DE ZAQUEO A “ZAQUEO”: LA OTRA PERSPECTIVA DEL SACRAMENTO

No acabamos de dar con la tecla del “sacramento de la Reconciliación”. Nos cuesta mucho celebrarlo. O lo dejamos para “más tarde”, o lo abandonamos totalmente. ¿Será Dios tan exigente? ¿Llevará cuentas del mal que cometemos? No sabemos cómo actuar ante la confesión en la que somos reos y acusadores.Las lecturas de este domingo nos colocan en otra perspectiva: 1) Jesús tiene la iniciativa y se auto-invita; 2) El Creador nos ama, por eso nos ha traído a la existencia; 3) ¡Seamos la gloria de Jesús!
Jesús toma la iniciativa y se auto-invita
Nos cuenta el evangelio apenas proclamado, que Jesús -antes de llegar a Jerusalén- entró en la ciudad de Jericó -importante centro comercial y nudo de comunicaciones-. Atravesó la ciudad y muchísima gente se congregó en las calles para verlo pasar.
Un rico recaudador, jefe de publicanos y pecador, deseaba verlo, pero su baja estatura se lo impedía. Su nombre “Zaqueo” que quiere decir “el hombre de la pureza”, era lo opuesto a su conducta.
Corrió, se subió a un árbol y esperó la llegada de Jesús. Y al llegar donde él, Jesús lo miró y le dio esta orden divina: “Baja enseguida. Hoy tengo que hospedarme en tu casa”. Zaqueo se llenó de alegría; “todos los demás” comenzaron a murmurar y hablar mal de Jesús.
Ya los dos, a solas, Zaqueo hizo su confesión y su promesa: “Daré la mitad de mis bienes a los pobres y cuatro veces más a quienes he defraudado”. ¡Tal vez se quedaría sin nada! Pero se recuperó como hombre y ciudadano. Sólo entonces su nombre: Zaqueo -el purificado- se hizo verdad.
Y Jesús concluye la escena diciendo que Él ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido. El buen Pastor recupera a su oveja perdida.
El Creador nos ama, por eso nos ha traído a la existencia
La primera lectura, tomada del libro del capítulo 11 del libro de la Sabiduría, nos habla de nuestro Creador, el Padre, el Abbá de Jesús y nuestro. Y nos dice que Él ama a todos los seres que ha creado, los ama y no los odia. Si Zaqueo era bajo de estatura, el libro de la Sabiduría nos dice que nosotros somos ante nuestro Dios como “un grano de arena en la balanza”, como “una gota de rocío mañanero que cae sobre la tierra”. Si Zaqueo era pecador, el libro de la Sabiduría nos dice que nuestro Dios no nos persigue por nuestros pecados, sino que ante ellos “cierra los ojos” y “se compadece de nosotros”; que Dios nos ama y no odia a nadie: por eso, seguimos existiendo.
El balance final nos muestra que pesa más, muchísimo más, el corazón de Dios que ese granito de arena –sucia y pecadora– que somos nosotros a veces.
¡Seamos la gloria de Jesús!
Y finalmente, la segunda lectura -de san Pablo a los Tesalonicenses- nos pide que seamos dignos de nuestra vocación y que Dios cumpla nuestros buenos deseos; que Jesús esté orgulloso de nosotros y no defraudemos sus expectativas.
Conclusión
El sacramento de la Reconciliación queda a veces reducido a “decir los pecados al confesor y cumplir la penitencia”. En cambio, nuestro mundo tan dividido busca reconciliación contra la guerra y la división. La justicia humana busca reconciliación entre los enfrentados.
Las celebraciones de la reconciliación están llenas de belleza y de fiesta. ¿Qué deberíamos nosotros hacer para que esto ocurra en nuestras celebraciones del Sacramento? Por ahora baste decir una sola cosa: que el Ministro del Sacramento se muestre como el último de la fila, tal como muestra la plegaria de la Absolución: Dios Padre misericordioso (primero), que derramó el Espíritu Santo para el perdón de los pecados (segundo), te conceda por el ministerio de la Iglesia (tercero) el perdón y la paz, y ahora yo (el último) te absuelvo, en el nombre (¡no en mi nombre!) del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Cuando el ministro es “pura transparencia”, quien se acerca al Dios-Trinidad queda convertido en un auténtico “Zaqueo de Dios”.
P. José Cristo Rey García Paredes, cmf
















Cuando nos miramos interiormente descubrimos que nuestra fe es débil, exigua: ¡que somos hombres, mujeres, de poca fe! Como los apóstoles le pedimos a Jesús: “Auméntanos la fe”; o como aquel padre a la espera de la curación de su hijo: “Señor, yo creo, pero aumenta mi fe”. Y Jesús responde: si vuestra fe fuera como un granito de mostaza realizaríais portentos: una encina arrancada y llevada al mar, moveríais montañas. Jesús también responde con una de sus chocantes parábolas: la de las tres preguntas. Es el texto del domingo 27.
Jesús propuso otra parábola de unos siervos a quienes su Señor sí los sirvió (Lc 12,35-38). El que regresaba a casa no era un siervo, sino el mismo Señor, después de un banquete de bodas. Al ver que sus siervos le esperaban -ceñidas las cinturas y encendidas las lámparas y le abrieron al instante cuando llegó y llamó-, se conmovió, los proclamó dichosos y él mismo, el Señor, se ciñó la cintura, les hizo sentar a la mesa y acercándose les servía” (Lc 12,35-38).



Orar por todos… expresión de un amor sin fronteras. San Pablo nos habla en la segunda lectura -carta a Timoteo- sobre la inclusión: ¡Orar por todos, sin excepción! La oración de intercesión es una forma privilegiada del amor sin reservas, sin excepción ni discriminación: “A vosotros que me escucháis os digo: Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os odian” (Lc 6,27; Mt 5,44)). La oración por los enemigos es expresión de amor.
¡Sagacidad para ser acogido y participar en el Reinado de Dios y no quedar excluido!







– La humildad es lo contrario del orgullo, de atreverse a mirar a los demás por encima del hombro; es lo contrario de la arrogancia, la autosuficiencia, o servirnos de los demás para ventaja nuestra.
♠ Pero hay que vigilar también el otro extremo. A algunos les falta justamente lo contrario: quererse un poco, valorarse, reconocer sus valores y cualidades, con gozo, con espíritu de servicio, con valentía para asumir responsabilidades y tomar decisiones, estar a gusto con mi forma de ser, aunque siempre sea mejorable. Aquella famosa definición de Santa Teresa de Jesús: «humildad es andar en verdad». Y mi verdad es que tengo muchos dones y talentos, porque todos somos hijos de Dios, y a todos nos ha hecho bien, valiosos, únicos. La humildad bíblica implica valorarse a sí mismo y valorar en su justo término a los demás, y así ni lo inferior de uno mismo abruma, ni nos molesta lo superior que vemos en los otros (en tantas cosas los otros son mejores que yo, bueno ¿y qué?).
♠ Un segundo aviso o invitación contra-corriente es: El desinterés. ¡Cuántos nos cuesta hacer las cosas desinteresadamente! Casi siempre esperamos respuesta, que nos correspondan de alguna manera, que nos lo paguen; y con demasiada frecuencia buscamos nuestro interés por encima del de los demás. Incluso a veces hacemos el bien para «sentirnos bien», y no por convencimiento o responsabilidad.