LA AUDACIA DE LA ORACIÓN: “no sabemos orar como conviene”
Hoy, Domingo 29, nos narra Jesús una parábola muy breve. Se atreve a comparar a Dios con un juez perverso-que ni temía a Dios ni le importaban los hombres. Y a compararnos a nosotros con una pobre “viuda” que insistentemente pedía justicia. Y todo esto para enseñarnos a orar, porque no sabemos orar como conviene.
La parábola
El juez y la viuda vivían en la misma ciudad.
Había muchas viudas en tiempos de Jesús: se casaban muy jóvenes; sus maridos morían antes que ellas; también las repudiadas en su matrimonio eran consideradas “viudas”. En aquella sociedad patriarcal, indefensas, eran objeto de muchas injusticias e incluso no les estaba permitido presentarse en persona ante un tribunal.
La mujer viuda era una víctima de injusticias y abusos. Recurrió al juez para que dictara sentencia contra su adversario.
La viuda -que Jesús diseña en esta parábola- era, no obstante, muy audaz. Ante el juez insistía una y otra vez pidiendo justicia contra su adversario.
¿Y cuál fue la respuesta del juez? Jesús lo presenta dialogando consigo mismo (¡un monólogo!) y diciéndose lo siguiente -traducido en nuestro lenguaje-: “¡Esta mujer me saca de quicio! ¡Siempre con problemas! ¡No la aguanto! ¡Estoy harto! ¡Le haré justicia porque si no va a acabar conmigo, ¡abofeteándome! (¡el término griego aquí utilizado era propio del boxeo en aquel tiempo!).
Y aquí concluye el breve relato. Pero Jesús continúa, sorprendiendo a todos:
“Oid lo que dijo este juez injusto. Y Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos, que claman a él día y noche, aunque los haga esperar? Os aseguro que en un abrir y cerrar de ojos les hará justicia.”
Lc 18, 6-8
Si un juez injusto en su hartura hace justicia, el justo Juez, nuestro Dios, ¿no va a responder a sus elegidos, que le suplican día y noche? Sí, responde Jesús. Y añade: ¡en un abrir y cerrar de ojos!
¡No sabemos orar como conviene!
Nos lo dice san Pablo en el capítulo octavo de la carta a los Romanos. Pero añade: “el Espíritu Santo viene en nuestra ayuda”; y nosotros podemos añadir: “también Jesús viene en nuestra ayuda con la parábola de la viuda y el juez”, y ¿cómo no? Cuando nos enseñó a orar con el “Padrenuestro”.
Con cuánta frecuencia los cristianos rezamos el Padrenuestro. Pero ¿sabemos bien lo que decimos? No es una oración para resolver “mis problemas”, no es una oración por “los míos” o “lo mío”. El “nosotros” está omni-presente en la oración de Jesús. La oración posibilita la conexión entre el cielo y la tierra. En esa conexión ¡todo se resuelve! La oración nos pone en contacto con el Creador del cielo y la tierra, con el Providente y Sustentador del universo, con el Dios que tanto ama al mundo…
Oraciones peligrosas
Un autor Craig Groeschel ha escrito un libro titulado “oraciones peligrosas”. Y dice que en ese tipo de oración Dios actuaría interrumpiendo nuestros planes egocéntricos y nos orientaría hacia el “Hágase tu voluntad”. Nos preocuparíamos mucho más de los demás. Renunciaríamos a controlar nuestra vida y a confiar más en Él. La oración no nos haría “perfectos”, pero sí extraordinariamente “inquietos”.
Es el tiempo de cambiar nuestro modo de orar. Es el tiempo de buscar a Dios apasionadamente, con todas las fibras de nuestro ser. Abandonarnos a él. Es el tiempo de comenzar a orar oraciones peligrosas. Si quieres que tu vida cambie, ora audazmente. Si oras con audacia tu vida no será la misma nunca más.
Busca a Dios y sueña en grande. Rechaza el miedo a fracasar. Es el tiempo de aventurarse. De confiar. De ser temerario, de creer. Es el tiempo de orar alzando los brazos, como Moisés, y vencer.
El gran teólogo Johan Baptist Metz se preguntaba: ¿cómo es posible que rezando tantísimas veces “¡Venga a nosotros tu Reino!” o el “pan nuestro de cada día, dánoslo” no haya llegado el Reino y el hambre siga presente en el mundo? ¡Excelente pregunta! La viuda del evangelio y Moisés nos dan la respuesta. ¡Hay que insistir! ¡Mantener elevadas nuestras manos hacia el cielo! La oración salvará al mundo.
José Cristo Rey García Paredes, cmf









Cuando nos miramos interiormente descubrimos que nuestra fe es débil, exigua: ¡que somos hombres, mujeres, de poca fe! Como los apóstoles le pedimos a Jesús: “Auméntanos la fe”; o como aquel padre a la espera de la curación de su hijo: “Señor, yo creo, pero aumenta mi fe”. Y Jesús responde: si vuestra fe fuera como un granito de mostaza realizaríais portentos: una encina arrancada y llevada al mar, moveríais montañas. Jesús también responde con una de sus chocantes parábolas: la de las tres preguntas. Es el texto del domingo 27.
Jesús propuso otra parábola de unos siervos a quienes su Señor sí los sirvió (Lc 12,35-38). El que regresaba a casa no era un siervo, sino el mismo Señor, después de un banquete de bodas. Al ver que sus siervos le esperaban -ceñidas las cinturas y encendidas las lámparas y le abrieron al instante cuando llegó y llamó-, se conmovió, los proclamó dichosos y él mismo, el Señor, se ciñó la cintura, les hizo sentar a la mesa y acercándose les servía” (Lc 12,35-38).



Orar por todos… expresión de un amor sin fronteras. San Pablo nos habla en la segunda lectura -carta a Timoteo- sobre la inclusión: ¡Orar por todos, sin excepción! La oración de intercesión es una forma privilegiada del amor sin reservas, sin excepción ni discriminación: “A vosotros que me escucháis os digo: Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os odian” (Lc 6,27; Mt 5,44)). La oración por los enemigos es expresión de amor.
¡Sagacidad para ser acogido y participar en el Reinado de Dios y no quedar excluido!





























