EXALTACIÓN DE LA SANTA CRUZ

“CUANDO SEA ELEVADO ATRAERÉ A TODOS HACIA MÍ”

La comunidad cristiana, la Parroquia, la Iglesia nace “bajo la cruz de Jesús”. Allí y sólo allí se produce… una insospechada revelación. Descubrimos que:

  • Jesús murió por “todos nosotros… pecadores”
  • …Y murió para con-gregarnos y reconocernos cómplices del Mal
  • … y para desenmascarar nuestro pecado – La comunidad nace bajo la Cruz

Jesús murió “por todos nosotros… pecadores

  • Ante la cruz de Jesús, ¿quién puede vanagloriarse, autojustificarse? ¿quién puede imponerse a los demás, como el mejor y menos necesitado?
  • Bajo la cruz de Jesús todos nos sentimos culpables, pecadores, cómplices; nos sentimos con las manos vacías y con el peso de nuestro pecado, descubrimos el vacío de nuestro corazón.
  • Las diferencias entre los miembros de la comunidad cristiana parecen ridículas ante esa elemental y trágica coincidencia de todos pecadores.
  • Bajo la cruz todos estamos hermanados en la pobreza, en la prisión de nuestro común pecado.

… Y murió para congregarnos y reconocernos cómplices del mal

  • Bajo la cruz todos solidariamente experimentamos la salvación, la libertad, el consuelo, el perdón y la bendición: “Abbá, perdónalos, porque no saben lo que hacen… “. Cuando le decimos: ¡Acuérdate de mí! Jesús nos abre la puerta del Paraíso.
  • Bajo la cruz todos nos sentimos agraciados para formar parte de la familia escatológica de Dios, amigados desde un mismo Espíritu que el Crucificado envía sobre nosotros.
  • Si ésto es así ¡No tiene sentido continuar divididos, oponernos mutuamente, devorarnos unos a otros!
  • La contemplación de la amargura y de la muerte de Jesús descongela nuestras relaciones hostiles y le da razón a Cristo.
  • Bajo la cruz, “¿cómo podríamos permanecer cerrados frente al “corazón abierto de Cristo’? (Jürgen Moltmann, “Ecumenismo bajo la cruz”)  
    La proximidad a la cruz de Cristo nos aproxima entre nosotros.

La cruz nos manifiesta que en todos nosotros subyace una pobreza común, un sufrimiento común, un pecado común. 

  • El reconocimiento y la confesión de esta realidad es el primer paso para que nazca la comunidad: la “comunión en las cosas negativas”, ¡somos una comunidad de pecadores! Y el que esté sin pecado que tire la primera piedra!
  • Los pobres, los necesitados suelen ser mucho más solidarios que los ricos; los perseguidos y torturados suelen estar muy prontos para la ayuda mutua. En todo caso, la comunión en las cosas negativas, precede a la comunión en las positivas.
  • La verdadera comunidad cristiana nace de la puesta en común de nuestra pobreza, de nuestro sufrimiento, de nuestros pecados. El pecado oculto, la pobreza disimulada, el sufrimiento no revelado, separan de la comunidad. El mal se enerva la soledad:

“El pecado quiere estar a solas con el hombre. Lo separa de la comunidad. Cuanto más solo está el hombre, tanto más destructor es el poder que el pecado ejerce sobre él; tanto más asfixiantes sus redes, tanto más desesperada la soledad. El pecado quiere pasar desapercibido; rehuye la luz. Se encuentra a gusto en la penumbra de las cosas secretas, donde envenena todo el ser».D. Bonhoeffer, Vida en comunidad,

El pecado es desenmascarado

Pero cuando la comunidad y quienes la formamos nos situamos “bajo la cruz de Cristo”, ¡el pecado queda desenmascarado!:

  • sale forzosamente a la luz,
  • manifiesta su rostro deforme sin ningún tipo de máscaras;
  • la verdad del Crucificado lo destruye.
  • Por eso, al compartir el pan del propio sufrimiento, del propio pecado, los miembros de la comunidad hacen que ésta re-nazca.

En una comunidad bajo la cruz el pecado está siempre denunciado, pero por el Señor, no por los hermanos.

La comunidad nace bajo la Cruz

  • La cruz proclama simultáneamente el perdón de los pecados y la victoria de la misericordia sobre la ofensa.
  • Por eso, en la comunidad cristiana, que se sitúa bajo la cruz, se desenmascara el fariseismo y la hipocresía, cualquier tipo de autojustificación; pero también la inmisericordia con el hermano, las actitudes de venganza o de justicia conmutativa.

Nace la comunidad bajo la cruz, cuando estamos dispuestos a confesar nuestro pecado, a compartir nuestro sufrimiento, a poner en común nuestra pobreza. Es decir, cuando vencemos la terrible vergüenza pública se ponen los cimientos más sólidos de la comunidad.

A partir de aquí, hay que construir posteriormente la comunidad desde la comunión en lo positivo.

José Cristo Rey García Paredes, CMF

DOMINGO 23. TIEMPO ORDINARIO. CICLO C

“COMPARTIR LA ESPERANZA”

Algo parecido, pero mucho mejor, prometió Jesús y a sus seguidores y a nosotros “hoy”.

Dividiré esta homilía en tres partes:

  • Apostar por la esperanza
  • Las emociones de un apóstol
  • La alianza más sorprendente

Apostar por la esperanza

Jesús se despojó de todo, de absolutamente todo. Entregó su vida, su cuerpo, su alma. No se reservó nada para sí mismo. Únicamente la esperanza. Nos lo dice el Evangelio de hoy: “Todo aquel de entre vosotros que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío”. Pero nos quedará la esperanza: ella sostiene a quienes se levantan cada día enfrentando la enfermedad, la soledad, el desempleo o el desarraigo. Es la esperanza que hace que una madre, ante las dificultades, siga luchando sin perder la fe en el porvenir; o que una persona anciana y sola, siga sonriendo y haciendo el bien.

¡Sólo la Esperanza! Ésa es la fuerza que nos dirige hacia el futuro, que nos indica que algo importante se está incubando. Que es eso lo que debemos perseguir, asumiendo cualquier riesgo.

Ser cristiano hoy exige apostar por la esperanza cuando parece que todo invita al pesimismo. Invitarnos a salir de la queja, del miedo y del estancamiento, para mirar con ojos nuevos cada situación y descubrir pequeños signos de vida y de futuro..

Las emociones de un apóstol

No estamos acostumbrados a recibir confidencias de quienes nos gobiernan. Casi siempre nos guían con su verdad y sus ideas. Hoy, sin embargo, tenemos un ejemplo distinto: el apóstol Pablo y sus sentimientos en la carta a Filemón.

Esta carta ha sido acogida por la Iglesia como un texto revelado, inspirado! El Espíritu nos demuestra a través de ella que el lenguaje amoroso es lenguaje de Dios. Fijémonos en las palabras y expresiones que emplea Pablo: “apelo a tu amor”, “mi hijo querido”, “como si te enviara mi propio corazón”, “hermano querido que lo es muchísimo para mí”, “si me tienes por amigo”.

Pablo era un hombre que amaba apasionadamente. No tenía recelo en manifestar sus sentimientos, sus emociones, su pasión. Es así como se dirige a la Iglesia de Dios: con el corazón, con el amor apasionado, superando el imperio de la ley.

La apuesta más sorprendente

Nosotros tendemos a calcularlo todo y asegurar la finalización de todos nuestros proyectos: como el que construye una torre o da la batalla -según los dos ejemplos de Jesús. Jesús no nos quiere calculadores. Para ser discípulos suyos, hemos de poner toda la confianza en Él y en el Padre. Sólo nos deja ¡con la esperanza”, porque Dios Padre nunca abandonará a sus hijos e hijas.

 “Dejarlo todo”, sí, pero ¡para conseguir un tesoro que nunca se devalúa y nadie nos lo puede arrebatar! Hay que esperar contra toda esperanza, como Abraham, como María, como Jesús.  

José Cristo Rey García Paredes, CMF

 

DOMINGO 22. TIEMPO ORDINARIO. CICLO C

EL ÚLTIMO PUESTO

Dividiré esta homilía en tres partes:

  • “Lo mío en el centro”
  • El secreto de la humildad
  • Los últimos, ¡los primeros!
  • El acceso a la Jerusalén celeste

“Lo mío” en el centro

De ahí nace el etnocentrismo que lleva a cada cultura a creerse la mejor y a imponerse a las demás. De ahí nace el nacionalismo o también el individualismo. Espontáneamente aspiramos a ser los primeros y superar a todos los demás. Cuando no lo conseguimos, intentamos identificarnos con alguien que quede el primero como si nos representase. Este sentimiento tiene un lado positivo: el estímulo a crecer y superarnos. Pero también un lado negativo: la envidia, la violencia, la guerra, el terror…

El secreto de la humildad

El libro del Eclesiástico muestra una sabiduría impresionante cuando aborda este tema. El representante de la Asamblea del pueblo exhorta a no excederse en la autovaloración. Uno es quien es. Por eso, en las grandezas humanas hay que saber mantenerse en los propios límites; incluso recomienda empequeñecerse.

La razón es para dejar espacio al favor de Dios. Dios es defensor de quien no tiene defensor, aplaude a quien nadie le aplaude, hace justicia con aquella persona a quien otros no hacen justicia. Es como si Dios estuviera ahí, a mi lado, para reparar por las injusticias que se comenten. Pero nuestro Dios no encuentra agrado en que nos tomemos la justicia por nuestra mano.

Por otra parte, Dios confía al humilde sus secretos. El Altísimo tiene una predilección especialísima por los que están abajo, a ras de tierra, en el humus de la humildad.

Los últimos ¡los primeros!

Jesús, el hijo del Altísimo, muestra su predilección por los humildes, por los pequeños, los sencillos. Le dio gracias al Abbá por revelar sus misterios a los sencillos. Hoy el evangelio nos muestra la enseñanza de Jesús con motivo de un banquete que tuvo lugar un sábado en la casa de uno de los principales fariseos. Éstos observan su conducta, pero al mismo tiempo Jesús se fija en ellos y ve cómo buscan ocupar los primeros puestos.

Esta situación le sirve para ofrecerles una enseñanza que, al final redundará en bien de ellos. Si ocupas un lugar superior que no es el tuyo, quedarás degradado. Si ocupas, en cambio, un puesto muy humilde, te ensalzarán y serás honrado ante todos los invitados. Jesús tenía autoridad para hablar en estos términos. Siendo hijo de Dios pasó por uno de tantos, se hizo en todo semejante a nosotros menos en el pecado, se hizo obediente hasta la muerte y muerte de cruz. Por eso, Dios lo exaltó sobre todo nombre, de modo que al nombre de Jesús llegue la salvación.

Ésta es la fuerza extraordinaria de la humildad. No se trata de una estrategia para ser reconocido, sino de una convicción muy profunda: hay que dejar en manos de Dios nuestra vida y nuestro honor. Él responderá a nuestra pequeñez con su grandeza.

Finalmente, Jesús invita a los comensales a actuar como su mismo Abbá y como él hizo en alguna ocasión: al invitar invita a quien ni puede corresponderte, a los pequeños, a los pobres…. Y será Dios Padre quien te recompense.

Acceso a la Jerusalén celeste

La carta a los Hebreos, en la segunda lectura, ofrece un marco nuevo para comprender el tema del “último puesto”. Son los humildes quienes tienen acceso a la Jerusalén del cielo, a la Jerusalén de los santos, de quienes están siempre en la presencia de Dios. Allí está el pobre Lázaro y allí recibe el reconocimiento que le faltó en la tierra.

Aquí en la tierra podemos ir ya anticipando la nueva Jerusalén en nuestra comunidad de humildes y sencillos, donde todos tienen su puesto y atención.

José Cristo Rey García Paredes, CMF

DOMINGO 21. TIEMPO ORDINARIO. CICLO C

LA PUERTA ABIERTA, Domingo XXI, ciclo C

Dividiré esta homilía en tres partes:

  • ¡La gloria de Dios!
  • ¿Serán muchos los que se salven?
  • ¡Rodillas vacilantes, caminad por una senda llana!

¡La gloria de Dios!

El tercer Isaías incluye en su profecía una visión esplendorosa del futuro del pueblo de Israel y de la humanidad. Y ese futuro esplendoroso tiene una razón de ser: ¡la gloria de Dios! No glorificaría a Dios un final desastroso, una derrota cósmica, el que todo acabe en un montón de escombros y de ceniza.

El profeta preve un final lleno de luz: Dios vendrá “para reunir a las naciones de todas las lenguas” y les mostrará su belleza, su gloria, el esplendor de su poderío. Dios no actuará con un poder destructivo y discriminador. Su proyecto es restaurar todas las cosas, reunir a todos los seres humanos, recuperar lo perdido, dar vida a lo que estaba muriendo.

El profeta ubica la acción de Dios en el “monte santo”, estable para siempre. Desde ahí se irradia sobre el mundo la luz de la gloria de Dios. Y hacia el monte santo vendrán todas las naciones para ofrecer la ofrenda más pura. Ahí acontecerá la gran reunión de todos, la gran Alianza con la belleza de Dios.

¿Serán muchos lo que se salven?

Jesús no hace de Jerusalén y del monte santo un lugar de llegada, sino más bien un punto de partida. Desde Jerusalén y desde el monte de Galilea Jesús envió a sus discípulos y discípulas a evangelizar al mundo y les prometió: “quien crea y se bautice, se salvará”. La misión e Jesús es centrífuga, y no centrípeta. Ser iglesia es ser enviada a todas las naciones para que en ella puedan reunirse todos los pueblos.

¿Serán muchos los que se salven?, le preguntan a Jesús.  La respuesta de Jesús es sencilla: ¡entrad!, pero ¡por la puerta estrecha“: no busquéis la entrada triunfal, sino la entrada del servicio -que pasa inadvertida y por la cual se puede pasar sin protocolos ni requisitos. Jesús no nos está pidiendo esfuerzos imposibles, no nos pide que nos despojemos de todo, sino que seamos sagaces y descubramos aquella puerta por la que uno “puede colarse”.

Los que quieran entrar por la puerta principal, cuando ya esté cerrada, no podrán hacerlo. Será necesaria la astucia, el conocimiento; la misma que tienen los pueblos paganos para entrar y sentarse en el banquete del Reino. Un pueblo soberbio, altivo, incapaz de descubrir su propio error, no podrá entrar por la puerta.

¡Rodillas vacilantes, caminad por una senda llana!

Nuestra fe cristiana es especialmente comprensiva con la debilidad, con la limitación. No nos pide cosas imposibles. Dios está a nuestro lado. Nos corrige, nos guía, pero también nos comprende. Sabe y conoce nuestra debilidad, nuestras vacilaciones y dudas. Con nuestro Dios es posible llevar una vida honrada y en paz. En la angostura nos da anchura. Nos hace caminar por una senda llana. ¡Todo son facilidades para que podamos entrar en el Reino de Dios y participar en la mesa de los Elegidos!

José Cristo Rey García Paredes, CMF