APOSTAR POR LA CONFIANZA

La liturgia de este domingo nos presenta un mensaje de profunda esperanza y una llamada a la confianza –esa virtud tan esquiva en un mundo lleno de desilusiones. A menudo, la vida nos golpea, erosiona nuestra capacidad de confiar. La incertidumbre nos acecha y la imperfección de lo humano se manifiesta. La Palabra de Dios -de este domingo nos invita a mirar más allá de lo evidente: a ¡apostar por la confianza radical!
Dividiré esta homilía en tres partes:
- La confianza: un acto de fe y revelación
- Dios como horizonte: la victoria final
- Razones para confiar: el reino de Dios está cerca
La confianza: Un acto de fe y revelación
La desconfianza a menudo surge de la falta de conocimiento. No podemos conocer completamente a los demás, ni siquiera a quienes más amamos; siempre habrá una zona de misterio. Ante esta realidad, tenemos dos caminos: confiar o desconfiar. La confianza plena no es un punto de partida, sino una meta que requiere una apuesta audaz, un salto de fe que nos lleva a decir: “¡Allá voy y sea lo que Dios quiera!”. Al confiar, reconocemos el valor del otro.
Pero ¿apostamos también por la confianza en Dios? El Libro de la Sabiduría (18, 6-9) nos ofrece hoy el testimonio poderoso de un pueblo que confió. Los israelitas, esclavizados en Egipto, recibieron la promesa de liberación y se aferraron a ella con la certeza de que Dios cumpliría su palabra. Se les anunció la libertad de antemano, y su fe se mantuvo firme incluso en la adversidad. Entonaron himnos de su tradición y se propusieron ser solidarios, demostrando que la confianza nace de la revelación divina, de la certeza de sus promesas. Dios nos pide confianza, y a cambio, nos ofrece información, nos hace promesas y nos llama a confiar en Él.
Dios como horizonte: La victoria final

La vida puede parecer una serie de jugadas que podemos perder, pero no debemos olvidar que la partida final está garantizada si nuestra confianza está puesta en Dios. La Carta a los Hebreos (11, 1-2. 8-9)nos presenta una “nube de testigos” de la fe, personas que, incluso en las situaciones más difíciles, mantuvieron una confianza inquebrantable. Abraham es el ejemplo paradigmático: salió hacia una tierra desconocida, sin saber adónde iba, y vivió como extranjero, esperando la promesa de Dios. Su fe no decayó, ni siquiera ante la muerte.
La fe, nos dice el autor de Hebreos, es “la garantía de lo que se espera, la prueba de las realidades que no se ven”. Es esta fe-confianza la que nos permite ver a Dios como el contexto de las confianzas absolutas, aquellas que no se desvanecen ni se deterioran. Podemos confiar, incluso en lo que parece poco fiable, porque Dios está detrás de todo. Podemos perder batallas, sí, pero con Él, la victoria final es segura.
Razones para confiar: El Reino de Dios está cerca
Jesús no buscaba una comunidad de desconfiados. Él nos exhortaba a la confianza como una actitud fundamental, una verdadera “forma de vida”. El Evangelio de Lucas (12, 32-38) nos lo confirma: “No temas, pequeño rebaño, porque vuestro Padre ha tenido a bien daros el Reino.” Ése es y será nuestro tesoro. Pongamos en él nuestro corazón.
Como el centinela espera la aurora infalible, así el discípulo de Jesús confía en la llegada de Dios. Y cuando llegue “se ceñirá, hará que te sientes a la mesa y te irá sirviendo”. ¡Imagina esa escena! Dios mismo, nuestro Señor, sirviéndonos en su mesa.
La confianza crece cuando somos responsables de aquello que se nos ha confiado: de la seriedad de nuestra vida. ¿Estamos dispuestos a aportar por la confianza, sabiendo que, con Dios, la partida siempre se gana?
José Cristo Rey García Paredes, CMF