DOMINGO 3º. TIEMPO DE ADVIENTO. CICLO A.

CUANDO HASTA LOS SANTOS DUDAN (Mt 11, 2-11)

La honestidad brutal de Juan

Imaginemos su situación: encerrado en la fortaleza de Maqueronte, en una celda húmeda y oscura. Antes vivía en el espacioso desierto: ahora sólo ve cuatro paredes. El que comía langostas y miel silvestre ahora depende del pan duro que le lancen sus carceleros. El que gritaba la verdad con libertad ahora solo escucha el eco de sus propios pensamientos.

Y en ese silencio forzado, le llegan noticias de Jesús. Pero no son las que él esperaba, cuando proclamaba: “Ya está el hacha puesta a la raíz de los árboles”. Esperaba un Mesías que derribara a los poderosos e hiciera justicia inmediata. Pero le cuentan que Jesús come con pecadores, que toca leprosos, que perdona a prostitutas, que habla de amor a los enemigos. Y Juan, en su celda, se pregunta: “¿Será este el Mesías que anuncié? ¿O me habré equivocado?”

Es la duda que nos atraviesa cuando la vida no resulta como esperábamos: “¿Todo esto tiene sentido? ¿De verdad vale la pena? ¿No habré malgastado mi vida?”

Nuestra duda cotidiana

Dudamos cuando rezamos y parece que nuestras oraciones rebotan en el techo. Dudamos cuando hacemos el bien y vemos que triunfa la injusticia. Dudamos cuando somos fieles a nuestros compromisos y otros que no lo son parecen más felices. Dudamos cuando enterramos a un ser querido demasiado pronto, cuando la enfermedad nos golpea sin explicación, cuando el sufrimiento de los inocentes nos parte el alma.

Y muchas veces, en nuestras comunidades cristianas, se nos ha hecho creer que dudar es pecado, que la duda es señal de poca fe, que los buenos cristianos nunca cuestionan nada. Pero eso es falso.

La duda no es lo contrario de la fe. La duda honesta es parte del camino de fe. Lo contrario de la fe no es la duda; es la indiferencia. Juan duda porque le importa, porque ha apostado su vida entera por esto. Si no le importara, simplemente se habría encogido de hombros.

La respuesta de Jesús

Y fijémonos en cómo le responde Jesús. No se ofende. No le dice: “¿Cómo te atreves a dudar de mí?” No le manda un discurso teológico ni le receta actos de fe repetitivos.

Jesús le responde con hechos concretos: “Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia la Buena Noticia”.

Es como si Jesús le dijera: “Juan, sé que estás confundido. Sé que esto no es lo que esperabas. Pero abre los ojos a lo que realmente está pasando: donde había ceguera, ahora hay luz; donde había exclusión, ahora hay acogida; donde había desesperanza, ahora hay vida nueva”.

Jesús no responde con argumentos abstractos, sino con transformaciones reales. Y termina con una bienaventuranza preciosa: “Bienaventurado el que no se escandalice de mí”. ¿Qué significa esto? Que dichoso el que, aunque no entienda del todo, aunque las cosas no sean como esperaba, aunque Dios actúe de maneras desconcertantes… sigue confiando, sigue buscando, sigue mirando hacia la luz.

Juan es grande precisamente en su duda

Y aquí viene lo más sorprendente del Evangelio. Después de que se van los discípulos de Juan, Jesús habla de Juan ante la multitud. Y no lo critica por haber dudado. Al contrario, lo ensalza: “No ha nacido de mujer uno más grande que Juan el Bautista”.

Esto es revolucionario. Juan es grande ante Dios incluso en su duda. Es grande porque es honesto, porque es auténtico, porque busca la verdad aunque le duela. Dios no desprecia nuestras dudas; honra nuestra búsqueda sincera.

La santidad no consiste en no tener dudas, sino en seguir caminando a pesar de ellas. En seguir buscando luz aunque estemos en la oscuridad.

El Adviento de la duda

No finjamos certezas que no tenemos. Seamos auténticos ante Dios. Acojamos nuestras dudas con honestidad. Porque Dios prefiere nuestra duda honesta y no una fe fingida; prefiere nuestras preguntas y no nuestras respuestas automáticas. Cuando dudamos sobre Dios, sobre la Iglesia, sobre el sentido de mi vida, sobre si merece la pena seguir creyendo, no estamos solos. Juan el Bautista nos acompaña. Y más importante aún: Jesús no se escandaliza de mi. Él me responde como respondió a Juan: “Mira, abre los ojos: yo sigo actuando”.

Mirar los signos

¿Dónde actúa Jesús hoy? Los ciegos siguen viendo: cada vez que alguien descubre que es amado tal como es. Los cojos siguen andando: cada vez que alguien encuentra fuerzas para seguir adelante. Los muertos siguen resucitando: cada vez que alguien que estaba muerto por dentro vuelve a la vida. Y los pobres siguen siendo evangelizados: cada vez que alguien descubre que su vida tiene dignidad y sentido.

Conclusión

Los cristianos – católicos somos una comunidad de buscadores honestos y no poseedores arrogantes de la verdad. Nuestra fe es un camino que hemos de recorrer, y no un punto de llegada donde todo está claro. Aunque dudemos y nos sintamos frágiles ,el Espíritu de Dios está con nosotros, cuando nos encontramos en la celda de la enfermedad, el fracaso, la soledad, la incomprensión.

José Cristo Rey García Paredes, CMF

¡Preparad el camino al Señor! (Canción de Adviento)

[Estribillo] Preparad el camino al Señor, escuchad su palabra viva hoy.
Preparad el camino al Señor, abre el corazón y la voz.

[Estrofa 1] Una voz que clama en el desierto, susurra fuerte esperanza. Endereza ya tus caminos, pasa el Rey, pasa el amor.

[Estribillo] Preparad el camino al Señor, escuchad su palabra viva hoy. Preparad el camino al Señor, abre el corazón y la voz.

[Estrofa 2] Renace el alma confundida, destierra toda mentira. Que la luz de la verdad brille, y reine la justicia.

[Estribillo] Preparad el camino al Señor, escuchad su palabra viva hoy. Preparad el camino al Señor, abre el corazón y la voz.

[Estrofa 3] Camina con fe y esperanza, abramos la senda al Señor. Con obras de amor y perdón, llena el mundo con tu luz.

[Estribillo] Preparad el camino al Señor, escuchad su palabra viva hoy. Preparad el camino al Señor, abre el corazón y la voz.

[Estrofa 4] ¡Ven, Jesús, ven a mí, rompe las sombras y el fin! Con tu paz, con tu verdad, llena mi vida, mi cantar.

[Estribillo] Preparad el camino al Señor, escuchad su palabra viva hoy. Preparad el camino al Señor, abre el corazón y la voz.

DOMINGO 2º. TIEMPO DE ADVIENTO. CICLO A

EL HOMBRE QUE GRITABA EN EL DESIERTO

Pero “conversión” no significa añadir alguna práctica piadosa a nuestra rutina. Metanoia, en griego, significa literalmente “cambiar de mente”, dar la vuelta completa. Es dejar de caminar en una dirección para tomar otra radicalmente distinta. Juan no invita a un retoque superficial. Invita a una revolución interior.

Y lo hace porque anuncia algo inminente: “Está cerca el reino de los cielos”. No dice “algún día vendrá”, sino “está cerca”, “ya llega”. El reino de Dios irrumpe en la historia, y nosotros seguimos distraídos, como si nada estuviera a punto de cambiar.

El profeta incómodo

Juan es un personaje extraño. Vestido de pieles, comiendo saltamontes, viviendo en el desierto. Nada que ver con los líderes religiosos de su tiempo, instalados en Jerusalén, con sus vestiduras impecables y su teología acomodada. Juan rompe todos los esquemas. Es la voz que grita donde nadie quiere escuchar: en el desierto, en el vacío, en el silencio incómodo.

Y sin embargo, “acudía a él toda la gente de Jerusalén, de Judea y de la comarca del Jordán”. ¿Por qué? Porque la gente intuía que aquel hombre decía la verdad. Una verdad sin filtros, sin diplomacia, sin concesiones. Y cuando uno está harto de medias verdades y de palabras huecas, la autenticidad tiene un poder magnético irresistible.

Cuando llegan los fariseos y saduceos, Juan no les da la bienvenida cortésmente. Les grita: “¡Raza de víboras! ¿Quién os ha enseñado a escapar del castigo inminente?”. Palabras que hoy serían inaceptables en cualquier púlpito. Pero Juan no busca agradar. Busca despertar. Y a veces, despertar duele.

“No os hagáis ilusiones pensando: ‘Tenemos por padre a Abrahán’”. Es decir: no vale escudarse en la tradición, en la pertenencia, en las credenciales religiosas. Dios puede sacar hijos de Abrahán hasta de las piedras. Lo que cuenta es el fruto real de la vida, no el apellido espiritual que llevamos.

El bautismo del agua y el bautismo del fuego

“Yo os bautizo con agua”, dice Juan, “pero el que viene detrás de mí es más fuerte que yo”. El bautismo de Juan era un signo externo de arrepentimiento. Importante, sí, pero insuficiente. El que viene después —Jesús— bautizará “con Espíritu Santo y fuego”.

El fuego purifica. Quema lo que sobra, lo falso, lo accesorio. Deja solo lo esencial, lo verdadero. Y eso, hermanos, es lo que necesitamos en 2025. No más barniz. No más apariencias. No más religión de escaparate. Necesitamos ese fuego que transforma desde dentro, que nos devuelve a nosotros mismos pero renovados, auténticos, vivos.

El poeta polaco Czesław Miłosz, Premio Nobel de Literatura, escribió algo que resuena profundamente con este Adviento: “En la vida de cada uno hay un momento en que está cerca de la grandeza, la luz, lo real. Y luego se olvida”. Juan nos recuerda ese momento. Nos sacude para que no lo olvidemos.

El vástago de Jesé: el sueño de Isaías

El profeta Isaías, que Juan cita, había anunciado algo imposible: un brote del tronco de Jesé, un rey dotado con la plenitud del Espíritu —sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia, piedad, temor de Dios—, que juzgaría con justicia y defendería a los pobres. Un rey bajo cuyo reinado el lobo habitaría con el cordero, el leopardo se echaría con el cabrito, el ternero y el león pacerían juntos.

¿Utopía? Quizá. Pero el cristianismo es precisamente eso: creer que lo imposible puede hacerse presente. Que los incompatibles pueden reconciliarse. Que la violencia puede ser vencida por el amor. Que el odio puede ser transformado en perdón.

En nuestro mundo de 2025, polarizado hasta el extremo, donde cada bando se atrinchera en su verdad y demoniza al otro, este sueño de Isaías suena ridículamente ingenuo. Pero ahí está la radicalidad del Evangelio: no se adapta a nuestro cinismo. Nos desafía a creer que otro mundo es posible.

Lo escrito es para nosotros

San Pablo, en la carta a los Romanos, nos dice algo crucial: “Lo que se escribió en el pasado se escribió para enseñanza nuestra”. El pasado no es arqueología. Es memoria viva, alimento para el presente. Las promesas de Dios a Israel no han caducado. La esperanza de los profetas no es nostalgia. Es combustible para hoy.

Pablo nos invita a “tener los mismos sentimientos de Cristo Jesús”, a acogernos mutuamente “como Cristo nos acogió”. No se trata de una moral de manual, sino de compartir la mirada de Jesús sobre el mundo, sobre los demás, sobre nosotros mismos. Y esa mirada es siempre de acogida, de misericordia, de esperanza inquebrantable.

El desierto de 2025

Juan gritaba en el desierto de Judea. ¿Dónde está nuestro desierto hoy? No es geográfico. Es existencial. Es el ruido constante que nos impide escuchar. Es la saturación de información que nos deja sin criterio. Es la soledad en medio de la hiperconexión. Es la ansiedad que nos paraliza.

Y en ese desierto, sigue resonando la misma pregunta: ¿estás dispuesto a cambiar de dirección, o solo das vueltas en círculo?

Juan preparaba el camino al Señor. ¿Cómo preparamos nosotros ese camino? No con grandes gestos, sino con honestidad radical. Con la disposición a reconocer dónde nos hemos equivocado. Con la valentía de dejar morir lo que ya no da vida. Con la apertura a ese fuego del Espíritu que purifica y renueva.

“Ya toca el hacha la raíz de los árboles”, dice Juan. No es una amenaza. Es una invitación urgente. El tiempo se acaba. No para condenarnos, sino para liberarnos. Para que dejemos de fingir y empecemos a vivir de verdad.

Adviento: el tiempo de lo real

Este Adviento no nos pide ser perfectos. Nos pide ser reales. Reales con Dios, reales con los demás, reales con nosotros mismos. Como Juan en el desierto: sin máscaras, sin poses, sin mentiras piadosas.

El reino de Dios está cerca. El “más Fuerte” viene. Y cuando llegue, no nos preguntará por nuestras credenciales religiosas, sino por el fruto de nuestra vida. ¿Hemos amado de verdad? ¿Hemos acogido al diferente? ¿Hemos trabajado por la justicia? ¿Hemos sido, aunque sea un poco, anticipo de ese mundo donde el lobo habita con el cordero?

Hermanos y hermanas, después de tantos años reflexionando sobre estas cosas, les digo con toda sencillez: no compliquemos el Evangelio. Juan no lo complicó. Una sola palabra: Convertíos. Porque está cerca el reino de los cielos.

Que este Adviento sea para cada uno de nosotros ese momento de cercanía con “la grandeza, la luz, lo real” del que hablaba Miłosz. Y que no lo olvidemos.

José Cristo Rey García Paredes, CMF

1 DOMINGO DE ADVIENTO. CICLO A

¿Y… CUANDO LLEGUE … “EL QUE TIENE QUE LLEGAR”?

¿Qué nos está diciendo Jesús hoy?

Algo que nadie quiere escuchar: ¡tu vida puede cambiar en un instante!. No cuando estés listo. No cuando hayas terminado tus proyectos. Sino justo cuando creas que todo está bajo control.

Y luego viene esa imagen que nos estremece: “Dos estarán en el campo: uno será tomado, el otro será dejado. Dos mujeres estarán moliendo: una será tomada, la otra será dejada.”

Esta es nuestra experiencia humana más dolorosa: ver cómo las relaciones se desgajan, cómo los caminos se separan. Dos personas juntas, haciendo exactamente lo mismo. Mismo lugar, mismo trabajo, misma vida. Y de pronto, cada uno por su lado.

Pero escuchemos bien: Jesús no nos habla de una tragedia cósmica. La llegada del Hijo del Hombre no es el fin del mundo como castigo. Es la llegada en gloria del Jesús de los Evangelios, del Hijo de Dios que viene a encontrarse con nosotros.

¿Cómo será este encuentro?

Y aquí está la pregunta que nos atraviesa: ¿cómo será ese encuentro?

¿Tendremos que avergonzarnos? ¿Será bochornoso, incómodo, porque no hemos creído en Él? ¿Porque hemos vivido como si no existiera? ¿Porque lo hemos dejado en segundo plano mientras perseguíamos mil cosas que al final no importan?

O, por el contrario, ¿será el encuentro más esperado, más maravilloso de nuestra vida? ¿Podremos mirarle a los ojos y decirle: “Tú sí que eres el Redentor del mundo, el Liberador, el que hace realidad nuestros mejores sueños”?

Esa es la diferencia entre los dos que estaban en el campo. No es dónde estaban. Es cómo estaban. Despierto o dormido. Presente o ausente. Vivo de verdad o solo sobreviviendo en automático.

¡Estad en vela!

Por eso Jesús nos dice: “Estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor.”

Adviento no es nostalgia de un nacimiento de hace dos mil años. Adviento es ahora. Es prepararte para lo Inesperado que irrumpe en tu vida hoy.

Esa llamada que no esperabas. Ese diagnóstico que lo cambia todo. Esa oportunidad que aparece de la nada. Ese encuentro que parte tu historia en dos. Y sí, también esa llegada definitiva del Señor que no sabemos cuándo será.

Cuando llegue lo Inesperado

Y cuando llegue lo Inesperado —porque llegará—, puede ser de dos formas: gracia que te transforma, te eleva, te despierta… o desgracia que te encuentra vacío, distraído, ausente de ti mismo.

Adviento es recuperar la capacidad de sorprendernos. De soñar. De esperar lo extraordinario en medio de lo ordinario.

No vivamos como si Dios fuera un espectador lejano de nuestra rutina. Él viene. Está viniendo. Quiere irrumpir en tu vida, no para condenarte, sino para realizarte, para hacer realidad lo que ni siquiera te atreves a soñar.

Conclusión

La pregunta no es cuándo vendrá lo Inesperado.

La pregunta es: cuando llegue… ¿nos encontrará despiertos?

Que este Adviento nos despierte del sueño. Que reavive en nosotros la esperanza. Que nos prepare para recibir al que viene no con vergüenza, sino con el corazón abierto de quien espera al Amigo, al Salvador, al que da sentido a todo.

José Cristo Rey García Paredes, CMF

 

DOMINGO 34. JESUCRISTO REY DEL UNIVERSO. CICLO C

CRISTO, REY DEL UNIVERSO

Concluye el año litúrgico. Llegamos al final de nuestro camino espiritual. Y la madre Iglesia nos pone ante nuestra mirada a Jesús, rey del universo. Las tres lecturas nos introducen en el misterio de la realeza de Jesús: hijo del rey David o la reunión de los hermanos dispersos (segundo libro de Samuel), el rey Crucificado y la vuelta al Paraíso (evangelio de Lucas) y el “Hágase la Luz” del Reino en la nueva Creación (carta a los Colosenses).

Primero: Reunión de los hermanos dispersos

La primera lectura nos habla del rey David, que reúne en un solo pueblo a las doce tribus de Israel, antes dispersas y enfrentadas. Se acercaron a verlo y le dijeron: “¡Hueso y carne tuya somos!”. Los ancianos lo ungieron como rey de Israel, como su líder y su pastor, reconociendo que era el elegido de Dios. Y Dios le prometió que siempre tendría un descendiente y que su casa permanecería para siempre.

Y así sucedió. El ángel Gabriel le anunció a María, la esposa de José, hijo de David: “el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará eternamente sobre la casa de Jacob y su Reino no tendrá fin”.

Segundo: De vuelta al Paraíso, al nuevo Edén

La lectura del Evangelio nos presenta el tramo final de la vida de Jesús. Ante Pilato Jesús proclamó: “Yo soy Rey” (Jn 18,37) y, por eso, Pilato mandó poner en la cruz esta inscripción: “Éste es el Rey de los judíos” (Lc 23,38). Las autoridades, el pueblo, los soldados y uno de los malhechores crucificados, se reían, burlaban y hacían muecas ante su Rey. Únicamente uno de los crucificados defendió la inocencia de Jesús y se dirige a Él, como un amigo hacia otro amigo… por su nombre: “Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino” (Lc 23,42), al Paraíso. Murió mirando a Jesús, sufriendo con Él, esperando con Él.

Y la respuesta de Jesús fue: “Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso”. El “hoy” es estremecedor. Le quita al viernes santo todo su carácter trágico. Y el Paraíso era el horizonte de esperanza y de felicidad.

Tercero: ¡Hágase la luz de la nueva creación!

La segunda lectura de la carta a los Colosenses nos pide que demos gracias a Dios nuestro Padre, porque nos ha sacado del reino de las tinieblas; nos ha trasladado -como al buen ladrón- al Reino de su Hijo querido y por hacernos compartir la herencia del pueblo santo en la luz.

Jesús es la Luz del mundo. Nosotros somos hijos de la luz, hijos del día. Donde reina el pecado allí hay tinieblas y queda frustrada la orden del Creador que al principio ordenó: “¡Hagase la Luz!”. Cuando Jesús murió las tinieblas cubrieron la tierra. Pero cuando resucitó, ya hay un ser que todo lo ilumina, es el Hijo querido, la imagen misma de Dios invisible, la primera criatura diseñada y generada, el modelo de toda la creación. “Todo fue creado por él y para él”. 

Sin luz no hay creación. Sin Jesús-Luz del mundo nada existiría. Todo existe gracias a Él. Su reino es cósmico. Nada se libra de su luminosidad y su calor: ¡Él es la luz del mundo!

Pero también es la cabeza del Cuerpo, de la Iglesia, porque vino a reunirnos a todos como hermanos. 

Conclusión

Confesemos, como el buen ladrón, a Jesús como nuestro Rey de Luz. Integrémonos en su Cuerpo, en su Iglesia, como miembros de Cristo, vivos, activos. No tengamos miedo a que nos reconozcan como sus seguidores. Consideremos a todos como hermanos. No idolatremos a nadie.  Si somos de Cristo “reinaremos con Él”. O quizá mejor, nos espera su misterioso Paraíso.

José Cristo Rey García Paredes, CMF

A JESÚS, DADOR DE TODO BIEN