porque la muerte causa dolor por la ausencia y en ocasiones tememos más la muerte de los nuestros que la propia.
    Jesús le arranca a la murete su aguijón mirándola de frente, asumiéndola y contemplándola amorosamente; nadie le arrancó la vida, sino que él la entregó. Pero antes ha vivido una vida plena, la más plena que haya pisado la tierra; nadie muere de forma distinta a como ha vivido y por tanto, si nuestra vida es amorosa con nosotros mismos y con los que nos necesitan, le iremos arrancando su guijón y llegaremos a nuestro examen del amor bien preparados.
    Intentando avanzar en esta dirección es como me encuentro. Es sencillo, pero no fácil.
    Quique, muchas gracias por tu reflexión y feliz domingo a todos

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