DOMINGO 32. TIEMPO ORDINARIO. CICLO C

¡CLAMOR DE RESURRECCIÓN! El misterioso “después”

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Peter Adams, The Resurrection

Las lecturas de este domingo 32, nos invitan a contemplar la realidad desde otra perspectiva:

1.No hay fecha de caducidad para Amor.
2. Convertir el asesinato en sacrificio.
3. Y si pasa, ¿qué pasa?

¡No hay fecha de caducidad para Amor!

La lectura del Evangelio, nos presenta un escena que hoy también nos interesa muchísimo.

Los saduceos, se sirvieron ante Jesús de la casuística matrimonial para oponerse a la resurrección de los muertos. El mayor argumento contra la resurrección estaría –según ellos– en la misma Palabra de Dios (en el Pentateuco).

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Pericle Fazzini

La ley del levirato establecía que si un hombre casado moría sin hijos, su hermano estaba obligado a tomar a la mujer viuda y darle descendencia. Esta era la única forma de escapar del reino de la muerte: ¡tener hijos!, ¡tener descendencia! Si de esto se veía privada una persona, ¿qué bendición de Dios podría tener? Por eso se establece que, al menos, no falte esta descendencia bendita.

 Para darle un cierto tono irónico a la pregunta, los saduceos se refieren a siete hermanos –¡posible referencia a los siete hermanos Macabeos en cuyo relato se habla de la resurrección!–. En su respuesta Jesús no aborda el tema de los macabeos. Su respuesta es que los saduceos no conocen las Escrituras, ni siquiera el libro del Pentateuco en el que ellos se basan. ¡No conocen el poder de Dios!

Jesús afirma que después de la muerte todos nosotros, en cuanto hijos de Dios e hijos de la resurrección, no nos casaremos, viviremos como ángeles, hayamos estado casados aquí o no lo hayamos estado. En el mundo de la resurrección ya no se puede morir, como tampoco los ángeles del cielo pueden morir. Esto significa que casarse es una realidad propia del mundo de la muerte. Ése es el sentido de la ley del Levirato. Jesús relativiza mucho esta ley al privarla de su carácter salvador. Si alguien muere sin descendencia ¡no pasa nada! ¡No pasa nada si alguien no se casa! ¡Hay otra vida! Nos espera otra condición de vida para siempre.

Por otra parte, Dios es totalmente diferente a aquel que se crea nuestra imaginación. No hay muerte en Dios. El amor de Dios acompaña a una persona siempre, no acaba con la muerte. Nuestro Dios es un Dios de vivos.

Convertir el asesinato en sacrificio

La primera lectura, nos muestra que la violencia antirreligiosa existe desde hace muchísimo tiempo. Los hermanos Macabeos la experimentaron en su propia carne. Pero los hombres y mujeres que sienten la cercanía de Dios son invencibles, insuperables. Así lo demostró esta familia ejemplar, liderada por su madre. Quienes confían en Dios saben que la muerte, el asesinato, no tiene la última palabra. Por eso, convierten la muerte violenta en sacrificio, en culto a Dios y en misericordia sobre el mundo. Mueren alabando a Dios y perdonando los crímenes de los seres humanos.

Lo peor es cuando hay personas que piensan que matando hacen un favor a la justicia. Son idólatras. Sirven a ídolos de muerte que ellos mismos se han creado. Dios es Dios de la Vida, nunca, nunca de la Muerte.

Y si pasa, ¿qué pasa?

En la segunda lectura, Pablo desea a los cristianos dos cosas: consuelo eterno y hermosa esperanza. Él sabe que la comunidad cristiana, y cada miembro de ella, está amenazada por “hombres malos y perversos… personas que no son de fiar”. Éstos son instrumentos del Maligno.

La existencia cristiana es lucha. Rechaza las armas de la muerte, pero emplea las armas de la esperanza, del amor al enemigo, de la oración, de la paciencia.

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Conclusión

Los seguidores de Jesús proclamamos que¡Somos-seres-para-la resurrección! Nos negamos  a creer que el Amor sea derrotado por la muerte. El Amor desea superar cualquier barrera. ¿No fue el precioso libro el Cantar de los Cantares un grito de resurrección? ¡La Muerte no anegará a Amor! El amor que Dios nos tiene, no tiene fecha de caducidad. Y Jesús se lo dijo a los saduceos que no creían: nuestro Dios no es un Dios de muertos.

 Sí, estamos en manos de la Vida. Y la Vida vencerá a la Muerte.

José Cristo Rey García Paredes, CMF

Canción: Sin Caducidad para el Amor

TEXTO: SIN CADUCIDAD PARA EL AMOR

ESTRIBILLO]
No hay fecha de caducidad para Amor,
La Vida desafía la muerte y el dolor.
Nos sostiene el poder de Dios viviente,
Su luz nos rescata, nos hace resistentes.

[Estrofa 1]

1. Cuando la guerra y la inseguridad nos cercan
y la muerte amenaza por dentro y fuera
la tristeza invita a rendirse sin consuelo
pero el amor de Dios sostiene nuestro vuelo

2. La ley del levirato buscaba descendientes
creer que la vida termina en los ausentes.
mas Jesús revela que hay otra verdad
¡Vida eterna y resurrección en su bondad!

[ESTRIBILLO]
No hay fecha de caducidad para Amor,
La Vida desafía la muerte y el dolor.
Nos sostiene el poder de Dios viviente,
Su luz nos rescata, nos hace resistentes.

3. La violencia intentó apagar la esperanza
Los macabeos con fe y sin venganza
transformaron el asesinato en sacrificio,
convirtieron la muerte en culto y servicio

4. En la lucha diaria, Pablo nos anima,
consuelo y esperanza nunca se resignan.
Frente al mal, la fe nunca desarma,
en el Amor resucitado, todo trauma se sana.

[ESTRIBILLO]
No hay fecha de caducidad para Amor,
La Vida desafía la muerte y el dolor.
Nos sostiene el poder de Dios viviente,
Su luz nos rescata, nos hace resistentes.

SOLEMNIDAD DE TODOS LOS SANTOS.

EL CORDERO DE DIOS Y LA OTRA HUMANIDAD: en el día de Todos los Santos

El Cordero inmolado: un escándalo que sigue vivo

Zurbarán

Zurbarán

El Apocalipsis nos presenta hoy al Cordero inmolado. Emmanuel Falque, uno de los grandes filósofos contemporáneos, nos recuerda algo perturbador al hablar de las “Las Nupcias del Cordero”: este Cordero no es una metáfora piadosa, es un cuerpo desgarrado que se ofrece. Es “Eros divino” hecho carne vulnerable. No es la imagen edulcorada que colgamos en nuestras paredes, sino el escándalo de un Dios que se deja matar por amor.

Cuando el Apocalipsis -y también la celebración eucarística, en el momento primero de la comunión- proclama: “Dichosos los invitados al banquete de bodas del Cordero” (Ap 19:9), no nos está invitando a una ceremonia formal, sino a unas nupcias: al encuentro más íntimo, más comprometedor, más transformador que podemos imaginar. El Cordero nos desposa con su muerte y su resurrección. Y nosotros, ¿seguimos siendo meros espectadores?

Los santos: no devoción, sino comunión viva

Aquí está el segundo despertar que necesitamos. El Concilio Vaticano II, en el capítulo 7 de la Lumen Gentium, no nos habla solo de nuestra devoción hacia los santos. Dice algo radicalmente distinto: nos habla de “esa comunidad que en el Espíritu se relaciona con nosotros”.

¿Lo captamos? No somos nosotros los únicos que nos dirigimos a ellos. Ellos se mueven hacia nosotros. La comunidad santificada en el Espíritu está viva, activa, en relación dinámica con nuestra humanidad peregrina. Los santos no son estatuas que observan desde lejos; son hermanos y hermanas en la plenitud de la vida que nos acompañan, nos impulsan, nos retan.

Esta es una verdad que debería sacudirnos: no estamos solos en nuestro camino. Caminamos rodeados de una nube de testigos que ya han atravesado el fuego, que conocen nuestras luchas, y que desde la cercanía de Dios interceden y colaboran con nosotros en el Espíritu.

La otra humanidad: no es “basura cósmica”

Y ahora la pregunta más incómoda: ¿Qué es lo que celebramos hoy realmente? ¿Una colección de superhéroes espirituales inalcanzables? No. Celebramos “la otra humanidad”: la humanidad resucitada, transfigurada, la humanidad en su verdad definitiva.

Los santos no son la excepción: son la revelación de lo que estamos llamados a ser. No son basura cósmica para los cementerios; para Dios son la recuperación de lo más bello, lo más verdadero, lo más valioso de la creación. Son la promesa cumplida de que nuestra carne, nuestras luchas, nuestras alegrías, nuestro trabajo, nuestro amor… todo eso tiene un destino eterno.

Cuando miramos a los santos, no estamos mirando a extraterrestres espirituales. Estamos mirando a nosotros mismos en nuestra verdad escondida. Ellos son el espejo de lo que podemos llegar a ser si nos dejamos desposar por el Cordero.

El reto: despertarse

Hermanos, la pregunta de hoy no es: “¿Cuántos santos conocemos?” La pregunta es: “¿Nos dejamos tocar por esta comunión viva?”

  • ¿Vivimos consciente de que no caminas solo, de que los santos te acompañan, te empujan, oran por ti?
  • ¿Nos atrevemos a creer que nosotros también estamos llamados a ser parte de esa “otra humanidad” resplandeciente?
  • ¿Nos dejamos desposar por el Cordero, con todo lo que eso implica de vulnerabilidad, de entrega, de transformación?

O seguiremos viniendo a esta fiesta como quien cumple un trámite, sin dejarnos impactar por el fuego que arde en el corazón de esta celebración.

Conclusión: invitados al banquete

Van Eyck "La adoración del Cordero Místico

Van Eyck “La adoración del Cordero Místico

“Dichosos los invitados al banquete de bodas del Cordero.” Esta no es una invitación para mañana o para después de la muerte. Es para hoy. Es para esta Eucaristía. Es para nuestra vida concreta, con sus alegrías y sus heridas.

Los santos no son un museo del pasado. Son la comunidad viva que te llama, te desafía, te acompaña. El Cordero no es una idea teológica. Es el Esposo que te espera con los brazos abiertos, con las heridas abiertas.

Que esta fiesta de Todos los Santos nos despierte del adormecimiento. Que nos lance a la aventura de la santidad. Que nos haga conscientes de que ya estamos, aquí y ahora, rodeados por esa “otra humanidad” que nos grita: “¡Ven! ¡Tú también estás llamado! ¡No tengas miedo!”

José Cristo Rey García Paredes, CMF

DOMINGO 31. CONMEMORACIÓN FIELES DIFUNTOS. CICLO C

¡NO SOMOS BASURA DE LA CREACIÓN”

Dividiré esta homilía en cuatro partes:

  1. Alejaste la paz de mi alma… pero detrás una maravillosa promesa
  2. Nuestros seres queridos no son “basura desechable de la Creación”
  3. Transfiguración y “oro refinado”.
  4. Visitando el umbral de una transformacion

1. Alejaste la paz de mi alma… pero detrás una maravillosa promesa

El gran teólogo Karl Rahner, en su profunda reflexión “Zur Theologie des Todes”, nos ayuda a comprender que la muerte no es simplemente un final biológico, sino un acto profundamente personal. Rahner nos dice que en la muerte, el ser humano no se disuelve en la nada, sino que alcanza su madurez definitiva, su “pancosmicidad” – una relación nueva y transformada con toda la realidad creada. La muerte es paradójicamente el momento de mayor actividad del espíritu humano, donde nuestra libertad realiza su acto más radical y definitivo.

2. Nuestros seres queridos no son basura desechable de la Creación

Pero ¿qué significa esto para nosotros, hoy, ante la tumba de nuestros seres queridos?

Significa, hermanos, que el Dios que nos creó con amor infinito, que nos llamó a la existencia del no-ser, no nos ha destinado a ser basura desechable de su creación. ¡Qué imagen más terrible e incompatible con el Dios que Jesús nos reveló! El Dios del Evangelio no es un creador que fabrica vidas para después tirarlas al basurero cósmico.

Nuestra vida histórica, con sus alegrías y dolores, con sus logros y fracasos, con sus amores y sus heridas, está siendo asumida en una perspectiva misteriosa que apenas podemos vislumbrar. Como dice el Salmo 129: “Del profundo abismo clamo a ti, Señor… porque de Él viene la misericordia y la redención abundante”.

3. Transfiguración y “oro refinado”

La teología contemporánea, en diálogo con Rahner, nos invita a ver la muerte no como aniquilación sino como transfiguración. Nuestros difuntos no son desechos ni recuerdos que se desvanecen. Son, en palabras audaces pero bíblicas, “oro refinado” – purificados por el fuego del amor divino, transformados para una nueva realidad que las Escrituras llaman “cielos nuevos y tierra nueva”.

¿Podemos imaginar esto? No completamente. Como dice San Pablo: “Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el corazón humano concibió lo que Dios ha preparado para los que lo aman”. Pero no necesitamos imaginarlo todo para confiar en ello.

La promesa bíblica no es vaga. Es la promesa de un Dios que no abandona la obra de sus manos. Es la promesa de Aquel que resucitó a Jesús de entre los muertos y que, con ese mismo poder, nos reintegrará en su Proyecto Creador, redimiéndonos de la mortalidad e integrándónos en su Misterio.

4. Visitando el umbral de una transformación

Cuando visitamos las tumbas de nuestros seres queridos, no vamos a contemplar el final de una historia, sino el umbral de una transformación que excede nuestro entendimiento. Ellos no están perdidos en la nada. Están guardados, custodiados, transformándose en el corazón del Dios que es Amor.

Que esta certeza – no fruto de nuestro deseo, sino de la promesa divina – nos consuele hoy. Y mientras esperamos, vivamos esta vida histórica con la convicción de que nada de lo verdaderamente humano, nada del amor auténtico, se pierde. Todo será redimido, transfigurado, reintegrado en el Misterio de Dios.

José Cristo Rey García Paredes, CMF

Canción: “No somos basura de la Creación”

Estribillo
No somos basura de la creación, Dios nos recoge y nos guarda en su amor.
No somos olvido, ni muerte, ni error: somos promesa, redenc
ión y candor.

I. Contemplamos hoy la vida partida, el paso y el tiempo, la huella dolida.
¿Tanto amor se borra, se pierde al final? ¡No!, ¡No!. Dios nos guarda, nos quiere inmortal.

II. “Alejaste la paz de mi alma”, el profeta clamó, mas la misericordia de Dios nunca cesó.
En dolor y vacío amanece la luz, cada día es regalo, esperanza en Jesús.

Estribillo
No somos basura de la creación, Dios nos recoge y nos guarda en su amor.
No somos olvido, ni muerte, ni error: somos promesa, redención y candor.

III. Dios no crea destinos para el basurero, no arroja sus hijos en el mundo severo.
Cristo junto al pozo, sed y fragilidad, viste la muerte de vida y verdad.

IV. La muerte es oro que la fe ha afinado, transfiguración, fuego santo y sagrado.
No somos recuerdos que el viento se llevó, Dios hace nuevo a quien tanto amó.

Estribillo
No somos basura de la creación, Dios nos recoge y nos guarda en su amor.
No somos olvido, ni muerte, ni error: somos promesa, redención y candor.

V. Al pie de la tumba no acaba el camino, la vida se guarda en el misterio divino.
Nada del amor se pierde en la tierra, Dios lo recoge, lo salva y lo encierra.

Estribillo
No somos basura de la creación, Dios nos recoge y nos guarda en su amor.
No somos olvido, ni muerte, ni error: somos promesa, redención y candor.

 

DOMINGO 30. TIEMPO ORDINARIO. CICLO C

JESÚS Y EL “EGO” PRESUMIDO Y DESPRECIATIVO

El evangelio de este domingo nos responde en un texto muy breve: en la parábola del ególatra y del auto-humillado o humilde-humillado: del fariseo que presumía de su bondad, y del publicano que se avergonzaba de su maldad.  Así comienza el evangelio de este domingo 30:

“Algunos, teniéndose por justos (es decir, por buenos), se sentían seguros de sí mismos y despreciaban a los demás (por malos)”

1.   La encarnación de dos formas de orar

La parábola de Jesús sobre el fariseo y el publicano no es un relato de buenos y malos. Jesús, narrador genial, nos presenta a dos personas a través de su forma de orar. Y ya, concluida la parábola, Jesús emite un juicio y se dirige a quienes le escuchan:

 “Os aseguro que este último -el publicano- volvió a su casa justificado, pero no el primero -el fariseo”.

2.   La oración del fariseo

El fariseo entra en escena. Para los oyentes de Jesús los fariseos eran personas agradables, positivas. El fariseo ora en su interior, ¡no en voz alta!¡Sólo Dios podía escucharlo! Lo hacía erguido, pues así era la costumbre en Israel. Su oración se asemeja a un breve examen de conciencia, del que él mismo se autocalifica como “sobresaliente” en buena conducta.

  • Ayunaba dos días a la semana. Ayunar quería decir no comer ni beber nada hasta la caída del sol. ¡Buen sacrificio en el clima tórrido e implacable de Palestina!
  • Ofrecía el diezmo de todo lo que ganaba a los levitas y al templo, tal como pedía la ley (Num 18,21; Deut 14,22-27).  
  • Como decía el salmo 119: el fariseo caminaba con vida intachable en la ley del Señor… guardaba sus preceptos de todo corazón”.

Un hombre así ¿no sería digna de admiración y respecto? 

3.   La oración del publicano

El publicano entra en escena. Para los oyentes de Jesús era una figura negativa, desagradable. Un publicano recaudaba los impuestos que ricos y señores del país, como también las fuerzas de ocupación, los romanos, imponían a una población empobrecida. Los publicanos solían ser en esto de recaudar inexorables, explotadores y defraudadores.

Su oración en el templo se reduce a una sola frase: “¡Oh, Dios!, ten compasión de este pecador!”. Se quedó atrás. No se atrevía a levantar los ojos al cielo. Sólo se golpeaba el pecho.

4.   Las puntualizaciones de Jesús

El fariseo contamina su oración de acción de gracias cuando -según el relato de Jesús- se centra en su “ego”: Yo ¡no soy como los demás, ladrones, injustos, adúlteros… y mirando hacia atrás con desprecio se atreve a decir: ¡ni como ese publicano!

El publicano tira su “ego” por los suelos. Ennoblece su oración definiéndose como un “pecador”; expresa su lejanía de Dios, quedándose atrás en el templo; no se atreve a alzar los ojos al cielo, se golpea el pecho, pidiéndole a Dios únicamente compasión. En el salmo 50 se decía: “un corazón quebrantado y humillado tú no lo desprecias”.

5.   La puerta del Reino de Dios

Jesús trajo consigo un nuevo sistema: el Reino de Dios. No era un reino para “egos” autosuficientes: “quien quiera venir detrás de mí, que se niegue a sí mismo”. Quienes forman parte del Reino son “los pobres en el espíritu”, como el publicano, aquellas personas que piden perdón. En cambio, qué difícil es que un autosuficiente, un ególatra entre en el Reino:

“Os aseguro que este último volvió a su casa justificado, pero no el primero”.

El término “justificado” -empleado por el evangelista- es una forma gramatical que técnicamente se denomina “pasivo teologico”: es decir, que por sí solo ya todos entenderían que el publicano fue justificado por Dios, absuelto en el tribunal divino. En cambio, el fariseo no fue absuelto por Dios. María proclamó en su Magnificat que Dios “dispersa a los soberbios de corazón y enaltece a los humildes.

¡No juzguéis y no seréis juzgados! ¡No condenéis y no seréis condenados!

José Cristo Rey García Paredes, CMF