DOMINGO 20. TIEMPO ORDINARIO. CICLO C

LA PASIÓN DEL PROFETA

¡Ese es el mensaje de este domingo, que dividiré en tres partes:

  • La visión-pasión de Jeremías
  • La visión-pasión de Jesús.
  • Una nube de testigos

La visión-pasión de Jeremías

Al profeta Jeremías le fue concedida una visión de la realidad política y religiosa del pueblo de Israel, muy diferente a la visión de que tenían los dirigentes políticos y religiosos. Éstos querían pactar con Babilonia. El profeta Jeremías, en cambio, se sentía movido por Dios para pedirles que pactaran con Egipto

Lo acusaban de “desmoralizar al pueblo y a los soldados”. Por ello, lo arrojaron al algibe de Malquias y lo hundieron en el lodo. Ebedmelek un cusita y el rey ordenaron que lo liberasen. Y así se cumplió el salmo 39: “El Señor me levantó de la fosa fatal, de la charca fangosa”.

Los dirigentes mandaron destruir sus escritos. Los escritos de Jeremías han llegado hasta nosotros porque él le pidió a su discípulo Baruc que re-escribiera su profecía cuando ésta fuera destruida.

La visión-pasión de Jesús

Lo mismo que a Jeremías le sucedió a Jesús. No pocos de los dirigentes de Israel se opusieron a su mensaje sobre el reino de Dios. Jesús afirmaba que no vino a traer paz, sino división, incluso en las mismas familias. Jesús llegó a decir que había venido a traer “fuego a la tierra”: en el lenguaje bíblico y apocalíptica esto significaba, la llegada del juicio de Dios sobre las conductas perversas, opresoras y destructivas. Jesús proclamaba la victoria del trigo sobre la cizaña, de la verdad contra la hipocresía y mentira.  

Jesús tenía la certeza de su suerte y condenación por parte de las autoridades de este mundo. Lo definía como un bautismo con el cual habría de ser bautizado, con un cáliz que tendría que beber. Mostró su disponibilidad: “¡cuánto deseo que arda!”.

Una nube de testigos y seguidores

La visión alternativa de los profetas, de Jesús, debe ser compartida por nosotros, seguidores de Jesús a lo largo de los siglos. El autor de la carta a los hebreos nos describe como “una nube ingente de testigos que nos rodea”. La visión de Jesús sigue inspirándonos a miles y miles de personas. El Espíritu Santo nos ofrece una visión distinta de la realidad, en la cual el amor -incluso a los enemigos- es la norma suprema y en la cual tenemos la convicción de que nada se opondrá a la instauración del reino de Dios sobre la tierra.

Conclusión

La visión de Jesús es la única que tiene futuro, que hace viable el futuro de Dios en la tierra. Si por ella sufrimos oposición, no pasa nada. Dios proveerá.

“¡Corramos la carrera que nos toca, sin retirarnos!”. No hay que arrojar la toalla. La visión consiste en compartir la visión de Jesús, el iniciador de nuestra fe, nuestro líder. Hay que tener los ojos fijos en Él: “él soportó la oposición de los pecadores: no os canséis ni perdáis el ánimo”.

José Cristo Rey García Paredes, CMF

Visión de fuego, pasión sin fin (Canción)

 

DOMINGO 19. TIEMPO ORDINARIO. CICLO C

APOSTAR POR LA CONFIANZA

La liturgia de este domingo nos presenta un mensaje de profunda esperanza y una llamada a la confianza –esa virtud tan esquiva en un mundo lleno de desilusiones. A menudo, la vida nos golpea, erosiona nuestra capacidad de confiar. La incertidumbre nos acecha y la imperfección de lo humano se manifiesta. La Palabra de Dios -de este domingo nos invita a mirar más allá de lo evidente: a ¡apostar por la confianza radical!

Dividiré esta homilía en tres partes:

  • La confianza: un acto de fe y revelación
  • Dios como horizonte: la victoria final
  • Razones para confiar: el reino de Dios está cerca

La confianza: Un acto de fe y revelación

La desconfianza a menudo surge de la falta de conocimiento. No podemos conocer completamente a los demás, ni siquiera a quienes más amamos; siempre habrá una zona de misterio. Ante esta realidad, tenemos dos caminos: confiar o desconfiar. La confianza plena no es un punto de partida, sino una meta que requiere una apuesta audaz, un salto de fe que nos lleva a decir: “¡Allá voy y sea lo que Dios quiera!”. Al confiar, reconocemos el valor del otro.

Pero ¿apostamos también por la confianza en Dios? El Libro de la Sabiduría (18, 6-9) nos ofrece hoy el testimonio poderoso de un pueblo que confió. Los israelitas, esclavizados en Egipto, recibieron la promesa de liberación y se aferraron a ella con la certeza de que Dios cumpliría su palabra. Se les anunció la libertad de antemano, y su fe se mantuvo firme incluso en la adversidad. Entonaron himnos de su tradición y se propusieron ser solidarios, demostrando que la confianza nace de la revelación divina, de la certeza de sus promesas. Dios nos pide confianza, y a cambio, nos ofrece información, nos hace promesas y nos llama a confiar en Él.

Dios como horizonte: La victoria final

La vida puede parecer una serie de jugadas que podemos perder, pero no debemos olvidar que la partida final está garantizada si nuestra confianza está puesta en Dios. La Carta a los Hebreos (11, 1-2. 8-9)nos presenta una “nube de testigos” de la fe, personas que, incluso en las situaciones más difíciles, mantuvieron una confianza inquebrantable. Abraham es el ejemplo paradigmático: salió hacia una tierra desconocida, sin saber adónde iba, y vivió como extranjero, esperando la promesa de Dios. Su fe no decayó, ni siquiera ante la muerte.

La fe, nos dice el autor de Hebreos, es “la garantía de lo que se espera, la prueba de las realidades que no se ven”. Es esta fe-confianza la que nos permite ver a Dios como el contexto de las confianzas absolutas, aquellas que no se desvanecen ni se deterioran. Podemos confiar, incluso en lo que parece poco fiable, porque Dios está detrás de todo. Podemos perder batallas, sí, pero con Él, la victoria final es segura.

Razones para confiar: El Reino de Dios está cerca

Jesús no buscaba una comunidad de desconfiados. Él nos exhortaba a la confianza como una actitud fundamental, una verdadera “forma de vida”. El Evangelio de Lucas (12, 32-38) nos lo confirma: “No temas, pequeño rebaño, porque vuestro Padre ha tenido a bien daros el Reino.” Ése es y será nuestro tesoro. Pongamos en él nuestro corazón.

Como el centinela espera la aurora infalible, así el discípulo de Jesús confía en la llegada de Dios. Y cuando llegue “se ceñirá, hará que te sientes a la mesa y te irá sirviendo”. ¡Imagina esa escena! Dios mismo, nuestro Señor, sirviéndonos en su mesa.

La confianza crece cuando somos responsables de aquello que se nos ha confiado: de la seriedad de nuestra vida. ¿Estamos dispuestos a aportar por la confianza, sabiendo que, con Dios, la partida siempre se gana?

José Cristo Rey García Paredes, CMF

DOMINGO 18. TIEMPO ORDINARIO. CICLO C

“BUSCAD LOS BIENES DE ARRIBA”:

CONTRA LA AVARICIA Y EL CONSUMISMO

Dividiré esta homilía en tres partes:

  • La avaricia
  • Su rostro posmoderno: el consumismo
  • Buscad los bienes de arriba

La avaricia

Quien se deja dominar por la avaricia rechaza cualquier petición, ya sea de un mendigo o de una causa noble, cerrándose al prójimo por miedo a no tener suficiente para sí mismo. Su vida gira en torno a conservar y multiplicar lo que posee, temiendo la inseguridad y el vacío del futuro.

¡Bienaventurados los pobres de espíritu, pues no serán esclavos del dios Mammón!. La avaricia, pecado capital, impide la felicidad y la plenitud; conocer sus mecanismos nos ayuda a combatirla. Como afirma Humberto Galimberti, la avaricia es el pecado más estúpido, pues quien la padece acumula bienes que jamás disfruta, encontrando poder solo en el hecho de poseer.

El avaro renuncia a vivir: cuanto menos gasta, más cree ganar, llegando incluso a ocultar sus bienes para que nadie los codicie. El centro de su existencia es el temor al futuro, el horror al vacío y a la muerte. Jesús advierte al avaro: “¡Esta noche te arrebatarán la vida!”, invitándolo a salir de ese laberinto.

La avaricia puede camuflarse incluso tras la pobreza más austera: ¿de qué sirve una vida de privaciones si solo engendra dependencia del dinero nunca gastado? En el fondo, la avaricia lleva a la idolatría y a la adoración de lo material.

Su rostro posmoderno: el consumismo

El consumismo, por otra parte, es uno de los “nuevos vicios”, o una viciosa tendencia colectiva y social (Humberto Galimberti). No seguirla es queda socialmente excluido y marginado. ¿Por qué es un vicio el “consumismo”?

Un índice de bienestar en nuestras naciones es la producción. Lo que se produce ha de buscar salidas en el consumo: ¡a mayor producción mayor consumo y a mayor consumo más producción! El consumo es entonces un medio de producción. La publicidad se encarga de producir necesidades; nos pide que renunciemos a los objetos que ya poseemos, y que tal vez aún nos ofrecen un buen servicio, o incluso que los destruyamos, para elegir otros que están llegando y que van a resultar “imprescindibles”. 

El consumismo se rige por el principio de la destrucción. No favorece el que las cosas duren, sino que sean reemplazadas. Y cuando todavía sirven, se hace lo posible para que estén “fuera de moda”, o “descatalogadas”. Lo peor es que una humanidad que “trata el mundo como un mundo de usar y tirar se trata a sí misma también como una humanidad de usar y tirar”( Günther Anders), vive “bajo el imperio de lo efímero” (Lipovetski).

Jesús nos pide que evitemos toda clase de codicia. La vida no depende de nuestros bienes, ni de nuestros proyectos.

¡Buscad los bienes de arriba!

 Jesús nos quiere felices y esa felicidad nos llega como un regalo del cielo, cuando menos lo pensemos. A quienes no adoran al dios de la avaricia, del consumismo, del sexo, Dios les da el ciento por uno en esta vida y la vida eterna. Quien pierde gana, quien se olvida de sí se recupera.

Lo más importante es ser rico para Dios. ¡Bienaventurados los pobres, porque Dios reinará en su favor y los recompensará!

José Cristo Rey García Paredes, CMF

[Estribillo] Reinventarnos hoy, Señor, ser verbo y no sustantivo, celar tu Reino en lo cotidiano, Amar, vivir contigo. Reinventarnos hoy, Señor, ser luz en lenguajes nuevos, pobres, castos, libres, juntos, misioneros en tus medios.

[Estrofa 1] Somos frontera, umbral y camino, centro de valores para el mundo herido, en casa, profetas del Reino, De todos lo perdido. No somos solos testigos, estamos encendido fuego, Líquido a ser verbo, movimiento, sentido.
[Estribillo] Reinventarnos hoy, Señor…
[Estrofa 2] Danzamos juntos, jóvenes y mayores, mezclando historias, sueños y colores. Familia extendida, comunidad que aprende, lazos de amistad que el Espíritu enciende. El presente y el futuro se abrazan en la fe, tejiendo esperanza donde la vida se ve.
[Estrofa 3:] Obediencia es servicio, sin fronteras ni miedo, Celibato es familia, Reino en cada encuentro. Pobreza es compartir, la creación como don, compromiso misionero, comunidad y canción. No es renuncia vacía, es plenitud y alianza, vivir en liminalidad, misterio y confianza.
[Estribillo] Reinventarnos hoy, Señor…
[Estrofa 4] Editores de vida, apóstoles en rojo, transformando palabras en pan y en sed. Librerías que son centros de encuentro y verdad, evangelio multimedia, cultura y dignidad. Nuevos lenguajes, inteligencia y pasión, San Pablo hoy, en cada conexión.
[Estrofa 5] La oración es vínculo, la comunidad, hogar, ser puente y abrazo en un mundo digital. Recuperar la mística del encuentro profundo, ser eco del Espíritu, abierto al mundo. Fraternidad interrelacional, misión de compasión, ser signo profético, testigos de tu amor.
[Estribillo] 
Reinventarnos hoy, Señor, ser verbo y no sustantivo, celar tu Reino en lo cotidiano, Amar, vivir contigo. Reinventarnos hoy, Señor, ser luz en lenguajes nuevos, pobres, castos, libres, juntos, misioneros en tus medios.

DOMINGO 17. TIEMPO ORDINARIO. CICLO C

“NO SABEMOS ORAR COMO CONVIENE”

Dividiré esta homilía en tres partes:

  • Orar es exceder los propios límites y no un “regateo”,
  • Orar es descubrir los poderes del Espíritu que se nos ha dado
  • La oración es una cita… con intercambio de dones

Orar es exceder los propios límites y no un “regateo”

Cuando un ser humano ora excede sus propios límites. Se reconoce limitado, necesitado. Quien ora invita a Dios a actuar. La oración de Abraham consistía en regatear con Dios. La oración que nos enseñó Jesús fue diferente: nuestro Dios conoce todo lo que deseamos… hay que confiar en Él y dejar a Dios ser Dios.

No hay que “pedirle a Dios que nos dé lucidez”, sino “descubrir que somos lúcidos en la medida en que conectamos con la Presencia divina que nos habita”.

La oración no es un regateo sino una“toma de conciencia” de nuestro verdadero ser, que es divino. No hay que convencer a una deidad exterior, sino acallar el ego para permitir que se manifieste nuestro verdadero Yo, la presencia de lo Divino. “Vendremos a Él y haremos morada en Él”

Orar es descubrir los poderes del Espíritu que se nos ha dado

El autor de la Carta a los Colosenses nos dice que, desde que nos adherimos a Jesús por la fe y el bautismo, algo muy importante ha muerto en nosotros y algo muy importante vive en nosotros. Se nos ha concedido un principio de vida, de Vida. El Espíritu de Jesús nos habita, nos hace vivir. La sentencia condenatoria ha quedado eliminada. Dios no tiene nada en contra de nosotros. Todo lo que queda es su corazón es amor, compasión, amistad, alianza indisoluble.

Quien, teniendo ojos, los mantiene constantemente cerrados, ¿cómo podrá ver? Quien, teniendo pies, permanece siempre sentado o acostado en la cama, ¿cómo podrá disfrutar del gozo de la automoción y del desplazamiento? Con el bautismo hemos recibido una nueva capacidad. Pero hay que ejercitarla. Quien lo hace se convierte en una “nueva criatura”.

La oración es una cita… con intercambio de dones

Quien ora construye una casa a la que invita, como huésped, al mismo Dios. Quien ora reserva un tiempo de su día para celebrar la fiesta más misteriosa: la fiesta del encuentro con su Dios.

Cuando oramos, nuestro cuerpo se convierte en un templo, en una casa de acogida, en un tiempo sublime, arrancado a lo profano. En este lugar y en ese tiempo citamos a Dios y Él acude a la cita. Pero no viene con escolta, ni con boato. No le preceden los truenos y los relámpagos. No viene con Él su corte de Tronos y Dominaciones, Principados y Potestades. No vienen con Él los encargados del protocolo divino, los liturgistas del cielo. Llega Él solo. Y el título que utiliza para el encuentro es solamente éste: ¡Padre!, ¡Madre!, ¡Abbá! Lo que entre Él y nosotros se produce es entonces un encuentro entre el Papá y su niño o su niña. Orar es producir un encuentro familiar, íntimo, entrañable, entre el papá y el hijo o hija, entre mamá y su pequeño o pequeña.

Eso hacía Jesús cuando oraba. Eso les enseñó a sus discípulos y discípulas. El Abbá siempre acude a la cita. Le encanta manifestarse a sus hijos e hijas. Es Abbá bueno que perdona, que alimenta, que provee a todo y no abandona a los hijos que se sienten de verdad hijos.

José Cristo Rey García Paredes, CMF

DOINGO 16. TIEMPO ORDINARIO. CICLO C

HOSPITALIDAD: LA VIRTUD EN TIEMPOS DE GLOBALIZACIÓN

Dividiré esta homilía en tres partes:

  • La hospitalidad: la virtud del mundo global.
  • La misteriosa hospitalidad de Abraham.
  • Aprender la hospitalidad: en Betania… Marta y María.

La hospitalidad: virtud del mundo global

La hospitalidad es un lazo que une a quien acoge y a quien es acogido. El anfitrión y el huésped se definen mutuamente y no existen el uno sin el otro. El huésped, aunque ausente, siempre puede llegar y reclamar el derecho a ser recibido; el anfitrión, por su parte, siente la responsabilidad moral de abrir las puertas, incluso ante lo inesperado.

La hospitalidad nace de un compromiso ético profundo: el de reconocer y acoger al “otro” sea quien sea, sin condiciones ni prejuicios. Hay culturas en que el huésped es tratado con veneración y misterio: no se indaga sobre su origen o identidad: ¡representa a cualquier ser humano!

El huésped puede incluso ser un dios enmascarado, un ángel desconocido o un símbolo de lo divino. Mitos y religiones cuentan cómo los dioses adoptan formas humanas y piden ayuda, enseñando que al acoger al extraño se honra lo más alto de la humanidad y lo divino. En la hospitalidad “el otro” es recibido como una presencia misteriosa y sagrada. Por eso, la carta a los Hebreos dice “que algunos habían hospedado ángeles sin saberlo (Hb 13,2).

La misteriosa hospitalidad de Abraham

Hospitalidad hacia Jesús, el misterioso Hijo de Dios

Pasaron los siglos, y los seres humanos tuvimos la oportunidad de acoger a un misterioso personaje, el hijo de María, el Hijo de Dios. Muchos lo rechazaron y hasta lo condenaron a muerte. Otros lo acogieron e incluso lo siguieron. Y a quienes lo acogieron les dio el poder de ser hijos de Dios, el don de la bienaventuranza, la filiación divina por medio de su Espíritu.

Paradigma de hospitalidad fue la conducta de las dos hermanas Marta y María respecto a Jesús: Marta entendía la hospitalidad como un agitado afán para atender a Jesús y sus discípulos. María entendió la hospitalidad como sentarse ante Jesús y maravillarse de sus enseñanzas y gestos. Lo que Jesús pretendía en Betania no era tanto ser servido, sino ser acogido. María lo entendió al colocarse a sus pies.

Pasado el tiempo, también Marta comprendió la hospitalidad, no tanto María. Cuando Jesús se acercaba a Betania Marta salió presurosa a su encuentro. Y acogió a Jesús como nadie hasta entonces. María, sin embargo, se quedó llorando en casa la muerte de Lázaro.

Conclusión

La hospitalidad cristiana se entiende como la actitud de acoger al otro, al extranjero, con generosidad y amor, reconociendo en cada persona la presencia de Cristo. Significa responder a las necesidades del prójimo—dar de comer al hambriento, acoger al forastero y recibir al otro como si fuera el mismo Jesús—poniendo en práctica el mandamiento del amor al prójimo.

José Cristo Rey García Paredes, CMF

DOMINGO 15. TIEMPO ORDINARIO. CICLO C

¡AMA Y… TENDRÁS VIDA!

Dividiré esta homilía en cuatro partes:

  • El arte de amar es el arte de vivir
  • Entrar en la vida
  • Ser prójimo o no serlo
  • Aproximarse… pero ¿a quién?

El arte de amar es el arte de vivir

Dios es Amor. Dios es el gran experto en el arte de amar. Ese el objetivo de sus mandamientos: generar alianzas de amor. Así lo proclama hoy la primera lectura del Deuteronomio: un verdadero manual sobre el arte de amar: ¡Escucha…! ¡Amarás!

El primer mandato no es ¡amarás!, sino ¡escucha! ¡está atento! Porque nuestro amor es respuesta, no iniciativa. Escuchando y atendiendo todo lo que nos rodea, descubriremos que somos amados por Dios. Contemplando su amor, aprenderemos a corresponder: amor con amor se paga. El amor a Dios no es iniciativa nuestra, sino respuesta a su amor inmenso hacia nosotros.

Entrar en la vida

Un escriba le preguntó a Jesús -para tentarlo- qué hacer para entrar en la vida. Su pregunta asumió la perspectiva del “hacer” y de la “obligación” (“qué hay que hacer”). El escriba le respondió con las cláusulas de la Alianza de Dios con su Pueblo, precedidas por el “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, toda tu alma, todo tu ser”. Jesús alabó su respuesta y su conducta

Ser prójimo o no serlo

Nos viene bien la pregunta que el escriba le hizo a Jesús, para justificarse: ¿quién es mi prójimo? No le preguntó “¿quién es mi Dios para que yo lo ame?”, sino: ¿quién es mi prójimo? ¿A quién debo amar? Un podría esperar una respuesta como: “tu prójimo es tu esposa, tus hermanos judíos, tus compañeros de trabajo…”. Sin embargo, Jesús le respondió con la parábola del samaritano y una frase única: ¡hazte prójimo!, ¡aproxímate! ¡Acércate!

Aproximarse… pero ¿a quién?

El sacerdote y el levita de la parábola, ¡no se acercaron! ¿Su cargo se lo impedía? No solo eso, sino -sobre todo- su falta de compasión y su dureza de corazón. En cambio, el samaritano-hereje se vió invadido por la compasión e hizo por el herido todo aquello que había que hacer para salvarlo.

Quien se hace prójimo -se acerca- al necesitado, se convierte en el mejor instrumento y presencia de Dios para dar vida.

El samaritano tuvo que interrumpir su plan de viaje; puso gratuitamente a disposición del necesitado sus cuidados, incluso al mesonero le anticipó un dinero para que él lo cuidara.

Conclusión

“Ama y tendrás vida”. Seamos cercanos a cualquier necesidad que descubramos a nuestro alrededor. Hagamos del amor compasivo nuestra arma más poderosa.

Muchas veces hay que amar a oscuras, en la fe, en la fidelidad más descarnada. Pero, al final, el amor vencerá, porque no podrán anegarlo los ríos, ni la muerte podrá acabar con el amor.

José Cristo Rey García Paredes, CMF

DOMINGO 14. TIEMPO ORDINARIO. CICLO C

¡ENVIADOS A TRANSFORMAR EL MUNDO!

Dividiré esta homilía en tres partes:

  • El envío misionero como objetivo.
  • Instrucciones a los enviados
  • La recompensa

El envío misionero como objetivo

Jesús nos envía porque quiere cambiar el mundo según el sueño de Dios: que se convierta en una “Nueva Jerusalén”, ciudad de paz, de acogida, de bienestar… de adoración. Evangelizar es suscitar ese deseo y expresarlo en la oración del Padrenuestro: ¡”venga a nosotros tu Reino”. Tener la certeza de que llegará no es fácil, pero Jesús lo ratificó cuando nos dijo: “la mies es mucha”; pero también lo que falta: “los obreros son pocos”

Instrucciones a los enviados

Jesús nos pide cinco cosas:

  • Primera: Ir de dos en dos. Nada de individualismos… al menos dos. Así se expresa la fuerza del testimonio. Y dos con la certeza de que la cosecha es abundante.
  • Segunda: confiados: quienes van han de saber que después aparecerá el mismo Jesús.Si al principio no hay éxito… cuando llegue Él todo será distinto.
  • Tercera: Vulnerables: los misioneros de Jesús no llevan armas, ni distintivos de poder político, económico, intelectual o religioso. Son como corderos en medio de lobos. Hacen de la paz su arma más poderosa, representan a la nueva Jerusalén. Si no los reciben, que se sacudan el polvo de los pies, pero en última instancia anuncien lo que viene: el Reino de Dios
  • Cuarta:  los misioneros de Jesús tienen poder para someter el mal y vencer las fuerzas diabólicas; con su semblante pacífico amansan las fieras; con su calidez expulsan la frialdad de los corazones; con su fe, borran todos los miedos. Salen indemnes de todos los peligros y curan los males de la gente. Por eso, su característica fundamental es la confianza alegre, la alegría confiada.
  • Quinta: la marca: Los misioneros y misioneras de Jesús llevan como tatuaje ¡no la circuncisión! Sino ¡la marca de la cruz.

La recompensa:

“Vuestros nombres están inscritos en el cielo”, es decir, en el corazón de Dios Abbá. ¡Han sido admitidos para el premio final: ¡el cielo!

La crisis de misión es crisis de todo en la Iglesia. Tener experiencia y conciencia de ser enviados es lo mejor que nos puede ocurrir.

José Cristo Rey García Paredes, CMF

San Pedro y San Pablo. Ciclo C

LAS DOS COLUMNAS: PEDRO Y PABLO

Hoy celebramos conjuntamente a dos personajes únicos en el origen de la Iglesia: Simón Pedro y Saulo de Tarso.

Dividiré esta homilía en cuatro partes:

  • Pedro: la roca y la fragilidad
  • Pablo: el rayo y la razón
  • Danza de contrastes y un solo Evangelio.
  • Hacia un nuevo amanecer

Pedro: la Roca y la Fragilidad

Su fe fue impetuosa: caminó sobre las aguas… pero se hundía (Mt 14:28-31). Confesó a Jesús: “Tú eres el Cristo” (Mt 16:16), pero también lo negó la noche de Getsemaní (Jn 18:15-27). Jesús lo denominó “roca” elegida, pero temblorosa, y, a pesar de ello, edificó sobre ella su iglesia. A pesar de la traición le pidió amor para continuar siendo pastor. En Pedro se encarnó la autoridad pastoral y el testigo fiel de Jesús, pero en fragilidad humana asumida y transformada en servicio.

Pablo: El Rayo y la Razón

Pablo amenazó -con celo fariseo- a los seguidores de Jesús. Un destello lo derribó: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?” (Hch 9:4). El perseguidor se convirtió en el Apóstol de los Gentiles. Se puso al servicio incondicional del Evangelio. Escribió cartas ardientes, fundó comunidades a pesar de los peligros, debatió en el Areópago (Hch 17:22-34). Fue misionero incansable, teólogo abierto a todos los pueblos. Su cruz: el sufrimiento físico y la incomprensión constante, “llevando en el cuerpo la muerte de Jesús” (2 Cor 4:10).

Danza de los Contrastes y un solo Evangelio

No hubo -entre ellos- armonía fácil: un serio conflicto en Antioquía (Gál 2) entre Pedro -guardián de la tradición- y Pablo -heraldo radical de la libertad en Cristo. Juntos, guiados por el Espíritu, nos enseñaron el camino. Pedro y Pablo se reconocieron mutuamente: fueron Raíz y Expansión, Estabilidad y Movimiento. Tradición viva y Profecía audaz. Los dos murieron en Roma y quedaron unidos “para siempre”, como columnas gemelas que sostienen el mismo edificio.

Hacia un nuevo amanecer

El sucesor de Pedro, León XIV está llamado a sintetizar las virtudes de Pedro y Pablo: combinar tradición, audacia, misericordia y diálogo. Debe ser roca para sostener y rayo para iluminar, guiando a la Iglesia hacia nuevas fronteras con valentía y esperanza.

León XIV está llamado a ser “Misionero Audaz y Profeta del Encuentro”. Debe poseer la valentía paulina para llevar el Evangelio a las nuevas “fronteras” existenciales, culturales y digitales, dialogando con el mundo como Pablo en el Areópago. Necesitará la claridad teológica para iluminar los desafíos contemporáneos y la pasión por la justicia que caracterizó al Apóstol.

Conclusión

Pedro y Pablo. Dos caminos, una fe. Dos carismas, una Iglesia. Su danza dialéctica es el alma de la misión cristiana. El nuevo Papa está llamado a escuchar su eco: a ser roca que no teme al mar, y rayo que ilumina sin quemar; pastor que conoce el olor de las ovejas, y misionero que cruza desiertos por amor. Que su ministerio sea un puente vivo entre la firmeza de Pedro y el fuego de Pablo, para gloria de Dios y servicio del mundo. Amén.

José Cristo Rey García Paredes, CMF

CORPUS CHRISTI. CICLO C

CORPUS CHRISTI: ¿Qué estamos haciendo de la Eucaristía?

Dividiré la homilía en tres partes:

1. La Eucaristía prefigurada
2. La Eucaristía desfigurada
3. Cuando la Eucaristía es celebrada

1. La Eucaristía prefigurada

En la primera lectura del Génesis nos ha sido presentada la extraña figura de un rey de Salén -rey de paz-, llamado Melquisedec. Era el sacerdote del Dios de cielo y tierra: bendecía y su oblación era “pan y del vino”. Abraham lo reconoció como sacerdote, se inclinó ante él y le ofreció el diezmo de todas sus posesiones.

El salmo 109 y la carta a los Hebreos rescataron la figura de Melquisedec como el Mesías-Sacerdote, el antecesor de Jesús, mesías y rey de paz, el que ofreció Pan y Vino en la última Cena, y antes en Caná -multiplicó el vino-, y después en el desierto -multiplicó los panes-.

¡El sacerdocio del pan y del vino es la clave para captar el misterio de la fiesta del Corpus Christi! El gran y único sacerdote de cada Eucaristía es Jesús, nuestro Mesías, nuestro rey de Paz. Él preside su Cena, como nos dice san Pablo en 1 Corintios: la “Cena del Señor”… no del papa, ni del obispo, ni de tal presbítero. ¡No desviemos la atención, ni releguemos a Jesús a un segundo puesto!

2. La Eucaristía desfigurada

La Eucaristía -instituida por Jesús- cae en una grave deformación: cuando se convierte en escenario de protagonismos humanos (tanto de celebrantes como de fieles). La Eucaristía es un “encuentro estremecido con el Dios que nos visita”. La Eucaristía no es teatro, ni lugar para discursos teóricos. Es un espacio para el encuentro con Dios Trinidad y para la adoración. Es un encuentro transformador con el Resucitado. El clericalismo secuestra el misterio. El protagonismo laical lo trivializa. La Eucaristía debe ser el espacio en el que Dios irrumpe y no ritual humano que nos complace. El papa Francisco decía que “los excesos litúrgicos nacen de un exagerado personalismo”.

La Eucaristía está siendo hoy tema de debate no por cuestiones teológicas, como a finales del siglo pasado, sino por el “modo” de celebrarla y de vivirla. Es necesario que hoy volvamos a la Eucaristía “auténtica”, a la Eucaristía de la Pascua y no a modos perecederos, que más tienen que ver con el imperio, el poder institucional, con la escenografía televisiva, que con Jesús de Nazaeet, pobre entre los pobres, marginado entre los marginados, Señor tras la muerte y la resurrección

3. Cuando la Eucaristía es celebrada…

Cuando celebramos la Eucaristía “del Señor” todo se vuelve transparente a su presencia, en la asamblea no hay primeros ni segundos puestos, rangos ni escalas, hombres y mujeres: el Señor nos ilumina a todos, está con todos nosotros: “con vosotros… con tu espíritu”; entonces la Palabra de Dios ofusca las palabras de los hombres. El Señor aparece en la Palabra.

Cuando celebramos la Eucaristía “del Cuerpo y Sangre” del Señor…: entonces dejan de tener importancia otros cuerpos, las idas y venidas de los celebrantes, los lugares que ocupan, cómo se visten, qué gestos hacen, cómo canta el coro, qué instrumento es tocado, quiénes llevan las ofrendas o hacen las lecturas; entonces sólo el Cuerpo del Señor y su Sangre merecen nuestra adoración, nuestra contemplación, nuestro más profundo amor y respeto. Entonces se descubre de forma nueva que “todos” sin excepción y en comunión somos el Cuerpo de Cristo. Sólo la totalidad es sagrada.

Cuando celebramos la Eucaristía…, “Dios está aquí… el Amor de los amores”: su presencia real lo ilumina todo. La misión se enciende. La comunión se hace fuerte. Comenzamos todos a tener un solo corazón, una sola alma, todo en común. Comulgar a Jesús se convierte en un regalo inmerecido, en una comunión con el Todo. Se comulga la Palabra, el Cuerpo y la Sangre: trinidad del don capaz de hacernos entrar en el más bello de los Misterios. ¿Qué estamos haciendo de nuestra celebración eucarística? Éste es un gran día para pensarlo y discernirlo, y para cambiar.

“La Eucaristía es un Pentecostés perpetuo.
Cada vez que celebramos la Misa, recibimos el Espíritu Santo
que nos une más íntimamente con Cristo y nos transforma en Él”
(Papa Benedicto XVI)

José Cristo Rey García Paredes, CMF

SANTÍSIMA TRINIDAD. CICLO C

LA SANTÍSIMA TRINIDAD: ¡LOS TRES!

Dividiré esta homilía en tres partes:

  • Dios como Abbá, el Padre: origen y sabiduría
  • Jesús, el Hijo hecho hombre: mediador de la gracia y la esperanza
  • El Espíritu, guía hacia la verdad y la comunión
  • Un misterio que interpela y transforma

Dios como Abbá, el Padre: origen y sabiduría

La primera lectura de Proverbios 8 nos presenta la Sabiduría como compañera de Dios desde el principio, “antes de que existiera la tierra”, “cuando trazaba la bóveda sobre la faz del abismo”. Esta imagen nos habla de un Dios creador, que no actúa solo, sino en comunión, y cuya sabiduría se deleita en la humanidad.

Dios-Padre es fuente de vida, arquitecto del universo, pero también goza y se alegra con sus criaturas. Así, nuestro Abbá no es un ser distante, sino el origen amoroso y sabio que acompaña y sostiene la creación.

Jesús, el Hijo hecho hombre: mediador de la gracia y la esperanza

La carta a los Romanos nos recuerda que, por medio de Jesucristo, “tenemos paz con Dios” y acceso a la gracia, incluso en medio de las dificultades. Jesús es el rostro humano de Dios, el mediador que nos justifica y nos reconcilia. En Él, Dios se hace cercano y solidario, compartiendo nuestras alegrías y sufrimientos. Su presencia nos permite mantener la esperanza, porque “el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado”. Jesús no solo revela a Dios, sino que nos introduce en una relación viva y dinámica con Él.

El Espíritu, guía hacia la verdad y la comunión

En el Evangelio de Juan, Jesús promete el Espíritu de la verdad, que “nos guiará a toda la verdad” y comunicará lo que recibe del Padre y del Hijo. El Espíritu Santo es la presencia misteriosa de Dios que nos habita, nos impulsa y nos revela el sentido profundo de la vida. No actúa por cuenta propia, sino que nos introduce en la comunión trinitaria, haciéndonos partícipes de la vida y el amor de Dios. El Espíritu es fuerza en la debilidad, luz en la búsqueda, y vínculo invisible que nos une a Dios y a los demás.

Un misterio que interpela y transforma

La Trinidad no es un enigma para resolver, sino un misterio para vivir. Nos invita a preguntarnos: ¿cómo experimento yo a Dios? ¿Como Padre que cuida, como Hijo que acompaña, como Espíritu que anima? La respuesta es siempre personal, pero la fe cristiana nos recuerda que Dios es relación, comunión y amor.

La invitación es a dejarnos envolver por este misterio, a dialogar con Dios en la vida cotidiana, a reconocer su presencia en lo ordinario y en lo extraordinario. Así, la pregunta permanece abierta, llena de posibilidades: ¿quién es Dios para mí, hoy?

Poema a la santa Trinidad

Misterio al alba sabiduría que danza
antes del tiempo y la tierra.
Padre, origen y deleite,
trazas sendas en el abismo y te gozas en la vida.
Hijo, paz derramada, rostro humano del Dios invisible,
camino abierto en la esperanza,
manantial de gracia en la hondura de la prueba.
Espíritu, aliento secreto,
voz que guía hacia la verdad, fuerza que anima y consuela,
luz silenciosa en el corazón, presencia que une y transforma.
¿Quién eres, Dios, para mí?
Eres pregunta y respuesta, abrazo trinitario en mi historia
misterio que me envuelve y me invita, cada día,
a vivir en tu comunión.

José Cristo Rey García Paredes, CMF