EXALTACIÓN DE LA SANTA CRUZ

“CUANDO SEA ELEVADO ATRAERÉ A TODOS HACIA MÍ”

La comunidad cristiana, la Parroquia, la Iglesia nace “bajo la cruz de Jesús”. Allí y sólo allí se produce… una insospechada revelación. Descubrimos que:

  • Jesús murió por “todos nosotros… pecadores”
  • …Y murió para con-gregarnos y reconocernos cómplices del Mal
  • … y para desenmascarar nuestro pecado – La comunidad nace bajo la Cruz

Jesús murió “por todos nosotros… pecadores

  • Ante la cruz de Jesús, ¿quién puede vanagloriarse, autojustificarse? ¿quién puede imponerse a los demás, como el mejor y menos necesitado?
  • Bajo la cruz de Jesús todos nos sentimos culpables, pecadores, cómplices; nos sentimos con las manos vacías y con el peso de nuestro pecado, descubrimos el vacío de nuestro corazón.
  • Las diferencias entre los miembros de la comunidad cristiana parecen ridículas ante esa elemental y trágica coincidencia de todos pecadores.
  • Bajo la cruz todos estamos hermanados en la pobreza, en la prisión de nuestro común pecado.

… Y murió para congregarnos y reconocernos cómplices del mal

  • Bajo la cruz todos solidariamente experimentamos la salvación, la libertad, el consuelo, el perdón y la bendición: “Abbá, perdónalos, porque no saben lo que hacen… “. Cuando le decimos: ¡Acuérdate de mí! Jesús nos abre la puerta del Paraíso.
  • Bajo la cruz todos nos sentimos agraciados para formar parte de la familia escatológica de Dios, amigados desde un mismo Espíritu que el Crucificado envía sobre nosotros.
  • Si ésto es así ¡No tiene sentido continuar divididos, oponernos mutuamente, devorarnos unos a otros!
  • La contemplación de la amargura y de la muerte de Jesús descongela nuestras relaciones hostiles y le da razón a Cristo.
  • Bajo la cruz, “¿cómo podríamos permanecer cerrados frente al “corazón abierto de Cristo’? (Jürgen Moltmann, “Ecumenismo bajo la cruz”)  
    La proximidad a la cruz de Cristo nos aproxima entre nosotros.

La cruz nos manifiesta que en todos nosotros subyace una pobreza común, un sufrimiento común, un pecado común. 

  • El reconocimiento y la confesión de esta realidad es el primer paso para que nazca la comunidad: la “comunión en las cosas negativas”, ¡somos una comunidad de pecadores! Y el que esté sin pecado que tire la primera piedra!
  • Los pobres, los necesitados suelen ser mucho más solidarios que los ricos; los perseguidos y torturados suelen estar muy prontos para la ayuda mutua. En todo caso, la comunión en las cosas negativas, precede a la comunión en las positivas.
  • La verdadera comunidad cristiana nace de la puesta en común de nuestra pobreza, de nuestro sufrimiento, de nuestros pecados. El pecado oculto, la pobreza disimulada, el sufrimiento no revelado, separan de la comunidad. El mal se enerva la soledad:

“El pecado quiere estar a solas con el hombre. Lo separa de la comunidad. Cuanto más solo está el hombre, tanto más destructor es el poder que el pecado ejerce sobre él; tanto más asfixiantes sus redes, tanto más desesperada la soledad. El pecado quiere pasar desapercibido; rehuye la luz. Se encuentra a gusto en la penumbra de las cosas secretas, donde envenena todo el ser».D. Bonhoeffer, Vida en comunidad,

El pecado es desenmascarado

Pero cuando la comunidad y quienes la formamos nos situamos “bajo la cruz de Cristo”, ¡el pecado queda desenmascarado!:

  • sale forzosamente a la luz,
  • manifiesta su rostro deforme sin ningún tipo de máscaras;
  • la verdad del Crucificado lo destruye.
  • Por eso, al compartir el pan del propio sufrimiento, del propio pecado, los miembros de la comunidad hacen que ésta re-nazca.

En una comunidad bajo la cruz el pecado está siempre denunciado, pero por el Señor, no por los hermanos.

La comunidad nace bajo la Cruz

  • La cruz proclama simultáneamente el perdón de los pecados y la victoria de la misericordia sobre la ofensa.
  • Por eso, en la comunidad cristiana, que se sitúa bajo la cruz, se desenmascara el fariseismo y la hipocresía, cualquier tipo de autojustificación; pero también la inmisericordia con el hermano, las actitudes de venganza o de justicia conmutativa.

Nace la comunidad bajo la cruz, cuando estamos dispuestos a confesar nuestro pecado, a compartir nuestro sufrimiento, a poner en común nuestra pobreza. Es decir, cuando vencemos la terrible vergüenza pública se ponen los cimientos más sólidos de la comunidad.

A partir de aquí, hay que construir posteriormente la comunidad desde la comunión en lo positivo.

José Cristo Rey García Paredes, CMF

DOMINGO 23. TIEMPO ORDINARIO. CICLO C

“COMPARTIR LA ESPERANZA”

Algo parecido, pero mucho mejor, prometió Jesús y a sus seguidores y a nosotros “hoy”.

Dividiré esta homilía en tres partes:

  • Apostar por la esperanza
  • Las emociones de un apóstol
  • La alianza más sorprendente

Apostar por la esperanza

Jesús se despojó de todo, de absolutamente todo. Entregó su vida, su cuerpo, su alma. No se reservó nada para sí mismo. Únicamente la esperanza. Nos lo dice el Evangelio de hoy: “Todo aquel de entre vosotros que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío”. Pero nos quedará la esperanza: ella sostiene a quienes se levantan cada día enfrentando la enfermedad, la soledad, el desempleo o el desarraigo. Es la esperanza que hace que una madre, ante las dificultades, siga luchando sin perder la fe en el porvenir; o que una persona anciana y sola, siga sonriendo y haciendo el bien.

¡Sólo la Esperanza! Ésa es la fuerza que nos dirige hacia el futuro, que nos indica que algo importante se está incubando. Que es eso lo que debemos perseguir, asumiendo cualquier riesgo.

Ser cristiano hoy exige apostar por la esperanza cuando parece que todo invita al pesimismo. Invitarnos a salir de la queja, del miedo y del estancamiento, para mirar con ojos nuevos cada situación y descubrir pequeños signos de vida y de futuro..

Las emociones de un apóstol

No estamos acostumbrados a recibir confidencias de quienes nos gobiernan. Casi siempre nos guían con su verdad y sus ideas. Hoy, sin embargo, tenemos un ejemplo distinto: el apóstol Pablo y sus sentimientos en la carta a Filemón.

Esta carta ha sido acogida por la Iglesia como un texto revelado, inspirado! El Espíritu nos demuestra a través de ella que el lenguaje amoroso es lenguaje de Dios. Fijémonos en las palabras y expresiones que emplea Pablo: “apelo a tu amor”, “mi hijo querido”, “como si te enviara mi propio corazón”, “hermano querido que lo es muchísimo para mí”, “si me tienes por amigo”.

Pablo era un hombre que amaba apasionadamente. No tenía recelo en manifestar sus sentimientos, sus emociones, su pasión. Es así como se dirige a la Iglesia de Dios: con el corazón, con el amor apasionado, superando el imperio de la ley.

La apuesta más sorprendente

Nosotros tendemos a calcularlo todo y asegurar la finalización de todos nuestros proyectos: como el que construye una torre o da la batalla -según los dos ejemplos de Jesús. Jesús no nos quiere calculadores. Para ser discípulos suyos, hemos de poner toda la confianza en Él y en el Padre. Sólo nos deja ¡con la esperanza”, porque Dios Padre nunca abandonará a sus hijos e hijas.

 “Dejarlo todo”, sí, pero ¡para conseguir un tesoro que nunca se devalúa y nadie nos lo puede arrebatar! Hay que esperar contra toda esperanza, como Abraham, como María, como Jesús.  

José Cristo Rey García Paredes, CMF

 

DOMINGO 22. TIEMPO ORDINARIO. CICLO C

EL ÚLTIMO PUESTO

Dividiré esta homilía en tres partes:

  • “Lo mío en el centro”
  • El secreto de la humildad
  • Los últimos, ¡los primeros!
  • El acceso a la Jerusalén celeste

“Lo mío” en el centro

De ahí nace el etnocentrismo que lleva a cada cultura a creerse la mejor y a imponerse a las demás. De ahí nace el nacionalismo o también el individualismo. Espontáneamente aspiramos a ser los primeros y superar a todos los demás. Cuando no lo conseguimos, intentamos identificarnos con alguien que quede el primero como si nos representase. Este sentimiento tiene un lado positivo: el estímulo a crecer y superarnos. Pero también un lado negativo: la envidia, la violencia, la guerra, el terror…

El secreto de la humildad

El libro del Eclesiástico muestra una sabiduría impresionante cuando aborda este tema. El representante de la Asamblea del pueblo exhorta a no excederse en la autovaloración. Uno es quien es. Por eso, en las grandezas humanas hay que saber mantenerse en los propios límites; incluso recomienda empequeñecerse.

La razón es para dejar espacio al favor de Dios. Dios es defensor de quien no tiene defensor, aplaude a quien nadie le aplaude, hace justicia con aquella persona a quien otros no hacen justicia. Es como si Dios estuviera ahí, a mi lado, para reparar por las injusticias que se comenten. Pero nuestro Dios no encuentra agrado en que nos tomemos la justicia por nuestra mano.

Por otra parte, Dios confía al humilde sus secretos. El Altísimo tiene una predilección especialísima por los que están abajo, a ras de tierra, en el humus de la humildad.

Los últimos ¡los primeros!

Jesús, el hijo del Altísimo, muestra su predilección por los humildes, por los pequeños, los sencillos. Le dio gracias al Abbá por revelar sus misterios a los sencillos. Hoy el evangelio nos muestra la enseñanza de Jesús con motivo de un banquete que tuvo lugar un sábado en la casa de uno de los principales fariseos. Éstos observan su conducta, pero al mismo tiempo Jesús se fija en ellos y ve cómo buscan ocupar los primeros puestos.

Esta situación le sirve para ofrecerles una enseñanza que, al final redundará en bien de ellos. Si ocupas un lugar superior que no es el tuyo, quedarás degradado. Si ocupas, en cambio, un puesto muy humilde, te ensalzarán y serás honrado ante todos los invitados. Jesús tenía autoridad para hablar en estos términos. Siendo hijo de Dios pasó por uno de tantos, se hizo en todo semejante a nosotros menos en el pecado, se hizo obediente hasta la muerte y muerte de cruz. Por eso, Dios lo exaltó sobre todo nombre, de modo que al nombre de Jesús llegue la salvación.

Ésta es la fuerza extraordinaria de la humildad. No se trata de una estrategia para ser reconocido, sino de una convicción muy profunda: hay que dejar en manos de Dios nuestra vida y nuestro honor. Él responderá a nuestra pequeñez con su grandeza.

Finalmente, Jesús invita a los comensales a actuar como su mismo Abbá y como él hizo en alguna ocasión: al invitar invita a quien ni puede corresponderte, a los pequeños, a los pobres…. Y será Dios Padre quien te recompense.

Acceso a la Jerusalén celeste

La carta a los Hebreos, en la segunda lectura, ofrece un marco nuevo para comprender el tema del “último puesto”. Son los humildes quienes tienen acceso a la Jerusalén del cielo, a la Jerusalén de los santos, de quienes están siempre en la presencia de Dios. Allí está el pobre Lázaro y allí recibe el reconocimiento que le faltó en la tierra.

Aquí en la tierra podemos ir ya anticipando la nueva Jerusalén en nuestra comunidad de humildes y sencillos, donde todos tienen su puesto y atención.

José Cristo Rey García Paredes, CMF

DOMINGO 21. TIEMPO ORDINARIO. CICLO C

LA PUERTA ABIERTA, Domingo XXI, ciclo C

Dividiré esta homilía en tres partes:

  • ¡La gloria de Dios!
  • ¿Serán muchos los que se salven?
  • ¡Rodillas vacilantes, caminad por una senda llana!

¡La gloria de Dios!

El tercer Isaías incluye en su profecía una visión esplendorosa del futuro del pueblo de Israel y de la humanidad. Y ese futuro esplendoroso tiene una razón de ser: ¡la gloria de Dios! No glorificaría a Dios un final desastroso, una derrota cósmica, el que todo acabe en un montón de escombros y de ceniza.

El profeta preve un final lleno de luz: Dios vendrá “para reunir a las naciones de todas las lenguas” y les mostrará su belleza, su gloria, el esplendor de su poderío. Dios no actuará con un poder destructivo y discriminador. Su proyecto es restaurar todas las cosas, reunir a todos los seres humanos, recuperar lo perdido, dar vida a lo que estaba muriendo.

El profeta ubica la acción de Dios en el “monte santo”, estable para siempre. Desde ahí se irradia sobre el mundo la luz de la gloria de Dios. Y hacia el monte santo vendrán todas las naciones para ofrecer la ofrenda más pura. Ahí acontecerá la gran reunión de todos, la gran Alianza con la belleza de Dios.

¿Serán muchos lo que se salven?

Jesús no hace de Jerusalén y del monte santo un lugar de llegada, sino más bien un punto de partida. Desde Jerusalén y desde el monte de Galilea Jesús envió a sus discípulos y discípulas a evangelizar al mundo y les prometió: “quien crea y se bautice, se salvará”. La misión e Jesús es centrífuga, y no centrípeta. Ser iglesia es ser enviada a todas las naciones para que en ella puedan reunirse todos los pueblos.

¿Serán muchos los que se salven?, le preguntan a Jesús.  La respuesta de Jesús es sencilla: ¡entrad!, pero ¡por la puerta estrecha“: no busquéis la entrada triunfal, sino la entrada del servicio -que pasa inadvertida y por la cual se puede pasar sin protocolos ni requisitos. Jesús no nos está pidiendo esfuerzos imposibles, no nos pide que nos despojemos de todo, sino que seamos sagaces y descubramos aquella puerta por la que uno “puede colarse”.

Los que quieran entrar por la puerta principal, cuando ya esté cerrada, no podrán hacerlo. Será necesaria la astucia, el conocimiento; la misma que tienen los pueblos paganos para entrar y sentarse en el banquete del Reino. Un pueblo soberbio, altivo, incapaz de descubrir su propio error, no podrá entrar por la puerta.

¡Rodillas vacilantes, caminad por una senda llana!

Nuestra fe cristiana es especialmente comprensiva con la debilidad, con la limitación. No nos pide cosas imposibles. Dios está a nuestro lado. Nos corrige, nos guía, pero también nos comprende. Sabe y conoce nuestra debilidad, nuestras vacilaciones y dudas. Con nuestro Dios es posible llevar una vida honrada y en paz. En la angostura nos da anchura. Nos hace caminar por una senda llana. ¡Todo son facilidades para que podamos entrar en el Reino de Dios y participar en la mesa de los Elegidos!

José Cristo Rey García Paredes, CMF

DOMINGO 20. TIEMPO ORDINARIO. CICLO C

LA PASIÓN DEL PROFETA

¡Ese es el mensaje de este domingo, que dividiré en tres partes:

  • La visión-pasión de Jeremías
  • La visión-pasión de Jesús.
  • Una nube de testigos

La visión-pasión de Jeremías

Al profeta Jeremías le fue concedida una visión de la realidad política y religiosa del pueblo de Israel, muy diferente a la visión de que tenían los dirigentes políticos y religiosos. Éstos querían pactar con Babilonia. El profeta Jeremías, en cambio, se sentía movido por Dios para pedirles que pactaran con Egipto

Lo acusaban de “desmoralizar al pueblo y a los soldados”. Por ello, lo arrojaron al algibe de Malquias y lo hundieron en el lodo. Ebedmelek un cusita y el rey ordenaron que lo liberasen. Y así se cumplió el salmo 39: “El Señor me levantó de la fosa fatal, de la charca fangosa”.

Los dirigentes mandaron destruir sus escritos. Los escritos de Jeremías han llegado hasta nosotros porque él le pidió a su discípulo Baruc que re-escribiera su profecía cuando ésta fuera destruida.

La visión-pasión de Jesús

Lo mismo que a Jeremías le sucedió a Jesús. No pocos de los dirigentes de Israel se opusieron a su mensaje sobre el reino de Dios. Jesús afirmaba que no vino a traer paz, sino división, incluso en las mismas familias. Jesús llegó a decir que había venido a traer “fuego a la tierra”: en el lenguaje bíblico y apocalíptica esto significaba, la llegada del juicio de Dios sobre las conductas perversas, opresoras y destructivas. Jesús proclamaba la victoria del trigo sobre la cizaña, de la verdad contra la hipocresía y mentira.  

Jesús tenía la certeza de su suerte y condenación por parte de las autoridades de este mundo. Lo definía como un bautismo con el cual habría de ser bautizado, con un cáliz que tendría que beber. Mostró su disponibilidad: “¡cuánto deseo que arda!”.

Una nube de testigos y seguidores

La visión alternativa de los profetas, de Jesús, debe ser compartida por nosotros, seguidores de Jesús a lo largo de los siglos. El autor de la carta a los hebreos nos describe como “una nube ingente de testigos que nos rodea”. La visión de Jesús sigue inspirándonos a miles y miles de personas. El Espíritu Santo nos ofrece una visión distinta de la realidad, en la cual el amor -incluso a los enemigos- es la norma suprema y en la cual tenemos la convicción de que nada se opondrá a la instauración del reino de Dios sobre la tierra.

Conclusión

La visión de Jesús es la única que tiene futuro, que hace viable el futuro de Dios en la tierra. Si por ella sufrimos oposición, no pasa nada. Dios proveerá.

“¡Corramos la carrera que nos toca, sin retirarnos!”. No hay que arrojar la toalla. La visión consiste en compartir la visión de Jesús, el iniciador de nuestra fe, nuestro líder. Hay que tener los ojos fijos en Él: “él soportó la oposición de los pecadores: no os canséis ni perdáis el ánimo”.

José Cristo Rey García Paredes, CMF

Visión de fuego, pasión sin fin (Canción)

 

DOMINGO 19. TIEMPO ORDINARIO. CICLO C

APOSTAR POR LA CONFIANZA

La liturgia de este domingo nos presenta un mensaje de profunda esperanza y una llamada a la confianza –esa virtud tan esquiva en un mundo lleno de desilusiones. A menudo, la vida nos golpea, erosiona nuestra capacidad de confiar. La incertidumbre nos acecha y la imperfección de lo humano se manifiesta. La Palabra de Dios -de este domingo nos invita a mirar más allá de lo evidente: a ¡apostar por la confianza radical!

Dividiré esta homilía en tres partes:

  • La confianza: un acto de fe y revelación
  • Dios como horizonte: la victoria final
  • Razones para confiar: el reino de Dios está cerca

La confianza: Un acto de fe y revelación

La desconfianza a menudo surge de la falta de conocimiento. No podemos conocer completamente a los demás, ni siquiera a quienes más amamos; siempre habrá una zona de misterio. Ante esta realidad, tenemos dos caminos: confiar o desconfiar. La confianza plena no es un punto de partida, sino una meta que requiere una apuesta audaz, un salto de fe que nos lleva a decir: “¡Allá voy y sea lo que Dios quiera!”. Al confiar, reconocemos el valor del otro.

Pero ¿apostamos también por la confianza en Dios? El Libro de la Sabiduría (18, 6-9) nos ofrece hoy el testimonio poderoso de un pueblo que confió. Los israelitas, esclavizados en Egipto, recibieron la promesa de liberación y se aferraron a ella con la certeza de que Dios cumpliría su palabra. Se les anunció la libertad de antemano, y su fe se mantuvo firme incluso en la adversidad. Entonaron himnos de su tradición y se propusieron ser solidarios, demostrando que la confianza nace de la revelación divina, de la certeza de sus promesas. Dios nos pide confianza, y a cambio, nos ofrece información, nos hace promesas y nos llama a confiar en Él.

Dios como horizonte: La victoria final

La vida puede parecer una serie de jugadas que podemos perder, pero no debemos olvidar que la partida final está garantizada si nuestra confianza está puesta en Dios. La Carta a los Hebreos (11, 1-2. 8-9)nos presenta una “nube de testigos” de la fe, personas que, incluso en las situaciones más difíciles, mantuvieron una confianza inquebrantable. Abraham es el ejemplo paradigmático: salió hacia una tierra desconocida, sin saber adónde iba, y vivió como extranjero, esperando la promesa de Dios. Su fe no decayó, ni siquiera ante la muerte.

La fe, nos dice el autor de Hebreos, es “la garantía de lo que se espera, la prueba de las realidades que no se ven”. Es esta fe-confianza la que nos permite ver a Dios como el contexto de las confianzas absolutas, aquellas que no se desvanecen ni se deterioran. Podemos confiar, incluso en lo que parece poco fiable, porque Dios está detrás de todo. Podemos perder batallas, sí, pero con Él, la victoria final es segura.

Razones para confiar: El Reino de Dios está cerca

Jesús no buscaba una comunidad de desconfiados. Él nos exhortaba a la confianza como una actitud fundamental, una verdadera “forma de vida”. El Evangelio de Lucas (12, 32-38) nos lo confirma: “No temas, pequeño rebaño, porque vuestro Padre ha tenido a bien daros el Reino.” Ése es y será nuestro tesoro. Pongamos en él nuestro corazón.

Como el centinela espera la aurora infalible, así el discípulo de Jesús confía en la llegada de Dios. Y cuando llegue “se ceñirá, hará que te sientes a la mesa y te irá sirviendo”. ¡Imagina esa escena! Dios mismo, nuestro Señor, sirviéndonos en su mesa.

La confianza crece cuando somos responsables de aquello que se nos ha confiado: de la seriedad de nuestra vida. ¿Estamos dispuestos a aportar por la confianza, sabiendo que, con Dios, la partida siempre se gana?

José Cristo Rey García Paredes, CMF

DOMINGO 18. TIEMPO ORDINARIO. CICLO C

“BUSCAD LOS BIENES DE ARRIBA”:

CONTRA LA AVARICIA Y EL CONSUMISMO

Dividiré esta homilía en tres partes:

  • La avaricia
  • Su rostro posmoderno: el consumismo
  • Buscad los bienes de arriba

La avaricia

Quien se deja dominar por la avaricia rechaza cualquier petición, ya sea de un mendigo o de una causa noble, cerrándose al prójimo por miedo a no tener suficiente para sí mismo. Su vida gira en torno a conservar y multiplicar lo que posee, temiendo la inseguridad y el vacío del futuro.

¡Bienaventurados los pobres de espíritu, pues no serán esclavos del dios Mammón!. La avaricia, pecado capital, impide la felicidad y la plenitud; conocer sus mecanismos nos ayuda a combatirla. Como afirma Humberto Galimberti, la avaricia es el pecado más estúpido, pues quien la padece acumula bienes que jamás disfruta, encontrando poder solo en el hecho de poseer.

El avaro renuncia a vivir: cuanto menos gasta, más cree ganar, llegando incluso a ocultar sus bienes para que nadie los codicie. El centro de su existencia es el temor al futuro, el horror al vacío y a la muerte. Jesús advierte al avaro: “¡Esta noche te arrebatarán la vida!”, invitándolo a salir de ese laberinto.

La avaricia puede camuflarse incluso tras la pobreza más austera: ¿de qué sirve una vida de privaciones si solo engendra dependencia del dinero nunca gastado? En el fondo, la avaricia lleva a la idolatría y a la adoración de lo material.

Su rostro posmoderno: el consumismo

El consumismo, por otra parte, es uno de los “nuevos vicios”, o una viciosa tendencia colectiva y social (Humberto Galimberti). No seguirla es queda socialmente excluido y marginado. ¿Por qué es un vicio el “consumismo”?

Un índice de bienestar en nuestras naciones es la producción. Lo que se produce ha de buscar salidas en el consumo: ¡a mayor producción mayor consumo y a mayor consumo más producción! El consumo es entonces un medio de producción. La publicidad se encarga de producir necesidades; nos pide que renunciemos a los objetos que ya poseemos, y que tal vez aún nos ofrecen un buen servicio, o incluso que los destruyamos, para elegir otros que están llegando y que van a resultar “imprescindibles”. 

El consumismo se rige por el principio de la destrucción. No favorece el que las cosas duren, sino que sean reemplazadas. Y cuando todavía sirven, se hace lo posible para que estén “fuera de moda”, o “descatalogadas”. Lo peor es que una humanidad que “trata el mundo como un mundo de usar y tirar se trata a sí misma también como una humanidad de usar y tirar”( Günther Anders), vive “bajo el imperio de lo efímero” (Lipovetski).

Jesús nos pide que evitemos toda clase de codicia. La vida no depende de nuestros bienes, ni de nuestros proyectos.

¡Buscad los bienes de arriba!

 Jesús nos quiere felices y esa felicidad nos llega como un regalo del cielo, cuando menos lo pensemos. A quienes no adoran al dios de la avaricia, del consumismo, del sexo, Dios les da el ciento por uno en esta vida y la vida eterna. Quien pierde gana, quien se olvida de sí se recupera.

Lo más importante es ser rico para Dios. ¡Bienaventurados los pobres, porque Dios reinará en su favor y los recompensará!

José Cristo Rey García Paredes, CMF

[Estribillo] Reinventarnos hoy, Señor, ser verbo y no sustantivo, celar tu Reino en lo cotidiano, Amar, vivir contigo. Reinventarnos hoy, Señor, ser luz en lenguajes nuevos, pobres, castos, libres, juntos, misioneros en tus medios.

[Estrofa 1] Somos frontera, umbral y camino, centro de valores para el mundo herido, en casa, profetas del Reino, De todos lo perdido. No somos solos testigos, estamos encendido fuego, Líquido a ser verbo, movimiento, sentido.
[Estribillo] Reinventarnos hoy, Señor…
[Estrofa 2] Danzamos juntos, jóvenes y mayores, mezclando historias, sueños y colores. Familia extendida, comunidad que aprende, lazos de amistad que el Espíritu enciende. El presente y el futuro se abrazan en la fe, tejiendo esperanza donde la vida se ve.
[Estrofa 3:] Obediencia es servicio, sin fronteras ni miedo, Celibato es familia, Reino en cada encuentro. Pobreza es compartir, la creación como don, compromiso misionero, comunidad y canción. No es renuncia vacía, es plenitud y alianza, vivir en liminalidad, misterio y confianza.
[Estribillo] Reinventarnos hoy, Señor…
[Estrofa 4] Editores de vida, apóstoles en rojo, transformando palabras en pan y en sed. Librerías que son centros de encuentro y verdad, evangelio multimedia, cultura y dignidad. Nuevos lenguajes, inteligencia y pasión, San Pablo hoy, en cada conexión.
[Estrofa 5] La oración es vínculo, la comunidad, hogar, ser puente y abrazo en un mundo digital. Recuperar la mística del encuentro profundo, ser eco del Espíritu, abierto al mundo. Fraternidad interrelacional, misión de compasión, ser signo profético, testigos de tu amor.
[Estribillo] 
Reinventarnos hoy, Señor, ser verbo y no sustantivo, celar tu Reino en lo cotidiano, Amar, vivir contigo. Reinventarnos hoy, Señor, ser luz en lenguajes nuevos, pobres, castos, libres, juntos, misioneros en tus medios.

DOMINGO 17. TIEMPO ORDINARIO. CICLO C

“NO SABEMOS ORAR COMO CONVIENE”

Dividiré esta homilía en tres partes:

  • Orar es exceder los propios límites y no un “regateo”,
  • Orar es descubrir los poderes del Espíritu que se nos ha dado
  • La oración es una cita… con intercambio de dones

Orar es exceder los propios límites y no un “regateo”

Cuando un ser humano ora excede sus propios límites. Se reconoce limitado, necesitado. Quien ora invita a Dios a actuar. La oración de Abraham consistía en regatear con Dios. La oración que nos enseñó Jesús fue diferente: nuestro Dios conoce todo lo que deseamos… hay que confiar en Él y dejar a Dios ser Dios.

No hay que “pedirle a Dios que nos dé lucidez”, sino “descubrir que somos lúcidos en la medida en que conectamos con la Presencia divina que nos habita”.

La oración no es un regateo sino una“toma de conciencia” de nuestro verdadero ser, que es divino. No hay que convencer a una deidad exterior, sino acallar el ego para permitir que se manifieste nuestro verdadero Yo, la presencia de lo Divino. “Vendremos a Él y haremos morada en Él”

Orar es descubrir los poderes del Espíritu que se nos ha dado

El autor de la Carta a los Colosenses nos dice que, desde que nos adherimos a Jesús por la fe y el bautismo, algo muy importante ha muerto en nosotros y algo muy importante vive en nosotros. Se nos ha concedido un principio de vida, de Vida. El Espíritu de Jesús nos habita, nos hace vivir. La sentencia condenatoria ha quedado eliminada. Dios no tiene nada en contra de nosotros. Todo lo que queda es su corazón es amor, compasión, amistad, alianza indisoluble.

Quien, teniendo ojos, los mantiene constantemente cerrados, ¿cómo podrá ver? Quien, teniendo pies, permanece siempre sentado o acostado en la cama, ¿cómo podrá disfrutar del gozo de la automoción y del desplazamiento? Con el bautismo hemos recibido una nueva capacidad. Pero hay que ejercitarla. Quien lo hace se convierte en una “nueva criatura”.

La oración es una cita… con intercambio de dones

Quien ora construye una casa a la que invita, como huésped, al mismo Dios. Quien ora reserva un tiempo de su día para celebrar la fiesta más misteriosa: la fiesta del encuentro con su Dios.

Cuando oramos, nuestro cuerpo se convierte en un templo, en una casa de acogida, en un tiempo sublime, arrancado a lo profano. En este lugar y en ese tiempo citamos a Dios y Él acude a la cita. Pero no viene con escolta, ni con boato. No le preceden los truenos y los relámpagos. No viene con Él su corte de Tronos y Dominaciones, Principados y Potestades. No vienen con Él los encargados del protocolo divino, los liturgistas del cielo. Llega Él solo. Y el título que utiliza para el encuentro es solamente éste: ¡Padre!, ¡Madre!, ¡Abbá! Lo que entre Él y nosotros se produce es entonces un encuentro entre el Papá y su niño o su niña. Orar es producir un encuentro familiar, íntimo, entrañable, entre el papá y el hijo o hija, entre mamá y su pequeño o pequeña.

Eso hacía Jesús cuando oraba. Eso les enseñó a sus discípulos y discípulas. El Abbá siempre acude a la cita. Le encanta manifestarse a sus hijos e hijas. Es Abbá bueno que perdona, que alimenta, que provee a todo y no abandona a los hijos que se sienten de verdad hijos.

José Cristo Rey García Paredes, CMF

DOINGO 16. TIEMPO ORDINARIO. CICLO C

HOSPITALIDAD: LA VIRTUD EN TIEMPOS DE GLOBALIZACIÓN

Dividiré esta homilía en tres partes:

  • La hospitalidad: la virtud del mundo global.
  • La misteriosa hospitalidad de Abraham.
  • Aprender la hospitalidad: en Betania… Marta y María.

La hospitalidad: virtud del mundo global

La hospitalidad es un lazo que une a quien acoge y a quien es acogido. El anfitrión y el huésped se definen mutuamente y no existen el uno sin el otro. El huésped, aunque ausente, siempre puede llegar y reclamar el derecho a ser recibido; el anfitrión, por su parte, siente la responsabilidad moral de abrir las puertas, incluso ante lo inesperado.

La hospitalidad nace de un compromiso ético profundo: el de reconocer y acoger al “otro” sea quien sea, sin condiciones ni prejuicios. Hay culturas en que el huésped es tratado con veneración y misterio: no se indaga sobre su origen o identidad: ¡representa a cualquier ser humano!

El huésped puede incluso ser un dios enmascarado, un ángel desconocido o un símbolo de lo divino. Mitos y religiones cuentan cómo los dioses adoptan formas humanas y piden ayuda, enseñando que al acoger al extraño se honra lo más alto de la humanidad y lo divino. En la hospitalidad “el otro” es recibido como una presencia misteriosa y sagrada. Por eso, la carta a los Hebreos dice “que algunos habían hospedado ángeles sin saberlo (Hb 13,2).

La misteriosa hospitalidad de Abraham

Hospitalidad hacia Jesús, el misterioso Hijo de Dios

Pasaron los siglos, y los seres humanos tuvimos la oportunidad de acoger a un misterioso personaje, el hijo de María, el Hijo de Dios. Muchos lo rechazaron y hasta lo condenaron a muerte. Otros lo acogieron e incluso lo siguieron. Y a quienes lo acogieron les dio el poder de ser hijos de Dios, el don de la bienaventuranza, la filiación divina por medio de su Espíritu.

Paradigma de hospitalidad fue la conducta de las dos hermanas Marta y María respecto a Jesús: Marta entendía la hospitalidad como un agitado afán para atender a Jesús y sus discípulos. María entendió la hospitalidad como sentarse ante Jesús y maravillarse de sus enseñanzas y gestos. Lo que Jesús pretendía en Betania no era tanto ser servido, sino ser acogido. María lo entendió al colocarse a sus pies.

Pasado el tiempo, también Marta comprendió la hospitalidad, no tanto María. Cuando Jesús se acercaba a Betania Marta salió presurosa a su encuentro. Y acogió a Jesús como nadie hasta entonces. María, sin embargo, se quedó llorando en casa la muerte de Lázaro.

Conclusión

La hospitalidad cristiana se entiende como la actitud de acoger al otro, al extranjero, con generosidad y amor, reconociendo en cada persona la presencia de Cristo. Significa responder a las necesidades del prójimo—dar de comer al hambriento, acoger al forastero y recibir al otro como si fuera el mismo Jesús—poniendo en práctica el mandamiento del amor al prójimo.

José Cristo Rey García Paredes, CMF

DOMINGO 15. TIEMPO ORDINARIO. CICLO C

¡AMA Y… TENDRÁS VIDA!

Dividiré esta homilía en cuatro partes:

  • El arte de amar es el arte de vivir
  • Entrar en la vida
  • Ser prójimo o no serlo
  • Aproximarse… pero ¿a quién?

El arte de amar es el arte de vivir

Dios es Amor. Dios es el gran experto en el arte de amar. Ese el objetivo de sus mandamientos: generar alianzas de amor. Así lo proclama hoy la primera lectura del Deuteronomio: un verdadero manual sobre el arte de amar: ¡Escucha…! ¡Amarás!

El primer mandato no es ¡amarás!, sino ¡escucha! ¡está atento! Porque nuestro amor es respuesta, no iniciativa. Escuchando y atendiendo todo lo que nos rodea, descubriremos que somos amados por Dios. Contemplando su amor, aprenderemos a corresponder: amor con amor se paga. El amor a Dios no es iniciativa nuestra, sino respuesta a su amor inmenso hacia nosotros.

Entrar en la vida

Un escriba le preguntó a Jesús -para tentarlo- qué hacer para entrar en la vida. Su pregunta asumió la perspectiva del “hacer” y de la “obligación” (“qué hay que hacer”). El escriba le respondió con las cláusulas de la Alianza de Dios con su Pueblo, precedidas por el “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, toda tu alma, todo tu ser”. Jesús alabó su respuesta y su conducta

Ser prójimo o no serlo

Nos viene bien la pregunta que el escriba le hizo a Jesús, para justificarse: ¿quién es mi prójimo? No le preguntó “¿quién es mi Dios para que yo lo ame?”, sino: ¿quién es mi prójimo? ¿A quién debo amar? Un podría esperar una respuesta como: “tu prójimo es tu esposa, tus hermanos judíos, tus compañeros de trabajo…”. Sin embargo, Jesús le respondió con la parábola del samaritano y una frase única: ¡hazte prójimo!, ¡aproxímate! ¡Acércate!

Aproximarse… pero ¿a quién?

El sacerdote y el levita de la parábola, ¡no se acercaron! ¿Su cargo se lo impedía? No solo eso, sino -sobre todo- su falta de compasión y su dureza de corazón. En cambio, el samaritano-hereje se vió invadido por la compasión e hizo por el herido todo aquello que había que hacer para salvarlo.

Quien se hace prójimo -se acerca- al necesitado, se convierte en el mejor instrumento y presencia de Dios para dar vida.

El samaritano tuvo que interrumpir su plan de viaje; puso gratuitamente a disposición del necesitado sus cuidados, incluso al mesonero le anticipó un dinero para que él lo cuidara.

Conclusión

“Ama y tendrás vida”. Seamos cercanos a cualquier necesidad que descubramos a nuestro alrededor. Hagamos del amor compasivo nuestra arma más poderosa.

Muchas veces hay que amar a oscuras, en la fe, en la fidelidad más descarnada. Pero, al final, el amor vencerá, porque no podrán anegarlo los ríos, ni la muerte podrá acabar con el amor.

José Cristo Rey García Paredes, CMF