Domingo 21 T Ordinario Ciclo C (21 Agosto)

EL PELIGRO DE CONFIARSE


 

“¿Qué significa esta «puerta estrecha»? ¿Por qué muchos no logran entrar por ella? ¿Acaso se trata de un paso reservado sólo a algunos elegidos? Si se observa bien, este modo de razonar de los interlocutores de Jesús es siempre actual: nos acecha continuamente la tentación de interpretar la práctica religiosa como fuente de privilegios o seguridades. En realidad, el mensaje de Cristo va precisamente en la dirección opuesta: todos pueden entrar en la vida, pero para todos la puerta es «estrecha». No hay privilegiados. El paso a la vida eterna está abierto para todos, pero es «estrecho» porque es exigente, requiere esfuerzo, abnegación, mortificación del propio egoísmo. (…) La salvación, que Jesús realizó con su muerte y resurrección, es universal”. (Benedicto XVI, 26 de agosto de 2007)

 

Qué bien cuando tenemos confianza en nosotros mismos.

Qué bien cuando sentimos que los demás confían en mí. 
Qué bien cuando puedo contar con amigos con los que hablar de todo, de los que me puedo fiar y apoyar, sin miedo a que me dejen «colgado» o me la jueguen.
Qué bien cuando las relaciones con Dios se basan no en el miedo ni en la imposición ni en la costumbre, sino en la cercanía y la confianza.

Pero la «confianza» tiene sus peligros.
Tendemos a pensar que las cosas malas les pasan siempre a los demás.
Los accidentes de tráfico y trenes, o los contagios les ocurren a otros. A mí no.
Son otros los que pueden perder su trabajo. Eso no me puede pasar a mí.
Los atentados terroristas «pillan a otros», ocurren en otros sitios.
Los matrimonios que se rompen son los de otros. Los hijos que dan problemas son los de otros padres… etc.

          Y esa «confianza» nos puede hacer bajar la guardia, no ser precavidos, no «cuidar» y dejar que la rutina, el descuido o la desgana nos envuelvan y nos hagan perder lo mejor que tenemos: la vida, el amor…

           Esta imprudente confianza estaba haciendo mucho daño en el pueblo judío. Se creían tan seguros de Dios y de sí mismos que se permitían «reservarse» a Dios y sus favores en exclusiva, (Dios sólo salva a su pueblo, que somos nosotros), descartando  a otros que «no se lo merecían» (¡ay los dichosos méritos!). Ellos se preocupaban de sí mismos, de sus obligaciones religiosas, derechos y bienestar, y a menudo ignoraban a todos los demás.

           El profeta Isaías llega para dinamitar esa confianza y esa inercia que a menudo se volvía pasividad, y corregir sus esquemas. Proclama que Dios no es como ellos se han pensado, ni se están relacionando con el resto de los pueblos al gusto de Dios. Que Dios tiene el proyecto de reunir a gentes de todas las razas, naciones y lenguas, incluso de otras creencias y consagrar sacerdotes y profetas de entre ellos.  Es decir: que ellos no tienen ni la exclusiva ni la garantía de nada, y que si alguna consecuencia debiera derivarse de sus convicciones religiosas sería el trabajar por el bien de TODOS LOS PUEBLOS, dejar de hacer exclusiones según sus criterios «religiosos» y «nacionalistas» y tener cuidado, no sea que «se queden fuera» del proyecto y las promesas de Dios.

            Esa crédula «confianza» está detrás de la pregunta que le plantean a Jesús: «¿Serán pocos los que se salven?». Es una pregunta que hoy apenas se hace nadie. Tan preocupados y ocupados  andamos por vivir el presente, por nuestro bienestar, por los asuntos que nos traen los periódicos y revistas… que  eso de la «salvación» suena a palabra de otros tiempos.

           Por otro lado, muchos están convencidos de la respuesta: ¿Cuántos se salvarán? ¡Pues todos! Todas las religiones son igual de buenas para llegar a Dios. Incluso basta con ser buena persona, aunque uno no practique o crea en nada, para salvarse. El infierno, en el caso de que exista, debe estar vacío. Y tienen tanta «confianza» con Dios, con su bondad y su misericordia, que van dejando que la rutina, la dejadez y la mediocridad vayan envolviendo su fe y su estilo de vida, de manera que apenas se distinguen de los no creyentes o de los pertenecientes a otras religiones. 
        Aunque tal vez, con otro lenguaje, la preocupación por la salvación forma parte de la esencia del hombre. Hoy -al menos algunos que encuentran tiempo para pensar- se preguntan: ¿Cómo hacer que mi vida merezca la pena? ¿Qué necesito para ser plenamente feliz? ¿Dónde está la puerta de la felicidad y cómo se entra por ella? 

            

           Con respecto al número de los que se salvan Jesús no responde directamente. Pero sí habla del «cómo» de un modo que no nos resulta muy agradable: Habla de «esfuerzo» y de «estrecheces«. Tampoco nos resulta agradable -2ª lectura- que Dios nos corrija. No nos gustan esas palabras del Evangelio: «No os conozco, no sé quienes sois, alejaos de mí», a pesar de que hayamos comido en su mesa, hayamos oído mil predicaciones, nos conozcamos las doctrinas y orientaciones de la santa madre Iglesia, e incluso tengamos algún compromiso con alguien, o en alguna institución humanitaria…

              Jesús nos dice que el camino de la salvación, o de la felicidad, o de la vida que merezca la pena tiene que ver con el esfuerzo, el sacrificio y las dificultades. No nos aclara si serán pocos, aunque en otro lugar afirma que «son muchos los invitados, pero pocos los elegidos» (Mt 22, 14). Pero sí que nos invita a mirarnos a nosotros mismos y a preguntarnos: ¿Cómo está de fresca, de viva, de activa nuestra fe, nuestra experiencia de Dios? Es verdad que el camino de la oración, del estudio de las Escrituras, el camino de la justicia, del perdón, de la acogida al que no es de los nuestros… tiene muchas dificultades. Pero justamente esa es la puerta estrecha  por la que tengo que atravesar. O dicho con otras palabras de Jesús:«Yo soy la puerta: quien entre por mí se salvará y podrá entrar y salir, y encontrará pastos» (Jn 10, 10). 

Quique Martínez de la Lama-Noriega, cmf 

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2 comentarios

  1. EL PELIGRO DE CONFIARSE
    Un día más al leer tu reflexión y ante tantos interrogantes que me plantea, vuelvo a leer las lecturas.
    No Me preocupa la pregunta que los judíos hacen a Jesús, el profeta lo deja claro, todos se salvarán, sino mi postura ante la propia salvación. Parece una postura un poso egoísta, pero no es así porque no entiendo la salvación en solitario al pertenecer al Pueblo de Dios; todos somos sus hijos, pero entiendo mi salvación personalizada. Mejor expresado, deseo vivir mi salvación en presente y entenderla como camino de felicidad y pensar que mi vida merece la pena vivirla según el querer de Dios, porque Él es toda bondad y misericordia y desea que goce de su amor cada momento.
    Comienzas tu reflexión poniéndonos en alerta: “Peligro de confiarse”. Jesús pone un objetivo muy claro: A la salvación hay que entrar por la puerta estrecha. Algo tan sencillo, tan simple nos exige un comportamiento de vivencia de los valores del Reino, que implica priorizar, relativizar, abandonar posturas, criterios y poner en práctica lo que supone la escucha de su Palabra, comer y beber con Él en su mesa.
    Más de una vez Jesús tendría que reprochar mis acciones y decirme: ¡No te conozco! Pero su amor puede más.
    Es importante la motivación de Isaías para no caer en la rutina, desaliento, inercia, abandono…Él anuncia que la salvación es para todos pero la tenemos que reavivar en nuestra vida por el amor.
    El ritmo de la vida hace sofocan, muchas veces, las preguntas esenciales de nuestra fe y de nuestra existencia y no nos las planteamos a pesar de vivencias y experiencias vividas en las que experimentamos que el hombre es hoy y mañana no existe, como la hierba del campo, Como tú expones con mucha claridad: a mí no me toca.
    La salvación es un don, un regalo que Dios nos da como a hijos suyos, y nos va llevando hacia la puerta estrecha, pero no siempre le correspondemos como tales por eso hoy nos dice por medio de su Palabra: Dios, el Señor reprende a los que ama, nos trata como a sus hijos, nos corrige y esta corrección produce frutos de justicia: Fortalecer las manos débiles, robustecer las rodillas vacilantes y caminad por una senda llana.
    • Él quiere caminar junto a mí
    • Me ayuda a reconocer mies errores y limitaciones.
    • Si soy su hija, tengo hermanos, algunos me necesitarán
    • Me da palabras de aliento, de esperanza, salvación y optimismos.
    • …
    Tengo que aprender dada día a poner a Dios en el centro de lo que hago para ir construyendo su Reino.
    Jesús me dice que Él es la “puerta estrecha” y me llama a vivir una vida responsable y digna acompañada de mucha humildad para poder entrar por ella.

    Gracias Quique

  2. Yo quiero salvarme pero con todos.
    Ya Jesus dijo en una ocasion a sus discipulos que salvarse por uno mismo era imposible que solo Dios puede hacerlo.Pues hay que confiar en su infinita misericordia arrimar el hombro y no angustiarse.
    Muchas gracias padre Enrique

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