¡NO SOMOS BASURA DE LA CREACIÓN”
Hoy contemplamos el misterio de millones de difuntos que nos han precedido. Y ante esta realidad abrumadora, surge la pregunta radical: ¿qué sentido tiene todo esto? ¿Son nuestros seres queridos, son los millones de vidas que han transitado esta tierra, simplemente polvo destinado al olvido?
Dividiré esta homilía en cuatro partes:
- Alejaste la paz de mi alma… pero detrás una maravillosa promesa
- Nuestros seres queridos no son “basura desechable de la Creación”
- Transfiguración y “oro refinado”.
- Visitando el umbral de una transformacion
1. Alejaste la paz de mi alma… pero detrás una maravillosa promesa
El profeta en Lamentaciones nos habla desde la desolación: “Alejaste la paz de mi alma”. Es el grito de quien ha experimentado la pérdida, el vacío que deja la muerte. Y sin embargo, en medio de ese dolor, emerge una certeza luminosa: “La misericordia del Señor no se ha agotado… nuevas son cada mañana”.
El gran teólogo Karl Rahner, en su profunda reflexión “Zur Theologie des Todes”, nos ayuda a comprender que la muerte no es simplemente un final biológico, sino un acto profundamente personal. Rahner nos dice que en la muerte, el ser humano no se disuelve en la nada, sino que alcanza su madurez definitiva, su “pancosmicidad” – una relación nueva y transformada con toda la realidad creada. La muerte es paradójicamente el momento de mayor actividad del espíritu humano, donde nuestra libertad realiza su acto más radical y definitivo.
2. Nuestros seres queridos no son basura desechable de la Creación
Pero ¿qué significa esto para nosotros, hoy, ante la tumba de nuestros seres queridos?
Significa, hermanos, que el Dios que nos creó con amor infinito, que nos llamó a la existencia del no-ser, no nos ha destinado a ser basura desechable de su creación. ¡Qué imagen más terrible e incompatible con el Dios que Jesús nos reveló! El Dios del Evangelio no es un creador que fabrica vidas para después tirarlas al basurero cósmico.
En el Evangelio de Juan que hemos escuchado, Jesús se encuentra fatigado junto al pozo de Jacob. Es una imagen poderosa: el Hijo de Dios comparte nuestra fragilidad, nuestra sed, nuestro cansancio. Y es precisamente ahí, en ese encuentro humano junto al agua, donde se revelará la fuente de agua viva que salta hasta la vida eterna.
Nuestra vida histórica, con sus alegrías y dolores, con sus logros y fracasos, con sus amores y sus heridas, está siendo asumida en una perspectiva misteriosa que apenas podemos vislumbrar. Como dice el Salmo 129: “Del profundo abismo clamo a ti, Señor… porque de Él viene la misericordia y la redención abundante”.
3. Transfiguración y “oro refinado”
La teología contemporánea, en diálogo con Rahner, nos invita a ver la muerte no como aniquilación sino como transfiguración. Nuestros difuntos no son desechos ni recuerdos que se desvanecen. Son, en palabras audaces pero bíblicas, “oro refinado” – purificados por el fuego del amor divino, transformados para una nueva realidad que las Escrituras llaman “cielos nuevos y tierra nueva”.
¿Podemos imaginar esto? No completamente. Como dice San Pablo: “Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el corazón humano concibió lo que Dios ha preparado para los que lo aman”. Pero no necesitamos imaginarlo todo para confiar en ello.
La promesa bíblica no es vaga. Es la promesa de un Dios que no abandona la obra de sus manos. Es la promesa de Aquel que resucitó a Jesús de entre los muertos y que, con ese mismo poder, nos reintegrará en su Proyecto Creador, redimiéndonos de la mortalidad e integrándónos en su Misterio.
4. Visitando el umbral de una transformación
Cuando visitamos las tumbas de nuestros seres queridos, no vamos a contemplar el final de una historia, sino el umbral de una transformación que excede nuestro entendimiento. Ellos no están perdidos en la nada. Están guardados, custodiados, transformándose en el corazón del Dios que es Amor.
Que esta certeza – no fruto de nuestro deseo, sino de la promesa divina – nos consuele hoy. Que la esperanza de Lamentaciones sea también la nuestra: “Bueno es el Señor para quien espera en Él, para quien lo busca”.
Y mientras esperamos, vivamos esta vida histórica con la convicción de que nada de lo verdaderamente humano, nada del amor auténtico, se pierde. Todo será redimido, transfigurado, reintegrado en el Misterio de Dios.
José Cristo Rey García Paredes, CMF



