DOMINGO 24. TIEMPO ORDINARIO. CICLO A

¡PERDONAR! ¿SIN CONDICIONES?

Este domingo nos vemos confrontados con la gran cuestión del “perdón”. ¿En qué consiste el perdón? ¿Qué es perdonar? ¿Qué efectos produce el auténtico perdón en el mundo?
Lo que es evidente es que hay mucha gente, que no ejerce el perdón. Y sólo exigen justicia, justicia y justicia. ¡Su propia justicia! ¡Perdonar sin condiciones previas no es moneda corriente!
Dividiré esta homilía en tres partes, siguiendo las tres lecturas:

  1. El demonio de la ira, no perdona
  2. ¡Vivir para…!
  3. La gracia del PER-DÓN

El demonio de la ira, no perdona

“El furor y la cólera son odiosos”, nos dice el libro del Eclesiástico. La  ira o cólera es una efervescencia no dominada ante el hecho de que un inferior se arrogue algo que no le compete según opinión del que se considera superior. Si me considero superior a mi hermano o mi hermana, cualquier invasión de lo que considero “mío” me parece una provocación.
Existe el peligro de que el iracundo destruya el objeto de su ira con los medios a su alcance: o que, al menos, haga todo cuanto esté en su mano para rebajarlo, para que así quede más claro ante su opinión, que el otro había osado algo que no era de su competencia. El iracundo pierde fácilmente toda mesura.
Ante la ira solemos ser bastante indulgentes; decimos, que “tiene ese carácter”. Abundan a veces las personas a las que dejamos campar a sus anchas por los campos de su ira.
La ira nos hace ofender al otro; pero antes, enciende en nosotros, los motores de la agresividad. Cuando se activa en nosotros la parte irascible, cuando ésta se turba nuestra inteligencia cesa de ser inteligente: hace juicios temerarios, pierde la capacidad de discernir bien. La ira es muy dañina. Nos vuelve demonios. Propio de los demonios es vivir siempre encolerizados. Por eso, la mansedumbre es la virtud que más odian los demonios.  La cólera oscurece el alma, el espíritu: por eso hay que cortar de raíz los pensamientos de cólera; no abandonarse a ellos.

¡Vivir para…!

Vivir es relacionarse. Destruir relaciones es como cortarse las venas por donde discurre la vida. Vivimos “para”… es decir “vivimos en red”. Las conexiones son vitales para la vida.
Pero hay una conexión de la que no se puede prescindir. Es como aquella conexión sin la cual un ordenador, un proyector, una iluminación, no funcionan: ¡la corriente eléctrica! Esa conexión se llama “Jesús”. Nos lo dijo él mismo cuando afirmó: “Yo soy la Vida”. Sin vivir para Jesús y desde Jesús no tendremos vida, vida eterna.
Por eso, quien quiera vivir, vivirá en abundancia, si vive para el Señor, conectado al Señor. Hablar de esto puede ser interesante. Pero de poco sirve, si no se tiene la experiencia. Cuando el Señor Jesús es nuestro principio de vida, todo en nosotros se llena de vitalidad, de luz, se potencian todas nuestras energías.
¡También en la muerte somos del Señor! También hemos de morir por el Señor. Aquí la palabra “muerte” no es la opuesta a la vida, sino que tiene el sentido de “muerte por amor”, que es la forma suprema de entregar la vida. Morir “conectado” al Señor es la forma más vital de morir. Porque es “pasar” a la resurrección.

¡La gracia del PER-DON!

¡Qué palabra tan interesante! Está compuesta de un prefijo “per” y un sustantivo “don”. Significa, por lo tanto, un “don” que es “per”, “super”. Se reduplica, se potencia el don hasta el máximo. Per-donar no es únicamente “donar”, es mucho más, muchísimo más. El mayor regalo que podemos hacernos se llama “per-dón”.
Pero ¿puede alguien perdonar? ¿No excede nuestras fuerzas? ¿Puede perdona el esposo a la esposa que le ha sido infiel, o la esposa a su esposo infiel? ¿Pueden obligarnos a perdonar? Debe haber en nosotros una fuerza capaz de perdonar a quienes nos ofenden, si no, el mandato de Jesús no sería un deber serio. Puede perdonar quien ha recibido ese poder como un regalo, una gracia.
La gracia del perdón y del amor desinteresado se nos concede en el instante, como una aparición que desaparece al mismo tiempo. Es decir, en el mismo momento se encuentra y se pierde otra vez. Es como la inspiración.
¿Dónde está el corazón del perdón? El verdadero perdón es: 

  • un acontecimiento fechado que acontece en un determinado momento; 
  • el verdadero perdón, al margen de toda legalidad, es un don gracioso del ofendido al ofensor; 
  • el verdadero perdón es una relación personal con alguien. 

El perdón tiene razón de ser cuando el deudor moral es todavía deudor. Hay que apresurarse a perdonar antes de que el deudor haya pagado. Hay que perdonar de prisa, para que podamos abreviar un castigo más. Y ¡por nada a cambio! ¡Gratuitamente! ¡Por añadidura! El ofendido renuncia, sin estar obligado a ello, a reclamar lo que se le debe y a ejercer su derecho. El perdón es en hueco lo que el don es en relieve.
Perdonamos sin razones suficientes. Si para perdonar hubiera que tener razones, también habría que tenerlas para creer. Si perdonamos es porque no tenemos razones. Las razones del perdón suprimen la razón de ser del perdón. No hay derecho al perdón. No hay derecho a la gracia. El perdón es gratuito como el amor.
El perdón puro es un acontecimiento que tal vez no ha ocurrido jamás en la historia del ser humano.  La cima del perdón, acumen veniae  no ha sido alcanzada todavía por nadie en esta tierra. Por eso, decía Jesús que “sólo Dios perdona”… y él también. Y aquellos a quienes les es concedido…
No hay mayor alegría que saber perdonar y sentirse perdonado.

José Cristo Rey García Paredes, CMF

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