V DOMINGO DE PASCUA. CICLO A

GRANO Y ESPIGA: de la muerte a la vida plural

A la glorificación de Jesús podríamos darle dos nombres: resurrección e iglesia. Quieren decir que la resurrección de Jesús tuvo dos efectos: uno personal-individual y otro comunitario.

Los griegos y Jesús

Unos griegos solicitaron encontrarse con Jesús. Y Jesús les dijo: “Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre” (¡resurrección!), pero seguidamente explicó en qué consistía su glorificación:

“en verdad, en verdad os digo: si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo, pero si muere, da mucho fruto”.

Jn 12, 23-24

La gloria, la única gloria de la semilla escondida en la tierra está en dar mucho fruto. Jesús muere para resucitar (Jn 10,17) y para que “se rehaga la Iglesia (San Agustín).

¡De qué magnífico pueblo formamos parte!

La resurrección nos afecta a todos. La resurrección de Jesús inicia una resurrección colectiva que experimentamos anticipadamente.

“Si el grano de trigo no muere, queda solo, pero si muere produce mucho fruto”. La resurrección de Jesús es un acontecimiento de enorme fecundidad. El trigo se convierte en espiga, la piedra angular sirve de base a un nuevo templo de piedras vivas, el único sacerdote es el principio de un pueblo sacerdotal. 

La Pascua nos invita a reconocer nuestra identidad: la nueva identidad que Jesús nos concede. Gracias a su muerte y resurrección somos “espiga”, “somos templo de Dios”, somos “sacerdocio real”.

Hay que reconocer la dignidad del pueblo de Dios y hemos de descubrir su misterio para respetarlo, amarlo. Ningún individuo en la iglesia es más que el pueblo de Dios.

¡El “Shaliah” del Abbá!

Jesús tiene una viva conciencia de “enviado”.
En  hebreo se utilizaba una palabra muy significativa: ¡shaliah! El shaliah era aquel que representaba a otro, como si fuera él mismo, era su plenipotenciario, su expresión. Jesús se presentaba siempre a sí mismo como el Shaliah del Abbá, de Dios Padre. Verlo, contemplarlo, era una invitación permanente a descubrir en cada uno de sus rasgos, acciones, palabras, al Abbá.
La dignidad de Jesús supera a cualquier dignidad humana. Dios Padre, el Abbá, actuaba en Él, se expresaba en Él. Por eso, Jesús se permite pedir una confianza absoluta en Él: ¡Creed en Dios! ¡Creed también en mi!
Jesús reconoce la identidad personal e individual de cada uno de sus discípulos. Se relaciona con ellos desde sus diferencias y dignifica la diversidad. Por eso, promete preparar diversas moradas. El cielo no es un lugar indiferenciado, donde perdemos nuestra identidad, nuestros amores, nuestra forma de ser.
Jesús da futuro a sus discípulos y discípulas. Su resurrección es generadora de nuevas e inimaginables posibilidades.
Jesús es Camino, es Verdad, es Vida. A través de Él llegamos a la fuente de la Vida y de la Verdad, que es el Abbá.

Los conflictos abren nuevas perspectivas

La comunidad que genera la resurrección es plural, es comunidad de diversos. La vocación no hace acepción de pueblos o razas. La comunidad prototípica de Jerusalén estaba formada por cristianos de lengua hebrea y cristianos de lengua griega. Ya desde sus orígenes la comunidad cristiana fue multicultural, bilingüe. 
Unos se encontraban en casa, en la propia patria. Los otros eran inmigrantes y extranjeros; procedían de otros países. Las relaciones entre los dos grupos se hicieron tensas. Los de lengua griega se quejaban de la desatención a sus viudas. Si el ideal de la comunidad era “tener un solo corazón, una sola alma y todo en común”, la realidad mostraba que se estaba todavía muy lejos de conseguirlo.
Los apóstoles se ven desbordados. E inician una nueva praxis: la diakonía, el servicio de las mesas. Los helenistas se eligen siete diáconos. 
El decurso de los hechos manifestó que estos diáconos fueron mucho más que meros servidores de las mesas. También ellos predicaron la Palabra, recibieron el Espíritu, fundaron iglesias, rompieron los moldes de la tradición judía dentro del cristianismo.
Los conflictos pueden ser un regalo para la Iglesia. Cuando son bien gestionados, los conflictos aguzan la capacidad creadora y abren a nuevas posibilidades. El Espíritu Santo actúa en todos.

José Cristo Rey García Paredes, CMF

IV DOMINGO DE PASCUA. CICLO A

ICONOS VIVOS DEL BUEN PASTOR

Este es el domingo en que ponemos de relieve la continuidad que se da entre la labor “pastoral” de la Iglesia y la acción de Jesús, el buen -o el bello- Pastor. Es el domingo en que interpelamos a nuestros jóvenes para ver si tienen vocación para el ministerio pastoral, sea como presbíteros, o como miembros de una “familia carismática” femenina o masculina.
Confesamos, sin embargo, que “el Buen Pastor” es uno solo, Jesús. Sólo Él guarda y cuida de su comunidad. Somos muchos y muchas quienes en la Iglesia colaboramos en el ministerio pastoral. Todos y todas dependemos del único y buen Pastor. Él es la puerta por la que entramos. Él es máximo criterio de nuestra vida y acción.  

Jesús, puerta y pastor ante los falsos pastores

En el antiguo Israel un aprisco estaba formado por cuatro paredes de piedra sin techo y una puerta. Los ladrones y bandidos asaltaban los rebaños saltando por las paredes. ¡Nunca entraban por la puerta! Jesús los llamaba “salteadores”. ¡Solo el legítimo pastor entraba por la puerta! Y así mismo, ¡las ovejas entraban y salían por la puerta! 
Jesús se presenta en el Evangelio de hoy como el legítimo pastor y también como la puerta auténtica. Él hace que en su presencia las ovejas se sientan seguras, tranquilas. Él llama a cada una por su nombre. Ellas conocen su voz y lo siguen. Ante el falso pastor, las ovejas no reconocen su voz, tiemblan, huyen. 
La puerta no es la doctrina de los que mandan; ni las normas o las leyes de quienes las emiten. La puerta es Jesús, el Hijo de Dios, el Pan bajado del Cielo, el Hijo del Hombre, el buen Pastor que da la vida por sus ovejas. 
Jesús se mostraba, en cambio, enormemente crítico hacia los falsos pastores: que identificaba con bandidos y ladrones. ¡Los que habían convertido la casa de su Padre en “cueva de bandidos”! Los que roban, matan y destruyen. Los que no entran por la puerta que es Jesús y su doctrina.

Pastor y Guardián de vuestras vidas

La segunda lectura de la primera carta de Pedro nos presenta también a Jesús también como el pastor y guardián de nuestras vidas. Él padeció por nosotros, sus ovejas. No dio ejemplo para que sigamos sus huellas. No cometió pecado. No insultó ni amenazó. Subió a la cruz, cargado con nuestros pecados. Quedó herido, y sus heridas nos han curado. Jesús es el modelo de toda acción pastoral. Con él debemos identificarnos todos los que participamos en la acción pastoral, presbíteros o laicos, hombres o mujeres. ¿No invocamos también a María como “la divina Pastora?

Los sucesores y el “testimonio colectivo”

Habían pasado cincuenta días después de la muerte de Jesús. Era el día de Pentecostés. Pedro aparece ante la gente junto con los Once. Pide atención. Les dirige estas palabras: “Que todo Israel sepa que Jesús, a quien vosotros crucificasteis, Dios lo ha constituido Señor y Mesías”.
Cómo lo diría que “estas palabras les traspasaron el corazón” e inmediatamente les preguntaron: Hermanos, ¿qué tenemos que hacer? ¡Qué bella expresión: ¡hermanos! Pedro y los Once no suplantan al buen Pastor. Sólo siguen sus huellas.  Pedro y los Once han sabido situarse al mismo nivel de sus oyentes. Jesús es el único Señor. Por eso, la gente se dirige a ellos llamándolos “hermanos”. 
Pedro les responde con tres frases -válidas también hoy para todos nosotros: 1) cambiad de mentalidad; 2) haceos bautizar y recibiréis el don del Espíritu Santo; 3) dadlo a conocer a vuestros hijos y a todos los que el Señor llame, aunque estén lejos. Con el “dalo a conocer” Pedro implica a todos los bautizados en la acción pastoral, en el cuidado pastoral. Y como dice el precioso salmo 22: aunque camine por sendas oscuras nada temo, porque tú vas conmigo. Tu vara y tu callado me defienden.

Conclusión

Hoy no es el día del “clericalismo”. Hoy no es el día de los líderes falsos o autoreferenciales. Hoy es el día en que Jesús desea aparecerse en la acción pastoral de la Iglesia, en la que todos colaboramos, según la vocación recibida. ¡Que nadie se excluya de colaborar con Jesús en la acción pastoral! Empeñemonos todos en buscar las ovejas perdidas, en sanar a las heridas, en hacerlas entrar por la puerta. El Espíritu Santo hará posible lo que nos parece imposible.

José Cristo Rey García Paredes, CMF

III DOMINGO DE PASCUA. CICLO A

¡RECONOCER!

Los primeros tiempos de la comunidad cristiana, tras la Pascua, fueron tiempos para el reconocimiento. No era aquél únicamente un tiempo de “visiones”, sino, sobre todo, de “reconocimiento”. Tanto las discípulas de Jesús como sus discípulos necesitaban tener la certeza de que aquel que se aparecía era Jesús. Este domingo tercero de Pascua, nos invita a “reconocerlo”, a “sentirlo” de nuevo… “al partir del pan”.
Las lecturas de este domingo, tercero de Pascua, nos enseñan cómo reconocer la vida y la presencia de Jesús, en tres momentos:

  • La torpeza para reconocer y creer: los discípulos de Emaús
  • Simón Pedro, testigo e intérprete
  • La sangre de Cristo… el precio del rescate.

La torpeza para reconocer y creer: los discípulos de Emaús 

“Dos discípulos de Jesús iban caminando aquel mismo día hacia una aldea llamada Emaus”. Uno de ellos se llamaba Cleofás. Del otro discípulo, o discípula (¿la mujer de Cleofás?), nos sabemos la identidad.
Jesús resucitado les sale al encuentro. Ellos no lo reconocen. Al principio están cerrados en sí mismos, en su problema: ¡están defraudados! La fe no les llega para más. Ni siquiera creen en los indicios que podrían hacer sospechar la llegada de algo nuevo. No creen a las mujeres, ni siquiera intentan verificar el porqué de la tumba vacía. La incredulidad es impaciente. Los dos discípulos entran en una especie de vértigo y huyen, escapan.
Jesús les parece un extraño. La desconfianza impide el verdadero encuentro. Por eso, el Señor tiene que emplearse a fondo. Les explica las Escrituras y les va dando claves para el reconocimiento.
Las grandes claves que Jesús ofrece permiten entender de alguna forma el misterio del dolor y de la muerte: “¡era necesario que el Mesías padeciera para entrar en su gloria!”.
La llegada a Emaús y la oferta de hospitalidad, hace que los dos discípulos puedan reconocer a Jesús. Lo reconocen cuando Jesús se entrega sin reservas, cuando hace el mayor gesto de amor. Ese gesto de partir el pan les hizo comprender la tragedia del Calvario. Lo que parecía una tragedia había sido el gesto de amor más sublime e intenso.
En los caminos de la vida Jesús nos sale al encuentro. Está bien que no nos cerremos a quien nos visita, aunque al principio no lo reconozcamos. Si somos hospitalarios, acogedores… al final lo reconoceremos. No somos nosotros los que visitamos al Santísimo Sacramento. Es el Santísimo Sacramento el que nos visita.

Simón Pedro, testigo e intérprete

Simón Pedro cobra una gran relevancia en el tiempo de la Pascua. Se convierte en el gran testigo e intérprete de todo lo que ha acontecido en Jesús. Su testimonio y su predicación apasionada encienden por doquier llamaradas de fe.
Pedro no transmite doctrinas, teorías. No aparece como un maestro, sino como un testigo que, además de serlo, ofrece la interpretación de los hechos.

  • Testigo: Se dirige a los vecinos de Jerusalén, a judíos e israelitas. Les habla de Jesús de Nazaret. Ese hombre fue acreditado por Dios ante el pueblo con milagros, signos y prodigios. Pero a ese hombre lo mataron en una cruz quienes habían visto sus obras. No fueron capaz de “reconocerlo”, aunque lo conocieron. No lograron creer en Él, saber de quién se trataba.
  • Intérprete: Pedro les revela ahora la auténtica identidad de Jesús Lo hace sirviéndose de una ayuda externa y autorizada: el salmo 16. Es un salmo precioso, una auténtica joya. En él descubre Pedro la gran clave para entender la resurrección de Jesús. Ese salmo no se refería a David, dado que David murió y sus restos quedaron en el Sepulcro. Ese salmo se refería a Jesús.

El precio del rescate… la sangre de Cristo

De nuevo Pedro nos exhorta a poner en Dios nuestra fe y nuestra esperanza. Desde la carta, a él atribuida, nos pide que tomemos muy en serio la vida y nos conduzcamos de la forma más adaptada a la voluntad de nuestro Padre Dios.
Tomar en serio la vida quiere decir, ante todo, “hacerse consciente” de algo que ha revolucionado la historia del mundo: ¡que Dios resucitó a Jesús de entre los muertos! ¡que le dio gloria! ¡Que la historia del mundo tiene un presupuesto previo (“antes de la creación del mundo”) y un final (“al final de los tiempos”) que le quitan toda ambigüedad y todo resultado incierto! ¡Estamos en manos de Dios y el Mal nunca vencerá!
Hemos sido rescatados con el supremo valor: el precio del rescate vale más que el oro y la plata. Es la sangre, la vida derramada de Jesús.
La esperanza ha de manifestarse en nuestra vida, en nuestro rostro. No podemos vivir como seres esclavizados. Hemos sido rescatados ya.

Conclusión

Sentir la cercanía de Jesús, reconocerlo de verdad, no es una experiencia meramente intelectual: es una convulsión vital. Las experiencias de resurrección no tienen solo que ver con Jesús. También con nuestra propia resurrección. Reconoce a Jesús quien se aproxima a Él. Lo desconoce quien de Él se aleja. La proximidad produce mutuo conocimiento. La lejanía genera un mutuo desconocimiento. Los hebreos expresaban la máxima proximidad, que se produce en el matrimonio, con el verbo “conocer”. También Dios anhela que su pueblo, su esposa, lo conozca y se llene de su conocimiento.

José Cristo Rey García Paredes, CMF

II DOMINGO DE PASCUA. CICLO A

¡Bienaventurados quienes sin ver creyeron!

Pep Ribé

A los saduceos que no creían en la resurrección de los muertos Jesús les habló de “los hijos y las hijas de la Resurrección”. Nadie duda del parto que nos hace nacer. Jesús nos habla de otro parto que nos hará resucitar. Escuchemos la Palabra de este domingo que nos revela este misterio fascinante y para muchísima gente… inesperado e increíble. 

¡Paz a vosotros! ¡Bienaventurados los que creen!

Tras la muerte de Jesús en cruz lo esperado hubiera sido la dispersión de su comunidad de discípulos y discípulas. Pero llegó la inesperado: unos decían que Jesús había resucitado… Después otros lo reafirmaban… Al final, todos lo experimentaron. Las dudas iniciales se fueron disipando: primero las discípulas, después los discípulos, finalmente… hasta el incrédulo Tomás que se había separado de la comunidad.

¡No cayeron en una alucinación colectiva! Se trataba de un proceso de apariciones personalizadas y después colectivas. No acontecía a través de “visiones ópticas”, sino de “visiones bíblicas”: es decir, descubrir el sentido de las Sagradas Escrituras que ya hablaban de ello: los profetas, los salmos, la ley. Jesús resucitado les ofreció la clave, el password para entender lo que estaba escrito: “Era necesario que así sucediera”. 

Cuando el Espíritu Santo nos acompaña en la lectura de las Escrituras Santas descubrimos el misterio de la Resurrección. Tal vez necesitemos tiempo… como le ocurrió al apóstol Tomas. Tengamos paciencia, porque en nosotrs hay una persona que se dice a sí misma: “si no lo veo no lo creo”. Pero el Espíritu la transforma para que “crea y pueda desde la fe ver mucho más… lo increíble” ¡Creer para ver! Y entonces proclamaremos: “¡Creo en la resurrección de la carne” “Señor, auméntanos la fe!”. Creer en la Resurrección no es el resultado de un esfuerzo voluntarista, sino el regalo de una nueva mirada, de una nueva sensibilidad, de una “esperanza viva”.

“Hijas e hijos de la Resurrección”

Anunciación – Arcabas (1926-)

Cuando la fe en el Resucitado se asienta, la comunidad cristiana confiesa que:

  • hay Resurrección colectiva; que Jesús es la primicia, el primero, y no el único; que él ha abierto el seno y tras él iremos naciendo a la vida eterna todas sus hermanas y hermanos; 
  • la conciencia de resurrección transforma la vida aquí en la tierra, en la historia.

La perspectiva -la promesa de Resurrección- cambia totalmente los deseos: no nos jugamos todo en este “primer tiempo” de nuestra vida. Hay un “segundo tiempo” en que podemos ganarlo todo. Así vivió la primera comunidad cristiana. Tras la depresión del Calvario llegó el entusiasmo irradiante, irrefrenable, testimoniante de la Resurrección. 
Por eso, los primeros cristianos no temían a nada, eran kamikazes sin violencia y sin suicidio. Estaban dispuestos a jugarse la vida como Jesús. No hay nadie más temible que quien no teme a nada. Así los cristianos predicaron la Resurrección por todo el imperio romano.

La fe en el Dios que resucita, vale más que el oro

En estos días de Pascua damos lectura a la primera carta de Pedro. Es recomendable dedicarle un tiempo para leerla de principio a fin. Es una excelente catequesis de Pascua. Hoy hemos proclamado solo la introducción. El autor de esta carta-catequesis es un hombre lleno de entusiasmo, feliz, agradecido: es un auténtico profeta de la resurrección, un eco de la sabiduría de Jesús su Maestro. Repitamos sus palabras:

“Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo que en su gran misericordia, por la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, nos ha hecho nacer de nuevo para una esperanza viva, para una herencia incorruptible, pura, imperecedera, que os está reservada en el cielo”.
¿Se puede decir más? ¡Qué magnifico panorama de sentido! Hemos nacido de nuevo. Somos los herederos de una magnífica herencia, que no se gasta, que es imperecedera.  Todo esto que se nos concede vale más que el oro. Por eso, demos gracias, alabemos, vivamos con un gozo inefable y transfigurado.

José Cristo Rey García Paredes, cmf

DOMINGO DE RESURRECCIÓN 2023

ELLOS LO MATARON. DIOS LO RESUCITÓ

Hoy celebramos el día más importante del año litúrgico. Es el día en que resucitó la Vida. En que Jesús, que murió por nosotros, comenzó a vivir para siempre, por nosotros.  Este es el quicio de nuestra fe. En torno a él todo gira y adquiere sentido.

¡Basta tumba vacía… para creer!

María Magdalena -primera agraciada con la aparición del Señor- y el discípulo amado –primer creyente en la resurrección- son los protagonistas del primer Domingo de la historia.
Con motivo de la Pascua el primer día laboral de la semana se convirtió en el “Dies Domini” o “Dies dominicus”. Y desde entonces este día está marcado por la gran experiencia de la Pascua cristiana.
No había dado tiempo a embalsamar el cuerpo de Jesús el viernes y María viene a hacerlo apenas comenzada la semana. Descubre, todavía de noche, que habían removido la piedra de entrada; más todavía, que había desaparecido el cuerpo. ¡Qué amanecer tan inquietante! ¿Qué habrá ocurrido? María comunica la noticia y busca. Corre al encuentro de los Apóstoles. Pedro y el Discípulo amado de Jesús se ponen rápidamente en camino hacia el sepulcro.. Corren juntos. El discípulo amado, más veloz, llega primero. Se asoma. Ve que el Cuerpo no está, aunque sí las vendas. No entra. Deja que Pedro entre el primero. Constatan que probablemente no ha sido un robo, pues todo está muy ordenado. El discípulo amado entró entonces en el sepulcro. Vio lo que allí había y allí faltaba, y “creyó”.
En ese momento el discípulo amado entendió las Escrituras. No fue necesario ver al Señor. Jesús resucitó en su corazón y en su fe. La tumba vacía fue para el Discípulo Amado la gran respuesta a sus preguntas. Las Escrituras le iluminaron.
Nosotros tenemos la misma experiencia. No hemos visto al Señor resucitado, pero sí la tumba vacía. No hay sepulcro en la tierra en el cual podamos encontrar el cuerpo del Señor. Pero sí podemos tener la experiencia de la Resurrección como el Discípulo Amado. Las Escrituras Santas nos devuelven a Jesús Resucitado. Comer y beber con Él en la Eucaristía nos hace sentir su Cuerpo, su Sangre, su Vida. Cada Eucaristía es momento pascual, experiencia del Resucitado.
Después Jesús se apareció a María Magdalena. Ella recibió el encargo-misión de revelar el misterio de la Resurrección a los discípulos.

¡Ellos lo mataron! ¡Dios lo resucitó! ¡Nosotros lo anunciamos!

La comunicación de la Resurrección de Jesús no resultó fácil. A nosotros tampoco hoy nos resulta fácil transmitir esta gran convicción de nuestra fe. Según la primera lectura de este domingo son tres las palabras que en esta transmisión del mensaje resulta importantes:: Ellos, Dios y Nosotros.
¡Ellos!  “Lo mataron… colgándolo de la cruz”. Con estas palabras resume Simón Pedro –ante la gente que lo escucha- el martirio  de Jesús. Ese fue el fin de un hombre que pasó por esta tierra “haciendo el bien y sanando a los oprimidos por el diablo”, de un hombre a quien Dios había ungido con la fuerza del Espíritu Santo, de un hombre de quien se debía decir “¡Dios estaba con Él”. Lo mataron como al más perverso de los seres humanos. La justicia del imperio, la justicia del pueblo judío, cometió la tropelía, la injusticia más monstruosa de toda la historia. Si fue posible ese “error histórico”, consideremos cuántas injusticias seguirán aconteciendo en nuestro mundo.
¡Dios! Dios Padre no se inhibió. Tampoco actuó brutalmente para restablecer la Justicia. Dios “lo resucitó al tercer día”, Dios lo constituyó juez de vivos y muertos. El Condenado por la Justicia es ahora constituido Juez del Universo. Es la gran paradoja. ¿Qué sentirán quienes le condenaron al presentarse ante el Juicio y descubrir que el Condenado es ahora el Juez? Razón tenía Jesús al decir “No juzguéis y no seréis juzgados”.
¡Nosotros! Pedro no personaliza la experiencia. Habla en nombre de un colectivo: ¡la iglesia naciente! La apenas recién nacida iglesia está formada por un grupo de mujeres y hombres “testigos”. En eso consiste su gloria: ¡no en lo que ellos han hecho o hacen, sino en aquellos que les ha sido dado contemplar, vivir! ¡Han sido testigos! De la misma manera que quienes fueron testigos de la caída de los Torres Gemelas en New York no influyeron para nada en su caída, así también los que han sido testigos de la Resurrección de Jesús, no han influido nada en el acontecimiento. Pero a ellos  les cabe la tarea de comunicar su experiencia, de predicarla a todos los vientos para que los pueblos de la tierra se enteren. Pedro dice que ellos son testigos por voluntad de Dios

Cuando el futuro se refleja en nuestro rostro

La segunda lectura nos introduce más todavía en el misterio de la Resurrección. Juega con dos expresiones lingüísticas muy interesantes: el indicativo y el imperativo. El indicativo nos indica que hace Dios por nosotros. El imperativos dice qué hemos de hacer nosotros por Dios.
¿Qué hace Dios por nosotros? Pues ¡que nos ha resucitado!  Dios Padre nos ha concedido participar en el acontecimiento de la resurrección de Jesús. Jesús resucitado es germen de vidas resucitadas. Junto a Jesús la muerte no tiene, ni mucho menos, la última palabra. Estar con Jesús es escuchar la Palabra de la Vida, ser bautizado en el agua de la Vida, comer el Pan de la Vida y el Vino de la Nueva y definitiva Alianza. Por eso, aunque nos aceche, aunque nos amenace la muerte, no hemos de temer: ¿dónde está muerte tu victoria? La muerte nunca nos vencerá. La muerte no hiere a los amigos de Jesús.
¿Qué hemos de hacer nosotros, puesto que Dios nos ha hecho ya anticipadamente resucitar? Vivir el futuro en el presente. Aspirar a los bienes de ese vida plena, colmada. Tener una fuerte moral de victoria. No tener miedo a nada, ni a nadie. Vivir con la dignidad de los ciudadanos de la Gloria.
A los cristianos nos ilumina el futuro. Cuando un cristiano muere, la resurrección le envuelve y… por eso… sonríe, aunque la certeza de morir le entristezca. La esperanza es una fuerza que nada ni nadie puede vencer. Si hemos resucitado con Jesús, ¡tengamos, pues, rostro de resucitados!

José Cristo Rey García Paredes, CMF

 

VIERNES SANTO 2023

“CUERPO CRUCIFICADO”

Entramos en el misterio del Viernes Santo: un día que no es sólo pasado, sino también dramático presente en la vida individual y colectiva de la humanidad.

Hoy es “viernes santo”

El Viernes Santo fue para algunos de nuestros grandes pensadores la expresión del mayor ocultamiento de Dios en nuestra historia. Y hoy lo estamos padeciendo: lo demuestra la expansión -cada vez mayor- de la increencia y del ateísmo. En su obra “La gaya ciencia” (sección 125) el filósofo Nietzsche escribió: 

“Dicen que el loco ese día penetró en varias iglesias y entonó un requiem æternam deo. Y cuando era arrojado esgrimía reiteradamente su argumento: «¿Qué son estas iglesias, sino tumbas y monumentos fúnebres de Dios?” Dios ha muerto. Dios sigue muerto. Y nosotros lo hemos matado.

Anticipaba así lo que hoy está ocurriendo de forma masiva. Son cada vez más las personas -¡incluso miembros de familias de tradición creyente y cristiana!- que se declaran agnósticas o ateas: “no hay Dios, Dios ha muerto”. La religiosidad se diluye. Los templos se vacían.  

El “Viernes Santo” en seis escenas

La liturgia cristiana proclama en este día la Pasión según san Juan en seis escenas

  • La patrulla (Jn 18,1-12): un destacamento de tropas romanas -guiado es enviado por las autoridades judías, para arrestar a Jesús en el huerto de Getsemaní , guiado por Judas. Jesús le sale al paso y les pregunta: ¿A quién buscáis? Ellos responden: ¡A Jesús nazareno! La respuesta de Jesús les sobrecoge: “Yo soy” evocaba al Dios de la zarza incombustible que así le respondió a Moisés: “Yo soy el que soy”.
  • El interrogatorio nocturno: el avaricioso y corrupto Anás somete a Jesús a un interrogatorio nocturno, no oficial. Jesús es maltratado, negado por Pedro en el atrio. Se reúne en la mañana siguiente el Sanedrín -presidido por Caifás- y decide entregar a Jesús a los romanos para que sea ejecutado. Los judíos -por orden de los romanos- no podían ejecutar la pena capital, pero sí le pedirán que ejecute a Jesús con la crucifixión.
  • Viernes por la mañana: Los sacerdotes se dirigen a la casa de Pilato, pero no entran para no contaminarse, dado que ese día se iniciaba la Pascua al atardecer. Jesús ante Pilato se declara testigo de la Verdad, que el procurador romano trata de eludir. Los judíos rechazan la realeza de Jesús. Los gentiles lo visten como rey y lo aclaman: “ellos lo habrían hecho sin burlas”, comenta un gran experto en el evangelio de Juan, Raymond E. Brown. Pilato descubre que Jesús es el Hijo de Dios y Jesús le declara que su poder -como procurador romano- le viene de Dios. Sentado en la sede del juez, Pilato dicta sentencia de muerte. El pueblo de Dios se declara amigo del César. Y esto sucede en “esa hora fatal en la historia de Israel que es “la hora sexta”, el mediodía, el momento mismo en que se inicia el sacrificio de los corderos pascuales en el Templo” (Raymond E. Brown).
  • En la cruz: de ella pende un letrero que declara de forma solemne -en tres lenguas- y por orden de Pilato, el porqué de la muerte de Jesús ¡el rey de los judíos! Los soldados se reparten los vestidos de Jesús, pero “la túnica” de una sola pieza -como la del Sumo Sacerdote- es echada a suertes. Jesús muere como rey y también como Sacerdote.
  • La Madre y el discípulo amado: varias mujeres están junto a la cruz de Jesús y el discípulo amado. Jesús le revela a su madre una “nueva maternidad” refiriéndose al discípulo amado: “Ahí tienes a tu hijo”. Y el discípulo la acogió en su casa.
  • Jesús muere y entrega el Espíritu que se derrama sobre las mujeres y el discípulo amado. Entones Jesús es también “el Traspasado” y de su costado, herido por la lanza, brota el agua de la vida juntamente con la sangre de la entrega.

¿Qué nos dice el relato?

La crucifixión estaba pensada 

  • para humillar al reo, 
  • para privarle del honor, 
  • para hacerle caer en lo más bajo en que un ser humano puede caer. 

El cuarto evangelista nos presenta a Jesús manteniendo su honor en todo momento. 

  • Actúa como un auténtico señor que conoce la situación y la controla. 
  • Jesús soporta lo que haya que soportar, pero nunca cede ante la humillación. 
  • La máxima humillación se convierte en la exaltación del Señor. 
  • El máximo desprecio se convierte en la máxima atracción desde la cruz. 
  • Se le acusa a Jesús de hacerse igual a Dios, Hijo de Dios, rey. Por ello es condenado. Pero muriendo, Jesús entrega su vida al Abbá de la vida.
  • Jesús confía absolutamente en su Padre. Y hace de su muerte el acontecimiento más digno de su existencia, el cumplimiento que lleva a perfección su misión en la tierra: “¡Todo está cumplido!”.

Este relato nos enseña que:

  • Ante la humillación no hemos de reaccionar con violencia, sino con dignidad y firmeza. 
  • Como seres humanos y limitados que somos, habremos de atravesar zonas de sombra, de anonadamiento y tiempos de duda, de aparente sinsentido. Nuestra fe nos pide confiar siempre, en todo lugar y momento, en nuestro Abbá. Él no puede olvidarse de los hijos e hijas de sus entrañas, como no se olvidó de Jesús. Él hace que nuestras noches oscuras, nuestras experiencias de muerte, estén bajo su control, para que nuestros pequeños viernes santos se conviertan en momentos de gracia para el mundo. ¡Qué bien entendió este misterio san Pablo cuando nos dijo que estamos con-crucificados con Cristo!
  • Hay muchas zonas de viernes santo permanente en nuestro mundo: ¡ahora mismo lo estamos sufriendo! ¡Hoy es -quizá más que otras veces- Viernes Santo!. Muchas personas solidarias y compasivas emergen en este día para llevar consuelo, esperanza, cuidar, acompañar, compadecerse…. 
  • Hemos de acercarnos a quienes están pasando su “viernes santo”. Llevémosle nuestra presencia y consuelo. Iluminemos a esa persona con nuestro amor y nuestra esperanza.

¡Abbá, ¡sólo nos quedas Tú!

Abbá, en la oscuridad del viernes santo, sólo nos quedas Tú. Tú eres nuestro refugio, nuestra esperanza, nuestra victoria. Nos ponemos en tus manos. Te entregamos nuestro espíritu. Sabemos, Abbá, que contigo nunca quedaremos defraudados.

José Cristo Rey García Paredes, CMF

JUEVES SANTO 2023

“UN SOLO CUERPO” El Pan y el Cáliz”

Hace muchos años, el gran teólogo católico Hans Urs Von Balthasar escribió un famosísimo libro titulado “Mysterium paschale: la teología de los tres días”. Viernes santo, Sábado santo y Domingo de Resurrección.

En el centro el Cuerpo de Jesús

Jueves, Viernes y Sábado Santo son los días en los cuales nuestra atención se centra en el “cuerpo de Jesús”. Los pasos de la Semana Santa nos lo muestran. Hacia ese cuerpo se dirigen las miradas. Ante ese cuerpo se emocionan los corazones. Parece que carga sobre sí todo el dolor del mundo. En su rostro vislumbra la gente su propio dolor: el ya sufrido, el que ahora le acongoja, el dolor que de seguro vendrá.
Los artistas han sabido plasmar en sus imágenes de Semana Santa un cuerpo de Jesús en situación límite e incluso muerto sin que por ello parezca un cuerpo desahuciado y vencido. Año tras año, generación tras generación se repite el mismo espectáculo y surgen las mismas emociones. ¡Y todo tiene como foco… el cuerpo de Jesús!  

En el Cenáculo de Jerusalén

 Allí está reunido Jesús con sus discípulos para celebrar “la última Cena”, la “Cena de despedida”, “la cena del Adiós”, la “cena del Testamento”.
Los grandes patriarcas del Pueblo de Dios hacían de la última cena o comida con sus hijos la “cena del Testamento” (Jacob en Gen 48-49). Jesús también hace su Testamento. El cuarto evangelista inicia el relato de la Cena con estas palabras: “Amó a los suyos que estaban en el mundo y los amó hasta el final (telos)” (Jn 13, 1).
Pero también se manifiesta el mal, el diablo que actúa a través de uno de los discípulos, Judas, que lo traiciona y entrega a los judíos para que lo eliminen.

El símbolo del lavatorio de los pies

“Durante la cena Jesús vierte agua en una jofaina y comienza a lavar los pies de los discípulos y a secarlos. Culturalmente, la parte inferior del pie se consideraba una parte deshonrosa del cuerpo. El lavado de los pies de otra persona lo realizaba un esclavo o una persona de estatus inferior (1 Sam 25:41). Jesús le dio tal importancia a este gesto. Ante la negativa de Pedro, lo puso ante la alternativa de: “o te lavo y estás de mi parte, o no te lavo y estarás contra mí”.
Los cuerpos de los discípulos tienen vocación de in-corporación para formar todos “un solo cuerpo” en Jesús. Se trata de una primera comunión a través del tacto. Y Jesús añade: ¡laváos los pies unos a otros! ¡Honrad vuestros cuerpos! ¡Bendecíos mutuamente! ¡Alejáos de cualquier forma de violencia corporal!¡Haceos siervos los unos de los otros! ¡Dad la vida los unos por los otros!

El símbolo del Pan eucarístico

Franz von Stuck, Pietà, 1891

Sigue la cena de despedida… y de nuevo aparece el Cuerpo. Esta vez tiene la “sagrada forma” de pan: pero no solo de pan, sino de pan dentro de un escenario de interrelación: ¡de pan entregado! Es el pan de la comida, es el pan que Jesús parte y reparte: “Tomad, comed, ¡esto es mi cuerpo!”.
No se trata sólo del pan, sino del pan partido y distribuido por las manos mismas de Jesús. Él habla de un cuerpo que rebasa sus límites, de un cuerpo que toca, que se acerca, que quiere ser tomado, comido… hasta entrar en el otro cuerpo: “vosotros en mí y yo en vosotros”. El pan-cuerpo tiene una existencia pasajera y transitiva: lo acucia la impaciencia de ser comido y desaparecer en el cuerpo de los discípulos. “Pharmacon athanasías” o “medicamento de la inmortalidad” lo llamaban los antiguos cristianos.
El cuerpo-pan vivifica al cuerpo que lo recibe: “quien come mi pan no morirá para siempre”. Quien comulga se incorpora al Cuerpo que todo lo sana, que resucita, que establece Alianza para siempre. Jesús quiere compartir su cuerpo y hacernos así sus con-corpóreos.
Estrechamente unida al cuerpo… también la sangre. Jesús transforma la escena anterior: ahora lleva en sus manos un cáliz. Derrama sobre él el vino; la entrega a cada uno de sus discípulos y les dice:  “Tomad, bebed: esta es mi sangre, sangre de la nueva y eterna Alianza, que será derramada por vosotros y por todos los hombres para el perdón de los pecados”. 
Jesús quiere compartir su sangre y hacernos sus con-sanguíneos. Para él, como hebreo, la sangre era mucho más que ese flujo líquido que recorre nuestras venas: era el símbolo de la vida, de su vida, que sólo encontraba su sentido des-viviéndose, entregándose. Por eso, también la sangre crea comunión, consanguinidad, Alianza para siempre.

El Sacerdocio fundamental

Jesús quiso que todos nosotros, sus seguidoras y seguidores formáramos el pueblo sacerdotal, o pueblo de sacerdotes. En el Bautismo somos todos consagrados sacerdotes de Dios. Pero en este día, celebramos el origen de una forma peculiar de sacerdocio: el de aquellas personas elegidas para servir y liderar al pueblo de Dios. Jesús le dijo una vez a Pedro: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas?”. Ante la respuesta afirmativa, Jesús le dijo: “Apacienta mis ovejitas”. Los pastores son muy tentados por el Maligno y pueden -como Pedro- negar al Señor, y convertirse en lobos del rebaño del Señor. Roguemos por ellos, para que no caigan en la tentación.

José Cristo Rey García Paredes, CMF

DOMINGO DE RAMOS. CICLO A

LA TOMA DEL TEMPLO – JUEZ DE JUECES

¿Cuándo llegarán a la humanidad tiempos de paz? Cuando todavía no está resuelto un conflicto surge otro. Las guerras se suceden. No hay respiro…. Añoramos la paz, pero la paz no llega. Jesús fue el “príncipe de la Paz”… pero sucumbió a la violencia. ¿Qué celebramos hoy los cristianos  al evocar la entrada de Jesús en Jerusalén “ciudad de la Paz?

La perspectiva

La entrada de Jesús en la Ciudad Santa de Jerusalén respondió a un deseo muy especial de Jesús: representar, hacer realidad, un texto del profeta Zacarías (9,8-12):

“Yo acamparé junto a mi Casa como guardia contra quien pasa o quien viene; y no pasará junto a ellos el opresor, porque ahora vigilo con mis ojos. ¡Exulta sin freno, Sión, grita de alegría, Jerusalén! Que viene a ti tu rey, justo y victorioso, humilde y montado en un asno, en una cría de asna… Él proclamará la paz a las naciones. Su dominio alcanzará de mar a mar y desde el Río hasta los confines de la tierra. Por la sangre de tu alianza, libraré a tus cautivos de la fosa vacía, sin agua. Volved hoy mismo a la fortaleza, cautivos de la esperanza”

(Zacarías 9, 8-12)

 Esta es la profecía que Jesús hace realidad en este día de su entrada en Jerusalén como rey de la Paz. La gente lo percibe y lo aclama sin miedo: ¡Hijo de David!, ¡el que viene en el nombre del Señor!

Deberíamos imaginarnos el entusiasmo y la pasión de aquellas gentes que encontraron en Jesús la respuesta de Dios a sus penas, a sus esperanzas (¡cautivos de la esperanza!). Sin embargo, la gente no percibió la gravedad de aquello que hacían, pues el entusiasmo se había apoderado de ellos. Entraron en Jerusalén sin el menor respeto humano, proclamando la Gracia definitiva de Dios sobre la Ciudad.

Aquella entrada solemne y pacífica en Jerusalén se convirtió en el desencadenante de la peor de las acciones violentas: la condena a muerte, y muerte de cruz, del Rey de la Paz, Jesús.

La fuente de su energía

La primera lectura del profeta Isaías nos ayuda a comprender lo que movía el corazón de Jesús:

  • El deseo de alentar, confortar y consolar a los abatidos.
  • La convicción de que a la violencia no se responde con violencia.

El “misterio” de Jesús

Por eso, san Pablo interpreta el modo de actuar de Jesús en la segunda lectura (la carta a los Filipenses):

  • Jesús era de “condición divina”, pero no quiso aparecer con ese título así y se hizo uno de tantos.
  • Más aún: se hizo como nosotros no deseamos ser: esclavo, sometido, siervo, apto para ocupar el último lugar: el de los condenados a muerte.
  •  Sin embargo, Dios su Padre reaccionó y lo exaltó, “de modo que ante Jesús se arrodille toda persona en el cielo y en la tierra”.  

¡Jesús es el Hijo del hombre, juez de jueces!

Hoy la Iglesia proclama el relato de la Pasión según san Mateo. Y nos dice cuál fue la causa de su muerte. Cuando el sumo sacerdote le dijo solemnemente: «Te conjuro por el Dios vivo a que nos digas si tú eres el Mesías, el Hijo de Dios». Jesús respondió: †. «Tú lo has dicho. Y os declaro que pronto veréis al Hijo del hombre, sentado a la derecha de Dios, venir sobre las nubes del cielo».
El sumo sacerdote rasgó sus vestiduras y exclamó: «¡Ha blasfemado! ¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? Vosotros mismos habéis oído la blasfemia. ¿Qué os parece?». Y todos respondieron: “Es reo de muerte”.
Jesús se identifica con un personaje misterioso -¡el Hijo del Hombre!-, aquel de quien habló el profeta Daniel: aquel que vendría a juzgar a todas las naciones. Jesús les dice tanto al Sumo Sacerdote y al Sanedrín vendrá a juzgarlos a ellos, que Él es el Juez que viene de Dios. Esta es la clave que nos permite entender el drama de la Pasión que hoy nos es proclamado.


José Cristo Rey García Paredes, cmf

V DOMINGO DE CUARESMA. CICLO A

CUANDO EL ESPÍRITU TOCA LA CARNE

¡Agua! ¡Luz! ¡Vida! Estas son las palabras que van marcando e inspirando nuestro camino cuaresmal hacia la Pascua. Hoy nos corresponde la palabra ¡Vida! Es paradójico que cuando ya nos acercamos a celebrar la Semana Santa, también semana trágica de la condenación y muerte de Jesús, el tema que Jesús nos propone sea precisamente éste: “Yo soy la Vida”. Sí, hablamos de la vida cuando nos circunda tanta, tanta muerte. ¿Qué virus maléfico lleva a la humanidad a ser tan cruel, tan vengativa, tan violenta?Se hace necesaria una gran Misión: el envío de los Misioneros y Misioneras de la Vida… a todas las naciones.

¡Os infundiré mi Espíritu y viviréis, pueblo mío!

¡Sepulcros! ¡Tierra! Con estas dos palabras define el profeta Ezequiel la situación presente y futura del pueblo de Dios. Para el profeta su pueblo es un cementerio: ¡morada de muertos y sepultados! Muerto por corrupción, desesperación, falta de futuro. Su tumba es un valle de huesos secos. El espectáculo es aterrador, porque allí están quienes habían sido elegidos para ser “pueblo de Dios”. 
Ante tal espectáculo Dios está en duelo y repite -según el profeta- este lamento: “¡pueblo mío! ¡pueblo mío!  Dios se compromete a abrir él mismo los sepulcros, hacer salir de los sepulcros, a infundir espíritu y dar vida. Y además se conjura: “Yo soy el Señor, ¡lo digo y lo hago!
La pasión amorosa de Dios por su pueblo es impresionante. Deja libre la libertad… hasta que no puede más. Cuando la libertad es empleada para la autodestrucción, Dios reivindica su poder paterno y materno y da vida a lo que está muerto.

¡La muerte ya no hiere a sus amigos!

Si Dios es así, si nuestro Padre-Madre es así, ¿qué nos podrá separar del amor de Dios? ¿La muerte? Esto se manifiesta en el relato de la resurrección de Lázaro.
Lázaro, Marta, María, eran hermanos, porque eran discípulos de Jesús y así se llamaban unos a otros. Marta y María quedaron absolutamente desoladas. Jesús amaba a Marta. A Lázaro lo llamó “nuestro amigo”.  
Jesús no les ahorró el dolor de la muerte, ni el duelo. Llegó cuatro días después. Marta salió a su encuentro y se lamentó. Y al escuchar a Jesús hizo ante Él su gran confesión de fe: ¡Eres el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo! Y, ante la declaración de Jesús “Yo soy la resurrección y la vida” Marta responde: ¡Lo creo! Y lo que parecía imposible, se hizo realidad. También Lázaro escuchó la voz del Hijo del Hombre y resucitó. Volvió la paz, la alegría, la esperanza a casa de “los hermanos”, de “los amigos”. Y es… ¡que la muerte, ya no hiere a sus amigos!

Cuando el Espíritu envuelve la carne…

Pablo nos habla en la segunda lectura de ¡carne! y ¡espíritu! Somos seres “carnales”, pero también “espirituales”.  Quien se deja conducir por el Espíritu se abre a un horizonte infinito, descubre secretas potencialidades, se siente hija o hijo de Dios. San Pablo nos dice que el Espíritu de Dios -con mayúscula- se une nuestro “espíritu” -con minúscula-. Nos dice que el Espíritu de Jesús ha sido enviado y se derrama en nuestros corazones. Y ese Espíritu de Dios nos dará vida, resucitará nuestra carne y la marcará con una misteriosa impronta de vida. Por eso confesamos: “¡Creo en la resurrección de la carne!”. Decía Nietzsche que “en el verdadero amor, el alma envuelve al cuerpo”. Nosotros decimos: “en el verdadero amor, el Espíritu envuelve nuestra carne”.

José Cristo Rey García Paredes, CMF

IV DOMINGO DE CUARESMA. CICLO A

ENTRE LA LUZ Y LA CEGUERA

Este domingo cuarto de Cuaresma nos sorprende con el tema de la LUZ. No solo Buda fue el “iluminado”. También a los bautizados nos describe la tradición de la Iglesia como “los iluminados”. ¡Hay una diferencia! Buda hizo de su vida un camino hacia la iluminación. Nosotros, los cristianos, nos sentimos ya “iluminados” al comienzo del Camino, en el mismo bautismo. Buda hizo de su vida una búsqueda incesante de la luz que lo habitaba. Nosotros, también sabemos que la Luz nos habita. Pero ¿sentimos la necesidad de identificarnos con aquel que es Nuestra Luz, Jesús? ¡No somos la luz, pero debemos ser testigos de la Luz! 

¡El candidato, la candidata … de Dios!

Arcabas

Cuando nuestra legislación nos invita a votar, ¿a quién votamos? ¿Buscamos acaso el candidato o la candidata de Dios? O ¿nos dejamos llevar por las apariencias, por nuestros juicios o prejuicios? Nuestro Dios nos ofrece sus candidatos en quienes ha sembrado carismas nuevos, nuevas energías y posibilidades. Pero hay que descubrirlos. 
En Belén, en casa de Jesé, buscaba el profeta Samuel el “candidato de Dios”. Fueron pasando uno tras otro los hijos de Jesé… y ninguno lo era. Precisamente lo sería el que faltaba, el excluido.
Hay muchas elecciones en la Iglesia, en la sociedad. Y nos preguntamos: ¿dónde están los candidatos de Dios? 

¡Ciegos, sí, ciegos junto a Jesús!

Jesús se encuentra con un ciego de nacimiento. Ha nacido “ciego”. El Dios Creador inició su obra diciendo: ¡Hágase la luz!? Pero este pobre hombre nació sin luz. Y ahí está la paradoja: ¡dado a luz… y ciego de nacimiento!
Los discípulos de Jesús le preguntan: ¿quién pecó, él o sus padres? Y Jesús no responde. Presenta una alternativa cuando proclama: “Yo soy la luz del mundo, la luz de la nueva Creación… y añade: “mientras esté en el mundo, yo soy la luz del mundo”. Y lo manifiesta al ofrecerle la al ciego. Y la gente, siempre incrédula niega la evidencia con esta pregunta: “¿No es éste el que estaba sentado y mendigando…?”: pregunta que rematan con lo siguiente: “¡No! pero se le parece”. 
Jesús es Luz que ciega, ofusca a fariseos y dirigentes de Israel. Niegan la evidencia. El ciego cree en Jesús. Los que piensan que ven, se han vuelto todavía más ciegos.
No hay cosa peor que ser dirigidos por “guías ciegos”. Y esto puede acontecer en la política y en la Iglesia. La historia del ciego se repite.
Es bueno que nosotros mismos, yo mismo, me pregunte si tengo todas las cosas claras; si no dudo de mis certezas; si no aprendo nada de los pobres, de los herejes, de los últimos. Quien se sitúa ante lo nuevo como juez implacable, quien de nadie que no sea de su línea aprende, quien lleva defendiendo la misma posición durante años… está padeciendo una terrible ceguera, aun estando muy cerca de Jesús.

La Iglesia de la Luz

Massimo Uberti

Las tinieblas se apoderan a veces de nosotros. Para que no se note utilizamos el “secreto”, las maquinaciones ocultas, las deliberaciones en las cuales se juegan asuntos muy importantes de los demás… ¡todo eso pertenece al mundo de las tinieblas! 
Quien tiene información se siente poderoso; mira a los demás con desprecio; utiliza las segundas intenciones. También el mundo de la información puede estará lleno de tinieblas.
Jesús no fue así. Pablo lo denuncia cuando dice: “hasta da vergüenza mencionar las cosas que ellos hacen a escondidas”, o “dicen a escondidas”, o “deciden a escondidas”. Donde hay mucho secreto, allí anida la corrupción. Donde no hay luz, allí se establece el Reino de las tinieblas. 
Pero quien está con Jesús, Luz del mundo, no tiene nada que ocultar. ¡Que venga la Iglesia de la Luz! ¡Que se instaure la Sociedad de la Luz!

José Cristo Rey García Paredes, CMF