Cuarto domingo de Adviento. ciclo b

“SI EL SEÑOR NO CONSTRUYE LA CASA” 

La liturgia de la Palabra de este domingo cuarto de adviento nos ofrece unas claves de respuesta. Dividiré la homilía en tres partes:

  • ¿Quién le construirá una casa a Dios?
  • En la “casa” de José y de María.
  • “Mi casa es toda de viento”

¿Quién le construirá una Casa a Dios?

La primera lectura tomada del segundo libro de Samuel nos relata un buen proyecto del rey David: mientras él moraba en un palacio de cedro, el arca de la Alianza estaba depositada en una humilde tienda de campaña. Con remordimiento, David se propuso construirle al Arca una digna morada: un templo y el profeta Natán -su profeta- lo animó a ello. 

Sin embargo, quedó David muy sorprendido cuando Dios le respondió: “No serás tú quien me construya una casa… Seré quien te construya a ti una casa permanente para que tu reinado no tenga fin y dure para siempre”.

En la “casa” de José y de María

La lectura del Evangelio ratifica aquella sorprendente promesa hecha por Dios a David. Un lejano descendiente de David, José, el esposo de María, sería el padre legal de Jesús. Y Jesús sería su hijo “legal” y, por lo tanto, descendiente también de David. El ángel Gabriel le ratificó a María, que su hijo heredaría el trono de David… y para siempre: “el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará eternamente sobre la casa de Jacob y su Reino no tendrá fin” (Lc 1,32-33). Con José y María se cumplió la inaudita profecía hecha a David: “tu reino no tendrá fin y durará para siempre”. 

Jesús no es una improvisación de Dios: es el final de un bendito proyecto. En él converge toda la historia: desde Adán y Eva “pondré enemistades entre ti y la mujer, entre tu linaje y el suyo; él te herirá en la cabeza” (Gen 3,15), desde David y el pueblo de Israel.  

A María se le revela todo el misterio del hijo de su seno: será Grande, será llamado Hijo del Altísimo, será Santo, reinará en la Casa de Jacob por los siglos de los Siglos, se sentará en el Trono de David su Padre. 

Sin embargo, el escenario nos volverá hacia la pobre tienda, donde estaba el arca de la Alianza. ¡Ahora se trata de una cueva de pastores, de un pesebre y no de un Gran Palacio! Además, el Niño Rey es perseguido a muerte por enl usurpador del trono davídico, Herodes. José protegió al Niño y a la Madre y “huyó a Egipto” y después volvió a Nazaret. A su hijo Jesús lo aclamaría la gente diciéndole: “¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí! 

Mi casa es toda de viento 

Un villancico -con letra y música de los claretianos P. Tomé y P. Mielgo- se titulaba así: “Mi casa es toda de viento”. Todos tenemos experiencias de la inconsistencia de nuestras casas, de nuestras familias y comunidades.  Cualquier evento es capaz de tambalearla, de crear desunión, conflictos, abandonos… Cuando Dios bendice un matrimonio, se sueña con la casa construida sobre roca… pero a veces se descubre que fue construida “sobre arena” y ante las menores dificultades, comienza a derrumbarse. 

En cada celebración del matrimonio Dios desea “construir” con una casa con sólidos cimientos. María dijo: “Fiat” (¡hágase!). Porque “si el Señor no construye la casa en vano se cansan los albañiles” (salmo 126). 

Toda casa construida por nosotros es frágil, incierta. Hay que confiar mucho en quien la construye, que es nuestro Dios. Necesitamos una fe-roca, una casa construida sobre la roca, que es la fe. “Si el Señor está con nosotros, ¿quién contra nosotros”? En la segunda lectura nos lo recomienda san Pablo: ¡sed obedientes a la fe y esperadlo todo de Dios! 

Conclusión

Dios suele elegir a instrumentos débiles, para confundir a los fuertes. Nuestra debilidad tiene que convertirse en fortaleza. Los que se creen fuertes, en cambio, pueden perderlo todo. Se acerca la Navidad de los débiles, que lo pueden todo en Aquel que es su fuerza.

José Cristo Rey García Paredes, CMF

TERCER DOMINGO DE ADVIENTO. CICLO B

LA ALEGRE ESPERANZA

  • La espera y la esperanza
  • La puerta de la Esperanza… siempre abierta 
  • Los rasgos de la esperanza

La espera y la esperanza

El pensador español Pedro Laín Entralgo nos regaló una excelente distinción entre “La espera y la esperanza”. La espera no es todavía esperanza: es “aguardar”. Cuando se aguarda, la incertidumbre se apodera de nosotros. ¡Estoy a la espera!¡Estoy aguardando… al autobús, mi turno… que me toque la lotería! 

La Iglesia se encuentra ahora en estado de “sínodo”. Estamos a la espera de sus resultados. Pero ¿tenemos esperanza o indiferencia? ¿Nos lanza hacia un futuro que creemos cierto o hacia lo incierto e inesperado?

La puerta de la Esperanza… siempre abierta 

La primera lectura respira esperanza. El profeta no está a la espera, sino que ya disfruta de aquello que esperaba: ha sido ungido por el Espíritu, proclama la realización de las promesas de Dios. Desborda de gozo. Ha llegado el momento del triunfo. Todo lo soñado está ya brotando. Y el salmo idéntifica a este profeta con María, la madre de Jesús, que proclama el Magnificat.

También la lectura del Evangelio abre la puerta de la esperanza. Tras largos siglos de espera, por fin, se le concede a Israel lo que esperaba: “por los profetas lo fuiste llevando con la esperanza de la salvación” -dice una de las plegarias eucarísticas-. Y ahora el evangelio proclama: “Surgió un hombre enviado por Dios…” Anunciaba el fin de la espera y abrió la puerta de la esperanza: “En medio de vosotros hay uno que no conocéis… viene detrás de mí… no soy yo”. Y repite una y otra vez: ¡no soy yo! Hay uno que no conocéis, que viene detrás de mí”. ¡Hay que pasar de la espera a la esperanza!

 Los rasgos de la esperanza

La espera suscita en nosotros inquietud, nerviosismo, incertidumbre. Nos desagrada el tener que “esperar”, guardar fila, aguardar. Sin embargo, la esperanza nos moviliza, nos alegra. Y tenemos muchas razones para ello. Exclamemos con la primera lectura del profeta Isaías: ¡desbordo de gozo con el Señor y me alegro con mi Dios”… hemos triunfado… brotan las semillas… Y con el Magnificat de nuestra madre María: el Poderoso ha hecho obras grandes por nosotros… su misericordia de generación en generación

La segunda lectura no pide algo que les falta a no pocos cristianos: ¡Estad siempre alegres! ¡Siempre! ¡Sed constantes en orar! ¡Constantes! ¡Dad gracias en toda ocasión! ¡En toda ocasión! Y el gran deseo: ¡Que el Dios de la paz os consagre totalmente hasta la venida de nuestro señor Jesucristo! El vendrá… cumplirá sus promesas.

Conclusión

La espera nos coloca ante la incertidumbre. La esperanza ante lo cierto.

Gran parte de la humanidad está a la “espera”. Quienes hemos recibido la gracia de la fe tenemos esperanza. Y una esperanza audaz, que supera cualquier contradicción. Por eso, un santo triste es un triste santo. Un adviento triste es un triste adviento.

José Cristo Rey García Paredes, CMF

SEGUNDO DOMINGO DE ADVIENTO. CICLO B

EL “MEBASSER” Y SUS BUENAS NOTICIAS 

Las expectativas se suelen cerrar o con una mala noticia -y el mundo se nos echa encima y nos apenamos- o con buenas noticias -y la exultación nos hace vibrar y sonreír. El adviento ritualiza un tiempo de expectación. Hoy se nos invita a esperar incluso aquello que nadie sería capaz de imaginar.

Dividiré esta homilía en tres partes:

  • Quien evangeliza transmite “una buena noticia”
  • Se nos ofrece un cielo nuevo y una tierra nueva. 
  • También nosotros… como Juan el Bautista

Quien evangeliza transmite “una buena noticia”

La primera lectura nos habla hoy de un “mensajero de buenas noticias”. Nada tiene que ver con los profetas de desgracias. El mensajero del que nos habla el profeta Isaías es el “mensajero de la Alegría, de la noticia más sublime e inesperada. El autor hebreo le da un nombre femenino, en primer lugar: lo llama “Mebasseret” (Is.40). Y más tarde, un nombre masculino: “Mebasser” (Is 52). Para traducir esta palabra hebrea al griego, se escogió el término “evangelizador” o el que anuncia un “Evangelio”, es decir, una buena noticia. 

Cuando parece que todo se hunde y no hay escapatoria, cuando más nos sentimos amenazados y sin salida, Dios nos envía a su profeta para devolvernos el ánimo, la alegría y la paz. Nos envía un “Mebasser”, un “evangelizador”. 

¡Qué bellos sobre los montes los pies del Mebasser!, exclama la profecía de Isaías. Y se le pide al Mebasser que se suba a un alto monte y proclame que Dios está ahí y que no permitirá que su pueblo quede en manos enemigas. Que Dios vendrá como un buen pastor a recoger a su rebaño y guiarlo. Para liberarlo de guías perversos.

Se nos ofrece un cielo nuevo y una nueva tierra

La segunda lectura de hoy está tomada de la segunda carta de Pedro. El apóstol anuncia también una buena y excelente noticia a los cristianos que se sentían perseguidos, ignorados y despreciados: “Pronto llegará -les dice- el día del Señor”: Él os defenderá y os dará la razón. Él se manifestará. Y que sepan los demás que como sigan así, tienen fecha de caducidad y los días contados. El imperio del mal, en cualquiera de sus formas, desaparecerá. Los “elegidos de Dios” tienen todo a su favor. Nos espera un cielo nuevo y una tierra nueva. Por eso, san Pedro nos exhorta a vivir en paz, a no preocuparnos y a esperar…

También nosotros… como Juan el Bautista

La tercera lectura ha sido tomada del inicio del Evangelio de san Marcos. El evangelista tuvo la magnífica idea de escribir la primera vida de Jesús, que tituló “Evangelio de Jesucristo”. Es decir: ¡buena y bella noticia! De esta manera san Marcos nos presentó a Jesús como el “Mebasser”, el mensajero de la Alegría.

David Zelenka

Pero quien le preparó la escena fue Juan Bautista. Se encargó de preparar a la gente para acoger a Jesús por medio de un bautismo de purificación. No hablaba de sí mismo, sino del que venía detrás de él. Le preparaba el camino y un pueblo bien dispuesto.

En este segundo domingo de Adviento, nuestra madre la Iglesia nos pide que también seamos como un nuevo Juan Bautista: apasionados por el que está viniendo y preocupados para que sea muy bien acogido en nuestra sociedad, a veces tan atea, otras tan agnóstica, otras tan indiferente. La Navidad llega al corazón de todos. Pero no todos los corazones se acercan de verdad al Niño Dios. Se acerca la Navidad y también es el momento de un nuevo amanecer, de un nuevo comienzo de la fe: ‘todo es posible”. Pero se necesitan hombres y mujeres “Mebasser”, anunciadores de la Buena Noticia y que lo hagan con convicción, belleza y seducción. Dios quiera que en la noche de la Navidad quienes están lejos puedan acercarse al Portal de Belén y exclamar: Padre nuestro, ¡venga a nosotros tu Hijo Jesús. ¡Perdónanos! Bautízanos con tu Espíritu y haznos renacer a la fe!

José Cristo Rey García Paredes, CMF

PRIMER DOMINGO DE ADVIENTO. CICLO B

DESPERTAR LA PASIÓN DE LA ESPERANZA

  • Cuando la fe se deteriora
  • Enriquecidos en todo
  • ¡Velad y estad alerta!

Hace años me sentí impresionado ante una frase del teólogo alemán Hans Küng que decía más o menos así: “con qué ligereza muchos jóvenes se van alejando de la fe, sin darse cuenta de lo difícil que les resultará después recuperarla”. Y es que cuando se rompe una alianza de amor, cuando uno de aleja de un amor apasionado, no resulta fácil -después- volver al amor primero… aunque para Dios nada hay imposible.
El mensaje de la primera lectura de este domingo, tomada del Tercer Isaías expresa el deseo fuerte de que Dios vuelva a nosotros y nos transforme: que rasgue el cielo y se haga presente; que nos obligue a entrar en el buen camino, y que llene de ternura nuestros corazones endurecidos. Que limpie nuestras impurezas… ¡Que baje, que se haga presente! 

En la segunda lectura san Pablo les dice a los corintios que han recibido una gracia inmensa: creer y acoger a Jesucristo. Y por medio de esta fe han sido enriquecidos “en todo”. “De hecho no carecéis de ningún don”. Una comunidad cristiana con esas características es envidiable.

 

Pero contemplemos también con los ojos de san Pablo nuestra comunidad cristiana, nuestra parroquia. Veremos que hay mucha riqueza escondida en las personas que formamos la asamblea dominical. Si nos conociéramos más, nos daríamos cuenta de ello: ¡cuántos dones ha derramado Dios en unos y otros! ¡Cuántos carismas, a veces ocultos o desconocidos! Pero más aún: el mayor don es que “Dios nos llamó a participar en la vida de su Hijo Jesucristo”. Y esto sucede en cada Eucaristía: cuando escuchamos la Palabra de Dios, cuando comulgamos el Cuerpo de Cristo. La puerta de la fe nos introduce en un mundo misterioso del cual tantas veces no tomamos conciencia.

Todo adviento es la llegada de lo inesperado. Pero cuando lo inesperado es lo más importante y decisivo para los seres humanos, hay que estar alerta y vigilar. ¡Que no perdamos la oportunidad de acoger lo más necesario para seguir viviendo! 

“Lo peor no es tener un alma perversa, sino un alma acostumbrada”, dijo el autor Charles Péguy. Las costumbres nos incapacitan para la auténtica expectativa. Solo quienes buscan encuentran, a quienes llaman se les abre. Hay que dejarse invadir por grandes deseos. Sin deseos el Adviento se vuelve apático, irrelevante. Acerquémonos al fuego aunque nos quememos.  Hay un pesimismo político, social, que nada tiene que ver con el Adviento. Hay un adviento, sin embargo, que nos ilusiona y apasiona, aunque parezca que toda va de mal en peor. 

Si creemos en Dios, Dios actuará. Es el Dios del adviento. Y a él nos dirigimos con este poema: Dios de los imposibles posibles.

Dios de los imposibles posibles,
te damos gracias
porque nos anuncias un año más
realidades que parecen sueños:
habitar el lobo con el cordero,
convivir todos los pueblos en paz,
brotar un renuevo del tronco casi seco…

Dios de los imposibles posibles,
despierta nuestro corazón
para que se abra a esta palabra de esperanza y futuro
que llega de muy lejos y de muy cerca:
de tu corazón, al lado del mío, Dios de la vida.

Dios de los imposibles posibles,
te damos gracias porque nos pones por tarea
hacer nuevo el corazón
para así hacer nueva la creación.

En tu Hijo Jesús, que viene, que llega,
ya está todo lo nuevo inaugurado y cumplido.
Te damos gracias porque podemos escuchar
ésta tu llamada de Adviento:
lo imposible es posible…

José Cristo Rey García Paredes, CMF

DOMINGO IV. ADVIENTO. CICLO A

GUARDIANES DE LA ESPERANZA

La esperanza necesita cuidados: es frágil e indefensa. La gente quiere certezas y califica como mentira cualquier esperanza que después no se convierte en realidad. Si a esto, añadimos el creciente agnosticismo, indiferencia y ateísmo que se extienden por la sociedad, el resultado es que la esperanza cristiana y religiosa parece una quimera, un sueño imposible, una esperanza vana. Las lecturas de este domingo nos invitan a no desalentarnos: 1) Pide una señal; 2) La esperanza se cumple: ¡reinará por siempre! 3) Guardianes de la esperanza. 

¡Pide una señal! (Isaías)

Nuestra esperanza necesita señales, signos que, provengan de Dios y nos den seguridad. Eso fue lo que -según la primera lectura- el profeta Isaías le exigió al rey Ajab: 

“Pide una señal al Señor, tu Dios: 
en lo hondo del abismo o en lo alto del cielo”. 

Ajab se resistió diciendo: “no quiero tentar a Dios”. Entonces el profeta le comunicó que Dios mismo iba a ofrecer una señal al pueblo: ¡una joven mujer embarazada, iba a dar a luz y desde la monarquía davídica no debería temer nada. 
No deja de ser llamativo que la esperanza de un pueblo pueda encerrarse en el germen de vida que hay en el seno de una mujer.

La Esperanza se cumple: ¡reinará por siempre! (Evangelio) 

El evangelio de este domingo cuarto de Adviento nos propone ese mismo “signo” de Dios, pero ya realizado en la plenitud de los tiempos: otra joven mujer, embarazada, dará a luz a quien llamarán Emmanuel, Dios presente en medio de su Pueblo.

El “signo” implica ahora al no-padre físico, pero sí legal: a José, el esposo de María. Según la ley (Deut 22,20-21), debería denunciar el embarazo irregular de su esposa, exponerla a pública infamia y al apedreamiento. José se sabía esposo, pero no padre.
Pero… José era “justo” y su justicia lo situó más allá del ámbito legal: le fue revelado por el ángel que en su esposa se estaba realizando la profecía de Isaías, y se estaba cumpliendo la esperanza de Israel. Y José “hizo” lo que el ángel le pidió. Como María dijo él también al ángel que se le apareció en sueños: “hágase en mí, según tu Palabra. José se convirtió en el guardián de la Esperanza del mundo y de María, la causa de nuestra Esperanza.

Guardianes de la Esperanza ante el Dragón (Apocalipsis)

Todo aquello que nos trae esperanza, futuro, salvación, está siempre muy amenazado. 

Lo nuevo está siempre fuera de la norma. La verdadera justicia no consiste en defender lo que siempre se ha hecho, sino en hacer viable, lo que hasta ahora no ha sido. José se convierte en el hombre del Adviento y de la Esperanza. Hace viable lo nuevo, aunque supere todas sus expectativas y sus aparentes derechos.

Sabemos que hoy hay nuevas iniciativas de paz, de justicia, de cuidado de la creación, de defensa de los derechos humanos, de vivencia y transmisión de la fe. Estamos en un mundo en el que muchas mujeres embarazadas nos dicen que Dios da futuro a nuestro planeta y a nuestra humanidad, nuevas generaciones aportan ideas frescas, proyectos no estrenados, impulsos inéditos. Quienes solo se dejan regir por la norma, podrían hacer abortar lo nuevo que puja por ser alumbrado. Serían los nuevos Herodes, los que imposibilitan que la vida salga victoriosa. Tampoco el Dragón apocalíptico quería que naciera el Hijo de la Mujer y estaba dispuesto a devorarlo apenas fuese dado a luz.
La esperanza debe ser cuidada, defendida. José es el Guardián de la Esperanza. De él debemos aprender, cada uno en nuestro ambiente, y desde él en nuestro mundo, a sembrar esperanzas a pesar de los terribles sueños que a veces nos acosan.

José Cristo Rey García Paredes, cmf

DOMINGO III. ADVIENTO. CICLO A

EL CAMINO ACERTADO

Nos podemos confundir en la espera. Podemos emprender el camino desacertado, y situarnos -después- ante la puerta equivocada…. y llegar allá donde no hay nada que esperar. Se nos ofrecen “trayectorias políticas, o incluso religiosas, que no llevan a ninguna parte y a acumular decepción tras decepción.  Las lecturas de este tercer domingo de Adviento nos ofrecen una secuencia interesante: 1) Un horizonte idílico; 2) El camino preparado; 3) Un estilo: la esperanza paciente.

Un horizonte idílico (Isaías)

La liturgia de este tercer domingo de Adviento nos coloca, obstinadamente, ante el horizonte de la esperanza “religiosa”. El profeta Isaías en su capítulo 35 se vuelve más utópico –si cabe- que en otras ocasiones. El texto proclamado es de una belleza cautivadora. Canta la repatriación, la vuelta del destierro, la refundación del Pueblo:

El camino de Dios es el camino que lleva al monte Sión. Se ha abierto en la estepa, en el desierto. Todo en él florece. Se convierte en un camino triunfal, iluminado por la Gloria y la Belleza de Dios.

Es el camino de los rescatados, débiles, ciegos, sordos, cojos. Mudos. Se les anuncia que viene Dios en persona para resarcirlos y salvarlos. Recuperarán la fuerza para caminar, se abrirán sus oídos, se desatará su lengua para cantar,

La alegría será incesante. El gozo permanente será el compañero de todos los rostros. La pena y la aflicción se alejarán.

El camino preparado (Evangelio)

Andrei Rubliov – Juan Bautista

El evangelio de hoy nos habla de la pregunta que los discípulos de Juan Bautista -que se encontraba en la cárcel de Herodes- le formulan a Jesús:

“¿Eres tú el que ha de venir, o tenemos que esperar a otro?”.

Y Jesús, además de reconocer la grandeza de Juan, se remite a los hechos: los ciegos ven, los cojos y paralíticos caminan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan, a los pobres se les anuncia el Evangelio. ¡Se cumple la profecía de Isaías!

Se ha abierto el camino de Dios y en ese camino acontece la transformación. Seguir a Jesús es entrar en el camino de los rescatados, en el camino de la alegría, de las buenas noticias, de la terapia colectiva. Juan preparó el camino, pero él no era el camino.

Un estilo: la esperanza paciente (Santiago)

Han pasado los siglos y la situación de muchísimos seres humanos no cambia. La Iglesia clama en su liturgia eucarística: ¡Maranatha! ¡Ven, Señor Jesús!

Consciente de esto fue Santiago que en su carta nos dice: “Tened paciencia, hermanos, hasta la venida del Señor”. La paciencia es otra forma de esperanza. En ella el sufrimiento se asocia a la espera. Aunque se llegue al límite, la paciencia mantiene alta la esperanza. La paciencia es resistencia esperanzada, hasta la última posibilidad. Luis Mandoki, mexicano y director de cine en Holliwood, dijo lo siguiente:

 “A los pesimistas hay que decirles algo: no se nos olvide que ésta es una película de aventuras con final feliz, y en las películas de aventuras con final feliz al héroe siempre se le complican las cosas, más y más, hasta que triunfa”. 

Luis Mandoki

 Parece que la Venida del Señor se retrasa. Y mientras esto sucede, es fácil que nos lancemos a luchar unos contra otros, y la casa se revuelva. La venida del Señor está cerca. Esta venida se anticipa simbólica y realmente en cada Eucaristía. El Señor nos asegura las promesas idílicas. Nos indica que le sigamos por el Camino y nos invita a ser pacientes en medio de la Esperanza. 

INMACULADA CONCEPCIÓN. ADVIENTO. CICLO A

LA MUJER DEL NUEVO GÉNESIS

Hoy festejamos lo que sucedió en la unión fecunda de Joaquín y Ana: que Dios Padre dio origen a la vida de la Madre de su Hijo y preparó todo su ser para que lo engendrara en el tiempo, en la humanidad. A la concepción inmaculada de Jesús, precedió la concepción inmaculada de su Madre, la “llena de gracia” (kecharitomene). 

La presencia del mal original

Le hemos dado demasiada importancia al “pecado original” y muy poca a la “bendición original”. Dios vio lo que había creado y vio que todo era muy bello. Y “bendijo a Adán y Eva” creados a “su imagen y semejanza”. Esta es la gran bendición original.

Pero, ya en el origen se hizo presente el Mal, el Mal misterioso e inexplicable. Y el mal contaminó a nuestros primeros padres, Adán y Eva y desde ellos ha seguido contaminando a toda la humanidad. “El que esté sin pecado… que tire la primera piedra”, dijo Jesús; “todos hemos pecado”, dijo san Pablo.

  • Somos pecadores porque el Mal tiene una misteriosa influencia sobre cada uno de nosotros: en un momento u otro sucumbimos ante él.
  • Somos pecadores porque nos contagiamos unos a otros y no disponemos de un anti-virus adecuado, que nos vuelva inmunes.
  • “Pecador me concibió mi madre” (Salmo 50); siempre llega el momento en que perdemos la inocencia.
  • Y pecamos porque queremos conocer, dominar, traspasar nuestros límites… ser como Dios… Tenemos una tendencia egolátrica irreprimible. Y se manifiesta de mil formas en la humanidad y en nosotros, a lo largo de la vida. Y luchamos entre nosotros, porque todos queremos “ser más” que el otro.
  • En esta condición existencial, el ser humano rechaza vivir en Alianza con Dios… y se basta a sí mismo.

Un nuevo Génesis en la mujer-María

  • Si Jesús, el Hijo de Dios, fue el comienzo de una nueva Humanidad, de la humanidad auténtica -imagen y semejanza de Dios-, ese comienzo se vio anticipado en el origen de aquella mujer que fue escogida para ser su madre virginal.
  • Y decimos “madre virginal” porque se trataba de una maternidad que excede por doquier cualquier otra maternidad humana: no solo porque aconteció “sin varón” (“No conozco varón”), sino también porque “lo que nació de ella fue Santo… Hijo de Dios”. ¿Qué varón podría colaborar con María para engendrar al Hijo de Dios? Este misterioso acontecimiento fue posible únicamente porque el Espíritu Santo de Dios Padre y del Hijo se apoderó de ella, en su espíritu y en su cuerpo. ¡Así aconteció el “nuevo Génesis” “inmaculado”, “santo”… la nueva humanidad.
  • La “madre virginal” no solo “concibió por obra y gracia del Espíritu Santo”: la Iglesia confiesa que ella misma fue concebida por obra y gracia del Espíritu Santo, también santa, inmaculada. En ella el Espíritu inició una nueva y portentosa fecundidad, un nuevo génesis.
  • Al pronunciar el “fiat”, “la agraciada desde el principio” (kecharitomene) rejuveneció de nuevo a la humanidad y la conectó con la “Gracia original” la gracia de la Creación inmaculada y sin pecado. Tuvo razón Dante al decir que “María es más joven que el pecado”, porque “al principio no fue así”… el pecado no existía.
  • Esa ben­dita concepción de Jesús se vio anticipada, reflejada y preparada en la misma concepción de María. Dios quiso iniciar en la Madre escogida para su Hijo, “un nuevo comienzo para la humanidad”, un misterioso “Hagamos a la Mujer a nuestra imagen y semejanza”.

La Gracia original

Pensemos hoy en la “Gracia original” y en el deseo divino de que venza y sea recuperada. Hay una emocionante oración litúrgica que dice:

“Oh Dios, que amas la inocencia y se la concedes a quien la ha perdido”. 

La fiesta de la Inmaculada nos invita a rejuvenecer, a recuperar la inocencia perdida, a entrar en la nueva humanidad donde Jesús es el nuevo origen y María la primera agraciada. 
Sintámonos hoy “santos e inmaculados en su Presencia”, habitantes del primer Paraíso, un nuevo Adán, una nueva Eva. Sintámonos ya -anticipadamente- ciudadanos de la nueva Jerusalén, del cielo nuevo y la tierra nueva.
La fiesta de la Inmaculada nos invita a rejuvenecer, a recuperar la inocencia perdida, a entrar en la nueva humanidad donde Jesús es el nuevo origen y María la primera agraciada. 

Plegaria

Abbá nuestro, todo surgió bellísimo y bue­no de tus manos creadoras; pero el misterioso Maligno introdujo la deformación y el ser humano se alejó de ti. Hoy nos llamas a celebrar el nuevo origen, la victoria de tu proyecto inicial. Manifiéstanos tu belleza y bondad para que nunca más nos separemos de ti. 

José Cristo Rey García Paredes, cmf

Para contemplar
AVE MARÍA EN HEBREO (Arpa Dei)

domingo II. TIEMPO DE ADVIENTO. CICLO A

UN BAUTISMO DE ESPERANZA

Al excesivo optimismo lo llamamos “poesía”, “alucinación”, o incluso –en un sentido más positivo- utopía. La persona utópica fija su mirada en aquello que todavía no tiene lugar en nuestro mundo. Al excesivo pesimismo lo describimos como decepción, depresión, desesperación: cuando tememos un futuro desgraciado: calentamiento global, conflictos, guerras, olvido de Dios… A veces, no esperamos grandes sorpresas, ni positivas, ni negativas …Esta sensación contrasta con el mensaje que hoy nos transmite la liturgia. 

El bendito día que está por venir (Isaías)

El profeta Isaías se muestra sobremanera esperanzado y optimista en el fragmento del capítulo 11, hoy escogido. Se trata de un poema utópico que canta aquello que sucederá en aquel bendito “día” que está por venir: 

  • surgirá un “un nuevo rebrote” en el tronco o en la raíz de Jesé, un vástago, un descendiente en la casa de David;
  • sobre él se posará “el Espíritu Santo, con sus seis dones” (prudencia, sabiduría, consejo, valentía, ciencia y temor de Dios); 
  •  será un hombre justo y leal, que administrará justicia rectamente, especialmente con los desamparados.
  • Se creará un contexto de armonía y paz en el país, en la naturaleza: “el país estará lleno de la ciencia del Señor, como las aguas colman el mar” y se superarán todas las hostilidades y todo entrará en alianza (lobo y cordero, novillo y león, vaca y oso, león y buey, niño y áspid).

Jesús nos introduce en un mundo diferente (Pablo)

El apóstol Pablo nos dice también que la lectura de las Escrituras, de la Palabra de Dios, nos da tal consuelo y paciencia, que mantienen nuestra esperanza. Pero el gran motivo para seguir esperando en un mundo diferente es Jesús. 

En Jesús se cumple la promesa hecha por Dios a David, de que su reino no tendría fin. Jesús es el descendiente, el vástago de David, sobre quien posa el Espíritu con sus dones.

Jesús es aquel en quien Dios cumple sus promesas y manifiesta su fidelidad no solo hacia el pueblo judío, sino hacia todos los pueblos de la tierra

Juan Bautista invitó al pueblo a soñar (Juan Bautista)

Los sueños son viables cuando la gente comienza a creer en ellos. Quizá nada acontezca de verdad en nuestro mundo, sin nuestro consentimiento. El Dios de la Alianza no va a imponer sus dones, si antes no cuenta con nuestro beneplácito. 

Hay que alimentar los sueños. Hay personas, conscientes de aquello que puede llegar, y que dedican su vida a alimentar sueños. Decía acertadamente Cora Weis que

 “cuando soñamos solos, sólo es un sueño. Pero, cuando soñamos juntos, el sueño se puede convertir en realidad”. 

Juan Bautista fue aquel hombre providencial que invitó a su pueblo a soñar, a salir de su incredulidad y de su depresión. Lo hacía con energía, con convicción, apasionadamente.

Juan pedía a la gente preparar el camino, pues ¡el Señor viene!  Estaba convencido del poder impresionante de Dios y de la inminencia de las soluciones a los problemas que traería consigo: “reunirá el trigo en el granero…. quemará la paja”, os bautizará con Espíritu Santo y fuego.

Juan Bautista anuncia la utopía, pero ya presente, llamando a las puertas. Se aíra ante quienes no creen, no esperan, se oponen… Son los dirigentes espirituales (fariseos), religiosos (sacerdotes) y políticos (saduceos) del pueblo. Los llama “camada de víboras”, gente demasiado acostumbrada al pasado y totalmente cerrada al futuro.

Su padre Zacarías se había opuesto al proyecto de Dios, pero se convirtió a la esperanza. Así ahora, Juan Bautista llama a los opositores para que se conviertan a la esperanza. ¡Las promesas están a punto de realizarse! Pero no se sitúa en el templo de Jerusalén, sino en el desierto. Evocaba de esta manera, la necesidad de refundar al Pueblo, allí donde Dios mismo lo fundó.

Un bautismo de esperanza

La esperanza no nace de la autosugestión. No podemos hacer brotar la esperanza en nuestro espíritu. Necesitamos un bautismo de esperanza; un baño que se derrame sobre todo nuestro cuerpo y lo vitalice, lo regenere. Quien ha recibido el don de la esperanza, ve la realidad de otra manera; no se preocupa tanto; descubre la mano providente de Dios en todo lo que acontece y siempre sabe que la Gracia vencerá

La esperanza llegará a nosotros como un bautismo: al principio de agua, después de fuego y de Espíritu. La esperanza debe ser suplicada. Es fuego de Dios en nuestro corazón. Es luz de Dios en nuestro camino. Es moral de victoria en nuestras luchas. 

En este domingo segundo de Adviento, ¿por qué no disponernos a recibir el bautismo de la esperanza? 

Para contemplar:
“Dime Señor ¿a quién tengo que esperar?” (Mocedades)

DOMINGO I. ADVIENTO. CICLO A

¿HAY QUE ESPERAR A ALGUIEN?

Estamos en vela… a la espera, cuando: esperamos algo, cuando esperamos a alguien, también cuando nos tememos algo; o cuando queremos que no se nos pase un acontecimiento previsible. Vemos esta misma actitud de vigilancia, cuando esperamos a alguien en las puertas de salida de las estaciones de autobuses, o del metro, o de los aeropuertos; o cuando llega la hora de un programa que nos interesa… Así mismo esperamos grandes acontecimientos cuando se anuncian con suficiente antelación.

Quien espera, centra su atención, hace lo posible por no perder la oportunidad que se le brinda. Mantiene dentro de sí una cierta tensión. Y ésta se relaja cuando se produce el encuentro, cuando llega lo esperado.

¿Tememos la llegada de algo terrible?

Hoy podemos hablar de la espera de un ataque bélico cuya preparación no han detectado las fuerzas de seguridad, o de un terremoto que los aparatos de medición sísmica no han logrado registrar, ni anticipar. Son éstos algunos de los rasgos de la “espera”. Sin embargo, muy distinta es la “esperanza”.

Esperanza en alerta: ¡llega el Hijo del Hombre! (Mt 24) 

El problema que hoy nos acucia es cómo alentar y despertar nuestras esperanzas religiosas.

¿Hay en nosotros alguna secreta esperanza de que algo grande, extraordinario, para nosotros y la humanidad pueda acontecer? Jesús quería inculcar en sus discípulos una actitud de esperanza y de alerta ante la imprevisible llegada del Hijo del Hombre: “estad también vosotros preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del Hombre”.En el mismo Evangelio de hoy se identifica la venida del Hijo del Hombre con la llegada de nuestro Señor.En su pedagogía, Jesús utiliza imágenes que sirven para alentar la esperanza y mantener alerta: la llegada imprevista del diluvio en tiempos de Noé, el asalto imprevisible de la casa por un ladrón, cuando es de noche. 

Cuando los sueños, al fin, se hacen realidad (Is 2)

Es ésta una vieja historia. Los profetas de Israel no podían pactar con las situaciones que les tocaba vivir. Denunciaban todo aquello que no respondía al proyecto originario de Dios: las injusticias, las violencias, las exclusiones. Lo vemos en la primera lectura de este domingo. Isaías presenta una visión de Judá y Jerusalén, que nada tenía que ver con la realidad de aquel momento.

Pero le fue dado ver lo que ocurriría al final de los días: “Al final de los días estará firme el monte de la casa del Señor”. Judá y Jerusalén se convertirán en el punto focal de toda la tierra, en el lugar de encuentro, de pacificación, de justicia.

La imagen profético-apocalíptica del Hijo del Hombre –propia del profeta Daniel- va en esa misma dirección, aunque la perspectiva es mucho más universal o mundial. El Hijo del Hombre es el poder alternativo a los poderes maléficos que dirigen la historia de los pueblos.  Es el símbolo del poder humanizador, que actúa en nombre de Dios y hace llegar a la tierra la justicia salvadora de Dios.

¿Por qué esperar al Hijo del Hombre? 

Porque es Él la solución que Dios nos ofrece, cuando los otros intentos de solución fueron insuficientes y fracasaron a causa del predominio del mal. Jesús se autodefinió como “el Hijo del Hombre”. En Él se cumplió la profecía de Daniel. Él se presentó a nosotros como el liberador, el instaurador de la humanidad soñada. Nuestra salvación está más cerca

Futuro y porvenir

Llamamos “futuro” aquello que nosotros programamos, aquello que nosotros podemos generar. En cambio “el porvenir” es imprevisible: no depende de nuestros proyectos; es imprevisible y sorprendente. El nombre cristiano del porvenir es “Adviento”. Los progresistas intentan ser actores o actrices del futuro. Los profetas anuncian y esperan el porvenir, el adviento. Todo adviento despierta nuestra fe, nuestra esperanza. 

Cristo nace cada día

Jesús fue y sigue siendo el gran protagonista del Adviento. El primer adviento preparó su encarnación y nacimiento en Belén. El segundo adviento acontece en la medida en que se hace presente en nuestro mundo a cada generación humana, a cada persona que lo acoge. “Cristo nace cada día”, decía una bella canción y nos envía su Espíritu y en su Espíritu Él nos comunica su Palabra y su Vida. Quien cree en Jesús sabe que está salvado. Quien descubre el mundo en manos de Jesús, sabe que este mundo no solo transmite malas noticias, sino que está abierto a la gran noticia de la salvación. 

No estamos dejados de la mano de Dios

Nuestro mundo no está dejado de las manos de Dios. El Dios de la Alianza está en medio de nosotros. Nos pide que no temamos. El día se echa encima. El Señor viene una vez más.

El tiempo de Adviento es pedagogía de esperanza. Comenzamos “nuestro año” sonriendo, esperando más allá de cualquier expectativa. Por eso, queremos vivir en pleno día. Conscientes de que tenemos a nuestro alcance aquello que nos hace despreocuparnos del futuro y construir gozosamente nuestro presente. Como decía nuestra Rosalía de Castro:

“Es feliz el que soñando, muere. Desgraciado el que muera sin soñar”.

Rosalía de Castro

Homilía Domingo 1 de Adviento

Video-canción “Cristo nace cada día”: 

CUARTO DOMINGO DE ADVIENTO. CICLO C

DE VISITAS Y ENCUENTROS

En cada encuentro se esconde un regalo inesperado. El que desconfía, no ve, no conoce, no comprende, no se asombra, no se admira. El que confía, descubre lo que está escondido a primera vista: lo bueno, lo bello, lo que construye y merece la pena. Sólo lo ve quien ama y confía. (A García Rubio)

      Si tenemos en cuenta los relatos de los «orígenes de Jesús», tal como nos los describen Mateo y Lucas, podemos darnos cuenta de que la Buena Noticia de la Salvación comenzó con una colección de encuentros.

En primer lugar el Dios Creador se acerca a una criatura, una mujer, para dialogar con ella, para contar con ella… y ella le responde con aquella misma Palabra de Dios con la que ´Él comenzó el mundo: «hágase».  Y en su seno se hizo la vida.

Otro encuentro tuvo como protagonista al justo José, en este caso por medio de un sueño. Aquí no hubo palabras, pero sí actitudes y hechos. Ese encuentro lo hizo «padre» de Jesús, esposo de María, miembro y protector de una Sagrada Familia.

Fue un encuentro gozoso el del Niño de Belén con aquel grupo de pastores que recibió la alegre noticia: «os ha nacido un Salvador», precisamente a vosotros, gente de las «periferias» de Belén. Y ellos se llenaron de alegría y fueron al portal.

Más adelante tendría lugar el encuentro de aquellos Magos extranjeros llegados de lejos, con intención de doblar sus rodillas, acoger y adorar al Niño y entregarle sus mejores ofrendas.

Y también el encuentro que hoy nos ocupa: dos mujeres que se encuentran, por iniciativa de una de ellas. El Antiguo Testamento (Isabel y Juan), que había estado preparando el camino al Señor se alegra de la visita de la madre de mi Señor (Nuevo Testamento) y se «saludan» ellas y las criaturas todavía por nacer. Lo que te ha dicho el Señor, se cumplirá. Y efectivamente, el Señor está contigo y será para siempre el Dios con nosotrostodos los días hasta el fin del mundo.

Lo primero que se le ocurrió a María después del encuentro con el Ángel del Señor, al recibir la  noticia de que su prima Isabel lleva seis meses de embarazo, fue ir a acompañarla, teniendo en cuenta, además, que ya era de edad avanzada, y por lo tanto es casi seguro que no pudiera contar con la asistencia de la «abuela» del bebé que iba a nacer, como solía ocurrir en las familias de aquel entonces. De esta forma, la que acaba de ser visitada por Dios y se ha mostrado a sí misma como servidora (sierva) del Señor, pone inmediatamente en práctica lo que ha dicho, mostrando con su modo de obrar que servir a Dios es ponerse al servicio del prójimo, especialmente del que pueden estar más necesitado.

María debió recorrer unos ciento cincuenta kilómetros desde Nazareth, en Galilea, al norte de Israel, hasta una pequeña población de Judea llamada Aim-Karem, situada en la montaña, a unos tres kilómetros de Jerusalem. El recorrido solía durar cuatro o cinco días, empleando el medio de transporte más común de aquella época entre los pobres, que era el asno, pues el camello y el caballo eran para los más pudientes. Hay que tener en cuenta que aquellos caminos eran escarpados y más bien peligrosos, pues abundaban los ladrones. Y María estaba embarazada nada menos que del Hijo Dios. Habría sido más que razonable que se quedara recogida en casa, orando, o haciendo sus tareas de siempre. Pero no. Ella pensó, antes que en sí misma, en la necesidad de su pariente Isabel. Y allá que fue.

Así pues LA PRIMERA CONSECUENCIA de la encarnación del Hijo de Dios fue UN ENCUENTRO, una visita, unos abrazos y una alegría profunda. Tener a Dios con nosotros supone salir de uno mismo hacia las necesidades de los otros.

Y precisamente las cercanas fiestas de la Natividad las celebramos con múltiples encuentros, aunque no todos sean con la misma profundidad y trascendencia como los que acabamos de comentar. Y más en estos momentos que parece que los echamos más de menos y los necesitamos más que nunca (aunque haya que tener todos los cuidados sanitarios posibles y recomendados). ¿Cómo podríamos hacer que esos encuentros merecieran más la pena, y «cambiaran» algo en nosotros?

         • Lo primero antes de cualquier encuentro es ilusionarse, desearlo sinceramente. Prepararse. Si uno acude a regañadientes, forzado, pensando que no le apetece nada verse con… no es nada probable que la cosa resulte bien. El encuentro en sí mismo es UN REGALO. Me encanta la reacción de Isabel ante la visita: ¿Quién soy yo para que me visite…? Se siente halagada y bendecida por aquella mujer que le viene en el nombre del Señor. ¿Quién soy yo para que me visita… o para ir de visita a casa de…?  Me duele pensar que no pocos en estos días no tendrán realmente con quién encontrarse.

Las personas necesitamos encontrarnos con calma y con gozo. Hay demasiadas prisas que hacen nuestros encuentros cotidianos mas bien «roces» superficiales. No intercambiamos nada, no dejamos en el otro nada de nosotros mismos. Más bien «nos cruzamos».

Es estupendo que la llegada del Mesías propicie e invite a encontrarnos. Dice una de las oraciones litúrgicas: El mismo Señor que se nos mostrará aquel día lleno de gloria viene ahora a nuestro encuentro en cada persona y en cada acontecimiento, para que lo recibamos. (Prefacio III Adviento). Recibir, acoger, encontrarse con el otro es un signo de la fe. María es buen ejemplo.

   •  Lo segundo sería revisar lo que llevamos por dentro. Porque eso será lo que transmitamos y contagiemos, incluso aunque no abriéramos la boca. Podemos transmitir paz, serenidad, interés por escuchar y comprender, alegría, confianza, sinceridad, perdón… Otras cosas (¿hace falta enumerarlas?)… pues mejor dejarlas en algún cajón.

María se pone en marcha «portadora» de buenas noticias. Se siente profundamente gozosa, claro. Sin embargo, no le sobran inquietudes e incertidumbres. Y precisamente eso es lo que quiere compartir con su prima. Lo que llevamos dentro, lo que vivimos, lo que esperamos, lo que soñamos, lo que sufrimos… esos son los mejores temas para hablar. Lo más nuestro, lo más personal: nuestra vida. Aunque es cierto y normal que no con todos lo haremos del mismo modo.

   • Por eso – y sería lo tercero- sin acaparar la atención y la conversación. El narcisismo tan propio de estos tiempos, y tan excesivo, nos hace creernos el centro del universo y que los demás giran a nuestro alrededor. Es necesario esforzamos por ponernos en el lugar del otro,«escucharlo» sinceramente. No es adecuado escuchar preparando mi contestación, o mi consejo o mi reproche… Se trata más bien de hacerme cargo del punto de vista y la situación personal y afectiva del otro. Puedo no estar de acuerdo, claro, pero seguramente lo más adecuado sea reposarlo, pensarlo y buscar mejor ocasión para expresarlo… o incluso dejarlo estar.

           María estaba más pendiente de lo que pudiera necesitar su prima, que de sí misma. Estupenda actitud para el encuentro verdadero: el otro es lo más importante. Que se sienta a gusto conmigo, que le eche una mano si fuera lo posible. Que se sienta acompañado y comprendido. Tengo que ser portador de alegría, de paz, serenidad, de cercanía, de amor… Y si no me salen espontáneamente de dentro… puedo pedirlos al Señor que va conmigo… En todo caso SIEMPRE HAY algo de bondad en mí y cosas buenas que ofrecer. Esas… son las que tengo que llevar a mano, en el bolsillo.

Para terminar, recojo unas palabras escritas por el Papa Francisco:

«El Evangelio nos invita siempre a correr el riesgo del encuentro con el rostro del otro, con su presencia física que interpela, con su dolor y sus necesidades, con su alegría que contagia en un constante cuerpo a cuerpo. La verdadera fe en el Hijo de Dios hecho carne es inseparable del don de sí, de la pertenencia a la comunidad, del servicio, de la reconciliación con los otros. El Hijo de Dios, en su encarnación, nos invitó a la revolución de la ternura».

También eso: no estaría nada mal podernos dar algún abrazo sincero de reconciliación. Así la Navidad sería más Navidad. Que yo sea el mejor regalo que puedo llevar hasta los otros. Mi presencia llena del Dios que me habita, me fortalece y me ayuda a salir de mí mismo y ser «para el otro, para los otros». Como María, la Visitadora y servidora de aquella otra bendita mujer.

Enrique Martínez de la Lama-Noriega, cmf
Imagen superior de Kate Lee, y en el centro de Taizé