DOMINGO DE PENTECOSTÉS. CICLO A

¡EL ESPÍRITU SOBRE TODA CARNE!

Pentecostés es la fiesta de todos. Es la fiesta del mundo. El Espíritu se derrama sobre toda carne, como regalo de Dios Padre y de Jesús resucitado a la humanidad, a la tierra, a toda la creación. El Espíritu es enviado para renovar la faz de la tierra.
Dividiré esta breve homilía en cuatro partes:

  • 1) La fiesta del Espíritu;
  • 2) las lenguas del Espíritu;
  • 3) La revolución de Pentecostés;
  • 4) alternativas para la comunión de los diversos.

La fiesta del Espíritu

En la escena de Pentecostés se aprecia cómo el Espíritu desciende sobre los Doce, pero también… sobre las mujeres, sobre los familiares de Jesús. 
Cuando abandonando el Cenáculo, salen a las plazas, Pedro, como el gran portavoz de la comunidad, comunica a todo el mundo la gran noticia. Pero lo hace no con sus propias palabras, sino evocando las palabras del profeta Joel: 

El Espíritu se ha derramado sobre toda carne: ancianos, jóvenes, hombres y mujeres… 

La expresión “toda carne” hace referencia a la totalidad de los seres vivientes. ¡Qué maravilla! Para Pedro ¡sobre toda la creación se derrama el Espíritu y se convierte así en “santuario” del Espíritu de Dios. Ya lo había proclamado ante el Sanedrín el intrépido joven helenista Esteban: “El Altísimo no habita en casas construidas por manos de hombre” (Hech 7,48)

La presencia del Espíritu no está circunscrita a lugares o personas determinadas. El Espíritu está por doquier: en todo pueblo, en toda religión, en todo ser humano, en toda criatura. Hoy es la fiesta de la presencia del Espíritu en toda carne.  

Las lenguas del Espíritu

Pentecostés es un acontecimiento lingüístico. El único fuego se esparce en llamas. El único mensaje se expresa en todas las lenguas, en todas las culturas. El autor de los Hechos menciona a personas de 17 países que escuchan la voz del Evangelio en sus propias lenguas: 

  • partos, medos, elamitas;
  • habitantes de Mesopotamia, Judea, Capadocia, el Ponto, Asia, Frigia, Panfilia, Egipto, la parte de Libia fronteriza con Cirene,
  • forasteros romanos, judíos y prosélitos, cretenses y árabes.

El Espíritu habla todas las lenguas del mundo y en ellas se expresa. No tiene barreras que le impidan hacerse presente.

La revolución de Pentecostés

Se acabó el sueño de una iglesia meramente “judía”. Se acabó el proyecto de una iglesia dominada solo por una cultura, una lengua, un estilo. Con Pentecostés se hace realidad el sueño de una Iglesia católica. En ella, cualquier pueblo se siente “en casa”: no necesita pagar peajes culturales, ni renunciar a su lengua y lenguaje. ¡Nadie, nadie, debe ser excluido!
Hay que estar muy atento para no apagar las llamaradas del Espíritu. Así nos lo pidió Pablo: “no apaguéis el Espíritu” (1 Tes 5,19) y también…: “no entristezcáis al Espíritu Santo de Dios” (Ef 4,30).

Alternativas para la comunión de los diversos

Lo que caracteriza al Espíritu Santo es su capacidad de expresarse en lo diverso. Es como el agua que todo lo humedece. Como el fuego que todo lo enciende. Como el aire que penetra por cualquier resquicio.
El Espíritu de Dios es uno solo y es amor. Los malos espíritus son “legión” y generan división, enfrentamiento y odio.
Los caminos que el Espíritu ofrece articulan lo diverso: el Espíritu es abre-caminos. Las prohibiciones son cierra-caminos. Las prohibiciones sirven de poco, si no ofrecen caminos alternativos. Los líderes con Espíritu siempre encuentran alternativas. 

Conclusión

Hoy, Pentecostés, exclamamos: “Veni Sancte Spiritus”. Nos disponemos a acoger el gran regalo de Dios Padre y de Jesús resucitado. Y ese regalo tan personal lo comparamos al fuego, al torrente, al viento huracanado, al amor apasionado, a la capacidad creadora, a la belleza embellecedora, al toque delicado que a vida eterna sabe. “Quien al Espíritu tiene, nada le falta. Sólo el Espíritu de Dios… basta”.Pentecostés no aconteció sólo hace 2.000 años. “Todos los días es Pentecostés” (Orígenes).

José Cristo Rey García Paredes, CMF

 

VII DOMINGO DE PASCUA. DOMINGO DE LA ASCENSIÓN. CICLO A

LOS CUARENTA DÍAS Y LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR

La ascensión de Jesús al cielo no aconteció inmediatamente después de la Resurrección del Señor. El evangelista san Lucas nos transmitió una visión de conjunto de todo lo que sucedió en aquellos misteriosos cuarenta días: las sorprendentes apariciones de Jesús, individuales y colectivas y la promesa de una nueva fase en la historia de la humanidad: el Envío, la Misión del Espíritu Santo.
Dividiremos esta homilía en tres partes:
  • “Mientras comían juntos”
  • Enviados a todas las etnias
  • Conocerlo: ¡qué gracia tan inmensa!

“Mientras comían juntos”

Pero quizá lo más llamativo, con lo que inicia su relato de los Hechos, fue, que “mientras comían juntos, Jesús se les apareció y les pidió que no se alejasen de Jerusalén”.
Jesús resucitado no desapareció definitivamente de la vida de sus discípulos y discípulas. El evangelista Lucas, autor también de los Hechos de los Apóstoles, nos dice que permaneció un tiempo “dando instrucciones a los apóstoles, que había escogido, movido por el Espíritu Santo”. Y añade que se les presentó él mismo después de su pasión, dándoles numerosas pruebas de que estaba vivo, apareciéndoseles durante cuarenta días y hablándoles del reino de Dios”.
Durante los cuarenta días transcurridos entre la Resurrección de Jesús y su ascensión al cielo hubo encuentros de una extraordinaria intimidad entre Jesús resucitado y sus discípulos: Jesús les hablaba del Reino de Dios y les hacía comprender lo que hasta aquel momento había sido incapaces de entender.

No obstante, Jesús no respondió a una de sus inquietudes políticas: ¿cuándo vas a restaurar el reino de Israel? Para ellos sólo esta restauración llevaría a cumplimiento la misión de Jesús en la tierra. Sin embargo, Jesús les dijo que todavía quedaba pendiente algo muy importante: la venida y la Misión del Espíritu santo.
Dicho esto, Jesús desapareció de su vista. Entró en el Misterio de Dios Padre. El Espíritu Santo abrirá una nueva etapa: el Espíritu, derramado sobre ellos, los convertirá en testigos de Jesús para todo el mundo…. hasta los confines de la tierra.

Enviados a todas las etnias

Cuando la comunidad primera se despide de Jesús, recibe de él una misión: Jesús la llama, la consagra, la envía. Entre algunos miembros de la comunidad surgen dudas e incredulidad. Poco a poco se van superando los recelos. Jesús resucitado ha recibido de Dios Abbá todos los poderes, en el cielo y en la tierra: quienes le van a conquistar el mundo no son sus discípulos, sino Él mismo por medio de su Espíritu ¡Es el Señor de cielo y tierra!
Los discípulos, llamados por Jesús y enviados por Él, no hemos de temer. Él está con nosotros todos los días. Su ascensión le ha conferido todo el poder. Ese poder santo, recibido del Abbá, no lo ha separado ¡ni mucho menos! de nosotros.

¡Conocerlo! ¡Qué gracia tan inmensa!

El mensaje de la segunda lectura de la carta a los Efesios puede resumirse en tres palabras: esperanza, gloria y poder.

  • Esperanza: la ascensión de Jesús al cielo nos invita a abrir los ojos del corazón, a no temer, ni deprimirnos: no fracasaremos; se nos concederá el éxito más insospechado.
  • Gloria: nos ha sido concedida como herencia la Gloria: es decir una vida esplendorosa, llena de Belleza, e invadida por la Belleza infinita de Dios. 
  • Poder: Dios va a desplegar a favor nuestro todo su poder. La resurrección de Jesús fue el comienzo… pero continuará también en nosotros. 

Jesús subió al cielo. Allí tenemos también nuestra morada. Aquí en la tierra, seamos testigos de la esperanza y cómplices del Espíritu Santo que nos es enviado.

José Cristo Rey García Paredes, CMF

VI DOMINGO DE PASCUA. CICLO A

EL GRAN “PORQUÉ” DEL SEGUIMIENTO DE JESÚS 

Después de escuchar el Evangelio de este domingo podemos quedar sorprendidos, como lo quedaron sus discípulos de Jesús, cuando en la última Cena les dijo: “Os conviene que yo me vaya”. Jesús se fue tras una corta vida de treinta y tantos años y un cortísimo tiempo de ministerio profético: tres años. Jesús nos dejó. Han pasado ya muchísimos años desde que esto aconteció.Sin Jesús constituiríamos un grupo inmenso de discípulos huérfanos, sin nuestro Maestro. Pero la Promesa de Jesús fue sorprendente: ¡No os dejaré huérfanos! ¡Volveré a vosotros! Pero ¿cómo?
Dividiré esta homilía en cuatro partes:

  • “Yo sigo viviendo” -dice Jesús-.
  • “No os dejaré huérfanos” – Su gran Promesa
  • Oraron para que recibieran el Espíritu Santo
  • Y si alguien te pregunta, ¿por qué eres cristiano?

1.   “Yo sigo viviendo” -dice Jesús-

Lo primero que Jesús dijo a sus discípulos fue: “Yo no estoy acabado”. El fin de Jesús no fue su fin, sino el comienzo de su invisibilidad: “el mundo no me verá”. 
Jesús, el Hijo, encontrará su estado definitivo: ¡estar con el Padre! Porque “ir al Padre era toda su añoranza, mientras estuvo en la tierra”. Y lo que caracteriza al Padre es, sobre todo, que es Amor: “Yo estoy en mi Padre”.  Impregnado del amor del Padre, también Jesús se llevará consigo a “los suyos”: “Y vosotros estaréis en mí y yo en vosotros”.

2.   ¡No os dejaré huérfanos! Su gran promesa

La ausencia de Jesús será compensada con el don de “otro Paráclito”. Sólo 5 veces aparece este término en los escritos de Juan. “Paráclito” significa “abogado”, “consejero, “el que ayuda”. Paráclito fue Jesús para sus discípulos mientras estuvo aquí en la tierra. 
Pero, al irse, nos prometió el envío de “otro paráclito”, es decir, otro defensor, otro abogado, otro consejero. Y ese paráclito prometido es el Espíritu Santo. Por eso, no quedaremos “huérfanos”, no echaremos en falta la ausencia de Jesús.  El Espíritu Santo nos hará comprender dónde está Jesús: ¡con el Padre! Y el Espíritu Santo cuidará de nosotros. 

3.   Oraron para que recibieran el Espíritu Santo

La primera lectura nos relata hoy un hecho sorprendente. Uno de los siete diáconos griegos, elegidos por los apóstoles, Felipe se desplazó a Samaría y allí comenzó a predicar sobre Jesús. Llevó la alegría a la ciudad. Acontecían hechos milagrosos. 
A los apóstoles, que estaban en Jerusalén les pareció muy extraño que los samaritanos -a quienes consideraban herejes- se hubieran convertido a Jesús y se hubieran hecho bautizar. Pedro y Juan fueron a Samaría y llevaron a quienes habían sido bautizados algo que todavía les faltaba: que recibieran el Espíritu Santo a través de su oración y de la imposición de sus manos.  

4.   Y si alguien te pregunta: ¿por qué eres cristiano?

Muchos saben que quienes aquí estamos reunidos este domingo, somos cristianos. Muchos menos saben “cómo” estamos siendo cristianos. Pero, ¿quién de nosotros sería capaz de explicar a los demás “porqué soy cristiano”?
La segunda lectura de este domingo nos invita a ofrecer la respuesta a ese ¿porqué? Y añade: “hacedlo con delicadeza y con respeto”. La respuesta nos la ha ofrecido Jesús en su evangelio:  Jesús mismo y sus enseñanzas nos han enamorado y seducido.
Lo amamos como nuestro mejor tesoro. Y aunque haya desaparecido de nuestra vista, sabemos que nos lleva en su corazón e intercede por nosotros. Que nos está preparando una morada. Que no nos abandonará.
Existe otra gran razón para el porqué soy cristiano. Porque “somos morada del Espíritu Santo”. El Espíritu de Dios habita en nosotros y nos aconseja, nos guía, nos enseña, nos llevará a la verdad completa. Es -dicho con palabras del evangelio- nuestro Paráclito. Estamos viviendo en la era del Espíritu. Aprendamos el arte de la espiritualidad.

José Cristo Rey García Paredes, CMF

V DOMINGO DE PASCUA. CICLO A

GRANO Y ESPIGA: de la muerte a la vida plural

A la glorificación de Jesús podríamos darle dos nombres: resurrección e iglesia. Quieren decir que la resurrección de Jesús tuvo dos efectos: uno personal-individual y otro comunitario.

Los griegos y Jesús

Unos griegos solicitaron encontrarse con Jesús. Y Jesús les dijo: “Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre” (¡resurrección!), pero seguidamente explicó en qué consistía su glorificación:

“en verdad, en verdad os digo: si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo, pero si muere, da mucho fruto”.

Jn 12, 23-24

La gloria, la única gloria de la semilla escondida en la tierra está en dar mucho fruto. Jesús muere para resucitar (Jn 10,17) y para que “se rehaga la Iglesia (San Agustín).

¡De qué magnífico pueblo formamos parte!

La resurrección nos afecta a todos. La resurrección de Jesús inicia una resurrección colectiva que experimentamos anticipadamente.

“Si el grano de trigo no muere, queda solo, pero si muere produce mucho fruto”. La resurrección de Jesús es un acontecimiento de enorme fecundidad. El trigo se convierte en espiga, la piedra angular sirve de base a un nuevo templo de piedras vivas, el único sacerdote es el principio de un pueblo sacerdotal. 

La Pascua nos invita a reconocer nuestra identidad: la nueva identidad que Jesús nos concede. Gracias a su muerte y resurrección somos “espiga”, “somos templo de Dios”, somos “sacerdocio real”.

Hay que reconocer la dignidad del pueblo de Dios y hemos de descubrir su misterio para respetarlo, amarlo. Ningún individuo en la iglesia es más que el pueblo de Dios.

¡El “Shaliah” del Abbá!

Jesús tiene una viva conciencia de “enviado”.
En  hebreo se utilizaba una palabra muy significativa: ¡shaliah! El shaliah era aquel que representaba a otro, como si fuera él mismo, era su plenipotenciario, su expresión. Jesús se presentaba siempre a sí mismo como el Shaliah del Abbá, de Dios Padre. Verlo, contemplarlo, era una invitación permanente a descubrir en cada uno de sus rasgos, acciones, palabras, al Abbá.
La dignidad de Jesús supera a cualquier dignidad humana. Dios Padre, el Abbá, actuaba en Él, se expresaba en Él. Por eso, Jesús se permite pedir una confianza absoluta en Él: ¡Creed en Dios! ¡Creed también en mi!
Jesús reconoce la identidad personal e individual de cada uno de sus discípulos. Se relaciona con ellos desde sus diferencias y dignifica la diversidad. Por eso, promete preparar diversas moradas. El cielo no es un lugar indiferenciado, donde perdemos nuestra identidad, nuestros amores, nuestra forma de ser.
Jesús da futuro a sus discípulos y discípulas. Su resurrección es generadora de nuevas e inimaginables posibilidades.
Jesús es Camino, es Verdad, es Vida. A través de Él llegamos a la fuente de la Vida y de la Verdad, que es el Abbá.

Los conflictos abren nuevas perspectivas

La comunidad que genera la resurrección es plural, es comunidad de diversos. La vocación no hace acepción de pueblos o razas. La comunidad prototípica de Jerusalén estaba formada por cristianos de lengua hebrea y cristianos de lengua griega. Ya desde sus orígenes la comunidad cristiana fue multicultural, bilingüe. 
Unos se encontraban en casa, en la propia patria. Los otros eran inmigrantes y extranjeros; procedían de otros países. Las relaciones entre los dos grupos se hicieron tensas. Los de lengua griega se quejaban de la desatención a sus viudas. Si el ideal de la comunidad era “tener un solo corazón, una sola alma y todo en común”, la realidad mostraba que se estaba todavía muy lejos de conseguirlo.
Los apóstoles se ven desbordados. E inician una nueva praxis: la diakonía, el servicio de las mesas. Los helenistas se eligen siete diáconos. 
El decurso de los hechos manifestó que estos diáconos fueron mucho más que meros servidores de las mesas. También ellos predicaron la Palabra, recibieron el Espíritu, fundaron iglesias, rompieron los moldes de la tradición judía dentro del cristianismo.
Los conflictos pueden ser un regalo para la Iglesia. Cuando son bien gestionados, los conflictos aguzan la capacidad creadora y abren a nuevas posibilidades. El Espíritu Santo actúa en todos.

José Cristo Rey García Paredes, CMF

IV DOMINGO DE PASCUA. CICLO A

ICONOS VIVOS DEL BUEN PASTOR

Este es el domingo en que ponemos de relieve la continuidad que se da entre la labor “pastoral” de la Iglesia y la acción de Jesús, el buen -o el bello- Pastor. Es el domingo en que interpelamos a nuestros jóvenes para ver si tienen vocación para el ministerio pastoral, sea como presbíteros, o como miembros de una “familia carismática” femenina o masculina.
Confesamos, sin embargo, que “el Buen Pastor” es uno solo, Jesús. Sólo Él guarda y cuida de su comunidad. Somos muchos y muchas quienes en la Iglesia colaboramos en el ministerio pastoral. Todos y todas dependemos del único y buen Pastor. Él es la puerta por la que entramos. Él es máximo criterio de nuestra vida y acción.  

Jesús, puerta y pastor ante los falsos pastores

En el antiguo Israel un aprisco estaba formado por cuatro paredes de piedra sin techo y una puerta. Los ladrones y bandidos asaltaban los rebaños saltando por las paredes. ¡Nunca entraban por la puerta! Jesús los llamaba “salteadores”. ¡Solo el legítimo pastor entraba por la puerta! Y así mismo, ¡las ovejas entraban y salían por la puerta! 
Jesús se presenta en el Evangelio de hoy como el legítimo pastor y también como la puerta auténtica. Él hace que en su presencia las ovejas se sientan seguras, tranquilas. Él llama a cada una por su nombre. Ellas conocen su voz y lo siguen. Ante el falso pastor, las ovejas no reconocen su voz, tiemblan, huyen. 
La puerta no es la doctrina de los que mandan; ni las normas o las leyes de quienes las emiten. La puerta es Jesús, el Hijo de Dios, el Pan bajado del Cielo, el Hijo del Hombre, el buen Pastor que da la vida por sus ovejas. 
Jesús se mostraba, en cambio, enormemente crítico hacia los falsos pastores: que identificaba con bandidos y ladrones. ¡Los que habían convertido la casa de su Padre en “cueva de bandidos”! Los que roban, matan y destruyen. Los que no entran por la puerta que es Jesús y su doctrina.

Pastor y Guardián de vuestras vidas

La segunda lectura de la primera carta de Pedro nos presenta también a Jesús también como el pastor y guardián de nuestras vidas. Él padeció por nosotros, sus ovejas. No dio ejemplo para que sigamos sus huellas. No cometió pecado. No insultó ni amenazó. Subió a la cruz, cargado con nuestros pecados. Quedó herido, y sus heridas nos han curado. Jesús es el modelo de toda acción pastoral. Con él debemos identificarnos todos los que participamos en la acción pastoral, presbíteros o laicos, hombres o mujeres. ¿No invocamos también a María como “la divina Pastora?

Los sucesores y el “testimonio colectivo”

Habían pasado cincuenta días después de la muerte de Jesús. Era el día de Pentecostés. Pedro aparece ante la gente junto con los Once. Pide atención. Les dirige estas palabras: “Que todo Israel sepa que Jesús, a quien vosotros crucificasteis, Dios lo ha constituido Señor y Mesías”.
Cómo lo diría que “estas palabras les traspasaron el corazón” e inmediatamente les preguntaron: Hermanos, ¿qué tenemos que hacer? ¡Qué bella expresión: ¡hermanos! Pedro y los Once no suplantan al buen Pastor. Sólo siguen sus huellas.  Pedro y los Once han sabido situarse al mismo nivel de sus oyentes. Jesús es el único Señor. Por eso, la gente se dirige a ellos llamándolos “hermanos”. 
Pedro les responde con tres frases -válidas también hoy para todos nosotros: 1) cambiad de mentalidad; 2) haceos bautizar y recibiréis el don del Espíritu Santo; 3) dadlo a conocer a vuestros hijos y a todos los que el Señor llame, aunque estén lejos. Con el “dalo a conocer” Pedro implica a todos los bautizados en la acción pastoral, en el cuidado pastoral. Y como dice el precioso salmo 22: aunque camine por sendas oscuras nada temo, porque tú vas conmigo. Tu vara y tu callado me defienden.

Conclusión

Hoy no es el día del “clericalismo”. Hoy no es el día de los líderes falsos o autoreferenciales. Hoy es el día en que Jesús desea aparecerse en la acción pastoral de la Iglesia, en la que todos colaboramos, según la vocación recibida. ¡Que nadie se excluya de colaborar con Jesús en la acción pastoral! Empeñemonos todos en buscar las ovejas perdidas, en sanar a las heridas, en hacerlas entrar por la puerta. El Espíritu Santo hará posible lo que nos parece imposible.

José Cristo Rey García Paredes, CMF

III DOMINGO DE PASCUA. CICLO A

¡RECONOCER!

Los primeros tiempos de la comunidad cristiana, tras la Pascua, fueron tiempos para el reconocimiento. No era aquél únicamente un tiempo de “visiones”, sino, sobre todo, de “reconocimiento”. Tanto las discípulas de Jesús como sus discípulos necesitaban tener la certeza de que aquel que se aparecía era Jesús. Este domingo tercero de Pascua, nos invita a “reconocerlo”, a “sentirlo” de nuevo… “al partir del pan”.
Las lecturas de este domingo, tercero de Pascua, nos enseñan cómo reconocer la vida y la presencia de Jesús, en tres momentos:

  • La torpeza para reconocer y creer: los discípulos de Emaús
  • Simón Pedro, testigo e intérprete
  • La sangre de Cristo… el precio del rescate.

La torpeza para reconocer y creer: los discípulos de Emaús 

“Dos discípulos de Jesús iban caminando aquel mismo día hacia una aldea llamada Emaus”. Uno de ellos se llamaba Cleofás. Del otro discípulo, o discípula (¿la mujer de Cleofás?), nos sabemos la identidad.
Jesús resucitado les sale al encuentro. Ellos no lo reconocen. Al principio están cerrados en sí mismos, en su problema: ¡están defraudados! La fe no les llega para más. Ni siquiera creen en los indicios que podrían hacer sospechar la llegada de algo nuevo. No creen a las mujeres, ni siquiera intentan verificar el porqué de la tumba vacía. La incredulidad es impaciente. Los dos discípulos entran en una especie de vértigo y huyen, escapan.
Jesús les parece un extraño. La desconfianza impide el verdadero encuentro. Por eso, el Señor tiene que emplearse a fondo. Les explica las Escrituras y les va dando claves para el reconocimiento.
Las grandes claves que Jesús ofrece permiten entender de alguna forma el misterio del dolor y de la muerte: “¡era necesario que el Mesías padeciera para entrar en su gloria!”.
La llegada a Emaús y la oferta de hospitalidad, hace que los dos discípulos puedan reconocer a Jesús. Lo reconocen cuando Jesús se entrega sin reservas, cuando hace el mayor gesto de amor. Ese gesto de partir el pan les hizo comprender la tragedia del Calvario. Lo que parecía una tragedia había sido el gesto de amor más sublime e intenso.
En los caminos de la vida Jesús nos sale al encuentro. Está bien que no nos cerremos a quien nos visita, aunque al principio no lo reconozcamos. Si somos hospitalarios, acogedores… al final lo reconoceremos. No somos nosotros los que visitamos al Santísimo Sacramento. Es el Santísimo Sacramento el que nos visita.

Simón Pedro, testigo e intérprete

Simón Pedro cobra una gran relevancia en el tiempo de la Pascua. Se convierte en el gran testigo e intérprete de todo lo que ha acontecido en Jesús. Su testimonio y su predicación apasionada encienden por doquier llamaradas de fe.
Pedro no transmite doctrinas, teorías. No aparece como un maestro, sino como un testigo que, además de serlo, ofrece la interpretación de los hechos.

  • Testigo: Se dirige a los vecinos de Jerusalén, a judíos e israelitas. Les habla de Jesús de Nazaret. Ese hombre fue acreditado por Dios ante el pueblo con milagros, signos y prodigios. Pero a ese hombre lo mataron en una cruz quienes habían visto sus obras. No fueron capaz de “reconocerlo”, aunque lo conocieron. No lograron creer en Él, saber de quién se trataba.
  • Intérprete: Pedro les revela ahora la auténtica identidad de Jesús Lo hace sirviéndose de una ayuda externa y autorizada: el salmo 16. Es un salmo precioso, una auténtica joya. En él descubre Pedro la gran clave para entender la resurrección de Jesús. Ese salmo no se refería a David, dado que David murió y sus restos quedaron en el Sepulcro. Ese salmo se refería a Jesús.

El precio del rescate… la sangre de Cristo

De nuevo Pedro nos exhorta a poner en Dios nuestra fe y nuestra esperanza. Desde la carta, a él atribuida, nos pide que tomemos muy en serio la vida y nos conduzcamos de la forma más adaptada a la voluntad de nuestro Padre Dios.
Tomar en serio la vida quiere decir, ante todo, “hacerse consciente” de algo que ha revolucionado la historia del mundo: ¡que Dios resucitó a Jesús de entre los muertos! ¡que le dio gloria! ¡Que la historia del mundo tiene un presupuesto previo (“antes de la creación del mundo”) y un final (“al final de los tiempos”) que le quitan toda ambigüedad y todo resultado incierto! ¡Estamos en manos de Dios y el Mal nunca vencerá!
Hemos sido rescatados con el supremo valor: el precio del rescate vale más que el oro y la plata. Es la sangre, la vida derramada de Jesús.
La esperanza ha de manifestarse en nuestra vida, en nuestro rostro. No podemos vivir como seres esclavizados. Hemos sido rescatados ya.

Conclusión

Sentir la cercanía de Jesús, reconocerlo de verdad, no es una experiencia meramente intelectual: es una convulsión vital. Las experiencias de resurrección no tienen solo que ver con Jesús. También con nuestra propia resurrección. Reconoce a Jesús quien se aproxima a Él. Lo desconoce quien de Él se aleja. La proximidad produce mutuo conocimiento. La lejanía genera un mutuo desconocimiento. Los hebreos expresaban la máxima proximidad, que se produce en el matrimonio, con el verbo “conocer”. También Dios anhela que su pueblo, su esposa, lo conozca y se llene de su conocimiento.

José Cristo Rey García Paredes, CMF

II DOMINGO DE PASCUA. CICLO A

¡Bienaventurados quienes sin ver creyeron!

Pep Ribé

A los saduceos que no creían en la resurrección de los muertos Jesús les habló de “los hijos y las hijas de la Resurrección”. Nadie duda del parto que nos hace nacer. Jesús nos habla de otro parto que nos hará resucitar. Escuchemos la Palabra de este domingo que nos revela este misterio fascinante y para muchísima gente… inesperado e increíble. 

¡Paz a vosotros! ¡Bienaventurados los que creen!

Tras la muerte de Jesús en cruz lo esperado hubiera sido la dispersión de su comunidad de discípulos y discípulas. Pero llegó la inesperado: unos decían que Jesús había resucitado… Después otros lo reafirmaban… Al final, todos lo experimentaron. Las dudas iniciales se fueron disipando: primero las discípulas, después los discípulos, finalmente… hasta el incrédulo Tomás que se había separado de la comunidad.

¡No cayeron en una alucinación colectiva! Se trataba de un proceso de apariciones personalizadas y después colectivas. No acontecía a través de “visiones ópticas”, sino de “visiones bíblicas”: es decir, descubrir el sentido de las Sagradas Escrituras que ya hablaban de ello: los profetas, los salmos, la ley. Jesús resucitado les ofreció la clave, el password para entender lo que estaba escrito: “Era necesario que así sucediera”. 

Cuando el Espíritu Santo nos acompaña en la lectura de las Escrituras Santas descubrimos el misterio de la Resurrección. Tal vez necesitemos tiempo… como le ocurrió al apóstol Tomas. Tengamos paciencia, porque en nosotrs hay una persona que se dice a sí misma: “si no lo veo no lo creo”. Pero el Espíritu la transforma para que “crea y pueda desde la fe ver mucho más… lo increíble” ¡Creer para ver! Y entonces proclamaremos: “¡Creo en la resurrección de la carne” “Señor, auméntanos la fe!”. Creer en la Resurrección no es el resultado de un esfuerzo voluntarista, sino el regalo de una nueva mirada, de una nueva sensibilidad, de una “esperanza viva”.

“Hijas e hijos de la Resurrección”

Anunciación – Arcabas (1926-)

Cuando la fe en el Resucitado se asienta, la comunidad cristiana confiesa que:

  • hay Resurrección colectiva; que Jesús es la primicia, el primero, y no el único; que él ha abierto el seno y tras él iremos naciendo a la vida eterna todas sus hermanas y hermanos; 
  • la conciencia de resurrección transforma la vida aquí en la tierra, en la historia.

La perspectiva -la promesa de Resurrección- cambia totalmente los deseos: no nos jugamos todo en este “primer tiempo” de nuestra vida. Hay un “segundo tiempo” en que podemos ganarlo todo. Así vivió la primera comunidad cristiana. Tras la depresión del Calvario llegó el entusiasmo irradiante, irrefrenable, testimoniante de la Resurrección. 
Por eso, los primeros cristianos no temían a nada, eran kamikazes sin violencia y sin suicidio. Estaban dispuestos a jugarse la vida como Jesús. No hay nadie más temible que quien no teme a nada. Así los cristianos predicaron la Resurrección por todo el imperio romano.

La fe en el Dios que resucita, vale más que el oro

En estos días de Pascua damos lectura a la primera carta de Pedro. Es recomendable dedicarle un tiempo para leerla de principio a fin. Es una excelente catequesis de Pascua. Hoy hemos proclamado solo la introducción. El autor de esta carta-catequesis es un hombre lleno de entusiasmo, feliz, agradecido: es un auténtico profeta de la resurrección, un eco de la sabiduría de Jesús su Maestro. Repitamos sus palabras:

“Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo que en su gran misericordia, por la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, nos ha hecho nacer de nuevo para una esperanza viva, para una herencia incorruptible, pura, imperecedera, que os está reservada en el cielo”.
¿Se puede decir más? ¡Qué magnifico panorama de sentido! Hemos nacido de nuevo. Somos los herederos de una magnífica herencia, que no se gasta, que es imperecedera.  Todo esto que se nos concede vale más que el oro. Por eso, demos gracias, alabemos, vivamos con un gozo inefable y transfigurado.

José Cristo Rey García Paredes, cmf

DOMINGO DE RESURRECCIÓN 2023

ELLOS LO MATARON. DIOS LO RESUCITÓ

Hoy celebramos el día más importante del año litúrgico. Es el día en que resucitó la Vida. En que Jesús, que murió por nosotros, comenzó a vivir para siempre, por nosotros.  Este es el quicio de nuestra fe. En torno a él todo gira y adquiere sentido.

¡Basta tumba vacía… para creer!

María Magdalena -primera agraciada con la aparición del Señor- y el discípulo amado –primer creyente en la resurrección- son los protagonistas del primer Domingo de la historia.
Con motivo de la Pascua el primer día laboral de la semana se convirtió en el “Dies Domini” o “Dies dominicus”. Y desde entonces este día está marcado por la gran experiencia de la Pascua cristiana.
No había dado tiempo a embalsamar el cuerpo de Jesús el viernes y María viene a hacerlo apenas comenzada la semana. Descubre, todavía de noche, que habían removido la piedra de entrada; más todavía, que había desaparecido el cuerpo. ¡Qué amanecer tan inquietante! ¿Qué habrá ocurrido? María comunica la noticia y busca. Corre al encuentro de los Apóstoles. Pedro y el Discípulo amado de Jesús se ponen rápidamente en camino hacia el sepulcro.. Corren juntos. El discípulo amado, más veloz, llega primero. Se asoma. Ve que el Cuerpo no está, aunque sí las vendas. No entra. Deja que Pedro entre el primero. Constatan que probablemente no ha sido un robo, pues todo está muy ordenado. El discípulo amado entró entonces en el sepulcro. Vio lo que allí había y allí faltaba, y “creyó”.
En ese momento el discípulo amado entendió las Escrituras. No fue necesario ver al Señor. Jesús resucitó en su corazón y en su fe. La tumba vacía fue para el Discípulo Amado la gran respuesta a sus preguntas. Las Escrituras le iluminaron.
Nosotros tenemos la misma experiencia. No hemos visto al Señor resucitado, pero sí la tumba vacía. No hay sepulcro en la tierra en el cual podamos encontrar el cuerpo del Señor. Pero sí podemos tener la experiencia de la Resurrección como el Discípulo Amado. Las Escrituras Santas nos devuelven a Jesús Resucitado. Comer y beber con Él en la Eucaristía nos hace sentir su Cuerpo, su Sangre, su Vida. Cada Eucaristía es momento pascual, experiencia del Resucitado.
Después Jesús se apareció a María Magdalena. Ella recibió el encargo-misión de revelar el misterio de la Resurrección a los discípulos.

¡Ellos lo mataron! ¡Dios lo resucitó! ¡Nosotros lo anunciamos!

La comunicación de la Resurrección de Jesús no resultó fácil. A nosotros tampoco hoy nos resulta fácil transmitir esta gran convicción de nuestra fe. Según la primera lectura de este domingo son tres las palabras que en esta transmisión del mensaje resulta importantes:: Ellos, Dios y Nosotros.
¡Ellos!  “Lo mataron… colgándolo de la cruz”. Con estas palabras resume Simón Pedro –ante la gente que lo escucha- el martirio  de Jesús. Ese fue el fin de un hombre que pasó por esta tierra “haciendo el bien y sanando a los oprimidos por el diablo”, de un hombre a quien Dios había ungido con la fuerza del Espíritu Santo, de un hombre de quien se debía decir “¡Dios estaba con Él”. Lo mataron como al más perverso de los seres humanos. La justicia del imperio, la justicia del pueblo judío, cometió la tropelía, la injusticia más monstruosa de toda la historia. Si fue posible ese “error histórico”, consideremos cuántas injusticias seguirán aconteciendo en nuestro mundo.
¡Dios! Dios Padre no se inhibió. Tampoco actuó brutalmente para restablecer la Justicia. Dios “lo resucitó al tercer día”, Dios lo constituyó juez de vivos y muertos. El Condenado por la Justicia es ahora constituido Juez del Universo. Es la gran paradoja. ¿Qué sentirán quienes le condenaron al presentarse ante el Juicio y descubrir que el Condenado es ahora el Juez? Razón tenía Jesús al decir “No juzguéis y no seréis juzgados”.
¡Nosotros! Pedro no personaliza la experiencia. Habla en nombre de un colectivo: ¡la iglesia naciente! La apenas recién nacida iglesia está formada por un grupo de mujeres y hombres “testigos”. En eso consiste su gloria: ¡no en lo que ellos han hecho o hacen, sino en aquellos que les ha sido dado contemplar, vivir! ¡Han sido testigos! De la misma manera que quienes fueron testigos de la caída de los Torres Gemelas en New York no influyeron para nada en su caída, así también los que han sido testigos de la Resurrección de Jesús, no han influido nada en el acontecimiento. Pero a ellos  les cabe la tarea de comunicar su experiencia, de predicarla a todos los vientos para que los pueblos de la tierra se enteren. Pedro dice que ellos son testigos por voluntad de Dios

Cuando el futuro se refleja en nuestro rostro

La segunda lectura nos introduce más todavía en el misterio de la Resurrección. Juega con dos expresiones lingüísticas muy interesantes: el indicativo y el imperativo. El indicativo nos indica que hace Dios por nosotros. El imperativos dice qué hemos de hacer nosotros por Dios.
¿Qué hace Dios por nosotros? Pues ¡que nos ha resucitado!  Dios Padre nos ha concedido participar en el acontecimiento de la resurrección de Jesús. Jesús resucitado es germen de vidas resucitadas. Junto a Jesús la muerte no tiene, ni mucho menos, la última palabra. Estar con Jesús es escuchar la Palabra de la Vida, ser bautizado en el agua de la Vida, comer el Pan de la Vida y el Vino de la Nueva y definitiva Alianza. Por eso, aunque nos aceche, aunque nos amenace la muerte, no hemos de temer: ¿dónde está muerte tu victoria? La muerte nunca nos vencerá. La muerte no hiere a los amigos de Jesús.
¿Qué hemos de hacer nosotros, puesto que Dios nos ha hecho ya anticipadamente resucitar? Vivir el futuro en el presente. Aspirar a los bienes de ese vida plena, colmada. Tener una fuerte moral de victoria. No tener miedo a nada, ni a nadie. Vivir con la dignidad de los ciudadanos de la Gloria.
A los cristianos nos ilumina el futuro. Cuando un cristiano muere, la resurrección le envuelve y… por eso… sonríe, aunque la certeza de morir le entristezca. La esperanza es una fuerza que nada ni nadie puede vencer. Si hemos resucitado con Jesús, ¡tengamos, pues, rostro de resucitados!

José Cristo Rey García Paredes, CMF

 

VIERNES SANTO 2023

“CUERPO CRUCIFICADO”

Entramos en el misterio del Viernes Santo: un día que no es sólo pasado, sino también dramático presente en la vida individual y colectiva de la humanidad.

Hoy es “viernes santo”

El Viernes Santo fue para algunos de nuestros grandes pensadores la expresión del mayor ocultamiento de Dios en nuestra historia. Y hoy lo estamos padeciendo: lo demuestra la expansión -cada vez mayor- de la increencia y del ateísmo. En su obra “La gaya ciencia” (sección 125) el filósofo Nietzsche escribió: 

“Dicen que el loco ese día penetró en varias iglesias y entonó un requiem æternam deo. Y cuando era arrojado esgrimía reiteradamente su argumento: «¿Qué son estas iglesias, sino tumbas y monumentos fúnebres de Dios?” Dios ha muerto. Dios sigue muerto. Y nosotros lo hemos matado.

Anticipaba así lo que hoy está ocurriendo de forma masiva. Son cada vez más las personas -¡incluso miembros de familias de tradición creyente y cristiana!- que se declaran agnósticas o ateas: “no hay Dios, Dios ha muerto”. La religiosidad se diluye. Los templos se vacían.  

El “Viernes Santo” en seis escenas

La liturgia cristiana proclama en este día la Pasión según san Juan en seis escenas

  • La patrulla (Jn 18,1-12): un destacamento de tropas romanas -guiado es enviado por las autoridades judías, para arrestar a Jesús en el huerto de Getsemaní , guiado por Judas. Jesús le sale al paso y les pregunta: ¿A quién buscáis? Ellos responden: ¡A Jesús nazareno! La respuesta de Jesús les sobrecoge: “Yo soy” evocaba al Dios de la zarza incombustible que así le respondió a Moisés: “Yo soy el que soy”.
  • El interrogatorio nocturno: el avaricioso y corrupto Anás somete a Jesús a un interrogatorio nocturno, no oficial. Jesús es maltratado, negado por Pedro en el atrio. Se reúne en la mañana siguiente el Sanedrín -presidido por Caifás- y decide entregar a Jesús a los romanos para que sea ejecutado. Los judíos -por orden de los romanos- no podían ejecutar la pena capital, pero sí le pedirán que ejecute a Jesús con la crucifixión.
  • Viernes por la mañana: Los sacerdotes se dirigen a la casa de Pilato, pero no entran para no contaminarse, dado que ese día se iniciaba la Pascua al atardecer. Jesús ante Pilato se declara testigo de la Verdad, que el procurador romano trata de eludir. Los judíos rechazan la realeza de Jesús. Los gentiles lo visten como rey y lo aclaman: “ellos lo habrían hecho sin burlas”, comenta un gran experto en el evangelio de Juan, Raymond E. Brown. Pilato descubre que Jesús es el Hijo de Dios y Jesús le declara que su poder -como procurador romano- le viene de Dios. Sentado en la sede del juez, Pilato dicta sentencia de muerte. El pueblo de Dios se declara amigo del César. Y esto sucede en “esa hora fatal en la historia de Israel que es “la hora sexta”, el mediodía, el momento mismo en que se inicia el sacrificio de los corderos pascuales en el Templo” (Raymond E. Brown).
  • En la cruz: de ella pende un letrero que declara de forma solemne -en tres lenguas- y por orden de Pilato, el porqué de la muerte de Jesús ¡el rey de los judíos! Los soldados se reparten los vestidos de Jesús, pero “la túnica” de una sola pieza -como la del Sumo Sacerdote- es echada a suertes. Jesús muere como rey y también como Sacerdote.
  • La Madre y el discípulo amado: varias mujeres están junto a la cruz de Jesús y el discípulo amado. Jesús le revela a su madre una “nueva maternidad” refiriéndose al discípulo amado: “Ahí tienes a tu hijo”. Y el discípulo la acogió en su casa.
  • Jesús muere y entrega el Espíritu que se derrama sobre las mujeres y el discípulo amado. Entones Jesús es también “el Traspasado” y de su costado, herido por la lanza, brota el agua de la vida juntamente con la sangre de la entrega.

¿Qué nos dice el relato?

La crucifixión estaba pensada 

  • para humillar al reo, 
  • para privarle del honor, 
  • para hacerle caer en lo más bajo en que un ser humano puede caer. 

El cuarto evangelista nos presenta a Jesús manteniendo su honor en todo momento. 

  • Actúa como un auténtico señor que conoce la situación y la controla. 
  • Jesús soporta lo que haya que soportar, pero nunca cede ante la humillación. 
  • La máxima humillación se convierte en la exaltación del Señor. 
  • El máximo desprecio se convierte en la máxima atracción desde la cruz. 
  • Se le acusa a Jesús de hacerse igual a Dios, Hijo de Dios, rey. Por ello es condenado. Pero muriendo, Jesús entrega su vida al Abbá de la vida.
  • Jesús confía absolutamente en su Padre. Y hace de su muerte el acontecimiento más digno de su existencia, el cumplimiento que lleva a perfección su misión en la tierra: “¡Todo está cumplido!”.

Este relato nos enseña que:

  • Ante la humillación no hemos de reaccionar con violencia, sino con dignidad y firmeza. 
  • Como seres humanos y limitados que somos, habremos de atravesar zonas de sombra, de anonadamiento y tiempos de duda, de aparente sinsentido. Nuestra fe nos pide confiar siempre, en todo lugar y momento, en nuestro Abbá. Él no puede olvidarse de los hijos e hijas de sus entrañas, como no se olvidó de Jesús. Él hace que nuestras noches oscuras, nuestras experiencias de muerte, estén bajo su control, para que nuestros pequeños viernes santos se conviertan en momentos de gracia para el mundo. ¡Qué bien entendió este misterio san Pablo cuando nos dijo que estamos con-crucificados con Cristo!
  • Hay muchas zonas de viernes santo permanente en nuestro mundo: ¡ahora mismo lo estamos sufriendo! ¡Hoy es -quizá más que otras veces- Viernes Santo!. Muchas personas solidarias y compasivas emergen en este día para llevar consuelo, esperanza, cuidar, acompañar, compadecerse…. 
  • Hemos de acercarnos a quienes están pasando su “viernes santo”. Llevémosle nuestra presencia y consuelo. Iluminemos a esa persona con nuestro amor y nuestra esperanza.

¡Abbá, ¡sólo nos quedas Tú!

Abbá, en la oscuridad del viernes santo, sólo nos quedas Tú. Tú eres nuestro refugio, nuestra esperanza, nuestra victoria. Nos ponemos en tus manos. Te entregamos nuestro espíritu. Sabemos, Abbá, que contigo nunca quedaremos defraudados.

José Cristo Rey García Paredes, CMF

JUEVES SANTO 2023

“UN SOLO CUERPO” El Pan y el Cáliz”

Hace muchos años, el gran teólogo católico Hans Urs Von Balthasar escribió un famosísimo libro titulado “Mysterium paschale: la teología de los tres días”. Viernes santo, Sábado santo y Domingo de Resurrección.

En el centro el Cuerpo de Jesús

Jueves, Viernes y Sábado Santo son los días en los cuales nuestra atención se centra en el “cuerpo de Jesús”. Los pasos de la Semana Santa nos lo muestran. Hacia ese cuerpo se dirigen las miradas. Ante ese cuerpo se emocionan los corazones. Parece que carga sobre sí todo el dolor del mundo. En su rostro vislumbra la gente su propio dolor: el ya sufrido, el que ahora le acongoja, el dolor que de seguro vendrá.
Los artistas han sabido plasmar en sus imágenes de Semana Santa un cuerpo de Jesús en situación límite e incluso muerto sin que por ello parezca un cuerpo desahuciado y vencido. Año tras año, generación tras generación se repite el mismo espectáculo y surgen las mismas emociones. ¡Y todo tiene como foco… el cuerpo de Jesús!  

En el Cenáculo de Jerusalén

 Allí está reunido Jesús con sus discípulos para celebrar “la última Cena”, la “Cena de despedida”, “la cena del Adiós”, la “cena del Testamento”.
Los grandes patriarcas del Pueblo de Dios hacían de la última cena o comida con sus hijos la “cena del Testamento” (Jacob en Gen 48-49). Jesús también hace su Testamento. El cuarto evangelista inicia el relato de la Cena con estas palabras: “Amó a los suyos que estaban en el mundo y los amó hasta el final (telos)” (Jn 13, 1).
Pero también se manifiesta el mal, el diablo que actúa a través de uno de los discípulos, Judas, que lo traiciona y entrega a los judíos para que lo eliminen.

El símbolo del lavatorio de los pies

“Durante la cena Jesús vierte agua en una jofaina y comienza a lavar los pies de los discípulos y a secarlos. Culturalmente, la parte inferior del pie se consideraba una parte deshonrosa del cuerpo. El lavado de los pies de otra persona lo realizaba un esclavo o una persona de estatus inferior (1 Sam 25:41). Jesús le dio tal importancia a este gesto. Ante la negativa de Pedro, lo puso ante la alternativa de: “o te lavo y estás de mi parte, o no te lavo y estarás contra mí”.
Los cuerpos de los discípulos tienen vocación de in-corporación para formar todos “un solo cuerpo” en Jesús. Se trata de una primera comunión a través del tacto. Y Jesús añade: ¡laváos los pies unos a otros! ¡Honrad vuestros cuerpos! ¡Bendecíos mutuamente! ¡Alejáos de cualquier forma de violencia corporal!¡Haceos siervos los unos de los otros! ¡Dad la vida los unos por los otros!

El símbolo del Pan eucarístico

Franz von Stuck, Pietà, 1891

Sigue la cena de despedida… y de nuevo aparece el Cuerpo. Esta vez tiene la “sagrada forma” de pan: pero no solo de pan, sino de pan dentro de un escenario de interrelación: ¡de pan entregado! Es el pan de la comida, es el pan que Jesús parte y reparte: “Tomad, comed, ¡esto es mi cuerpo!”.
No se trata sólo del pan, sino del pan partido y distribuido por las manos mismas de Jesús. Él habla de un cuerpo que rebasa sus límites, de un cuerpo que toca, que se acerca, que quiere ser tomado, comido… hasta entrar en el otro cuerpo: “vosotros en mí y yo en vosotros”. El pan-cuerpo tiene una existencia pasajera y transitiva: lo acucia la impaciencia de ser comido y desaparecer en el cuerpo de los discípulos. “Pharmacon athanasías” o “medicamento de la inmortalidad” lo llamaban los antiguos cristianos.
El cuerpo-pan vivifica al cuerpo que lo recibe: “quien come mi pan no morirá para siempre”. Quien comulga se incorpora al Cuerpo que todo lo sana, que resucita, que establece Alianza para siempre. Jesús quiere compartir su cuerpo y hacernos así sus con-corpóreos.
Estrechamente unida al cuerpo… también la sangre. Jesús transforma la escena anterior: ahora lleva en sus manos un cáliz. Derrama sobre él el vino; la entrega a cada uno de sus discípulos y les dice:  “Tomad, bebed: esta es mi sangre, sangre de la nueva y eterna Alianza, que será derramada por vosotros y por todos los hombres para el perdón de los pecados”. 
Jesús quiere compartir su sangre y hacernos sus con-sanguíneos. Para él, como hebreo, la sangre era mucho más que ese flujo líquido que recorre nuestras venas: era el símbolo de la vida, de su vida, que sólo encontraba su sentido des-viviéndose, entregándose. Por eso, también la sangre crea comunión, consanguinidad, Alianza para siempre.

El Sacerdocio fundamental

Jesús quiso que todos nosotros, sus seguidoras y seguidores formáramos el pueblo sacerdotal, o pueblo de sacerdotes. En el Bautismo somos todos consagrados sacerdotes de Dios. Pero en este día, celebramos el origen de una forma peculiar de sacerdocio: el de aquellas personas elegidas para servir y liderar al pueblo de Dios. Jesús le dijo una vez a Pedro: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas?”. Ante la respuesta afirmativa, Jesús le dijo: “Apacienta mis ovejitas”. Los pastores son muy tentados por el Maligno y pueden -como Pedro- negar al Señor, y convertirse en lobos del rebaño del Señor. Roguemos por ellos, para que no caigan en la tentación.

José Cristo Rey García Paredes, CMF