DOMINGO XXXII. TIEMPO ORDINARIO. CICLO C

¡CLAMOR DE RESURRECCIÓN!

El ambiente de guerra e inseguridad nos hace pensar: ¿qué sentido tiene una vida tan amenazada? ¿Será verdad que somos seres-para-la muerte? En cualquier momento nos vemos amenazados de muerte por dentro -en nuestro cuerpo- o por fuera… y la certeza de morir nos entristece. Las lecturas de este domingo 32, nos invitan a contemplar la realidad desde otra perspectiva: 1.No hay fecha de caducidad para Amor. 2. Convertir el asesinato en sacrificio. 3. Y si pasa, ¿qué pasa?

¡No hay fecha de caducidad para Amor!

La lectura del Evangelio, nos presenta un escena que hoy también nos interesa muchísimo.
Los saduceos, se sirvieron ante Jesús de la casuística matrimonial para oponerse a la resurrección de los muertos. El mayor argumento contra la resurrección estaría –según ellos– en la misma Palabra de Dios (en el Pentateuco).

La ley del levirato establecía que si un hombre casado moría sin hijos, su hermano estaba obligado a tomar a la mujer viuda y darle descendencia. Esta era la única forma de escapar del reino de la muerte: ¡tener hijos!, ¡tener descendencia! Si de esto se veía privada una persona, ¿qué bendición de Dios podría tener? Por eso se establece que, al menos, no falte esta descendencia bendita.
Para darle un cierto tono irónico a la pregunta, los saduceos se refieren a siete hermanos –¡posible referencia a los siete hermanos Macabeos en cuyo relato se habla de la resurrección!–. En su respuesta Jesús no aborda el tema de los macabeos. Su respuesta es que los saduceos no conocen las Escrituras, ni siquiera el libro del Pentateuco en el que ellos se basan. ¡No conocen el poder de Dios!
Jesús afirma que después de la muerte todos nosotros, en cuanto hijos de Dios e hijos de la resurrección, no nos casaremos, viviremos como ángeles, hayamos estado casados aquí o no lo hayamos estado. En el mundo de la resurrección ya no se puede morir, como tampoco los ángeles del cielo pueden morir. Esto significa que casarse es una realidad propia del mundo de la muerte. Ése es el sentido de la ley del Levirato. Jesús relativiza mucho esta ley al privarla de su carácter salvador. Si alguien muere sin descendencia ¡no pasa nada! ¡No pasa nada si alguien no se casa! ¡Hay otra vida! Nos espera otra condición de vida para siempre.
Por otra parte, Dios es totalmente diferente a aquel que se crea nuestra imaginación. No hay muerte en Dios. El amor de Dios acompaña a una persona siempre, no acaba con la muerte. Nuestro Dios es un Dios de vivos.

Convertir el asesinato en sacrificio

La primera lectura, nos muestra que la violencia antirreligiosa existe desde hace muchísimo tiempo. Los hermanos Macabeos la experimentaron en su propia carne. Pero los hombres y mujeres que sienten la cercanía de Dios son invencibles, insuperables. Así lo demostró esta familia ejemplar, liderada por su madre. Quienes confían en Dios saben que la muerte, el asesinato, no tiene la última palabra. Por eso, convierten la muerte violenta en sacrificio, en culto a Dios y en misericordia sobre el mundo. Mueren alabando a Dios y perdonando los crímenes de los seres humanos.
Lo peor es cuando hay personas que piensan que matando hacen un favor a la justicia. Son idólatras. Sirven a ídolos de muerte que ellos mismos se han creado. Dios es Dios de la Vida, nunca, nunca de la Muerte.

Y si pasa, ¿qué pasa?

En la segunda lectura, Pablo desea a los cristianos dos cosas: consuelo eterno y hermosa esperanza. Él sabe que la comunidad cristiana, y cada miembro de ella, está amenazada por “hombres malos y perversos… personas que no son de fiar”. Éstos son instrumentos del Maligno.
La existencia cristiana es lucha. Rechaza las armas de la muerte, pero emplea las armas de la esperanza, del amor al enemigo, de la oración, de la paciencia.

Conclusión

Los seguidores de Jesús proclamamos que¡Somos-seres-para-la resurrección! Nos negamos  a creer que el Amor sea derrotado por la muerte. El Amor desea superar cualquier barrera. ¿No fue el precioso libro el Cantar de los Cantares un grito de resurrección? ¡La Muerte no anegará a Amor! El amor que Dios nos tiene, no tiene fecha de caducidad. Y Jesús se lo dijo a los saduceos que no creían: nuestro Dios no es un Dios de muertos.
Sí, estamos en manos de la Vida. Y la Vida vencerá a la Muerte.

José Cristo Rey García Paredes, cmf

PARA LA VISIÓN PERSONAL

DOMINGO XXXI. TIEMPO ORDINARIO. CICLO C

DE ZAQUEO A “ZAQUEO”: LA OTRA PERSPECTIVA DEL SACRAMENTO

No acabamos de dar con la tecla del “sacramento de la Reconciliación”. Nos cuesta mucho celebrarlo. O lo dejamos para “más tarde”, o lo abandonamos totalmente. ¿Será Dios tan exigente? ¿Llevará cuentas del mal que cometemos? No sabemos cómo actuar ante la confesión en la que somos reos y acusadores.Las lecturas de este domingo nos colocan en otra perspectiva: 1) Jesús tiene la iniciativa y se auto-invita; 2) El Creador nos ama, por eso nos ha traído a la existencia; 3) ¡Seamos la gloria de Jesús! 

Jesús toma la iniciativa y se auto-invita 

Nos cuenta el evangelio apenas proclamado, que Jesús -antes de llegar a Jerusalén- entró en la ciudad de Jericó -importante centro comercial y nudo de comunicaciones-. Atravesó la ciudad y muchísima gente se congregó en las calles para verlo pasar.  

Un rico recaudador, jefe de publicanos y pecador, deseaba verlo, pero su baja estatura se lo impedía. Su nombre “Zaqueo” que quiere decir “el hombre de la pureza”, era lo opuesto a su conducta. 

Corrió, se subió a un árbol y esperó la llegada de Jesús. Y al llegar donde él, Jesús lo miró y le dio esta orden divina: “Baja enseguida. Hoy tengo que hospedarme en tu casa”. Zaqueo se llenó de alegría; “todos los demás” comenzaron a murmurar y hablar mal de Jesús. 

Ya los dos, a solas, Zaqueo hizo su confesión y su promesa: “Daré la mitad de mis bienes a los pobres y cuatro veces más a quienes he defraudado”. ¡Tal vez se quedaría sin nada! Pero se recuperó como hombre y ciudadano. Sólo entonces su nombre: Zaqueo -el purificado- se hizo verdad.

Y Jesús concluye la escena diciendo que Él ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido. El buen Pastor recupera a su oveja perdida.

El Creador nos ama, por eso nos ha traído a la existencia

La primera lectura, tomada del libro del capítulo 11 del libro de la Sabiduría, nos habla de nuestro Creador, el Padre, el Abbá de Jesús y nuestro. Y nos dice que Él ama a todos los seres que ha creado, los ama y no los odia. Si Zaqueo era bajo de estatura, el libro de la Sabiduría nos dice que nosotros somos ante nuestro Dios como “un grano de arena en la balanza”, como “una gota de rocío mañanero que cae sobre la tierra”. Si Zaqueo era pecador, el libro de la Sabiduría nos dice que nuestro Dios no nos persigue por nuestros pecados, sino que ante ellos “cierra los ojos” y “se compadece de nosotros”; que Dios nos ama y no odia a nadie: por eso, seguimos existiendo.

El balance final nos muestra que pesa más, muchísimo más, el corazón de Dios que ese granito de arena –sucia y pecadora– que somos nosotros a veces. 

¡Seamos la gloria de Jesús! 

Y finalmente, la segunda lectura -de san Pablo a los Tesalonicenses- nos pide que seamos dignos de nuestra vocación y que Dios cumpla nuestros buenos deseos; que Jesús esté orgulloso de nosotros y no defraudemos sus expectativas. 

Conclusión

El sacramento de la Reconciliación queda a veces reducido a “decir los pecados al confesor y cumplir la penitencia”.  En cambio, nuestro mundo tan dividido busca reconciliación contra la guerra y la división. La justicia humana busca reconciliación entre los enfrentados.

Las celebraciones de la reconciliación están llenas de belleza y de fiesta. ¿Qué deberíamos nosotros hacer para que esto ocurra en nuestras celebraciones del Sacramento? Por ahora baste decir una sola cosa: que el Ministro del Sacramento se muestre como el último de la fila, tal como muestra la plegaria de la Absolución: Dios Padre misericordioso (primero), que derramó el Espíritu Santo para el perdón de los pecados (segundo), te conceda por el ministerio de la Iglesia (tercero) el perdón y la paz, y ahora yo (el último) te absuelvo, en el nombre (¡no en mi nombre!) del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Cuando el ministro es “pura transparencia”, quien se acerca al Dios-Trinidad queda convertido en un auténtico “Zaqueo de Dios”.

P. José Cristo Rey García Paredes, cmf

 

DOMINGO XXX. TIEMPO ORDINARIO. CICLO C.

JESÚS ANTE EL “EGO” PRESUMIDO Y DESPRECIATIVO

Cuando ponemos nuestro “ego” en el centro, todo lo contemplamos y juzgamos a partir de una sola perspectiva: lo que yo soy, lo que yo pienso, lo que yo hago. Y si ahora nos preguntamos: ¿Y qué piensa Jesús de los ego-céntricos, de los egó-latras? Encontramos la respuesta en el evangelio de este domingo a través de un texto muy breve: la parábola del ególatra y del auto-humillado o humilde-humillado: del fariseo que presumía de su bondad, y del publicano que se avergonzaba de su maldad.  Así comienza el evangelio de este domingo 30:

“Algunos, teniéndose por justos (es decir, por buenos), se sentían seguros de sí mismos y despreciaban a los demás (por malos)”

La encarnación de dos formas de orar

La parábola de Jesús sobre el fariseo y el publicano no es un relato de buenos y malos. Jesús, narrador genial, nos presenta a dos personas a través de su forma de orar.

La oración del fariseo

El fariseo entra en escena. Para los oyentes de Jesús los fariseos eran personas agradables, positivas. El fariseo ora en su interior, ¡no en voz alta!¡Sólo Dios podía escucharlo! Lo hacía erguido, pues así era la costumbre en Israel. Su oración se asemeja a un breve examen de conciencia, del que él mismo se autocalifica como “sobresaliente” en buena conducta. 

  • Ayunaba dos días a la semana. Ayunar quería decir no comer ni beber nada hasta la caída del sol. ¡Buen sacrificio en el clima tórrido e implacable de Palestina!
  • Ofrecía el diezmo de todo lo que ganaba a los levitas y al templo, tal como pedía la ley (Num 18,21; Deut 14,22-27).  
  • Como decía el salmo 119: el fariseo “caminaba con vida intachable en la ley del Señor… guardaba sus preceptos de todo corazón”. 

Un hombre así ¿no sería digno de admiración y respecto? 

La oración del publicano

El publicano entra en escena. Para los oyentes de Jesús era una figura negativa, desagradable. Un publicano recaudaba los impuestos que ricos y señores del país, como también las fuerzas de ocupación, los romanos, imponían a una población empobrecida. Los publicanos solían ser en esto de recaudar inexorables, explotadores y defraudadores. 

Su oración en el templo se reduce a una sola frase: “¡Oh, Dios!, ten compasión de este pecador!”. Se quedó atrás. No se atrevía a levantar los ojos al cielo. Sólo se golpeaba el pecho.

Las puntualizaciones de Jesús

El fariseo contamina su oración de acción de gracias cuando -según el relato de Jesús- se centra en su “ego”: Yo ¡no soy como los demás, ladrones, injustos, adúlteros… y mirando hacia atrás con desprecio se atreve a decir: ¡ni como ese publicano! 

El publicano tira su “ego” por los suelos. Ennoblece su oración definiéndose como un “pecador”; expresa su lejanía de Dios, quedándose atrás en el templo; no se atreve a alzar los ojos al cielo, se golpea el pecho, pidiéndole a Dios únicamente compasión. En el salmo 50 se decía: “un corazón quebrantado y humillado tú no lo desprecias”.

La puerta del Reino de Dios 

Jesús trajo consigo un nuevo sistema: el Reino de Dios. No era un reino para “egos” autosuficientes: “quien quiera venir detrás de mí, que se niegue a sí mismo”. Quienes forman parte del Reino son “los pobres en el espíritu”, como el publicano, aquellas personas que piden perdón. En cambio, qué difícil es que un autosuficiente, un ególatra entre en el Reino:

“Os aseguro que este último volvió a su casa justificado, pero no el primero”.

El término “justificado” -empleado por el evangelista- es una forma gramatical que técnicamente se denomina “pasivo teologico”: es decir, que por sí solo ya todos entenderían que el publicano fue justificado por Dios, absuelto en el tribunal divino. En cambio, el fariseo no fue absuelto por Dios. María proclamó en su Magnificat que Dios “dispersa a los soberbios de corazón y enaltece a los humildes. ¡No juzguéis y no seréis juzgados! ¡No condenéis y no seréis condenados!

José Cristo Rey García Paredes, cmf.

DOMINGO XXIX. TIEMPO ORDINARIO. CICLO C

LA AUDACIA DE LA ORACIÓN: “no sabemos orar como conviene”

Hoy, Domingo 29, nos narra Jesús una parábola muy breve. Se atreve a comparar a Dios con un juez perverso-que ni temía a Dios ni le importaban los hombres. Y a compararnos a nosotros con una pobre “viuda” que insistentemente pedía justicia. Y todo esto para enseñarnos a orar, porque no sabemos orar como conviene. 

La parábola

El juez y la viuda vivían en la misma ciudad.

Había muchas viudas en tiempos de Jesús: se casaban muy jóvenes; sus maridos morían antes que ellas; también las repudiadas en su matrimonio eran consideradas “viudas”. En aquella sociedad patriarcal, indefensas, eran objeto de muchas injusticias e incluso no les estaba permitido presentarse en persona ante un tribunal.

La mujer viuda era una víctima de injusticias y abusos. Recurrió al juez para que dictara sentencia contra su adversario.

La viuda -que Jesús diseña en esta parábola- era, no obstante, muy audaz. Ante el juez insistía una y otra vez pidiendo justicia contra su adversario.  

¿Y cuál fue la respuesta del juez? Jesús lo presenta dialogando consigo mismo (¡un monólogo!) y diciéndose lo siguiente -traducido en nuestro lenguaje-: “¡Esta mujer me saca de quicio! ¡Siempre con problemas! ¡No la aguanto! ¡Estoy harto! ¡Le haré justicia porque si no va a acabar conmigo, ¡abofeteándome! (¡el término griego aquí utilizado era propio del boxeo en aquel tiempo!). 

Y aquí concluye el breve relato. Pero Jesús continúa, sorprendiendo a todos: 

“Oid lo que dijo este juez injusto. Y Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos, que claman a él día y noche, aunque los haga esperar? Os aseguro que en un abrir y cerrar de ojos les hará justicia.”

Lc 18, 6-8

Si un juez injusto en su hartura hace justicia, el justo Juez, nuestro Dios, ¿no va a responder a sus elegidos, que le suplican día y noche? Sí, responde Jesús. Y añade: ¡en un abrir y cerrar de ojos!

¡No sabemos orar como conviene! 

Nos lo dice san Pablo en el capítulo octavo de la carta a los Romanos. Pero añade: “el Espíritu Santo viene en nuestra ayuda”; y nosotros podemos añadir: “también Jesús viene en nuestra ayuda con la parábola de la viuda y el juez”, y ¿cómo no? Cuando nos enseñó a orar con el “Padrenuestro”.

Con cuánta frecuencia los cristianos rezamos el Padrenuestro. Pero ¿sabemos bien lo que decimos? No es una oración para resolver “mis problemas”, no es una oración por “los míos” o “lo mío”. El “nosotros” está omni-presente en la oración de Jesús. La oración posibilita la conexión entre el cielo y la tierra. En esa conexión ¡todo se resuelve! La oración nos pone en contacto con el Creador del cielo y la tierra, con el Providente y Sustentador del universo, con el Dios que tanto ama al mundo…

Oraciones peligrosas

Un autor Craig Groeschel ha escrito un libro titulado “oraciones peligrosas”. Y dice que en ese tipo de oración Dios actuaría interrumpiendo nuestros planes egocéntricos y nos orientaría hacia el “Hágase tu voluntad”. Nos preocuparíamos mucho más de los demás. Renunciaríamos a controlar nuestra vida y a confiar más en Él. La oración no nos haría “perfectos”, pero sí extraordinariamente “inquietos”. 

Es el tiempo de cambiar nuestro modo de orar. Es el tiempo de buscar a Dios apasionadamente, con todas las fibras de nuestro ser. Abandonarnos a él. Es el tiempo de comenzar a orar oraciones peligrosas. Si quieres que tu vida cambie, ora audazmente. Si oras con audacia tu vida no será la misma nunca más.

Busca a Dios y sueña en grande. Rechaza el miedo a fracasar. Es el tiempo de aventurarse. De confiar. De ser temerario, de creer. Es el tiempo de orar alzando los brazos, como Moisés, y vencer. 

El gran teólogo Johan Baptist Metz se preguntaba: ¿cómo es posible que rezando tantísimas veces “¡Venga a nosotros tu Reino!” o el “pan nuestro de cada día, dánoslo” no haya llegado el Reino y el hambre siga presente en el mundo? ¡Excelente pregunta! La viuda del evangelio y Moisés nos dan la respuesta. ¡Hay que insistir! ¡Mantener elevadas nuestras manos hacia el cielo! La oración salvará al mundo.

José Cristo Rey García Paredes, cmf

DOMINGO XXVIII. TIEMPO ORDINARIO. CICLO C

LA GRACIA DE LAS GRANDES OPORTUNIDADES

 

 

La inspirada canción de la artista chilena Violeta Parra ¡Gracias a la Vida que me ha dado tanto…! nos sigue hoy impresionando. La Gracia nos sale al encuentro y nos acosa de mil formas: son las grandes oportunidades que se nos presentan. Los italianos suelen decir cuando una de esas oportunidades se pierde: ¡peccato! Y es verdad, en eso consiste el pecado: en desaprovechar y perder una gran oportunidad. A no desaprovecharlas nos invita la Palabra de Dios proclamada en este domingo 28, a través de tres personajes que aprovecharon su oportunidad: el sirio Naamán, el leproso samaritano y Saulo de Tarso. 

Naamán:  “al final cedió… y se sanó”

Naamán el jefe sirio se vio invadido por la lepra. Buscó denodadamente la curación, pero no la hallaba. Una joven israelita, sierva suya, le sugirió un encuentro con el profeta Eliseo. Naamán le hizo caso; pero la experiencia le resultó absolutamente decepcionante: no fue recibido personalmente por el profeta, sino por un siervo que le transmitió lo que debía hacer: ¡bañarse en las aguas del río Jordán! Ante la insistencia de sus acompañantes Naamán se decidió a jugarse la última carta. Al bañarse en el Jordán su carne rejuveneció como la de un niño: aprovechó la oportunidad de Gracia y la Gracia aconteció. 

Hay entre nosotros quienes prefieren la costumbre a la novedad, lo ya sabido al riesgo, la mediocridad, la medianía. “Lo peor no es tener un alma perversa, sino un alma acostumbrada”. Naamán el leproso, fue un ejemplo de inconformismo. No quiso reconciliarse con su enfermedad… buscó… y encontró. El mismo Jesús lo puso como ejemplo ante la gente acostumbrada de Nazaret, sus paisanos.

El “extranjero” agradecido era “samaritano”

 

Jesús iba de camino Jesús hacia Jerusalén, donde presentía su final. En medio del camino llegó a una periferiaun espacio reservado para leprosos judíos y samaritanos. Éstos le gritaban pidiendo auxilio, querían aprovechar la oportunidad de un encuentro con el Gran Taumaturgo. Jesús les atendió y les ordenó presentarse ante los sacerdotes de Jerusalén. ¡Quien sabe si con ello quiso decirles: “¡Seguid mi camino, que yo también me encamino hacia Jerusalén!”.  En el camino todos sanaron, pero sólo uno se acercó a Jesús para agradecérselo. ¡Era samaritano! Para él era suficiente mostrarse ante su gran Sacerdote, que era Jesús. La experiencia de la Gracia se convirtió en él en acción de gracias.

El perseguidor transformado

Saulo de Tarso tenía el alma enferma: perseguía, encarcelaba, respiraba amenazas de muerte contra el grupo de los seguidores de Jesús. Jesús resucitado le salió al encuentro y con su Luz lo cegó y lo derribó…  Saulo perdió la visión. Entró en la oscuridad. Descubrió que Alguien había tocado su vida. ¿Quién eres? Preguntó. “Jesús a quien tú persigues”, respondió.

Saulo no pudo resistir a tanta gracia. Cuando se le abrieron los ojos, renació a una nueva visión, a una nueva vida. Llegó a decir: “No soy yo quien vive, es Cristo Jesús quien vive en mí”. Pablo confesaba que siempre que no se lo merecía… pero fue agraciado. Por eso, repetiría tantas veces: ¿qué tienes que no hayas recibido? 

Conclusión

También a nosotros nos puede sorprender cualquier día una Gracia inesperada.¡No desaprovechemos las oportunidades de Gracia que la vida nos ofrecen! No seamos impacientes como Naamán: esperemos el momento de la Gracia, a pesar de las apariencias. No seamos desagradecidos como los nueve leprosos judíos, que después de sanar, se olvidaron de Jesús. No nos dejemos llevar -como Saulo de Tarso- por el odio, el resentimiento, por la ceguera, porque eso nos hace enemigos de Jesús 

¡Seamos agradecidos! “No demos por supuesto el agradecimiento”: ése es el culto que agrada a Dios: como Naamán cuando recuperó su cuerpo sana como el de un niño recién nacido, como el leproso Samaritano que, emocionado le dio las gracias a Jesús; como Saulo de Tarso, convertido en un gran apóstol de Jesús, San Pablo.

¿Oportunidades gracia? Tendremos muchas en la vida. Estemos atentos. Aprovechémoslas y también nosotros podremos cantar Gracias a la Vida… sí la Vida con mayúsculas que nos sale al encuentro en nuestra vida. Y no olvidemos ¡cada Eucaristía es, debe ser una acción de Gracias!

José Cristo Rey García Paredes, cmf

DOMINGO XXVII TIEMPO ORDINARIO CICLO C

EL GRANITO DE MOSTAZA Y LAS TRES PREGUNTAS

Cuando nos miramos interiormente descubrimos que nuestra fe es débil, exigua: ¡que somos hombres, mujeres, de poca fe! Como los apóstoles le pedimos a Jesús: “Auméntanos la fe”; o como aquel padre a la espera de la curación de su hijo: “Señor, yo creo, pero aumenta mi fe”. Y Jesús responde: si vuestra fe fuera como un granito de mostaza realizaríais portentos: una encina arrancada y llevada al mar, moveríais montañas. Jesús también responde con una de sus chocantes parábolas: la de las tres preguntas. Es el texto del domingo 27.

La tres preguntas de Jesús

La primera

¿Quién de vosotros, si tiene un siervo o criado labrando o pastoreando, le dice cuando vuelve del campo: “¡Enseguida, ven y ponte a la mesa”!?
La respuesta más espontánea y sincera de los oyentes sería: ¡No! ¡Nadie! A ninguno de nosotros, si somos el amo, se nos ocurrirá semejante cosa.

La segunda 

¿No le diréis más bien: “Prepárame de cenar, cíñete y sírveme mientras como y bebo, y después comerás y beberás tú”?
La respuesta más espontánea sería ¡SÍ! El amo tiene razón: primero él, después su siervo.

La tercera

¿Acaso tenéis que estar agradecidos al criado porque ha hecho lo mandado?
La respuesta más espontánea seria ¡No! No hay que estar agradecidos al criado porque ha cumplido lo mandado. 
He aquí el resultado de las tres preguntas: No, Sí, No. 
¿Por qué Jesús hace su parábola en forma de preguntas? ¿Porqué presenta “lo evidente” en forma de “interrogante”? Porque quiere involucrar en el relato a cada uno de sus oyentes. 
Es como si Jesús nos dijera: si tú fueras un amo y tuvieras un siervo, ¿cómo te comportarías con él? ¿le servirías?, o ¿le dirías simplemente “¡sírveme primero a mí!? Y si tu siervo hiciera lo que le pides, ¿deberías agradecérselo? 

Una primera enseñanza: servidores de Dios sin condiciones

El esclavo -en el contexto cultural de Jesús y sus discípulos – dependía totalmente de su amo: le estaba totalmente sometido. El amo determinaba su vida, lo mantenía; y no tenía que agradecerle su servicio, ni alabarlo.
Del mismo modo nosotros somos “siervos de Dios”: dependemos total y absolutamente de Él. Nos sometemos a su voluntad porque es el Señor quien determina, manda, a quien hemos de obedecer. Los creyentes debemos de trabajar por la causa de Dios hasta la extenuación. No hemos de pensar en agradecimientos, en recompensas, en méritos. Lo nuestro, es decir: “siervos inútiles” somos… hemos cumplido con nuestro deber” (Lc 17,7-10). 

Segunda enseñanza: un cruce de parábolas

Jesús propuso otra parábola de unos siervos a quienes su Señor sí los sirvió (Lc 12,35-38). El que regresaba a casa no era un siervo, sino el mismo Señor, después de un banquete de bodas. Al ver que sus siervos le esperaban -ceñidas las cinturas y encendidas las lámparas y le abrieron al instante cuando llegó y llamó-, se conmovió, los proclamó dichosos y él mismo, el Señor, se ciñó la cintura, les hizo sentar a la mesa y acercándose les servía” (Lc 12,35-38).
Quien evocara esta parábola habría respondido a la primera pregunta de Jesús en el evangelio de hoy ¡Sí! Recordémosla: ¿Quién de vosotros, si tiene un siervo le dice cuando vuelve del campo: “¡Enseguida, ven y ponte a la mesa”!? Así lo hizo el Maestro. Os he dado ejemplo, para que vosotros hagáis lo mismo unos con otros, les dijo Jesús a los apóstoles en la última Cena.

Conclusión

“Auméntanos la fe”. Aumenta la fe cuando actuamos como “siervos” y no “pensamos en grandezas”, en recompensas para nuestros méritos, ni en ser servidos. Aumenta nuestra fe, cuando vivimos alerta, para descubrir los signos de la Presencia que viene de nuestro Dios, aunque sea de noche. Aumenta nuestra fe, cuando dejando casa,, familia, propiedades por Jesús… recibimos cien veces más y la vida eterna” (Mc 10, 29-30), y se nos promete “un tesoro en el cielo”. Por eso, quienes se reconocen siervos inútiles se convierten para muchos en bendición.

DOMINGO XXVI TIEMPO ORDINARIO CICLO C

UN ABISMO NOS SEPARA ACÁ… PERO MÁS… ALLÁ

El relato evangélico del domingo XXVI es estremecedor, a pesar de la cortesía que manifiestan todos sus personajes. Jesús les cuenta a unos “amigos del dinero” lo que él imaginaba que sucedería entre Abraham y dos de sus hijos: un mendigo y un rico. Aunque en su parábola Jesús no menciona a Dios directamente, sí lo hace indirectamente porque Lázaro significaba “¡Dios ayuda!”. La parábola se divide en tres escenas: la primera en el palacio del rico, la segunda en el palacio del cielo y la tercera el diálogo entre el rico y Abraham.

El contraste: primera escena 

Nos sitúa en el palacio del rico: un hombre espléndidamente vestido (púrpura y lino blanquísimo y fino), que todos los días banqueteaba. A las puertas de aquel palacio había un pobre -que se llamaba Lázaro- casi desnudo, hambriento, cubierto de llagas, que perros sin dueño le lamían. Esperaba alimentarse con las sobras del banquete. Pero nadie le atendía.

La sorpresa: segunda escena 

Murieron los dos: el rico fue llevado al sepulcro; Lázaro fue llevado por los ángeles al “seno de Abraham”, es decir a recostarse como invitado de honor delante de Abraham en el banquete del Reino de los cielos. Jesús había dicho en otra ocasión: “muchos vendrán de Oriente y de Occidente y se sentarán a la mesa con Abraham, Isaac y Jacob, en el reino de los cielos”. ¡El contraste es estremecedor! Aquí podemos recordar las palabras de la madre de Jesús en el Magnificat: “a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos”.

Dos peticiones, una imposible, otra innecesaria: tercera escena 

El rico suplica a Abraham que le envíe a Lázaro y refresque un poco su boca seca ante los tormentos del fuego. ¡Imposible! le responde Abraham: la distancia es inmensa, como la existente entre “bienes” y “males”. 

Entonces el rico le hace otra súplica al parecer muy generosa: le suplica a Abraham que, si no a él al menos les envíe a Lázaro a sus hermanos para que cambien su estilo de vida. Abraham le responde que no es necesario: ¡ya tienen a Moisés y los Profetas! Si no hacen caso a éstos, tampoco lo harán a un muerto que resucite. 

¿Una parábola dirigida también a mí?

Los destinatarios del relato de Jesús fueron algunos fariseos que “eran amigos del dinero” (fil, argiroi) y se burlaban de Jesús. A ellos Jesús les decía que el culto al dinero y culto a Dios son incompatibles. Hoy Jesús nos dice también a nosotros que la avaricia y la tacañería es una idolatría que nos distancia absolutamente de Dios y de su Reino. Y también nos dice que la generosidad con los necesitados y la atención a ellos es la forma de ganarnos un tesoro y pagar la entrada para participar en el banquete del Reino de Dios. 

Para meditar:
VOS SOS EL DIOS DE LOS POBRES

José Cristo Rey García Paredes, cmf

DOMINGO XXV TIEMPO ORDINARIO. CICLO C

GENEROSIDAD, INCLUSIÓN, SAGACIDAD

Generosidad, inclusión y sagacidad. He aquí las tres palabras que resumen el mensaje del profeta Amós, del apóstol Pablo y de Jesús, nuestro Señor en este domingo 25 del tiempo ordinario. 

El profeta Amós: ¡generosidad! Am 8, 4-7

¡Que nadie se sienta seguro con sus riquezas… injustas!

El profeta Amós proclama que la avaricia lleva a las mayores injusticias: explotación del pobre, despojo de miserable, vender y nunca dar. Así actúan hoy determinadas empresas, instituciones y también determinadas personas. La avaricia se oculta tras legislaciones logradas a base de corrupción. Las personas, instituciones y naciones avaras se benefician de todo, empobrecen a los demás, y actúan aparentemente “según lo legal”. El imperio de la avaricia hace imposible la gratuidad, empuja a la miseria a millones de seres humanos y maltrata a la creación. 

Amós concluye su profecía con una terrible amenaza a los avaros: “¡Jura el Señor por la Gloria de Jacob que no olvidará jamás vuestras acciones! Escuchará el gemido de los pobres y ¡les hará justicia! ¡Que nadie se sienta seguro con sus riquezas injustas! Y el salmo 112 lo ratifica cuando proclama que Dios “levanta del polvo al desvalido, alza de basura al pobre”.

El apóstol Pablo: ¡inclusión! (1 Tim 2, 1-8)

Orar por todos… expresión de un amor sin fronteras. San Pablo nos habla en la segunda lectura -carta a Timoteo- sobre la inclusión: ¡Orar por todos, sin excepción!  La oración de intercesión es una forma privilegiada del amor sin reservas, sin excepción ni discriminación: “A vosotros que me escucháis os digo: Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os odian” (Lc 6,27; Mt 5,44)). La oración por los enemigos es expresión de amor.

La oración por las personas que nos dirigen y rigen, por nuestras autoridades civiles, es un ejemplo de la oración por todos. Quienes representan a nuestras naciones, a nuestros pueblos, necesitan de la energía secreta de nuestro amor orante para ejercer su misión para bien de todos. 

La actitud partidista nos impide orar por quienes nos dirigen, porque nuestro deseo interior es que pierdan sus puestos, que sean destituidos. Pablo, en cambio, nos pide amarlos, aproximarnos a ellos, orar por ellos.  Y el argumento que nos ofrece es éste: ¡Dios quiere que todos los seres humanos se salven!  

Jesús murió “por todos”. Él es el mediador de la humanidad donde existen tantísimas diversidades humanas. Jesús vino a llamar a los pecadores. Quiso la humanidad de la inclusión y nunca de la exclusión, de la reconciliación y el perdón y nunca del enfrentamiento y la guerra. 

Jesús, nuestro Señor: ¡sagacidad! (Lc 16, 1-13)

¡Sagacidad para ser acogido y participar en el Reinado de Dios y no quedar excluido!
Jesús nos habla en su parábola de un administrador que fue acusado de malgastar y dilapidar los bienes de su señor, de cometer un enorme desfalco. El propietario lo cita y le exige presentar toda la documentación. El administrador, consciente de haber cometido fraudes, hace escribir nuevos recibos -enormemente rebajados- en perjuicio de su amo y destruye los anteriores. Consigue de ellos así “el derecho de hospitalidad” de aquellos deudores a los que ha favorecido. 

Concluye ahí la parábola. El “señor” que alaba al administrador fraudulento es Jesús. No alaba su delito, sino su astucia y resolución, su imaginación y forma de calcularlo todo, su rapidez y eficacia, por convertirse en un “héroe inmoral”. Y esto es lo que le interesa a Jesús: que sus discípulos comprendan que en el reinado de Dios solo pueden tener por Señor a Dios. Quien tenga otros señores aparte de Dios estará dividido y tensionado. No se comprometerá, no arriesgará, no tendrá fuerza interior. El administrador fraudulento no hizo nada a medias. Se arriesgó. Fue a por todas. Y por esto únicamente Jesús lo admira y lo pone como ejemplo. En momentos difíciles hay que ser sagaces, jugárselo todo, como el “héroe inmoral” de la parábola (cf. Gerhard Lohfink, Las cuarenta parábolas de Jesús, EDV) .

El mensaje de este domingo se resume en tres palabras: generosidad, inclusión y sagacidad. Se necesita inteligencia, talento, cordialidad para poder entrar en la arriesgada escuela del seguimiento de Jesús.

José Cristo Rey García Paredes, cmf

DOMINGO XXIV DEL TIEMPO ORDINARIO C

LA OTRA PERSPECTIVA: ¡NO EL PECAR… SINO EL PERDERSE!

En lugar de emplear la terminología del “pecado”, las lecturas de este domingo XXIV nos hablan de “perdidos”, “perdición”, “extravío”.  Y nos presentan tres ejemplos: “Perdido y extraviado” estuvo el pueblo liberado de Egipto cuando se entregó idolátricamente a un dios extraño. “Perdido y extraviado” estaba Saulo cuando siendo un judío celoso de la ley perseguía a muerte a los cristianos, y en ellos a Jesús. Perdidos estaban los dos hijos de la Parábola cuando el más joven abandonó la casa y se fue a experimentar otro mundo, y el mayor se negó a entrar en la sala de fiesta.

Es interesante la perspectiva que Jesús adopta: no habla de “pecado”, sino de “pérdida”, de “extravío”. Perdida está aquella persona que desconoce dónde se encuentra exactamente, que ha equivocado el camino y no sabe ya adónde dirigirse. Pero Jesús también reconoce que cuando alguien se pierde, Dios mismo es el perdedor… y por eso ¡reacciona!

 

Pueblo “perdido” en la idolatría

Nos dice la primera lectura (Éxodo 32) que el pueblo liberado de Egipto, impaciente ante la aparente ausencia de Dios, no aguantó el aparente abandono y consintió que Aarón le hiciera un dios a su medida, como los dioses-ídolos de los pueblos vecinos. 

Moisés, el gran amigo de Dios, baja del monte de la Alianza y se topa con un pueblo “perdido”, que adora un becerro de oro. Siente en sí mismo los celos de Dios, cuando Dios le dice: “Déjame que encienda mi ira contra ellos y los aniquile”. Siente también en sí mismo la Fidelidad de Dios que se acuerda de la promesa de amor eterno que le hizo a Abraham, a Isaac, a Jacob. Dios vuelve en sí, se retracta y renueva su amor. Siente en sí mismo la fidelidad eterna de Dios que “se arrepiente de la amenaza que había pronunciado contra su pueblo”.

Pensemos un momento en lo que significa para cada uno de nosotros que “Dios se arrepiente por el inmenso amor que nos tiene”, cuando nos perdemos y adoramos a otros dioses.

Saulo, el perdido y recuperado

Debía ser un hombre recto, coherente, fiel a la Alianza… pero estaba “perdido”… porque se había abierto un “nuevo camino” y sin embargo, se empeñaba en continuar por el “viejo camino” que ya no llevaba a ninguna parte. En su viejo camino Saulo era blasfemo, violento, ignorante, perseguidor de la Iglesia. En su extravío Jesús le salió al encuentro, y lo eligió para conducir al buen camino a todos los extraviados. El mérito no fue de Saulo, sino de Aquel que se le apareció y lo eligió y lo nombró Pablo. “Yo soy el camino” 

Esa experiencia personal le llevó a ser el predicador del Evangelio de la Gracia, de la Misericordia de Dios hacia los extraviados. Su contenido es fantástico: Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores y no para condenarlos. Jesús es misericordioso, generoso, da vida, vida eterna.

¡Así es Dios! ¡Su misericordia es grande y fiel hasta el extremo!

¡Estaba perdido y lo hemos encontrado! El hijo pródigo, ¿y el hijo mayor?

¿No es la parábola del Hijo pródigo la parábola de los perdidos? Jesús nos presenta al padre como el gran perdedor: pierde al hijo menor, pero también se siente dolido ante la pérdida -por envidia- del hijo mayor.

La parábola no habla de algo que ya sucedió. Nos plantea algo que está hoy sucediendo: Dios-Padre contempla lo extraviados y perdidos que estamos muchos de sus hijos e hijas: unos porque son “los alejados”, otros porque aun estando “en casa” tienen su corazón “lejos”. 

Nos perdemos cuando nos olvidamos optamos por romper moldes, esquemas, por “ir a nuestro aire”. Perdidos, la vida se nos vuelve inaguantable. Recapacitamos y sentimos de nuevo la seducción de la casa, aunque lleguemos a ella “sin méritos”. Jesús nos dice, que el Padre nos espera y que se abalanzará hacia nosotros para abrazarnos. Más que Padre parece Madre. 

Nos perdemos también cuando no arriesgamos: nos quedamos en casa; Decía Charles Péguy que “lo peor no es tener un alma perversa, sino un alma acostumbrada”. Somos “el hijo mayor” cuando aparentemente cumplimos con todo, pero nuestro camino ya no nos lleva al Padre, sino que nos paraliza e incluso nos orienta hacia otra dirección: los amigos, que de alguna manera lo sustituyen.

Hemos hablado mucho en la Iglesia del “pecado”. Jesús nos habla más de la “perdición”, del “extravío”. Pecar es “perderse”, iniciar un camino hacia la pérdida total que es infierno. Pecar no es merecer un castigo, es ya en sí mismo un castigo que nos infligimos a nosotros mismos: optar por ir perdiéndonos y perdiéndolo todo. Es convertirse en “oveja perdida”, en “dracma perdida”.

Menos más que nuestro Dios providente sale en busca de la oveja, de la dracma, del hijo perdido -aunque tenga que abandonar todo lo demás-. Así nos lo dijo Jesús: “Ésta es la voluntad de Aquel que me ha enviado: que no pierda nada de lo que Él me ha dado, sino que lo resucite en el último día”(Juan 6,39); y también lo repite Pedro en su segunda carta: “No tarda el Señor en cumplir su promesa, como algunos piensan; más bien tiene paciencia con vosotros, porque no quiere que nadie se pierda, sino que todos se conviertan” (2 Ped 3,9).

José Cristo Rey García Paredes, cmf

Para meditar:
SE MARCHÓ, SE MARCHÓ (Palazón)