“NO SABEMOS ORAR COMO CONVIENE”
Hay quienes nunca necesitan orar. Hay quienes nunca cesan de pedir y pedir. Al final, la gran cuestión es: ¿qué significa orar? ¿Cómo orar como conviene?
Dividiré esta homilía en tres partes:
- Orar es exceder los propios límites y no un “regateo”,
- Orar es descubrir los poderes del Espíritu que se nos ha dado
- La oración es una cita… con intercambio de dones
Orar es exceder los propios límites y no un “regateo”
Cuando un ser humano ora excede sus propios límites. Se reconoce limitado, necesitado. Quien ora invita a Dios a actuar. La oración de Abraham consistía en regatear con Dios. La oración que nos enseñó Jesús fue diferente: nuestro Dios conoce todo lo que deseamos… hay que confiar en Él y dejar a Dios ser Dios.
No hay que “pedirle a Dios que nos dé lucidez”, sino “descubrir que somos lúcidos en la medida en que conectamos con la Presencia divina que nos habita”.
La oración no es un regateo sino una“toma de conciencia” de nuestro verdadero ser, que es divino. No hay que convencer a una deidad exterior, sino acallar el ego para permitir que se manifieste nuestro verdadero Yo, la presencia de lo Divino. “Vendremos a Él y haremos morada en Él”
Orar es descubrir los poderes del Espíritu que se nos ha dado
El autor de la Carta a los Colosenses nos dice que, desde que nos adherimos a Jesús por la fe y el bautismo, algo muy importante ha muerto en nosotros y algo muy importante vive en nosotros. Se nos ha concedido un principio de vida, de Vida. El Espíritu de Jesús nos habita, nos hace vivir. La sentencia condenatoria ha quedado eliminada. Dios no tiene nada en contra de nosotros. Todo lo que queda es su corazón es amor, compasión, amistad, alianza indisoluble.
Quien, teniendo ojos, los mantiene constantemente cerrados, ¿cómo podrá ver? Quien, teniendo pies, permanece siempre sentado o acostado en la cama, ¿cómo podrá disfrutar del gozo de la automoción y del desplazamiento? Con el bautismo hemos recibido una nueva capacidad. Pero hay que ejercitarla. Quien lo hace se convierte en una “nueva criatura”.
La oración es una cita… con intercambio de dones

Quien ora construye una casa a la que invita, como huésped, al mismo Dios. Quien ora reserva un tiempo de su día para celebrar la fiesta más misteriosa: la fiesta del encuentro con su Dios.
Cuando oramos, nuestro cuerpo se convierte en un templo, en una casa de acogida, en un tiempo sublime, arrancado a lo profano. En este lugar y en ese tiempo citamos a Dios y Él acude a la cita. Pero no viene con escolta, ni con boato. No le preceden los truenos y los relámpagos. No viene con Él su corte de Tronos y Dominaciones, Principados y Potestades. No vienen con Él los encargados del protocolo divino, los liturgistas del cielo. Llega Él solo. Y el título que utiliza para el encuentro es solamente éste: ¡Padre!, ¡Madre!, ¡Abbá! Lo que entre Él y nosotros se produce es entonces un encuentro entre el Papá y su niño o su niña. Orar es producir un encuentro familiar, íntimo, entrañable, entre el papá y el hijo o hija, entre mamá y su pequeño o pequeña.
Eso hacía Jesús cuando oraba. Eso les enseñó a sus discípulos y discípulas. El Abbá siempre acude a la cita. Le encanta manifestarse a sus hijos e hijas. Es Abbá bueno que perdona, que alimenta, que provee a todo y no abandona a los hijos que se sienten de verdad hijos.
José Cristo Rey García Paredes, CMF