Domingo 6 Pascua Ciclo C (22 Mayo ’22)

LAS NUEVAS PRESENCIAS DEL RESUCITADO


 

               «Ahora que estoy a vuestro lado»… Jesús les da sus últimas recomendaciones y también algunos regalos como despedida. «Me voy y vuelvo a vuestro lado». Ciertamente que es una despedida enigmática: «Me voy y vuelvo». Seguramente que en aquellos momentos no entendieron nada de nada. «Me voy al Padre», pero vuelvo a vuestro lado». Lo entenderían mucho después. 

               Jesús les explicó distintos modos de su nueva presencia. Estará junto al Padre, pero a la vez estará con sus discípulos, nosotros. Podríamos decir: a partir de ahora vais a experimentar en vosotros mi presencia, pero de otra manera. Y también: vosotros vais a ser «el lugar»  donde los hombres podrán encontrarme. Ambas cosas.  ¿Dónde o cómo será esto? Nos interesa mucho, porque esto es lo que llamamos fe: la experiencia viva de la Presencia del Señor que se encuentra conmigo… sin dejar de estar con el Padre.

Enumero estas presencias, sin orden de prioridad. No se trata de «alguna de ellas», sino de todas juntas, complementándose entre sí, sin excluir ninguna:

+ Primero: Jesús les ha anunciado que «cuando dos o más de ellos se reúnan en su nombre allí estará en medio de ellos». Quiere decirse que la comunidad fraterna, el grupo de apóstoles que se aman entre sí, que se reúnen en su nombre, que dan testimonio del Resucitado, que oran juntos, que comparten sus bienes, que meditan y disciernen juntos, que parten juntos el Pan… es el «lugar» de su presencia, donde acudiremos para encontrarle.

+ Segundo: La Eucaristía. Sobre todo se refiere a celebrar juntos la Cena del Señor. Los hermanos compartiendo el mismo pan y la misma mesa, con un solo corazón y una sola alma, unidos entre sí. A ello se refiere insistentemente usando el verbo «permanecer». El que permanece en mí, el que está unido a mí como la vid a los sarmientos, el que come de este pan…

+ Tercero: El pobre, el enfermo, el hambriento, el emigrante, el preso son también sacramentos de Jesús. Son lugares sagrados donde, al acogerlos estamos acogiendo al mismo Jesucristo. Recordáis, ¿no? Tuve hambre, sed, estuve enfermo… y me acogisteisLa caridad como atención, servicio, atención, compañía, alivio… son la ocasión de poder encontrarnos con él. Algunos preguntarán «cuándo te vimos en esa situación»? Pero los suyos sí que lo sabemos. «Cada vez que… conmigo lo hicisteis».

+ Cuarto: «Haremos morada en él». El interior de cada uno es el lugar habitado por el Espíritu de Jesús. En lo más profundo de ti mismo, en lo mejor de ti mismo, en el fondo de tu ser, de tu conciencia… puedes experimentar su presencia vivificadora, luminosa, fortalecedora. La oración personal, cerrando la puerta de tu cuarto y escuchando en silencio, te permitirá escuchar su voz. Somos templos de Dios, como dejó dicho San Pablo.

+ Y quinto: «El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él». La Palabra de Jesús guardada en el corazón. Precisamente el Evangelio de hoy insiste en ello. 

         Los católicos tenemos bastante clara la presencia de Cristo en la Eucaristía, y nos provoca sincera devoción y para muchos es el centro de su vida espiritual. Sin embargo, debiéramos profundizar y dar mayor relevancia a las otras presencias indicadas.  En particular voy a referirme a la última, ya que nos ha dicho hoy Jesús: «El que me ama guardará mi palabra». El Concilio Vaticano II, citando a San Jerónimo, nos recuerda: «La ignorancia de las Escrituras es ignorancia de Cristo» y añade: «Recuerden que a Dios hablamos cuando oramos, a Dios escuchamos cuando leemos sus palabras».

Os aliento a que acerquéis a vuestra vida la Palabra de Dios. Es Dios mismo quien nos habla. Todos los días, en el inicio del día, en medio o por la noche, leamos, escuchemos y meditemos un texto de la Palabra de Dios, pues no solo experimentaremos cómo Dios habla, sino que encontraremos esa Palabra que todos necesitamos para hacer el camino de nuestra vida y que viene de Dios mismo, que es Palabra hecha carne.  Cuando nos acercamos a la Palabra, nos acercamos a Cristo. Todos los seres humanos están deseosos de una palabra que les dé salidas y ofrezca caminos, ¿cómo no desear que Cristo nos hable, si Él es la Palabra definitiva, clara, contundente, viva, que Dios dice a toda la humanidad?  (+Carlos Cardenal Osoro, arzobispo de Madrid, 23 Mayo 2019)

                 No podemos escuchar o leer la Escritura como un libro más. No. Es Palabra de Dios, en la que Él comienza un diálogo con nosotros en lo más profundo del corazón. Como escribía san Agustín después de una larga vida de búsqueda: «he llamado a la puerta de la Palabra para encontrar finalmente lo que el Señor me quiere decir». 

            No tardaremos en celebrar la fiesta grande de los Hijos del Corazón de María. Ella, como amaba tanto a Jesús, guardaba su Palabra, meditándola en lo más profundo de sí misma. Demos a la Palabra de Jesús el lugar que se merece: leámosla en nuestra oración personal, preparemos la Misa leyendo antes las lecturas, estudiémosla (no es un libro fácil)… 

Termino con unas palabras de un santo padre de los primeros siglos de la Iglesia: 

Lo mismo que prestamos atención para que no se nos caiga al suelo nada de nuestras manos cuando se nos entrega el Cuerpo de Cristo, así tenemos que prestar atención, a fin de que no caiga de nuestro corazón la palabra de Dios que generosamente se nos da, lo cual sucede si pensamos en otra cosa o nos ponemos a hablar (en vez de escuchar). Quien oyese con negligencia la palabra de Dios, no sería menos culpable que el que hiciese caer por tierra, por negligencia, el Cuerpo de Cristo. (Cesáreo de Arlés, 543)

Enrique Martínez de la Lama-Noriega, cmf .
Imagen superior Red Mundial Oración del Papa. Imagen inferior Isabel Guerra

Domingo 5 de Pascua Ciclo C (15 Mayo)

EL AMOR,
MANDATO Y SEÑAL


El Verbo de Dios es quien nos revela que Dios es amor (1Jn 4,8), a la vez que nos enseña que la ley fundamental de la perfección humana, es el mandamiento nuevo del amor. Así, pues, a los que creen en la caridad divina les da la certeza de que abrir a todos los hombres los caminos del amor y esforzarse por instaurar la fraternidad universal no son cosas inútiles (Gaudium Spes 38)

 

                Después de una vida como la suya, tan llena de gestos, de compromisos, de opciones valientes, de renuncias… Una vida en la que fue dejando amigos por doquier,  con momentos de intensa alegría; con espacios de silencio para contemplar, descubrir, sorprenderse, profundizar en los acontecimientos y reposar las cosas delante del Padre; con buenos recuerdos compartidos o saboreados a solas… cabría esperar de Jesús un «testamento» largo, profundo, denso…

          Pues cuando Judas -símbolo del desamor, de la traición, de la incapacidad para crear comunidad, para acoger el amor gratuito- «sale»… Jesús sabe que su Hora está cerca y es cuando nos deja su último mensaje, su Testamento.

Habla principalmente de dos cosas: De «mandamiento» y de «señal».

En este momento no sugiere, ni propone, ni invita: MANDA.
– Manda porque parece la única forma de que se nos quede grabado en nuestra conciencia.
– Manda porque sabe lo débiles que somos, y las simples «invitaciones»… no solemos tenerlas muy en cuenta.
– Manda porque sabe que nos atrapan los mil y un «mandamientos indiscutibles» de la sociedad y de la cultura en que nos movemos: Gasta, disfruta, no te fíes, esconde, disimula, sube, vence, destruye, acapara, aparta, descarta, y tantos otros, etc (todos «imperativos», mandatos).
               Manda algo que, a primera vista, «no se puede mandar», porque nuestros sentimientos son lo más caprichoso, inconstante, cambiable, y rebelde que puede sentir el ser humano. No los elegimos, y no depende de nosotros tenernos o no tenerlos. Es imposible, a base de voluntad y de esfuerzo sentir cariño por personas que nos resultan indiferentes, que no nos «caen», con las que tenemos poco en común o que directamente no tragamos… Esto no se puede mandar, porque no está en nuestra mano obedecer.
            ¿Cómo podemos mostrar amor por los «Judas» de nuestra vida, que nos han hecho tanto mal? ¿Cómo podemos amar a esas «personas tóxicas», cuya presencia nos daña, nos desgasta, nos hace perder la paciencia y los nervios, nos fastidian…?
¿Cómo puede mandarnos que arranquemos de lo más profundo de nuestro corazón la rabia, el rechazo, el odio, la venganza o la simple indiferencia? Ya quisiéramos, pues lo cierto es que estamos convencidos que se es más feliz sin almacenar tanta basura en el corazón… pero pocas veces somos capaces de reciclarla o eliminarla por nosotros mismos. 
Y resulta que aquello que sólo haríamos por una persona muy especial para nosotros… nos MANDA hacerlo con todos y cada uno de los que encontramos en el camino. Nos manda amarnos unos a otros. No se trata de ser educados y correctos o amables (que no sería poco). «Como Yo os he amado». Es decir: nos MANDA amar hasta dar la vida. ¿No es demasiado? Nos manda/reta a la transformación más radical y profunda. Se trata de un «MANDAMIENTO» muy especial por lo difícil, porque es imposible.

            Pero hay que tener muy en cuenta que Jesús les dice todo esto «al final», cuando se está despidiendo de sus discípulos. Jesús durante toda su vida les ha estado enseñando, acompañando, ayudando, corrigiendo, haciendo crecer… sin ponerles condiciones. Ellos han sido los primeros en experimentar personalmente los «efectos» de un amor así. Y por lo tanto, parece lógico CORRESPONDER a ese amor, tratar de amarLE del mismo modo. Pero Jesús hace un desplazamiento impresionante, sorprendente: Que el amor que sentiríamos por él, el agradecimiento y la acogida de todo lo que él es y hace por nosotros… lo volquemos sobre los hermanos, sobre la Comunidad de Discípulos. «Si me amas»…. «amaos». 

Todos florecemos cuando nos sentimos amados porque “el amor echa y nos invita a echar raíces en la vida de los demás. Nos pertenecemos los unos a los otros y la felicidad personal pasa por hacer felices a los demás. Todo lo demás es cuento. Cuando las personas no amen más, será verdaderamente el fin del mundo, porque sin amor y sin Dios ningún hombre puede vivir en la tierra (Papa Francisco en Rumanía, 2019)

         Y sólo sería «mandamiento» en la medida en que hayamos experimentado la 2ª parte de la frase «como yo». Cuando alguien se siente amado, se sabe amado… se hace capaz de amar, desborda sobre otros su amor. Y en el caso de Jesús muchísimo más. Esta es la clave de su «mandamiento»: TRANSMITIR LO QUE HAYAMOS RECIBIDO Y EXPERIMENTADO DE ÉL. Si nos hemos sentido acompañados, sanados, perdonados, regalados, etc por él… seremos capaces de hacerlo con los otros. Será su Amor en nosotros el que sea capaz de amar así. 

            Luego asocia el «mandamiento» con una «SEÑAL». Una señal que hemos de ser nosotros. La señal de que somos de los suyos y que hemos aceptado como Padre a su mismo Padre y hemos experimentado su amor… está en el trato hacia los hermanos, en que nos pongamos a amar. También lo podemos decir al revés: Si no amamos, no podrán reconocer quién es nuestro Padre ni nuestro Maestro.
Para que otros sepan que somos discípulos, amigos de Jesús, no podemos presentar ningún carnet, ni vale el certificado de bautismo,  ni recitar de memoria el catecismo entero (que ya es difícil)… ni que demos la lata a familiares y conocidos diciendo que lo somos… En el empeño y en el estilo de amar es donde podrán detectar quiénes somos realmente.

                Como somos débiles, a veces seremos señal y otras dejaremos de serlo, y puede que incluso seamos un anti-signo. Puede que alguna vez seamos una potente antorcha, y y otras una humilde cerilla en medio de la noche. Nos amaremos unos a otros como buenamente podamos, poniendo en ello alma, corazón y vida.A veces puede ser suficiente con una sonrisa, y otras con el cansancio a flor de piel, a veces con esfuerzo y a veces con desesperanza. Pero nunca amaremos todo lo que podemos, ni tal como él nos amó. Nos reconocerán como discípulos suyos en que nunca nos cansemos de intentarlo.

             Y cuando ya no podamos, cuando nos resulte imposible, acudiremos a Él, para pedirle que nos haga experimentar con más fuerza ese mor suyo. Ese Amor que llamamos ESPÍRITU SANTO y que él nunca niega a quienes se lo piden. Esta ha de ser nuestra oración principal e incansable. Sólo el Espíritu nos hará ser lo que realmente somos: hijos, hermanos y discípulos.

Quique Martínez de la Lama-Noriega, cmf  Imagen inferior JL Saborido

Nota: En Madrid la Fiesta de san Isidro se traslada litúrgicamente al Lunes 16 de Mayo, en las Eucaristías de la mañana. No es «de precepto».

Domingo 4 Pascua Ciclo C (8 Mayo ’22)

PASTORES CON EL BUEN PASTOR


Lema Jornada Oración por las vocaciones: «Llamados a edificar la familia humana«

 

        El de hoy es uno de esos pasajes evangélicos ante los que es mejor callar, dejarlo que se nos meta y nos cale; es mejor contemplarlo y disfrutarlo, sin que se nos metan por medio las ideas. Es un Evangelio sobre todo para sentir el cariño de Dios, lo que él hace por nosotros, lo que él es, cómo le gusta comportarse con nosotros. 

¿Que cómo es Dios? Fíjate:

 ~ TIENE OJOS ATENTOS Y VIGILANTES  que miran a todas partes, especialmente a sus ovejas, y no hay nada que se le esconda. Podemos gozar sabiendo que él nos mira. Me mira. «Tan grande Señor» está pendiente de una pobre oveja.
                 Nos dicen los evangelios que su mirada le hizo darse cuenta de que la gente que le seguía estaba cansada, hambrienta, como ovejas sin pastor. Y se puso a enseñarles con calma. Y multiplicó para ellos el pan. Su mirada supo captar la profunda tristeza de la viuda de Naim que había perdido a su único hijo. Y se lo devolvió vivo. Sus ojos se cruzaron con los de Zaqueo, oveja perdida, y se fue a recuperarla a su propia casa. O la mirada cariñosa al joven rico…

               Si dejas que te mire te sentirás seducir: ¿Qué tendrá su mirada, que es capaz de hechizar a sus discípulos, que lo dejan todo por irse con él? Mateo/Leví o Pedro podrían contarnos muchos detalles. Pues es una mirada que sabe leer el fondo del corazón y llenarlo de paz desbordante. Su mirada de amor siempre nos alcanza, nos conmueve, nos libera y nos transforma, haciéndonos personas nuevas.

           Una mirada que busca horizontes nuevos, porque sabe que no nos conviene estar siempre en los mismos pastos, en la misma orilla, en la misma tierra. Nosotros tenemos la mirada demasiado corta (como las ovejas), demasiado agachada. Pero él ve más lejos, más arriba, más adentro… Y se va por delante, tirando de nosotros, acompañando, cuidando… 

              Esta es la dinámica de toda vocación: somos alcanzados por la mirada del Señor, que nos llama a todos. Ve potencialidades en cada uno de nosotros, que incluso nosotros mismos desconocemos, y actúa incansablemente durante toda nuestra vida para que podamos ponerlas al servicio del bien común

            Así es la mirada de todo «pastor bueno»: Se da cuenta, sabe mirar «dentro», pone en camino, abre horizontes, busca soluciones, recrea…. Aprendamos a mirarnos unos a otros para que las personas con las que vivimos y que encontramos puedan sentirse acogidas y descubrir que hay Alguien que las mira con amor y las invita a desarrollar todas sus potencialidades. Mirar a los otros con los ojos de Dios.

 ~ TIENE FINOS OÍDOS Y GRAN CAPACIDAD DE ESCUCHA. Distingue la voz de cada uno de nosotros, y capta enseguida nuestras necesidades, incluso aquellas que ni siquiera nosotros tenemos muy claras ni sabemos expresar. Le llegan siempre nuestras plegarias y aguza el oído para comprender hasta los más escondidos sentimientos. Su oído está especialmente educado para descubrir los peligros que nos acechan: los aullidos lejanos de los lobos, el gemido de la oveja que se perdió, o las nubes que se arremolinan preparando la próxima tormenta. 
Y sus ovejas aprenden de él a escuchar. Escucharle a él, y escuchar también a los otros.  No es fácil esto de escuchar. No es fácil escuchar como él:

                  + La suya es una escucha «afectiva», que conecta conmigo, se deja afectar por lo mío, se implica, que capta cómo estoy, y me ayuda a comprender lo que necesitan de mí, lo que tengo que cambiar, a dónde tengo que moverme… Tan importante es esto de escuchar que Dios lo pidió a Israel al comienzo de los tiempos: «Escucha Israel»… Su voz, su Palabra, nos libera del egocentrismo, es capaz de purificarnos, iluminarnos y recrearnos. Pongámonos entonces a la escucha de la Palabra, para abrirnos a la vocación que Dios nos confía a cada uno. 

                      + Y es una escucha guiadora… que se convierte en llamada y en «seguimiento» por nuestra parte. Una escucha que me hace «conocer» a fondo. «Conocer» en el mundo bíblico significa «establecer una profunda relación personal con alguien». Las ovejas «conocen» al pastor, y el pastor a sus ovejas. Y ellas también procuran «conocer» a los otros de manera similar. Aprendamos a escuchar a los hermanos en la fe, porque en sus consejos y en su ejemplo puede esconderse la iniciativa de Dios, que nos indica caminos siempre nuevos para recorrer.

               Se trata de un reto importante. El Papa espera de los pastores que «huelan» a oveja, que conozcan «de primera». No es lo mismo «conocer» desde un despacho, tener informes, estadísticas, que te cuenten otros las cosas… a dejar que las situaciones te «toquen» estando presentes en ellas. No es lo mismo leer noticias sobre la guerra de Ucrania que acoger debidamente a los refugiados. 
                 Buena parte del tiempo del Buen Pastor ha de estar dedicado a «mancharse», escuchar, acompañar, atender… especialmente a las ovejas heridas. Cuánto me cuesta preparar estas homilías, al desconocer la realidad de las personas que la leen, o las que participan en una celebración, con tantos rostros anónimos delante…

              Un último punto por no extenderme más: El Buen Pastor es también «Cordero». Nos lo ha recordado la segunda lectura. Y los pastores, los que tenemos encomendada esa responsabilidad dentro de la Comunidad cristiana… también somos ovejas. Y también, a menudo… nos cansamos. Decía el Papa Francisco: 

Nuestras tareas implican nuestra capacidad de compasión, nuestro corazón es «movido» y conmovido. Nos alegramos con los novios que se casan, reímos con el bebé que traen a bautizar; acompañamos a los jóvenes que se preparan para el matrimonio y a las familias; nos apenamos con el que recibe la unción en la cama del hospital, lloramos con los que entierran a un ser querido… Tantas emociones, tanto afecto, fatigan el corazón del Pastor.  Para nosotros sacerdotes las historias de nuestra gente no son un telediario: nosotros conocemos a nuestro pueblo, podemos adivinar lo que les está pasando en su corazón; y el nuestro, al compadecernos (al padecer con ellos), se nos va deshilachando, se nos parte en mil pedacitos…

                     Recordando a san Agustín: «con vosotros soy oveja, para vosotros soy pastor». Y por tanto, qué importante resulta la cercanía, el afecto, el interés, el acompañamiento, los pequeños detalles, la paciencia, la corrección fraterna… También necesitamos ser «cuidados». Jesús cuidaba de los suyos, pero también él necesitó el cuidado, la cercanía, la amistad, el descanso con los suyos… 

          Invoquemos la luz del Espíritu Santo para que cada pueda encontrar su propio lugar y dar lo mejor de sí mismo en este gran designio divino. Amén

Quique Martínez de la Lama-Noriega, cmf 
teniendo en cuenta el Mensaje del Papa para esta jornada

Domingo 3 de Pascua Ciclo C (1 Mayo ’22)

ECHANDO LAS REDES A DESHORA


(Si pinchas arriba en «domingo 3 de Pascua» podrás leerlo mejor y dejar tus comentarios abajo. Gracias a quienes lo hagan)

         Con el desconcierto causado por la muerte del Maestro, parece que los discípulos se han olvidado de aquellas palabras suyas: «Mientras es de día tengo que hacer las obras del que me ha enviado: viene la noche y nadie podrá hacerlas. Mientras estoy en el mundo, soy la luz del mundo». Ya no está Jesús y por lo tanto es «de noche». No solo cronológicamente, sino afectivamente e incluso «laboralmente». Cuando falta la luz, cuanto falta su presencia, la actividad es inútil. Especialmente la actividad pastoral.

           Es frecuente que haya «noche» en nuestras vidas. Pueden ser tantas las causas: una crisis personal, una etapa de desencuentro, de incomprensión o de rechazo, fracasos, desengaños, enfermedades, sufrimientos de cualquier tipo, cuando el trabajo se vuelve rutinario o sin sentido, cuando nos embarga el pesimismo, la depresión, el sentimiento de soledad… 

               A veces la «noche» es social: podemos ver la polarización en lo político, el desánimo y el cansancio por la pandemia, la desesperanza por las guerras que no terminan, la inflación en los precios… Y también parece que la noche nos «pilla» a los cristianos: proyectos muy trabajados que no consiguen apenas nada, falta de respuesta en las convocatorias pastorales, cristianos que se alejan de la Iglesia por distintas razones, las reformas que no consiguen reformar…

           Todas ellas dejan una gran sensación de «vacío», de miedo, de tristeza, porque, como Pedro, seguimos saliendo a pescar «como siempre» hemos hecho, como si no hubiera pasado nada. Recuerda uno cierta canción de tiempos jóvenes, en que se decía: «porque hay muchos hombres que hablan en su nombre, pero no le dejan hablar a él; porque hay muchos hombre que se reúnen en su nombre… pero no le dejan entrar a él.» Sin la presencia y los criterios del Resucitado, los esfuerzos resultan infructuosos: «Muchachos, ¿tenéis pescado? ¡Pues no!».

              No es poco reconocer abiertamente que no tenemos pescado, que nos hemos cansado en viento y en nada (Isaías 49, 1-6). Y es significativo que es entonces cuando se presenta el Resucitado. Así ha ocurrido otras veces: sale al paso de la angustia de Magdalena, del desencanto de los caminantes de Emaús, del miedo de los discípulos encerrados en el cenáculo, de las dudas de Tomás, de la rabia de Saulo… La necesidad y el malestar abren las puertas al encuentro. Quien se siente lleno, quien obtiene resultados de sus esfuerzos… no necesita ningún Señor. Sólo los pobres, los que lloran, los que tienen hambre y sed, los que necesitan misericordia, los perseguidos, los que no tienen pescado… se encuentra en condiciones de recibir una «visita» del Señor…, que llega «pidiendo». Pues no tenemos nada que ofrecerte, sólo nuestro vacío y cansancio. 

Y entonces reciben sus instrucciones: «echad la red a la derecha y encontraréis». 
¡Pero si es de día! Todos «saben» que el tiempo de pescar es por la noche. No tiene sentido salir a echar ahora las redes… «Los discípulos no sabían que era Jesús». Sin embargo deciden hacer caso a las palabras de aquel desconocido, se abren a la sorprendente novedad/petición de echarse al mar «al amanecer»… Y las redes se llenan de peces grandes. Al verlo… sólo el discípulo a quien Jesús amaba, exclama: «¡Es el Señor!». Dos reacciones distintas ante un mismo hecho. Pero sólo el amor permite interpretar y reconocer que el resultado se ha debido al Señor. Menos mal que el bueno de Pedro se deja iluminar por el discípulo amado y se lanza al agua. Al seguir sus instrucciones han conseguido estupendos resultados… pero sobre todo han encontrado al Señor.

             Al llegar a tierra, Jesús les ha preparado pan y pescado para comer juntos. Pero quiere contar con lo que ellos mismos han conseguido. La comunión que Jesús busca con sus discípulos, precisa también que ellos «pongan algo de su trabajo», como ocurre en nuestras celebraciones eucarísticas: «… y del trabajo de los hombres, que recibimos de tu generosidad y ahora te presentamos». El Señor nos ha preparado el fuego, la mesa, el pan y el pescado… y nosotros le entregamos de nuestros peces y de nuestro trabajo. Sólo así se hace posible la comunión/Comunión.

Te doy gracias, Señor, porque estás aquí, conmigo 
aunque tantas veces no te reconozca: 
              en mi trabajo de cada día, cuando todo es luminoso y feliz… 
              pero especialmente en medio de mis noches y mis cansancios. 
Te presentas Resucitado, con la sencillez y la fuerza del Espíritu, 
pidiéndome cualquier cosa, ¡con lo vacío y necesitado que yo estoy! 
Pero es que… no hago las cosas a tu modo, no las hago contigo…
aunque pretenda hacerlas en tu nombre.

Aún me falta mucho para ser como Pedro, 
          que se lanza al agua porque te ha visto… y ya no piensa en nada más.
Me falta mucho para ser como el discípulo amado, que te descubre al  primer vistazo,
o como María Magdalena, que te busca incansable
           y pregunta a quien sea hasta que te encuentra,
o como la de aquellos siete discípulos ha habían vivido a tu lado, 
y que echaron de nuevo las redes porque tú lo dices.
Yo creo que intuyeron que podías ser tú, aunque todavía no te reconocieran
         porque uno no hace caso de un desconocido
         que le pide cosas sorprendentes y novedosas.
Pero si tú lo dices, me echaré a pescar al amanecer
       y lanzaré las redes como y donde tú quieras.

Señor: Dame ojos para «ver» tus signos e interpretarlos: 
los signos de los tiempos, 
las huellas de tu paso misterioso por mis lagos, 
y en la creación: el agua, el fuego, la luz, la paz, 
el pan, los peces y el trabajo compartidos en la Eucaristía, 
la vida ofrecida generosamente, 
el corazón liberado de puertas y candados, 
el silencio y la perseverancia de mis hermanos consagrados, 
tu llamada permanente en los más pobres, 
la Comunidad que nace del Evangelio y destila aroma de Resucitado, 
los que oyen y obedecen tu voz resucitada cuando gritas «ven y sígueme», 
los enfermos que creen contra toda esperanza, 
el perdón sanador y recreador, 
los que están dispuestos a vivir una vida distinta, con sentido, regalándose…
Y mejor aún si haces de mí un signo humilde de la Vida que tú repartes y eres.
Tú, Señor, lo sabes todo. Tú sabes que te quiero.
Y yo sé lo que de mí esperas: Que apaciente tus ovejas.

Quique Martínez de la Lama-Noriega, cmf
Imagen Superior Alexander Andrews

Domingo 2 Pascua Ciclo C (24 Abril ’22)

LA RESURRECCIÓN DE LOS APÓSTOLES


 

                El Viernes Santo, se nos murió el Señor. Fue la primera vez, su muerte real. Y siempre que se nos muere el Señor es Viernes Santo, aunque estemos en cualquier otro tiempo litúrgico. No es raro que esto nos ocurra. Resulta que hemos conocido al Señor, que hemos escuchado a menudo su Palabra, que hemos compartido la mesa eucarística, que hemos hablado con él en nuestras oraciones, que hemos procurado caminar de su mano… Y, sin saber por qué, se presentan dificultades, «se nos llevan al Señor», no sabemos dónde lo han puesto, o nos vamos nosotros mismos de su lado… ¡Y nos quedamos sin él! ¡Se nos muere! O ¡Nos lo matan!

                Las lecturas de este domingo nos ayudan a reflexionar en que el Viernes Santo no sólo se murió el Hijo de Dios: también la Comunidad de los Discípulos quedó herida de muerte. Cuando el Señor no está… no sabemos hacer otra cosa que estar a la defensiva y con añoranzas. Así nos lo narra el evangelista:

 ♠  ERA EL ANOCHECER DE AQUEL DÍA. Cuando es de noche se siente más el frío, y la soledad y el miedo. Cualquier enfermo de un hospital podría contárnoslo. Pero la noche estaba sobre todo «dentro» de los discípulos: ¡Un  desconcierto total! ¿Y qué hacemos ahora, si ya no está el Señor con nosotros? 

      Pedro se había hartado de llorar por no haber sabido mantener su palabra de fidelidad, por no haber permanecido junto al Señor aunque le costara la vida. Ante las preguntas de una desconocida criada en un patio, se había encogido y había sentido temor y se había desmarcado del Maestro. 

      Los demás discípulos también huyeron, como ovejas sin pastor. También les remordía la conciencia: aquella sencilla y última petición del Maestro en el Huerto de los Olivos: «Velad y orad conmigo»... Se quedaron dormidos, y no le acompañaron en su angustiosa oración. Y cuando vinieron a por él quedaron desconcertados: no opuso la menor resistencia, ni les permitió defenderle de los soldados. Nada: Ni un milagro. Ni una palabra de protesta, ni una maldición… ¿Por qué no hizo algo? ¡Qué decepción! 

     También nos pasa a nosotros. El Señor sabe por experiencia y nos previene de que es importante: Orar para no caer en la tentación. Tanto, que lo incluyó en el Padrenuestro, que con tanta frecuencia repetimos… Pero a menudo nos puede el cansancio, la desgana, el ritmo loco de vida que llevamos… y terminamos fallando, se nos viene la noche encima, y por dentro. Nos propusimos sinceramente permanecer fieles al Señor, dar testimonio de que somos de los suyos, jugarnos la vida si hace falta… hasta que se presenta la ocasión y… ¡no sé de qué me hablan! ¡yo no le conozco! ¡No, yo ya no…! Hemos cometido un error, una traición, un pecado… y nos venimos abajo sin remedio. O nos llegan las  las decepciones cuando esperamos esa intervención milagrosa del Señor… que no llega. Querríamos un signo suyo, ver que es poderoso, que nos resuelve nuestros problemas… Y no. Dicen varios estudios que esta pandemia ha provocado un aumento de increyentes y agnósticos. El caso es que acabamos confundidos o desencantados o desanimados tanto como aquellos Once.

♠  LOS DISCÍPULOS EN UNA CASA CON LAS PUERTAS CERRADAS. Eso de los cerrojos nos va mucho. Y lo de encerrarnos también. Cuando las cosas se ponen mal, en lugar de buscar soluciones… nos encerramos a llorar, a lamentar, a buscar culpables…; nos aislamos de todo el mundo. Y atrancamos puertas y ventanas interiores, y procuramos tragárnoslo todo nosotros solitos. ¡Que no entre nadie!. Y nos envuelve la tristeza y el miedo. No a los judíos, claro, pero sí a la sociedad y al entorno cercano: Miedo o vergüenza a que sepan que soy creyente, o que no he sido fiel, o a compartir mi fe con otros hermanos, con mi familia, con mi pareja… Nos cuesta pedir ayuda a Dios y a los otros… Fácilmente se va apagando mi relación con Dios y crece la distancia con los otros. Quedan apenas algunos recuerdos, lamentos, tristeza…

♠  Pues en tales circunstancias el Resucitado se presenta, y «SE PONE EN MEDIO», que es donde le gusta estar, y donde debe estar. Es suya la iniciativa de «aparecer» cuando andamos así. También hoy, en este domingo, en este Templo, en nuestra celebración. Y lo hace con todo el poder de su Palabra y de su Espíritu, y nos ofrece una serie de palabras para que nos calen y transformen:

– Primero: ¡Paz a vosotros! Por dos veces lo repite: ¡Paz a vosotros! Cómo sabe el Señor lo que necesitamos. A lo mejor necesitamos que nos lo diga más veces. En todo caso acojamos esta paz, deja que esta palabra alcance hasta el último rincón de tus inquietudes, de tu corazón. Sólo él puede darnos la paz. ¡Paz! Y nuestras tensiones, ansias y agobios se irán serenando y disolviendo. Siempre que oramos, es la primera palabra que el Señor nos dirige: Paz. Cuando nos reunimos en comunidad: ¡Paz! Cuando estamos desconcertados: ¡Paz! Repítelo y mastícalo en tu interior, y déjale que actúe y te transforme.

– Segundo: Alegraos. Todo tiene salida. Dios está de nuestra parte. Y, aunque tengamos que sufrir un poco en pruebas diversas, la última palabra la tiene el Señor. La oscuridad, el fracaso, la injusticia, el pecado, la muerte… no tienen la última palabra. Podemos vivirlo todo con esperanza y confianza. La alegría profunda es un signo distintivo del cristiano que se ha encontrado con el Señor. Como al vidente de Patmos (segunda lectura), él pone su mano derecha sobre mí, diciéndome: «No temas; Yo soy el Primero y el Último, el Viviente; estuve muerto, pero ya ves: vivo por los siglos de los siglos». 

– Tercero: Como el Padre me envió, yo os envío. ¡Vaya una responsabilidad!  Resulta que después de nuestros fallos, traiciones, temores… el Señor nos «corresponde» abriendo puertas y ventanas, y haciéndonos salir  de nuestros encierros y seguridades. ¿Adónde, a qué? A hacer lo mismo que él hizo. Somos enviados de la misma forma que el Padre le envió. Hay que seguir dando a conocer y haciendo presente al Dios de la vida, al Dios de los pobres, al Dios del Amor. Y ya que Jesús se tomó en serio aquel encargo de su Padre, con lágrimas y sangre, porque nosotros los hombres lo necesitábamos, hoy confía y espera de nosotros lo mismo.

– Cuarto: Recibid el Espíritu Santo. Lo celebraremos más despacio el día de Pentecostés. Pero el Espíritu no vino sólo en aquel día, ni sólo en el Bautismo o la Confirmación… Siempre que andamos mal, siempre que tenemos una misión encomendada, siempre que el Señor nos encuentra en nuestra fragilidad herida, nos regala su Espíritu Santo, que es la Fuerza que a él le permitió ser un testigo del Padre desde el día de su Bautismo, y superar la noche de la entrega y de la cruz, que le sacó del sepulcro y le mantiene vivo hasta hoy… ¡es también nuestra fuerza! 

– Por último: a quienes les perdonéis los pecados... Si el Señor se presenta a sus discípulos, si el Señor nos visita en nuestras celebraciones, si nos permite acercarnos a su mesa aunque no seamos dignos, si cuenta con nosotros para seguir haciendo presente su Evangelio y extendiendo el Reino… es porque nos lo ha perdonado todo. ¡Estás perdonado! A pesar de todo perdonado. ¡Perdonados para perdonar! Reconciliados para reconciliar. 

A lo mejor estás pensando que no sientes esa paz del Señor, que no experimentas su profunda alegría, que no estás seguro de haber sido perdonado, que no te llega la fuerza del Espíritu Santo… Pues mira a Tomás y ten paciencia. Ya llegará tu turno. Entre tanto, confía, cree, y arrímate a los que ya lo han «visto» y espera y ora…

Quique Martínez de la Lama-Noriega, cmf 
Imagen superior Duccio di Buoninsegna

Domingo de Pascua (17 Abril 2022)

PASCUA: CADA COSA EN SU SITIO


 

  •  ¿Cómo dejaron las cosas «los hombres» en aquel Triduo, que fue culmen de la vida de un Justo, el Hijo de Dios entregado a la voluntad del Padre? 

– Por una parte los poderosos, los políticos, las autoridades religiosas, los manipuladores de masas, los ricos, los que no tienen escrúpulos, los que no quieren buscarse problemas, los que prefieren servirse de Dios y no servir a Dios…llevaron a Jesús hasta la fría tumba. Como han hecho siempre que han podido.

– Por otra parte, no podemos olvidarnos del silencio cómplice de los amigos («el silencio de los buenos», que decía Martin Luther King») y sus dudas, sus miedos y cobardía… O cómo las gentes se dejaron arrastrar tan fácilmente por el espectáculo, la manipulación y la superficialidad.

El resultado fue desolador. Aquel Hombre bueno había terminado mal, ante la satisfacción de unos pocos, el profundo dolor de algunos y la indiferencia de muchos.

  •  Pero ese Dios al que el Justo Jesús había gritado:«¿por qué me has abandonado?» decidió intervenir, quiso proclamar de parte de quién estaba. Quiso poner CADA COSA EN SU SITIO y dejar claro para el resto de la historia de los hombres:

+ dónde está la verdad y en qué consiste: «Yo soy la Verdad» 
+ dónde se encuentra el futuro: «Yo soy la vida» 
+ que la justicia (injusticia, mejor) de este mundo no coincide con la suya, ni aquélla tiene la última palabra, no «gana»
+ cuál es el estilo/proyecto de vida que tiene realmente «éxito», a pesar de los traspiés y zancadillas que se ponen tantas veces en nuestra historia 
+ qué es lo absoluto y qué lo relativo 
+ qué es lo pasajero, y qué es lo que permanece 
+ quiénes son los importantes, y quiénes quedarán descalificados y fracasados

  •  Y en cuanto a nosotros mismos, esto de la Resurrección de Jesús cambia mucho las cosas… hasta las más cotidianas:

+ Quien quiere «ganar» su vida (Marcos 8, 34) 
            vivir bien,
            acumular dinero o bienes,  
            tener éxito…
está perdiendo su vida, aunque consiga cierto bienestar en esta corta vida.

+ Quien pretenda entendérselas a solas con Dios
            en sus rezos y devociones, 
            en su proyecto de vida y en sus decisiones, 
            en sus compromisos personales y apostólicos,  
sin contar con los hermanos/comunidad, con los pobres, los desgraciados, los pequeños y sufrientes…  No está siguiendo el mismo camino de Jesús, ni es ésa la voluntad del Padre,  y corre el riesgo de situarse en el bando equivocado

+ Que la amistad con Jesús, («a vosotros os llamo amigos»), el amor a los hermanos, a ejemplo del suyo («amaos como yo os he amado»), la solidaridad y compromiso con los necesitados, han recibido del Padre un certificado de validez y eternidad, más allá de la muerte, con la resurrección de Jesús.

+ Que cada palabra y cada gesto de Jesús no son simples «ideas», teorías, normas, predicaciones de un Rabino o de un Profeta entre tantos otros, sino experiencias de vida que nos revelan y hacen entender el corazón de Dios; nos muestran «el» (y no «un») Camino de felicidad.  Y ya que él «se rebajó» tanto, se puso tan abajo, se hizo tan como nosotros… nadie puede decir que no puede llegar a ser como él, incluso más que él, porque nos ofrece la ayuda de su Espíritu para que hagamos obras como las suyas y aún mayores (Jn 14, 12).

  •  Por eso PODEMOS Y DEBEMOS SER INSTRUMENTOS DE LA PAZ QUE ÉL NOS DEJA 
Y DEVOLVER 
         bien por mal, 
         perdón por heridas, 
         amor por odio, 
         luz por oscuridad, 
         sencillez contra retorcimiento, 
         sinceridad contra oscuridad, 
         fraternidad en lugar de individualismo, 
         esperanza por desilusión y vacío, 
         austeridad y compartir en vez de derroche y egoísmo, 
         denuncia y compromiso contra conformismo o indiferencia 

  •  Por eso nosotros, los que nos hemos enterado de la Victoria de Jesús en la mañana de Pascua escucharemos, aprenderemos,  meditaremos, y haremos vida nuestra, cada Palabra y cada gesto de Jesús

+ Procuraremos orar juntos, discernir juntos, orar unos por otros, 
+ seguiremos compartiendo la Mesa para demostrar que «somos de Jesús», y lo haremos en memoria suya
+ Dejaremos de creer que lo más importante es «lo mío», para aprender a pensar, sentir y hacer cada día «lo nuestro» 
+ No estaremos tan pendientes de la imagen, 
           de la opinión de los demás, 
           de caer bien, de quedar bien, 
           de amoldarnos a la mayoría… 
Para ocuparnos más del «jardín interior», y de reflejar el rostro de Jesús que habita en nosotros.

+ Compartiremos mucho más nuestro tiempo, 
         nuestro dinero, 
         nuestras cualidades y responsabilidades (¡sinodalidad!, cómo no), 
         nuestros sentimientos, 
         nuestros proyectos, 
         nuestras debilidades y necesidades.

+ No nos dará vergüenza pedir perdón, ni celebrarlo juntos, ni pensaremos jamás que no tenemos remedio, o que todo está perdido.

+ Y casi todas las noches -casi-, y siempre en los momentos difíciles, diremos sencillamente: Padre, me pongo en tus manos.

  •  Por último, ya no nos pasa como a María Magdalena: no es que «Dios no está, se me lo han llevado, no sabemos dónde lo han puesto».  Sino: que «no está aquí», donde lo habíamos dejado, donde creíamos que estaba. Sino que va siempre por delante de nosotros, abriendo caminos, llevándonos más lejos… y también más arriba y más hacia dentro. 

¡Felicidades hermanos! Tenemos un tesoro y una promesa de Dios: «Cuando aparezca Cristo, vida nuestra, entonces también vosotros apareceréis, juntamente con él, en gloria».
Qué bien. ¡¡¡Aleluya!!!

Enrique Martínez de la Lama-Noriega

DOMINGO DE PENTECOSTÉS. CICLO B

LAS TAREAS DEL ESPÍRITU

         Podríamos hablar de una primera etapa en la Historia de la Salvación, protagonizada por el que luego llamaríamos con más propiedad el Dios Padre. Fue el comienzo de la revelación de Dios, en la que se va dando a conocer como el Dios Altísimo, el Dios Creador, el Dios de la nube, del rayo, del diluvio, el que libera de la esclavitud del faraón y conduce a la tierra de la libertad… 

     Vendría una segunda etapa en la que llega al culmen esa revelación de Dios por medio de su Hijo Jesucristo, haciendo presente germinalmente el Reino de Dios.  Podríamos llamarla la etapa del «Dios con nosotros», Dios uno de nosotros, Dios en medio de nosotros. El Hijo de Dios hecho carne frágil en Jesús nos ofreció las claves de la felicidad (bienaventuranzas), las claves para hacer de este mundo «otro», el Hijo de Dios empeñado en la comunión fraterna, y que nos dejó como testamento el «sed uno, amaos como yo, servid y lavaos los pies, acoged a los más pequeños»… Se trata del Hijo de Dios que venció el pecado, el mal y la muerte, y que es ya para siempre el Señor, sentado a la derecha del Padre… (Ascensión).

          Y llega por fin una tercera etapa. Podríamos llamarla la del «Dios en nosotros», o también la etapa de la Iglesia y de la misión.  En definitiva: el Tiempo del Espíritu.

    El Espíritu es el Gran Desconocido en el cristianismo Occidental. En una de sus homilías el Papa Francisco  comentaba: 

El Espíritu Santo es el gran olvidado de nuestra vida. Yo quisiera preguntaros: ¿cuántos de vosotros rezáis al Espíritu Santo? Es el gran olvidado, ¡el gran olvidado! Y Él es el Don, el Don que nos da la paz, que nos enseña a amar y que nos llena de alegría.              

           Ciertamente que rezamos el Padrenuestro, rezamos al Señor Jesús, rezamos a la Virgen y a los santos… Pero himnos como este tan bello que hoy nos acompaña en la liturgia, que es EL himno más antiguo al Espíritu Santo y que data probablemente del siglo XI, pocos lo saben, pocos lo usan. ¡Pocos se dirigen al «Dios-Espíritu» en su oración! 

     Aquí se dice que es el Padre amoroso del pobre, repartidor de dones, luz, consuelo, huésped del alma, tregua y brisa en los momentos duros, que reconforta en el duelo (en la muerte), y enjuga lágrimas, el que impide que el pecado nos derrote, que nos sintamos vacíos por dentro, riega lo que está seco, sana el corazón enfermo, doma a los espíritus rebeldes, guía al que se sale del camino, salva al que busca salvarse…  En definitiva: es TODO LO QUE DIOS HACE o puede hacer EN NOSOTROS HOY. La acción del Dios vivo en los seres humanos. 

         Y así empezaríamos por reconocer que «no sabemos orar como conviene» (Rom 8, 26-27), y a menudo intentamos manejar a Dios en nuestro beneficio, nos llenamos de palabrería, nos evadimos de la realidad. Pero dice San Pablo que «el Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad» y nos hace ponernos delante del Dios Padre y de su voluntad. Necesitamos pedirlo sinceramente, y el Padre «nunca lo niega a quien se lo pide» (Lc 11, 13). Y es bien importante aprender a descubrir la voluntad de Dios sobre mí (hasta lo decimos en el Padrenuestro), lo que tengo que ir eligiendo y decidiendo en mi vida, cómo distinguir la voz de Dios en mi conciencia, cómo reconocer su presencia en mi vida cotidiana y en nuestra historia. Es lo que se llama el discernimiento, que es una de las tareas del Espíritu.

    La presencia del Espíritu derramado sobre nosotros nos da ocasión para profundizar en la universalidad del mensaje del Evangelio y del amor de Dios («de toda raza, lengua, pueblo y nación», Apoc 5, 9). «Todos» los que lo reciben son profetas, portavoces de Dios, de modo que «cada uno los oímos hablar de las grandezas de Dios en nuestra propia lengua».  Y cada bautizado recibe dones y cualidades para el bien común (Segunda Lectura de San Pablo). Por eso, en este día dedicado al Apostolado Seglar, podemos afirmar que el «clericalismo» es un pecado contra el Espíritu Santo. Decía el Papa Francisco:

“Recuerdo ahora la famosa expresión: «es la hora de los laicos». Pues pareciera que el reloj se ha parado”. Todos ingresamos a la Iglesia como laicos,  puesto que el primer sacramento, el que sella para siempre nuestra identidad y del que tendríamos que estar siempre orgullosos es el del bautismo. Nos hace bien recordar que la Iglesia no es una élite de los sacerdotes, de los consagrados, de los obispos, sino que todos formamos el Santo Pueblo fiel de Dios. Hay que poner atención al clericalismo, que lleva a la funcionalización del laicado; tratándolo como ‘recaderos’, y coarta las distintas iniciativas, esfuerzos y hasta -me animo a decir- osadías necesarias para llevar el Evangelio a todos los ámbitos del quehacer social y especialmente político”. El clericalismo poco a poco va apagando el fuego profético que la Iglesia está llamada a testimoniar en el corazón de sus pueblos. El clericalismo se olvida de que la visibilidad y la sacramentalidad de la Iglesia pertenece a todo el Pueblo de Dios (cfr. LG 9-14) Y no solo a unos pocos elegidos e iluminados”.

         Sería, por tanto, oportuno e incluso urgente que revisáramos de qué manera estamos contribuyendo todos, conjuntamente, entrelazadamente, a la Iglesia de Jesús: qué aporto yo personalmente, cómo valoro y me relaciono cpm otros carismas, sensibilidades, espiritualidades, misiones… En el plano personal, parroquial, diocesano, nacional… Hay mucho clericalismo que superar. Pero también mucha pasividad en muchos bautizados y muchos «grupos» que trabajan por libre o incluso en contra de otros…

      Es el Espíritu el que nos ayuda a salir de nuestros encierros, de nuestro cristianismo anquilosado, que pretende seguir siempre igual, aunque todo cambie alrededor… sin arriesgarnos a buscar nuevos caminos y resùestas. No sé quién afirmaba que «hay peligrosas novedades, pero hay mas peligrosas antigüedades». Ese empeño por mantener lo de ayer por ser de ayer, y rechazar todo lo que suene a cambio, novedad, búsqueda, adaptación, renovación es miedo, comodidad, el no querer leer los «signos de los tiempos»… es rechazo del Dios-Espíritu Santo, que «hace nuevas todas las cosas» (eso dice la Biblia de él: Is 43,18: Apoca 21, 5).

             Pero hoy me voy a fijar en un punto: la vida «espiritual», que es la vida del Espíritu. Uno de los más grandes teólogos del Concilio Vaticano II, decía:  el verdadero problema de la Iglesia es «seguir tirando con una resignación y un tedio/rutina/inercia cada vez mayores por los caminos habituales de una mediocridad espiritual» (Karl Rahner). En el corazón de muchos cristianos se está apagando la experiencia interior de Dios. La sociedad moderna ha apostado por «lo exterior». Todo nos invita a vivir desde fuera. Todo nos presiona para movernos con prisa, sin apenas detenernos en nada ni en nadie. La paz tiene difícil encontrar resquicios para penetrar hasta nuestro corazón. Vivimos casi siempre en la corteza de la vida. Se nos está olvidando lo que es saborear la vida desde dentro. Para ser humana, a nuestra vida le falta una dimensión esencial: la interioridad. Muchos no han descubierto lo que es el silencio del corazón, ni han aprendido a vivir la fe desde dentro. Y se mantienen como pueden, repitiendo oraciones aprendidas, practicando algunas costumbres tradicionales… pero con poca capacidad de contagiar algo a los que vienen detrás. Acoger al Espíritu de Dios quiere decir aprender a escucharlo en el silencio del corazón. Dejar de pensar a Dios solo con la cabeza, y aprender a percibirlo en los más íntimo de nuestro ser. No es probable que se mantenga la fe en Dios, en medio de la agitación y frivolidad de la vida moderna, sin una comunidad fraterna con la que compartirla y madurarla y testimoniarla. ¡Somos templos el Espíritu!

    Lo dejo como reto, como inquietud, como propuesta, como… ¡yo qué sé! Esto es lo que me ha sugerido hoy el Espíritu… y es lo que os he dicho, con mayor o menor acierto, pero con un corazón deseando que arda como llama de amor viva (que era como Juan de la Cruz se dirigía al Espíritu) de mi alma y de nuestra alma en el más profundo centro. Espíritu que nos habitas y nos conduces: ¡VEN!

Puedes encontrar la SECUENCIA DE PENTECOSTES, pinchando  arriba en «Pastoral» sección «orar«, o seguir este enlace:  http://www.cormariaferraz.es/category/orar/

Quique Martínez de la Lama-Noriega, cmf 
Imagen superior de Alberto Castelli

DOMINGO DE LA ASCENSIÓN. CICLO B

EL TIRÓN DEL PADRE

       • Nadie puede dudar del tirón tan fuerte que el Padre ejercía sobre Jesús. Había como una «química» especial entre los dos. No hay más que escucharle hablar, porque de lo que está lleno el corazón, habla la boca (Mt 22,34). Jesús estaba permanentemente «enganchado» al Padre. Y no dejaba de hablar de él (además de hablar frecuentemente con él). Algunos especialistas sugieren que toda la vida de Jesús, y todo el Evangelio, se podrían resumir en una sola palabra: «Abbá», Padre, palabra del entorno familiar, con la que los niños se dirigían a sus padres. Nadie antes en Israel se había atrevido nunca a dirigirse a Dios de ese modo.

     Jesús habla del Padre con infinita ternura, y también con añoranza. Sólo habría  que contar, por ejemplo, las veces que pronuncia esta palabra en cuarto Evangelio: ¡115 veces! Le oyeron decir: Sí Abbá; aquí estoy, Abbá; lo que tú quieras, Abbá; Abbá, tú sabes que te quiero; Abbá, te doy gracias porque has revelado estas cosas a los sencillos; Padre, que se haga tu voluntad; Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu… Sin duda que Jesús vivía en el Padre, para el Padre, por el Padre, desde el Padre, con el Padre, hacia el Padre… Hasta decía que su alimento era «hacer la voluntad del Padre». Y les repetía a sus discípulos: «vuestro Padre del cielo», queriendo que también ellos gozaran de esa especial intimidad y cercanía.

        • Pero también el Padre, por su parte, estaba pendiente de él, y vivía en él, como dice el mismo Jesús: «Felipe, ¿no crees que yo estoy en el Padre y el Padre en mí?»; o bien: «Quien me ha visto a mí, ha visto al Padre» (aquí tenéis resumida la misión del cristiano: que vean al Padre en nosotros):

+ Cada palabra de Jesús tiene los ecos de lo que ha escuchado (en su oración) al Padre.
+ Comparte los mismos sentimientos del Padre. Particularmente la compasión y la misericordia.
+ No sólo habla y siente, sino que también «hace» lo que el Padre le ha encomendado, por más que le cueste sangre, sudor y lágrimas (Getsemaní).

       Por eso Jesús tuvo tanto «tirón» popular: era un canal eficaz por el que les llegaba el amor del Padre. Pasaba haciendo el bien, daba esperanza, defendía a lo más débiles, se ponía del lado de los marginados, tocaba el dolor de los enfermos, sanaba, denunciaba… en el nombre del Padre.

       • En uno de los más antiguos himnos cristianos, recogido por San Pablo en una de sus cartas, se nos dice que Jesús se dedicó a «bajar» a «rebajarse»: Primero bajó del cielo hasta el seno de una mujer, y bajó después a un miserable pesebre en Belén.  «Bajó» al río Jordán para ser bautizado entre los pecadores. «Bajó» para mezclarse con los pobres, los marginados (que siempre están «abajo» y «debajo»). Y tanto bajar, tanto rebajarse, quedó hecho una auténtica piltrafa de hombre, colgado entre el cielo y la tierra. Y se hundió en la muerte, y bajó al sepulcro, a las entrañas de la tierra, y -como decimos en el Credo- bajó a los infiernos… No se puede bajar más abajo en todos sentidos. Al contrario de tantos, empeñados hasta límites insospechados en «subir» como sea, en escalar puestos, en «estar arriba».

        • ¡Tanto bajar! ¡Tanto bajar! Aunque nunca bajaba solo. El Padre lo acompañaba en todos esos «abajamientos». Los largos y frecuentes ratos de oración a solas con Él, le despertaban su sed de infinito, su añoranza del cielo (también esto nos ocurre al resto de los mortales, cuando oramos «cristianamente»). Así que, una vez cumplida su misión, es el momento del «tirón» definitivo del Padre, del reencuentro final. Y así nos hemos podido enterar de que el destino del hombre no está «abajo»sino arriba. El destino del hombre no es el fracaso, sino la gloria.  El futuro del hombre no son los gusanos y el olvido, sino la eternidad y la gloria de Dios. Con palabras de San Agustín: «Nos has hecho para ti, y nuestro corazón está inquieto (desasosegado) hasta que no descanse en Ti». 

     • Y allá que se fue.  Como decimos en el Credo, a «sentarse a la derecha del Padre». Es un modo de hablar, claro. En el cielo no hay asientos, ni Dios tiene derecha ni izquierda. Con palabras menos «teológicas», diríamos: Se fue a fundirse con el Padre en un abrazo tan inmenso, que saltaron las chispas del Espíritu, sobre la tierra, desparramándose sobre nuestras cabezas, llenándonos de dones. Lo celebraremos el domingo próximo.

    • Pero, como todas las despedidas, también aquí hay una sombra de «tristeza» en el que se va, y en los que se quedan. El Señor se aleja físicamente de sus queridos discípulos, y ellos… se quedan sin él. Siempre se acaba queriendo a aquellos con quienes compartimos  la intimidad y la vida, tantos buenos como malos momentos. Toda despedida, toda «partida» siempre supone un «partirse», porque nos dejamos un trozo de nosotros, algo/alguien que quisiéramos llevarnos y no puede ser… Esto mismo le ocurre a Jesús. El corazón se le parte un poco, y así se lo confiesa a sus amigos:

– Me voy, pero vuelvo, no tardaré mucho
– Me voy, pero me seguiréis más tarde
– Me voy, pero es para prepararos un sitio en la casa de mi Padre
– Me voy, pero no os olvidaré, porque os llevo en el corazón
– Me voy, pero volveréis a verme
– Me voy, pero os enviaré al Espíritu Defensor, Consolador, Espíritu de la Verdad, el mismo Amor…
– Me voy, pero el Padre seguirá cuidando de vosotros, como lo hizo conmigo, para que ninguno se pierda.  

      Por eso, mientras andemos por aquí abajo, y siguiendo el ejemplo del Señor, necesitaremos con frecuencia dirigirnos al Padre Nuestro que estás en los cielos. Para que nuestra esperanza y nuestros proyectos no se queden alicortos, para que veamos siempre más allá de la cruda realidad, para que soñemos el sueño de Jesús, para que no nos importe bajar y rebajarnos cuando sea necesario, o incluso cuando nos «bajen» por la fuerza… Porque «el de arriba» ya tirará de nosotros cuando andemos hundidos. Lo ha dicho con bellas palabras la segunda lectura de hoy: «Que el Padre de nuestro Señor Jesucristo ilumine los ojos de vuestro corazón para que comprendáis cuál es la esperanza a la que os llama, cuál la riqueza de gloria que da en herencia a los santos, y cuál la extraordinaria grandeza de su poder en favor de nosotros». De este modo, podremos tomar el relevo al Señor Jesús, poniendo todo lo que somos y podemos al servicio de lo único importante: El Reino y la justicia. El Espíritu será nuestra fuerza interior y nos ayudará a discernir los caminos para llevar adelante la tarea. Inmensa tarea en la que todas las manos son pocas: el encargo es hacer discípulos de todos los pueblos.  Como ha escrito el Papa Francisco (EG 20):

Hoy, en este “id” de Jesús, están presentes los escenarios y los desafíos siempre nuevos de la misión evangelizadora de la Iglesia, y todos somos llamados a esta nueva “salida” misionera. Cada cristiano y cada comunidad discernirá cuál es el camino que el Señor le pide, pero todos somos invitados a aceptar esta llamada: salir de la propia comodidad y atreverse a llegar a todas las periferias que necesitan la luz del Evangelio.

     Así que el cielo lo miraremos de reojo (porque allí está el Padre que nos espera), pero para llenarnos de fuerza, porque el trabajo lo tenemos aquí abajo, en la tierra, donde el Espíritu del Señor sigue cooperando y actuando para se haga su voluntad aquí en la tierra como en el cielo.

Quique Martínez de la Lama-Noriega, cmf 
Imagen de José María Morillo

DOMINGO VI TIEMPO DE PASCUA. CICLO B

DIOS ES AMOR

           La primera gran palabra que existió jamás, y origen de todas las palabras bellas y de todas las cosas buenas es «amor».

En el principio fue el Amor de Dios. Y como el Amor es comunicación y expresión, el Amor se puso a hablar y a cambiarlo todo: fue vencido el caos, el desorden, la oscuridad, y creó la luz, la vida, el equilibrio, el paraíso… y al ser humano para que recibiese todo lo que él era y daba, y lo hizo capaz de entregarse, dialogar, fundirse y amar. Y como todo era fruto del Amor, todo era muy bueno. El Amor sigue diciendo muchas veces «hágase», y lo hace todo bueno, vital, luminoso, humano.

                   Cuando decimos que Dios «es» amor, estamos diciendo que Dios «ama», que está hecho de amor, que sólo sabe y sólo puede amar, y que todo lo que hace es por amor, para hacer crecer el amor, para sostener el amor, para hacer posible el amor.  El amor es lo que está detrás y antes de mi nacimiento. Él me amó y quiso que yo existiera. Y el amor será el abrazo final que recibiré cuando se acabe mi existir. Y entre el nacimiento y el descanso eterno, el amor es la «fórmula secreta» para llenar de sentido la vida y hacerla fecunda.

          Si esta es la «definición» de Dios, quiere decir que donde está Dios, allí hay amor. Por tanto, todo el que se acerque a Dios tiene que amar, porque el amor lo empapa y lo envuelve y sale siempre hacia afuera, se expande, se multiplica, se contagia.

Cuanto más cerca está uno de Dios, más tiene que notarse por su amor; todo el que es tocado por Dios, aunque no se haya dado cuenta, aunque diga que no cree en Dios, se habrá contagiado de amor y esto vale para todos y para siempre… porque nada ni nadie existe sin el amor de Dios.

      Nadie puede decir con verdad que ha visto a Dios, que conoce a Dios,  que cree en Dios, que ama a Dios, que ha comulgado el sacramento del amor, que ha hablado con Dios… si su corazón está frío, duro, violento, egoísta, si es individualista, si su corazón hace distinciones, si ama selectivamente, si ama exigiendo correspondencia, si ama poseyendo y dominando, si ama absorbiendo o aislando, si ama con celos, controlando.

     «Dios es amor» quiere decir también que donde hay amor allí está Dios.

Si encuentras señales de amor auténtico, estás rastreando las huellas de Dios. Donde hay personas que se ayudan, se perdonan, se unen, se comprometen entre sí y en favor de los otros, es que están movidas -aunque quizá no lo sepan- por el Espíritu de Dios, que es el Amor de Dios derramado en nuestros corazones. 

Es cierto que la palabra «amor», tan corta, tan sencilla pero tan rica, se usa sin mucha precisión, sin respeto, vaciándola de contenido, confundiéndola con otras cosas.

Y acabamos por llamar «amor» a casi cualquier cosa. Y luego vienen los desengaños. Salpicamos la palabra con nuestro barro y llegamos a decir «amor» a lo que es puro egoísmo, manipulación, dominio, atracción física, deseo o sentimentalismo, dependencia, necesidad…. Por eso es importante y necesario que cuando hablemos de amor o queramos llamar a algo «amor»  miremos al que más sabe de amor: A Dios Padre en Jesucristo por el Espíritu.

• El auténtico amor es LIBERADOR.

No soporta ver al otro enredado, sin dignidad, esclavo, limitado, usado, disminuido.
Y entonces se pone a romper cadenas y a plantar cara a cualquier faraón que pretenda aprovecharse.
Así se presentó Dios a Moisés en la zarza, y a ello dedicó Jesús toda su vida.

• El auténtico amor es DIALOGANTE.

Cuando el otro se ha equivocado, ha fallado, ha metido «la pataza», se esconde, se escapa….
Cuando el otro piensa distinto, cuando tiene sus propios criterios… Sabe salir a buscarlo allá donde esté escondido, deprimido, avergonzado, sufriente, y pregunta, echando un punte: «¿Dónde estás? ¿qué te ha pasado?»…  para procurar restaurar la comunión, tender puentes, hacer posible el encuentro.

• El auténtico amor REVELA LA PROPIA INTIMIDAD, se atreve a confiar lo más secreto.

Ahí tenemos a Jesús «desvelando» a sus discípulos su entrañable relación con el Padre: «A vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer». El silencio, la oración, las inquietudes, los sueños, las lágrimas, los miedos, el discernimiento cuando hace falta tomar decisiones… también son compartidos.

• El auténtico amor es SACRIFICIO. «Tanto amó Dios al mundo que le entregó lo que más quería, su Hijo único», para hacer posible el amor entre nosotros. 

Cuando el amor es verdadero y limpio, es capaz incluso de quitarse de en medio para no ser un obstáculo: «te quiero tanto, que te quiero feliz… aunque sea sin mí». «Me importas más tú que yo mismo». «Seré feliz si tú lo eres, aunque me cueste y me duela no estar contigo». Esto lo saben muy bien los padres y madres. Pero también todos los que entienden lo que es un auténtico amor.

Y «nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos». Es la máxima renuncia a los propios y justos deseos o intereses personales. Con tal de hacer posible la felicidad del otro, quien ama está dispuesto a la máxima renuncia: renunciar a uno mismo y al otro. Así es Dios, así lo hizo Jesús. Así lo debemos hacer también nosotros. Y de ese modo, el auténtico amor SE MULTIPLICA y crece. 

          Me resulta muy significativo que Jesús, después de esa «declaración» amorosa hacia sus discípulos, después de llamarles «amigos», de revelarles su intimidad, y todo lo demás, no reclama amor hacia sí mismo. Habría sido lógico oírle decir: «Amadme así también vosotros». Pero no: la prueba de que le amamos a él, de que hemos acogido y valorado su amor… es el amor que nos tengamos entre nosotros. Sorprendente exigencia. La señal de que amamos a alguien (incluido Dios), es que creamos alrededor comunión, comunidad, fraternidad. Sentimos la necesidad de que también los que estén a nuestro alrededor se amen y se sientan amados. Todavía más: que cualquier hombre o mujer se sienta amado, y con más razón aquellos que andan escasos o más necesitados de amor: los enfermos, los hambrientos, los que viven sin dignidad, los fracasados en la vida, los que no pueden estar en su tierra, los sometidos, los enfermos, los mayores, los emigrantes sin recursos…

        «Oséase»: que es imprescindible recordar y saborear a menudo que Dios es Smor y todo lo que ha hecho por nosotros por amor… para que nosotros, que fuimos hechos a su imagen y semejanza, pongamos el amor por delante, sobre todo con obras, con hechos: ¡Hay tanto que amar! ¡Y podemos amar tanto más! Permaneciendo a tiro de su inmerecido Amor. Su Amor es el que hace posible el nuestro.

Hermano mío: yo te amo. Yo te quiero por mil razones:
Yo te amo porque Dios quiere que te ame y me ha hecho tu hermano.
Te amo porque Dios me lo manda. Te amo porque Dios te ama.
Te amo porque Dios te ha creado a su imagen y para el cielo.
Te amo porque Dios derramó su sangre para darte la vida.
Te amo por lo mucho que Jesucristo ha hecho y sufrido por ti.
Y como prueba del amor que te tengo haré y sufriré por ti
todas las penas y trabajos, incluso la muerte si fuera necesario.
Te amo porque era amado de María, mi queridísima Madre.
Te amo, y por amor te enseñaré de qué males te debieras apartar,
qué virtudes debes desarrollar, y te acompañaré
                                                                              por los caminos de las obras buenas y del cielo.
                                                                              (San Antonio M Claret)

Quique Martínez de la Lama-Noriega, cmf
Imagen de José María Morillo y M. Cerezo, cmf

DOMINGO V DE PASCUA. CICLO B

CREER Y DAR FRUTOS


 

    No hay sarmientos sin vid: quedan reducidos a unos palos secos, que dicen que son estupendos para asar chuletas o preparar una paella, o calentarse con una buena fogata. Y poco más. Tampoco hay vino sin uvas, en número suficiente. Con una sola uva no hacemos nada. Ni siquiera con un racimo. Por lo tanto: Si nosotros somos los sarmientos, y Cristo es la vid, sin estar unidos a él no podemos hacer nada. Nos quedamos «secos». Y estando unidos a él y al resto de los sarmientos… debiéramos dar frutos suficientes como para poder tener buen vino. La afirmación de Jesús es: «Yo soy la vid, vosotros (en plural) los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante; porque sin mí no podéis (en plural de nuevo) hacer nada». Es un mensaje referido especialmente a la comunidad de seguidores. Estas sencillas afirmaciones, no necesitan que les demos muchas vueltas: se comprenden muy bien. Otra cosa es que seamos coherentes con ellas.

          En cuanto al fruto abundante al que se refiere Jesús (y ya que él es el grano enterrado que da mucho «fruto«) tiene que ver con una vida entregada, como la suya, y con el Reino… que es descrito con palabras como «justicia, paz, servicio, misericordia, compromiso con el pobre, el enfermo, el emigrante…, acogida, libertad, perdón, fraternidad…». Palabras todas ellas relacionadas y referidas a los otros. Aunque hay que tener cuidado con las «palabras» porque, como advierte hoy la carta de Juan: no nos quedemos en las palabras, en las creencias, en las ideas, en los discursos, en las grandes afirmaciones, no amemos de «boquilla», sino con obras, con hechos. O sea: dando frutos. «Este es su mandamientos: «que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo, y que nos amemos unos a otros tal como nos lo mandó». Creer en Jesucristo es amar, amarnos.

Estamos, pues, ante un punto central: ¿Qué aporta la fe realmente a nuestra vida?¿En qué consiste para nosotros «tener fe»?

    – La fe no se juega en el terreno de los sentimientos: «Ya no siento nada… debo estar perdiendo la fe», dicen algunos. No hay duda de que la fe toca el corazón, se siente, se experimenta, se disfruta, a veces duele… Pero sería un error reducirla a sentimientos y aún peor a  «sentimentalismo»: tendría fe si me emociono, si se me saltan las lágrimas, si «siento algo» cuando comulgo, etc. La fe -como el amor auténtico- es una actitud responsable y razonada, una decisión personal, un compromiso: haya o no haya sentimientos. 

    – La fe no es tampoco una opinión. Cada creyente tiene la responsabilidad de aceptar a Dios en su vida, e ir madurando y profundizando lo que supone ser discípulo de Jesús hoy, en sus circunstancias personales y sociales concretas. Cada cual vive su fe de un modo personal, único e intransferible. Pero no significa caer en el subjetivismo: «yo tengo mis propias ideas y creo lo que a mí me parece». La fe no es un «menú» que yo elijo con lo que me apetece, lo que me viene bien, lo que está de acuerdo con mis opciones previas, y la vivo con los que tienen ideas parecidas a las mías… pero dejando a un lado lo que no me gusta, no me encaja o no me viene bien. No puedo hacerme un dios a mi imagen y semejanza, ni puedo construirme una fe sin los otros, sin contrastar y discernir honestamente, para ir purificando y madurando lo que fuera necesario. No puedo ignorar o rechazar a los «distintos» por el simple hecho de serlo, ni estar siempre a la defensiva y con el impermeable puesto para todo lo que no vaya conmigo. Eso es más propio de las sectas, o quizá de los partidos políticos, pero no del cristiano. Como dice san Pablo, el criterio principal ha de ser el «bien común», la construcción del Cuerpo de Cristo.

    – La fe no es simple costumbre o tradición recibida de los padres, y que a menudo se queda en  cumplir con ciertos ritos y obligaciones religiosas. Eso puede ser un comienzo, un buen comienzo… pero después hay que personalizar, madurar, aplicarlo a la propia vida, trabajar y buscar el encuentro personal con Dios, responder a la propia vocación.  Traducirlo en «obras», para que sea la fe de/en Jesús. 

   – La fe no se reduce a una especie de «tranquilizante», que me ayudaría a sentirme bien, o evadirme de la realidad en ciertos momentos. Creer en Dios es, sin duda, fuente de paz, consuelo y serenidad, pero la fe no es sólo un «agarradero» para los momentos críticos: «yo cuando me encuentro en apuros acudo a la Virgen o a San Antonio que es muy milagrero». Creer es el mejor estímulo para luchar, trabajar y vivir de manera digna y responsable, un impulso para levantarse y salir adelante cuando las cosas vienen mal. Para comprometerse y transformar la realidad. A Jesús su tarea misionera le trajo muchas complicaciones, y acudía al Padre no tanto para sacarle favores (o «mercedes», como se decía antes), cuanto para preguntarle cuál era en cada momento su voluntad y para contar con su fuerza.

    – La fe no es simplemente un conjunto de recetas morales, o autoexigencias con las que podamos estar en orden delante de Dios. Es muy limitada la fe que se centra en corregir los defectos, fallos y debilidades personales, donde el yo y mi propia perfección son el centro de mi examen de conciencia y de mis propósitos… El AMOR es lo que debe ocupar el centro, mi entrega, mi servicio, mi compromiso en favor del Reino. Cierto que cometemos errores, que estamos condicionados por defectos y hábitos que nos cuesta mucho corregir. Y nos cuesta liberarnos de la idea de que por eso Dios nos rechaza y nos condena, del mismo moco como nos condena nuestro corazón/conciencia. Muy luminoso lo que nos decía la Carta de Juan: si nos comprometemos con un amor práctico al hermano, ya no tenemos que tener miedo de nuestras miserias, de nuestra fragilidad y ni siquiera del juicio severo de nuestra conciencia; de lo que ésta pueda reprocharnos. Podemos tranquilizarnos, porque “Dios es más grande que nuestro conciencia” (v. 20).

          El amor a los hermanos, la justicia, el trabajar por la comunión, el construir un mundo mejor para todos son los frutos que el Señor espera de sus sarmientos. Que dejemos de mirarnos tanto a nosotros mismos, y nos preocupemos de producir las «uvas» PARA QUE COMAN/BEBAN OTROS, para alegrar y hacer mejor la vida de los otros. La obra de Jesús fue vivir entregándose. Y su «savia» en nosotros tiene que producir lo mismo, aunque el sarmiento pueda ser feo, imperfecto o estar muy retorcido por la vida.  Si permanecemos unidos a la vid… daremos frutos, que es lo que al Labrador le importa.

La verdadera fe tiene, sobre todo, tres grandes pilares, según nos enseñan las lecturas de hoy:

.   La Palabra de Jesús, que permanece en nosotros y nos va«limpiando», podando, purificando para que aumenten los frutos de Amor. «Si mis palabras permanecen en vosotros…». Por tanto en encuentro frecuente con la Palabra en nuestras celebraciones y en nuestra vida espiritual.

.   La Eucaristía, como el medio excepcional para estar en comunión con él, para recibir su savia. Es decir: que la Eucaristía es importante y necesaria. Imprescindible. No como algo obligatorio con lo que «cumplir» los días de precepto, sino como la fuerza que necesitamos para amar y entregarnos «por Cristo, con él y en él». «Comulgar» no es simplemente «comer» un trozo de Pan. Sino ir haciendo de mi vida un «pan» que se parte, se reparte y se entrega, «en memoria suya».  Es identificarme con el Señor, y permitirle que se entregue hoy a través de mí.

.   Y en tercer lugar la Comunidad. La comunión con la vid es al mismo tiempo, inseparablemente, comunión con el resto de los sarmientos. La Eucaristía no es un alimento privado, para mí, para mi devoción, para mis necesidades individuales, para hacer yo mis rezos a solas. La Eucaristía es una comida fraterna. Si la consecuencia de mi «comulgar» no me lleva a implicarme con la comunidad de hermanos, sino me lleva a sentir la necesidad de caminar con ellos… será otra cosa distinta a lo que quiso el Señor: «Tomad, comed y sed uno», «Tomad, comed y amaos como yo», «Tomad, comed y lavaos los pies unos a otros».

Al final, lo que «permanece» es el Amor, que es lo que nos mantiene vivos.

Quique Martínez de la Lama-Noriega, cmf
Imagen de José María Morillo y Félix Hernández, op