Domingo 2º. TIEMPO DE NAVIDAD. CICLO C

PALABRA Y SABIDURÍA

Dividiré esta homilía en tres partes:

  • Jesús, ¡palabra de Dios!
  • Sabiduría de Dios
  • Acoger la Palabra

Jesús, ¡Palabra de Dios!

¿Por qué se define a Jesús con estos términos? ¿No sería mejor decir que Jesús fue un sabio, que su Palabra era poderosa, que iluminaba la vida de la gente, que daba vida allá por donde pasaba? 

Dios- Abbá no tiene palabra por sí mismo. Su Hijo es la Palabra a través de la cual Él se expresa. En el Antiguo Testamento Dios Padre habló por medio de la Ley, de los profetas, de los sabios, pero, ahora, en la plenitud de los tiempos, sólo habla a través de su Hijo. ¡Cuánto misterio se encierra en la persona de Jesús! Es bellísimo denominar a Jesús así: ¡Palabra!

La Palabra es la fuerza de la Creación: el diseño y la realización de todas y cada una de las realidades que existen. La Palabra da consistencia y existencia a todo. En Ella está la Vida y la Vida se hace viva en toda la Naturaleza e ilumina el ser.

Sin embargo, la Palabra vino al mundo y no fue bien acogida. No sigue siendo acogida. Hay personas que la rechazan, que no quieren saber nada de ella: Vino a los suyos y los suyos no la recibieron.

Si Jesús es la Palabra de Dios, fue porque en cada una de sus palabras había profecía: Dios hablaba por medio de Él. ¡Sus palabras eran eficaces, transformadoras, capaces de realizar milagros y cambiar los corazones! 

Si Jesús es la Luz, la Vida, ello se debe a una forma de actuar que lo caracterizaba: resucitaba muertos, curaba enfermos, expulsaba demonios, atacaba al reino de las tinieblas y lo vencía. Al final, sus discípulas y discípulos proclamaban que Jesús era todo eso: Sabiduría, Gracia, Palabra, Vida, Luz.

¡Sabiduría de Dios!

Hablemos, en segundo lugar, de la sabiduría. El Jesús que demostró ya desde niño hasta el final una extraordinaria sabiduría aparece al final de su vida como la manifestación de la Sabiduría de Dios. Se dice de él que ya desde niño “iba creciendo” en Sabiduría. 

No todo mandato o mandamiento es sabio. Hay mandatos que enloquecen los sistemas, deterioran a las personas. Una mala orden puede hacer mucho mal. Quienes elaboran los mandatos no siempre se dejan llevar por la justicia o por una revelación. El pueblo de Israel, sin embargo, estaba orgulloso de su sistema legislativo, de sus leyes. Este pueblo afirmaba que había sido Dios quien había revelado y entregado la Ley a Moisés, que su Dios era el Creador, que ordenó sabiamente los cielos. Dios es la sede de la Sabiduría.

Jesús habló de la Sabiduría con términos peculiares. Para él la Sabiduría no estaba en los mandatos exteriores, sino en las mociones interiores del Espíritu. No mancha al ser humano lo que viene de afuera, sino lo que surge del interior. Hay una mala ley en el corazón –cuando está poseído por malos espíritus–. Sin embargo, quien es movido por el Espíritu Santo no necesita mandatos exteriores, impositivos. El Espíritu que habita en el corazón transmite sus mandatos a la conciencia, al corazón.

Quien se deja llevar por el Espíritu recibe mandatos llenos de sabiduría. Quienes sigue a Jesús son “los hijos e hijas de la Sabiduría”. Recibir el Espíritu de Jesús es recibir el don de la Sabiduría. En Jesús se manifiesta el arte creador del Abbá, la ciencia secreta de los Misterios de Dios. Él los comunica a quien quiere. Destinatarios preferentes de su Sabiduría son los sencillos.

Acoger la Palabra

Pero a quienes acogen la Palabra les sucede algo maravilloso: se convierten automáticamente en hijos de Dios. Reciben la Intimidad de Dios en sus vidas y todo se transforma en ellos. Éste es el misterio de la Navidad de Dios en los creyentes. Éste es el mensaje de este segundo domingo de Navidad. Nace la Palabra en nosotros. Cada vez que leemos la Palabra, que acogemos la Palabra, como María, nace Jesús, el Logos, la Palabra, la Sabiduría, en nosotros. ¡Qué regalo!

José Cristo Rey García Paredes, CMF

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