DOMINGO 28 DEL TIEMPO ORDINARIO. CICLO B

¿Qué tengo que hacer?  

         Desde que el hombre es hombre, ha experimentado la necesidad de ir más allá de una vida que parece terminarse con la muerte: la «vida eterna». Porque entonces: ¿Qué más da lo que uno consigue tener, o hacer en esta vida… si todo se acaba?

       Sin embargo parece que esta pregunta no inquieta hoy a la inmensa mayoría. Al menos formulada con las palabras que usa aquel hombre que se acerca a Jesús. ¡La vida eterna! Ocupados con la vida diaria, atrapados por las cosas inmediatas, por tantas que es urgente hacer y llevar al día… que no hay lugar para esta pregunta, a no ser quizás, cuando la enfermedad nos pega algún mordisco, o cuando alguien cercano se nos va de este mundo. Dicen que esta pandemia, con todas sus terribles consecuencias  ha reavivado la pregunta por la vocación religiosa entre los jóvenes…

           Algunos pensadores modernos rechazaron explícitamente hacerse planteamientos más allá de esta vida:“Queremos el cielo aquí en la tierra; el otro cielo se lo dejamos a los ángeles y gorriones”. Y no pocos han hecho suya la máxima que centraba la película «El club de los poetas muertos»: «Vive el presente».

                  Lo cierto es que Jesús aprovecha y corrige aquella pregunta: «Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?», y habla más bien de «tener un tesoro en el cielo» o de «entrar en el Reino». Es decir: que Dios (el cielo) sea tu único tesoro. El Maestro intenta reorientar aquella mirada… nada de «heredar» o «ganarse» la otra vida, sino de llenar de sentido esta vida.

            Aquel desconocido tenía su madurez, su capacidad de hacerse preguntas serias. Hay que reconocérselo. Lo que le plantea en el fondo a Jesús es:  ¿Qué tengo que hacer para ser feliz?, ¿Cómo me puedo sentir satisfecho de mí mismo? ¿Qué tengo que hacer para que mi vida valga realmente la pena? Porque a todas estas preguntas no había encontrado una salida válida. 

Las respuestas habituales que nos ofrece nuestra sociedad apuntan a:

— Estudiar para tener un buen empleo, o ser competitivo, o poder volver a tener un trabajo; ganar «suficiente» dinero, comprarse un piso, un coche, hacer algún viaje… Lo de «suficiente» dinero es algo bastante difícil de especificar, por cierto.
— También el mundo afectivo: encontrar pareja, formar una familia, y estar acompañado de buenos amigos…
— Y también esa dimensión que se fija en uno mismo: cuidar la propia salud, tener buen aspecto exterior, la imagen que presentamos a los demás, hacer lo que me gusta…
— Algunas veces se propone también aprender a ser buena persona, tener unos principios éticos, algunas prácticas religiosas…

         Todas estas cosas son buenas y necesarias…, ¡claro que sí! Pero ninguna de ellas, ni siquiera todas juntas, responden al deseo profundo de felicidad que tenemos. Ninguna de ellas, aun consiguiéndolas con mucho esfuerzo, nos garantiza la felicidad. Porque son todas tan frágiles: es frágil el empleo y la economía, es frágil la estabilidad familiar, es frágil mi salud, y son frágiles las personas en las que podemos apoyarnos y con las que caminamos cada día… porque un día pueden faltarnos.

   Aquel buen hombre -Marcos no nos ha indicado que sea «joven»- era alguien «piadoso y devoto». Buena persona, podríamos decir. Honestamente reconocía que a pesar de todo lo que tenía y hacía… quedaba dentro de su corazón una poderosa inquietud. Lo que quizá no sabía es lo peligroso que es hacerle preguntas tan directas a Jesús.

             Ya nos decía la segunda lectura que la Palabra de Dios es más tajante que espada de doble filo, que penetra hasta el fondo de la conciencia, hasta lo más recóndito del corazón, hasta los deseos más escondidos… y los pone en evidencia, los descoloca. No sólo cuando nuestra vida está «desnortada», o en pecado. También, y quizá más fuertemente, cuando parece que todo encaja perfectamente. Porque el Dios del amor, precisamente porque es amor, quiere que lleguemos más lejos, que crezcamos más, que no nos quedemos atrapados en la mediocridad, ni centrados en nosotros mismos. Y las palabras de Jesús le dan un tajo en lo más interior: penetran hasta el punto donde se dividen alma y espíritu, y juzga los deseos e intenciones del corazón (2 Lectura).

           El «Maestro Bueno» primero señala hacia los mandamientos: Allí está la voluntad del Dios Bueno. Para salvarse sería suficiente. Jesús no menciona los mandamientos referidos a la relación con Dios (los tres primeros, ¿por qué será?), sino sólo los que tienen que ver con los semejantes. Los cambia de su orden tradicional, y añade uno nuevo: «no estafarás». De cara a la vida eterna tiene prioridad el comportamiento con los hombres, tal como está formulado en estos mandamientos.

   Aquel hombre debió sentirse orgulloso de sí mismo, porque todo eso lo había vivido desde pequeño. No es tan difícil cumplirlos: La gran mayoría de los hombres (y de los creyentes), los cumplen suficientemente. Pero eso es Moisés, el Antiguo Testamento. El discípulo de Jesús, el que quiere entrar en el Reino tiene aquí un punto de partida, el comienzo de «otra cosa» mucho mejor y más plena. Y Jesús le da una vuelta de tuerca con tres imperativos: vende, dale, sígueme. Es como si dijera: «Una cosa te falta»: «¿Por qué no dejas de estar centrado en los cumplimientos, en los mandamientos, en tu esfuerzo por ser «don perfecto», en «conseguir», alcanzar, heredar, tener…? Todo eso te hace sentirte muy satisfecho de ti mismo (la verdad es que no tanto, vista su inquietud), y sobre todo te pones a ti en el centro de todo. Pero no eres libre y no tienes lleno el corazón.

             Después de una mirada de cariño le dice: «Vamos a mirar juntos a los demás, a los que sufren, a los pobres». «Vente conmigo y ponte a amar, pon a los demás en el centro de tus inquietudes y preocupaciones… y que Dios sea tu único tesoro». En definitiva esa fue la propia opción personal de Jesús y es su propuesta sincera.

                     Y el que se había puesto de rodillas delante de él… sale de la escena en silencio, con el rostro arrugado y pesaroso: ¡era muy rico! No estaba dispuesto a descentrarse de sí mismo, Dios no era su tesoro. Su tesoro era otro… que le tenía encadenado. ¿Sería eso lo que le puso triste? ¿Se sintió triste al pensar que llevaba toda la vida siendo buena gente…. al descubrir que estaba fallando… al primero de los mandamientos, estaba fallando al Dios Bueno, que no estaba «sobre todas las cosas» ¿Se fue triste al no poder sostener la mirada de cariño y complicidad que le había ofrecido el Maestro?

               El caso es que renunció a comprobar que con Jesús la vida eterna y plena empieza a gozarse ya aquí, aunque sabía de sobra que «todo eso que tenía» no le servía para sentir que su vida merecía la pena.

A mí me gusta imaginar que aquel hombre impetuoso y «corredor»…. no aguantó la tristeza que apareció con tanta fuerza en su corazón, la tristeza de ver su «verdad»…, ¡bendita tristeza! Y que acabó dejando de mirarse el ombligo, sus cosas, su perfección, sus proyectos... ¡y acabó siendo un buen discípulo de Jesús! No nos lo cuentan lo evangelistas. Pero ¡hay tantas cosas que no nos contaron!. Quizá ésta sea una de ellas. Me gusta imaginarlo así… porque… a lo mejor me pasa a mí.

Quique Martínez de la Lama-Noriega, cmf 
Imagen inferior del Blog «El Evangelio en casa» y Goyo

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4 comentarios

  1. ¿QUÉ TENGO QUE HACER?
    Hoy contemplamos en el Evangelio a una persona anónima, que desea ser fiel a las enseñanzas de Jesús, que siente dentro de sí mismo, inquietud por asegurarse la salvación.
    El texto dice, que se arrodilló delante de Jesús y le dijo: Maestro bueno, ¿Qué tengo que hacer para heredar la vida eterna? La palabra heredar nos da una clave,( era rico, gozaba de muchas herencias).
    Jesús le mira de la única forma que Él sabe hacerlo: con mirada viva y eficaz, penetrante; como su palabra. Descubre en esa persona (puedo ser yo), que sólo busca su felicidad y seguridad, está lleno de su “yo” que no le deja descubrir otro horizonte, otra posibilidad de ser feliz.
    Las riquezas que tanto queremos, deseamos y estimamos, muchas veces no nos sirven para lo fundamental en la vida, que es lograr ser felices y se puede ser feliz con poco.
    La riqueza, desvían mi mirada, taponan mis oídos y paralizan mi corazón. Jesús, en esta reflexión me mira a mí, personalmente, intenta reorientar esa mirada, hacia lo Él cree que puede dar sentido a mi vida. Jesús me dice: la salvación, no se “hereda” como los bienes materiales; es un regalo, puro don desde el amor y viviendo los valores del Reino. Lo importante es llenar de sentido la vida que tienes.
    Muchas veces, me cuesta discernir donde tengo puesto el corazón, cual es mi tesoro.
    Hago eco de la primera lectura: Supliqué y se me concedió la prudencia, invoqué y vino a mí el espíritu de sabiduría. La preferí a cetros y tronos.
    Si reflexionará más cada día la Palabra de Dios, encontraría cauces para implicarme más en el Reino. Comprendería y aceptaría la mirada que Jesús me dirige.
    Me encanta la expresión que utilizas en tu reflexión: Jesús le mira cariñosamente, le invita a mirar “juntos” a los demás. Esto me lo aplico a mí.
    Jesús me descubre otro horizonte, me descubre el Reino y me dice: este es mi tesoro y quiero que sea el tuyo: los pobres, los que sufren, los débiles los que te necesitan, los que buscan gestos de amor.
    Vende lo que tienes: tu “yo”, tu orgullo, tu soberbia…Sígueme y ponte a amar. No solo te ofrezco la salvación, te ofrezco mi Reino y este Reino, tiene que ser el centro de tu vida.
    – ¡Qué pena!, tanto entusiasmo por parte de Jesús y a la
    persona que se arrodillo ante Él, le vino grande porque no era
    libre. Se levantó y en silencio se marchó. Jesús le tocó los
    cimientos en los que ponía su confianza. Seguramente Jesús le
    siguió con la mirada.
    El tener o no tener cosas, no es lo importante. Lo que tiene importancia es el cómo me relaciono con ellas y el valor que les otorgo en mi proyecto de vida. Cómo pueden servir en función de la solidaridad y la justicia de los hombres.
    Ante la reflexión de hoy, pido al Señor, que sea receptiva a su mirada, que me deje mirar por Él para reconducirla si la desvío y juntos mirar a mi alrededor, para descubrir dónde está mi tesoro, para seguirle con fidelidad y felicidad.

    Teresa G.

    • Haces la Maestro una pregunta de rodillas reconociendo su divinidad y muy concretamente te responde con lo que no te esperas.
      Sorpresa y enfado Después rechazo.Pero en el fondo era bueno recapacita y acepta.Todo esto requiere un tiempo Vender bien también.Pero también quiero creer que la historia acaba como debe

  2. Carmen Díaz Bautista

    El tema de la pobreza me ha preocupado siempre; me pregunto si no tendré más de lo que necesito y probablemente sea así. Los humanos somos seres territoriales: mi sillón, mi casa, mi coche… y no nos gusta que toquen nuestras cosas. Jesús nos pide que prestemos atención a esta tendencia tan arraigada en nuestra naturaleza.
    A veces se nos dice que lo malo no es tener bienes, sino tenerles apego, por tanto podemos tener riquezas siempre que compartamos. A los niños se les enseña que deben compartir con los amigos. Mi duda es si con estas ideas no anestesiamos el mensaje de Jesús.
    Personal mente procuro hacer donaciones a ONGs, trato de ser abierta y compartir, pero realmente no sé si esta actitud no será un perfil demasiado bajo para lo que pide Jesús. Aunque no puedo decir que sea rica, tampoco soy pobre materialmente.y si me dijeran, como al hombre rico,, véndelo todo y quédate sin nada, sinceramente no creo estar preparada para una opción tan radical.
    Poco a poco voy descubriendo que ser cristiano implica una exigencia mayor de lo que parece y al tomar conciencia de eso tendré que empezar a cambiar.

  3. Me encantan todos los comentarios que he leído. De Quique, de Teresa y de Carmen. Cuánto se aprende de todos oyendo y leyendo aspectos y vivencias personales.
    En la primera lectura se nos dice el gran valor de la prudencia y sabiduría frente a otros «valores» para poder ser más profundos en nuestros valores y por tanto en nuestras actuaciones. Ya en la segunda lectura se nos muestra al Señor como sabedor de todo y de la profundidad de nuestro corazón. Para mi esto es muy importante porque sé que mi corazón lo está leyendo constantemente y viendo en directo el Señor. Por eso intento ser de corazón, de buenas intenciones…aunque a veces mis obras dejen que desear…
    El evangelio de hoy es muy duro y muy tierno a la vez. Duro porque pensemos si somos «ricos» no solo en dinero sino en lo que tenemos que dar a los demás hermanos…No solo dinero, cariño, amor, saber de las necesidades, consejos, ayudas, palabras… Por eso el Señor nos dice que es difícil llegar a verle si nos centramos en cidas materiales…
    ¿Cuánto estoy dando al Señor?. Y como dije antes que la segunda parte del evangelio aparte de la dura que acabo de explicar es también tierno. Es tierno porque ante la angustia de los discípulos de no saber que hacer por todo lo que les había dicho y no poder acceder a verle para siempre,tiene las palabras de consuelo diciendo que para Dios no hay nada imposible. Por eso quiero decirle al Señor que vea y lea siempre mi corazón.Que intento hacerlas cosas lo mejor que sé y que ne ayude a ver más. En mi perfil de WhatsApp siempre tengo puesto un kema que es a la vez mi oración continua hacia El «No sé hacerlo mejor».
    Quiero citar una oración qu creo que es anónima y que me encanta » No me mueve mi Dios para quererte el cielo que me tienes prometido…». Es preciosa. No quiero hacer las cosas por el premio o al castigo sino por amor a El.
    Señor te pido en este domingo que me ayudes a ser más desprendido de todas mis «riquezas terrenales». Que sean para ayuda a los demás y que siempre veas y leas mi corazón por encima de todo. Te quiero siempre en mi vida. No me dejes. Así sea.

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