SOLEMNIDAD DE TODOS LOS SANTOS.

EL CORDERO DE DIOS Y LA OTRA HUMANIDAD: en el día de Todos los Santos

El Cordero inmolado: un escándalo que sigue vivo

Zurbarán

Zurbarán

El Apocalipsis nos presenta hoy al Cordero inmolado. Emmanuel Falque, uno de los grandes filósofos contemporáneos, nos recuerda algo perturbador al hablar de las “Las Nupcias del Cordero”: este Cordero no es una metáfora piadosa, es un cuerpo desgarrado que se ofrece. Es “Eros divino” hecho carne vulnerable. No es la imagen edulcorada que colgamos en nuestras paredes, sino el escándalo de un Dios que se deja matar por amor.

Cuando el Apocalipsis -y también la celebración eucarística, en el momento primero de la comunión- proclama: “Dichosos los invitados al banquete de bodas del Cordero” (Ap 19:9), no nos está invitando a una ceremonia formal, sino a unas nupcias: al encuentro más íntimo, más comprometedor, más transformador que podemos imaginar. El Cordero nos desposa con su muerte y su resurrección. Y nosotros, ¿seguimos siendo meros espectadores?

Los santos: no devoción, sino comunión viva

Aquí está el segundo despertar que necesitamos. El Concilio Vaticano II, en el capítulo 7 de la Lumen Gentium, no nos habla solo de nuestra devoción hacia los santos. Dice algo radicalmente distinto: nos habla de “esa comunidad que en el Espíritu se relaciona con nosotros”.

¿Lo captamos? No somos nosotros los únicos que nos dirigimos a ellos. Ellos se mueven hacia nosotros. La comunidad santificada en el Espíritu está viva, activa, en relación dinámica con nuestra humanidad peregrina. Los santos no son estatuas que observan desde lejos; son hermanos y hermanas en la plenitud de la vida que nos acompañan, nos impulsan, nos retan.

Esta es una verdad que debería sacudirnos: no estamos solos en nuestro camino. Caminamos rodeados de una nube de testigos que ya han atravesado el fuego, que conocen nuestras luchas, y que desde la cercanía de Dios interceden y colaboran con nosotros en el Espíritu.

La otra humanidad: no es “basura cósmica”

Y ahora la pregunta más incómoda: ¿Qué es lo que celebramos hoy realmente? ¿Una colección de superhéroes espirituales inalcanzables? No. Celebramos “la otra humanidad”: la humanidad resucitada, transfigurada, la humanidad en su verdad definitiva.

Los santos no son la excepción: son la revelación de lo que estamos llamados a ser. No son basura cósmica para los cementerios; para Dios son la recuperación de lo más bello, lo más verdadero, lo más valioso de la creación. Son la promesa cumplida de que nuestra carne, nuestras luchas, nuestras alegrías, nuestro trabajo, nuestro amor… todo eso tiene un destino eterno.

Cuando miramos a los santos, no estamos mirando a extraterrestres espirituales. Estamos mirando a nosotros mismos en nuestra verdad escondida. Ellos son el espejo de lo que podemos llegar a ser si nos dejamos desposar por el Cordero.

El reto: despertarse

Hermanos, la pregunta de hoy no es: “¿Cuántos santos conocemos?” La pregunta es: “¿Nos dejamos tocar por esta comunión viva?”

  • ¿Vivimos consciente de que no caminas solo, de que los santos te acompañan, te empujan, oran por ti?
  • ¿Nos atrevemos a creer que nosotros también estamos llamados a ser parte de esa “otra humanidad” resplandeciente?
  • ¿Nos dejamos desposar por el Cordero, con todo lo que eso implica de vulnerabilidad, de entrega, de transformación?

O seguiremos viniendo a esta fiesta como quien cumple un trámite, sin dejarnos impactar por el fuego que arde en el corazón de esta celebración.

Conclusión: invitados al banquete

Van Eyck "La adoración del Cordero Místico

Van Eyck “La adoración del Cordero Místico

“Dichosos los invitados al banquete de bodas del Cordero.” Esta no es una invitación para mañana o para después de la muerte. Es para hoy. Es para esta Eucaristía. Es para nuestra vida concreta, con sus alegrías y sus heridas.

Los santos no son un museo del pasado. Son la comunidad viva que te llama, te desafía, te acompaña. El Cordero no es una idea teológica. Es el Esposo que te espera con los brazos abiertos, con las heridas abiertas.

Que esta fiesta de Todos los Santos nos despierte del adormecimiento. Que nos lance a la aventura de la santidad. Que nos haga conscientes de que ya estamos, aquí y ahora, rodeados por esa “otra humanidad” que nos grita: “¡Ven! ¡Tú también estás llamado! ¡No tengas miedo!”

José Cristo Rey García Paredes, CMF

DOMINGO 31. CONMEMORACIÓN FIELES DIFUNTOS. CICLO C

¡NO SOMOS BASURA DE LA CREACIÓN”

Dividiré esta homilía en cuatro partes:

  1. Alejaste la paz de mi alma… pero detrás una maravillosa promesa
  2. Nuestros seres queridos no son “basura desechable de la Creación”
  3. Transfiguración y “oro refinado”.
  4. Visitando el umbral de una transformacion

1. Alejaste la paz de mi alma… pero detrás una maravillosa promesa

El gran teólogo Karl Rahner, en su profunda reflexión “Zur Theologie des Todes”, nos ayuda a comprender que la muerte no es simplemente un final biológico, sino un acto profundamente personal. Rahner nos dice que en la muerte, el ser humano no se disuelve en la nada, sino que alcanza su madurez definitiva, su “pancosmicidad” – una relación nueva y transformada con toda la realidad creada. La muerte es paradójicamente el momento de mayor actividad del espíritu humano, donde nuestra libertad realiza su acto más radical y definitivo.

2. Nuestros seres queridos no son basura desechable de la Creación

Pero ¿qué significa esto para nosotros, hoy, ante la tumba de nuestros seres queridos?

Significa, hermanos, que el Dios que nos creó con amor infinito, que nos llamó a la existencia del no-ser, no nos ha destinado a ser basura desechable de su creación. ¡Qué imagen más terrible e incompatible con el Dios que Jesús nos reveló! El Dios del Evangelio no es un creador que fabrica vidas para después tirarlas al basurero cósmico.

Nuestra vida histórica, con sus alegrías y dolores, con sus logros y fracasos, con sus amores y sus heridas, está siendo asumida en una perspectiva misteriosa que apenas podemos vislumbrar. Como dice el Salmo 129: “Del profundo abismo clamo a ti, Señor… porque de Él viene la misericordia y la redención abundante”.

3. Transfiguración y “oro refinado”

La teología contemporánea, en diálogo con Rahner, nos invita a ver la muerte no como aniquilación sino como transfiguración. Nuestros difuntos no son desechos ni recuerdos que se desvanecen. Son, en palabras audaces pero bíblicas, “oro refinado” – purificados por el fuego del amor divino, transformados para una nueva realidad que las Escrituras llaman “cielos nuevos y tierra nueva”.

¿Podemos imaginar esto? No completamente. Como dice San Pablo: “Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el corazón humano concibió lo que Dios ha preparado para los que lo aman”. Pero no necesitamos imaginarlo todo para confiar en ello.

La promesa bíblica no es vaga. Es la promesa de un Dios que no abandona la obra de sus manos. Es la promesa de Aquel que resucitó a Jesús de entre los muertos y que, con ese mismo poder, nos reintegrará en su Proyecto Creador, redimiéndonos de la mortalidad e integrándónos en su Misterio.

4. Visitando el umbral de una transformación

Cuando visitamos las tumbas de nuestros seres queridos, no vamos a contemplar el final de una historia, sino el umbral de una transformación que excede nuestro entendimiento. Ellos no están perdidos en la nada. Están guardados, custodiados, transformándose en el corazón del Dios que es Amor.

Que esta certeza – no fruto de nuestro deseo, sino de la promesa divina – nos consuele hoy. Y mientras esperamos, vivamos esta vida histórica con la convicción de que nada de lo verdaderamente humano, nada del amor auténtico, se pierde. Todo será redimido, transfigurado, reintegrado en el Misterio de Dios.

José Cristo Rey García Paredes, CMF

Canción: “No somos basura de la Creación”

Estribillo
No somos basura de la creación, Dios nos recoge y nos guarda en su amor.
No somos olvido, ni muerte, ni error: somos promesa, redenc
ión y candor.

I. Contemplamos hoy la vida partida, el paso y el tiempo, la huella dolida.
¿Tanto amor se borra, se pierde al final? ¡No!, ¡No!. Dios nos guarda, nos quiere inmortal.

II. “Alejaste la paz de mi alma”, el profeta clamó, mas la misericordia de Dios nunca cesó.
En dolor y vacío amanece la luz, cada día es regalo, esperanza en Jesús.

Estribillo
No somos basura de la creación, Dios nos recoge y nos guarda en su amor.
No somos olvido, ni muerte, ni error: somos promesa, redención y candor.

III. Dios no crea destinos para el basurero, no arroja sus hijos en el mundo severo.
Cristo junto al pozo, sed y fragilidad, viste la muerte de vida y verdad.

IV. La muerte es oro que la fe ha afinado, transfiguración, fuego santo y sagrado.
No somos recuerdos que el viento se llevó, Dios hace nuevo a quien tanto amó.

Estribillo
No somos basura de la creación, Dios nos recoge y nos guarda en su amor.
No somos olvido, ni muerte, ni error: somos promesa, redención y candor.

V. Al pie de la tumba no acaba el camino, la vida se guarda en el misterio divino.
Nada del amor se pierde en la tierra, Dios lo recoge, lo salva y lo encierra.

Estribillo
No somos basura de la creación, Dios nos recoge y nos guarda en su amor.
No somos olvido, ni muerte, ni error: somos promesa, redención y candor.

 

DOMINGO 30. TIEMPO ORDINARIO. CICLO C

JESÚS Y EL “EGO” PRESUMIDO Y DESPRECIATIVO

El evangelio de este domingo nos responde en un texto muy breve: en la parábola del ególatra y del auto-humillado o humilde-humillado: del fariseo que presumía de su bondad, y del publicano que se avergonzaba de su maldad.  Así comienza el evangelio de este domingo 30:

“Algunos, teniéndose por justos (es decir, por buenos), se sentían seguros de sí mismos y despreciaban a los demás (por malos)”

1.   La encarnación de dos formas de orar

La parábola de Jesús sobre el fariseo y el publicano no es un relato de buenos y malos. Jesús, narrador genial, nos presenta a dos personas a través de su forma de orar. Y ya, concluida la parábola, Jesús emite un juicio y se dirige a quienes le escuchan:

 “Os aseguro que este último -el publicano- volvió a su casa justificado, pero no el primero -el fariseo”.

2.   La oración del fariseo

El fariseo entra en escena. Para los oyentes de Jesús los fariseos eran personas agradables, positivas. El fariseo ora en su interior, ¡no en voz alta!¡Sólo Dios podía escucharlo! Lo hacía erguido, pues así era la costumbre en Israel. Su oración se asemeja a un breve examen de conciencia, del que él mismo se autocalifica como “sobresaliente” en buena conducta.

  • Ayunaba dos días a la semana. Ayunar quería decir no comer ni beber nada hasta la caída del sol. ¡Buen sacrificio en el clima tórrido e implacable de Palestina!
  • Ofrecía el diezmo de todo lo que ganaba a los levitas y al templo, tal como pedía la ley (Num 18,21; Deut 14,22-27).  
  • Como decía el salmo 119: el fariseo caminaba con vida intachable en la ley del Señor… guardaba sus preceptos de todo corazón”.

Un hombre así ¿no sería digna de admiración y respecto? 

3.   La oración del publicano

El publicano entra en escena. Para los oyentes de Jesús era una figura negativa, desagradable. Un publicano recaudaba los impuestos que ricos y señores del país, como también las fuerzas de ocupación, los romanos, imponían a una población empobrecida. Los publicanos solían ser en esto de recaudar inexorables, explotadores y defraudadores.

Su oración en el templo se reduce a una sola frase: “¡Oh, Dios!, ten compasión de este pecador!”. Se quedó atrás. No se atrevía a levantar los ojos al cielo. Sólo se golpeaba el pecho.

4.   Las puntualizaciones de Jesús

El fariseo contamina su oración de acción de gracias cuando -según el relato de Jesús- se centra en su “ego”: Yo ¡no soy como los demás, ladrones, injustos, adúlteros… y mirando hacia atrás con desprecio se atreve a decir: ¡ni como ese publicano!

El publicano tira su “ego” por los suelos. Ennoblece su oración definiéndose como un “pecador”; expresa su lejanía de Dios, quedándose atrás en el templo; no se atreve a alzar los ojos al cielo, se golpea el pecho, pidiéndole a Dios únicamente compasión. En el salmo 50 se decía: “un corazón quebrantado y humillado tú no lo desprecias”.

5.   La puerta del Reino de Dios

Jesús trajo consigo un nuevo sistema: el Reino de Dios. No era un reino para “egos” autosuficientes: “quien quiera venir detrás de mí, que se niegue a sí mismo”. Quienes forman parte del Reino son “los pobres en el espíritu”, como el publicano, aquellas personas que piden perdón. En cambio, qué difícil es que un autosuficiente, un ególatra entre en el Reino:

“Os aseguro que este último volvió a su casa justificado, pero no el primero”.

El término “justificado” -empleado por el evangelista- es una forma gramatical que técnicamente se denomina “pasivo teologico”: es decir, que por sí solo ya todos entenderían que el publicano fue justificado por Dios, absuelto en el tribunal divino. En cambio, el fariseo no fue absuelto por Dios. María proclamó en su Magnificat que Dios “dispersa a los soberbios de corazón y enaltece a los humildes.

¡No juzguéis y no seréis juzgados! ¡No condenéis y no seréis condenados!

José Cristo Rey García Paredes, CMF

DOMINGO 28. TIEMPO ORDINARIO. CICLO C

LA GRACIA DE “LAS GRANDES OPORTUNIDADES”

Naamán:  “al final cedió… y se sanó”

Naamán el jefe sirio se vio invadido por la lepra. Buscó denodadamente la curación, pero no la hallaba. Una joven israelita, sierva suya, le sugirió un encuentro con el profeta Eliseo. Naamán le hizo caso; pero la experiencia le resultó absolutamente decepcionante: no fue recibido personalmente por el profeta, sino por un siervo que le transmitió lo que debía hacer: ¡bañarse en las aguas del río Jordán! Ante la insistencia de sus acompañantes Naamán se decidió a jugarse la última carta. Al bañarse en el Jordán su carne rejuveneció como la de un niño: aprovechó la oportunidad de Gracia y la Gracia aconteció. 

Hay entre nosotros quienes prefieren la costumbre a la novedad, lo ya sabido al riesgo, la mediocridad, la medianía. “Lo peor no es tener un alma perversa, sino un alma acostumbrada”. Naamán el leproso, fue un ejemplo de inconformismo. No quiso reconciliarse con su enfermedad… buscó… y encontró. El mismo Jesús lo puso como ejemplo ante la gente acostumbrada de Nazaret, sus paisanos.

El “extranjero” agradecido era “samaritano”

Jesús iba de camino Jesús hacia Jerusalén, donde presentía su final. En medio del camino llegó a una periferiaun espacio reservado para leprosos judíos y samaritanos. Éstos le gritaban pidiendo auxilio, querían aprovechar la oportunidad de un encuentro con el Gran Taumaturgo. Jesús les atendió y les ordenó presentarse ante los sacerdotes de Jerusalén. ¡Quien sabe si con ello quiso decirles: “¡Seguid mi camino, que yo también me encamino hacia Jerusalén!”.  En el camino todos sanaron, pero sólo uno se acercó a Jesús para agradecérselo. ¡Era samaritano! Para él era suficiente mostrarse ante su gran Sacerdote, que era Jesús. La experiencia de la Gracia se convirtió en él en acción de gracias.

El perseguidor transformado

Saulo de Tarso tenía el alma enferma: perseguía, encarcelaba, respiraba amenazas de muerte contra el grupo de los seguidores de Jesús. Jesús resucitado le salió al encuentro y con su Luz lo cegó y lo derribó…  Saulo perdió la visión. Entró en la oscuridad. Descubrió que Alguien había tocado su vida. ¿Quién eres? Preguntó. “Jesús a quien tú persigues”, respondió.

Saulo no pudo resistir a tanta gracia. Cuando se le abrieron los ojos, renació a una nueva visión, a una nueva vida. Llegó a decir: “No soy yo quien vive, es Cristo Jesús quien vive en mí”. Pablo confesaba que siempre que no se lo merecía… pero fue agraciado. Por eso, repetiría tantas veces: ¿qué tienes que no hayas recibido? 

¡Aprovechemos las grandes oportunidades!

También a nosotros nos puede sorprender cualquier día una Gracia inesperada.¡No desaprovechemos las oportunidades de Gracia que la vida nos ofrecen! No seamos impacientes como Naamán: esperemos el momento de la Gracia, a pesar de las apariencias. No seamos desagradecidos como los nueve leprosos judíos, que después de sanar, se olvidaron de Jesús. No nos dejemos llevar -como Saulo de Tarso- por el odio, el resentimiento, por la ceguera, porque eso nos hace enemigos de Jesús 

¡Seamos agradecidos! “No demos por supuesto el agradecimiento”: ése es el culto que agrada a Dios: como Naamán cuando recuperó su cuerpo sana como el de un niño recién nacido, como el leproso Samaritano que, emocionado le dio las gracias a Jesús; como Saulo de Tarso, convertido en un gran apóstol de Jesús, San Pablo.

Conclusión

¿Oportunidades gracia? Tendremos muchas en la vida. Estemos atentos. Aprovechémoslas y también nosotros podremos cantar Gracias a la Vida… sí la Vida con mayúsculas que nos sale al encuentro en nuestra vida. Y no olvidemos ¡cada Eucaristía es, debe ser una acción de Gracias!

José Cristo Rey García Paredes, CMF

 

DOMINGO 27. TIEMPO ORDINARIO. CICLO C

LA GRACIA DE “LAS GRANDES OPORTUNIDADES”

Naamán:  “al final cedió… y se sanó”

Naamán el jefe sirio se vio invadido por la lepra. Buscó denodadamente la curación, pero no la hallaba. Una joven israelita, sierva suya, le sugirió un encuentro con el profeta Eliseo. Naamán le hizo caso; pero la experiencia le resultó absolutamente decepcionante: no fue recibido personalmente por el profeta, sino por un siervo que le transmitió lo que debía hacer: ¡bañarse en las aguas del río Jordán! Ante la insistencia de sus acompañantes Naamán se decidió a jugarse la última carta. Al bañarse en el Jordán su carne rejuveneció como la de un niño: aprovechó la oportunidad de Gracia y la Gracia aconteció. 

Hay entre nosotros quienes prefieren la costumbre a la novedad, lo ya sabido al riesgo, la mediocridad, la medianía. “Lo peor no es tener un alma perversa, sino un alma acostumbrada”. Naamán el leproso, fue un ejemplo de inconformismo. No quiso reconciliarse con su enfermedad… buscó… y encontró. El mismo Jesús lo puso como ejemplo ante la gente acostumbrada de Nazaret, sus paisanos.

El “extranjero” agradecido era “samaritano”

Jesús iba de camino Jesús hacia Jerusalén, donde presentía su final. En medio del camino llegó a una periferiaun espacio reservado para leprosos judíos y samaritanos. Éstos le gritaban pidiendo auxilio, querían aprovechar la oportunidad de un encuentro con el Gran Taumaturgo. Jesús les atendió y les ordenó presentarse ante los sacerdotes de Jerusalén. ¡Quien sabe si con ello quiso decirles: “¡Seguid mi camino, que yo también me encamino hacia Jerusalén!”.  En el camino todos sanaron, pero sólo uno se acercó a Jesús para agradecérselo. ¡Era samaritano! Para él era suficiente mostrarse ante su gran Sacerdote, que era Jesús. La experiencia de la Gracia se convirtió en él en acción de gracias.

El perseguidor transformado

Saulo de Tarso tenía el alma enferma: perseguía, encarcelaba, respiraba amenazas de muerte contra el grupo de los seguidores de Jesús. Jesús resucitado le salió al encuentro y con su Luz lo cegó y lo derribó…  Saulo perdió la visión. Entró en la oscuridad. Descubrió que Alguien había tocado su vida. ¿Quién eres? Preguntó. “Jesús a quien tú persigues”, respondió.

Saulo no pudo resistir a tanta gracia. Cuando se le abrieron los ojos, renació a una nueva visión, a una nueva vida. Llegó a decir: “No soy yo quien vive, es Cristo Jesús quien vive en mí”. Pablo confesaba que siempre que no se lo merecía… pero fue agraciado. Por eso, repetiría tantas veces: ¿qué tienes que no hayas recibido? 

¡Aprovechemos las grandes oportunidades!

También a nosotros nos puede sorprender cualquier día una Gracia inesperada.¡No desaprovechemos las oportunidades de Gracia que la vida nos ofrecen! No seamos impacientes como Naamán: esperemos el momento de la Gracia, a pesar de las apariencias. No seamos desagradecidos como los nueve leprosos judíos, que después de sanar, se olvidaron de Jesús. No nos dejemos llevar -como Saulo de Tarso- por el odio, el resentimiento, por la ceguera, porque eso nos hace enemigos de Jesús 

¡Seamos agradecidos! “No demos por supuesto el agradecimiento”: ése es el culto que agrada a Dios: como Naamán cuando recuperó su cuerpo sana como el de un niño recién nacido, como el leproso Samaritano que, emocionado le dio las gracias a Jesús; como Saulo de Tarso, convertido en un gran apóstol de Jesús, San Pablo.

Conclusión

¿Oportunidades gracia? Tendremos muchas en la vida. Estemos atentos. Aprovechémoslas y también nosotros podremos cantar Gracias a la Vida… sí la Vida con mayúsculas que nos sale al encuentro en nuestra vida. Y no olvidemos ¡cada Eucaristía es, debe ser una acción de Gracias!

José Cristo Rey García Paredes, CMF

 

DOMINGO 25. TIEMPO ORDINARIO. CICLO C

LA AVARICIA: ¡TAL VEZ NO TENGA BASTANTE PARA MÍ!

La avaricia es un pecado capital al que solemos prestar poca atención. Es un pecado raíz que habita en cada uno de nosotros. Puede estar más o menos oculto, más o menos despierto. Pero ¡ahí está! Es un virus enormemente destructivo. Destruye el amor y lo convierte en inmisericorde y homicida, pero “homicida de guante blanco”.

Dividiré esta homilía en cuatro partes:

  • Avaricia y austeridad
  • El espejismo de las riquezas injustas
  • Oración sin fronteras
  • Sagacidad y fidelidad en la encrucijada

Avaricia y austeridad

La avaricia germina donde el interés propio ahoga derechos ajenos y sordea súplicas. Ante el mendigo o la obra benéfica, responde con cerrojos de palabras elegantes que disfrazan fealdad esencial. Su grito íntimo –”¿Acaso me bastará?”– endurece el corazón ante el hambre ajeno. Obsesionado en acumular, se encapsula contra toda demanda externa. 

Nadie se confiesa avaro; todos albergamos este vicio. Lo llamamos “austeridad”, “administración prudente” o “fidelidad a bienes ajenos”. Mas su antídoto es la generosidad: virtud generativa que sabe que al dar se recibe. La avaricia es esterilidad; la generosidad, reflejo del Dios creador cuyo perdón inaugura lo nuevo.

El espejismo de las riquezas injustas

La profecía de Amós resuena hoy: la sed de riqueza engendra monstruos. Personas e instituciones, poseídas por la concupiscencia sin límites, petrifican su corazón ante el dolor humano. El dinero, convertido en ídolo, anula la gratuidad. El derecho de propiedad deformado despoja a millones de casa y pan –mientras bestias reciben mejor trato. 

Tras el anonimato corporativo se oculta iniquidad. La lógica del lucro pisotea hijos de Dios cuyo clamor sube al cielo. Mas el Abbá escucha a sus pobres. ¡Que ningún opresor descanse en riquezas manchadas de injusticia!

La oración sin fronteras

“Orar por todos” –exhorta la carta a Timoteo– es amor sin excepciones. La intercesión cultiva el corazón: al orar por el amado, lo amamos en Dios; al orar por el adversario, lo redimimos en el Altísimo. 

Rogar por gobernantes es acto subversivo: les infunde energía creadora frente a la destructiva. La tentación de orar solo por los afines contradice a Cristo, mediador universal que murió por talibanes y norteamericanos, protestantes y musulmanes. En tiempos de fractura, orar sin exclusiones es revolución espiritual.

Sagacidad y fidelidad en la encrucijada 

El administrador infiel de la parábola, ante su destitución inminente, urdió una salida sagaz: redujo deudas ajenas para granjearse favores futuros. Jesús elogia su astucia práctica, ausente en “hijos de luz” paralizados ante las crisis. 

Pero aquí yace la clave: todos somos administradores infieles de dones divinos. Deudores insolventes, solo podemos imitar al mayordomo: rebajar las deudas contraídas con nosotros y usar bienes injustos para hacer amigos entre los pobres. “Vende lo tuyo, dalo a los indigentes: tendrás tesoro en el cielo”. 

La Iglesia apostólica añade: las pequeñas infidelidades corroen la alianza. No se sirve a Dios y al dinero. Fidelidad radical es el único camino cuando los caminos del mundo convergen en el abismo.

José Cristo Rey García Paredes, CMF

EXALTACIÓN DE LA SANTA CRUZ

“CUANDO SEA ELEVADO ATRAERÉ A TODOS HACIA MÍ”

La comunidad cristiana, la Parroquia, la Iglesia nace “bajo la cruz de Jesús”. Allí y sólo allí se produce… una insospechada revelación. Descubrimos que:

  • Jesús murió por “todos nosotros… pecadores”
  • …Y murió para con-gregarnos y reconocernos cómplices del Mal
  • … y para desenmascarar nuestro pecado – La comunidad nace bajo la Cruz

Jesús murió “por todos nosotros… pecadores

  • Ante la cruz de Jesús, ¿quién puede vanagloriarse, autojustificarse? ¿quién puede imponerse a los demás, como el mejor y menos necesitado?
  • Bajo la cruz de Jesús todos nos sentimos culpables, pecadores, cómplices; nos sentimos con las manos vacías y con el peso de nuestro pecado, descubrimos el vacío de nuestro corazón.
  • Las diferencias entre los miembros de la comunidad cristiana parecen ridículas ante esa elemental y trágica coincidencia de todos pecadores.
  • Bajo la cruz todos estamos hermanados en la pobreza, en la prisión de nuestro común pecado.

… Y murió para congregarnos y reconocernos cómplices del mal

  • Bajo la cruz todos solidariamente experimentamos la salvación, la libertad, el consuelo, el perdón y la bendición: “Abbá, perdónalos, porque no saben lo que hacen… “. Cuando le decimos: ¡Acuérdate de mí! Jesús nos abre la puerta del Paraíso.
  • Bajo la cruz todos nos sentimos agraciados para formar parte de la familia escatológica de Dios, amigados desde un mismo Espíritu que el Crucificado envía sobre nosotros.
  • Si ésto es así ¡No tiene sentido continuar divididos, oponernos mutuamente, devorarnos unos a otros!
  • La contemplación de la amargura y de la muerte de Jesús descongela nuestras relaciones hostiles y le da razón a Cristo.
  • Bajo la cruz, “¿cómo podríamos permanecer cerrados frente al “corazón abierto de Cristo’? (Jürgen Moltmann, “Ecumenismo bajo la cruz”)  
    La proximidad a la cruz de Cristo nos aproxima entre nosotros.

La cruz nos manifiesta que en todos nosotros subyace una pobreza común, un sufrimiento común, un pecado común. 

  • El reconocimiento y la confesión de esta realidad es el primer paso para que nazca la comunidad: la “comunión en las cosas negativas”, ¡somos una comunidad de pecadores! Y el que esté sin pecado que tire la primera piedra!
  • Los pobres, los necesitados suelen ser mucho más solidarios que los ricos; los perseguidos y torturados suelen estar muy prontos para la ayuda mutua. En todo caso, la comunión en las cosas negativas, precede a la comunión en las positivas.
  • La verdadera comunidad cristiana nace de la puesta en común de nuestra pobreza, de nuestro sufrimiento, de nuestros pecados. El pecado oculto, la pobreza disimulada, el sufrimiento no revelado, separan de la comunidad. El mal se enerva la soledad:

“El pecado quiere estar a solas con el hombre. Lo separa de la comunidad. Cuanto más solo está el hombre, tanto más destructor es el poder que el pecado ejerce sobre él; tanto más asfixiantes sus redes, tanto más desesperada la soledad. El pecado quiere pasar desapercibido; rehuye la luz. Se encuentra a gusto en la penumbra de las cosas secretas, donde envenena todo el ser».D. Bonhoeffer, Vida en comunidad,

El pecado es desenmascarado

Pero cuando la comunidad y quienes la formamos nos situamos “bajo la cruz de Cristo”, ¡el pecado queda desenmascarado!:

  • sale forzosamente a la luz,
  • manifiesta su rostro deforme sin ningún tipo de máscaras;
  • la verdad del Crucificado lo destruye.
  • Por eso, al compartir el pan del propio sufrimiento, del propio pecado, los miembros de la comunidad hacen que ésta re-nazca.

En una comunidad bajo la cruz el pecado está siempre denunciado, pero por el Señor, no por los hermanos.

La comunidad nace bajo la Cruz

  • La cruz proclama simultáneamente el perdón de los pecados y la victoria de la misericordia sobre la ofensa.
  • Por eso, en la comunidad cristiana, que se sitúa bajo la cruz, se desenmascara el fariseismo y la hipocresía, cualquier tipo de autojustificación; pero también la inmisericordia con el hermano, las actitudes de venganza o de justicia conmutativa.

Nace la comunidad bajo la cruz, cuando estamos dispuestos a confesar nuestro pecado, a compartir nuestro sufrimiento, a poner en común nuestra pobreza. Es decir, cuando vencemos la terrible vergüenza pública se ponen los cimientos más sólidos de la comunidad.

A partir de aquí, hay que construir posteriormente la comunidad desde la comunión en lo positivo.

José Cristo Rey García Paredes, CMF

DOMINGO 23. TIEMPO ORDINARIO. CICLO C

“COMPARTIR LA ESPERANZA”

Algo parecido, pero mucho mejor, prometió Jesús y a sus seguidores y a nosotros “hoy”.

Dividiré esta homilía en tres partes:

  • Apostar por la esperanza
  • Las emociones de un apóstol
  • La alianza más sorprendente

Apostar por la esperanza

Jesús se despojó de todo, de absolutamente todo. Entregó su vida, su cuerpo, su alma. No se reservó nada para sí mismo. Únicamente la esperanza. Nos lo dice el Evangelio de hoy: “Todo aquel de entre vosotros que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío”. Pero nos quedará la esperanza: ella sostiene a quienes se levantan cada día enfrentando la enfermedad, la soledad, el desempleo o el desarraigo. Es la esperanza que hace que una madre, ante las dificultades, siga luchando sin perder la fe en el porvenir; o que una persona anciana y sola, siga sonriendo y haciendo el bien.

¡Sólo la Esperanza! Ésa es la fuerza que nos dirige hacia el futuro, que nos indica que algo importante se está incubando. Que es eso lo que debemos perseguir, asumiendo cualquier riesgo.

Ser cristiano hoy exige apostar por la esperanza cuando parece que todo invita al pesimismo. Invitarnos a salir de la queja, del miedo y del estancamiento, para mirar con ojos nuevos cada situación y descubrir pequeños signos de vida y de futuro..

Las emociones de un apóstol

No estamos acostumbrados a recibir confidencias de quienes nos gobiernan. Casi siempre nos guían con su verdad y sus ideas. Hoy, sin embargo, tenemos un ejemplo distinto: el apóstol Pablo y sus sentimientos en la carta a Filemón.

Esta carta ha sido acogida por la Iglesia como un texto revelado, inspirado! El Espíritu nos demuestra a través de ella que el lenguaje amoroso es lenguaje de Dios. Fijémonos en las palabras y expresiones que emplea Pablo: “apelo a tu amor”, “mi hijo querido”, “como si te enviara mi propio corazón”, “hermano querido que lo es muchísimo para mí”, “si me tienes por amigo”.

Pablo era un hombre que amaba apasionadamente. No tenía recelo en manifestar sus sentimientos, sus emociones, su pasión. Es así como se dirige a la Iglesia de Dios: con el corazón, con el amor apasionado, superando el imperio de la ley.

La apuesta más sorprendente

Nosotros tendemos a calcularlo todo y asegurar la finalización de todos nuestros proyectos: como el que construye una torre o da la batalla -según los dos ejemplos de Jesús. Jesús no nos quiere calculadores. Para ser discípulos suyos, hemos de poner toda la confianza en Él y en el Padre. Sólo nos deja ¡con la esperanza”, porque Dios Padre nunca abandonará a sus hijos e hijas.

 “Dejarlo todo”, sí, pero ¡para conseguir un tesoro que nunca se devalúa y nadie nos lo puede arrebatar! Hay que esperar contra toda esperanza, como Abraham, como María, como Jesús.  

José Cristo Rey García Paredes, CMF

 

DOMINGO 22. TIEMPO ORDINARIO. CICLO C

EL ÚLTIMO PUESTO

Dividiré esta homilía en tres partes:

  • “Lo mío en el centro”
  • El secreto de la humildad
  • Los últimos, ¡los primeros!
  • El acceso a la Jerusalén celeste

“Lo mío” en el centro

De ahí nace el etnocentrismo que lleva a cada cultura a creerse la mejor y a imponerse a las demás. De ahí nace el nacionalismo o también el individualismo. Espontáneamente aspiramos a ser los primeros y superar a todos los demás. Cuando no lo conseguimos, intentamos identificarnos con alguien que quede el primero como si nos representase. Este sentimiento tiene un lado positivo: el estímulo a crecer y superarnos. Pero también un lado negativo: la envidia, la violencia, la guerra, el terror…

El secreto de la humildad

El libro del Eclesiástico muestra una sabiduría impresionante cuando aborda este tema. El representante de la Asamblea del pueblo exhorta a no excederse en la autovaloración. Uno es quien es. Por eso, en las grandezas humanas hay que saber mantenerse en los propios límites; incluso recomienda empequeñecerse.

La razón es para dejar espacio al favor de Dios. Dios es defensor de quien no tiene defensor, aplaude a quien nadie le aplaude, hace justicia con aquella persona a quien otros no hacen justicia. Es como si Dios estuviera ahí, a mi lado, para reparar por las injusticias que se comenten. Pero nuestro Dios no encuentra agrado en que nos tomemos la justicia por nuestra mano.

Por otra parte, Dios confía al humilde sus secretos. El Altísimo tiene una predilección especialísima por los que están abajo, a ras de tierra, en el humus de la humildad.

Los últimos ¡los primeros!

Jesús, el hijo del Altísimo, muestra su predilección por los humildes, por los pequeños, los sencillos. Le dio gracias al Abbá por revelar sus misterios a los sencillos. Hoy el evangelio nos muestra la enseñanza de Jesús con motivo de un banquete que tuvo lugar un sábado en la casa de uno de los principales fariseos. Éstos observan su conducta, pero al mismo tiempo Jesús se fija en ellos y ve cómo buscan ocupar los primeros puestos.

Esta situación le sirve para ofrecerles una enseñanza que, al final redundará en bien de ellos. Si ocupas un lugar superior que no es el tuyo, quedarás degradado. Si ocupas, en cambio, un puesto muy humilde, te ensalzarán y serás honrado ante todos los invitados. Jesús tenía autoridad para hablar en estos términos. Siendo hijo de Dios pasó por uno de tantos, se hizo en todo semejante a nosotros menos en el pecado, se hizo obediente hasta la muerte y muerte de cruz. Por eso, Dios lo exaltó sobre todo nombre, de modo que al nombre de Jesús llegue la salvación.

Ésta es la fuerza extraordinaria de la humildad. No se trata de una estrategia para ser reconocido, sino de una convicción muy profunda: hay que dejar en manos de Dios nuestra vida y nuestro honor. Él responderá a nuestra pequeñez con su grandeza.

Finalmente, Jesús invita a los comensales a actuar como su mismo Abbá y como él hizo en alguna ocasión: al invitar invita a quien ni puede corresponderte, a los pequeños, a los pobres…. Y será Dios Padre quien te recompense.

Acceso a la Jerusalén celeste

La carta a los Hebreos, en la segunda lectura, ofrece un marco nuevo para comprender el tema del “último puesto”. Son los humildes quienes tienen acceso a la Jerusalén del cielo, a la Jerusalén de los santos, de quienes están siempre en la presencia de Dios. Allí está el pobre Lázaro y allí recibe el reconocimiento que le faltó en la tierra.

Aquí en la tierra podemos ir ya anticipando la nueva Jerusalén en nuestra comunidad de humildes y sencillos, donde todos tienen su puesto y atención.

José Cristo Rey García Paredes, CMF

DOMINGO 21. TIEMPO ORDINARIO. CICLO C

LA PUERTA ABIERTA, Domingo XXI, ciclo C

Dividiré esta homilía en tres partes:

  • ¡La gloria de Dios!
  • ¿Serán muchos los que se salven?
  • ¡Rodillas vacilantes, caminad por una senda llana!

¡La gloria de Dios!

El tercer Isaías incluye en su profecía una visión esplendorosa del futuro del pueblo de Israel y de la humanidad. Y ese futuro esplendoroso tiene una razón de ser: ¡la gloria de Dios! No glorificaría a Dios un final desastroso, una derrota cósmica, el que todo acabe en un montón de escombros y de ceniza.

El profeta preve un final lleno de luz: Dios vendrá “para reunir a las naciones de todas las lenguas” y les mostrará su belleza, su gloria, el esplendor de su poderío. Dios no actuará con un poder destructivo y discriminador. Su proyecto es restaurar todas las cosas, reunir a todos los seres humanos, recuperar lo perdido, dar vida a lo que estaba muriendo.

El profeta ubica la acción de Dios en el “monte santo”, estable para siempre. Desde ahí se irradia sobre el mundo la luz de la gloria de Dios. Y hacia el monte santo vendrán todas las naciones para ofrecer la ofrenda más pura. Ahí acontecerá la gran reunión de todos, la gran Alianza con la belleza de Dios.

¿Serán muchos lo que se salven?

Jesús no hace de Jerusalén y del monte santo un lugar de llegada, sino más bien un punto de partida. Desde Jerusalén y desde el monte de Galilea Jesús envió a sus discípulos y discípulas a evangelizar al mundo y les prometió: “quien crea y se bautice, se salvará”. La misión e Jesús es centrífuga, y no centrípeta. Ser iglesia es ser enviada a todas las naciones para que en ella puedan reunirse todos los pueblos.

¿Serán muchos los que se salven?, le preguntan a Jesús.  La respuesta de Jesús es sencilla: ¡entrad!, pero ¡por la puerta estrecha“: no busquéis la entrada triunfal, sino la entrada del servicio -que pasa inadvertida y por la cual se puede pasar sin protocolos ni requisitos. Jesús no nos está pidiendo esfuerzos imposibles, no nos pide que nos despojemos de todo, sino que seamos sagaces y descubramos aquella puerta por la que uno “puede colarse”.

Los que quieran entrar por la puerta principal, cuando ya esté cerrada, no podrán hacerlo. Será necesaria la astucia, el conocimiento; la misma que tienen los pueblos paganos para entrar y sentarse en el banquete del Reino. Un pueblo soberbio, altivo, incapaz de descubrir su propio error, no podrá entrar por la puerta.

¡Rodillas vacilantes, caminad por una senda llana!

Nuestra fe cristiana es especialmente comprensiva con la debilidad, con la limitación. No nos pide cosas imposibles. Dios está a nuestro lado. Nos corrige, nos guía, pero también nos comprende. Sabe y conoce nuestra debilidad, nuestras vacilaciones y dudas. Con nuestro Dios es posible llevar una vida honrada y en paz. En la angostura nos da anchura. Nos hace caminar por una senda llana. ¡Todo son facilidades para que podamos entrar en el Reino de Dios y participar en la mesa de los Elegidos!

José Cristo Rey García Paredes, CMF